Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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viernes, 24 de diciembre de 2010

Villancico de la menopáusica



Llego al portal buscando más que nada el fresco. Jesús, ¡qué calor tengo!, ¿por qué me puse cuello vuelto?

Me río con los pastores. Lloro con San José. Y acabo discutiendo con los reyes en plena Nochebuena.

Le pregunto a María que si ella pasó por esto, (14 + 33, hago cuentas).

El niño Jesús mientras tanto se divierte con mis vaivenes.

Arriba y abajo. Aserrín, aserrán. Ea, ea, ea. Como si te meciera por dentro. Tú siempre en mi cuna. Y que todo lo demás se mueva.

martes, 21 de diciembre de 2010

A la luz de diciembre (esperando a Dios y al fontanero)

Subo a la sierra, son las cinco pasadas. Conduzco con el sol de diciembre en los ojos y la perra detrás que duerme. Encinas y pinos, chopos un poco más lejos. J. y S. me esperan en Parquelagos. Me he quedado mirando la luz de diciembre, envuelta en ella, solo unas nubes muy pequeñas como borregos. Como es habitual, me pierdo al entrar en la urbanización y casi me la doy por no estar atenta. Bueno, sería una muerte poética.

Me acuerdo de la pregunta en broma que le hacía a mi madre cuando salíamos. “Mamá, ¿qué prefieres, cultura o naturaleza?” Tocaba así museo o, cuando no estaba muy mayor, viaje o paseo. Respondía siempre, “Como la naturaleza nada…”. Pues eso. Ya la tienes toda y eternamente. Verás lo infinito y lo muy pequeño, el big bang y los corales, la selva en directo, todos los colores que no percibimos porque están en el fondo del mar o porque nuestro ojo humano no puede.

Llego a casa de mis amigos. Conozco a la madre de S. Lee el periódico de cabo a rabo como hacía mi abuelo. Noto que han pintado la casa, está acogedora con su chimenea y ese rosa claro, me siento en la mecedora de la abuela de J. A las siete y media me vuelvo. Siempre mejor que te echen de menos que de más. He hecho cocido por la mañana. Lo dejé en el tendedero. Está mejor de un día para otro, se liga y espesa. Además así se puede desgrasar algo. Quito la capa esa blanca con la espumadera.

El lunes trabajo fuera. Luego baño a Olimpia en casa. Acaba como la chica de Pantene, como Sara Carbonero, pero en perra, el pelo negro, brillante y precioso. Vienen M. y X. a comer. Luego de nuevo trabajo y a la tecla. Me duermo ya solo con medio Orfidal. A ver si para después de Navidades puedo hacerlo a pelo.

Me levanto hoy y sigo escribiendo. Es adviento. Yo espero a Dios estos días, pero también al fontanero que, naturalmente, no viene.

La luz es blanca y triste. Nada que ver con la del domingo. Llueve, más bien jarrea. Creo que voy a hacer pimientos rellenos para M J. “Por mí no te molestes”, me dijo. No es molestia. Cocinar me entretiene entre texto y texto, la preparación de clases y otros trabajos.

Estoy contenta.

Purcell y la Señora Kirkby con Vdes. Se lo pondré al fontanero en el caso de que venga. Y eso que solo he pedido un presupuesto. Ay.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Por qué me gustan las Navidades (sin ánimo de molestar a nadie)

1. Por lo que Hojas de Roble escribe en su bitácora. No se puede decir mejor, más sencillo ni con más sustancia. Después de eso todo lo demás que escribo aquí es bobada.

2. Porque aunque echo de menos a quienes me faltan, les siento más presentes estos días. Porque en la soledad estoy acompañada y protegida. Todo más en carne viva en Navidades y, por eso, más suave.

3. Porque en estas fechas a veces se ven mejor las necesidades ajenas. Porque hay gente generosa y silenciosa que hace mucho por los demás, a ellos muchas gracias.

4. Porque se puede celebrar sin consumir a destajo. Porque nadie me obliga a entrar en la vorágine.

5. Porque los niños están más en casa y, aunque pueden dar la vara, me hacen gracia. Según un amigo mío, esto nos pasa especialmente a los que no los tenemos y los vemos a cierta distancia, de visita (lo dice con la boca chica, una broma que hace).

6. Porque pongo el Nacimiento y el árbol, adorno la casa y está más agradable. Porque cocino un poco más rico –y bebo, eso también- y lo celebramos alrededor de una mesa familia y amigos (catorce este año). Los que vengan siempre caben.

7. Porque escribir la carta a los Reyes Magos es emocionante. Me hace ilusión esperar a que traigan lo que pedí, ¿quién sabe si este año?...

8. Porque tiene su aquel despedir un año con lo bueno y malo que tuvo. Y a la vez, cada 31 de diciembre recuerdo que tengo más cerca la vida que nunca pasa. Así que el tiempo corre a favor, nunca en contra. En el “mientras tanto”, la verdad, se intentará disfrutar al máximo y sufrir lo menos posible, aunque no siempre salga. Por todo eso, viva el año que acaba y el que empieza, ambos.

9. Porque siempre hago propósitos para el año nuevo y pido deseos. Porque los primeros no siempre los cumplo, la voluntad me falla, así que vuelvo a intentarlo o no, según me da el aire. Porque los segundos se cumplen unas veces sí y otras no, y está bien en los dos casos. Mis buenos propósitos y deseos creo que hacen reír al niño Jesús, a su madre, a San José y hasta a los Reyes Magos.

10. Porque no todo son matemáticas y nada es exacto, salvo lo que se celebra en Navidades, que es exactamente pequeño y por ello desmesurado.

Por todo eso me gustan las Navidades, sin ánimo de molestar a nadie.

PS: Así que, como canta Melody Gardot, "Have yourself a little merry Christmas", que tengáis unas pequeñas felices Navidades.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Esperanza (el mantel)

Viajera en tránsito cada mañana. Cuando el ánimo no acompaña, ni tampoco el exterior, húmedo y tristón, solo se puede sacar calor de donde lo hay. La esperanza es un bien, aunque es interesante la diferencia que el inglés hace entre to hope, to wait, to look forward y to expect. Recuerdo “Great expectations” y esa pena que te dejaba en el alma. Antes que la fe se pierde la esperanza, creo yo.

“Maneja bien tus expectativas”, “no esperes demasiado”, “no esperes lo que no cabe esperar”. Vale, bien. Pero quiero seguir siendo una mujer con esperanza y escribir así. Está el horror oscuro y helador, la aspereza y dureza del mal fuera y dentro, en mi interior, la falta de amor, mordiscos, dentelladas, heridas abiertas que sangran y duelen. Y la soledad, siempre la soledad. Pero también hay más: caricias por sorpresa, una pisada delicada, alguien que mira y ve, un te quiero que es verdad. Todo acaba por ser una mezcla singular y, por eso, humana. Es humano esperar.

“Cuentos felices ”, me sugirió JC. Estoy en ello, serán “Cuentos casi felices” quizás. De la felicidad de un anuncio o el final feliz impostado, falso, hasta la amargura, el escepticismo y la enmienda a la totalidad vital, ¿más pose que realidad?, me parece que hay un espacio donde moverse que no es la ilusión o el entusiasmo, bengala que dura un suspiro, nada más.

La esperanza es un lugar que tiene manchas, migas y arrugas porque se usó, tal y como acabó el mantel de ayer después de cenar. Desde ese mantel que está como está, a ver si le puedo adecentar, se puede mirar y escuchar, poner de nuevo la mesa con cuidado, invitar otra vez a ver si alguien se quiere sentar. También escribir, ¿por qué no?

Sigo con Melody Gardot. Reconocer que uno se ha enamorado da esperanza también, aunque no se tenga. (Canta "Baby, I am a fool").

PS: Viene I. a tomar el aperitivo y me dice que la esperanza parece hoy poco literaria. Vaya por Dios.

domingo, 5 de diciembre de 2010

El chopo desnudo (amarillo, ¿dónde estás?)

En Padre Damián, en la finca que ocupaba el chalet de los Paz y donde se construyó luego un edificio de más de diez pisos, siguen en pie varios de los árboles del antiguo jardín de antes, entre ellos un gran chopo que monta guardia. Detrás de ese solar está el Olivar del Castillejo que aloja a la Fundación del mismo nombre y que da a la calle Menéndez Pidal. Damaso Alonso vivió por allí. Le recuerdo a él y a su mujer, Eulalia Galvarriato, ella siempre de gris, con su diadema de terciopelo negro, menudita, con su ir y venir a la parroquia de San Fernando hasta que murió.

El chopo está ya totalmente desnudo, pero nos ha dado un otoño precioso de verdes que se vuelven amarillos que cambian en su intensidad y permanecen todo lo que pueden y más, alegrándonos de la lluvia otoñal, en contraste con esas nubes grises y tristonas que a veces hay. Mirarle cada mañana te ponía de buen humor. Hasta la semana pasada mantuvo el chopo algunas hojas, aguantando como podía. Hace ya cinco días el viento acabó por dejar sus ramas largas y delgadas como venas hasta principios de abril, calculo yo.

Antes que el chopo, la hiedra que cae sobre el muro del garaje también nos dio sus mejores colores, de verde a rojo encendido, granate y un rojo amoratado al final. Ella trabajó desde septiembre a octubre. Entonces es cuando tomó el relevo el chopo, depende del calor, pero hiedra y chopo nos acompañan hasta que el frío acaba por entrar.

Los plataneros que se plantaron mucho más tarde, en los sesenta o así, cuando esto que era campo pasó a ser ciudad con el Estadio Bernabeú, son los últimos en dejar caer sus hojas, todavía están. Los barrenderos tienen mucho que hacer con ellos, sacan esas máquinas aspiradoras y no hay quien pare del ruido.

Yo sé que en febrero, si hay suerte, por la calle Juan Ramón Jimenez brotará una impresionante mimosa. En esa esquina, que al doblar sopla un viento que te echa para atrás porque da a norte, es un milagro invernal su amarillo descarado y juvenil. Antes, en enero, las primeras flores en abrir eran las camelias de la tienda Búcaro que, el año pasado, con la crisis, cerró y nos dejo sin esos arbustos de su entrada de hojas lustrosas y flores delicadas. Así que habrá que esperar a febrero a que haya algo amarillo por aquí. O no. Acabo de decidir que voy a decorar toda la casa esta Navidad en amarillos, con limones, membrillos o peras, todo lo que encuentre o me invente de ese color, el color del sol.

Hoy es el segundo domingo de Adviento y seguimos cada día con menos luz. Lluvia, como canta Melody Gardot, rubia por cierto.

PS: Sobre los amarillos de otoño Javier Barbadillo ya escribió aquí en su día. Gracias, Javier, te iba a pedir prestada una foto, no sé cuál me gusta más.


martes, 22 de diciembre de 2009

Alegría (quejas retóricas)



La alegría tiene mala prensa. No el ser gracioso o divertido, que es cosa distinta y con mayor aceptación. Se puede ser gracioso y ser un auténtico triste, son cosas distintas. El ser alegre es juzgado a menudo como que no se entera uno, que eres un pedazo de ingenuo o un insensible de campeonato, especialmente hoy, quizá tenga que ver con la esperanza, puede ser.

Es como la Navidad: como digas que te gustan, te suelen caer veinte o treinta voces diciéndote que si el consumo se lo come todo, que si la soledad es más profunda, etcétera. Estoy de acuerdo en las dos afirmaciones, por supuesto. Pero ni lo primero ni lo segundo son impedimento, digo yo, para la alegría de estas fiestas, para la alegría en general, me parece.

Por supuesto que se han convertido las Navidades en un artículo más de consumo, en una ocasión más de mostrar que son las cosas y no las personas las que parecen importar. Pero es que uno no está abocado a vivirlas así si no le da la real gana. No hay obligación de consumir ni de comprar. En la mayoría de las veces como no da el presupuesto, pues eso que te evitas. Con decir no porque sí, o no porque no se puede, basta. ¿O hay que imponer la sobriedad y el no gastar por decreto ley a quien no quiera? No sé. Creo que la cabeza está para decidir, y la libertad es sagrada. Si uno no quiere algo no tiene por qué hacerlo, no hay obligación de consumir sí o sí o sí.

Por supuesto que también son unas fechas en las que se siente mucho más honda la soledad: la ausencia de padres, de amigos, de muchs personas. También otras ausencias o lejanías muy diversas, que se llevan como se puede, habitualmente mal. Pero es que la vida adulta es así. A menudo se vive en cierta carencia de afecto o en una permanente búsqueda de que nos quieran un poquito más, a veces que nos quieran más a nuestro gusto, a nuestra manera a menudo, que no es siempre la de los demás. "Una capacidad muy limitada de querer con una capacidad ilimitada de ser querido" leí el otro día que éramos cada uno. Joé, qué cierto. Pues ya está ¿no?, como le des muchas vueltas, te vuelves del revés. Quizá nos estudiamos mucho y estudiamos mucho a los demás en eso del querer, podría ser.

En fin, que no me gustan nada los agoreros y los tristes. Otra cosa es la melancolía, la tristeza suave y alegre de algunos hombres, de las propias Navidades también, de la vida en general. Que el mundo puede ser una mierda ya lo sabemos. Que hay desastres lejanos y muy cercanos no cabe duda, haría falta estar ciego. Pero que con aguafiestas, quejosos y tristes todo lo anterior no parece mejorar, eso desde luego.

Esa cultura de la queja y del victimismo que se ha instalado en occidente, a menudo entre quienes se supone que tienen cabeza, como una especie de pose o de condición sine qua non para demostrar que eres inteligente o sensible, me tiene hasta la coronilla. Es una queja retórica que se repite. Quienes la emiten viven o han vivido como San Pedro habitualmente y sólo quieren más atención personal, nada más. Es elemental, comprensible a menudo, pero elemental, diría más: es infantil.

Me parece todo respetable, faltaría más, pero tengo la sensación de que a veces aquí quienes no lloran, no maman, y una mano a menudo tampoco acaban por echar. Están demasiado ensimismados con el "yo, yo, yo, qué penita me doy y qué penita quiero dar en particular o en general, hacedme caso, por favor, miradme más.."

No puedo con la con la ingenuidad esa de "We're the world, we're the children", con los finales felices por decreto ley, con la Casa de la Pradera, en fin, con el "too er mundo e güeno", el buenismo, etc. No lo puedo soportar venga del lado de donde venga, que de todo hay.  Se puede hacer poco, bastante poco por los demás, y hasta por uno mismo al final, no por nada, es que somos todos muy limitados.  Pero desde luego también me da una pereza inmensa la retahila cansina de quejas hechas desde el confort: "pobre yo", "pobre, que no hay quien me quiera", "qué feo es el mundo", "qué mala mi vida", etcétera, etcétera.

Vaya morro que nos gastamos a veces, es de impresión. Especialmente porque las quejas no suelen coincidir con los desheredados de la tierra, esos que habitualmente nunca se quejan: no tienen tiempo ni a veces fuerzas, no tienen ni voz. Los que no lloran, y menos en público, son los que a menudo tienen muchas más razones por las que llorar me da por pensar. Aunque quizá estoy equivocada, podría ser. En fin, siento esto que he escrito, es que hay veces que te dan ganas de dar un meneo en general y otras en particular, de verdad.

Quedan 2 días para la Navidad.

PS: La foto es de un cuadro de Alberto Guerrero de la serie Moby Dick. Melancólico pero alegre, se da.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Vida perra X (Solsticio de invierno, sol ya quieto)



Estamos en los días más cortos del año, soy perra y lo siento. Llega el invierno y, como una contradicción, mañana comienza a alargar la luz y  a ser más breve la noche de nuevo.

El sol quieto, solsticio de invierno.

Sábado activo por la mañana. Ella compró temprano y cocinó para los 12 que serán en la Fiesta Grande, la de cada año, ese día extraño para nosotros, los perros. Y, sin embargo, sabemos que algo pasa. Siempre nos cae algún hueso, algún resto. El Creador es también con nosotros bueno.

Sol quieto, cada vez más quieto.

Escribió luego. Y leyó en voz alta no una vez, cuarenta. Imprimió y otra vez leyó. Y luego leyó más, y luego se durmió, y otra vez a escribir y a leer. Salimos después. Ella volvió tarde, necesita olvidarse por un momento, ver gente, reírse para luego quedarse en silencio, acompañada y al mismo tiempo ausente.


Hoy otra vez lo mismo, siguió escribiendo, desayuno de chocolate con churros con los sobrinos, corto  nuestro paseo.

El sol entró a raudales por la ventana, yo dormida en la alfombra muy cerca de ella.

Luego leyó en voz alta. De vez en cuando alguien le llama por teléfono y se cuelga media hora. Vino un amigo a tomar café. Vuelta a  escribir y leer.

El sol estará más quieto en unos días, se parará en el cielo, y todo entrará otra vez en movimiento.

Extiende sus lazos mi ama a través del teléfono, también con la otra máquina de la que sale luz. Teje una red amplia y densa, un círculo extenso. Habla con los vecinos, con los chinos del supermercado, con sus amigos, con su familia, con quien conoce ya y con quien no conoce siquiera. Se acuerda de unos y otros, de los que están cerca y, sobre todo, de quienes están ya lejos. Los tiene en su corazón. Y aprovecha la menor ocasión entre silencio y silencio.

Sol quieto, ama.
Sol muy quieto ya.

Precisamente porque necesita de la soledad y del silencio, busca luego la voz humana y el afecto en palabras y gestos, como los busco yo, su perra. Sociabilidad y apartamiento en extraña combinación: de uno en uno de tanto en tanto, en grupo también, después solas las dos y en silencio.

Por eso nos llevamos bien, nos entendemos,  las dos necesitamos de esos tres tiempos y espacios.

Llega el invierno, más luz a pesar del frío helador, más, como hoy, día  de sol espléndido en Madrid.

Sol quieto, se parará el firmamento, cambiará el universo y todo se hará de nuevo.
Cuarto domingo de Adviento. Faltan cuatro días para la Navidad. Esperando a la Luz con la luz ya del invierno.

PS: Las fotos son de Alejandro Schifferstein, tomadas estos días en los alrededores de Cerceda, creo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Estar sencillamente (la visita de Tana)


Tras varios correos y viajes mios quedamos Alejandro y yo que nos vemos este miércoles para tomar café. Estoy contenta, me ha costado dejarle allá tan arriba, en Cerceda, a él y a Tana, mi perra que él acogió en adopción. Yo no podía con ella. A veces es mejor reconocer que no puedes con algo, con trabajos, con perros, con situaciones diversas. Cuesta sobre todo porque algunas personas tienen tendencia a asumir más cosas de las que pueden o simplemente asumen lo que no pueden. Pero es mejor decir "no puedo con esto" después, que enrocarse en algo que no puede ser hasta romperse. Hombre, el ideal sería tener más sentido común a priori o verlas venir antes de lanzarse, pero no siempre es posible, especialmente entre quienes no pueden decir no  por una extraña sensación de culpabilidad, por simple entusiasmo también, o porque se creen superman o superwoman. El sentido común es el menos común de los sentidos, ya se sabe.

Como fuera y cuando vuelvo a casa y estoy abriendo el portal veo a Alejandro que llega. Trae a Tana, no me había dicho nada el muy sinvergüenza... Casi me echo a llorar al verla, tan guapa y tan grande ya. He criado a Tanita desde que tenía menos de un mes hasta los siete en que se la pasé a Alejandro, el entrenador y mi amigo ya. Está educada, está feliz, sé que hice lo que tenía que hacer, lo sé. Mañana cumple el año.

Qué alegría tenerles a los dos para el café. Olimpia no piensa lo mismo respecto a Tana, casi la muerde al entrar. Mi perra tiene celos de todo lo que me toca, pero si es un perro mucho más.

Hablamos Alejandro y yo. Nos escuchamos. También hay silencios y pausas. Es fundamental el silencio entre amigos. Es cuando sabes que ya lo eres de verdad. Bueno, eso, y cuando has desilusionado o decepcionado seriamente y un par de veces al otro. Hasta entonces pienso que no hay verdadera amistad.

Es estupendo entrar y salir, ir al teatro o al cine, a tomar una copa, a cenar, a un museo o una exposición, también viajar. Pero lo mejor es tener tiempo para estar sencillamente. Debería estar trabajando, leyendo o escribiendo esta tarde, pero no. Voy a estar con Alejandro porque le quiero, es mi amigo. Me encanta la gente, los grupos, soy gregaria o sociable. También me gusta cierta soledad. Sólo esa cierta soledad tan incierta,  la puntual, la suficiente para no ensimismarte, para poder estar mejor con una misma y, precisamente por eso, luego con los demás. Creo que saber estar sola, sin odiarse ni aburrirse tampoco, ni  estar embelesada, casi como en una buena amistad, es fundamental para saber apreciar a los demás en todo el valor que tiene la buena compañía, que es mucho. Por eso, por encima de todo, de las cosas que más me gustan en esta vida es poder echar la tarde con un amigo, con una amiga: sin prisas o las quitamos. Nada por delante, aunque lo haya.Y no el bulle-bulle ese que a veces se puede tener hasta entre amigos, el tener que hacer de continuo me agobia: ven, sal, ahora vamos aquí y luego allá, etc. No, me encanta no tener plan, ni programa de actividades, por eso a veces me planto y me da igual que piensen que soy una borde. ¿Qué vamos a hacer? No vamos a hacer nada de especial, tranquilidad. ¿Hace falta hacer algo siempre? Pienso que no.

El cara a cara sentados es importante De uno en uno, de una en una también, como mucho tres, cuatro, no más. Si no, para mí, no hay amistad. Hay conocimiento de superficie y poco más. Y está bien, no pasa nada, pero es lo que hay. Estupendo, a veces es lo que puede haber por lo que sea. Hay que tener conocimientos, es otra categoría distinta a la amistad con su peso también.

Creo que al final lo que vamos a hacer de más valor en esta vida es estar, acompañar. Algunos educar, una tarea fundamental. Otros hacemos papeles, luego se llamará como se llamará, pero son simples papeles. Pero todos podemos llegar a acompañar un rato a otros, a los que toque, en familia, con amigos. De lo más humano que tenemos pienso yo que es acompañar, tampoco hay que aspirar a mucho más. Y se hace hablando y sin hablar, preferentemente en silencio, estando al lado. En general creo que no hay que dar muchas explicaciones, ni siquiera es necesario a veces hablar. Hay que estar, sencillamente estar. Todo se sabe o se llega a intuir. Ni palabras se necesitan en algunas ocasiones, sobran a menudo.

Faltan 21 días. Acompañar la espera y poco más.