Días espléndidos el sábado y el domingo. Los castaños de indias y las acacias (falsas, creo, las de verdad son las mimosas que ya rompieron) a punto de florecer en Madrid.
Me escribió la semana pasada Jesús Dorda, que vive en la sierra, contándome que por el puente medieval entre Colmenar y Cerceda volaban aviones y golondrinas el pasado 12 de marzo.
Espero que Irene me diga cuándo llegaron los vencejos a Madrid capital, ellos marcan el buen tiempo aunque sea con intermitencias.
Desde Sevilla me contaron que olía a azahar. Retablo comentó sobre el campo de Jaén que olía diferente y una curruca que vio atareada y alegre.
Hoy, 21 de marzo, es día de la poesía, además de que oficialmente entra la primavera. Si hubiera tiempo una visita al Botánico o al Museo Romántico estaría bien. Pero no puedo, nuevos papeles y tareas me tendrán presa.
Antes era partidaria del otoño. En Madrid tenemos poca primavera, hay cambios demasiado fuertes, unos fríos que se nos meten hasta mayo y luego, de repente, el calor.
Ahora me doy cuenta que un buen día de primavera, solo uno, es suficiente.
Los tengo bien localizados en Alberto Alcocer, unos cuatro enfrente del Ministerio de Economía y Hacienda, que ya son ganas de hacer nido con vecindario tan inquietante. Es lo que tiene el invierno, que al desnudar ramas y dejar a los árboles de hoja caduca –plataneros en este caso- coritos, que diría mi abuela, se ven los nidos con más facilidad ahí en lo alto. Supongo que son de urracas, el pájaro urbano ahora omnipresente y perseguidor de perros, o al menos a Olimpia la tienen fichada. Colocarse bajo un árbol y escuchar a la urraca es todo uno, “fuera, fuera, animal peludo y negro, que éste es nuestro territorio”. ¿Estarán ya criando? Creo que no, que es más tarde.
El otro día en el Escorial, yendo por la carretera de Galapagar, un camino más entretenido que el de la A6 hasta Guadarrama, me entretuve mirando a los nidos de cigüeña que por allí andan, creo que no se marchan. Eso de por San Blas, que cae por febrero, la cigüeña verás, me parece que ya está superado en algunos lugares. Estas aves se quedan con nosotros todo el año. Y las ves ahora no volando, sino andando en la tierra, hasta en Aldeamayor, cerca de Boecillo, estaban, picando en lo húmedo, entre el verde que despunta con el sol este que nos sale tras las lluvias y nevadas, superadas las nieblas invernales que se instalan en Valladolid. A los extranjeros las cigüeñas les parecen exóticas, casi africanas, nosotros nos hemos acostumbrado, pero son tan bonitas, tan elegantes.
Todavía recuerdo cuando vi en Monfragüe una cigüeña negra con mi madre, fue impresionante, el año 1994, si mal no recuerdo, estupendo viaje extremeño que hicimos ambas. “Crotoneo” es el ruido que hacen al chasquear esos picos naranjas o amarillos que tienen las cigüeñas, es oírlas y animarte. "Clas, clas, clas, clas...." cielo azul, verano, y las cigüeñas crotonando.
PS: Hoy a las 4 y algo nació Esther, hija de Eva y Luis, bienvenida al mundo. Ha sido la buena noticia del inicio de la semana, esperemos que haya más, que estamos todos necesitados de buenas noticias... Dios proteja tu vuelo y el de tus padres, pequeña Esther.
Hay en mi barrio un solar que tiene más de treinta años. En él estuvo un convento de monjas con sus jardines, el que alojó a la parroquia de San Fernando hasta que se edificó la iglesia en los 70 en otro lugar cercano. Luego se fueron las monjas, se tiró el convento, entraron las maquinas, aplanaron la tierra y la horadaron más tarde. Desde entonces sigue sin edificarse. Es un solar muy grande. Se dijo en su día que iban a poner el Ministerio de Asuntos Exteriores. No sé que habrá pasado.
Doy un paseo con Olimpia. Subo Padre Damián hasta la plaza de Madre Molas. El solar con sus vallas, “Prohibido anunciarse”, se abre con su hueco. Miro por una rendija. Me entra vértigo, me aparto. Pero la curiosidad me puede y vuelvo a mirar a ver si pasa algo. No se mueve nada, silencio. Reanudo la marcha. Rodeo el solar andando, vuelvo por Henri Dunant, por Qüenco, el restaurante de Pepa, luego por El telégrafo, el 5 jotas, y otra vez Padre Damián arriba, hacia el solar, y otra vez abajo. Una pena que continúe así, negro mordisco en el suelo, blanco espacio vacío en el aire.
El sábado estuve en las Tablas, un barrio nuevo en el norte de Madrid. La parroquia está en una barraca, decente, pero barraca, en medio de otro solar, éste pequeño. “Iglesia en construcción” casi, como en internet cuando una página se está montando. También así empezó mi barrio hace casi cuatro décadas. En las Tablas hay edificios impecables, avenidas grandes, bares y negocios que se abren a pesar de la crisis y un par de mimosas que descubrí andando. Ahí están, como un testigo de cuando aquello fue campo. No las han plantado ahora, están de antes. Las pude fotografiar en marzo del año pasado a reventar. Todavía no han florecido, hay que esperar unas semanas. Dependerá del calor que nos haga.
Hoy luce un sol fantástico en Madrid, ayer 15 grados. Las mimosas estarán engordando y las lavanderas, que son pájaros chicos, de color gris, blanco y negro, que mueven mucho la cola, y que andan siempre cerca de un charco, a veces hasta en las ciudades, deben de estar al sol en alguna parte.
Han montado en las Tablas los de Go fit, una cadena de gimnasios, un maratón solidario para el 23 de enero, sólo 5 kilómetros, no es demasiado. Vi el cartel en la parroquia, pero aquí puede uno apuntarse. Está bien que a todos los que nacieron antes del 95 les metan en el mismo saco deportivamente hablando. Pensar que alguien que nació en el 61, por ejemplo, puede correr en la misma categoría que alguien que lo hizo 34 años después, anima mucho, da esperanza. Que es lo último que se pierde, como todo el mundo sabe. Vamos, que no se pierde, y menos en un día soleado. Me he llevado una alegría muy grande y varias pequeñas esta semana, la vida marcha. Esperanza, paciencia y constancia, las tres son importantes.
PS: Acabo de quemar las alubias. Y van siete veces que me pasa en los últimos meses. Si escribes -o lees, peor-, no cocines mientras lo haces. O ponte un despertador que avise. Menos mal que no he invitado hoy a nadie.
Hizo una temperatura estupenda ayer en Madrid. No parecía enero. Ya la madrugada de Reyes oí a los gorriones armando un pequeño follón en el patio. Pero hoy han sido los mirlos en mitad de Padre Damián a eso de las cuatro de la mañana, calculo.
De camino a casa de mi tía L. le dije a P. ayer que debo de ser optimista, que noto a los días ya más largos. De hecho, me comentó él, lo son. O sea, no es optimismo, es realidad, qué bien. Me gustan el invierno y el campo, el de verdad y ese que llamo urbano, en esta estación. Pero ando siempre a la búsqueda de pequeñas señales de lo que vendrá.
Se me ha olvidado preguntar a Suso, que vive en Galicia, si las camelias están ya en flor. Sé que son las primeras, luego lo harán las mimosas, si no recuerdo mal. Quiero tener una cadena de corresponsales por toda España que me cuenten qué hay de nuevo en el campo y en la ciudad, voy a proponérselo a unos cuantos. Acepto a quien se ofrezca, no hay salario de por medio, solo la buena voluntad.
Queda mucho frío y viento en Madrid, el primer trimestre del año suele ser agotador por trabajo y esos cambios bruscos de días brillantes, sin una nube, a otros húmedos y tristones donde no se ve apenas el sol. Pero no pasa nada, la luz ya creció. Hay que esperar y disfrutar de cualquier signo de la propia estación -no todo es feo en lo invernal- y de lo que llegará: los mirlos de hoy estaban discutiendo acalorados, de fondo una música de bacalao del coche de alguien, eso sí que es un verdadero horror.
Hago cocido para un regimiento con la esperanza de que vendrán a comer el sábado. Pero no tengo hierbabuena, vaya por Dios.
Tener flores en casa es una manera de alegrarse la vida. Ahora, en invierno, más. Hay quienes prefieren el tiesto y otros la flor cortada, partidarios los primeros de la tierra y, sobre todo, de la mayor duración de la flor; los segundos, entre los cuales me encuentro, de no tener que regar, y hasta de lo efímero, aunque haya que cambiar el agua según predican los cánones.
El clavel es muy español y quizás por eso está muy olvidado. Pero es muy bonito con esos pétalos tan arrebujados y peculiares, sus tallos finitos con nudos breves y hojas delgadas, ni son hojas casi. Yo compro clavel rojo reventón, de gitana, y me quedo con ganas de gladiolos, que es otra flor muy española y como de chica de Celia Gámez.
Las astromelias no existían en las floristerías españolas hace veinte años. Casi papel seda son sus pétalos, parece que van a aguantar nada. Pero qué va, son agradecidas, duran casi dos semanas si estás al tanto del agua. Y si les cortas el tallo. Como todas las flores, las astromelias se mantienen si les vas cortando un poquito, si sangran, viven más así. Esto me parece muy romántico. Las flores son como damas del siglo XIX, como amores imposibles o muy desgraciados, cuanto menos me quieres, cuanto más daño me haces, más te amo y no puedo dejarte aunque me queje, sigo en el vaso.
Luego están las rosas, las tradicionales, las perfectas, se venden cuando todavía son capullo y tienen mucho predicamento entre novios o maridos que no saben bien qué regalar. Les ves mirando y mirando en la floristería. No saben si atreverse con algo diferente. Al final van a lo seguro, a qué arriesgarse: 17 rosas rojas, 14 rosas blancas. Y tú sabes que hay algo que ha durado 17 años o 14 meses, qué suerte.
Hay más, mucho más, en la floristerías de mi barrio, porque el mundo de la flor se ha renovado y hoy encuentras como flores algo que no se consideraba antes, y otras que parecen recién creadas, de laboratorio, algunas como pequeñas coliflores coloreadas o bolas moradas que son, por lo visto, un tipo de cebollas. También girasoles y gerberas, como margaritonas al fin y al cabo, unos rurales, las otras de ciudad desarrollada. "Me quiere, no me quiere....", ponte a deshojar un girasol o una gerbera, puedes echar la tarde.
Y ya que estamos, no podemos olvidar el verde, las hojas. Un buen ramo de flores no es nada sin el acompañamiento de las hojas de camelia carnosas y brillantes, o de helecho, o esas otras largas y grandes, brillantes, no recuerdo como se llaman, pero son las hojas de las plantas que hay en los conventos de monjas de clausura. Y las que se llaman costilla de Adán o monstera, entre primitivas y sofisticadas, algo de modernista y selvático tienen. Y esas otras flores blancas pequeñitas, como confeti, que también hacen de fondo del ramo, lo construyen, le dan empaque.
Huy, esto ha salido muy largo. Otro día sigo con las flores. Hay tema para rato.
En Padre Damián, en la finca que ocupaba el chalet de los Paz y donde se construyó luego un edificio de más de diez pisos, siguen en pie varios de los árboles del antiguo jardín de antes, entre ellos un gran chopo que monta guardia. Detrás de ese solar está el Olivar del Castillejo que aloja a la Fundación del mismo nombre y que da a la calle Menéndez Pidal. Damaso Alonso vivió por allí. Le recuerdo a él y a su mujer, Eulalia Galvarriato, ella siempre de gris, con su diadema de terciopelo negro, menudita, con su ir y venir a la parroquia de San Fernando hasta que murió.
El chopo está ya totalmente desnudo, pero nos ha dado un otoño precioso de verdes que se vuelven amarillos que cambian en su intensidad y permanecen todo lo que pueden y más, alegrándonos de la lluvia otoñal, en contraste con esas nubes grises y tristonas que a veces hay. Mirarle cada mañana te ponía de buen humor. Hasta la semana pasada mantuvo el chopo algunas hojas, aguantando como podía. Hace ya cinco días el viento acabó por dejar sus ramas largas y delgadas como venas hasta principios de abril, calculo yo.
Antes que el chopo, la hiedra que cae sobre el muro del garaje también nos dio sus mejores colores, de verde a rojo encendido, granate y un rojo amoratado al final. Ella trabajó desde septiembre a octubre. Entonces es cuando tomó el relevo el chopo, depende del calor, pero hiedra y chopo nos acompañan hasta que el frío acaba por entrar.
Los plataneros que se plantaron mucho más tarde, en los sesenta o así, cuando esto que era campo pasó a ser ciudad con el Estadio Bernabeú, son los últimos en dejar caer sus hojas, todavía están. Los barrenderos tienen mucho que hacer con ellos, sacan esas máquinas aspiradoras y no hay quien pare del ruido.
Yo sé que en febrero, si hay suerte, por la calle Juan Ramón Jimenez brotará una impresionante mimosa. En esa esquina, que al doblar sopla un viento que te echa para atrás porque da a norte, es un milagro invernal su amarillo descarado y juvenil. Antes, en enero, las primeras flores en abrir eran las camelias de la tienda Búcaro que, el año pasado, con la crisis, cerró y nos dejo sin esos arbustos de su entrada de hojas lustrosas y flores delicadas. Así que habrá que esperar a febrero a que haya algo amarillo por aquí. O no. Acabo de decidir que voy a decorar toda la casa esta Navidad en amarillos, con limones, membrillos o peras, todo lo que encuentre o me invente de ese color, el color del sol.
Hoy es el segundo domingo de Adviento y seguimos cada día con menos luz. Lluvia, como canta Melody Gardot, rubia por cierto.
PS: Sobre los amarillos de otoño Javier Barbadillo ya escribió aquí en su día. Gracias, Javier, te iba a pedir prestada una foto, no sé cuál me gusta más.
Hace unos años fui a una escuela de negocios, asistí a un seminario. En el descanso estuve en el jardín un rato. Era como aquel de Ásterix y Obelix en Bretaña, ese que un inglés regaba y cortaba con dedicación cada pequeña hierba que salía mientras decía “me faltan 300 años para que sea perfecto” (antes de que pasaran los galos y no sé cuantos más por encima dejándolo todo hecho polvo y a él anonadado). Le dije a quien me guiaba que era muy bonit -vi hasta un picapinos, el primero de mi vida-, pero que era un jardín "protestante" y le hacía falta un poco de imprevisión, flores que salen donde no esperas, árboles un poco dejados a su aire, algún yerbajo en un rincón esperando, para que aquel jardín fuera "católico". Me salió del alma y nos reímos los dos, mi amigo y yo.
El caso es que hace unos días en una peluquería vi un pequeño jardín portátil japonés de los que llevan un rastrillo, con piedrecitas, su fuentecita y una pequeña planta. Pensé que cada tipo de jardín tiene que ver con la religión a veces, con el modo de mirar al mundo, no a Dios solo, a las personas y a la vida. Este pequeño jardín llamaba a la calma, al orden, a la visión, en cierto modo, de la armonía. Pero una armonía suspendida en la nada. Lo oriental –es una forma de hablar, hay 20 maneras de ser oriental- tiene su atractivo. Especialmente lo de la paz y el equilibrio, en fin. Hasta la nada tiene a veces su atractivo. Pero ese no desear nada que implica a veces -me acuerdo hoy de Tamara y las clases de yoga en El Boalo, "liberaros del deseo"- creo que es poco humano, o a mí por lo menos no me sale.
Pensé hoy, al hilo de una conversación en la comida, en las casas del Escorial esas que están en el monte Abantos hechas de granito, con sus pinos alrededor, su tierra roja, sus jardines a menudo dejados un poco de la mano del dueño, pero con sombras, rincones, frescura en verano. O en la casa de mis abuelos en Valladolid, hoy de mi tío, y ese jardín donde se riega y se riega y no sale nada. Es arena, tierra de pinares, se filtra el agua y cuesta que nazca. Aunque al final algo sale y todos nos ponemos muy contentos. En ese césped de grama que mi tío logró que creciera cuando éramos chicos había “pesetas”, así las llamábamos. Eran unos pinchos pequeños, irregulares, con un púa más larga en un lado que en los otros, que nos clavábamos en los pies descalzos a veces.
No sé si me he metido en un jardín con esta entrada. Pero bueno, es igual, ya saldré.
Me he quedado pensando en los jardines franceses, es esos otros romanos sin flores, sólo verde, en járdines árabes. Creo que mi teoría no se sostiene o necesita mucho más trabajo. Lo tengo que pensar mejor otro día o buscarme otra teoría que diría Groucho (creo).
Mientras tanto, Pink Martini, en francés aquí debajo y arriba en español. Me he hecho fan, me encantan.
Hay en mi barrio un vivero que se llena los domingos de gente, especialmente ahora, que viene el buen tiempo. Está detrás del asilo de ancianas, el de los Condes del Val, en el mismo alto que la parroquia de San Jorge. A veces paseo por él con Olimpia. Tiene una parte de plantas de interior, otra de exterior muy grande, libros, muebles, muy bien puesto todo. Hasta tortugas hay en un pequeño estanque donde han puesto un cartel avisándonos que no debemos ni cogerlas ni tirarles nada porque "se estresan". Las miro un momento, nadan y están gordas. Al parecer, hacemos caso.
El estrés animal existe. Cuando te traes a un perro de una protectora se pasa al principio durmiendo días enteros en tu casa porque ha dormido mal los años que estuvo en la perrera, ladridos toda la noche siempre de algún perro. Durante el día luchan por atraer la atención que no tienen, o entre ellos por el territorio, por la comida, por lo que sea. Nada como un amo y un territorio propio para un perro. Recuerdo a Olimpia, y antes a Pepa, en esa fase de adaptación a la nueva situación mediante el sueño que les liberaba del estrés perruno y, a la vez, sin saber utilizar las escaleras o meterse en un ascensor, con miedo a los coches, a la gente, un poco como Paco Martínez Soria en una película de aquellas que llegaba del pueblo. Y después cada vez más sueltas, dominando el terreno, contentas.
Quiero poner flores en el balcón orientado a sur que tengo. Pero ¿cómo voy a sujetarlas para que no se caigan? A veces hay mucho viento en mi calle, me da miedo que se caigan las macetas. Me paseé un rato y decidí volver otro día a Casla y que me expliquen cómo hago y si pongo zenias, petunias, geranios o tagetes.
Otro día iré a la feria del libro. Hoy tocó flores, preparar clases, leer correos y disfrutar con "Pink Martini", un grupo distinto, singular, que se atreve con todo y lo borda, con mucho sentido del humor, además. Me han regalado "Splendor in the grass", que contiene un CD y un vídeo con otras canciones, entre ellas este "Hey, Eugene" que me ha hecho mucha gracia (fiesta, borrachera, contacto en fase avanzada, alguien pide el teléfono ... y jamás llama, un clásico como otro cualquiera). China Forbes, la vocalista, es fantástica, y es la que compuso esta canción, también la de "Over the valley" en plan romántico y vieja orquesta. Tienen muchos registros diferentes, los iré poniendo esta semana.
1 Ver amanecer o anochecer, según se presente el día, también la estación del año. Hacerlo siempre, no perderse jamás ese momento. “Disculpen Vdes., es que tengo una llamada muy importante”. Y, por la cara, salir de la reunión o de la clase (vale poner el descanso en ese momento).
2 Olvidarse de dolores que ya pasaron. Y de quienes los causaron. Si fuera posible, también los que yo causé y han sido ya perdonados u olvidados. Apoyar en su caso esa actitud con las pastillas anti-memoria adecuadas. No preocuparse por los que todavía no han llegado, no anticiparlos.
3 No entrar en discusiones inútiles. Definir cuáles son éstas, si es por el tema, la persona, el momento, o el propio estado de ánimo: podría ser una combinación de varias causas.
4 Mejor verse la cara que otra llamada por teléfono a ver cómo andas. Mejor un “tal día, tal hora en tal parte” que el cansino –y tantas veces falso- “a ver si nos vemos” con el que a menudo se sale del paso. Mejor una carta, en papel o electrónica, a un sms o un email de esos cortos del tipo “¿cómo andas?” que no significan nada. Y a veces, porque la distancia es la distancia, una conversación al teléfono, con sus palabras y sus silencios cuando hay calma. Primero la voz, luego, si se puede, los ojos humanos, la cara, los gestos y el abrazo.
5 Amar la trama más que el desenlace, como dice Drexler. En todos los sentidos. Los finales están bien, pero la trama es la trama. Dejarse enredar en ella, envolver con ella, lentamente o de una manera fulminante. Amar la trama.
Para las siguientes... ¿hay ideas?, ¿a alguien se le ocurre algo?
PS: Eso que se ve en un charco no es un puerco ni un hipopótamo. Es una perra boxer, es Tana. Le gusta rebozarse en el barro. Ha llovido en la sierra.
Extraña primavera. Otros años, a estas alturas del mes de abril, ya habían llegado los vencejos a Madrid. Pero no en esta ocasión. Creo que les hace falta más calor.
He paseado estos días mirando al cielo y estaba vacío de sus chillidos tan particulares al anochecer, cuando se cruzan unos con otros montando un inmenso guirigay, volando cada vez más alto, hasta que no los ves.
En concreto les busqué ayer en el centro de la ciudad, entre Ópera y Santo Domingo. Llegué hasta la Gran Vía, toda celebración por el centenario. Pero ni rastro de ellos había.
Hoy lo intenté de nuevo en el barrio de Salamanca y luego en el mío, en Chamartín, con Olimpia a mi lado. De nuevo otro no.
No puedo cubrir todo Madrid. Así si alguien sabe algo, si ha visto alguno, quizá un explorador, le agradecería la información.
Les echo de menos: el sol no se instala aquí sin ellos. Y yo necesito sol.
RECTIFICACIÓN, RECTIFICACIÓN, RECTIFICACIÓN: UNA INFORMANTE BIEN INFORMADA, O QUIZÁ ES QUE EN SU BARRIO SÍ Y AQUÍ NO, ME DICE QUE LOS VENCEJOS LLEGARON EL 10 DE ABRIL. MIRARÉ ESTA TARDE EL CIELO DESDE COSLADA Y CONFIRMARÉ SI ALLÍ SÍ O NO. GRACIAS, GUAPA, YO DESDE LUEGO NO LOS HE VISTO EN EL CENTRO NI AQUÍ, PERO SÍ TÚ LO DICES... SERÁ VERDAD.
13 y 14 de Marzo 2010. Fin de semana espléndido en Madrid. El sábado tenía la intención de ir a la exposición de Fortuny y Madrazo en el Museo del Traje. Metí a Olimpia en el coche y fui a recoger a N. Esperamos a que bajara y mientras tanto vimos un verderón buscando algo que comer en la mediana. La universitaria estaba hasta los topes, no pudimos aparcar ni ver la exposición por tanto, debía de haber una oposición y por eso tanto coche en fin de semana.
"A esta perra ni se la siente" dice N. Es cierto, se tumba en el coche o en mi casa y no da la lata, la pobre. Tras un año en El Boalo, en plena sierra de Madrid, a las faldas de la Maliciosa, se ha acostumbrado de nuevo a la vida urbana, es una santa. Duerme mucho, a todas horas. Es ya mayor y está entrando en esa especie de letargo de la ancianidad.
Fuimos a la Dehesa de la Villa a tomar el aperitivo como plan alternativo. Varias familias aprovechaban el sol, hay muchas ganas y los niños además en casa se ponen muy pesados. Comimos sesos, el sitio muy agradable, La Paloma se llama, volveré. Me tienta el camarero con callos que yo no sé hacer y que me encantan, aunque mi madre dice que es como si te comes una toalla. Caigo en la tentación y me llevo una ración en un paquete en plan take away castizo.
El domingo igual de sol. Tenía vigilada a la mimosa de Juan Hurtado de Mendoza que comenzaba a brotar, y eso que en donde está ella, sombra casi permanente, todo florece más tarde. Dimos un paseo por San Fernando, el durillo ya abierto, más niños en el parque, los mirlos muy activos y alguna urraca que persigue a los perros a distancia. No sé si es que está criando y los prefiere lejos o es que tiene mal carácter.
Comí con unos familiares en las Tablas, ese Madrid del norte nuevo y recién puesto, una solanera es, ni árboles tiene casi. Pero vi una lavandera en mitad del asfalto. Al volver hacia mi casa en metro a eso de las siete de la tarde, fui a dar con una mimosa en mitad de un descampado, justo al lado de los barracones que, por el momento, hacen de parroquia en este nuevo barrio. Esta mimosa ya toda abierta, espléndida, no como la de mi calle, que va lenta por la falta de calor y de luz, aunque crezca en un jardín cuidado.