Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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miércoles, 13 de abril de 2011

Comadrona

Comadrona o sage femme, creo que lo dicen así en Francia, lo vi en algunos portales, en vez de poner notario abajo ponía “sage femme”.

No he dado a luz ni he estado embarazada, pero la labor de alguien que ayuda a que otro nazca y está al lado de quien alumbra me ronda desde hace años. Escuchar e identificar las señales de la naturaleza que dicen que alguien llega, que está llegando, animar y alentar a la madre, ocupar siempre un segundo plano o el tercero o el cuarto, es el niño el que cuenta y quien lo ha llevado en su vientre y lo llamará hijo, hija.

Comadrona, un buen papel con vetas interesante. Muchas labores, muchos trabajos, son de estar al lado, simple y llanamente, sin llamarse ni padre ni madre de nada ni de nadie, sabiendo que la vida pasa a tu lado, que se hizo y se hace, pero que tú no la has engendrado, ni la educarás, ni la sostendrás, solo la animaste. Sabías los signos y cuándo había que empujar, pero el esfuerzo real es solo el de la madre y el de la vida que se abre paso por el canal del parto.

Comadrona, mujer sabia y silenciosa que está al lado de dos vidas, apoyando.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Esperando a nuestro Papá (o Mamá)



Vivo en una calle de Madrid donde hay cuatro colegios. Muchos días coincido a la entrada o salida del cole, un verdadero follón de autobuses y, especialmente, coches de papás y mamás. Hay también muchos niños que se suben al 150 con su cuidadora para volver a casa, adolescentes a su bola en manadas o en solitario absortos con su musiquita, lío general, diario y doble, que los vecinos nos tomamos con bastante filosofía y humor. Los niños dan mucha alegría al barrio.

Cuando bajo o subo mi calle a eso de las cinco de la tarde observo que en medio de ese follón monumental hay siempre varios niños o niñas esperando solos a su mamá, a su papá. Muchos de ellos, pequeñitos, están dentro del recinto escolar. Con fe inquebrantable saben que su mamá, su papá, aunque sean unos pelmazos, aparecerán de un momento a otro, vendrán a por ellos.

Como en la película "Los niños del Coro", aunque ahí era más triste. El pobre Pepinot salía a la verja del orfanato a ver si de una vez su papá venía a buscarle. Oye tú, pues que al final viene su papá, es su papá al fin y al cabo el maestro que se lo lleva. Y lloras a moco tendido.

Yo creo que cambiamos muy poco del niño o la niña que fuimos en el colegio. Veo a antiguas compañeras y la verdad creo que en lo básico somos las mismas, exactamente iguales. Por eso es tan difícil mantener una identidad forjada a posteriori tanto con los hermanos como con los amigos de infancia. Jolín, Fulanita, que ahora irás de super mega guay y darás conferencias mundiales sobre el agotamiento del petróleo, pero yo te he visto copiando. Es un decir, pero creo que ilustra.

Hay muchas películas que van de esto. "El chico" con Bruce Willis es una: uno no puede traicionar, engañar, a quién uno fue. Se puede ser aparentemente un triunfador pero en tu fondo queda el gordito que fuiste, el niño solo al que le caneaban y a quien tu vida actual le parece -esa sí, no la otra- una mierda. "No te has casado, no tienes hijos, no tienes perro: eres un fracasado" sentencia el niño que fue Bruce. "Claro que entiendo lo que haces para ganarte la vida: mientes a la gente". Y da igual que Bruce le diga que trabaja como asesor de imagen, el niño sabe de qué va su trabajo realmente. Los niños saben siempre de qué va la vida, de verdad.

Hay otra, que me encanta, porque retrata un tipo de perfil que se da con cierta frecuencia en nuestro competitivo mundo, "El Club del Emperador". Sí, a veces se puede necesitar ganar por goleada en la vida, y más que ganar: que los demás nos vean como ganadores, serlo públicamente y por aclamación popular. Y si hay que hacer trampas, se hacen, pero luego vamos de guay. Hay gente educada para ese tipo de éxito social donde las trampas son celosamente ocultadas. Pero en el fondo somos niños, todos. Hay algo muy infantil en las trampas.

Volviendo al tema de la entrada, que me voy por las ramas.

Esperando a nuestro papá, a mamá. Día duro en el cole. Es posible que estemos solos, que hayamos sufrido, como dicen ahora, acoso escolar. No es posible muchas veces: es seguro. También que la maestra haya sido dura con nosotros. Y que la comida fuera un asco. También que lo hayamos pasado medianamente bien o incluso muy bien. Hay días estupendos en el cole. Hay de todo.

La vida es como un colegio, pero de verdad, es el colegio de verdad, el otro es una imitación. No somos muy distintos a lo que fuimos de niños y el caneo varía, la soledad varía en matices, y la compañía también, pero en lo esencial es igual. Clases, cuatro cosas que hay que aprender -no son nunca muchas- y que a veces nos cuestan, no somos el centro de la atención, porque en nuestra casa podemos serlo pero en el cole somos demasiados para serlo. Siempre hay un caradura, un matón, una cursi, se pasa bien y se pasa mal. Pues eso.

"¿Llevabas mucho tiempo esperando?" "Eres una pelmaza, mamá, siempre haces igual..." La mamá pide mil disculpas, siempre se lían las mamás, más ahora que hay poco tiempo. Se enfurruña el niño. "Venga, que ya verás qué merienda te tengo preparada" Y se nos pasa.

Tenemos mucha suerte los que sabemos que nuestro Papá, nuestra Mamá, siempre vendrán a por nosotros tras ese día duro o menos duro de cole. Da mucho calorcito por dentro tener esa seguridad. Aunque algunos nos digan como a Pepinot que somos huérfanos: no es verdad. ¿Veis como aparece su Papá?



PS: Publicado en 2008, lo vuelvo a hacer hoy día de todos los Santos cuando la orfandad se siente mucho más profunda. Con paz y esperanza, pero orfandad al fin y al cabo.

sábado, 12 de junio de 2010

Iguales para que nadie envidie nada (y II). Ese deseo que nos hace humanos





Ay, la envidia tan presente detrás de tanto afán igualitarista. Constante siempre, en cualquier caso. Llevo pensándolo un par de días, porque el tiempo y los comentarios a la anterior entrada me han hecho cambiar mi posición, curioso: ahora creo que cierta envidia es buena y deseable.

¿Qué está en el fondo de todo? Estamos desnudos. Los seres humanos somos limitados, con necesidades, carencias y deseos constantes, a veces hasta cambiantes. Nos hacen de esa pasta. Dos tercios de la población mundial son necesitados de verdad de lo más elemental, pero el otro tercio también lo es aún de modo distinto. Es posible que los de ese tercio rico abusemos del deseo, del quiero y lo quiero ya, lo quiero todo y en este instante. Mala cosa, desde luego, fuente de muchos males, de la insostenibilidad no solo medioambiental, sino económica y humana. Vivir con deseos constantes que “tienen” que ser saciados da muy malos resultados a todos los niveles, lo estamos viendo. Pero creo también que detrás de la pretensión de no desear, del ocultamiento de querer algo que otra persona tiene, se encuentra algo casi peor: una envidia perversa que machaca al que la siente, que le ahoga y le obsesiona acabando por crear a veces un ambiente irrespirable a su alrededor.

Veo algo que tiene alguien o que alguien es algo. Me gusta muchísimo, me encantaría tenerlo o ser así, como es ella, él. Puedo disfrutar ya de mucho, pero eso precisamente que "tiene" esa persona me parece bueno, lo deseo para mí: escribe como a mí me gustaría, tiene tiempo (ay), un compañero que le quiere, qué suerte, ojalá yo lo tuviera, bien que lo echo de menos, una casa preciosa, es amable, pacífico, o constante, o, también, ¿por qué no?, no pasa apuros económicos. Lo veo y lo quiero. Y puedo hacer dos cosas.

Puedo notar que me gusta y aceptar el deseo con paz y sin machacarme. Está ahí. No significa no apreciar lo que uno ya tiene, es, ha recibido o ha conseguido por pura chiripa o con algo de su parte. Se puede estar contento y agradecido con lo que hay y querer más u otras cosas diferentes que otras personas tienen o creo que tienen. Pero hay una censura interior al respecto que no trae nada bueno, pienso. Puede pasar que ese deseo me dé hasta rabia, y que lo primero que haga es negar que eso que tiene el otro –virtud, regalo, don, resultado, lo que fuere, hasta simple suerte- sea tan bueno o exista siquiera. No escribe tan bien, no es tan buena persona, su marido no es tan agradable, su casa al fin y al cabo no es tan grande, debe de ser muy molesto además vivir con tanto espacio. Más que constante esa persona es una pesada, como no tiene talento por eso se esfuerza tanto, etc. Me miento y niego mi deseo porque me molesta desear algo, no tenerlo, echarlo de menos, quererlo. Me da rabia, vergüenza. Soy una puritana. Y se instala a veces vía esa pretensión zen de no desear, que puede ser tan poco humana, en el fondo celos y de los peores. No quiero quizás verme desnuda, necesitada, limitada siempre. No quiero tampoco aceptar la diferencia porque él o ella tienen eso o aquello que a mí me gustaría y no tengo. Y fabulo: niego que haya un hueco, algo que me falta o que quisiera, niego lo que veo en el otro, niego, en tercer lugar, hasta mi deseo, malo, malo, malo.

Creo que España es un país de envidiosos que llegan a la patología porque quizá entendemos equivocadamente aquellos mandamientos que prohíben codiciar los bienes ajenos. Es algo que lo tenemos muy metido, un tema de orgullo más que nada. Me parece que lo terrible es cuando matarías o pisarías suelo sagrado, cuando venderías tu alma al diablo por tener eso que tiene otro. Pero no pienso que sea malo verlo, reconocerlo, ni tampoco desearlo. Tenemos ojos y corazón que están hechos para ver, desear y querer lo que es bueno o así lo consideramos. Es humano que tengamos necesidades o deseos, que estemos desnudos, que nos veamos y seamos limitados, con carencias, o como las fincas, manifiestamente mejorables en todos los sentidos, siempre huerfanitos de Dickens, mendicantes de algo. Forma parte de la vida que a nuestro lado haya siempre gente que tiene o parece tener justo lo que uno no tiene o desea. Es estupendo que seamos diferentes, que haya personas que tienen cosas mejores, o que simplemente a nosotros nos parecen mejores o muy deseables, en ese sentido son envidiables.

Creo que es parte de la madurez y la consciencia saber que la vida está hecha precisamente de deseos que se logran dándote una alegría. Y de otros que no, y no pasa nada. También de algunos que se logran y luego te dices "Dios mío, casi mejor que no se hubiera cumplido", pasa. Me parece que no se trata de negar los deseos, sino de vivir con ellos jugando, tomándoselos en serio y por eso en broma, con esa envidia que no es oscuridad, es luz por ver lo bueno y lo bello, o lo que nos parece que es así en otros, y ese deseo que nos recuerda que somos humanos. No creo que una sociedad que intenta tener todo lo que tiene el vecino a la voz de ya sea buena. Pero mentirnos sobre lo que deseamos y no es nuestro, sobre la diferencia que hay en dones, regalos, meritos o fortunas y suertes simple y llanamente, no creo que sea sano. Puede acabar por hacer daño. Y sin querer uno puede llegar a ser un envidioso de los peores bajo la pretensión, por ejemplo, hasta de hacer justicia poética, de revelar las verdades de alguien o ponerle en su sitio con la palabra, en la literatura, con la ficción o el ensayo. Bajo la apariencia de sinceridad, hasta de bondad y buenas intenciones, puede haber a menudo envidias que se han enquistado. Detrás de algunos afanes justicieros insistentes puede haber celos, me parece.

Hablé con un buen amigo bueno –valga la redundancia- sobre esto, uno de esos amigos envidiables. Le dije que necesitaba tiempo para escribir, que en la negación de la carencia o del deseo me parecía que está parte de la raíz de la peor envidia. Me dijo que él decía siempre “qué bien” cuando alguien tenía algo, lo que fuera, para alegrarse por el bien ajeno. Es la posibilidad mejor sin duda alguna, poder ver, reconocer y alegrarse siempre en el bien ajeno, un ejercicio muy saludable. Si hay una punzada porque el éxito de otro molesta, duele un poquito, malo. Si esto acaba en negación, todavía peor. Y puede ocurrir. Yo, desde luego, no estoy nada a salvo.

martes, 8 de junio de 2010

Iguales para que nadie se ofenda (I)




Desde hace largo tiempo noto que, sin querer, se pega un sentido de la igualdad que me parece que no es bueno. Ayer lo comentaba Cotta. No estoy hablando de igualdad ante la ley o de la igualdad cristiana que recuerda que somos hermanos porque Dios, que es Padre, nos ama a todos como hijos, no hay un favorito u otro, a todos nos quiere con amor personal e inigualable. Me refiero a un sentido de igualdad perverso que se fragua en la enseñanza y se difunde luego. A ver si lo puedo explicar sin que sea muy largo.

“Fulanita es muy guapa, qué barbaridad de mujer…” “Bueno, hija, no lo es tanto, pero es que la pobre es tonta del haba...”. Los dones naturales, aquellos que Dios o los genes dan, se minimizan y se busca el espíritu de igualdad como si el Creador o la naturaleza fueran el Ministerio de Hacienda. Si alguien tiene algo, si es que se llega a reconocer, hay que recortarle luego por otro lado. Es como para consolarnos de un don, el que sea, que sabemos que algunas personas tienen sin haber hecho nada. Y eso molesta a veces. ¿Por qué molestan los regalos, los dones, lo gratuito? Habría que preguntárselo. La gratuidad se entiende mal en una sociedad donde todo tiene que ser el do u ut des o ese ir por el conducto reglamentario: todo a todos, lo mismo y del mismo grado, porque somos todos iguales y, si alguien tiene más o diferente, hay que nivelarlo.

Pero no sólo es negar esas diferencias naturales que se dan al nacer , lo que, por otro lado, tampoco tienen mucha importancia, son y no pasa nada. También negamos sorprendentemente junto al regalo el mérito, cualquier mérito personal por el que alguien logra algo. Ante un rico automáticamente se piensa que es un sinvergüenza y habrá robado o que tuvo una suerte injusta que se nos niega al resto de los mortales. Sólo los futbolistas o los artistas se salvan algo, pero el resto, especialmente los empresarios, son en este país mal vistos, no se les perdona y, desde luego, no se piensa que su esfuerzo puede explicar algunas cosas, no siempre, pero sí a menudo. Por eso en televisión triunfan tanto los impresentables, las personas muy zafias. Molesta menos su vulgaridad que la excelencia. Consuela incluso verles tan desastre ahí en ese parnaso televisivo, triunfando. Es el éxito de la ordinariez, de lo peor, siempre menos doloroso que el de quien es más o mejor que nosotros en algún aspecto. Éste es un país de envidiosos, por eso el igualitarismo crece bien y sano y se alía con la vulgaridad.

La teoría de la excelencia por la constancia y el esfuerzo tampoco es aplicada. Aquí todo tiene que ser espontáneo y fruto del genio personal, donde, ahí sí, somos todos inigualables. Es el complejo denominado "Lola Flores", el “yo too lo llevo dentro”, de oficio, horas y técnica, nada, se calla. Sólo hace falta que nos den una oportunidad para que salga, que no nos machaquen mucho con imposiciones académicas o de otro tipo. Esto en enseñanza me dicen que está a la orden del día. Junto a no querer dar ni chapa muchos chicos, y lo que es peor, sus padres, creen verdaderamente que son geniales y únicos, y que el instituto o el colegio son muy molestos lugares donde se les coloca en un sitio que no es el que les corresponde.

“Son unos valientes impresionantes” le comentó un familiar mío a una persona a raíz del modo en que viven algunos en ciertos lugares de España sin querer marcharse de su tierra por miedo o amenazas, sin pagar el impuesto revolucionario, resistiendo con valor. “Bueno, pero eso no les hace mejores que nosotros” le contestó el otro. “No, perdona, sí que son mejores que nosotros en eso al menos, son más valientes que otros muchos...” dijo mi hermano. No todo es exigible, claro, pero desde luego hay personas más admirables en algunos aspectos, comportamientos, momentos de su vida, etc. Los hay.

Es un ejemplo, pero hay otros muchos. Lo notas cada vez que alabas a alguien en algo que hace o que es, se intenta minimizar en cuanto se puede: “Ha vendido muchos libros”, “su libro es elemental y lo hace cualquiera, ella es puro marketing”; “liga una barbaridad”, “es que exige poco, así cualquiera liga...”; “es un hombre muy inteligente”, “bueno, no tanto, ¿tú has visto su última metedura de pata del otro día?”. Es como si molestase la luz del otro, la que tiene, la suya, única, con sus sombras, claro. ¿Quién no tiene sombras? A veces es como si prefiriésemos que todo el mundo fuera una bombilla con una luz exactamente igual a la otra, a la de al lado. O buscamos la sombra, que siempre existe, la hacemos más grande, como si así ésta pudiera ocultar el hecho de que en algo o alguna vez alguien tiene una virtud, algo bueno, digno de admirar o de reconocer al menos. O que hace algo heroico o muy bien hecho, aunque luego pueda ser un desastre en otros aspectos. Pues no: "no será para tanto", "fue la casualidad", "sí, sí, muy listo, pero mira lo mal que le va en..." Somos de traca.

Hay más aspectos de la igualdad que ya no caben, volveré mañana. Por ejemplo, la mención a los diversos “colectivos” (lo siento por la palabra, que alguien me dé otra) siempre con pinzas, por si acaso. Ya le pasó a Juanma hace unos meses, un poema a una mujer madre … que quiso explicar bien... no fuera a ser que las que no lo son madres se dieran por ofendidas. Y es que estamos a la que salta y así no se puede hablar de nada. El maldito igualitarismo es un peñazo. Y está bien metido para nuestra desgracia. Quizás el lema hoy es por la igualdad al desastre.

viernes, 14 de mayo de 2010

Compasión, con pasión



Qué importante la compasión, el ir más allá de la pena momentánea o duradera y querer cobijar al otro de alguna manera.

Me parece que la compasión es antes que nada una mirada capaz de poder ver la necesidad, tanto hueco como hay. Hace falta tiempo y ganas para pararse y contemplar los bordes amplios y negros de muchos sufrimientos, de tristezas ocultas o abiertas. Hasta algunas maldades pequeñas son también dignas de compasión. Son una llamada de “hazme caso, hazme caso...”, una petición a través de la envidia que se desliza, la crítica áspera, la dureza de corazón, etcétera. Al final somos dignos de compasión todos y cualquiera.

Qué necesaria la pasión. Es la honda convicción, una extraña forma de certeza que nos acompaña en una tarea o en el amor. No es el simple entusiasmo, ligero y volátil, que va y viene. Es no poder realmente hacer aquello de otra manera que no sea entregándote hasta los huesos. Es la pasión lo que te confirma de un modo sorprendente que tienes razón en lo que quieres o a quien quieres, y por eso pones no sólo corazón sino cabeza. Hay pasiones que están ahí y tú sabes que estás haciendo justo lo que debes porque es lo que quieres: dar clases, trabajar, escribir, lo que sea. Estás segura porque sientes pasión. Y no cuentan las horas, o sí cuentan, pero da igual lo que resulte al final. El saldo es lo de menos. Te entregas. Otra cosa es el cansancio, los altibajos, algunas dudas y los miedos. O estar tantas veces harta, que se puede estar hasta las narices literalmente.

Sucede lo mismo en la pasión de amiga, de hija, de hermana, de madre o mujer. Creo que es difícil querer a alguien sin pasión, sin eso que te entra que te le (o la) comerías a besos, sea niño, anciano, amigo, madre, en fin, lo que fuera. Pero no ciega esa pasión, me parece. Incluso ves con una mayor claridad, y por eso también acabas mirando con algo de compasión a quien quieres, eres consciente de su debilidad y su maldad sean grandes o pequeñas. Es otra señal más de estar en lo verdadero.

Pero a veces, sin saber bien por qué, se juega un partido de fútbol entre compasión y pasión. No sabes muy bien lo que sientes. ¿Puede más la compasión o la pasión? ¿Dónde está la separación, el corte ese? ¿Realmente qué te mueve?

Creo que en algunos casos concretos, aunque la compasión sea tan humana y buena, tan importante en este mundo que es de una frialdad de muerte, sin pasión no se puede. O mejor dicho: no se debe. Porque no se quiere realmente. Compasión 1, pasión 2. Gana la segunda casi siempre.

martes, 27 de abril de 2010

Listado (no terminado) de cosas importantes



1 Ver amanecer o anochecer, según se presente el día, también la estación del año. Hacerlo siempre, no perderse jamás ese momento. “Disculpen Vdes., es que tengo una llamada muy importante”. Y, por la cara, salir de la reunión o de la clase (vale poner el descanso en ese momento).

2 Olvidarse de dolores que ya pasaron. Y de quienes los causaron. Si fuera posible, también los que yo causé y han sido ya perdonados u olvidados. Apoyar en su caso esa actitud con las pastillas anti-memoria adecuadas. No preocuparse por los que todavía no han llegado, no anticiparlos.

3 No entrar en discusiones inútiles. Definir cuáles son éstas, si es por el tema, la persona, el momento, o el propio estado de ánimo: podría ser una combinación de varias causas.

4 Mejor verse la cara que otra llamada por teléfono a ver cómo andas. Mejor un “tal día, tal hora en tal parte” que el cansino –y tantas veces falso- “a ver si nos vemos” con el que a menudo se sale del paso. Mejor una carta, en papel o electrónica, a un sms o un email de esos cortos del tipo “¿cómo andas?” que no significan nada. Y a veces, porque la distancia es la distancia, una conversación al teléfono, con sus palabras y sus silencios cuando hay calma. Primero la voz, luego, si se puede, los ojos humanos, la cara, los gestos y el abrazo.

5 Amar la trama más que el desenlace, como dice Drexler. En todos los sentidos. Los finales están bien, pero la trama es la trama. Dejarse enredar en ella, envolver con ella, lentamente o de una manera fulminante. Amar la trama.

Para las siguientes... ¿hay ideas?, ¿a alguien se le ocurre algo?


PS: Eso que se ve en un charco no es un puerco ni un hipopótamo. Es una perra boxer, es Tana. Le gusta rebozarse en el barro. Ha llovido en la sierra.

lunes, 15 de febrero de 2010

"En tierra hostil" e "Invictus" (Esa cosa del valor que hoy tanto falta)



Leer cansa más que ver cine. Así que me aplico el cuento. Cuando no puedo más de trabajo, de escritura o de lectura en su caso, voy a al cine, que es lo que más me relaja. He visto dos películas fantásticas. No sé cuál me ha gustado más, la verdad.

La primera fue “En tierra hostil" (The hut locker), que me ha impresionado. Su directora, Catherine Bigelow, tiene también en su haber otra que me apasionó igualmente, “The widow maker”. Me gusta el cine de guerra,  el clásico y parte de lo que ahora se hace. Creo que en la guerra está lo peor de lo peor del ser humano, pero también hay destellos de aspectos interesantes. O yo tengo esa sensación, vamos. En este caso, es el valor que hoy, a todos los niveles, me parece, brilla por su ausencia en nuestro occidente, tan adormecido, blando, cómodo y terriblemente cobarde en líneas generales. Hay excepciones, por supuesto. Y no sólo en lo físico: intelectualmente hablando hay más cobardes en la actualidad que estrellas en el firmamento. España es casi paradigmático en esto: eramos valientes y grandes, pero somos hoy un país de cobardes y pequeños que hablan mucho, pero que están dispuestos a hacer en general poco. Y cuando alguien da un paso al frente es una sorpresa. Nos parece hasta raro y buscamos el rastro de la locura o del interés propio, tan mal acostumbrados estamos a que haya eso: gente más valiente que otra y más generosa que nosotros.

A mí el valor, la valentía, me interesan. Es uno de los temas que más me atraen. Creo que hay que diferenciar el valor o la valentía del simple arrojo o de la imprudencia, también de la locura de aquel a quien no le importa nada y, como no tiene nada que perder a veces, se arriesga a lo que sea. O sea, hay locos que no son valientes, simplemente no están en sus cabales. Pero hay valientes a quienes hoy llaman (llamamos) locos y no lo son en absoluto: es que son más valientes que otros, que somos (son) más cobardes, más cómodos. No todo el mundo es igualmente valiente, me parece. Sin embargo en la actualidad la valentía tiene mala prensa, es incómoda y no gusta nada. Y luego, como hoy todo y todos somos "iguales" por el maldito igualitarismo que se confunde con la igualdad, no se reconoce que hay gente más valiente, y es, en eso, mejor que otros,  digna de admiración, quizá no en todo, pero sí en eso, en esa valentía que demuestran en un momento dado. A mí por lo menos me parecen dignos de emulación también, ejemplares. Otra palabra o concepto maldito, ser "ejemplar" en algo. No: hoy lo mejor es ser mediocre, así no se molesta a nadie. Y por eso son los mediocres quienes suelen estar al frente, no solo en política, aunque ahí se nota más y es clamoroso. También en la empresa, en la universidad, en muchas partes, en todo este país donde estos años de progresía rancia se han sumado a los otros de franquismo y papá estado, y en donde una casta nueva de intocables mediocres se ha sumado a aquella otra casta ya antigua formada igualmente por mediocres. Aquí el mérito es visto bajo sospecha y el riesgo -empresarial o el que sea- es minimizado y nos da miedo. Solemos preferir las confortables faldas de alguien que nos proteja y cuya figura no sea grande, sino pequeña.  "Vivan las cadenas", bien lo sabemos, de antiguo ya viene, da igual aquel monarca o lo que tenemos, nos gusta ser esclavos, no libres: ser libres cuesta.

Esta película muestra el trabajo de los artificieros que desmontan bombas. En este caso en Irak, un lugar difícil, complicado, donde las tropas americanas con otras de otros países llevan ya unos años. Mal todo, complejo,  difícil. Realmente no sabes bien cuál es la solución si es que la hay, digo a nivel macro, de escenario político internacional. Esta película muestra parte de esa complejidad, no es lineal, no es de buenos, ni de malos, a Dios gracias. Cuenta casi como un documental (tiene la misma factura)  la pequeña historia de un hombre, de unos hombres, y sus contradicciones, pero también ese algo tan insólito como es el valor, que también puede ser en algún caso, como el del protagonista, la falta de encontrar un sentido al confort y a la vida “pacífica” de cuando uno vuelve a casa, cierto atisbo de locura hasta comprensible.

La escena del supermercado es de antología y una acaba por entenderle. Si la alternativa es poder (y saber, ay) elegir entre 200 tipos de cornflakes… o jugarse el tipo... casi te quedas con la aventura, el riesgo y la muerte, que es vivir al menos, lo otro son sucedáneos. En la vida muchas personas necesitan desafíos y no un sofá donde tumbarse, mucho menos un lugar donde arrodillarse y rendir pleitesía cada mañana de modo obediente y rutinario al consumo, al poder, al partido, a lo que se lleva, a lo que sea... para luego seguir quejándose. Cobardía y queja, mientras no se hace nada, hoy van de la mano: es seña de identidad muy propia en algunos lares. O, desde otro punto de vista: solo los cobardes que dicen "sí, señor" siempre y comulgan con ruedas de molino son los que progresan en política, en empresa y socialmente, por eso estamos como estamos.  Es sólo una opinión, aclaro.

La segunda película, "Invictus", es también estupenda, sobre Mandela, un personaje que parece, por así decirlo, todo lo contrario, pacifista. Pero es la otra cara del valor, de la valentía, creo, tan importante y necesaria como la otra, la del paso adelante: el líder sudafricano representa la resistencia, el valor de no devolver el mal con mal siempre, la concordia, etc. Otro modo de ser valiente.

Me interesa también mucho la paz que no sea el “no nos metamos en líos por si acaso”. O sea, algo más que dejar que el mal avance, no vaya a ser que le molestemos y nos haga daño, mejor calladitos y a lo nuestro. Un caso que se me ocurre muy tonto: el de Europa antes de que los americanos entrasen en la 2ª guerra mundial, que se ganó gracias a ellos, a los yanquis, siempre tan malos. Siento este dato, porque si es por los europeos, no se gana: dejamos que Hitler o la Unión Soviética avanzasen por pacifismo y no molestar a los grandes.

Tengo que reconocer que, más allá de Mandela, a mi me gusta mucho Clint Eastwood, el director de "Invictus", que es un tipo muy inteligente, nada políticamente correcto, que sabe contar historias como pocos (sabe la diferencia entre la piel dura y ser un tipo fuerte, son dos cosas distintas). Algún lelo ha querido "desmontar" a Eastwood con una biografía sobre sus debilidades o su "lado infame": hace falta ser tonto, por Dios. Que Clint no era una hermanita de la caridad ya lo sabíamos, no hace falta ser un lince para imaginarlo. Pero sus películas son estupendas... y la envida es siempre muy mala; de nuevo ese afán "igualitarista" de querer tirar por los suelos a los grandes: nadie dice que Eastwood sea el yerno o marido perfecto, me es indiferente ese dato a este efecto, sólo digo que hace unas películas estupendas, mejores que las de muchos otros. Todavía tengo en la retina ese final de "Gran Torino": toda una impresionante declaración de principios para el que fue pistolero del oeste, Harry el sucio, etc.

El caso es que esta película es sobre el perdón y la concordia, también sobre la inteligencia. Fue curioso hablar con Pepa, una buena  amiga, y que coincidiésemos las dos: es una película muy para España. Quizá debieran verla las altas instancias políticas del país, pero también formar parte de la educación para la ciudadanía y no tanta chorrada. No sé, me vino a la cabeza, ¿por qué será?, lo de la memoria histórica y personas concretas,  ese afán constante por querer dividir y no unir, intentar hurgar en viejas heridas, no por justicia -siempre importante-, sino para sacar tajada y rédito propio cuando no se sabe por dónde tirar, cuando no se vale ni se tiene peso. Da la sensación de que cuando alguien simplemente no sabe qué hacer, ni dirigir, ni gobernar, hay muestras más que suficientes, le da por abrir heridas que es lo más fácil. O cuando alguien no puede sacar adelante el trabajo de un juzgado, que es mucho, y le tienta la cosa mediática de estar en el candelero y ser importante, pues a lo mejor le da por ahí: no hay riesgo alguno en abrir heridas viejas, creo, eso es estar en la demagogia y encima a toro pasado, me parece. Es más difícil unir que dividir, sobre todo si se hace cuando no hay ya peligro alguno, a más de sesenta años vista. Es más difícil ser magnánimo que un resentido, que solo hay que saber azuzar y se suele ser cuando no se tiene valor, ni corazón, ni inteligencia . Pero es algo que se me ocurre al hilo de una buena película y de un líder nato, válido y valiente como Mandela, que hace todo lo contrario a lo fácil  y, encima, se reduce el sueldo, eso también: nada que ver con nuestra realidad política y judicial. No sé cómo se me ocurre esa asociación de ideas, ese contraste, tras ver "Invictus".

Mandela estuvo 27 años en una celda, preso, en unas condiciones infrahumanas. Esta película narra la celebración del mundial de rugby en Sudafrica y cómo el equipo nacional (odiado antes por ser identificado con el apartheid y lo peor de esos blancos afrikaaeners) logra “aunar” voluntades y entusiasmo gracias a que Mandela, ya presidente, no es un lelo, es alguien inteligente y bueno, ambas cosas. Al lado de otras cintas de Eastwood es menos interesante, pero es excelente. Freeman está muy bien, aunque el óscar espero que vaya al protagonista de "En tierra hostil", la verdad, y Matt Damon también. El rugby es un deporte de caballeros que juegan como si fueran hooligans mientras que el fútbol es lo contrario, hooligans que juegan como si fueran caballeros; que cada uno elija qué prefiere.

La figura de Mandela es lo que es un líder: alguien que, para empezar, se lidera a sí mismo, y no se permite la gran debilidad que es la venganza, el ajuste de cuentas o el resentimiento. Eso una persona no debe de permitírselo nunca, pero un presidente de una nación, alguien que hace cabeza, mucho menos: sin comentarios.  Luego, para añadir, Mandela es alguien que "pasa" de perder votos o apoyo: para eso está un líder, para decir lo que resulta a veces incómodo y no va a gustar nada, para empezar, a "los suyos", el sangre, sudor y lágrimas que dijo ya Churchill. La escena con su jefa de gabinete diciéndole que va a perder apoyo de "los propios" y él pasando es de las mejores, para que muchos tomasen nota, la tomásemos. Da igual caer mal, es lo de menos casi siempre: es una gran libertad que no importe nada lo gordo que se puede caer a veces, que el fondo de las cosas (la verdad, lo bueno) importe más que los votos o la popularidad.

Transcribo el poema de Henley, "Invictus", que Mandela recitaba en la prisión, un poema que inspira, la poesía tiene que ver con la supervivencia casi siempre.  Es el poema que da al capitán del equipo nacional de rugby. Se lo he mandado a hijos, a hijas, de amigos míos, en plena adolescencia: ser el capitán de uno mismo es mucho más difícil que cualquier puesto o mando en plaza, incluyendo la presidencia de un país. La valentía no es sólo el saber avanzar venciendo el miedo, sino la resistencia, el aguante, el extender la mano o el abrazo, a menudo mucho más difícil que el saltar para que te disparen  a ti el primero, el mostrar el pecho o la cara para que te la partan, porque no te importa y hasta le encuentras cierto placer a que te den y tú ya estás habituada a que lo hagan. Bien lo sabemos los adultos, bien que nos cuestan ambas cosas, el avance, pero también la resistencia. Cada día cuestan las dos, y se llega a hacer uno sangre si lo intenta de verdad, creo.

Lo dicho, dos películas estupendas sobre dos hombres en todo el sentido de la palabra (no de masculino, de persona). Faltan, con todos mis respetos lo digo, pero faltan.

INVICTUS (William Ernest Henley, 1849-1903)
Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul. -
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed. -
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find me, unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate;
I am the captain of my soul.

INVICTUS
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.

martes, 22 de diciembre de 2009

Alegría (quejas retóricas)



La alegría tiene mala prensa. No el ser gracioso o divertido, que es cosa distinta y con mayor aceptación. Se puede ser gracioso y ser un auténtico triste, son cosas distintas. El ser alegre es juzgado a menudo como que no se entera uno, que eres un pedazo de ingenuo o un insensible de campeonato, especialmente hoy, quizá tenga que ver con la esperanza, puede ser.

Es como la Navidad: como digas que te gustan, te suelen caer veinte o treinta voces diciéndote que si el consumo se lo come todo, que si la soledad es más profunda, etcétera. Estoy de acuerdo en las dos afirmaciones, por supuesto. Pero ni lo primero ni lo segundo son impedimento, digo yo, para la alegría de estas fiestas, para la alegría en general, me parece.

Por supuesto que se han convertido las Navidades en un artículo más de consumo, en una ocasión más de mostrar que son las cosas y no las personas las que parecen importar. Pero es que uno no está abocado a vivirlas así si no le da la real gana. No hay obligación de consumir ni de comprar. En la mayoría de las veces como no da el presupuesto, pues eso que te evitas. Con decir no porque sí, o no porque no se puede, basta. ¿O hay que imponer la sobriedad y el no gastar por decreto ley a quien no quiera? No sé. Creo que la cabeza está para decidir, y la libertad es sagrada. Si uno no quiere algo no tiene por qué hacerlo, no hay obligación de consumir sí o sí o sí.

Por supuesto que también son unas fechas en las que se siente mucho más honda la soledad: la ausencia de padres, de amigos, de muchs personas. También otras ausencias o lejanías muy diversas, que se llevan como se puede, habitualmente mal. Pero es que la vida adulta es así. A menudo se vive en cierta carencia de afecto o en una permanente búsqueda de que nos quieran un poquito más, a veces que nos quieran más a nuestro gusto, a nuestra manera a menudo, que no es siempre la de los demás. "Una capacidad muy limitada de querer con una capacidad ilimitada de ser querido" leí el otro día que éramos cada uno. Joé, qué cierto. Pues ya está ¿no?, como le des muchas vueltas, te vuelves del revés. Quizá nos estudiamos mucho y estudiamos mucho a los demás en eso del querer, podría ser.

En fin, que no me gustan nada los agoreros y los tristes. Otra cosa es la melancolía, la tristeza suave y alegre de algunos hombres, de las propias Navidades también, de la vida en general. Que el mundo puede ser una mierda ya lo sabemos. Que hay desastres lejanos y muy cercanos no cabe duda, haría falta estar ciego. Pero que con aguafiestas, quejosos y tristes todo lo anterior no parece mejorar, eso desde luego.

Esa cultura de la queja y del victimismo que se ha instalado en occidente, a menudo entre quienes se supone que tienen cabeza, como una especie de pose o de condición sine qua non para demostrar que eres inteligente o sensible, me tiene hasta la coronilla. Es una queja retórica que se repite. Quienes la emiten viven o han vivido como San Pedro habitualmente y sólo quieren más atención personal, nada más. Es elemental, comprensible a menudo, pero elemental, diría más: es infantil.

Me parece todo respetable, faltaría más, pero tengo la sensación de que a veces aquí quienes no lloran, no maman, y una mano a menudo tampoco acaban por echar. Están demasiado ensimismados con el "yo, yo, yo, qué penita me doy y qué penita quiero dar en particular o en general, hacedme caso, por favor, miradme más.."

No puedo con la con la ingenuidad esa de "We're the world, we're the children", con los finales felices por decreto ley, con la Casa de la Pradera, en fin, con el "too er mundo e güeno", el buenismo, etc. No lo puedo soportar venga del lado de donde venga, que de todo hay.  Se puede hacer poco, bastante poco por los demás, y hasta por uno mismo al final, no por nada, es que somos todos muy limitados.  Pero desde luego también me da una pereza inmensa la retahila cansina de quejas hechas desde el confort: "pobre yo", "pobre, que no hay quien me quiera", "qué feo es el mundo", "qué mala mi vida", etcétera, etcétera.

Vaya morro que nos gastamos a veces, es de impresión. Especialmente porque las quejas no suelen coincidir con los desheredados de la tierra, esos que habitualmente nunca se quejan: no tienen tiempo ni a veces fuerzas, no tienen ni voz. Los que no lloran, y menos en público, son los que a menudo tienen muchas más razones por las que llorar me da por pensar. Aunque quizá estoy equivocada, podría ser. En fin, siento esto que he escrito, es que hay veces que te dan ganas de dar un meneo en general y otras en particular, de verdad.

Quedan 2 días para la Navidad.

PS: La foto es de un cuadro de Alberto Guerrero de la serie Moby Dick. Melancólico pero alegre, se da.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Estar sencillamente (la visita de Tana)


Tras varios correos y viajes mios quedamos Alejandro y yo que nos vemos este miércoles para tomar café. Estoy contenta, me ha costado dejarle allá tan arriba, en Cerceda, a él y a Tana, mi perra que él acogió en adopción. Yo no podía con ella. A veces es mejor reconocer que no puedes con algo, con trabajos, con perros, con situaciones diversas. Cuesta sobre todo porque algunas personas tienen tendencia a asumir más cosas de las que pueden o simplemente asumen lo que no pueden. Pero es mejor decir "no puedo con esto" después, que enrocarse en algo que no puede ser hasta romperse. Hombre, el ideal sería tener más sentido común a priori o verlas venir antes de lanzarse, pero no siempre es posible, especialmente entre quienes no pueden decir no  por una extraña sensación de culpabilidad, por simple entusiasmo también, o porque se creen superman o superwoman. El sentido común es el menos común de los sentidos, ya se sabe.

Como fuera y cuando vuelvo a casa y estoy abriendo el portal veo a Alejandro que llega. Trae a Tana, no me había dicho nada el muy sinvergüenza... Casi me echo a llorar al verla, tan guapa y tan grande ya. He criado a Tanita desde que tenía menos de un mes hasta los siete en que se la pasé a Alejandro, el entrenador y mi amigo ya. Está educada, está feliz, sé que hice lo que tenía que hacer, lo sé. Mañana cumple el año.

Qué alegría tenerles a los dos para el café. Olimpia no piensa lo mismo respecto a Tana, casi la muerde al entrar. Mi perra tiene celos de todo lo que me toca, pero si es un perro mucho más.

Hablamos Alejandro y yo. Nos escuchamos. También hay silencios y pausas. Es fundamental el silencio entre amigos. Es cuando sabes que ya lo eres de verdad. Bueno, eso, y cuando has desilusionado o decepcionado seriamente y un par de veces al otro. Hasta entonces pienso que no hay verdadera amistad.

Es estupendo entrar y salir, ir al teatro o al cine, a tomar una copa, a cenar, a un museo o una exposición, también viajar. Pero lo mejor es tener tiempo para estar sencillamente. Debería estar trabajando, leyendo o escribiendo esta tarde, pero no. Voy a estar con Alejandro porque le quiero, es mi amigo. Me encanta la gente, los grupos, soy gregaria o sociable. También me gusta cierta soledad. Sólo esa cierta soledad tan incierta,  la puntual, la suficiente para no ensimismarte, para poder estar mejor con una misma y, precisamente por eso, luego con los demás. Creo que saber estar sola, sin odiarse ni aburrirse tampoco, ni  estar embelesada, casi como en una buena amistad, es fundamental para saber apreciar a los demás en todo el valor que tiene la buena compañía, que es mucho. Por eso, por encima de todo, de las cosas que más me gustan en esta vida es poder echar la tarde con un amigo, con una amiga: sin prisas o las quitamos. Nada por delante, aunque lo haya.Y no el bulle-bulle ese que a veces se puede tener hasta entre amigos, el tener que hacer de continuo me agobia: ven, sal, ahora vamos aquí y luego allá, etc. No, me encanta no tener plan, ni programa de actividades, por eso a veces me planto y me da igual que piensen que soy una borde. ¿Qué vamos a hacer? No vamos a hacer nada de especial, tranquilidad. ¿Hace falta hacer algo siempre? Pienso que no.

El cara a cara sentados es importante De uno en uno, de una en una también, como mucho tres, cuatro, no más. Si no, para mí, no hay amistad. Hay conocimiento de superficie y poco más. Y está bien, no pasa nada, pero es lo que hay. Estupendo, a veces es lo que puede haber por lo que sea. Hay que tener conocimientos, es otra categoría distinta a la amistad con su peso también.

Creo que al final lo que vamos a hacer de más valor en esta vida es estar, acompañar. Algunos educar, una tarea fundamental. Otros hacemos papeles, luego se llamará como se llamará, pero son simples papeles. Pero todos podemos llegar a acompañar un rato a otros, a los que toque, en familia, con amigos. De lo más humano que tenemos pienso yo que es acompañar, tampoco hay que aspirar a mucho más. Y se hace hablando y sin hablar, preferentemente en silencio, estando al lado. En general creo que no hay que dar muchas explicaciones, ni siquiera es necesario a veces hablar. Hay que estar, sencillamente estar. Todo se sabe o se llega a intuir. Ni palabras se necesitan en algunas ocasiones, sobran a menudo.

Faltan 21 días. Acompañar la espera y poco más.

lunes, 31 de agosto de 2009

Sagrado



Supongo que el adjetivo de marras suena rancio, insólito, de otra época. Pero me gusta pensar no ya en el adjetivo, sino en eso sagrado que trasciende a las instituciones, quizás hasta la religión.

Diría casi ese sagrado que va más allá incluso de los credos que yo conozco.
En lo sagrado hay algo profundamente humano, ni siquiera de un dios o de Dios, póngase como cada uno crea.

Sagrada es la conciencia y por eso hay que entrar descalza hasta en la propia, no digamos ya en la ajena. Hay personas que por un tema de conciencia sin volver la vista atrás y con un par se lían la manta a la cabeza o justo todo lo contrario, cuando sería mucho más cómodo en todos los sentidos hacer oídos sordos a ésta. “Entre el Papa y la conciencia, elijo la conciencia” dijo el cardinal Newman. Yo sólo sé que la conciencia es un espacio, un lugar interno, donde hay que descalzarse, ir con una delicadeza extrema para saber realmente dónde te arde la llama esa que no se consume de la que hablaba Moisés y donde lo que hay son otras cosas, conveniencia, comodidad, etc., no sé si me explico.

Sagrada es también la naturaleza. Estos días debatíamos en el blog de Cotta al respecto. Creo que la naturaleza es sagrada, otra cosa es que tengamos que alimentarnos, obtener la energía que es la clave del desarrollo, que cada vez que encendemos la luz, pescamos un pez o le abrimos un tajo a la tierra haya un impacto medioambiental, hagamos sangre de alguna manera, ya lo escribí a propósito de Palin. Cuando voy a la matanza miro con respeto no sólo a los matanceros y la gente que sabe qué hay que hacer y cómo hacerlo, miro con respeto hasta al cerdo gracias al cual me alimentaré yo y muchos más (y si es de Barcarrota, divinamente). Hay algo de sagrado en lo que nos proporciona alimento y tiene vida.

No creo en nuestra inocencia ni en la imagen idílica ni posible del buen salvaje, tampoco en la de que somos malvados per se, todos y todo el tiempo. Pero otra cosa, muy distinta, es que crea que esto está a nuestra disposición sin cortapisas, que podamos arrasar con todo. Y no solo por los recursos, que serán ilimitados pero no infinitos, es algo más: la sombra, el rastro de vida o la evidente vida, tan plural, tan impresionante siempre, la nave tierra, dicen algo de sagrado que no debemos despreciar, que tenemos que respetar de alguna manera. No sólo en sentido utilitarista (para poderla explotar a más largo plazo, qué horror), es otra cosa también: hay algo muy sagrado en la naturaleza. No somos sus dueños de ninguna manera, como no somos dueños de nada, realmente de nada. Si uno sale al campo sabe que aquello no le pertenece ni aunque sea su propia finca.

No voy a insistir en otra cosa sagrada como es la vida humana, hoy despreciada. Bueno, siempre lo ha sido de alguna manera. He escrito lo suficiente, creo, sobre el aborto. Pero desde luego una vida humana es sagrada siempre. Y yo, que no he estado embarazada en mi vida, siento una verdadera reverencia (me da igual si suena cursi) ante las personas que son madres (y padres). No envidia, tampoco me considero peor, pero no es lo mismo. No por llevar a un niño 9 meses dentro –hay madres no biológicas tan madres como las biológicas-, sino porque acunar, custodiar, educar, alimentar, animar, perdonar y aguantar y muchos más “ar”, “er” o “ir” es algo que no tiene comparación con absolutamente nada. Nada es comparable a la maternidad ni a la paternidad. No solo la vida es sagrada, también lo es la paternidad y la maternidad entendidas como donación para toda la vida, eso sí que es eterno. Insisto: no me considero menos, pero no es lo mismo. Cada uno tendremos aquello con lo que daremos más fruto, santa paz.

Hay más territorios sagrados, espacios, tiempos. La siesta es un tiempo sagrado y no de va coña esto, lo saben bien mis sobrinos que como me armen jaleo después de comer en casa los cuelgo de los pulgares.

Por cierto, otro ámbito sagrado: la infancia. Los niños son sagrados, no en el sentido de ineducables o intocables, sino en el sentido de que hay que respetar sus tiempos y protegerles con la propia vida –aunque no sean tuyos- de esa mierda tan variada que nos rodea y que les amenaza en convertirles antes del tiempo debido en Britney Spears o cosas peores. “Cambio un polvo por un hada” titulaba la situación actual no sé qué bloguero, razón tenía. Hay muchos intereses, muchos -de sinvergüenzas, empresas, individuos, lo que sea- en quemar la infancia, en robarle ese sentido sagrado que tiene, la edad no sé si de la inocencia, pero de otros tiempos, ritmos, temas, de una mirada propia, la suya, que hay que preservar. Hay que protegerles también de nosotros mismos, de nuestras miserias, siempre que sea posible, desde luego si de mi depende no ven determinadas cosas ni oyen determinadas conversaciones, tampoco les expongo a otras cosas, no. Conmigo, no.

Del mismo modo la ancianidad tiene algo de sagrado, de honorable, también lo hemos olvidado y hemos hecho de ella algo innombrable o ridículo en vez de sagrado. Como la muerte, era y es sagrada, no un tema del que no hablar, es eso, sagrado, pero no un tabú, son dos cosas distintas y las equivocamos.

Hay un último terreno que creo que es sagrado, aunque ya sé que no se lleva y que esto puede mover a la sonrisa o hasta la risa, cosa buenísima por otra parte.

El matrimonio, las parejas –a estos efectos es lo mismo- pueden ser todavía un terreno sagrado para algunas personas, no digo ya si hay niños de por medio: doblemente sagrado. Líbreme Dios de, habiendo dicho lo que he dicho más arriba –la sacralidad de la conciencia, de todas las conciencias- vaya a valorar comportamientos de terceros, de ninguna manera. Pero sí voy a decir, al hilo de cierta discusión en otro blog, que precisamente porque es un terreno sagrado el matrimonio, "la castidad" tiene un sentido de virtud.

Sí, he escrito "castidad", aunque suene raro, antiguo, incomprensible: me es igual.

Para una persona casada será un tema de fidelidad primero quizás, pero para el que vuela libre como un pájaro no es cuestión de fidelidad –no se tiene otro compromiso-, sino de castidad. Una virtud que lleva a moderar el propio goce, en este caso a abstenerse totalmente, y no por un tema de áscesis, porque se sea mojigato o insensible o no se tenga valor, o porque a los curas o a la iglesia, que ya se sabe que tienen todos muy mala idea y, como ellos no, pues los demás tampoco o muy reglamentado todo, se les haya ocurrido reunidos todos en cónclave antisexo.

Para áscesis se puede hacer yoga o cosas bastante mejores, la sensibilidad y el goce suelen estar en perfecto estado, el valor a algunas personas les puede hasta sobrar en todos los sentidos, y los curas o la iglesia, de verdad, vamos a dejarles de lado. Créanme si digo que a la hora de la verdad se puede no pensar en absoluto en el Santo Padre echándote al fuego de los infiernos, sino en otra cosa más cercana y hasta más honda, más cierta.

Es algo todavía más profundo, más de dentro, más ¿humano? La castidad es algo humano, espero las risas o las sonrisas de condescendencia, toda virtud tiene algo de sentido del humor, sin él estamos perdidos, y esta virtud no es una excepción, provoca sonrisas y risas, es bueno que lo haga.

Se deriva esa castidad de la justicia, del respeto, de la prudencia, de la fortaleza: todo ello hace que a alguien se le ocurra que tiene un sentido respetar ese suelo sagrado de otros, aunque ni siquiera sea el propio, el que uno ha labrado. ¿Que otros entran o se pasean, hasta en el propio, con botas Doctor Martens? Ellos sabrán qué hacen, otros siempre descalzos al bordear suelo sagrado, ni siquiera al entrar: al aproximarte.

Incluso sucede que se puede pensar que ese sagrado y esa castidad convergen además, curiosamente, mira que son ya ganas de fastidiar, en la denominada regla de oro del "no hagas a los (las) demás lo que a ti no te gustaría que te hiciesen", lo cual puede ayudar un poco para mirarse por las mañanas en el espejo y seguir encontrando siempre al miserable que la condición humana impone, pero no a un o una canalla. Y facilitar en su caso el maquillaje y el arreglo personal después, bastante más que el mejor cosmético, aunque de esto no hablen las revistas femeninas, una pena. Al final es una cuestión hasta estética, no solo moral: porque es feo, poco delicado entrar en suelos sagrados sin descalzarse, como elefantes en una cacharreria, envejece además un montón.

Por supuesto que porque todos somos humanos se puede tropezar no una sino doscientas veces en una piedra hasta ya conocida. Pero, por Dios, al menos con conciencia -y consciencia- anterior, durante o posterior de que aquello que se está haciendo no está bien, es feíto: no vamos a negar la mayor por nuestras debilidades personales que pueden tener hasta su encanto. La verdad puede ser la verdad la diga Agamenon o hasta el porquero de la propia conciencia. O incluso esa institución tan denostada, risible, antigua y ya superadísima: la iglesia. Joé, la iglesia puede tener hasta razón y decir simplemente la verdad, una verdad realmente incómoda, porque fastidia un poco que te digan que no está bien tener relaciones con un señor casado. Pero vamos, lo dicho, sobra la iglesia, con ver el suelo sagrado basta, no hace falta más, de verdad, nada más.

Uf, he mezclado primero la conciencia con la naturaleza, luego con la vida, los niños, la siesta, la ancianidad y la muerte, la paternidad y la maternidad y, pa'rematar, con el matrimonio, todo sagrado. Lo peor es que me tomé un Ribera de Duero al empezar a escribir esta entrada y luego un Rueda frío porque hacía calor, y claro, conviene no mezclar, es malo para la escritura y para todo.

Parece que no hay hilo, pero lo hay: pisamos o bordeamos suelo sagrado todos los santos días y a veces podemos no daranos ni cuenta de que ahí está la zarza esa que no se consume, es impresionante, no se consume.

El fuego que arde ahí está, constante, guardando algo importante que sobrepasa a algunos: sagrado.

Luego hay más terrenos sagrados pero totalmente secundarios, por ejemplo, el dinero del contribuyente que debería ser sagrado también, ay. O hasta el de la empresa, que porque pague ella no te vas a llevar los folios a casa.
Pero ya ahí ni entro porque no acabaría. Creo que por hoy ya he escrito bastante ¿no?

jueves, 20 de agosto de 2009

Jane Eyre y las mujeres ratón I

 Haciendo limpieza de libros, viendo los que me voy a llevar y los que voy a dejar en casa de mi madre, me encontré con Jane Eyre, la vieja edición de Penguin, un libro que casi todos los años leo de nuevo. 

 También vi la película más reciente sobre la novela de Charlotte Brontë protagonizada por Charlotte Gainsbourg, hija de Jane Birkin y Serge Gainsbourg. Una maravilla de mujer, una estupenda actriz. Charlotte hace una Jane de libro, está perfecta. No así William Hurt, para mi gusto tiene demasiados tics. Nada espectacular en Jane, quizás uno o dos rasgos hermosos en su físico, un aire ligeramente desvaído y, a la vez, una increíble fuerza interior que la mantiene y mantiene su alrededor. 

 Jane Eyre es el prototipo de las mujeres ratón. Hay muchas, ella es una. 

 Otra mujer que me recuerda a Jane, y es también prototipo de las mujeres ratón, es Joan Fontaine en la película de Hitchcock, "Rebeca". "Anoche soñé que volvía a Manderley",  otro novelón de la misma autora de "La posada de Jamaica", Daphne du Murier, un relato también estupendo. 

 La nueva señora de Winters, enamorada de su marido hasta los tuétanos; la sombra permanente de otra mujer, Rebeca, primera mujer de su marido; el ama de llaves, mala, malísima, que la quiere hacer dudar y sentirse inferior ante quien supuestamente era más. Pero no, realmente nunca Rebeca estuvo en el corazón de él, demasiado perfecta y demasiado fría. Es ella, la mujer ratón, la que sin parafernalia de iniciales bordadas, ni una contundente presencia o ausencia, es el amor verdadero.

La mirada de Joan Fontaine es una de las miradas más hermosas. Ternura y solidez de quien ama a una mujer ratón o es amado por ella.

¿Quiénes son las mujeres ratón? Como los ratoncitos de campo tiene un color parduzco, marrón o gris. El pelito sedoso. Ojos bonitos o alegres a veces. También muy posiblemente ojeras. Se pueden mover rápido o lento, pero son silenciosas. Se cuelan por un hueco cuando pensabas que la casa estaba cerrada a cal y canto. En cuanto te descuidas ahí han anidado: debajo de la cama, en un rincón de la cocina, se han hecho fuerte y no se irán. Siempre contigo, ahí. Listas también como los ratones coloraos.

Piden realmente muy poco. A veces despeinadas. Prisas y poco tiempo para mirarse al espejo. Hay que meterse en la caja de cornflakes silenciosamente y ver qué puedes sacar. Roedoras de vida, construyen nidos para los suyos, prole propia y ajena, también otro tipo de nidos. 

 Asun es una perfecta ejemplar de mujer ratón. Paciencia infinita. Generosidad de madre ratona. 

 Frente a tantas mujeres tan completas, tan perfectas, tan que lo tienen todo, y todo muy claro siempre, ("Sé lo que quiero en la vida y cómo llegar a ello" declaración que leo de no sé quién en no sé qué revista), las mujeres ratón se asoman con una mirada tímida o a veces burlona, pegan de vez en cuando un brinco y defienden su territorio, interior o exterior, con firmeza y pequeñas armas de mujer ratón. La constancia o el silencio, aunque sean charlatanas.

Construyen, reconstruyen una y otra vez, roen el corazón hasta llegar adentro. Una y otra vez.

Cogen un hilito de aquí, un algodón por allá, ese trocito de queso o de chorizo que olvidamos, restos mínimos que sólo ellas ven, saben evitar bien el veneno o el cepo. Ellas a lo suyo. Que es lo nuestro. Espero que los ratones de campo, las ratonas de campo, aniden en mi nueva casa. 

(Lo publiqué ya en noviembre de 2008, hoy vuelvo a hacerlo porque ayer conocí a otra mujer ratona, Sunsi, y porque no he escrito nada. Estoy tumbada al sol en una playa, literalmente: qué sitio tan bonito es Altafulla y qué amigos tan generosos tengo -gracias Pepa, Capitán, Carmina, José, Luis, abuela Carmina, también a los perros que me han despertado esta mañana con un lametón)

miércoles, 19 de agosto de 2009

Esperando a nuestro Papá, a nuestra Mamá



Vivo en una calle de Madrid donde hay cuatro colegios. Muchos días coincido a la entrada o salida del cole, un verdadero follón de autobuses y, especialmente, coches de papás y mamás. Hay también muchos niños que se suben al 150 con su cuidadora para volver a casa, adolescentes a su bola en manadas o en solitario absortos con su musiquita, lío general, diario y doble, que los vecinos nos tomamos con bastante filosofía y humor. Los niños dan mucha alegría al barrio.

Cuando bajo o subo mi calle a eso de las cinco de la tarde observo que en medio de ese follón monumental hay siempre varios niños o niñas esperando solos a su mamá, a su papá. Muchos de ellos, pequeñitos, están dentro del recinto escolar. Con fe inquebrantable saben que su mamá, su papá, aunque sean unos pelmazos, aparecerán de un momento a otro, vendrán a por ellos.

Como en la película "Los niños del Coro", aunque ahí era más triste. El pobre Pepinot salía a la verja del orfanato a ver si de una vez su papá venía a buscarle. Oye tú, pues que al final viene su papá, es su papá al fin y al cabo el maestro que se lo lleva. Y lloras a moco tendido.

Yo creo que cambiamos muy poco del niño o la niña que fuimos en el colegio. Veo a antiguas compañeras y la verdad creo que en lo básico somos las mismas, exactamente iguales. Por eso es tan difícil mantener una identidad forjada a posteriori tanto con los hermanos como con los amigos de infancia. Jolín, Fulanita, que ahora irás de super mega guay y darás conferencias mundiales sobre el agotamiento del petróleo, pero yo te he visto copiando. Es un decir, pero creo que ilustra.

Hay muchas películas que van de esto. "El chico" con Bruce Willis es una: uno no puede traicionar, engañar, a quién uno fue. Se puede ser aparentemente un triunfador pero en tu fondo queda el gordito que fuiste, el niño solo al que le caneaban y a quien tu vida actual le parece -esa sí, no la otra- una mierda. "No te has casado, no tienes hijos, no tienes perro: eres un fracasado" sentencia el niño que fue Bruce. "Claro que entiendo lo que haces para ganarte la vida: mientes a la gente". Y da igual que Bruce le diga que trabaja como asesor de imagen, el niño sabe de qué va su trabajo realmente. Los niños saben siempre de qué va la vida, de verdad.

Hay otra, que me encanta, porque retrata un tipo de perfil que se da con cierta frecuencia en nuestro competitivo mundo, "El Club del Emperador". Sí, a veces se puede necesitar ganar por goleada en la vida, y más que ganar: que los demás nos vean como ganadores, serlo públicamente y por aclamación popular. Y si hay que hacer trampas, se hacen, pero luego vamos de guay. Hay gente educada para ese tipo de éxito social donde las trampas son celosamente ocultadas. Pero en el fondo somos niños, todos. Hay algo muy infantil en las trampas.

Volviendo al tema de la entrada, que me voy por las ramas.

Esperando a nuestro papá, a mamá. Día duro en el cole. Es posible que estemos solos, que hayamos sufrido, como dicen ahora, acoso escolar. No es posible muchas veces: es seguro. También que la maestra haya sido dura con nosotros. Y que la comida fuera un asco. También que lo hayamos pasado medianamente bien o incluso muy bien. Hay días estupendos en el cole. Hay de todo.

La vida es como un colegio, pero de verdad, es el colegio de verdad, el otro es una imitación. No somos muy distintos a lo que fuimos de niños y el caneo varía, la soledad varía en matices, y la compañía también, pero en lo esencial es igual. Clases, cuatro cosas que hay que aprender -no son nunca muchas- y que a veces nos cuestan, no somos el centro de la atención, porque en nuestra casa podemos serlo pero en el cole somos demasiados para serlo. Siempre hay un caradura, un matón, una cursi, se pasa bien y se pasa mal. Pues eso.

"¿Llevabas mucho tiempo esperando?" "Eres una pelmaza, mamá, siempre haces igual..." La mamá pide mil disculpas, siempre se lían las mamás, más ahora que hay poco tiempo. Se enfurruña el niño. "Venga, que ya verás qué merienda te tengo preparada" Y se nos pasa.

Tenemos mucha suerte los que sabemos que nuestro Papá, nuestra Mamá, siempre vendrán a por nosotros tras ese día duro o menos duro de cole. Da mucho calorcito por dentro tener esa seguridad. Aunque algunos nos digan como a Pepinot que somos huérfanos: no es verdad. ¿Veis como aparece su Papá?

Lo sé, esto ya lo publiqué el 11 de octubre de 2008 cuando vivía en Madrid, pero de nuevo sigo con la novela y no puedo perder el ritmo. Espero que los que lo hayan leído antes me disculpen y los que no, 1ue les guste. Hala, a seguir, sin parar, y perdón por el morro, me lo piso, lo sé.

miércoles, 29 de julio de 2009

Mi madre y la tumba




Lo de la tumba a mi madre le da mucho juego.

No sé, quizás es que es de Valladolid, quizás es que no quiere dejarnos ningún lío, pero llevamos ya un par de años con la tumba arriba, tumba abajo. Primero fue lo de la lápida y luego lo de tener sitio, por Dios, cómo si la fuésemos a dejar como los indios esos, al aire. Pues nada, no se fía y lo ha querido dejar todo listo, por si acaso.

Quiso sacar un dinero para estos temas. Yo pensaba que era mejor dejar el dinero donde estaba, dio igual, es suyo, vendió no sé qué y ya tiene seguro el sitio, bueno, el suyo, el de mi hermana Luisa y el de mi padre.

En fin, todos juntos por si acaso el día de la resurección no se encuentran. Ellos juntos a todas partes.

Ya lo decía mi padre, "por favor en la Almudena no me enterréis que es muy grande y va a ser mucho lío, a mí en un cementerio pequeño". Le hicimos caso y está en Pozuelo. Pero por mi madre ahora, ay Dios, que está empeñada, tenemos que hacer no sé qué traslados de restos. En fin, ya los haremos cuando se pueda.

Mi madre piensa en la muerte, lo normal, son 85 años.

Pese a lo que piense y, sobre todo, lo que diga, morirse no quiere, aunque se aburre ya un poco.

Mi madre tiene las llaves del cementerio de Boecillo. El otro día fuimos a dejar unas flores a mi tío, mi prima Asun, su hijo Serguei y yo. Había un gran cerrojo y 40 grados a la sombra. Cuando creíamos que ya no íbamos a poder entrar al llegar a casa nos dijo mi madre "Yo tengo unas llaves".

Y allá que fuimos otra vez, quería acompañarnos, pero le dijimos que ni hablar por si la dejábamos allí. El calor era para acabar con cualquiera y no hay que acelerar nada en esta vida, todo siempre a su tiempo.

Ayer al sentarnos en el cine mi madre sacó el monedero y el llavero y los volvió a colocar como hace siempre unas veinte veces dentro del bolso (si está en un taxi lo hace cuarenta).

Creí ver de refilón la llavecita esa del cementerio.

Josianne, mi sobrina Candela y yo compartíamos palomitas, pero me puse a pensar en la tumba, en mi madre y en el cementerio.

Joé, es que así no voy a poder descansar (aquí, digo).

Y luego dicen que el verano es frívolo, pues será en el sur.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Trabajo de silencios


Ruido en todas partes, Madrid es una ciudad atronadora, creo que lo es todo el país, vivimos para el exterior a menudo, incluso cuando no vives para él.

Y el silencio es tan necesario que se echa de menos, por fuera y por dentro.

Hay trabajos que implican hablar, hacer, mover o moverse, y otros que se hacen en silencio, que requieren al menos temporadas, días, horas o minutos de no hablar ni escuchar tampoco, de callar el ruido exterior. Y el interior.

Trabajos con los que ganarse la vida o trabajos de la vida, tanto da.

Es un trabajo de silencios preparar clases, más allá de leer, escribir y pensar en silencio, pide pausas de nada. También cocinar lo es, ordenar la casa, escribir una novela.

Y muchos otros trabajos se harían mejor si tuviésemos más silencio, menos actividad. Afinaríamos más, creo, nos equivocaríamos menos.

Es un trabajo de silencios convivir, no todo se puede o se debe hablar. Callar y mirar para dentro sabiendo que el único cambio posible y deseable a menudo es el de una misma. Y eso pide silencio, con el ruido no puedes ver.

Es un trabajo de silencios la amistad y cualquier amor. Al final creo que casi todo es cuestión de calibrar las distancias, más próxima o menos, o los tiempos, más rápido o más lento, que cada persona necesita, que cada relación pide con suavidad y en voz baja.

Y para eso necesitas silencio, hablando no se sabe casi nada. Es al tacto del silencio.

jueves, 21 de mayo de 2009

Mundo, mundos



Creo que todos necesitamos un mundo pequeño, familiar, donde el camarero del bar, es un poner, sepa cómo tomamos el café o qué nos gusta a la hora del aperitivo sin preguntarnos siquiera.

"Lo de siempre, ¿no?".

"Lo de siempre, Pepe".

Es cómodo, es bonito, nos da cierta seguridad y alegría sentirnos parte de ese mundo chico donde saben quiénes somos, donde tenemos un nombre propio. La serie Cheers, que me encantaba, iba de eso.

A la vez algunos mundos familiares se pueden estrechar hasta hacerse irrespirables, por momentos, por temporadas, dependiendo también del aire, de las personas que lo hacen, de si no se abren ventanas o puertas y aquello se hace más y más endogámico y acaba pareciéndose a un mal patio de vecindad o de colegio, nimiedades y tonterías por doquier.

Creo que junto a ese deseable calor que nos proporciona un mundo pequeño, familiar, algunos aspiramos a un mundo grande, a veces hasta anónimo, abierto a posibilidades y también a desconciertos y riesgos.

Viajar y vivir en otros países puede facilitar esa apertura, aunque depende de cómo viajes y vivas . Una puede llevar su propio gueto, exterior, o mucho peor, interior, a todas partes, ir por la vida como si ésta fuera Disneylandia, un simple lugar para hacer fotos o compararlo con nuestro lugar de origen.

Tener amigos de otras nacionalidades, profesiones, educación, creencias y edades puede ayudar algo a ampliar mundo, creo.

Dejarse abrir el corazón y hasta la cabeza, en todos los sentidos, también.

Y leer, por supuesto, todavía más pensar.

Creo que internet en cierta medida y, en concreto, las bitácoras pueden ser una excelente manera de asomarse a través de otras claraboyas y ojos de buey al mundo, a otros mundos. Pasas por algunas ventanas iluminadas o en penumbra tras las que se desarrolla vida, literatura y/o conversaciones en las que, aunque no participes, puedes aprender a mirar, a escuchar, a leer. Quizás a comprender, no sé. A interpretar y a cambiar prejuicios quizás a veces, unos por otros. Es fascinante.

Cierta tendencia a lo endogámico es humana, es lógico desear sentirse querido o, al menos, conocido o reconocido, valorado, a veces simplemente parte de un círculo de cierta confianza cuyos contornos están ahí definidos por afinidades o coincidencias vitales. Pero también es peligrosa esta tendencia, creo.

Me decía un familiar que trabajaba en cine que él no quería ir a fiestas de su trabajo porque sólo había gente de cine. Hasta esos mundos, supuestamente abiertos, acaban siendo cerrados. Hay dimes y diretes, quién dijo qué, cuándo lo dijo, el último chascarrillo, maledicencias, cotilleos, correveydiles, rivalidades y enfrentamientos tontos, los míos o los tuyos, un aire pueblerino en el peor sentido de la palabra que puede hacerse cada vez más denso. Agotador en mi opinión.

En algunos mundos chicos acaba por haber un ambiente de viejo casino, si das dos pasos atrás lo puedes percibir con mayor nitidez y a veces hasta con espanto, repele.

Pero la caspa puede proliferar tanto en la sala VIP del aeropuerto JFK como en un autobús de línea regular entre dos localidades cercanas, se da con tres idiomas distintos de fondo y un botellín de Moet Chandon enfriándose, o con el deje o la jerga local y el vino del lugar.

La mezquindad no es cuestión de geografías y ni siquiera de mundo aparente.

Este ambiente de viejo casino prende con facilidad en ambientes literarios, no literarios, civiles, militares, religiosos o laicos, en departamentos de facultad, en colegios, en medios de comunicación, en asociaciones de mujeres o de amantes de los pájaros, entre quienes paseamos perros, en los hospitales, en la justicia, en las comunidades de vecinos, en las asociaciones no lucrativas, en las grandes ciudades también, en las pequeñas y en las mediadas empresas y hasta en las grandes.

Nadie estamos a salvo, creo. Puede pasar en todas partes. Y se puede pegar.

Es quizás una servidumbre que los humanos tenemos: podemos hacer mezquino lo que originalmente era encantadora pequeñez o hasta atractiva amplitud.

Me gusta tener un pequeño pueblo, muchos pequeños pueblos, familiares, conocidos o también por descubrir, sea en lo profesional como en lo personal, en los que vivir o recalar. Un lugar donde saben mi nombre o la gente se llama de tú. Aprecio su comodidad y amabilidad inicial, pero intento poner distancia mental, espacio, en cuanto noto que no corre el aire o percibo el rumor del más mínimo chascarrillo, aunque sea inocente.

Me gusta moverme en un mundo grande, desconocido, aterrador a veces, donde intento explorar, tantear, donde me arriesgo, no acierto, dudo y cuyo mapa no llego a trazar. Donde no sé qué idioma hablan o el diccionario se me queda obsoleto. Me gusta cierta incomodidad, me hace crecer, pero a veces ese mundo puede resultar agotador en su inseguridad, ríos y mares nunca están donde una piensa.

Necesito de ambos en la misma medida, creo.

jueves, 12 de marzo de 2009

La roja insignia del valor


Miedo a la oscuridad.
Miedo a que tu madre no esté.
Miedo a estar sola.
Miedo a que no te hagan caso.
Miedo a que te riña la maestra.
Miedo a los monstruos, al demonio, al infierno.

Miedo a que no te ajunten.
Miedo a no saber responder la pregunta del profesor, a responder mal.
Miedo al examen.
Miedo a hacer el pino puente y saltar el potro.
Miedo a entristecer a tus padres, nunca a enfadarles o al castigo.
Miedo cerval de las películas de miedo: Drácula, vampiros, momias y otros horrores.

Miedo a no gustar a los chicos.
Miedo a no ser aceptada en el grupo.
Miedo a quedarte en blanco en el examen.
Miedo a que no te quieran, a que te quieran y te dejen de querer.
Miedo a quedarte embarazada.
Miedo a no poder tener hijos, miedo a no tenerlos.
Miedo a no entender cuando te hablan en otro idioma. Miedo de no entender, no comprender a los demás, independientemente de la lengua.

Miedo a no saber hacer lo que te piden, por lo que te contratan y te pagan, miedo a no tener las habilidades o facultades adecuadas, más adelante a perderlas.
Miedo a dar clases: vomitar hasta la última papilla siempre el día antes.
Miedo a que se den cuenta de que no sabes nada, a no hacer o enseñar nada de valor.
Miedo de hacer daño, de dejar a alguien herido. Miedo a defraudar, a fallar.
Miedo de las alturas, no poder ver las líneas de fuga, a las escaleras y los rascacielos.
Miedo a no poder mantenerse o valerse por una misma algún día.
Miedo a no poder pagar las facturas y a que la tarjeta pite "no hay saldo, no hay saldo" .
Miedo a vivir sola.
Miedo a la pobreza.
Miedo a la enfermedad.
Miedo al dolor.
Miedo a envejecer sin dignidad, en soledad, con deterioro.
Miedo a la soledad.

Miedo por los niños, miedo al mundo que les dejamos y, a veces, que les rodea. No miedo: terror es la palabra.
Miedo a perder la razón.
Miedo a tenerla.
Miedo a acertar.
Miedo a equivocarse.

Miedo de una misma.

Miedo a la oscuridad.
Miedo a que tu madre no esté.
Miedo a estar sola.

Miedo a no tener peso suficiente. Miedo de no haber amado al final de la tarde.

Muchos ahí todavía.

No es valiente el que no siente miedo.

Es valiente el que lo siente y aprende a vencerlo o a vivir, con cierta paz, con él.

domingo, 15 de febrero de 2009

Duro peso y alas


Se lleva a veces como se puede. Por lo visto, todos lo llevamos encima o por dentro de alguna manera.

Miras a tu alrededor y sabes que no debes quejarte. No es por fortaleza, ni por sentido de la justicia, simplemente con la que está cayendo, al mirar a otros con pesos seguramente mayores o más duros, te da mucha vergüenza emitir el más mínimo quejido.

A veces ese peso se hace insoportable. Te ahoga, lo sientes más presente y más pesado. Pueden ser unas horas, unos pocos días. Ahí está y ha crecido. Y tú no puedes con él. Lloras.

El sentir el peso que cae a plomo sobre tu espalda te hace pensar qué te sobra, qué te falta, qué haces o qué hiciste mal para tener ese peso cada vez mayor. No buscas un sentido, que ya te lo da el día a día, sino una explicación que nunca hay. La inestable seguridad que puedes tener se esfuma como por encanto. Se nubla el cielo, aparece una tristeza honda que se mete por dentro y pretende hacer nido.

Entonces te gustaría poder aceptar de verdad, en el corazón, ese duro peso.

No tener esperanza alguna de poder liberarte de él un poco, algún día.

Cerrar la puerta a la ilusión. Así descansarías de una vez por todas. Podrías tirar de tu peso, cargar con él, de una manera más cómoda, más fácil, si no pretendieras el lujo, si cedieras en tu no y en tu sí, en tantos síes como pronuncias.

Es el descanso en esa esperanza que luego revienta lo que te hace sentir el peso con más crudeza todavía.

Pero entonces siempre hay alguien que te recuerda de qué estás hecha. Se llaman amigas. Y no dejan ni que mueras ni que dudes jamás.

Volar entre las nubes o a ras del suelo. Puertas y ventanas abiertas, aire, sin miedo. Vista y olfato, sí, pero antes y siempre calor y corazón por delante. Por eso no hay callo ni dureza alguna, sino piel por la que respiras, te nutres, a la que eres fiel.

Vuelves a empezar otra vez con confianza. Con más alegría si cabe.

Podrás con ese duro peso, por lo menos esta noche. Sentirlo e ilusionarte es lo que te hace fuerte y a la vez lígera para poder cargar con él.

Son tus alas.

Si no te doliera y sin esperanza, ya te habría aplastado.

Y habrías muerto en vida hace tiempo, de algún modo.

Ocurre a veces.

La muerte viene y se instala cuando ni duele ni esperas, cuando no reconoces tus alas.

martes, 27 de enero de 2009

Sí, por favor. y 2)



Sí, por favor. Es una obviedad, pero todos los días se producen procesos naturales que nos facilitan que podamos respirar, que haya luz que nos ilumina durante el día, que habrá agua. Con todo eso, por todo eso, hay vida. La naturaleza es cruel, lo acabamos de ver, pero es generosa también todos los días.

Sí, por favor. Nuestro cuerpo funciona, aunque, pasada cierta edad, no siempre como te gustaría. Tener hambre y poder comer, tener sed y poder beber, sueño y dormir. Poder ver, oír, oler, tocar, paladear. Es genial tener cuerpo y que aloje nuestro alma. No es un pesado fardo y suele ser agradecido a poco que se le cuide. A mí angel no me gustaría ser para nada.

Sí, por favor. Aceptar cuando nos quieren y como nos quieren. Ser capaz de verlo como un gran regalo, sea cual sea nuestra respuesta siempre libre. Nunca hay deber de "corresponder", no tendría sentido.

Sí, por favor. Pedir a veces que nos quieran, respetando delicadamente al otro, es señal de reconocer lo que somos: necesitados. ¿Y qué? ¿No lo somos todos? A veces es tal el orgullo, quizás la falta de costumbre de pedir algo a alguien, que equivocamos pedir con mendigar o, casi peor, exigir.

Sí, por favor, a uno mismo. A poco que nos conozcamos sabemos que uno mismo es un rollo habitualmente. O, por lo menos, acabamos siéndolo unas horas, unos días y, a veces, por temporadas. Nos cansamos de nosotros mismos, no tanto de los demás. Y, ay, no hay lugar de vacaciones para alguien que quiera descansar de sí mismo.

Cansancio, meteduras de pata para avergonzar al más pintado, un pasado o un presente que no nos gusta, que cambiaríamos. Qué mal hice, qué tonta fui, qué mal hago, qué tonta soy. Da igual.

Decir sí, por favor, a uno mismo y aceptarse si no con serenidad, que no siempre es posible, con sentido del humor. Porque, a poco que una se mire, por dentro o por fuera, le entra la risa. Asi que ¿qué importa nada? Una risa con ternura porque somos como niños.

Decir que sí con una sonrisa a nuestro pasado, presente y a nuestro incierto futuro. Y añadir el por favor siempre. Él, que dijo la primera palabra, tiene siempre la última, y bastantes de las del medio. En sus manos estamos siempre.

Sí, por favor, cuida de mí hasta el final.

Sí, por favor. A las oportunidades que se nos dan todos los días para reírnos, pensar, aprender, hacer, jugar. Para acompañar, para que nos acompañen un tramo. Es mucho, es casi todo. ¿Nos vemos? Sí, por favor. ¿Al teatro? Sí, por favor. ¿Vienes a casa a comer? Sí, por favor. ¿Vamos el domingo a tu casa? Sí, por favor. ¿Hablamos por teléfono? Sí, por favor. ¿Trabajamos juntas? Sí, por favor.

"¿Amanezco ya?" me pregunta el día, remolón. "Sí, por favor", respondo aliviada, una noche que no acaba mientras yo me encuentro tan sola.

"¿Engordo un poquito?" me dice la yema del arbol enfrente de mi casa. "Sí, por favor, quiero que crezcas y apresures la primavera, lo necesito."

"¿Nos damos una vuelta?" me propone Olimpia. "Sí, por favor, sácame un poco, Oli, que ya estoy cansada."

Foto: Yo, siempre en las nubes, ay.

Atardecer en el Boalo, este duro invierno, un raro día que salió el sol. Haberlos, haylos. Solo hace falta fe, esperanza... y hasta caridad (ésta última, del sol con nosotros).

lunes, 26 de enero de 2009

Sí, por favor. 1)


De igual manera que aceptar un no es parte de la vida, y decir no un deber, a veces un lujo que no todos se pueden permitir, pronunciar un es un placer del que no hay que privarse.

A veces tenemos que tirar para adelante sin quedarnos prendidos en ese no que nos dijeron, presente o pasado, que cuesta aceptar todavía. Porque algunos siguen doliendo.

Creo que tampoco es bueno apalancarse en el no que nosotros, por honradez y con valor, decimos o dijimos. Ese que no resulta gratis, que supone a menudo soledad, riesgo e incertidumbre. Por eso escuece. Y aunque te hace más libre, sin querer puede encerrarte más en ti mismo. O hacerte mirar por encima del hombro a quienes no son tan valientes, sin entender que la valentía no es exigible a todos por igual. Hay personas por carácter, educación o hasta propia exigencia con más coraje que otras. Hay distintas trayectorias vitales, también el valor adquiere tonalidades distintas en cada uno. Hay que saber verlo.

Pienso que a menudo nos podemos quedar atascados en algunas ocasiones en un no que recibimos con valor pero que nos sigue haciendo daño. O en ese otro no dicho con valentía que nos puede hacer poco comprensivos, duros, ligeramente amargos.

Porque el no puede producir también una herida que se hurga y se acaba por infectar.

Porque ninguna mujer, ningún hombre, estamos hechos para el no.

Estamos hechos todos para el . La vida se hace más con el que con un no, de cualquier tipo de no, que nos digan o que digamos.

Así que nosotros a lo nuestro, que es vivir: oír y decir . Qué gusto decir y que te lo digan.

Todos los días nos dicen que . Muchas veces. Y podemos responder a ese sí con otro sí, por favor.

A mí me parece que el por favor es importante: es aceptar y valorar lo que se nos ofrece y, a la vez, pedirlo amablemente.

La vida, las personas, nos ofrecen mucho, y siempre nos hacen un favor.

Y es estupendo saber que vivimos de favores, de muchas y variadas gracias. Pero, en cambio, no tenemos ninguna garantía humana, por mucho que se pretendan seguridades.

"Don't take it for granted". No tomes las cosas como dadas, podría traducirse. Ese sí, por favor implica no tomar nada como garantizado u obligado, como que se nos debe o que es" lo que tiene que ser".

Nota: Cantan Ella baila sola con mi adorado Jorge Drexler. Y la foto es de Alberto Guerrero Gil, un sobrino. Es la playa de Lira y, al fondo, Finisterre. No, no es el Caribe pero lo parece.

sábado, 24 de enero de 2009

No, gracias


Qué importante poder decir que no. Ese sí que es un lujo, un verdadero lujo, que no siempre nos podemos permitir, lo sé.

A veces nos empujan o nos deslizamos por un primer sí, tras él, otro, otro y otro, y nos podemos encontrar donde no queríamos ni debíamos sin darnos cuenta.

Creo que estamos donde estamos, y como estamos, porque no se pronuncian suficientes noes, porque se dice demasiado a menudo que sí. Con una terrible falta de consciencia o de conciencia, de ambas a menudo.

A veces por buenas razones: querer agradar y no contristar al otro, a los otros, por no hacer daño, por delicadeza e incluso educación. Hay una retahila de buenas intenciones que apoyan a menudo un sí que quizás debió ser no.

Y otras por malas: simple ambición, comodidad, inercia.

Y, en medio, una razón ambivalente: el miedo. Ese casi permanente miedo que nos acompaña demasiadas veces en nuestra vida.

Por miedo a la soledad se dice que sí a veces. Por miedo a la pobreza o a la incertidumbre, a la inseguridad, se aceptan cosas que no se deben aceptar. Es humano pero es un error.

Creo que para entender el origen de los altos niveles de incompetencia e inmoralidad -en empresa, en política, en la universidad, en la cultura- bastaría con rastrear esa historia del sí pronunciado por tantas personas que debieran haber dicho no.

El tema es complicado, porque si te pagan poco dirás muchas veces que sí por el lógico temor a perder ese mínimo que tanto necesitas. Pero también dirás sí si estás en una posición holgada por ese miedo a perder la comodidad, el puesto de relumbrón.

Lo he visto demasiadas veces: cuanto más alto, más cómodos síes. Y por eso tantos incompetentes y malos están tan arriba: porque nunca dicen que no. El sí es el mejor plan de carreras que hay, la mejor orientación profesional.

Pero no sólo es el dinero, es la soledad la otra gran amenaza.

El miedo a ser dejado aparte, a estar solo, a sentirse solo. También la pereza que da llegar a ser mirado como un bicho raro. Incluso incómodo o antipático. Funciona en el trabajo pero también en otros lares.

En la práctica pervive la machacona idea de que más vale la compañía, aunque sea mala, que la soledad. En el amor y en lo que no es amor.

Muchos síes son muy humanos y comprensibles, pero pueden llegar a provocar una honda tristeza, ese escepticismo o cinismo amargo o burlón del que renunció a la esperanza por cobardía.

Pero hay otros aspectos del no que conviene no olvidar.

Sería bueno que pudiéramos aceptar cuando alguien nos dice que no a nosotros.

Porque hay noes que no querríamos escuchar. Los ignoramos, aunque los estén gritando o sean dichos en susurros, un sutil o callado no.

O forzamos, sin querer, para que el no nunca sea pronunciado. Nos cuesta mucho.

Por eso creo que hay que poner fácil siempre que nos digan que no.

Amar de tal manera la libertad del otro que no queramos nada suyo que tenga la más mínima sombra o sospecha de presión.

Y, por eso, dejar la puerta entreabierta una tarde para comprobar si estabas empujando sin darte cuenta, sin intención.

Y esperar.

Alegría si te requiere otra vez, tranquilidad si él o su silencio pronuncian un no.

Nunca nada ni nadie que no sea libre.

Forma parte de la vida aceptar el no que ésta nos da en alguna ocasión. Y hacerlo sin dramas, si es posible educadamente.

Saber escuchar ese no, aceptarlo, y seguir para adelante, porque ya nos dan muchos síes todos los días. Y no hay que quedarse atado a un no.

Poder decir no es un lujo que no todo el mundo puede permitírse.

Pero también es un lujo estar abierto a recibir un no, poder escucharlo y aceptarlo con fortaleza.

El "No, gracias" de Cyrano debería enmarcarse como declaración de principios. Me encanta. Me recuerda a muchas personas a las que admiro mucho.

Sí, quizás es demasiado fiero, pero hoy hace falta recuperar el orgullo del que no se vende por un plato de lentejas. Todos debiéramos ser piezas muy caras, lo somos. El precio por cada uno de nosotros ya se pagó. No tendriamos que pagar el peaje del sí.