Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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jueves, 23 de enero de 2014

Inviernos

No hay uno, hay varios. Y, como la nieve, tiene nombres diferentes allí donde es casi constante.

Leo el ensayo de Adam Gopnik sobre el invierno. Es canadiense el autor, o sea, parece que le queda cercano el tema. Son cinco miradas: el invierno romántico, el radical, aquel que invita a la recuperación o al descanso, al ocio y al  recreo y, por último, el recordado. Y está muy bien, pero es demasiado anglo y nórdico, germánico. De los inviernos que podemos vivir en España no hay nada.

Son otros inviernos, eran otros. No había reverendos patinando, ni pistas de hielo, ni papás noeles, ni ese confort que, a pesar de todo, otros países más ricos tenían.

Y, en todo caso, cómo ha cambiado nuestra percepción con la calefacción central, uno de los grandes avances. El invierno con calefacción ya no es lo que era ni por asomo.

Recuerdo el brasero de mi abuela y la casa de Valladolid, heladora, con esa galería grande. Lo peor era ir al cuarto de baño. O que te mandaran a por algo. Y recuerdo también las sabanas siempre frías. Había que ir bajando los pies con cuidado.

Y aquel día que llegamos a Boecillo y mis hermanos y yo preguntamos espantados... ¿Qué es esto, papá? Y esto era frío sin calefacción. Frío duro del que pasaron nuestros abuelos y padres. Frío, hijos míos, esto es frío. De ese frío a pelo, casi sin nada, los niños de los 60 ya poco pasamos.

Sabañones. Las orejas enrojecidas por el frío, las manos, los pies,  y salían entonces. Uno de mis hermanos haciendo la mili los tuvo. Desde entonces no los he vuelto a ver. Los sabañones ya no salen.

Y más mayor recuerdo el frío de la Facultad de Derecho. No sé si los universitarios pasarán hoy menos frío que entonces. Yo creo que fumábamos para calentarnos. O el frío del recreo en el colegio. Salvo que jarreara había que estar en el patio, ahí, como los jamones, al aire. Siempre con los labios cortados.

Pero también el invierno es y era ese sol radiante de Castilla con sus días brillantes. Entre la foto de la casita de pájaro nevada y la otra ha pasado menos de una semana en Ávila. Definitivamente, hay inviernos, no invierno.

Dejo detrás la ciudad con la Paramera y la Serrota nevadas. Avanzo hacia Vicolozono y Brieva. En el horizonte los molinetes de la sierra de Guadarrama.

Con sol y casi sin viento es una bendición andar un rato. En la sombra el agua helada todavía en los charcos. A los dos lados la dehesa ya sin nieve y con las vacas y los toros mirando, más lejos los caballos. Tengo el polar con dos capas adicionales de pelos blancos de Arya y los negros de Olimpia.

No hay como un bar a la 1 de la tarde lleno de parroquianos. Eso sí, las gallinas de Vicolozano hoy no están sueltas.

El cuadro es "El reverendo Walker patinando en Duddingston Loch".  Es de Henry Raeburn y se encuentra  en la National Gallery de Escocia.  

miércoles, 30 de mayo de 2012

Monte salpicado de blanco con Jimenez Lozano al fondo según se sale

Tren va y tren viene, hora y media de viaje de ida y otro tanto de vuelta. Pero es primavera y no importa nada. Después de las amapolas y de que brotaran los árboles que G. y yo creíamos muertos, ahora es el blanco de la jara que salpica la sierra. Y algunas retamas, amarillas ellas, más puntuales. El cantueso o la lavanda, que brotó en el sur hace ya muchas semanas, rompió hace unos días. Todo pasa dos meses más tarde aquí, en Ávila, una primavera perezosa y rápida como una exhalación, ya comienzan a secarse algunos prados. Hace falta agua.

Leo y leo, aunque me dijo JMJ que no hay que leer mucho, sino leer bien. La bibliotecaria de la Jiménez Lozano me comenta que poca gente saca los libros del autor que da nombre a la biblioteca. Amablemente me escribe a mano la lista con las signaturas.

Leo "Los compañeros"  y me estremezco: triunfo o lo que se dice que es triunfar, o sea, tener dinero, reconocimiento, éxito en plan yanqui, frente al pasar inadvertido o ser olvidado, tener una vida desgraciada, con dificultades económicas o sentimentales, ser, de nuevo como dicen los yanquis, "un fracasado", a loser. Y esa figura del cura que deja la sotana y acaba desquiciado, el horror por las barbaridades que vio, la complicidad por el miedo, siempre tan humano. Hay otro espanto: saberse uno capaz de la crueldad, ser víctima y a la vez poder ser verdugo, reconocerse verdugo de algún modo. O de la mezquindad, que el ego acabe sacado de madre. El escritor, ese "autor" que el mismo Lozano tanto teme ser, descrito al detalle, quizás se le vaya la mano con el personaje.

Al leer "Los cuadernos rojos" del mismo Lozano, sus diarios, o más bien notas, escritas del 73 al 83, se entiende por qué escribe esa novela, como algunos de sus cuentos, que también acabo y que están reunidos en  "Los objetos olvidados". "El grano de maíz rojo", "El escopetazo", personajes como Obdulia, Rosalía, todo un mundo efectivamente olvidado. Es religioso en el sentido profundo de la palabra. Y castellano. La muerte no forma parte de los más vendidos o de los más prestados de esta temporada, no me extraña nada.

"Nada, nada, nada, nada...", la retahila de San Juan de la Cruz que Jimenez Lozano reproduce en "El mudejarillo", esas palabras en mitad del monte, el dibujo, su letra apretada.

Anécdota que cuenta en sus diarios: al inaugurarse el monumento, al parecer muy feo, en Fontiveros a San Juan, hubo un menú para las autoridades presentado como "Menú que los ricos comían en época de San Juan de la Cruz".

Para desengrasar, Cunqueiro y "Merlín y familia", prodigio de cuentos, uno dentro de otro, y otro dentro de otro. Es inagotable. Galicia en vena, Miranda, Velbis, un mundo fantástico de sirenas, encantamientos, objetos mágicos, doncellas, pedos del diablo. No recuerdo quién me lo recomendó. Tengo que parar de vez en cuando y buscar en el diccionario, estoy como con la Señorita Amelia cuando tenía 10 años, que nos animaba a señalar cada palabra que no entendíamos y luego a copiarla con su significado.

lunes, 1 de agosto de 2011

Abejarucos, perdices y un par de avutardas

Los abejarucos suelen estar vigilando en los tendidos telefónicos y vuelan cerca de los cortados de tierra. Al salir o llegar a Peñaflor de Hornija siempre los veo. Se reconocen fácilmente por el azul, amarillo, verde y negro, y por la forma del pico y del cuerpo. A veces los oigo antes.


Varias perdices me han salido ya al encuentro. Nunca había visto perdices en el campo, libres y corriendo, sólo un reclamo que tenía Carlos y otras de amigos, presas siempre en jaulas. Vi una perdiz muy chula en un tejado de Urueña, luego una madre con los pollos que corrían en la carretera “venga, venga, niños, que no hay tiempo”.


Pero la alegría más grande en cuestión de pájaros de los últimos días me la dieron unas avutardas el pasado jueves. Inauguraba en Urueña tienda Olga, muebles y antigüedades preciosas. Volví por eso a casa más tarde, cuando anochecía, nueve y algo. Y allí estaban las dos, a lo lejos, como pavos, grandotas, entre las pacas cuadradas de paja, pasada la Espina.


“Perdona, Pilar, tengo que colgarte, creo que estoy viendo dos avutardas.” “Nada, párate y ya hablaremos luego”.


Dude si eran alcaravanes. Sé que hay por aquí y quizás se parecen, pero no sé bien el tamaño que tienen estos, y lo que estaba viendo se encontraba a cierta distancia. El domingo por la mañana me sacó de dudas una compañera librera. “No, no, los alcaravanes son mucho más pequeños. Si eran como pavos de tamaño son seguro avutardas”. Eran avutaradas fijo. El próximo día me acerco a ver qué pasa.

lunes, 18 de julio de 2011

Amarillo sol portátil (Los colores del verano, 4)

Paro el coche en medio del campo. Traigo las tijeras recién afiladas. Los cojo de una esquina, a veces algunos solitarios que crecen despistados. Uno para mi tía, otro para mi prima, el resto para nuestra casa.

Pones flores amarillas y una habitación cambia. Pero ya girasoles , tan grandones, es una provocación, son de una alegría desaforada.

El girasol no es una flor, es un pequeño sol portátil, y eso que le da la espalda.

Amarillo limón, menos cálido. Un centro de limones y la cocina se da otro aire.

Espero invitados. Limonada encima de la mesa de la entrada con un poco de hierbabuena y hielo en abundancia. Y pan con nocilla. Y nesquick por si acaso.

Y, por supuesto, pipas, un verano sin pipas no es verano.

sábado, 16 de julio de 2011

Negro resucitado (Los colores del verano, 3)


-¿A qué no sabes de qué pájaro es esta pluma?

Carlos me muestra una pluma inconfundible. Parece negra, pero a la luz se tornasola en verde. Me atrevo.

-¿De una urraca...?

Carlos sentencia.

-Aquí les llamamos maricas y son muy malas, acaban con todo.

La carretera que decíamos "de las maricas" era la que cruzaba Boecillo desde Tudela a Simancas.

Este negro es parecido a otro negro aún más verde, el de las avefrías que andan por Castronuño en invierno. Y más a otro negro, el de sus parientes, los rabilargos, grises, azules y negros, que cruzan las encinas a un lado y otro de la carretera cuando voy por Torrelobatón hasta Urueña, un camino que me pone alegre.

Las plumas de algunos pájaros tienen ese negro que de tan negro ya no lo es, se hace azul o verde, incluso amarillento. Es un negro resucitado.

(Fundido a negro)

Noche de insomnio. No es ni el calor ni el ruido, pero me despierto. No enciendo la luz. Prefiero la penumbra y hundirme con paz en ella.

Salgo de casa. El olivo, los chopos, los pinos, los prunos y hasta las adelfas oscuras. Éste es un jardín negro. Me acerco a la piscina de tinta negra. Nado en tinieblas y en silencio. El muro está de luto, velo de iglesia. Negro ala de mosca, negro de hormiga negra, de las buenas (según Carlos, son las grandes), o de las malas (de nuevo, según Carlos, son las pequeñitas, que muerden rabiosas lo que encuentran). Negro cucaracha como un charol reluciente. Tengo que poner trampas para que se mueran. Olimpia es una masa peluda aún más negra que husmea buscando un gato que no aparece.

Me seco. Me meto en la cama. Me duermo.

Al salir a la superficie de la noche, cuando la luz choca con ellos, los negros vuelven a sacar los colores que tenían por dentro o por fuera: jardín verde, agua transparente que deja ver el verde de las teselas, muro blanco y perra negra, pero menos.

Dejo la pluma de la urraca sobre la mesa de la entrada: un día más y una noche menos.


sábado, 9 de julio de 2011

Verde corral o primavera de Castilla (Los colores del verano, 2)

Si pudiera escoger un color del verano, elegiría el verde de algunas puertas y algunas ventanas en los pueblos. Es un verde brillante, no el oscuro, más serio, el inglés ese elegante, sino el otro, verde campo de Castilla en primavera. Con él se pintan sobre todo los corrales.

Pintaba el otro día una vecina de Boecillo la puerta de su patio de ese verde. Nosotros tenemos la del palomar así, en negro en cambio el portón que da a la calle. Lo miré dos veces. Hay que pintarlo ya, el negro deja paso al óxido que avanza. Hace feo, dejado.


Consultaré a mis hermanos, pero me gustaría que fuera ese verde brillante y optimista que recuerda a la primavera.

jueves, 7 de julio de 2011

Albino trigo segado. Los colores del verano (1)

No es amarillo ni ocre. Tampoco es solo blanco. Es el color del trigo recién segado distinto del color que tiene cuando está alto. No se parece a ningún color. Es ese y nada más que ese: color de trigo albino, casi blanco, pero sin ser blanco a secas, color de rubio trigo cortado.

Tampoco el gris de las nubes cargadas de agua es un color fácil. Gris plomo quizás, pero menos oscuro, más claro, pero no perla. Ni tampoco plomo. No, no se parece a nada. Es color gris de nube castellana cargada de agua en verano a punto de estallar la tormenta, un gris que merecería un nombre propio. A veces, cuando deja pasar el sol ya muy tarde, ese gris se convierte en uno violáceo si las nubes se dispersan y abren.

El blanco de los montes Torozos y sus estribaciones es un blanco calcáreo y manchado, casi tiza de antes. El blanco se hace ceniza de cigarro, o de leña quemada, depende de la hora en que pases.

Y las casas de adobe no son naranjas. Vienen de ser pardas en la noche, se hacen rosas por la mañana y luego se cargan de luz hasta hacerse casi blancas para volver a tomar color por la tarde.

A mediodía casi todo son blancos distintos, pero blancos. Y hay que meterse en casa para no estar deslumbrada, ciega de tanto blanco, transparente el aire, todo volumen y todo blanco.

Terminé de leer "Mi abuelo, el premio Nobel" de José Julio Perlado el fin de semana pasado, escribí sobre ella. Me ha hecho muy feliz, me lo he pasado bomba con ella. La pena es que se acaba rápido.


viernes, 1 de julio de 2011

Desdolida

Ha hecho demasiado calor. Aunque pusimos el riego automático hay que estar encima de los árboles y arbustos a los que éste no les alcanza. Tenían hongos o bichos algunas plantas, pero ahora me encuentro con varios arbustos machacados tras la calorina del pasado fin de semana. Al insecto o lo que sea le gusta la falta de agua y se crece así.

Miramos preocupados las manchas blanquecinas que avanzan. Hay demasiadas hojas amarillas. Es muy raro. De camino vi varios chopos amarillentos en la autovía de los pinares, y otros ya coritos y totalmente desecados, parecían muertos, en la carretera de Simancas. No sé qué pasa, es demasiado temprano. Debe de ser una enfermedad muy mala.

Vamos a quitar la enredadera del suelo y a poner, quizás, uña de gato, que es fuerte y se extiende rápido. Pediré consejo, no vaya a ser que como su predecesora nos invada y levante el empedrado. También me gustan las adelfas porque son duras. Las que tenemos están crecidas y bastante sanas a pesar de las heladas que soportan en invierno. Se lo comento a Carlos.

-Desdolida, la adelfa es muy desdolida...

Ya se lo había oído decir varias veces, pero me quedé pensando.

En Urueña pregunté si alguien había oído la palabra. No está en el diccionario, pero es evidente que significa “que se duele poco”, resistente, con aguante.

El lunes 4 empezamos la actividad “La literatura está en la calle” en Boecillo con Carlos como primer invitado. El libro será “El bosque animado” de Fernández Florez. El lunes 11 pondremos la película del mismo nombre dirigida por José Luis Cuerda. Estoy muy ilusionada.

domingo, 5 de junio de 2011

El fantasma y la gata enferma

Stone Cottage, la casa de Andreas Liess que alquilé en el 2004 en Tir Na Hilan, en Beara (Castletownbere, Irlanda), tenía fantasma. Me enteré luego. Claire O’Sullivan me lo comentó al año siguiente.

En la primera noche en aquel cottage blanco con el techo de pizarra negra cayó una tormenta con lluvia incesante que golpeaba en las ventanas. Recuerdo sombras siniestras, ruidos desconocidos, algo de miedo. Si llego a saber lo del espíritu no me quedo. Hicieron bien en no decirme nada el verano ese. Dormí inquieta. Era una semana por mi cuenta, sola, a la espera de que llegaran mis sobrinos. En el jardín había un monumento megalítico propio de la zona –el ring fort en las tierras de Ruth y Sean O’Sullivan muy cerca-, una tumba seguramente, piedra gris donde crecía musgo verde. Quizás el fantasma o el espíritu de la casa tenía que ver con aquello.

A la mañana siguiente encontré a una gata blanca con algunas manchas negras debajo de un coche al lado de la librería pública. Maullaba el animalito allí desesperado. No recuerdo cómo lo hice, pero la pude sacar y meter en el maletero. Al llegar a Stone Cottage había devuelto. Parecía muy enferma. La observé mejor y vi que no tenía rabo. El ano parecía dañado. La llevé al veterinario. No podía controlar los esfínteres la gata aquella. Así que la adopté inmediatamente.

La gata dormía debajo de mi coche o, si hacía sol, encima de la tumba verdinegra. Así pasaba las horas del día tranquilamente. Luego, en cambio, la noche entera se paseaba en el piso de abajo de casa para espanto de todos los que vinieron. Y, naturalmente, se cagaba por todas partes, yo limpiando detrás de ella. No quería dejarla fuera en el jardín por si se escapaba y volvía más dañada. La alimentaba, pero la gata no ganaba peso. Seguía escuálida y durmiendo por el día, por la noche yendo y viniendo, maullando.

Cuando tocó volver a España en coche y ferry yo no sabía qué hacer con la gata. Apenas cabíamos los 3 chicos y yo con los equipajes (Alberto volvía por su cuenta), no teníamos espacio materialmente en el Xara para otro tripulante. La dejé con el veterinario. Luego fue adoptada por una pareja de la zona que la cuidaron con esmero. La vi al volver a Tir Na Hilan el año siguiente. Había engordado y estaba estupenda. Quise creer que me reconoció a pesar del tiempo.

Hoy en Urueña pensé en la gata aquella. Una joven y negra se erizó a mi paso y al de Olimpia, más al de mi perra que al mío. Por si acaso, porque siempre me encuentro con animales sin dueño, no la miré mucho, no vaya a ser que luego me diera pena. A veces es mejor no ir con los ojos muy abiertos.

PS: La casa de la foto es Stone Cottage con la tumba aquella. Así, con sol, no da mucho miedo, pero hay que imaginársela anocheciendo, con lluvia y con una gata maullando todo el tiempo.

martes, 31 de mayo de 2011

Furacroyos (o el pie que pide tierra)

Seguimos con “El bosque animado” en la residencia. Acabamos la estancia o capítulo de las truchas la semana pasada. Otro día se lo leí también en voz alta a Gonzalo que, como pescador que es, me dijo que había un par de errores. No sé si Wenceslao Fernández Florez lo era, quizás no, o simplemente se toma sus licencias literarias.

Seguimos fascinados con el relato, prendidos del bosque y de sus personajes humanos y animales, del alma verde y húmeda de la fraga de Cecebre, no cansa.


Menos mal que suelo echar un vistazo al texto antes en casa para estar preparada, casi lloro con el final del peregrino enamorado, el pobre topo, Furacroyos, pelito corto y suave. Te lo imaginas en el pazo con el ratón a su lado mirando a su amada y repitiendo desconsolado “por un gabán, así que eso era …”

Cuando llego la recepcionista de Ecoplar me avisa “Narciso te está esperando ya abajo…” Él es como Furacroyos, otro peregrino enamorado al que se le humedecen los ojos recordando.


El pie me pide tierra de modo constante. Ya no puedo estar mucho rato en asfalto, no sé qué me pasa. Salgo pitando para una cena importante y luego para el campo.


(Jueves, 26 de mayo)

jueves, 26 de mayo de 2011

Elegante (de coplas, gatos e historias orales)

"Es un árbol elegante, elegante..." dijo Carlos, el pastor y jardinero oficioso de nuestra casa en Boecillo. Yo me le quedé mirando. A veces me gustaría grabarle. No ve la televisión, no va al bar, le aburren ambas cosas, y eso se nota en cómo habla y de lo que habla, en su vocabulario y lo que le importa. Él y su mujer, Gloria, como dos enanitos mágicos entran en el jardín y lo transforman, leña a un lado bien cortada, ramitas y ramas por tamaños en haces anudadas, el huerto con fresas y tomates. Luego me invitan a que me siente con ellos en un banco mientras anochece despacio.

El otro día Carlos me recitó coplas. Él llama coplas no al cante flamenco, sino a historias por las que antes se pagaba. Historias de amores contrariados, con mujeres deshonradas y asesinatos en su caso, ríete tú de las series sudamericanas. Luego mi tía Charo me contó que era así, que se compraban las coplas, las letras, en papel para luego poder cantarlas. La SGAE todavía no funcionaba, ni la tele, la radio era otra cosa.

"La literatura está en la calle", quizás pongamos ese título a la actividad que planeamos en Boecillo, Maripaz, la bibliotecaria, es un encanto. Allí en ese edificio impresionante, madera y cristal, luz por todas partes, se está bien. Pero la literatura está en la calle, los escritores como los cineastas recogen lo que otros viven y hablan, o podrían vivir y hablar. Ya lo sé, a veces se crean mundos propios y nuevos, universos que parecen singulares, historias que tienen lugar en pueblos y tierras totalmente imaginarios. Pero tengo la sensación de que todo ya está escrito porque todo está vivo y muerto a la vez. Mil historias posibles suceden al mismo tiempo y no hay distinción entre ficción y realidad; algo así como entre el gato de Schrödinger y aquella historia oral inacabada que Joseph Mitchell narra en "El secreto de Joe Gould", luego película espléndida.

Lo difícil es elegir qué contar y contarlo tan bien como se pueda y sepa, podando.

Carlos me recita la copla, intenta recordarla, mientras apoyado en el suelo sigue cortando ramas con una navaja. Él no se cansa.

lunes, 25 de abril de 2011

De la poda al abono y la muerte

El jardín tiene debates interesantes y posturas encontradas respecto a una gran variedad de temas. El de la poda es uno de ellos. Hay partidarios de podar y otros que tiemblan ante la idea, ya ni cuento lo de quitar un árbol, pecado mortal les parece.

Yo sólo sé que si hubiéramos podado las tuyas antes ahora quizás no estarían tan feas, no sé si las recuperaremos. Los tamarindos están casi secos, pero abrigamos alguna esperanza y vamos a quitar solo las ramas muertas, veremos cómo se comportan los próximos meses. Los chopos crecen muy bien por aquí, incluso demasiado, en cuanto te descuidas nace un chopo pequeño y te lo clavas si andas descalza o te tropiezas con él si no estás atenta. Tienen unas raíces amplias que se van extendiendo a medida que crecen, un problema que amenaza a veces a las piscinas si están cerca. Es un árbol un poco desgarbado, pero agradecido y acogedor. Por él se pasean mirlos, urracas y las tórtolas turcas, divagantes antes y ahora ya residentes. En cambio los colirrojos tizones y los mirlos prefieren el membrillero y otros árboles o arbustos pequeños, el primero incluso el muro blanco que rodea el jardín. Las lavanderas en cambio siempre en la lona de la piscina bebiendo y moviendo la cola. Mi tía tiene un chopo enorme con una colonia de jilgueros de lo más dicharacheros.

¿Qué hacer con un árbol que nace demasiado cerca de otro? ¿Quitarlo? Me da pena. ¿Y los que dan demasiada sombra a un tendedero? Echó abajo Alberto, el de Esperanza, dos cipreses que estaban ya muertos, podó Carlos uno de los que quedaban, vamos a ver si se sostienen los supervivientes.

El jardín de mis padres tiene árboles con troncos muy delgados muchos de ellos y ramas que se extienden arriba, algunos más de ocho metros, dedos largos y huesudos como tallas de Gregorio Fernández de la naturaleza. Luchan por vivir, pero acaban pareciendo chopos y olmos una legión de mendigos flacos como están, desnutridos, hambrientos.

“¿Cuánto tiempo hace que Vdes. no abonan?” Me sentí como en el dentista, mintiendo a Carlos de Mojados, el experto, como cuando te preguntan cuánto tiempo hace que no te haces una limpieza de boca. Por lo visto podemos abonar todavía, no es tarde para ello.

El domingo vimos una cigüeña que se posó al lado de la piscina de mis tíos. Se quedo quieta, muy quieta, nos echó una ojeada desde lejos, luego a lo suyo. Buscaría algún renacuajo seguramente. Así vista me di cuenta del aire tan africano que tiene y por qué les parece tan exótica a los extranjeros.

martes, 19 de abril de 2011

Entre conventual y toscano

El jardín de mis padres en Boecillo (Valladolid), donde tenemos la casa, se da un aire a la Toscana, aunque también lo sombrío y recoleto hace pensar en los de algunos claustros. A finales de los 70 cuando arreglaron el pajar, la panera, y la hicieron habitable como vivienda, plantaron en el erial aquel que la rodeaba pinos, chopos, tamarindos, plumas de Santa Teresa y otros árboles y arbustos. Murió mi padre en el 88, siguió el jardín en manos de mi madre. "Conchita, ¿dónde vas?" le preguntaban mis tíos tras la merienda, cuando salía disparada, "Voy a regar el jardín." Así ha estado años y años, regando el jardín, hasta que ya ha sido muy mayor.



Durante tres décadas han trabajado ese jardín y lo han cuidado todos en mi familia menos yo, quien ni siquiera me matriculé de estudios boecillenses,que dicen mis hermanos. Paco e Irene especialmente, luego Josiane, que ha mantenido el jardín los últimos tres veranos y sobre todo el pasado, cuando murió mi madre. Y Carlos, el pastor, que ha sido el jardinero no oficial, pero el que lo ha mimado con esmero desde los 70, echando una mano, diciendo que acá o allá había que podar o hacer tal o cual. Carlos es una institución en Boecillo y merecería no una entrada en una bitácora, sino todo un libro a él dedicado. Escribí en su día algo, es una mina vital y literaria. Ayer me trajo un pájaro en una bolsa "A ver, tú que sabes... ¿qué es?" No tenía ni idea, no lo había visto y sin la guía Peterson a mano me pierdo. "Un cuco, es un cuco..." me dijo. Y se puso hablar con Rafa, el marido de Brígida, de las maricas (urracas, se llaman maricas por aquí) que atacan al cuco que pone huevos en nidos que otros hacen.



La vida da muchas vueltas, y como hoy soy la persona menos ocupada de mi familia, la que tiene menos responsabilidades y más tiempo por el momento, esta Semana Santa puedo echar un vistazo y ver cómo anda el jardín de mis padres. Ya era hora de que hiciera algo.


Podamos un poco hace unas semanas, primero el hijo de Esperanza, Alberto, las tuyas estaban marrones, secas, tan espesas que afeaban. Luego ha seguido Carlos con el hacha -verle manejar el hacha o la simple navaja es una gozada-, yo hice algo con unas tijeras a otras plantas (falta de práctica: una ampolla por novata). También he intentado averiguar qué pasa con los olmos, tienen algo que parecía pulgón pero no era pulgón, sino como un huevo dentro, "abolladuras" se llama, un hongo. Fui a ver a otro Carlos, de Mojados, me dio una solución, vamos a ver cómo marcha. Me preocupan los tamarindos, las santolinas han muerto, atamos el romero del cenador, la hiedra atravesó el muro, deberíamos quitarla, dice Carlos.


El domingo celebré mi 50 cumpleaños en el jardín de mis padres, ahora de mis hermanos y mío. Comimos tostón y ensaladas, helado y tarta de aniversario, bebimos Ribera de Duero, cumplía también años un primo mío, fuimos 15 a la mesa, bien que le celebramos, un año duro y difícil ha sido éste.


Espero poder contribuir a mantener lo que con tanto cariño plantaron mis padres y han cuidado mis hermanos e Irene, Carlos y Josiane. Estoy matriculada en la universidad de mayores de estudios de jardines y campo, troncal y optativas, espero que no sea tarde y que me admitan a examen.

lunes, 21 de marzo de 2011

Primavera, y no solo en El Corte Inglés

Días espléndidos el sábado y el domingo. Los castaños de indias y las acacias (falsas, creo, las de verdad son las mimosas que ya rompieron) a punto de florecer en Madrid.

Me escribió la semana pasada Jesús Dorda, que vive en la sierra, contándome que por el puente medieval entre Colmenar y Cerceda volaban aviones y golondrinas el pasado 12 de marzo.

Espero que Irene me diga cuándo llegaron los vencejos a Madrid capital, ellos marcan el buen tiempo aunque sea con intermitencias.

Desde Sevilla me contaron que olía a azahar. Retablo comentó sobre el campo de Jaén que olía diferente y una curruca que vio atareada y alegre.

Hoy, 21 de marzo, es día de la poesía, además de que oficialmente entra la primavera. Si hubiera tiempo una visita al Botánico o al Museo Romántico estaría bien. Pero no puedo, nuevos papeles y tareas me tendrán presa.

Antes era partidaria del otoño. En Madrid tenemos poca primavera, hay cambios demasiado fuertes, unos fríos que se nos meten hasta mayo y luego, de repente, el calor.

Ahora me doy cuenta que un buen día de primavera, solo uno, es suficiente.

lunes, 7 de marzo de 2011

Nidos variados (Primavera entre nevadas)



Los tengo bien localizados en Alberto Alcocer, unos cuatro enfrente del Ministerio de Economía y Hacienda, que ya son ganas de hacer nido con vecindario tan inquietante. Es lo que tiene el invierno, que al desnudar ramas y dejar a los árboles de hoja caduca –plataneros en este caso- coritos, que diría mi abuela, se ven los nidos con más facilidad ahí en lo alto. Supongo que son de urracas, el pájaro urbano ahora omnipresente y perseguidor de perros, o al menos a Olimpia la tienen fichada. Colocarse bajo un árbol y escuchar a la urraca es todo uno, “fuera, fuera, animal peludo y negro, que éste es nuestro territorio”. ¿Estarán ya criando? Creo que no, que es más tarde.

El otro día en el Escorial, yendo por la carretera de Galapagar, un camino más entretenido que el de la A6 hasta Guadarrama, me entretuve mirando a los nidos de cigüeña que por allí andan, creo que no se marchan. Eso de por San Blas, que cae por febrero, la cigüeña verás, me parece que ya está superado en algunos lugares. Estas aves se quedan con nosotros todo el año. Y las ves ahora no volando, sino andando en la tierra, hasta en Aldeamayor, cerca de Boecillo, estaban, picando en lo húmedo, entre el verde que despunta con el sol este que nos sale tras las lluvias y nevadas, superadas las nieblas invernales que se instalan en Valladolid. A los extranjeros las cigüeñas les parecen exóticas, casi africanas, nosotros nos hemos acostumbrado, pero son tan bonitas, tan elegantes.

Todavía recuerdo cuando vi en Monfragüe una cigüeña negra con mi madre, fue impresionante, el año 1994, si mal no recuerdo, estupendo viaje extremeño que hicimos ambas. “Crotoneo” es el ruido que hacen al chasquear esos picos naranjas o amarillos que tienen las cigüeñas, es oírlas y animarte. "Clas, clas, clas, clas...." cielo azul, verano, y las cigüeñas crotonando.

PS: Hoy a las 4 y algo nació Esther, hija de Eva y Luis, bienvenida al mundo. Ha sido la buena noticia del inicio de la semana, esperemos que haya más, que estamos todos necesitados de buenas noticias... Dios proteja tu vuelo y el de tus padres, pequeña Esther.

viernes, 4 de marzo de 2011

Lavajos


Conduciendo por la antigua nacional VI (la A6 está en obras en 20 kilómetros casi), cruzo Ávila y Segovia intermitentemente y descubro no sólo Labajos, el pueblo, sino lavajos, muchos, los hay también en Valladolid, y hasta en Salamanca, me parece.

Ha llovido y el campo, aunque mantiene el pardo invernal, verdea. El agua extendida, retenida a veces en una leve hondonada del terreno, forma una lámina sin profundidad, charcos amplios parecen, a lagunas no llegan. Eso son los lavajos, charcas que quieren ser lagunas pero no pueden. Los da esta tierra y cada vez quedan menos.

Campos sembrados a mi derecha e izquierda, la hierba, ¿cebada?, crece. Donde hay agua suele haber pájaros que beben o buscan alimento. Me paro para mirar con los prismáticos. Me tiro al suelo para observar mejor. Hace un frío que pela. Sé que no llegaré a tiempo al registro de Olmedo, pero tengo la tarde del jueves y todo el viernes. Sopla el viento.

¿Chorlitejos y correlimos? Alguien más a lo lejos blanco y pequeño, sin manchas... ¿qué será?, ¿una cigüeñuela? He perdido vista con el portátil. Mi propio vaho empaña las gafas que chocan con las lentes de los prismáticos, mierda. Me voy a quedar helada aquí. Me meto de nuevo en el coche, pongo la calefacción fuerte. Olimpia se duerme.

A unos kilómetros antes de llegar a Olmedo paso otro lavajo que alguien hizo secar hace tiempo, tenía agua hasta en verano, cosa rara porque muchos desaparecen durante meses. Entro en el pueblo. Son las dos y diez, que venga por la tarde, me dicen en el registro, pues vale.

Llego a casa de mis tíos hacia las 3. Me dan cariño, unos canelones de muerte y un lomo adobado al whisky del que pido la receta inmediatamente. No ponen nada en el cine que nos interese a mi tía y a mí y que no hayamos visto, la del cisne nos da pereza. Otro día iremos.

PD: Por lo visto el término "lavajos" se emplea en tierras de Medina y el de "bodones" por Olmedo, lo dicen los autores del blog Valladolid, rutas y paisajes, una maravilla que descubro al escribir esta entrada cuando llego a Madrid y busco fotos y referencias.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Las grullas, pues (Gracias)



Noche cerrada, conduzco de Báguena a Madrid de vuelta. Fui a ver a mi amiga Olga y, de paso, a las grullas de Gallocanta. Me vuelvo con miel y jabón que me regalan sus padres y Yin, un libro de Antología de poetas de Aragón donde ella está incluida, otra de las alegrías de este año que acaba.

“Come, come”, insistía su madre. Qué gusto tener una madre que te dice que comas.

Vi a las almendras primero colgando en los árboles, ya desnudas de hojas las ramas, y luego recogidas, extendidas en el suelo, en el piso más alto de la casa. Y las cajas de las abejas, los bastidores de madera, los aparatos de acero inoxidable, todo impecable en los corrales. "Vd. está entretenido aquí, ¿eh?". "Sí, siempre hay algo que hacer" me respondió su padre.

Se estaba muy bien, calorcito alrededor de la mesa, sin poder acabar casi. Y Viggo Mortensen en la tele porque, más allá de los programadores de la Sexta, Dios es grande y sabe cómo alegrarme la vida, además de con un buen día en el campo, que ya es bastante.

Olimpia en el corral primero, luego la dejamos dentro. Le dieron de comer -hasta a escondidas, menudos son- cosas ricas de las que conmigo no cata, huesos de chuletas de cordero asado. Cómo no le va a gustar ir de viaje. La gata desapareció y mi perra a sus anchas poniendo cara de "pobre, mi ama no me alimenta, dadme algo… ustedes, vosotros, que soy una perra adoptada, que paso hambre… " Esta perra tiene más cara que espalda.

Un día espléndido de sol de invierno y frío, encinas desperdigadas, chopos de vez en cuando, cerros a manchones de verde seco, y la tierra de parda a muy roja, abierta en los sembrados, a la espera.

Me pasé no tres pueblos, sino veinticuatro. Tuve que volver hacia atrás. Lo hice en paralelo al ferrocarril, por la NII y junto al río Jalón. Fui por pueblos que no conocía, Somaén, Jubera y Lodares, ni un alma en la calle. Luego ya cogí bien la desviación, Alcolea del Pinar y después Molina de Aragón, más piedra y adobe donde a una le gustaría pararse. Llegué tardísimo a Gallocanta. Y les había hecho madrugar, en fin, una prueba muy importante de amistad, gracias.

Nos acercamos a ver a las grullas, pero poco rato, nos esperaban. Las vimos con los prismáticos. Ahí estaban, elegantes y largas, en esa laguna que es un espejo plateado donde andan con sus patas delgadas y meten el pico en el barro para alimentarse. Luego seguí a mis amigos por un camino de tierra casi, de Gallocanta a Báguena por Berrueco y Tornos. Más abajo quedaba Tornos de los Sisones, así que también debe de haber sisones por aquí, otro pájaro que creo que es familia de las avutardas.

Daba gloria sentir esas soledades, el agua corriendo o helada en los huecos, en las sombras, campo, campo y más campo. Al entrar en Báguena nos paramos en el antiguo lavadero y en el puente romano, luego A. me señala una casa con artesonado en el tejado, precioso. Qué frío se pasaba antes, a pelo casi lo sufrieron nuestro abuelos, un frío casi atávico. Hablamos por la tarde en el bar de la crisis y el paro. Quizás tengamos que volver a vivir como antaño en los pueblos si en las ciudades no hay trabajo. Pero ya no será igual, ahora hay muchas más comodidades, no todo es a fuerza y tira pa'lante.

Me vuelvo a Madrid a pesar de la noche cerrada con el corazón calentito, me lo han cuidado.

Así que gracias, pues, Olga y familia, muchísimas gracias.

martes, 27 de abril de 2010

Listado (no terminado) de cosas importantes



1 Ver amanecer o anochecer, según se presente el día, también la estación del año. Hacerlo siempre, no perderse jamás ese momento. “Disculpen Vdes., es que tengo una llamada muy importante”. Y, por la cara, salir de la reunión o de la clase (vale poner el descanso en ese momento).

2 Olvidarse de dolores que ya pasaron. Y de quienes los causaron. Si fuera posible, también los que yo causé y han sido ya perdonados u olvidados. Apoyar en su caso esa actitud con las pastillas anti-memoria adecuadas. No preocuparse por los que todavía no han llegado, no anticiparlos.

3 No entrar en discusiones inútiles. Definir cuáles son éstas, si es por el tema, la persona, el momento, o el propio estado de ánimo: podría ser una combinación de varias causas.

4 Mejor verse la cara que otra llamada por teléfono a ver cómo andas. Mejor un “tal día, tal hora en tal parte” que el cansino –y tantas veces falso- “a ver si nos vemos” con el que a menudo se sale del paso. Mejor una carta, en papel o electrónica, a un sms o un email de esos cortos del tipo “¿cómo andas?” que no significan nada. Y a veces, porque la distancia es la distancia, una conversación al teléfono, con sus palabras y sus silencios cuando hay calma. Primero la voz, luego, si se puede, los ojos humanos, la cara, los gestos y el abrazo.

5 Amar la trama más que el desenlace, como dice Drexler. En todos los sentidos. Los finales están bien, pero la trama es la trama. Dejarse enredar en ella, envolver con ella, lentamente o de una manera fulminante. Amar la trama.

Para las siguientes... ¿hay ideas?, ¿a alguien se le ocurre algo?


PS: Eso que se ve en un charco no es un puerco ni un hipopótamo. Es una perra boxer, es Tana. Le gusta rebozarse en el barro. Ha llovido en la sierra.

martes, 15 de diciembre de 2009

Los de los bichos



Conocer a Dorda y a su familia ha sido una de las cosas buenas de vivir en el campo un año. El domingo me presentaron a Javier, otro naturalista con blog propio al que leo con admiración y envidia. Hay que ser muy paciente para observar la naturaleza, no tener prisa o que no lo parezca. Los naturalistas nos enseñan muchas cosas, son gente curiosa y habitualmente, los que yo conozco al menos, con gran sentido del humor. Observar la vida creo que acaba por ponerte una sonrisa, también cierta melancolía a veces.

Dorda nos contó anécdotas de las exposiciones del Museo de Ciencias Naturales y otras donde ha trabajado. Hubo una sobre cuernos, con perdón, que titularon "Madera del aire". ¿Y por qué el título ese ... para una exposición sobre cuernos? Porque al parecer quedó registro en España de un sujeto al que le salieron unos cuernos pero de verdad, y como no los podían llamar así -era ofensivo-, los llamaban madera del aire. En la exposición podías hacerte con el facsímil de todo el texto relatando cómo daban fe de los cuernos, cómo eran, qué hicieron con ellos -se los cortaron, creo-... y luego ya el texto pasado a moderno. Dorda lo va a contar cualquier día en su blog mucho mejor que yo, hay que estar atentos. De su cuaderno me gustan muchas cosas, pero sobre todo cuando habla del campo que tiene alrededor, de la sierra a la que tanto quiero y tanto echo menos ahora que he vuelto a Madrid. Y luego de bichos que yo califico de humildes, digámoslo así, o sea, de insectos. Lo de África mola mucho, pero gracias a la 2 yo creo que el común de los mortales sabemos más del Serenguetti que de Gredos, y no digo que esté mal, pero da qué pensar, creo.

Javier hace unas entradas memorables con temas tan variados como tapiología o  vida en el cementerio (tiene delito), tiene una mirada que me encanta, sabe lo que no está escrito y encima se ríe de su sombra. Comentaba él con Jesús el futuro de la divulgación, de las revistas de naturaleza. "Natura" ya no está, Quercus sí pero... Con internet hoy ¿queda hueco para publicaciones como esas? Hablaron sobre la importancia de los contenidos en la red, hasta en los blogs, porque a veces se puede hablar de lo que no se sabe bien, con las mejores intenciones. Tienen toda la razón ¿a dónde vamos hoy cuando lo trabajado, documentado y sólido se aprecia a veces tan poco? ¿Cómo el lego -o sea, yo- puede valorar quién sabe a veces y quién simplemente repite contenidos de otros, o incluso mete la pata al dar información que no es cierta? Hice ayer una visita profesional a un grupo de medios de los importantes y pensé en lo mismo ¿se da importancia al contenido o se hacen churros? ¿A quién se paga más, a los de marketing o a los periodistas? Ya sé la respuesta, son dos preguntas casi retóricas ya...

Yo soy una simple bichera, me encantan los bichos, empezando por mi perra, me hacen gracia, pienso a veces ¿qué pensarán? Me sorprenden. La naturaleza tiene algo de previsible, lo sé, pero algo también de constante sorpresa. Creo que estamos hechos para mirar lo que pasa a nuestra alrededor. Y luego algunos lo cuentan tan bien que da gloria leerles.

PS: Pongo Doctor en Alaska porque es la música que les va a estos dos, y no sé por qué. ¿Será la guasa, el frío con que nos despidió la sierra el domingo, la nieve que cayó ayer? No sé, pero les pega.

domingo, 30 de agosto de 2009

El pastor



Empujé la puerta del patio y me detuve en seco.

"Carlos no está" les dije a los niños.

Carmen y Javier se quedaron un poco sorprendidos. Me coloque de tal manera en la puerta que los niños notaron algo extraño. Seguí hablando como si tal cosa a ver si no se daban cuentan.

"Hala, vamos a ver qué hacen la abuela y Josianne".

Carmen estaba mosca. "¿Cómo sabes que no está?"

Carlos es el pastor de Boecillo. De los últimos que quedan en un pueblo que ya poco tiene de tal. Cuando se jubiló le quedaban dos salidas, o el bar o seguir teniendo unas pocas cabras y ovejas para pasar el tiempo. Optó por lo segundo, no le gustaba beber ni estar todo el día de cháchara inútil.

Cada verano volvemos a verle. Antes tenía los animales en los terrenos donde luego construyeron los chalets.

Todavía recuerdo esa Semana Santa cuando murió mi hermana, el fin de algo y el principio de otra vida, nunca más la era sería para nosotros ni para las cabras y ovejas de Carlos. Los pinos que mandaron plantar mi padre y mi madre los arrancaban las máquinas la tarde del jueves santo. Salió disparado alguien a decir que pararan, ya habíamos tenido suficiente movimiento de tierras ese día. Reanudaron las obras al día siguiente pero esas horas tuvimos paz.

En el patio de Carlos, en su casa, cercado por nuevas edificaciones, casas todas modernas, quedan todavía restos de lo que fue el pueblo. Cachivaches y herramientas de campo todos ordenados, patio siempre bien barrido, conejos en jaulas, alguna perdiz también, y esta vez el cadaver colgado de dos ovejas. "Quitarlas" dice Carlos cuando va a matarlas.

Quise evitar a los niños la visión sangrienta de los animales ya desollados, mantener la imagen del pastor como hombre de bien y de sus ovejas como animales de Walt Disney.

PS: De hace algún verano ya, ahora no les podría haber engañado.
Y la canción de hace muchísimos más, pero muchos, muchos más. Era genial la combinación de Sabina, Krahe -mundial- y Alberto Pérez en la Mandrágora.