Madre de Dios, vaya pesada, hacía meses que no me dejaba escribir. Aquí estoy de nuevo con Vdes. Soy Olimpia, negra, grande, buena, calmada, la perra ideal para alguien que no me merece. Que conste que nadie suele merecer a su perro. Somos un regalo inesperado que venimos a poner en evidencia las muchas limitaciones de nuestros amos.
Un año, muchos cambios, dos mudanzas, la otra perra -la otra- se tuvo que ir con Alejandro, demasiada vitalidad incluso para Aurora que se mete en camisas de once varas. Luego puede salir porque Dios es grande. Ahora Tana está muy bien viviendo en manada, tres perras más y el líder. Soplaba un viento furioso el último día en el Boalo. Caían lágrimas al cerrar la casa, al decir adios. Todo movimiento cuesta siempre a quienes no son nómadas y están hechos para echar raíces. Ahí dejamos al árbol de los pájaros, a la Maliciosa, al silencio, al campo.
Campo, campo, campo, campo.
A mí al final me es igual donde estemos, me adapto rápido. Sigo con mis rutinas: oler mendigos y comer basura en cuanto se descuida, acercarme para que me acaricien, subirme a su cama cada dos por tres. Mientras estemos juntas vamos bien. El miedo es sólo humano.
Confía, boba, has andado mucho en un año. No te das ni cuenta del camino recorrido. Estás fatal acostumbrada a que todo tiene que ser ya, sprinter, más que sprinter. Así caes agotada, mejor ser corredora de fondo. O quizás deberías ser perra como yo, esperar con paciencia a que te dé de comer el amo y no preocuparte por nada. Y luego ponerte alegre si salimos de paseo. Ningún animal se despierta triste, recuerda. Y tú eres un animal, siempre lo dices.
Parece mentira que leas, escribas y vivas con tanta intensidad y no aprendas que todo pasa. Todo pasa. Ya pasó. Ya está pasando. Ya está. Ya.
"A que no me pillas, Juliopardos" mi sobrina con cinco años tuvo ya su primer pretendiente, Julio Pardos, amigo de mi hermano, ya para siempre Juliopardos, todo seguido, nombre y apellidos en uno que es único.
Apoyada en el quicio de una puerta, Carmen le provocaba para jugar diciéndole eso, "A que no me pillas, Juliopardos". Cuenta Diana, la novia de Juliopardos, que así conoció a la niña, gritándole a Juliopardos, muerta de risa, "A que no me pillas, Juliopardos, a que no me pillas". Uf, de verdad, cómo se apuntan maneras desde chiquitita.
El caso es que Juliopardos y Diana vinieron a mi casa el sábado a comer. Con mi hermano Juan y Silvia, con Carmen y Javier, mis sobrinos. Una hora escasa antes se habían ido Teresa, Agustín y Marta y Carlota, la niña. Esta casa a veces parece un vodevil, entran unos por una puerta y salen otros, pero vamos siempre vestidos en público, eso sí.
Tuvimos el viernes cena con Jesús, Feli y su hija, Marta, guapa y buena la niña como un sol, vecinos de aquí al lado, qué contenta estuve porque vinieran a comer salmón. Se quedaron a dormir luego mi gente de Madrid ,casi lo hago yo en vivo y en directo tras la cena, un desastre. Otro día lo cuento, lo pasamos muy bien y no matamos al topo que he descubierto que tengo. Al final pretendo la convivencia pacífica, el equilibrio ecológico, tener a Jesus y Feli cerca ayuda a verlo así, a entenderlo. Creo además que es una hembra y muy discreta, sólo un par de montañitas de tierra. Ya se sabe, la naturaleza es suelo sagrado para mí, quizás me traiga suerte la topo de marras, veremos. Mi jardín es católico, no protestante, todo manga por hombro, no es el caso de que haya que matar a la topo por salvar un huerto maravilloso, un bonito rosal de una extraña rosa fruto de cruces complicadísimos, o el cesped que ha costado doscientos años para conseguirlo. Va de otra cosa esta casa, todo un poco caos. La topo que se quede si quiere, ahora es que me hace hasta ilusión que lo haga.
Mi hermano Juan tira a preocupón. Calificar a un hermano de protector es una redundancia, todo hermano se preocupa por su hermana. No es que mi otro hermanos no lo sea, es que está en política y ahora tiene menos tiempo, pero también lo es. El caso es que Juan quiso aliarse con Juliopardos y Diana, que viven en El Escorial, para convencerme que me vaya a vivir allí que hay más gente, está más poblado, hay tren, etc. Era su objetivo real este sábado al venir, lo sé.
Venden mi casa del Boalo. En teoría se acaba el contrato de alquiler el 6 de noviembre, y a algunos les preocupa que pase otro invierno en la pica del monte, son unos exagerados. Yo ni me inmuto, ya me moveré cuando toque. Quedan dos meses, pueden pasar muchas cosas en dos meses, aparte de que el alquiler está bajando y cuando más tarde alquile, mejor; siguiendo, porque vamos a ver si vende la casa al final, con la que está cayendo; y continuando porque, no teniendo yo nada por delante y nada por detrás, tengo una libertad de movimientos -y una rapidez si quisiera- que poca gente tiene y la utilizo, claro. Y no me agobio jamás, faltaría más. Estoy viendo otras casas, por supuesto, pero con calma y sin prisas. Voy, las miro y pienso, ya es mucho y hay tiempo.
Viene Juliopardos como un señor inglés, casi me le imagino diciendo "Doctor Livingstone, I presume". Sombrero de panamá precioso y ya ligeramente raído, bermudas, camisa rosa y una guasa hispana pasada por esa lejanía anglo de hombre muy leído además. A Diana le (la?) conocí ayer, morena de esas guapas gaditanas, encantadora, lista y buena, me gustaría mucho más si no fuera por lo mucho que me gusta Juliopardos, ay. Estoy segura que vamos a vernos más ahora que han venido a casa.
Quería Diana entablar una competición de muerte de moscas con los matamoscas que he comprado, los más efectivos, nada de spray, los del palmetazo esos: uno para ella, otros dos para mis sobrinos. Dije que si era en silencio que bueno, luego no dormí siesta, escribí, podía haber empezado la tercera guerra mundial que me daba igual, me aislo por dentro y ni me entero.
Juliopardos es encantador. No me voy a poner como mi sobrina a decir "A que no me pillas Julipardos" porque además está encima Diana y ya competir con dos, una morena y una rubia, ambas más jóvenes, aunque no tanto, pues no. Pero es de llevárselo a casa o quedárselo una temporadita.
Para empezar, se come todo lo que le pones en la mesa, bueno, no todo, se llevó la mitad de gambones que sobraron y no pusimos a la plancha. Dejó un testimonial de ensalada de garbanzos con comino y me dice el mamón "es que me daba vergüenza". Tendrá cara dejarme una cucharada con 4 garbanzos que ni para el ratón Pérez, cómo traga el tío. Es agradecido Juliopardos, una cosa estupenda en esta vida, una gran virtud, como comerse lo que hoy hay en la mesa, lo que toca ese día, lo que te ponen delante
Para seguir, tiene conversación para dar y tomar, sabe de todo, da gusto oírle hablar. Eso sí, es bastante ágrafo, según me dice mi hermano, o sea, como mucha gente que verdaderamente sabe, escribe muy poco, él se dedica a leer, 6.000 libros que tiene su biblioteca. Por Dios bendito, ¡qué complejo y cómo debería tomar nota en lo de escribir menos! Por cierto, leerá la tesis en breve, va a ser todo un acontecimiento, porque Juliopardos es mucho Juliopardos.
Se quedó enamorado de mi casa, del lugar, Diana también, y fue rápido, casi al bajarse del coche, se les notó un montón, les cambió la cara. Le salió el tiro por la culata a mi santo hermano y a mi cuñada que estaba también en la conspiración esa de "Movamos a Aurora del Boalo". Les dejé preparar a todos la comida, estaba escribiendo y a veces me dan ráfagas, y como dice todo el que pasa por aquí con cierta gracia cuando pido permiso "nada, nada, Aurora, estás en tu casa". Yo intento hacer lo que me pete y pretendo que los demás hagan lo mismo, vengan, coman, se bañen, duerman la siesta, lo que quieran, mientras todo el mundo esté vestido en público, eso todavía lo tengo claro. Huy, lo he dicho dos veces, me lo tengo que ver esto, especialmente después de escribir playas civilizadas, lástima que la psiquiatra de la familia no pueda tratarnos a los propios.
Hicieron la ensalada, contaron todos los trozos de patatas cocidas y de salchichas que había, estas cosas le encantan a Juliopardos, hacer porras y juegos de este tipo con los niños, que naturalmente le adoran, "A que no me pillas Juliopardos". Luego gambón a discreción, pero ni pudimos acabarlo, helados, conversación y de vez en cuando yo que desaparecía para escribir algo o a pensar. "¿Qué haces ahí?" "Pienso, es que estoy pensando" se extraña mi hermano de verme con la mirada suspendida y en blanco en un rincón del jardín, sola. Como mejor escribo y trabajo a veces es con gente saliendo y entrando, o mejor dicho, pienso. Estoy pensando mucho y sola lo hago bien, pero la compañía de otros, su presencia, incluso en la distancia me ayuda mucho, realmente sola no estoy tanto.
Juliopardos, Diana, estáis siempre invitados, no os tengo que hacer ni caso, como ya habéis visto. Sé que querríais hacer el cambio, veniros a esta casa y que me vaya a la vuestra, pero de momento ya veremos. Y sé además que no os movéis con 6.000 libros ni de broma, lo vuestro sí que es equipaje.
No hay prisa por nada, para nada. El tiempo es en todo y siempre el mejor aliado, corre a nuestro favor habitualmente. Pienso al contrario que muchas personas en esto, lo sé. Y además me pasa como a Juliopardos en parte, que creo que al final en la mesa de alguien te acaban poniendo gambón y te lo comes y te lo llevas casi porque sí, a qué correr, por Dios. "Hierba que está para ti, no hay vaca que se la coma".
Llegó Alejandro con Tana, que está enorme, cuando ya se habían ido todos. Quería ver a la perra mi sobrina, que realmente era su dueña sentimental. Pena, no les pilló. Tenían prisa por no sé que, que si el viaje es muy largo, que si ir al Escorial primero a dejar a Juliopardos y Diana y luego a Madrid. No sé, les parecía todo muy largo y se fueron pronto, yo es que estoy acostumbrada al ir y venir, claro. Otro día será. Lo dicho, hay tiempo.
Me encanta el tiempo. Y el atmosférico que estamos teniendo, también. Fresquito ya. Qué gusto.
PS: Mañana vuelvo a lo corto, lo prometo, esto se lo debía, bueno, no debía nada, me salió así, para Juliopardos. Y para Diana, por supuesto. No permito hoy comentarios porque conozco a algunos habituales y me van a dar la vara como pretendía mi pobre hermano, y no me voy a dejar. Soy muy escurridiza. Y por si acaso.
Haciendo limpieza de libros, viendo los que me voy a llevar y los que voy a dejar en casa de mi madre, me encontré con Jane Eyre, la vieja edición de Penguin, un libro que casi todos los años leo de nuevo.
También vi la película más reciente sobre la novela de Charlotte Brontë protagonizada por Charlotte Gainsbourg, hija de Jane Birkin y Serge Gainsbourg. Una maravilla de mujer, una estupenda actriz.
Charlotte hace una Jane de libro, está perfecta. No así William Hurt, para mi gusto tiene demasiados tics.
Nada espectacular en Jane, quizás uno o dos rasgos hermosos en su físico, un aire ligeramente desvaído y, a la vez, una increíble fuerza interior que la mantiene y mantiene su alrededor.
Jane Eyre es el prototipo de las mujeres ratón. Hay muchas, ella es una.
Otra mujer que me recuerda a Jane, y es también prototipo de las mujeres ratón, es Joan Fontaine en la película de Hitchcock, "Rebeca".
"Anoche soñé que volvía a Manderley", otro novelón de la misma autora de "La posada de Jamaica", Daphne du Murier, un relato también estupendo.
La nueva señora de Winters, enamorada de su marido hasta los tuétanos; la sombra permanente de otra mujer, Rebeca, primera mujer de su marido; el ama de llaves, mala, malísima, que la quiere hacer dudar y sentirse inferior ante quien supuestamente era más. Pero no, realmente nunca Rebeca estuvo en el corazón de él, demasiado perfecta y demasiado fría. Es ella, la mujer ratón, la que sin parafernalia de iniciales bordadas, ni una contundente presencia o ausencia, es el amor verdadero.
La mirada de Joan Fontaine es una de las miradas más hermosas. Ternura y solidez de quien ama a una mujer ratón o es amado por ella.
¿Quiénes son las mujeres ratón?
Como los ratoncitos de campo tiene un color parduzco, marrón o gris. El pelito sedoso. Ojos bonitos o alegres a veces. También muy posiblemente ojeras. Se pueden mover rápido o lento, pero son silenciosas. Se cuelan por un hueco cuando pensabas que la casa estaba cerrada a cal y canto. En cuanto te descuidas ahí han anidado: debajo de la cama, en un rincón de la cocina, se han hecho fuerte y no se irán. Siempre contigo, ahí.
Listas también como los ratones coloraos.
Piden realmente muy poco.
A veces despeinadas. Prisas y poco tiempo para mirarse al espejo. Hay que meterse en la caja de cornflakes silenciosamente y ver qué puedes sacar.
Roedoras de vida, construyen nidos para los suyos, prole propia y ajena, también otro tipo de nidos.
Asun es una perfecta ejemplar de mujer ratón. Paciencia infinita. Generosidad de madre ratona.
Frente a tantas mujeres tan completas, tan perfectas, tan que lo tienen todo, y todo muy claro siempre, ("Sé lo que quiero en la vida y cómo llegar a ello" declaración que leo de no sé quién en no sé qué revista), las mujeres ratón se asoman con una mirada tímida o a veces burlona, pegan de vez en cuando un brinco y defienden su territorio, interior o exterior, con firmeza y pequeñas armas de mujer ratón. La constancia o el silencio, aunque sean charlatanas.
Construyen, reconstruyen una y otra vez, roen el corazón hasta llegar adentro. Una y otra vez.
Cogen un hilito de aquí, un algodón por allá, ese trocito de queso o de chorizo que olvidamos, restos mínimos que sólo ellas ven, saben evitar bien el veneno o el cepo. Ellas a lo suyo. Que es lo nuestro.
Espero que los ratones de campo, las ratonas de campo, aniden en mi nueva casa.
(Lo publiqué ya en noviembre de 2008, hoy vuelvo a hacerlo porque ayer conocí a otra mujer ratona, Sunsi, y porque no he escrito nada. Estoy tumbada al sol en una playa, literalmente: qué sitio tan bonito es Altafulla y qué amigos tan generosos tengo -gracias Pepa, Capitán, Carmina, José, Luis, abuela Carmina, también a los perros que me han despertado esta mañana con un lametón)
Todas las noches justo cuando anochece hay fiesta en mi casa.
Tengo un árbol enorme, un abeto, junto a otro abeto y un pino justo a la puerta de la casa en el jardín. Unos seis metros tienen cada uno, quitamos 19 nidos de procesionaria en el pino e hice podar a los dos abetos porque no dejaban entrar casi luz por las ventanas del cuarto de estar.
Sin embargo los pájaros no me guardan rencor, tengo suerte.
Se reúnen justo cuando se mete el sol, suelo estar cenando y regando el jardín a la vez. Y lo hacen en el abeto que da sombra a la puerta.
Pían de tal modo que me tengo que sentar en la escalera a oírles y a mirar el cielo. A dar gracias también por el día, como ellos, vaya escándalo que arman.
Hoy estaban Asun y su hijo Serguéi conmigo y mi prima sugirió que nos sentásemos más lejos, al otro extremo del jardín para ir viendo cómo llegaban al árbol de la fiesta los invitados porque durante una media hora llegan y llegan más y más pájaros.
Era impresionante el poder de convocatoria del árbol. Nos quedamos en silencio -es un decir respecto a Serguéi- mientras se acercaban más y todos piando como locos. Calculamos al final que habría unos 50, la noche caía y sólo al final, cuando se hizo la oscuridad, callaron poco a poco. No les vimos irse porque ya estaba oscuro, asumimos que se han ido cada uno a su casa.
Hay un par de tórtolas turcas que beben agua en el plato de Olimpia sin inmutarse, un colirrojo tizón que hace tiempo que no veo en la valla de madera, muchos gorriones, varias familias de herrerillos (con uno al que salvé la semana pasada en una operación de rescate singular), lavanderas que se pasean por el empedrado encharcado, golondrinas que vienen a beber en la piscina planeando con elegancia y unos rabilargos que se cruzan en los árboles de la calle, a ver si se quedan.
Pero el árbol de la fiesta es de lo mejor. Cuando estoy fuera de mi casa me acuerdo del árbol siempre.
Me encantan las flores, mantienen todas, salvo las de invernadero, que van a otro ritmo, un orden y una educación impecable a la hora de presentarse.
Primero Vd., no, no, por Dios, Vd. pase antes que le toca Vd.
Nadie se cuela si no le toca.
Primero fueron las mimosas, apenas llegó febrero y se llenó un árbol enorme de Juan Hurtado de Mendoza, la calle al lado de donde vive mi madre. Y en mitad de un mes helador pude ver ese amarillo que tanto alegra en mitad del viento que corre en esa calle.
Y luego más mimosas en las manos de las gitanas que venden flores, una alegría más que nos prometía primavera en pleno frío. Su olor es también bueno.
Las camelias son otras que tal, éstas ya muy elegantes, no en vano Chanel las escogió como detalle para la solapa. Tendrán pereza. Las hojas esas tan duras y tan brillantes son estupendas como verde de ramos y centros de flores en casa.
A las mimosas y camelias le siguen los distintos almendros o cerezos, primos hermanos o ya lejanos. Se llena todo Madrid de diversos árboles de flores rosas, más o menos intensas, algunas rosa palo, precioso desde febrero hasta ahora.
En el jardín tengo uno impresionante, casi morado es. Tendré que averiguar qué es exactamente. En la sierra de Madrid todo es sin embargo mucho más tardío. Pero florecen también.
Lo notas cuando vas en coche y vas viendo cómo la primavera llega o no si estás más al sur o más al norte. Florece antes Tres Cantos, y luego Colmenar Viejo, más tarde Manzanares el Real, Cerceda, El Boalo después, y luego Matalpino, por último Becerril donde suele hacer un frío considerable. No quiero ni pensar qué pasa en Navacerrada.
Empieza el cantueso tímidamente, asomó ya a principios de abril y ahora está en su mejor momento. Luego siguió la retama, comenzó hace unas semanas. Me gusta tanto como el tojo del norte, y como la mimosa, pero es que el amarillo da mucha luz. Y mucho más tarde la jara con sus flores blancas y delicadas y esa resina que da un olor tan bueno. De hecho la jara ha florecido ya hasta Colmenar Viejo, pero aquí en El Boalo todavía están engordando las yemas, no se fían.
Como las amapolas que tanto me gustan, por aquí hay muy pocas, estamos a más de 900 metros y quizás no les gusta tanta altura, o es el suelo, muy rocoso.
Desde una semana antes de Semana Santa, ya teníamos lírios morados, preciosos, por todas partes, salvajes. Ahora los he visto agostarse y me ha dado pena, necesitan agua, pero bien guapos que han estado durante más de un mes.
Ayer en mi jardín brotaron dos pequeñas rosas de un rosal que pensaba que no me iba a dar nada. Al lado del aljibe lo tengo, a penas lo miro, debería de haberlo podado, pero ni tiempo tuve.
Y sin embargo me regaló dos flores rosas. A pesar de no cuidarlo.
Así son a veces las cosas.
En orden, y por su orden, pero con buenas sorpresas y sin haber prestado atención ni interés.
La naturaleza y la vida pueden ser muy agradecidas, muy generosas.
Y sin mérito alguno por nuestra parte.
Vaya por lo que cuidamos y atendemos con mimo y, sin embargo, perdemos a veces.
Aquí me tienen. Ayer fue mi cumpleaños, siento decirlo con retraso, especialmente por Driver que me debe un paseo en su ferrari.
Cuatro años desde que ella me sacó de la protectora, otra forma de dies natalis para mí al fin y al cabo. A perra muerta, perra puesta, debió de pensar y, de nuevo, como ocurrió con Pepa, una chucha que nadie quería, demasiado mayor, demasiado grande, demasiado ... lo que fuere, pasó del comunismo al sistema feudal, definitivamente a mejor vida. Ella la vasalla, nosotras las señoras, y a Cesar Millán que le den.
El caso es que mi llegada a su vida coincide casi con la de la primavera. Esta primavera de 2009 supone, además, el fin de un duro invierno en el que nos mudamos de la ciudad al campo. Y ella de trabajo y otra mudanza más, la interior, la que más cuesta.
Es el momento de hacer balance aunque la pelma de Tana no me deje en paz. Yo, una perra en edad de jubilación casi, nueve años biológicos aunque cuatro de buena vida, no me merecía una adolescente y encima boxer en esta última etapa que debería ser de tranquilidad.
Personalmente, perdón, quiero decir animalmente, el cambio a lo rural me ha gustado. Venir de un piso a una casa con jardín ha estado francamente bien. Nuevos e intensos olores, campo, dónde va a parar. Mi misión, que es proteger, la puedo ejercer aquí mucho mejor, con terreno, que en la ciudad. A ver si Tana aprende porque se va con cualquiera y no ladra los ladridos reglamentarios cuando llaman a la puerta, cuando pasa gente por la calle, al ver un caballo, una vaca.
Otra cosa ha sido el cambio para mi ama. Todo cuesta mucho a veces a los humanos, en términos financieros y en los otros. Se le ha roto todo, por su orden y varias veces. Luz, 2 veces. Calefacción, otras 3 más las 2 de la luz porque sin luz no hay calefacción. Agua, 2 veces. Electrodomésticos, todos rotos recién comprados -salvo la nevera- por una subida de tensión o un electricista que metió la pata. Inundado el jardín, 1 vez. Hemos vividos a 4 grados un par de días en la casa. Se ha duchado con agua fría durante más de 15 días en mitad de nevadas de 4o cm en el jardín.
Lo más duro: anochecer a las 6.30, días -hasta 13- seguidos sin ver el sol. Todo esto se vive de una manera diferente en el campo. Los humanos son más conscientes de todo, de su soledad, de sus limitaciones aquí. Pero hay personas que quieren ser más conscientes, no menos.
A pesar de habernos mudado en lo más crudo del crudo invierno, en noviembre, y haber padecido uno de los peores inviernos que se recuerdan, mi ama ha sobrevivido bien y fuerte al clima y los desastres domésticos. Gracias al teléfono y al blog. Y al trabajo, que no le ha faltado a pesar de la que está cayendo. Y a los amigos y a su familia que han subido casi todos los fines de semana.
Ella, ingenua, creía que había ganado bastante en paciencia estos meses. Pero como su hermano Juan le aclaró en lo que realmente ha ganado es en optimismo, todavía más. Yo le enmiendo a Juan, mi ama es como nosotras: naturalmente optimista. Nos parecemos Tana, yo y ella, compartimos esa alegría de animal, ¿y tú querías ser más consciente? Toma ya biología pura. Te la encuentras quieras o no.
Hace unos días pensé que lo que hemos vivido se parece mucho a la película de Baby Boom. Cambien Vermont por la cuenca alta del Manzanares, a la niña por Tana, el resto es casi igual. Salvo que nuestro veterinario no se parece en nada a Sam Shepard. Desafortunadamente. En fin. Vida perra, ya saben.
Más allá de Viggo Mortensen, que realmente no es argentino, pero a efectos como si lo fuera, tengo querencia por los argentinos. No lo puedo evitar: ese acento embaucador, ellas con esa feminidad a prueba de bomba. No sé, yo creo que me lo debo mirar, a lo mejor es una enfermedad tipificada.
El caso es que hace como un mes me escribe Rosario diciéndome que el 1 de marzo inauguramos temporada de barbacoa en mi casa. Acepté encantada. El hombre o la mujer proponen, pero Dios siempre dispone: tuvimos que comer dentro, otro día será.
Yo esperaba que Adrián, su marido, me mirase con cariño y compasión la pierna derecha que la tengo maltrecha desde la caída en el paso canadiense. Pero ya se sabe lo que es el médico como familiar o amigo: no te hacen jamás caso. "A ti no te pasa nada, te mueves perfectamente, no hace falta ni que te la vea". Le perdono porque voy a subir la Maliciosa con él, me lo ha prometido.
Claudina y Mike, otros dos argentinos, iban a venir pero se rajaron. Una pena porque, a pesar de que son vegetarianos (una contradicción ser argentino y vegetariano, lo sé), estaba esperando sus nuevas orientaciones sobre si tengo la casa suficientemente feng shui o no. La primera vez me cambiaron cama, despacho y otro par de cosas. La última vez se relajaron demasiado, han empezado a coger mucha confianza. Mike se echó una siesta casi de pijama y orinal, y así ni chi ni nada.
Subió Álvaro que merecería un tratado aparte. Se presentó con botas, bombachas de gaucho y un CD de tangos, él es así. Amistad de veinte años ya. No sé si es mejor padre, amigo o hijo, porque es las tres cosas. Vino con su madre, excepcional señora de más de 80 años, huída tras la guerra civil española a Argentina donde se casó con un judío de ascendencia rusa. Un personaje es Eloisa, vaya que sí lo es, imparable e inagotable. Hubo que explicarle que no podíamos irnos de marcha como ella pretendía, estoy rodeada de campo y esa "marcha" en sentido nocturno y urbano aquí no se da. No se quedó nada convencida.
La comida se completó con Josianne y mi madre. Me encanta que vengan y se queden conmigo unos días, me gusta la compañía, la verdad. Pero mi madre no resiste esto más de día y medio, una pena, las personas mayores donde mejor están a veces es en su casa. Salvo Eloisa, que donde mejor está es de acá para allá.
Chuletón a discreción, buey esta vez. Crema de cocido, sobraba del sábado como para enterrarnos, le puse el toque de Josianne, un poquitín de canela. Una pizca, con cuidado, levanta y potencia todos los demás sabores, funciona también en las bechameles, en la moussaka y algún que otro guiso. Ya de cosecha propia, comino, pimentón y un chorro de aceite de oliva virgen extra, del mejor. Los purés de restos de cocido o los de verduras "piden" que se las ligue, que se las emulsione un poco con aceite crudo, saben mejor.
Salida luego al campo, rompió a llover uno de esos chaparrones como de primavera, lo suficiente para mojarnos considerablemente y tener que recular a casa. Luego café o chocolate en el pub del Artesanado de Cerceda, otra argentina de camarera. Ya digo, me los encuentro en todas partes, nos atraemos mutuamente.
Espero nuevas argentinizaciones de mi casa. Teniendo en cuenta cómo pinta la crisis, este país se empieza a parecer a Argentina en algunas cosas malas, no en las buenas, lo sabe Dios. Así que mantendré las buenas con mis amigos argentinos. Y con la foto de Viggo, faltaría más.
Nota: Jorge Drexler NO es argentino, sino uruguayo. Y no tiene una mala canción, todas son de buenas a excelentes...
"Le has puesto un nombre de modelo estonia con medidas de infarto" me dice Nacho al contarle que tengo otra perra, cachorrita de boxer.
Me río con su correo donde confirma que él será fiel a Olimpia, que para eso fue su "cuidador" por unos días. Hay amores imposibles de olvidar, lo sé, y Oli deja huella. Es buena hasta decir basta.
El caso es que he pedido consejo de expertos porque las anteriores perras que he tenido venían ya educadas, eran de protectora y habían hecho el bachillerato. Esto de una cachorrita me ha pillado totalmente desentrenada. Parto desde cero, naturaleza totalmente bruta y ajena a la vida doméstica. Un lío, vamos.
Jesús Dorda me envío algunos buenos consejos. Rocío, mi particular "dog whisperer", y antigua vecina, me ayudará en unas semanas a enseñar a Tana a ir con correa y a mi paso. Todavía es muy pequeña y no la debo sacar a jardines o lugares públicos.
El pis cuesta muchísimo, sólo tiene 2 meses, así que aquí seguimos, inasequibles al desaliento. Es un decir, el aliento me falta a veces, la verdad.
El otro día, al filo de la medianoche, tras una nevada de espanto, un trabajo que no acabo de hilar y me tiene preocupada y a la sexta meada de Tana en casa, la volví a sacar al jardín y ponerla debajo del árbol del pis. O sea, en el que pretendo que haga sus necesidades. Todo centralizado, si es posible, en un árbol.
"Tana, pis, pis, haz pis aquí, aquí". La otra, naturalmente, sin entender nada. Tiritando ella y tiritando yo.
Yo estaba que ya no sabía qué hacer: cansada del tiempo, de la falta de sol, de una casa ideal pero donde todo se rompe, de la soledad y, sobre todo, de mi misma. Con ganas de irme a dormir y olvidarme de todo. Uno de esos momentos "ya lo pensaré mañana" que decía Escarlata O'Hara.
Y entonces, en mitad de la ventisca de nieve, porque seguía erre que erre nevando, se me ocurrió una idea, tengo que decirlo, brillantísima.
Es muy raro, pero a veces me pasa, especialmente en los momentos de desesperación, que es cuando pienso mejor.
Me bajé los pantalones, los leotardos de lana de esos que no llevaba desde que dejé el colegio (hace un frío que pela y aquí son imprescindibles), y, como si fuera yo perra y madre, la enseñé a mear bajo el arbol. Fue como algo atávico, no sé.
Afortunadamente eran las 12 de la noche, no había luz y tengo un jardín con tapia bien alta, porque la escena era de no creer. Lo que hay que hacer por la educación de una perra, joé.
Fue mano de santo, quizás casualidad. A los dos minutos me imitaba Tana moviendo el rabito como diciendo "ajá...". Me puse tan contenta que se debieron oír los gritos en Matalpino. Nos metimos en casa y nos fuimos a dormir las 3, sin pises hasta el día siguiente, felices.
Qué poco hace falta para que un día negro se vuelva estupendo: el pis de una perra. Creo que no pido mucho ¿no?
Y ahí seguimos estos días. Ahora parece que sin necesidad de que yo repita la conducta a imitar, a Dios gracias. La saco y espero y espero hasta que lo hace, luego galletas de recompensa para ella, para Olimpia y para mí también. Yo también me merezco una recompensa, preferiría un vino pero no me gusta beber sola.
Tana todavía se mea en casa, pero creo que va entendiendo algo. Y la hago tales fiestas cuando lo hace donde debe, que yo creo que se mea en el árbol de puro gusto.
Vamos a ver si el premio puede más que el castigo en forma de grito "no, no" y con un cucurucho de periódico en el morrito, pena me da pegarla, no puedo.
¿Qué es lo que imitaba a qué?
¿La naturaleza al arte?
¿El mono al hombre?
En fin, no se me ocurría otra música mejor que la del Libro de la Selva.
Voy a acabar como el Rey Louie, totalmente majareta.
Para las largas tardes del Boalo nada mejor que leer. También para las esperas en la T4 o esas horas eternas de hotel que me tocan de vez en cuando. Con un libro la soledad es más llevadera. A veces hasta acaba siendo un lío, la verdad. Empiezas leyendo sola y acabas con un montón de gente a tu alrededor.
En las lecturas, como en la vida en general, dispersión, cierto caos y curiosidad siempre: cuatro libros a la vez.
Me encontré a Adolfo Torrecilla en la librería Diálogos. Me recomendó varios libros de una pequeña y excelente editorial, Libros del Asteroide. Regalé varios.
"¿Que no conoces a Nancy Mitford? Te va a encantar, Aurora". Acertó de pleno Adolfo, siempre con su sonrisa. Estoy a mitad de "A la caza del amor", seguiré con "Amor en clima frío". Me enganché ya en el excelente prólogo de José Carlos Llop: "la felicidad es, más que un estado de gracia, una forma de ser educados". Mitfordiana frase, aunque no es de ella. Un libro saca a otro libro: leeré a Llop, poeta y escritor, ya me ha picado la curiosidad.
Nancy Mitford nació a principios de siglo pasado en una familia aristocrática británica. No fue al colegio, sólo clases de francés, montar a caballo y todo lo que era propio de chicas como ella. Vida interesante y literatura que no le anda a la zaga. Por lo visto, esta novela es parcialmente autobiográfica. Excéntrica familia inglesa y diálogos con chispa. Es como si oyeras a Cole Porter de fondo. Así que, mientras se me saltan las lágrimas de risa, acuden a mi cabeza y a mi cuarto de estar Patricia F.T, Patrapa (sofisticada y lista, como la Mitford), mi prima Luisa y varias amigas y familiares que disfrutarán tanto o más que yo con esta novela.
Menos mal que tengo espacio y cabemos sentadas todas en mi cuarto de estar.
Igual me sucede con "Ellas solas" (Virginia Nicholson, Turner Noema), un excelente ensayo sobre la generación de inglesas que quedaron solteras al morir en la gran guerra muchos de los hombres que les correspondían por edad. Educadas para el matrimonio, se encontraron con una vida que no esperaban. Supieron sacar lo mejor de ella, de ellas mismas también: tías (qué figura tan literaria la de la tía soltera), emprendedoras, trabajadoras, promotoras de nuevas actividades -círculos de lectura, de deporte, etc-, trayectorias diferentes y productivas. O sea, como las solteras de Sexo en Nueva York, igualitas. A ver si se me pega la ironía de la Mitford.
Estoy tan entusiasmada con este libro, que de nuevo me vienen a la cabeza, y a mi casa, muchas amigas, primas, sobrinas. Voy a sugerir a alguna que intente algo similar con la generación de mujeres españolas que perdieron a sus hombres en la guerra. Podría ser interesante si no lo ha escrito alguien ya.
Más gente en mi cuarto de estar, ya tengo pocas sillas.
Admiro a Manu Leguineche, me entretiene siempre. "El club de los faltos de cariño" (Seix Barral) es un conjunto de cosas cortitas, agradables, en línea con "La felicidad de la tierra" que tanto me gustó. Aparece junto a mi chimenea algún que otro amigo. Sé que el tono de Leguineche y su mirada es la misma de algunos hombres que ya no tienen prisa y agradecen todo mucho.
Así que a éstos los invito a sentarse en los sillones de orejas que tengo preparados, comodísimos además con sus escabeles para poner los pies encima.
Por curiosidad compré "Viaje sentimental a Inglaterra" de Antonio Rivero Taravillo, bloggero, traductor, escritor. La verdad es que busqué otro suyo, "Las ciudades del hombre", pero no lo encontré. Otro vez: no hay manera de leer en soledad en esta casa. Ves de tal manera esa Inglaterra que conoces bien, y esa otra que te falta por conocer (gracias a Dios), que acude a mi cabeza mi hermano Juan que vivió en Cambridge y adora Inglaterra, como yo. También cierto humor, esta vez con un barniz anglo sobre fondo español. Una gozada de lectura para antes, durante y después del viaje: siempre hay que tener un viaje en el corazón y un libro de viajes -no una guía- de acompañante al menos.
Pero no es sólo mi hermano, ahora otros amigos y familiares anglófilos se me cuelan en casa. No me importa que la gente no avise que viene, pero es que ya no tengo más sitio.
¿Y dicen que la lectura es algo solitario? Tengo que dejar de leer o comprar más sillas.
Foto: Mis sobrinos, Javier y Carmen, sentados en los sillones de Manu Leguineche de mi casa un día de sol. A veces hay otras personas leyendo de modo presencial, tan real como cuando la lectura en solitario convoca a amigos y familia.
Creo que no hay palabra en español para describir ese periodo de tarde, evening.
Aquí la tarde se extiende desde nuestra tardía comida hasta, a veces, esas cenas en horas ya intempestivas. No hay matiz ni diferencia entre la temprana tarde y esa otra, tan agradable, evening.
Evening, largo espacio de quienes cenan temprano y tienen por delante, antes de irse a dormir, tres o cuatro horas.
Vivir en el campo te hace recuperar de algún modo esas largas evenings, tiempo donde caben muchas alegrías y algunas tristezas.
Cada día disfruto del minuto que ganamos a la noche, atraso el paseo que Olimpia y yo hacemos con la última luz.
Agradecemos las dos al sol -aunque no le veamos muchas veces, ay- su trabajo. Le recordamos que vuelva.
Qué ganas de que llegue la primavera.
En cuanto se mete el sol la oscuridad lo invade todo. Con ella la pereza sugiere, como si fuera una británica, "¿Para qué salir?".
Me arrebujo en el sofá frente a la chimenea, meriendo incluso, otra buena costumbre recuperada.
Leer, trabajar y escribir. Pero son cuatro horas casi hasta la hora de cenar.
En Madrid las evenings son inexistentes, están sepultadas por horarios larguísimos, tráfico intenso hasta las 9, actividad frenética hasta caer agotados. No hay tiempo, lo devoraron.
Evenings en el campo donde todo es más lento y silencioso, doméstico espacio de calor y calma, el frío y oscuridad esperan fuera. Momento largo de transición.
A veces son unas evenings tan interminables, tan solitarias.
Y hay que salir al pub, romper estas horas de algún modo.
Cuando volví al pub tras mi primera visita, Andres, tipo listo y que sabe del negocio, me llamó por mi nombre y me presentó a Silvia, su mujer.
Siempre es agradable que te llamen por tu nombre, que lo recuerden. También que te presenten ya como una habitual cuando sólo has ido una vez.
Silvia es de estas mujeres que mantiene un tono moreno en mitad del invierno. Pelo largo, siempre arreglada pero informal, como diría Martirio, lengua rápida. El primer día que la vi se suponía que salía de la gripe, pues como si no: perfecta, a pesar de su tristeza y el fiebrón. Se les acababa de morir una perra. Como sé lo que es, entendí que se le saltaran las lágrimas.
Hablamos un rato. Creo que nos caímos bien desde el principio. Aunque es su marido quien hace una de las mejores tortillas de patatas que he probado: nada de mazacote, con moco, blandita. Se lo agradezco mucho porque siempre que bebo, necesito comer. No hay que dar muchas vueltas cuando hay una excelente tortilla española, la verdad.
Con Silvia pude averiguar si hay librería o no por aquí, si se puede hacer pilates, dónde compra la carne, en fin, cosas interesantes para "asentarse" aquí. El día que la conocí, no sirvió tras la barra. En teoría no venía a trabajar, así que, ingenua, pensé que Andrés era el alma del pub. Qué error. En otras visitas he visto quién corta el bacalo en cuanto a gracia sandunguera con los clientes: ella, naturalmente. Lista, rápida y graciosa, es una atracción verla tras la barra, saludando y hablando con todos, tomando el pelo al personal masculino en cuanto puede.
Silvia y Andrés llevan ya año y medio con el negocio, aunque unos nueve viviendo por la zona. Él dejó su trabajo en una multinacional. Es una historia que se repite por aquí con ciertas variaciones. Se nota que han puesto mucho cuidado en la decoración, tan calida y bonita, que lo que dan de comer está bien pensado, en fin, que intentan hacer las cosas con cariño.
Trabajan mucho los dos porque en un pub hay que estar siempre encima por mucho que te ayuden. En estos 18 meses no se han podido tomar vacaciones, apenas un día o dos sueltos. No sé yo si el cambio de la multinacional al negocio propio habrá sido para mejor, la verdad.
Y luego, lo que ellos llaman el "filtrado". "Da igual como vistas, qué seas o qué hagas, aquí todo el mundo es igual. Pero hay que pedir un mínimo de educación, y eso nos ha costado muchos disgustos. El primer día que abrimos el pub me incliné a servir la primera copa y oí decir a un tipo: vaya tetas, esta tía tiene un revolcón. No le acabé de servir la copa y le eché fuera del pub. Si me hubiera hecho la sorda el segundo día me toca el culo".
Verdaderamente qué personal hay por el mundo y lo que la gente de hostelería tiene que aguantar a veces. Silvia era la dueña y pudo echarle, desde entonces ni con ella ni con una camarera se atreve nadie a decir la más mínima groseria.
Me siento protegida por Silvia y Andrés, acogida por ellos. Sé que es su negocio y que logicamente "tienen" que tratar bien a los clientes. Pero han tenido detalles que no tienen por qué, se lo agradezco mucho. Como me siga fallando la caldera, me voy con el portatil y trabajo desde el Artesanado, que además tienen todos los periódicos, gran cosa.
Este sábado por la noche no iré al pub. Pero lo visitaré por la mañana. Hace muchos días que no voy y ya les echo de menos. En la casa de la cultura de Navacerrada hay un concierto que organiza La Discreta en memoria de la poetisa puertorriqueña Julia de Burgos, publican creo que un libro suyo. Así que he decidido seguir mis pasos de antropóloga observadora de usos y costumbres de la Cuenca Alta del Manzanares hacia lugar un poco más al norte, no circunscribirme a un solo poblado como Cerceda y el Artesanado. Me gusta explorar sitios nuevos.
Según mi hermano Juan, que fue quien me aviso y con quien iré, los músicos son geniales, tipo Krahe o así. Estoy contenta, mi hermano ha vuelto a tocar la guitarra, lo hacía muy bien. Somos demasiado mayores para no tener nuevas aficiones y recuperar algunas antiguas.
Más frío que en mi casa no voy a pasar, creo. Espero. Lo espero, por favor. San Saunier Duval, ven, no tardes.
-"¿Cómo?, ¿no has conocido a nadie de aquí todavía? No me lo puedo creer."
Familia y amigos me lo dicen. El caso es que he conocido a mucha gente de la zona: técnicos de lavadoras, lavaplatos, teléfono, calderas, ferreteros, podadores, chapuzas, Repsol, y, así, hasta quince.
Pero entre trabajar para pagar facturas varias, atender a dichos técnicos, la mudanza, cocinar y estar con la familia y amigos que vienen cada fin de semana, no había salido apenas más allá de las tiendas o mi casa. Y eso no es vida, ni tampoco soy yo, suelo socializar rapidíto.
Una cosa es que baje a Madrid todas las semanas o vengan amigos y familia a visitarme, y otra es que viva en un sitio donde no conozco a nadie: va en contra de mis principios.
Así que prometí a un par de amigos que iba a salir e intentar conocer a gente de aquí, cosa que tiene cierto mérito: primero, hace un frío que pela; segundo, estoy muy a gusto en casa; tercero, no conozco a nadie; cuarto, voy sola; y, quinto, supero la cuarentena (no de aislamiento por enfermedad, la otra).
Por eso, cuando salgo como ayer, voy en plan observadora que va a pasar totalmente desapercibida. Como una especie de antropóloga o exploradora inglesa. Margaret Mead o así, pero pintada, claro. Una mujer es una mujer siempre, por muy científica que sea.
Sólo me falta, como diría una de esas viajeras inglesas del siglo pasado, "the blessing of a good thick skirt". Tiene sus ventajas lo de ser antropólga. A lo mejor mis estudios sobre el lugar me llevan a la fama y puedo retirarme tras escribir sobre las costumbres sociales de las tribus del Parque de la Cuenca Alta del Manzanares, los usos amorosos de la local middle class o el rol social del camarero - chamán en los pequeños núcleos urbanos de zonas rurales. Todo puede ser.
Pues eso. Jazz y blues en el pub el Artesanado de Cerceda. Todas las mesas estaban reservadas, me senté en la barra (al lado, quiero decir, no encima). Tocaba bien el pianista, es un habitual del lugar, según me enteré. Majo el camarero- propietario, Andrés, que no daba abasto, el pobre: su mujer con gripe, él solo y otro chaval para atender a unas 40 personas, volaban. Un sólo visón, el resto uniforme de la sierra (polar o jersey y pana o pantalón calentito), gente de mediana edad, salvo una rusa que acompañaba a quienes podrían ser sus padres o tíos (a lo mejor la habían prohijado, hay hombres muy buenos en esta vida) y, luego, los clásicos dos tipos que cuando beben un poco se ponen un pelín pesados y cariñosos sea cual sea la tipa que tienen al lado.
Daba gusto estar allí. Escuchar Misty, algo de Cole Porter, Summertime, Stormy Weather, Georgia, As times goes by, Las Hojas Muertas y otros clásicos o versiones en blues o jazz siempre calienta el corazón.
Valió la pena y volveré, siempre en plan antropóloga, por supuesto. Lo que hay es lo que hay.
Sol a raudales en El Boalo. Tenía preparada la mesa de Vermeer para la comida de Navidad, pero empezamos con el aperitivo fuera y al final decidimos quedarnos al sol, me gustan los cambios y la improvisación de última hora.
Daba gloria tomarse el caldito, el gambón y el salmón fuera, y esa tarta de avellana cortesía de mi cuñada Silvia, todo regado con cava catalán, aunque algunos empezamos con tinto, la costumbre.
Creo que tengo un mal de ojo, acepto oraciones, "limpias" o cualquier tipo de remedio ordinario o, casi mejor, extraordinario: la caldera no funciona, ya era lo que faltaba. Si hago un listado de todo lo que se ha roto, no ha funcionado de golpe, ha funcionado mal, o lo que sea, me faltaría espacio en un folio, podría abrir un blog sólo de averías domésticas. Es una idea.
Pero como Dios es bueno, hoy con el sol que había, la chimenea y un par de radiadores eléctricos bastaba. A 22 grados estoy ahora en el cuarto de estar.
Mi cuñada Irene nos trajo una película china que dormí fenomenal, la madre de mi amigo Álvaro también la durmió, ambas en el cuarto de estar. Olimpia decidió que ella se echaba la siesta en mi cama y allí que se fue. Estos chinos me superan un poco y "La promesa" visualmente es muy interesante, pero no me enteraba de la maldición y cuándo soñaban o no. En cambio mi sobrino Javier de 7 años se ha enterado de todo, está como un Draculín sin sus dientes delanteros, Ratón Pérez está haciendo horas extras (3 dientes en 7 días). Sol de invierno, día del Nacimiento de Jesús, sol del mundo.
Gracias por poder reunirnos, por queremos y porque, aunque yo ya no pueda más con cosas que se rompen en esta casa, pueda olvidarme a los 10 minutos.
Gracias también por todos los amigos y familia a quienes tengo en el corazón y han pasado por móvil, teléfono o correo electrónico estos días. Son también otro sol de invierno. Dan calor y luz.
Perdón por la ausencia. O por la vuelta. Vaya Vd. a saber.
Estaba escribiendo la entrada sobre "halagos, piropos y cosas agradables" segunda parte, cuando de repente el portatil comenzó a fallar: podía comentar en otras bitácoras, pero no actualizar la mía ni leer mi gmail, todavía tengo problemas.
Quizás es que tecleo rápido y fuerte, pero quizás es que el Vaio de Sony no es lo que prometía, todo puede ser.
Añádase un viaje a Asturias, dos visitas a IKEA porque había facturado (soy optimista y pienso que cobraré, qué ingenuidad la mía) y, lo peor: otras 3 roturas "magnas" domésticas, alguien me ha hecho vudú.
El caso es que como para pensar en arreglar el portátil frente a lo que tenía.
Siete invitados muy especiales los últimos 2 días: telefónica (instalación del router nuevo), técnico de lavadora (se quemó con un cambio de tensión), técnico de lavavajillas (igual que lo anterior), fontanero (tuve que cortar todo el agua hoy porque explotó una cañería exterior), transportista de IKEA (no podía cargar 2 sillones Tüllsta en mi coche, ideales en cuadritos, por cierto) y 2 posibles jardineros (me comen 2 abetos la luz en el cuarto de estar y tengo que podar).
He acabado por pensar que casi mejor tener una especie de Encargao "pa tó" y así me dejo de 8 teléfonos y nombres distintos y quién me dijo qué. Pago en negro si no hay más remedio y ofrezco condiciones de trabajo inmejorables. Delego todo, no doy la lata, con que no me molesten me basta: necesito concentrarme y trabajar mucho para pagarles a ellos, a Ikea, a Repsol, Telefónica, PC City, Vodafone, Hacienda, en fin, todos.
En cualquier caso, no pasa nada, problemillas a mí. Hice de esta serie de catastróficas desdichas domésticas una oportunidad. Todos los técnicos eran ¡hombres! Así que que aproveché para completar mi investigación sobre el piropo.
La parte "de mujeres" -sujeto receptor del piropo- ya la tenía completa porque el teléfono -y no los diamantes- es el mejor amigo de la mujer, sin duda alguna. Hablar con Sunsi y otras cuantas amigas siempre está bien: el piropo fue uno de los temas, pero naturalmente una conversación da para mucho más si eres mujer y la tarifa es plana. ¿Qué es la eternidad?: dos mujeres despidiéndose. A ver si algún teólogo supera esta definición.
Tengo ahora ya la muestra masculina del estudio sobre el piropo: 6 hombres, 6, a los que he pasado un breve cuestionario, mis técnicos visitantes. Antes les di (u ofrecí, alguno no quiso) café, té, agua, cerveza, vino o chorizo (según la hora del dia) mientras intentaban arreglar lo que fuera: han tenido que alucinar, lo sé.
Sólo con 1 no me atreví: era marroquí y no sabía cómo se iba a tomar mi interrogatorio ni mi ofrecimiento de piscolabis, ya que el cerdo es el animal totem de mi casa, me gustan hasta los andares. Mejor prudencia, no es lo habitual en mí, pero por una vez no pasa nada.
Gracias a Cordobés, que me ha enviado dos estudios estupendos "literarios" sobre el piropo, los resultados cuantitativos se han complementado con una parte cualitativa.
Así que los resultados sobre "el piropo: breve aproximación al tema basada en un estudio de campo de doble encuesta", en entradas de los próximos días, irán saliendo con otras. Creo que el blog se me colapsa porque escribo demasiado, aburro al personal y el portatil se peta. Lo sé. Van a tener razón.
Pesa un quintal. La llamo así porque es holandesa y me recuerda a esos cuadros de Vermeer, con esas superficies limpias de casas, sol tímido que entra y reposa sobre la madera. El sábado pasado la cargaron André, angoleño, como el personaje de "Diamantes de Sangre", casi dos metros de fuerza, y Rodolfo, paraguayo, silencioso. Se quedaron a comer los dos, fuimos once a la mesa y cinco nacionalidades distintas, buen modo de estrenarla para su función original: mesa de comedor. Antes la tenía en mi despacho.
André y Rodolfo sudaron tinta china con ella, qué menos que compartir con nosotros lo que había, además del lógico pago por el porte. Se fueron con un apretón de manos y el corazón un poco más caliente. Las lentejas, la carne con champignon y el el vino ayudaron, la compañía también, espero.
Es una suerte poder tener una mesa en la que caben tantas personas, lo sé.
Es bonito que la gente te sonría con cariño, ese mismo que pones en abrir tus puertas, delicadeza y alegría al aceptar la invitación.
Lo de menos es lo que se va a comer, aunque siempre es divertido pensar qué vas a poner, qué le gusta a cada uno, siempre se quiere agradar.
Espero a Ana y Anina, a Manolo, a muchos más.
El sábado sube Claudina a cocinar mano a mano, alguien más caerá. El domingo seremos doce, algunos repiten. Bienvenidos siempre.
Marta, estás en tu casa y no tienes ni que avisar. Además, me vas a ayudar a restaurar varios muebles.
La mesa de Vermeer me gusta sin mantel, así es como luce mejor, el sol dándole en los brillos y en las heridas, en ellas también.
Madera fantástica parece, tengo que enterarme cuál es.
Es que no me ha dejado escribir antes, está el ama venga a teclear, blog a veces, trabajo en general, que si no, no va a poder pagar la puesta en marcha de una casa nueva. Qué cosa los humanos, cómo les preocupa el dinero, los perros vivimos sin él.
Sin embargo, y por si acaso, cada trozo de pan que me encuentro, lo escondo bajo tierra: no vaya a ser que ésta no me pueda dar de comer algún día. Perdona, guapa, pero prefiero ahorrar a mi manera, no me fío de ti nada de nada en el área financiera.
Les cuento mi día.
Nos despertamos pronto, nos gusta desayunar tranquilas, té y radio para mi ama, yo salgo un momentito al jardín, hago una ronda de reconocimiento, ladro para que se enteren que aquí hay una perra y que se anden con cuidado. Luego rasco la puerta para que me vuelva a abrir. Hace frío por aquí, pero se está bien fuera, a veces tardo en arañar la puerta.
A eso de las 8 mi ama ya está frente al ordenador y de allí no hay quien la saque salvo para hablar por teléfono. También se levanta para comprobar la caldera que no acaba de entender bien: "1.5 bares, no menos, más puede, pero hay que regularlo ¿dónde era la llavecita esa?" Es torpe, pero maja esta chica, la quiero a pesar de todo.
Mientras tanto ¿yo que hago? Duermo con ronquidos incluidos sobre la cama de mi ama porque entra el sol a raudales allí y se está mejor que en su despacho. Ahí me pilla, me bajo para darle un gusto, pero a los 10 minutos estoy encima otra vez: esto es vida, señores.
A eso del mediodía damos un paseo. Comemos pronto. Volvemos a trabajar. Salgo al jardín otra vez, es divertido, hay muchas piñas y me encanta jugar con ellas. Ladro otro poco, todo en orden, vuelvo a casa, misión cumplida. Algún día bajamos a Madrid, a trabajar y comer en casa de la madre de mi ama.
Me gusta esto del campo, se vive bien, mucho perro simpático, aunque me da igual, yo soy de la manada de mi ama. Ella no es el líder ni por asomo, que quede esto claro. Cuando viene su hermano Paco me pongo a sus órdenes.
La noche es guay, sonidos y olores interesantes, salimos a veces antes de cenar, vamos al pueblo a por algo, a misa, me deja en el coche mientras tanto. Mi ama se ha presentado ya a las fuerzas vivas: párroco, farmacia, tiendas varias, incluso a la guardia civil. Cenamos temprano.
Los fines de semana prometen. Sin nevera y recién llegadas, el pasado sábado vinieron 9 personas y otras 11 el domingo. Es entretenido, gente a la que olerle la entrepierna, no dejo mis buenas costumbres aunque avergüence a mi ama. Y luego siempre se cocina más, guiso al canto, como siempre sobra, ahí estoy.
Me encanta la gente, siempre hay alguien que te acaricia. Si no es así, ya me encargo de quedarme quieta a su lado, rozándole con mi oreja hasta que esbozan una caricia. Palabra de perra: caen todos. Pongo cara de pobre abandonada y recogida en un refugio, triste vida, alma solitaria e incomprendida. No hay como echar teatro a las cosas. Lo dicho: esto es vida.
Yo en obras no me meto. Y si veo que una casa las necesita, no la alquilo.
Nunca pienso en el "potencial" que tiene una casa. No imagino "mira, por aquí le pones una escalera, o le abres este pasillo". Ni en la propia ni en la ajena. Jamás.
Me gustan las casas como están, no me voy a poner a llamar a albañiles a estas alturas de la vida. Ni quiero que me los pongan en la mía.
Pensé el otro día, un segundo nada más, que la casa del Boalo, donde me voy a vivir, estaría mejor con una mano de pintura. Posiblemente estaría mejor, sí, queda algún garabato infantil en la pared, un pequeño golpe aquí y allá. Pero la casa es tan...
luminosa solitaria y acogedora a la vez
que he decidido dejarla como está, con algún desconchón que otro y el rastro de las niñas (7, 3 y 1 año) que la habitaron.
Ya sé que una mano de pintura pintura no son obras mayores, pero de momento, voy a mirarla y disfrutarla como se encuentra, en su desnudez y con todas sus carencias y defectos.
Me gusta pensar que esa casa ha hecho feliz a una familia. Que una mujer antes que yo la planeó, pensó, disfrutó y comenzó a criar a tres niñas junto con su marido en ella.
Eso, no sólo los árboles, el lugar, el espacio o saber que podré traer a gente, es lo que me ha hecho alquilarla.
Dejaré que la casa hable cada mañana, aunque sea yo tan habladora. Porque tras las palabras se produce a veces ese silencio de cuando estás muy a gusto en un sitio. Por eso a veces ni hablo en algunas casas, observas y piensas "qué gente tan lista (o tan lo que sea) hay en esta casa". Y te sirves tú misma un gin tonic, te sientas en el brazo de un sillón, como si estuvieras en casa propia, y sigues escuchando lo que la casa dice o sus habitantes cuentan. Y piensas.
Mi nueva casa dará sus horas, cuándo entra y no entra la luz, contará sus costumbres, abrirá sus rincones y huecos. Dirá qué necesita a medida que la vivamos Olimpia y yo, seguro.
Ahora esta vacía, tan bonita en su desnudez, con nada. Da sensación de provisionalidad, me gusta así. No me da miedo el vacío. En cambio me aterra llenar el espacio o lo que sea como una obligación, porque hay que llenarlo. Un espacio vacío es igual al silencio, no hay que sentirse incómodo. Sólo hay que dejar pasar el tiempo. Y hasta disfrutarlo.
Mi casa también la harán mis amigos y mi familia, cuando vengan a comer o a cenar, se dejen caer sin avisar (para eso quiero un congelador grande), se queden toda la tarde o hagan una visita relámpago.
En ellos confío para llenar ese espacio y tiempo domésticos como solo las personas lo pueden hacer. Es una casa para no sentirme sola cuando lo esté, y para tener siempre sitio para los que vengan como amigos, como familia.
Para mí la casa es un espacio fundamental. Me encanta estar en la que hasta ahora era mi casa, la de mi madre. Me encanta ir a las casas de mis amigos, de mi familia, y que vengan a la mía. Más que salir: es más barato, es más tranquilo, menos ruidoso, nadie te mete prisa para que te vayas, y tienes la cena y la copa seguidas sin pasar frío y esa eterna pregunta de "ahora ¿dónde vamos?".
Me encuentro cómoda en la mía, en las de los demás también. Sean como sean. Si no lo estoy, no voy, o no vuelvo. Como sé que quien viene a la mía lo hace porque le gusta. Si no, no vendrían.
A diferencia de algunos británicos, por no mencionar los alemanes que yo he conocido, no hace falta tener la casa perfecta, ni la comida perfecta, ni ser "el" anfitrión por antonomasia para que la gente venga a tu casa: por Dios, qué pereza.
Pienso que sólo hace falta que te guste la gente, querer compartir un espacio que es tuyo (aunque sea alquilado) y luego, porque comemos y bebemos, poder dar de comer y beber algo bueno. Pero igual que una no va a casa de su prima porque le salgan las lentejas como a nadie, sabe bien que lo de menos casi es lo que se pone en la mesa, aunque uno se haya esmerado y esté incluso bueno. Esto da mucha tranquilidad.
Es una gozada poder tener las puertas abiertas a la gente y saber también que por compromiso, en ciertos círculos, no se hace nada. Así que no hay visitas de esas "sociales", o laborales, gente a la que "tienes" que invitar porque ellos te invitaron o porque son tus jefes, o porque necesitas que te hagan un favor o devolvérselo, por quedar bien, en definitiva.
Es una cosa estupenda no tener que quedar bien con nadie. Mi casa no es un castillo, pero es sagrada, como las de mi familia y amigos.
Cada vez que entro en una casa me dice algo la casa. Es como si me hablara.
Cuando he buscado casas para vacaciones, para vivir también hace ya muchos años, el criterio no era sólo cuánto podía pagar -que lo es, el primero- o dónde me venía bien vivir por el trabajo o en vacaciones.
Por lo que me dejo llevar es sobre todo por el instinto, en esto del inmobiliario también.
¿Me dice algo esta casa? Si me dice algo, entro. Si no, me quedo fuera. Con santa paz.
Buenas, buenas, aquí estoy de nuevo, recién lavadita y con cara de buena.
Ayer mi ama tuvo un ataque de esos de posesión doméstica que le entran y donde no hay exorcismo posible: una actividad frenética, mercado primero y cocina en avanzadilla para toda la semana, no vaya a ser que se acabe el mundo. Al acabar de comer me miró y le dijo a Josianne "Y ahora voy a lavar a ésta en casa, que 35 euros es una pasta y estamos en crisis". Dicho y hecho, intenté escaparme, pero dos mujeres con una idea firme en la cabeza no son fáciles de placar. Y ahí que me metieron en el baño. Descubrieron que no tengo nada en contra del agua... si es caliente. Y muertas de risa comprobaron que me quedo muy quieta si el agua, mmmmmh ¡qué gustito!, está a temperatura agradable. Al final no estuvo mal, ellas se quedaron contentas con su hazaña y yo las dejé hacer. De vez en cuando tienen que tener la impresión de que el hombre -en este caso, la mujer- manda sobre el perro, luego hago lo que me pete. Tomen nota. Hacer como que te sometes, darles una pequeña victoria para que estén contentas, y luego... a tu bola. Es mi lema.
Pienso luego existo. Esto va de comida. Pienso = bolitas esas horrorosas pero necesarias para que yo exista. A mí lo que me gusta es la comida de los humanos, por eso me encantan los sábados, por eso estoy siempre en mitad de la cocina, mirando ahí a ver si algo cae: unos restos de huesos, unas cabezas de gambas, incluso patatas crudas, me encantan las patatas crudas. Mi ama se olvida cada dos por tres del pienso y mira que se lo dicen "Que tendrás que ir comprando el pienso porque ya queda poco". Y ella "sí, sí, me paso esta semana". Luego se lía y cuando no queda pienso entonces, sólo entonces, me dan lo que a mí me gusta: restos de la comida, arroz, legumbres, comida real, comida para una perra como yo, por Dios, no esa cursilada del pienso que no sé yo quién lo invento que es como si les hiciéramos a los humanos estar todo el día a cornflakes.
También me gusta cazar, es un decir, mi propia comida. Y no porque sea especialmente hábil, que soy torpe y me echo a llorar de desesperación cada vez que salimos al campo y veo que se me escapan a cientos los conejos. Pero a veces hay suerte y hay alguno más lento o simplemente ciego y allí que voy ya: zas. Lo cogí, le tengo mordido, realmente no estoy muy segura de si debo seguir o no, pero el instinto está ahí y yo lo sigo. Mi ama se enfada porque los dejo alelados y no los remato, y ella considera que eso sí que es cruel: no comérselos y dejarles heridos.
El otro día nos dimos una vuelta por el campo y volví como nueva. Estuvimos de visita en una casa con una perra de esas de raza total, una princesa rusa que parecía la tía, fue entrar en el jardin ese de la zarina y decir, yo aquí viviría. De hecho tomé posesión en cuanto llegué. Una casa preciosa en medio del campo, jardín chiquito pero estupendo, olores por doquier, cantidad de terreno fuera para la exploración que es otra de mis tareas favoritas. La exploración es otra misión perruna que pone a algunas amas un poco nerviosas si te entretienes un poco... Pero, narices, es como si la mamá del Doctor Livingston le dijera a la vuelta de Africa "Tardaste un poco en encontra las fuentes del Nilo". Y no, tía, que cuando se explora hay que tomarse su tiempo, el fin no es tanto encontrar como reconocer...
Soy una perra, me paso la vida trazando el mapa de olores y el de mi vecindario urbano lo tengo ya archisabido, necesitaría un mapa nuevo de terra incognita, vamos a ver si convenzo a mi ama.
Vida perra. El domingo se presenta tranquilo. Mi ama duerme a pierna suelta, pero yo tengo ya que salir, pero ya, Vdes. me entienden. Una perra tiene sus necesidades, esas cosas que nadie puede hacer por nosotros.