Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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lunes, 30 de agosto de 2010

La señora de los geranios


Estos días pasados he visitado pueblos, castillos y monasterios de los alrededores. De todo ello he tomado notas en mi cuaderno. Cuando pueda lo sacaré aquí o en "Un vaso de buen vino", una bitácora alojada en El Norte de Castilla donde me van a echar por vaga, hace meses que no la alimento.

Pero bueno, yo en este momento lo que quería contar es lo que más me ha gustado con diferencia de todas estas visitas. Y es lo siguiente.

Llegas a un pueblo, pongamos Cuellar o Coca, Tudela o hasta Quintanilla u Olivares, éstas dos al amparo de esa parte del Duero donde el buen vino de Ribera se hace. Pues bien, antes que en castillos o bodegas impresionantes, o incluso el Monasterio de Santa María de Valbuena, reparo en algo pequeño, hermoso y constante: los geranios que muchas mujeres cuelgan de balcones, con los que adornan terrazas y ventanas. Son rojos, rosa claro, rosa puñeta, naranja butanero o lila casi, algunos amoratados o granates, menos hay de los blancos, pero todos revientan de flores, son cuidados y alimentados por unas manos femeninas que riegan.

La restauración y mantenimiento del patrimonio castellano y leonés lleva mucho dinero. Aquí hay una colegiata cuando menos te lo esperas, a menudo iglesias en cada pequeño pueblo para caerte de espaldas. Tenemos tanto que casi no podemos con ello, es una cuestión de recursos. Pero junto a arquitectos que saben, restauradores que hacen bien su trabajo, oficios y artesanos (carpinteros, canteros, vidrieros, etc.), empresas y sector público que apoyan sin descanso… a mí me parece que hay alguien que hace algo fundamental que es poner geranios en una maceta, en una jardinera, adornando los balcones, las casas, sin que nadie les diga nada, solo porque ellas quieren.

Sin ellas, sin esas mujeres y sus geranios, ni las iglesias, ni los monasterios, ni lo castillos o las plazas o los cercanos conventos lucirían iguales, sería todo de cartón piedra. Hay un factor fundamental ("agente" diría la burocracía siempre tan cursi) que ha pasado desapercibido en esto del mantenimiento y es la Señora Julia, la tía Marta, la del Zacarías o la Puri, que ponen tiestos, pequeños o grandes, con geranios de todos tipos y alegran lo que vemos.

Tú sabes así que por aquí vive gente, que esto no está muerto o es para enseñar a los turistas solamente. Esas piedras o aquellas, en mejor o peor estado, parecen más humanas y nos recuerdan nuestro pasado y lo que somos si un geranio está cerca. Tras él siempre hay una mujer que hace que algo crezca. Es presente, pero es pasado, porque así se hace la historia: con piedras, esplendor y miseria, con arte, batallas, etc, y, de fondo, el cuidado que mantiene y alimenta la vida pequeña que es la al final nos sustenta.

Vienen los de la Junta, la Diputación dice que esto o que aquello, el Ayuntamiento añade o niega, discuten los expertos… Todo muy bien, pero la señora del geranio es la que tiene no la última palabra ni tampoco la primera, pero desde luego sí el acento en todo esto.

Yo se lo agradezco.

viernes, 27 de agosto de 2010

Tomate que sepa

Llevo a la búsqueda de un tomate que sepa a tomate, se entiende, varias semanas. Estoy en la vega del Duero, cerca también del Cega, voy a Tudela, aLaguna, a Herrera, y sigo probando tomates a ver si encuentro de los buenos. En el supermercado de este pueblo, Boecillo, ni lo intento.

El caso es que los nuestros, los de la huerta, se han atrasado, y eso que por Santiago antes ya estaban para cogerlos, pero este año, según Carlos, el pastor, todo va más tarde, así que los espero

Fui primero a Tudela, donde hay muy buena huerta, pregunté por la calle por tomates de los que supieran. Me dieron las señas de una frutería en la calle Salegas, compré un kilo, sabían, pero no me quedé contenta. Volví a intentarlo en Laguna, me decía Carlos que allí maduran antes que en Tudela. Compré en una frutería que me indicó él.

Volví a Tudela y volví a intentar esa búsqueda callejera, por probar en otro sitio que no quede. “Mire, yo querría tomates del terreno, de los que saben, de los de aquí…” Me contestó uno del pueblo que eso que yo buscaba ya no existía, que las semillas se perdieron, que se cultivan otros… pero que en cualquier caso fuera a… otro sitio en Tudela. Pedí probarlo antes de comprarlo, no me gustó, lo pagué antes de comérmelo y dije al final que no. En fin, de nuevo en la calle Salegas, compré varios kilos para la familia. Mi tía y mis primas, mi cuñada y su familia entera, dijeron que sabían, pero yo, de nuevo, ay, no me quedé del todo contenta. No es la perfección lo que busco, es más sabor lo que quiero.

Así que me acerqué a Herrera de Duero y pregunté. A mí preguntar no me da vergüenza. Y me indicaron una casa del pueblo donde una señora vendía a la puerta. Hablamos, me contó de su operación, de su pierna, de sus hijos y de su marido, en fin, charlamos. Tengo tiempo y me gusta dedicarlo a lo que vale la pena. Me vendió los tomates y me supieron mejor que los de la calle Salegas de Tudela. Quizá fue la conversación, no sé, hay más gusto cuando se conversa.

Sigo no obstante a la búsqueda de tomates que sepan. Según mi amiga Amelia, de Sevilla, que sabe y me ofrece toda confianza, ella compra los de Conil, pero a mí me viene un poco lejos. Sé que Marga, otra amiga sevillana, está como yo a veces, la llamo por teléfono y me cuenta que justo en ese momento está buscando tomates que sepan.

Hablé con mi tío y confirmé la idea de que el tomate hoy es solo fachada, precioso, perfecto, rojito, sin arrugas ni pliegues ni recovecos, liso, sin defectos, como si fuera un dibujo de un niño pequeño …o una miss, o un modelo, pero luego, ay, no saben, dicho sea con respeto de las misses y de los modelos, que habrá de todo, como en la huerta. No es la apariencia lo que importa: es que cuando muerdes sepa a algo, que no sea de serie, insípido, como algodón, sin aroma, sin cuerpo.

A mí me gustan los tomates feos, muy feos, pero que ya huelen al cogerlos. No hace falta quitarles el rabito, como me dijo un paisano en Tudela que había que hacer y al que no hice ni caso, naturalmente. Sin quitárselo el buen tomate ya huele y se adivina cómo va a saber, ya lo intuyes al olor simplemente, de bueno a muy bueno, los malos ni huelen. Y no hace falta que sea rojo perfecto como el Ketchup, hace falta que sea un tomate, con colorados o verdes distintos, y que haya crecido a su tiempo en la tierra. Así saben, el resto no sabe a nada, sea raf o se llame con tres apellidos compuestos. Pagas una barbaridad en Madrid y encima ni sabor tienen.



Seguiré informando de mi búsqueda del tomate que sepa, por el momento los de la frutería de la calle Salegas de Tudela de Duero y los de la señora de Herrera de Duero. Veremos a ver los de nuestro huerto, no me fío ni un pelo.

Nota: la foto de arriba son de los que suelen saber (aunque hay sorpresas), la de aquí abajo de los que no saben por muy monos, igualitos y perfectos que sean.

jueves, 12 de agosto de 2010

El hermano de la peluquera

“Ven aquí, que te voy a cortar el pelo…”

Mi hermano Juan se deja hacer mansamente. Le llevo dieciocho meses y es todavía muy pequeño. Hace los tres años en noviembre.

“Espera, que me falta de aquí…” Voy dando la vuelta a su alrededor, él muy quieto, muy prudente.

Antes yo le corté el pelo a la muñeca, pero no fue suficiente. Luego me he cortado mi propio pelo, pero es difícil hacérselo a una misma, no ves bien el resultado por detrás de la cabeza. Mejor a otro ser humano que se deje y que no proteste. Y Juan es bueno y no se mueve. Sigo “tras, tras, tras…” Me gusta el sonido de las tijeras y ver el pelo cayendo al suelo.

De repente mi madre aparece y pone el grito en el cielo. Me da un par de azotes.

“¡Te he dicho que no se cogen las tijeras!, ¡podías haberle dejado tuerto a tu hermano!…”

Lloro porque me han pillado, pero no porque me duelan los azotes ni porque me arrepienta. A los 4 años no existe aún el arrepentimiento. Además estoy francamente contenta porque puedo cortar el pelo, es divertido, sólo hay que ponerse a ello.

Anduvimos los dos hermanos con trasquilones un par de meses. Varias fotos de ambos ese verano en Boecillo, con mis primas y sus trenzas largas, mi envidia, con mi padre de la mano mirándonos con ternura, dan fe de mi corta carrera como peluquera.

domingo, 8 de agosto de 2010

Apasionante pasto (Muchas gracias, Ilustratour)




Sábado completo intenso y domingo por la mañana, he continuado en las jornadas de Ilustratour que han sido una gozada para una lega como yo, con ganas de aprender de algo afín a la escritura, también a la búsqueda de un ilustrador para un proyecto o dos que no son de literatura infantil. Creo que estoy en vías de encontrar a ese alguien. Encima me lo ha pasado genial. He disfrutado y he conocido a personas interesantes y buenas.

El sábado por la mañana habló Satoshi Kitamura, japonés. Yo tenía una idea equivocada de lo que se hacía en Japón, más ligada al manga y gormitis, como diría Miryam. Resulta que no, que hay de todo. Luego habló un genio, un tipo que llena el escenario, divertido, ocurrente, entretenido, nos tuvo atrapados, Istvansch. Hay que ver lo que dan de si unas tijeras y una mente despierta. Después Delphine Durand, suave y magnífica, hablando con Antonio Santos. Por la tarde escuché a Antonio Gallo de Dog Comunicación hablando de marketing y estrategias en la web para ilustradores. Bien, aunque por temas profesionales ya sabía un poco de lo que contó. Luego el dueto de Elisa Arguilé y Daniel Nesquens, una ilustra, el otro escribe. Sólo he leído "Mi familia", pero voy a leer los que encuentre. Fueron moderados por Rafa Vivas. Me gustó mucho el modo en que explicaron con humor y sencillez qué hay en el sector, qué cabe esperar. Creo que dijeron cosas sensatas y a la vez animantes, o a mí, por lo menos, me animaron.

Luego conocí a gente tomándome una cerveza, antes a otros con quien me senté cerca y hablé, naturalmente. Estoy segura de que vamos a poder hacer proyectos juntos si encajamos, sin prisas pero dándole. Como Elisa y Daniel explicaron, las prisas son el peor enemigo del ilustrador y del escritor. Y a la vez, hay que saber trabajar y hacerlo con plazos -impuestos por otros o por uno mismo-, presentarse a concursos -un buen entrenamiento siempre, además de los propios plazos que implican-, ser constante y paciente, pesado con los proyectos no solo al trabajarlos, sino al moverlos, que es luego otra tarea a la que hay que dedicar tiempo. Hay que llamar 100 veces.

Mi conclusión de todo esto que hay que ser vaca: ahí de pie, pastando todos los días. ¿Sopla el viento? Que sople, yo sigo con la hierba y mirando el paisaje, escribiendo. Hay que hacerse más volumen, páginas, tener más cuerpo. En eso estamos, de ternerita a vaca. Luego ya moveremos, primero más peso, mucho más.

Hoy domigo he descubierto a una ilustradora maravillosa, Sophie Blackall (tiene blog también). Ha contado cosas divertidísimas y tiernas. Ella vive ahora en Nueva York, nos explicó la experiencia con Mika de un cadáver exquisito en el que ambos colaboraron, luego su missed connections ilustrando esos mensajes de alguien que encuentra a alguien y quiere volver a encontrarle, una cosa muy anglo, romanticismo delicado, del bueno. Siempre pienso que la literatura está en la calle, sólo hay que saber verla y atraparla ilustrando o escribiendo. Después vino Samuel Mountmounjou con unos relatos africanos. Se me saltaban las lágrimas por el contenido y por cómo los contaba. Qué bonito poder contar cuentos así, qué elegancia tiene Samuel cuando habla y qué bien nos lo ha hecho pasar. Luego el cierre con Rébecca Dautremer.

Quiero dar las gracias a Ilustatour por esta oportunidad, por haber reunido a gente tan buena, y a Nati especialmente por su paciencia y su sonrisa permanente. Nos veremos en Madrid, espero.

La ilustración que he puesto es de Sophie Blackall, de su "Missed Connections" que creo que se va a publicar en breve, atentos.

PS: Por gustarme me ha gustado hasta la música que nos han puesto en los intermedios de cada sesión de las jornadas, eso también se agradece.

sábado, 7 de agosto de 2010

Rébecca y las sombras (Vencida la luz)

He estado en Ilustrarte (tienen blog, ahí cuentan mejor lo que ha pasado estos días). Es una pena que los participantes en los talleres no hayan dejado expuestos sus trabajos más tiempo. Comprendo que quizás no haya espacio o no sea el momento, que tengan que llevárselos a casa. También que exponer es exponerse. Cuando se aprende -que es todo el rato, incluso cuando ya se supone que uno sabe- cuesta mostrarse, es arriesgado. No es por mostrarte, es que te pueden hacer daño fácilmente. Quien hace y se pone bajo la mirada ajena es más vulnerable, se hace más vulnerable. Además, exponer teniendo como maestros al lado y "exponiendo", como es el caso de Rébecca Dautremer, en la planta baja del Patio Herreriano, supone una cura de humildad constante.

Yo siento horrores no haber podido mirar con el detenimiento necesario muchas de las obras de quienes han asistido de lunes a viernes a los talleres de Ilustrarte que impartieron Rébecca Dautremer, Delphine Durand e Istvansch. Sólo he podido hacer a toda prisa fotos antes de que los alumnos retiraran sus trabajos. No sé nada de ilustración, pero me parece como lectora y aficionada que había trabajos muy buenos, personales, esforzados, mostrando en algún caso evoluciones interesantes producto del aprendizaje de esos cinco días. Querer aprender es siempre admirable.

La luz acaba de ser vencida a esta hora de la noche y una oropéndola ha cruzado el jardín de mis padres. Hemos cenado hervido. He llamado a uno de mis hermanos. Hay paz y silencio, aunque las tórtolas turcas, con su collar rojo y blanco, insistan en su uh-uh-uh-uh, siempre cuatro uhs seguidos, así todo el rato.

Repaso mentalmente lo que he visto de Rébecca Dautremer aunque hoy volveré a revisarlo. Parte de la belleza de sus ilustraciones, más allá del trazo fino y poético, se encuentra en las sombras que hace. Toi me lo explicó respecto a la fotografía: la sombra es siempre importante. Rébecca pone sombras en los vestidos, en las caras, y luego la sombra de cada personaje en el suelo a menudo. Tienen profundidad sus ilustraciones, crea volúmenes delgados o redondos, nunca pesados, muy ligeros, parece que se sostienen en el aire. En los fondos he descubierto además manchas de acuarelas que son aprovechadas. Ella misma explica en los márgenes de las ilustraciones expuestas en Patio Herreriano cómo lo hace. Y el vídeo que hay es interesante.

Luz y sombras, volúmenes rotundos o flacos que floten en el espacio, la ilustración se parece a la escritura, es otro modo de escritura al fin y al cabo. El trazo fino, rellenar con cuidado, mucha calma, juego de luces, no todo debe ser mostrado.

Tengo que dejar de escribir en el jardín, ya no veo nada. Olimpia, pese a sus cataratas, intenta atrapar a un gato que se ha colado. "Venga, Olimpia, que es un gato cobarde..."

PS: La ilustración es de Rébecca Dautremer, del libro "Cyrano".

martes, 3 de agosto de 2010

Espacio 211 DiLab /Ilustradores tusitalas ("¿Conocéis el lugar? Urueña", 5)



Al dejar el coche un día, buscando una sombra en Urueña, que no es fácil, descubro Espacio 211, una galería de arte fundida en la calle con una puerta de cristal tras la que me quedo mirando. Está cerrado. Luego con G. decido ir a visitarla, expone Javier Zabala, ilustrador. Creo recordar haber visto algo suyo en alguna parte.

Miryam Anlló nos abre. Tiene un espacio diáfano y espléndido, invita a pasar y quedarse. Javier Zabala, ahora recuerdo, ha hecho las ilustraciones para "Bartelby el escribiente" de Herman Melville, en Nórdica. He regalado sin parar libros de Nórdica. Los últimos “El capote” de Gogol y “El Festín de Babette” de Isaak Dinesen, ambos ilustrados por Noemí Villamuza que me encanta.

Miryam me cuenta qué es Espacio 211 y DiLab, el laboratorio de diseño. En una parte veo botellas de vino con sus cajas, apiladas, así se hizo la inauguración, todo cajas hasta arribe.

Me cuenta de Urueña. Ella se vino hace poco, su hijo va al colegio con los de unos peruanos que se instalaron en el pueblo. Le pregunto más de su apuesta profesional y vital, tan interesante. Da gusto conocer a gente que practica la leyenda que Esperanza nos puso al enseñarnos caligrafía: “Nada funciona excepto aquello a lo que entregamos el alma. Nada es seguro excepto lo que arriesgamos”. Miryam es para mí un ejemplo, quiero aprender de ella. Un aparador antiguo en el fondo del espacio encaja perfectamente en la arquitectura limpia y clara, la luz se cuela desde arriba. Le hablo de mi sobrino pintor, ella me cuenta de proyectos vinculados a la moda, me encanta.

Esta semana en Valladolid hay un doble programa ligado a la ilustración organizado por Ilustrarte: los talleres, a los que no asistiré, no estoy en el gremio, y las jornadas de fin de semana para quienes nos interesa ese ámbito, aunque no seamos ilustradores.

Viene Rebecca Dautremer, autora de "Princesas olvidadas y desconocidas", "Enamorarte”, “Babayaga”, “Elvis”, “Cyrano”, otros libros que he regalado a hijos de amigos y familiares. Expone su obra en el Museo Patio Herreriano estos días, el espacio donde tienen lugar los talleres y jornadas. Los que nos apuntamos a las jornadas vamos a poder ver a partir del viernes lo que han hecho quienes están trabajando en los talleres durante la semana además de la exposición de Rebecca.

Estoy buscando un socio, una socia, para varias historias que tengo escritas o a medio hacer. Creo que a alguien que empieza le puede interesar otra persona que está comenzando como yo. Uno de los proyectos es “Abuelitas malditas”, una novela corta que empecé el verano pasado y que quiero acabar éste, Dios mediante. Le he dado prioridad sobre “Novus Ordo”. Sé que tengo que acabar de escribir esto ahora, con mi madre ausente y presente, a mi lado estos días. El otro proyecto es los cuentos que componen “Cóctel” que escribí el año pasado. Tuve que sacar 5 que son los que hacen "High Maintenance", el relato con el que me dieron el accésit de Coslada el abril pasado. Así que volví a escribir otros 5 nuevos para que fueran unos 10 finales y quedasen más compactos. Tengo además un par de relatos largos en la recámara para los que quizás otra mirada sea buena, necesaria. Es posible que pueda encontrar esa mirada del ilustrador este fin de semana. No es un añadido lo que busco, ni una decoración, no es nada de eso. Es parte del proyecto en sí. La ilustración es un texto propio de por si, no es complementario de lo que otro escribe o cuenta. Es la historia, un modo de contarla, así lo veo yo en este caso. Los ilustradores son tusitalas completos.Y eso es lo que estoy buscando: alguien que quiera contar conmigo algo que los dos veamos. Si lo encuentro, fenomenal; si no, será que debo ir en solitario en esas historias, novelas, relatos o cuentos. Vamos a ver qué pasa.

domingo, 1 de agosto de 2010

El silencio que calma ("¿Conocéis el lugar?" Urueña, 4)





En el año 2003 estuve con MA en Bretaña. A la vuelta a España pasamos por Bécherel, un pueblo, una “villa” o "ville" como les llaman, dedicada al libro como hoy lo es Urueña en España. Nos encantó a las dos el lugar, sus librerías, tiendas de encuadernación o papel, pequeñas editoriales y aquellos cafés con sus bibliotecas cada uno, tan apetecibles. Era como si estuvieras en tu casa, podías coger un libro y leerlo allí mismo con un vino delante. Ahora, al visitar Urueña, he recordado lo que AK me dijo a la vuelta aquel verano, yo entusiasmada con lo que había visto: “Desengáñate, la gente en España en los bares quiere fútbol y chicas en bikini, grandes televisiones... ”. Tenía yo la romántica idea de un café como los que había visto y AK me la quitó de inmediato. Ahora en Urueña he vuelto a pensar en las tabernas, cafés o bares con lectores, especialmente tras pasar por el Portalón, el bar de Mariví.

A mí me gustan los bares y los restaurantes siempre que, además de comer y beber decentemente, se pueda hablar en ellos. Que se pueda escribir o leer es pedir demasiado. Hablar y poder escuchar es cosa difícil hoy en día por varias razones: en primer lugar, la extendida costumbre de tener una televisión encendida de modo permanente; luego, que la mayoría de los establecimientos están muy mal insonorizados, en cuanto somos unos pocos no hay quien oiga nada; y, además, solemos hablar muy alto en España. Resultado: un ruido insoportable que acaba por echarte.

En Urueña hay mucho silencio y otro ritmo, el del campo. A mí solo eso ya me parece interesante e importante. Por el silencio se paga, creo. Es un bien muy escaso. Ayer me mandó AK una noticia al respecto que, como visitante de Urueña, comparto. Quizás ese lugar, el lugar, lo será en la medida en que lo rural –en un sentido amplio- se mantenga, perdure unido al libro, a los museos, a las iniciativas culturales que hay o que en el futuro haya. A mí me parece que en Urueña lo rural y la cultura son ámbitos complementarios mientras que la segunda no sea vista como una mercancía más, sino como un cultivo del alma. Urueña podría ser un reducto hasta rentable si hay paciencia y se afina, me parece, pero no intentando competir en "mercados" culturales o de ocio, de entretenimiento, que ya están saturados, sino siendo fiel a otro tipo de espacio aún donde exista el intercambio necesario para que la gente se gane la vida.

Tengo la sensación de que hay personas que jamás irían a Urueña si lo que acaban haciendo allí es una especie de parque temático. Pienso que el valor del lugar está en sus dimensiones humanas y a pequeña escala, en lo que es el pueblo, en las personas que lo hacen, los de siempre y los que se añaden. Ese es su atractivo entre otros muchos. Llegar a quienes lo valoren, a quienes puedan llegar a valorarlo, es el tema, y serán, en mi opinión, pequeños nichos muy pensados, no mayoritarios. Urueña supone algo diferente en su "oferta cultural", por llamarlo de alguna manera, y su público será -debe ser- minoritario, no de masas, aunque quizá yo esté en todo esto equivocada.

Conozco en el bar de Mariví al alcalde. Está con tres parroquianos que me presenta. Hablamos, me cuentan, y hay en los ojos de alguien ese brillo especial cuando habla de la tierra porque la trabaja. Luego conozco a X que está en TF, muy majo. Nos dice que si queremos conocer su estudio. G y yo vamos y nos quedamos encantados. Yo pido que me adopte de inmediato. Vemos trabajos que han hecho, entre otros para Fundación Mapfre, libros, identidades visuales, gráficas, excelentes, cuidadas. Un gato nos mira desde el patio tras la ventana que llega hasta el suelo. Me fijo en lo bien hecha que está esa ventana, la albañilería redondeada por abajo, insólita, trabajo del que ya no se hace. X me dice contento que lo ha hecho su padre. Antes también me contó con orgullo, o yo lo percibí así, que ese campo de trigo que compone parte de la pequeña finca que tiene Amancio Prada al lado de la ermita de la Anunciada lo segó también su padre. Me quedé admirada de ese “jardín” que no es tal, aunque algo de árboles tiene en un lado. Si estás en Castilla lo propio, creo, de tener algo -si es que hay que "tener" algo, el campo es de todos quienes lo miramos- es un campo de trigo, y no de golf o una rosaleda británica, un césped amplio, etc., todas esas cosas en las que nos empeñamos a veces uniformando lo que en origen era variado y distinto, no el modelo americano o el que sea.

Volviendo a Mariví, hay tres cosas fundamentales en una taberna: la comida, la bebida y la conversación. No es que en relación calidad, precio y ambiente Mariví no se lleve la palma, con permiso del resto de los bares o restaurantes de Urueña. Es que en su mesón o taberna además se puede escuchar y hablar con calma. Más: me cuenta ella cómo se ha sentido acogida y cómo cuando hay mucho trabajo alguien, sin preguntar, se pone detrás de la barra para ayudarla. Mariví como Mercedes o Esperanza tienen ese ritmo de las mujeres que no tienen que demostrar nada.

En el pequeño hueco que hace de terraza en el Portalón, mirando al campo, acabo de leer lo que había empezado. Escribo luego cuatro o cinco textos a lápiz en el cuaderno sobre Urueña y lo que estos días estoy escuchando en el curso organizado por la Universidad Europea Miguel de Cervantes. Luego ya lo pasaré a esta bitácora. No hay prisa para nada.

sábado, 31 de julio de 2010

El amor del librero (artesanos siempre) ("¿Conocéis el lugar? Urueña", 3)



Conozco primero a Víctor y luego a Miguel Ángel de la librería Alejandría. Aunque realmente entré primero en “El rincón escrito”, están las dos pared con pared en la muralla, en esa calle larga donde también está el Portalón de Mariví de la que escribiré mañana y la Enoteca, hoy también librería.

Confío siempre en el aire que alguien desprende. Me importa poco quién es ese alguien, de dónde viene, en qué cree o su adscripción religiosa o política. Las amistades antiguas o nuevas superan con creces las etiquetas. Con los libreros de Urueña que he conocido me ocurre inmediatamente, me caen bien a la primera. No es un flechazo, es saber que alguien habla un idioma que entiendes. Ves el amor del artesano, del que no se rinde, del que no desespera aunque desespere. Admiro a la gente que tiene un oficio, pero si encima es librero de los de antes, de los de siempre, me quito el sombrero con reverencia.

Me río con la no-vela de Rafael Torres y Mercedes de “El Rincón escrito”, ese objeto que tienen a manera de greguería casi, una palmatoria con una vela imposible, como la quijada de Caín sujetando libros en un ventanuco fuera. Escucho a Rafael contar anécdotas, me vuelvo a reír. Entre lo surrealista y la tierra su librería tiene tesoritos, esos libros de Enid Blyton entre otros muchos que quise en mi infancia y adolescencia. Tienen de segunda mano y de primera, muchos interesantes, así que compro sin darme cuenta. Mercedes tiene los ojos claros y habla despacio, veo que hay libros que las dos queremos. Me llevo entre otros “84, Charing Cross”, una de las novelas que más me gustan y que de tanto como he prestado siempre acabo por perder. Yo vuelvo a leer lo que me gustó, soy menos de novedad y más de lo que ya disfruté, aunque estoy abierta a novedades, por supuesto. Me sucede como en el cine: siempre el blanco y negro pero con el carnet de los cines Renoir de Madrid, atenta a lo que viene.

Miguel Ángel me dice que él busca libros que no se encuentran. Se me ocurre que le voy a pedir que me localice tres sobre María Blanchard que necesito para documentarme, para escribir sobre ella cuando Dios quiera. Por mí sería mañana, pero tengo que acabar otras cosas primero y no quiero abrir más frentes en este momento.

Me llevo de Alejandría entre otros un libro de piel roja con obras de Lajos Zilahy, esa lectura de la juventud de mis padres, como lo fue Zweig mucho antes de que el Acantilado volviera a publicarlo. Leo apasionada “Mendel, el de los libros” de dicho autor en esa editorial que compro en El rincón. Lo empiezo y acabo en una sobremesa larga en Urueña. Admiro mucho el escribir corto y bien de Zwieg, de Roth, de tantos. La novela corta es un formato que echo de menos y que como lectora agradezco. Tengo la sensación además que no hay que empeñarse en escribir novelas largas por mucho que se lleven, salvo que sea lo que te pide la historia. Tengo la sensación de que no hay que empeñarse en que algo sea o no sea a priori, sólo en vivir y en escribir al ritmo que Dios disponga, el que vaya viniendo.

Eva de Almudí también me acoge. Allí también compro pero menos. Me quedé sin presupuesto el miércoles. Estuvo amabilísima ofreciéndome su librería, su casa, lo que fuera, a la espera de poder bajar con G. a Valladolid el jueves.

Sé que volveré a ver a Eva y a hablar de poesía con ella, como con los demás y a los que no conocí, porque hay más librerías y libreros en Urueña y no pude estar en todas. Aunque es conveniente que yo entre en dichos establecimientos sin dinero y sin tarjeta de crédito.

Veo ya en Valladolid en Oletum el libro de Richard Sennet “El artesano” editado por Anagrama. Sé que lo que dice es cierto, como leo en el breve resumen del boletín número 4 de “Librerías con huella”: la motivación básica de un artesano es lograr un trabajo bien hecho por la simple satisfacción de conseguirlo, esa idea de que el trabajo puede ser algo bueno en sí mismo y no sólo un medio de vida.

Libreros de Urueña, Miguel Ángel, Víctor, Mercedes, Rafael, Eva, artesanos siempre, todo un ejemplo. Vender libros es como escribirlos. O quizás es sólo que a mí me lo parece.

Quiero daros las gracias por estar y seguir, por ser artesanos, tener un oficio al que queréis. Yo sé que nos volveremos a ver.

viernes, 30 de julio de 2010

Esperanza Serrano, caligrafista ("¿Conocéis el lugar? Urueña" 2)



“Tienes un nombre muy bonito”. Esperanza sonríe cuando se lo digo.

En el principio fue el verbo, luego la palabra se hizo carne. Pero la letra, el signo, la grafía, o como se le haya ido llamando, ese trazo hecho en piedra, papiro, piel de animal, tela o papel es siempre importante. Es el comienzo de algo.

Empezar haciendo palotes con una plumilla inclinada a unos 30º en el papel es bueno. Enseña. La tinta es nogalina mezclada con agua, creo, una versión más barata que los tinteros.

“Esperanza, no tengo ni humildad ni paciencia, de monje no tengo nada...” le advierto. Ella calla.

En letras grandes, cuidadas, una caligrafía preciosa, haciendo dos círculos, uno dentro del otro, negro y rojo, una doble leyenda cuelga en la pared del centro E-Lea de Urueña donde nos da las clases.

“Nada funciona excepto aquello a lo que entregamos el alma”
“Nada es seguro excepto lo que arriesgamos”

Dos guías para la vida, dos lemas.

Mi sobrino G. hace los palotes perfectos, Lola también. Yo saco la lengua fuera como cuando era pequeña concentrada en el esfuerzo. No me sale. Utilizo la plantilla que nos ha dado Esperanza, pero me lío y estoy trabajando en los cuadrados de caja alta y no en los de caja baja. Me corrige con paciencia.

Alcuino es la asociación que varios han creado y no paran. ¿La caligrafía interesa tanto? Mucho al parecer, y no es raro. Ese mundo que agoniza, que diría Delibes, quiere ser rescatado, mantenido como un tesoro. Pienso que internet y todo lo que conlleva debería convivir con el libro y la escritura a mano de alguna manera. Creo que todo vale y el pasado más que nada. Somos quienes nos precedieron ... ¿Lo somos? Dios quiera que lo seamos de alguna manera.

Hablé con Esperanza de varios temas. Es una mujer pausada, bibliotecaria entre otras muchas cosas que es. Acaba de hacer estudios de psicoanálisis además, qué interesante. Tiene una tienda en Urueña también bajo el mismo nombre que la asociación. Me encanta Esperanza.

Abecedario. Empiezo por las vocales. Las áes me gustan, las óes me cuestan más, son dos trazos, nada de uno solo. El circulito ese que se hace en dos partes que luego se unen es la base de muchas letras: la p, la q, la d, la b… Si el círculo no me sale, mal vamos.
La g está hecha a mala idea. Y yo tengo que poner "Igea", "Igea", "Igea". Aurora Pimentel Igea, siempre me empeño en el segundo apellido. Con el libro de "Fernanda..." me preguntó el editor que si debía figurar el Igea en la portada. Le dije que aunque fuera largo prefería que apareciera. Es el de mi madre, el mío, sin él, sin ella, nada, ni media.

Espero volver a ver a Esperanza, valga la redundancia.

Tras las letras, la caligrafía cuidada y lenta, ya saldrán las palabras, la frase, el párrafo, el capítulo, un cuento, algo. Volver a empezar como si de una niña se tratara. No sé escribir ya nada. Estoy con la o minúscula, insistiendo, a ver si me sale.

Urueña este verano es "el lugar" por antonomasia. Yo sé que lo es para mí, y no porque lo diga Antonio Colinas en su poema, tan bello, o la sólida muralla , la vista hasta los montes leoneses, las librerías de artesano, las casas o los museos. Ni la iglesia, ni el viento desolador o el sol que abrasa ni, sobre todo ese cielo que ocupa la mayor parte de nuestro horizonte siempre, como en las fotografías de Ortiz Echagüe.

La vida transcurre en Castilla en una línea delgada de tierra, escasa, que nos sustenta bien fuerte mientras vivimos, pero es la eternidad la que nos abraza. Castilla, Urueña, tierra y cielo.

PS: Algunas casas, librerías y establecimientos, de Urueña han sido "caligrafiadas". Sus paredes blancas, amarillentas o color hueso muestran el arte de Alcuino. De verdad hay que ir, no hay nada que se le pueda comparar, nada.


miércoles, 21 de julio de 2010

Urueña (1) ¿Conocéis el lugar?



¿Conocéis el lugar donde van a morir
las arias de Händel?
Creo que es aquí en este espacio
donde se inventa la infinitud de los amarillos;
un espacio en el centro del centro de Castilla
en el que nuestros cuerpos podrían sanar para siempre
y tus ojos y mis ojos
mirasen estos páramos
con piedad absoluta
y en donde hasta el espíritu suele arrodillarse
para hacernos su ofrenda
en rosales de sangre.
En este espacio hay un fuego blanco
en el que viene a expirar esa música
que nos llega de lejos, ¡de tan lejos!

¿Conocéis el lugar donde va a morir
las arias de Händel?

Está aquí, en una tierra con más cielo que tierra,
donde los ruiseñores serenan la alameda
y la alameda serena a los ruiseñores,
y con la emanación
húmeda del tomillo más nocturno,
acude un emjanbre de estrellas
a venerar la última espina de Cristo.

En el lugar donde la luz
llora luz,
y la catedral de los cardos
alza su grito de silencio,
y están solas, muy solas, las vírgenes anunciadas,
y el pueblo amurallado y muerto
asciende vivo sobre un horizonte de lágrimas,
no sé si como un salmo
o como una corona de piedras inciertas.

¿Conoceis el lugar donde van a morir
las arias de Händel?

Está aquí, en el centro del centro de Castilla,
dondo por los linderos morados
se tensa, como un arco, de la luz;
en un espacio en que la nada es todo
y el todo es la nada,
y en el que junio joven viene por los montes
vertiendo de su copa oro líquido.

Es un lugar en el que el espacio y el tiempo
sólo son una hoguera
que arde y que mantiene su combustión
gracias a nuestras vidas (quiero decir:
gracias a nuestras muertes).

La música que más amáis
aquí tiene su tumba.
Es la música que, a través de la respiración de las espigas,
viene a morir en la luz que respiran nuestros pechos.

Antonio Colinas

(Este poema está en la pared de entrada del centro E-lea de Urueña. Voy a dedicar las siguientes entradas a Urueña, Villa del Libro, su gente y rincones. Hoy recomiendo visitar La Taberna del librero )

lunes, 21 de junio de 2010

Veraneo de los de antes (Cartas y postales cuando se pueda)

Antes no teníamos vacaciones, íbamos de veraneo. Recuerdo aquellos veraneos largos de casi tres meses en un pueblo en la casa de mis abuelos, llena de primos, tres familias juntas viviendo, comidas para un regimiento y un solo cuarto de baño.

Leíamos mucho porque las horas de la tarde se hacían eternas y no se podía hacer ruido durante la siesta. Hacíamos excursiones cuando no apretaba el calor, íbamos a los Escoceses andando a misa algunas veces, a las bodegas, al río, jugábamos al ping pong. Comíamos tomate con sal y sandías que sabían sentados en las escaleras. Montábamos en bicicletas que no hacían más que pincharse con las "pesetas", unos pinchos largos que tienen por un lado una púa más larga. Se entretenía uno cambiando ruedas y bañándose en el pilón que luego fue piscina. Había largas tertulias de sobremesas tras la cena.

Tenías tiempo para todo, incluso para quedarte mirando a los escarabajos zapateros. Y así me enteré yo de algunas cosas de la vida, con dos escarabajos zapateros, rojos y negros, enganchados y que no se soltaban. Nos aburríamos en definitiva algo. Formaba parte de la educación que los niños no tuvieran que entretenerse cada minuto, allá nos las compusiéramos.

Pensé en todo esto el sábado en la Igeada que tuvimos, una reunión familiar en la ermita de la Virgen de los Remedios, pasado Colmenar Viejo. Sigo afónica, con un catarro fuerte por el aire acondicionado, faringitis, tos, algo de fiebre. Pero fui a la Igeada, no me lo hubiera perdido por nada. Celebramos misa primero, luego comida. Después leyó mi hermano Juan un texto que nos hizo reír y luego pasó mi primo Alberto el montaje en power point que había hecho con fotos de mis abuelos hasta los ya tataranietos que, de vivir ellos, tendrían. Fue muy bonito, lo pasamos fenomenal. Recordé lo bueno del veraneo, el dejar la vida habitual en suspenso, un paréntesis largo, quizás demasiado extenso, que hemos perdido con la vida adulta y los tiempos modernos. Era otra manera de descansar o de cambiar de aires. De vez en cuando escribías una carta y lo hacías esperando la respuesta. Pero todo tardaba, nada era instantáneo. Como las llamadas de teléfono, que en Boecillo fueron con operador hasta los setenta y tantos. No se llamaba así como así, vivíamos desconectados con quienes estaban a cierta distancia y quizás más conectados con los cercanos a cambio.

Creo que no es mal plan para los meses que vienen, un veraneo como los de antes, largo y sin actividad aparente, cartas esporádicas escritas en aquel estilo infantil “Ayer fuimos de excursión a Portillo, subimos al castillo y luego compramos pastas. El coche se rompió en la carretera… ¿Qué tal lo estás pasando tú en Galicia? Cuando puedas escríbeme…” o una postal de aquellas "Estoy desde Salamanca, he venido con mis padres ... ¿A que es preciosa la Casa de las Conchas?"
Buen veraneo a todos.