Leer cansa más que ver cine. Así que me aplico el cuento. Cuando no puedo más de trabajo, de escritura o de lectura en su caso, voy a al cine, que es lo que más me relaja. He visto dos películas fantásticas. No sé cuál me ha gustado más, la verdad.
La primera fue “En tierra hostil" (The hut locker), que me ha impresionado. Su directora, Catherine Bigelow, tiene también en su haber otra que me apasionó igualmente, “The widow maker”. Me gusta el cine de guerra, el clásico y parte de lo que ahora se hace. Creo que en la guerra está lo peor de lo peor del ser humano, pero también hay destellos de aspectos interesantes. O yo tengo esa sensación, vamos. En este caso, es el valor que hoy, a todos los niveles, me parece, brilla por su ausencia en nuestro occidente, tan adormecido, blando, cómodo y terriblemente cobarde en líneas generales. Hay excepciones, por supuesto. Y no sólo en lo físico: intelectualmente hablando hay más cobardes en la actualidad que estrellas en el firmamento. España es casi paradigmático en esto: eramos valientes y grandes, pero somos hoy un país de cobardes y pequeños que hablan mucho, pero que están dispuestos a hacer en general poco. Y cuando alguien da un paso al frente es una sorpresa. Nos parece hasta raro y buscamos el rastro de la locura o del interés propio, tan mal acostumbrados estamos a que haya eso: gente más valiente que otra y más generosa que nosotros.
A mí el valor, la valentía, me interesan. Es uno de los temas que más me atraen. Creo que hay que diferenciar el valor o la valentía del simple arrojo o de la imprudencia, también de la locura de aquel a quien no le importa nada y, como no tiene nada que perder a veces, se arriesga a lo que sea. O sea, hay locos que no son valientes, simplemente no están en sus cabales. Pero hay valientes a quienes hoy llaman (llamamos) locos y no lo son en absoluto: es que son más valientes que otros, que somos (son) más cobardes, más cómodos. No todo el mundo es igualmente valiente, me parece. Sin embargo en la actualidad la valentía tiene mala prensa, es incómoda y no gusta nada. Y luego, como hoy todo y todos somos "iguales" por el maldito igualitarismo que se confunde con la igualdad, no se reconoce que hay gente más valiente, y es, en eso, mejor que otros, digna de admiración, quizá no en todo, pero sí en eso, en esa valentía que demuestran en un momento dado. A mí por lo menos me parecen dignos de emulación también, ejemplares. Otra palabra o concepto maldito, ser "ejemplar" en algo. No: hoy lo mejor es ser mediocre, así no se molesta a nadie. Y por eso son los mediocres quienes suelen estar al frente, no solo en política, aunque ahí se nota más y es clamoroso. También en la empresa, en la universidad, en muchas partes, en todo este país donde estos años de progresía rancia se han sumado a los otros de franquismo y papá estado, y en donde una casta nueva de intocables mediocres se ha sumado a aquella otra casta ya antigua formada igualmente por mediocres. Aquí el mérito es visto bajo sospecha y el riesgo -empresarial o el que sea- es minimizado y nos da miedo. Solemos preferir las confortables faldas de alguien que nos proteja y cuya figura no sea grande, sino pequeña. "Vivan las cadenas", bien lo sabemos, de antiguo ya viene, da igual aquel monarca o lo que tenemos, nos gusta ser esclavos, no libres: ser libres cuesta.
Esta película muestra el trabajo de los artificieros que desmontan bombas. En este caso en Irak, un lugar difícil, complicado, donde las tropas americanas con otras de otros países llevan ya unos años. Mal todo, complejo, difícil. Realmente no sabes bien cuál es la solución si es que la hay, digo a nivel macro, de escenario político internacional. Esta película muestra parte de esa complejidad, no es lineal, no es de buenos, ni de malos, a Dios gracias. Cuenta casi como un documental (tiene la misma factura) la pequeña historia de un hombre, de unos hombres, y sus contradicciones, pero también ese algo tan insólito como es el valor, que también puede ser en algún caso, como el del protagonista, la falta de encontrar un sentido al confort y a la vida “pacífica” de cuando uno vuelve a casa, cierto atisbo de locura hasta comprensible.
La escena del supermercado es de antología y una acaba por entenderle. Si la alternativa es poder (y saber, ay) elegir entre 200 tipos de cornflakes… o jugarse el tipo... casi te quedas con la aventura, el riesgo y la muerte, que es vivir al menos, lo otro son sucedáneos. En la vida muchas personas necesitan desafíos y no un sofá donde tumbarse, mucho menos un lugar donde arrodillarse y rendir pleitesía cada mañana de modo obediente y rutinario al consumo, al poder, al partido, a lo que se lleva, a lo que sea... para luego seguir quejándose. Cobardía y queja, mientras no se hace nada, hoy van de la mano: es seña de identidad muy propia en algunos lares. O, desde otro punto de vista: solo los cobardes que dicen "sí, señor" siempre y comulgan con ruedas de molino son los que progresan en política, en empresa y socialmente, por eso estamos como estamos. Es sólo una opinión, aclaro.
La segunda película, "Invictus", es también estupenda, sobre Mandela, un personaje que parece, por así decirlo, todo lo contrario, pacifista. Pero es la otra cara del valor, de la valentía, creo, tan importante y necesaria como la otra, la del paso adelante: el líder sudafricano representa la resistencia, el valor de no devolver el mal con mal siempre, la concordia, etc. Otro modo de ser valiente.
Me interesa también mucho la paz que no sea el “no nos metamos en líos por si acaso”. O sea, algo más que dejar que el mal avance, no vaya a ser que le molestemos y nos haga daño, mejor calladitos y a lo nuestro. Un caso que se me ocurre muy tonto: el de Europa antes de que los americanos entrasen en la 2ª guerra mundial, que se ganó gracias a ellos, a los yanquis, siempre tan malos. Siento este dato, porque si es por los europeos, no se gana: dejamos que Hitler o la Unión Soviética avanzasen por pacifismo y no molestar a los grandes.
Tengo que reconocer que, más allá de Mandela, a mi me gusta mucho Clint Eastwood, el director de "Invictus", que es un tipo muy inteligente, nada políticamente correcto, que sabe contar historias como pocos (sabe la diferencia entre la piel dura y ser un tipo fuerte, son dos cosas distintas). Algún lelo ha querido "desmontar" a Eastwood con una biografía sobre sus debilidades o su "lado infame": hace falta ser tonto, por Dios. Que Clint no era una hermanita de la caridad ya lo sabíamos, no hace falta ser un lince para imaginarlo. Pero sus películas son estupendas... y la envida es siempre muy mala; de nuevo ese afán "igualitarista" de querer tirar por los suelos a los grandes: nadie dice que Eastwood sea el yerno o marido perfecto, me es indiferente ese dato a este efecto, sólo digo que hace unas películas estupendas, mejores que las de muchos otros. Todavía tengo en la retina ese final de "Gran Torino": toda una impresionante declaración de principios para el que fue pistolero del oeste, Harry el sucio, etc.
El caso es que esta película es sobre el perdón y la concordia, también sobre la inteligencia. Fue curioso hablar con Pepa, una buena amiga, y que coincidiésemos las dos: es una película muy para España. Quizá debieran verla las altas instancias políticas del país, pero también formar parte de la educación para la ciudadanía y no tanta chorrada. No sé, me vino a la cabeza, ¿por qué será?, lo de la memoria histórica y personas concretas, ese afán constante por querer dividir y no unir, intentar hurgar en viejas heridas, no por justicia -siempre importante-, sino para sacar tajada y rédito propio cuando no se sabe por dónde tirar, cuando no se vale ni se tiene peso. Da la sensación de que cuando alguien simplemente no sabe qué hacer, ni dirigir, ni gobernar, hay muestras más que suficientes, le da por abrir heridas que es lo más fácil. O cuando alguien no puede sacar adelante el trabajo de un juzgado, que es mucho, y le tienta la cosa mediática de estar en el candelero y ser importante, pues a lo mejor le da por ahí: no hay riesgo alguno en abrir heridas viejas, creo, eso es estar en la demagogia y encima a toro pasado, me parece. Es más difícil unir que dividir, sobre todo si se hace cuando no hay ya peligro alguno, a más de sesenta años vista. Es más difícil ser magnánimo que un resentido, que solo hay que saber azuzar y se suele ser cuando no se tiene valor, ni corazón, ni inteligencia . Pero es algo que se me ocurre al hilo de una buena película y de un líder nato, válido y valiente como Mandela, que hace todo lo contrario a lo fácil y, encima, se reduce el sueldo, eso también: nada que ver con nuestra realidad política y judicial. No sé cómo se me ocurre esa asociación de ideas, ese contraste, tras ver "Invictus".
Mandela estuvo 27 años en una celda, preso, en unas condiciones infrahumanas. Esta película narra la celebración del mundial de rugby en Sudafrica y cómo el equipo nacional (odiado antes por ser identificado con el apartheid y lo peor de esos blancos afrikaaeners) logra “aunar” voluntades y entusiasmo gracias a que Mandela, ya presidente, no es un lelo, es alguien inteligente y bueno, ambas cosas. Al lado de otras cintas de Eastwood es menos interesante, pero es excelente. Freeman está muy bien, aunque el óscar espero que vaya al protagonista de "En tierra hostil", la verdad, y Matt Damon también. El rugby es un deporte de caballeros que juegan como si fueran hooligans mientras que el fútbol es lo contrario, hooligans que juegan como si fueran caballeros; que cada uno elija qué prefiere.
La figura de Mandela es lo que es un líder: alguien que, para empezar, se lidera a sí mismo, y no se permite la gran debilidad que es la venganza, el ajuste de cuentas o el resentimiento. Eso una persona no debe de permitírselo nunca, pero un presidente de una nación, alguien que hace cabeza, mucho menos: sin comentarios. Luego, para añadir, Mandela es alguien que "pasa" de perder votos o apoyo: para eso está un líder, para decir lo que resulta a veces incómodo y no va a gustar nada, para empezar, a "los suyos", el sangre, sudor y lágrimas que dijo ya Churchill. La escena con su jefa de gabinete diciéndole que va a perder apoyo de "los propios" y él pasando es de las mejores, para que muchos tomasen nota, la tomásemos. Da igual caer mal, es lo de menos casi siempre: es una gran libertad que no importe nada lo gordo que se puede caer a veces, que el fondo de las cosas (la verdad, lo bueno) importe más que los votos o la popularidad.
Transcribo el poema de Henley, "Invictus", que Mandela recitaba en la prisión, un poema que inspira, la poesía tiene que ver con la supervivencia casi siempre. Es el poema que da al capitán del equipo nacional de rugby. Se lo he mandado a hijos, a hijas, de amigos míos, en plena adolescencia: ser el capitán de uno mismo es mucho más difícil que cualquier puesto o mando en plaza, incluyendo la presidencia de un país. La valentía no es sólo el saber avanzar venciendo el miedo, sino la resistencia, el aguante, el extender la mano o el abrazo, a menudo mucho más difícil que el saltar para que te disparen a ti el primero, el mostrar el pecho o la cara para que te la partan, porque no te importa y hasta le encuentras cierto placer a que te den y tú ya estás habituada a que lo hagan. Bien lo sabemos los adultos, bien que nos cuestan ambas cosas, el avance, pero también la resistencia. Cada día cuestan las dos, y se llega a hacer uno sangre si lo intenta de verdad, creo.
Lo dicho, dos películas estupendas sobre dos hombres en todo el sentido de la palabra (no de masculino, de persona). Faltan, con todos mis respetos lo digo, pero faltan.
INVICTUS (William Ernest Henley, 1849-1903)
Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul. -
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed. -
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find me, unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate;
I am the captain of my soul.
INVICTUS
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
Clint Eastwood se pasó haciendo películas de vaqueros durante bastantes años. Spaghetti western, una variación del género. En mi opinión, una mala derivación, nada que ver con los grandes western, Ford, & company y otros, me encantan. Pero hace falta ser Ford, un genio. Es lo que ocurre. Pienso a veces que algunas pretendidas variaciones de muchos "clásicos" (sean de cine o de literatura supuestamente maldita, es un poner), no llegan ni a la suela del zapato del original. Aunque hay gustos para todo, faltaría más.
Si tu argumento cinematográfico, como pasaba en muchos spaghetti western, se reduce a ir de vaquero guarrete y tienes al final sólo tres líneas de diálogo real -entre otros el famoso "Make my day", el mismo Clint hizo bromas con esto- y, como mucho, el gesto siempre cansino de añadir otra muesca más a tu pistola, el potencial como actor queda francamente reducido. Para un buen actor, como Clint Eastwood y otros.
Siempre habrá partidarios de los spaghetti western. Pero claro, una cosa es verlo como espectador –tú no estas en esa peli- y, otra, ser el que repite una escena ya tantas veces conocida, siempre la misma. Por mucho que vayan a verte, luego la gente sale del cine y tiene una vida más plena y rica que la tuya de pistolero. Pero se distraen con los tiros y eso, con el ruido, y, si encima la pasan gratis por la tele, pues ya ni te cuento.
Eastwood no es que hiciera mal de vaquero o de duro, que lo bordaba también. Es que superada cierta edad a algunos hombres les da por querer variar un poco. Ya se conocen y conocen el mundo lo suficiente. Otros no han tenido ni que pasar esa fase, eso que tienen ganado.
Cambió así de registro bastante mayor. Lo amplió, dejó de ser tan monocorde. Y empezó a tener una mirada, mejor dicho, a mostrar esa mirada que ya era propia. La suya. Se deshizo de la piel dura, le limitaba.
Como actor, algo de su mirada ya se percibía antes del cambio. Pero, como director, su mirada es impresionante, cada vez más, a medida que se amplía y gana en perspectiva, claro.
Profunda. Variada. Conoce el mal. Intuye el bien. No juzga. Contempla. No tiene prisa alguna. Es un narrador fantástico. Estarías horas escuchándole y mirándole también, cada surco, cada arruga. Aunque no estés de acuerdo con él siempre, por supuesto.
Los caminos de Dios son inescrutables. De muchos lodos salen aguas cristalinas, más limpias muchas veces que las que nacen montaña arriba. Y gracias a esos barros, precisamente, pueden ser algunas aguas tan limpias luego. Así de generosa puede ser la vida.
Quizás Eastwood necesitó de los spaguethi western, de esos papeles de vaquero o duro oficial, tan reducidos y repetitivos -y con su público, sí- para poder ser lo que es hoy. Un hombre con mirada, no le hacen falta ni las palabras.
No soy una experta en cine. No he visto todas las películas de Eastwood como director, tampoco como actor, me faltan algunas, creo que pocas. Por mencionar, sólo entre mis preferidas, creo que alguien que hace Bird, Un mundo perfecto (mi favorita), Sin Perdón, Medianoche en el jardín del Bien y del Mal, Los Puentes de Madison, Mystic River, Million Dollar Baby o Banderas de nuestros padres –aunque unas me gustan más y otras menos- es alguien que tiene algo importante que contar o que contemplar. Sin que sea él mismo, ni mirarse de continuo el ombligo. O sea, un hombre.
Sin punto de comparación con quien fue, ya pasados los cuarenta -las cosas a veces llevan su tiempo, mucha paciencia con uno mismo para empezar-, comenzó a hacer otras cosas más interesantes en cuanto se empezó a desprender de esa piel dura. Y fue capaz de cambiar.
Nunca es tarde para nadie y Clint lo demuestra. Tener mirada propia, descubrirla, para ir mudando lentamente esa piel a veces tan dura que ni siquiera es tuya, que te acaba limitando. Salir de ella. Dejarla atrás.
Hay una escena mínima entre las tantas veces nada amables o cómodas películas de Eastwood. Es una nimiedad. Además, ni siquiera es una de sus cintas emblemáticas, lo sé.
Se trata de “En la línea de fuego” donde comparte cartel con René Russo, mujer cañonazo como hay pocas. Hay un momento en el que ella se despide y se aleja luego. Creo que están en Washington, al aire libre. Y él la mira mientras se distancia y se dice a si mismo bajito “vuélvete y mírame, vuélvete y mírame”. Seguridad de un tío de que ella le va a mirar otra vez, como así sucede. Ella se vuelve para mirarle, por supuesto.
Pero es que Eastwood ya no es ese vaquero guarrete por el que una mujer como Russo no volvería la vista, ni la levantaría siquiera. Ya sabes lo que el cowboy te va a decir, a contar, lo sabe hasta él: "make my day", muesca en la pistola, que el pobre bien reducidito que tenía el diálogo y hasta la acción. No hay nada más.
En ese Washington con viento, en esa cámara que sige a la Russo que se aleja y que al final y lentamente se gira sobre sus talones, y le mira, está ya la mirada del Clint Eastwood: variada, con matices, la mirada de un hombre. Sobran hasta las siempre reducidas palabras del vaquero aquel. Ni otras palabras nuevas necesita ya para que ella vuelva la cabeza. Sin palabras. Solo con la mirada.
Una mirada que no es cómo Clint se mira o mira a Russo. Al final, siempre es limitada la mirada de un hombre sobre una mujer, no por el hombre, que también, sino porque la mejor de las mujeres es siempre limitada e incluso la mejor mirada acaba por abarcarla y sabérsela.
Es cómo mira al mundo Eastwood. No a si mismo, no a ella siquiera.
Por esa mirada de hombre sobre el mundo se vuelve para mirarle de nuevo una mujer como René Russo. No por un tipo de spaghetti western, con las uñas manchadas y oliendo a estiercol. Quede el vaquero para las chicas de salón, encantadoras señoritas siempre, por supuesto y sin duda alguna. Mujeres como René no juegan en la liga de los del "make my day", sino en la del Eastwood maduro, con mirada y al que no le hacen falta palabrería, ni antigua ni nueva ni un guión ya sabido de repetido.
Sólo tener una mirada de hombre, de verdad. No una piel dura.
Escrito queda con cariño, simpatía y las tripas. Aunque a veces lo que pide el alma es batirse en duelo a primera sangre, ver a algunos hombres con el alma tan fina, tan tíos, sirve para envainar la espada y sacar solo el florete, siempre inofensivo. Ingenuo y hasta infantil, lo sé.
Hay que ver qué piel tan dura se nos puede poner a veces. No es curtida, es otra cosa muy triste. Nadie estamos a salvo de esa piel dura, da igual hombres o mujeres, nuestra edad, hasta la supuesta sensibilidad o educación, que a veces tan bien disimulamos.
Se supone que con los años se nos afina de nuevo la piel. Que volvemos a ser otra vez como bebés. Y acabamos de ancianos con ese tacto frágil, como de cristal. Pero, a veces, te das cuenta de que no es así.
Por eso es tan de agradecer a distancia la piel delicada de un hombre que rebasa los cincuenta y como si nada. Reacciona si le pinchan o si piensa que le pinchan. Buen síntoma de piel y corazón jóvenes, qué alegría, por Dios. Pero, a la vez, mantiene esa elasticidad casi adolescente, inocente, de volver a su sitio, como cuando presionas con la yema de un dedo a un niño: la piel vuelve colocarse en su posición original rápido, sin marca. Impresionante y admirable, siempre. En un hombre más. Olé. Olé. Y olé. Pero hoy la piel dura, inflexible e impermeable, se lleva mucho.
Se presume incluso de determinadas variaciones de piel dura. Aunque toda forma de piel dura es tan vieja como el mundo.
Piel dura de quienes se consideran puros. Mal está. Hay que tener la piel muy dura para no darse cuenta de la propia y constante falta de sensibilidad tantas veces. Presunción triste de considerarse limpios o mejores. Y no, que manchados siempre estamos todos. Y no hay tipo de mancha peor ni supuesta limpieza mejor, vaya Vd. a saber.
Piel dura para no abrirse a nuevos vientos, a otras pieles, por miedo a la contaminación, no vaya a ser que si vemos lo que no queremos, o en lo que no creemos, nos volvamos peores. ¿Y por qué no, quizás, mejores? Es hasta posible que abiertos, más sensibles de verdad, podamos volvernos nosotros, no los demás, un poquitín mejores, con suerte caerá todavía esa breva tan necesaria.
Pero hoy de la piel dura que más se presume quizás es otra. Antigua y aburrida como la presunción de limpieza. Me refiero a la piel dura de ir de pecador por la vida, de canallita. Así, con orgullo y autoaclamación privada primero, popular después. Aunque, francamente, siempre son los mismos pecados o, mejor dicho, el mismo, único y repetitivo. Una pesadez, vaya.
La piel dura es esa del que se hace el machito, vaya tío que soy, o, también, que las hay, "la tremenda": "yo todo esto lo superé, niña, hace varios lustros, qué tiempos aquellos cuando éramos inocentes". O ese dicho tan falso de “las chicas buenas van al cielo y las malas vamos a todas partes”. "Defíneme mala y buena y no seas simple", le pedí a una buena amiga. "Y olvídate de Mae West, por favor, que hubo sólo una". " Luego, si quieres, muéstrame un punto geográfico de este planeta o galaxia donde una mujer quequiere ser buena, de verdad, -no esa caricatura chorra de niñita buena en la que tú crees, no yo- no pueda ir". Todavía estoy esperando que me responda.
Joé, vaya follón, con perdón por la redundancia y la obviedad, y vaya literatura barata se le puede echar a saltar de cama en cama mientras se deja el alma en el armario, ahí guardadita, no vaya a ser que pierda lustre. O que la hagan daño, vaya por Dios. Y luego dicen que son otros los inocentes, joé.
No es piel dura la del niño que, sin malicia, tantas veces como muchos adultos, hace daño, se lo hace, sin querer, así es la vida siempre. Ni tampoco es piel dura la del pobre, en cualquier sentido, hay muchos. Bien lo saben quienes han trabajado con la miseria, allí donde se mezclan pobreza material y moral.
Pero algunas pieles muy duras – ni de niño, ni de pobre, esas nunca lo son- necesitan de otra sensación más, quieren un poquito más de dureza aún. A ver qué pasa.
Aunque sea todo más viejo, y más cursi todavía, que Madona (la cantante) subida a un escenario, provocando allá por los 80, igualito. Escandalizar con algo a alguien, a ver si todavía se puede. Y con lo más sagrado que hay, y a la vez, lo menos. Por ser lo más sagrado, es lo menos, qué tristeza.
Nadie le responderá. Líbrenos Dios de hacerlo. Otra cosa sería si, en vez del crucificado, fuera Mahoma o Alá. Risotadas y "qué malo, qué malo que soy". Un niñato, que no un niño, ni media bofetada vital tienen a veces estos tan tremendos. Pobres también, como todos, todos somos pobres. Esa es la verdad.
La piel dura no es la piel original de las personas ni la que la vida hace. Curtirse sí, endurecerse jamás. Lo último es cosa nuestra, no de la vida. Porque llegamos a pensar que esa piel dura nos protege, nos inmuniza, habitualmente de la soledad. Solo, siempre solo; sola, siempre sola. Al final, así es. Por eso, piel dura, cada vez más, para no sentir la soledad otra vez. Y no hay tacto que te haga compañía de verdad. A la legua se ve, se nota, se palpa y hasta se huele. Y se lee. Así es la vida de las pieles duras, que cada vez necesitan más para tener al final menos y a nadie.
Pero la piel dura se cura. Se muda más bien, cae. Y no a base de más refriegas o exfoliaciones. Se acaba desprendiendo cuando adquieres una mirada propia, cuando la descubres y te la trabajas. Y eres fiel a ella, dejando atrás la piel dura.