Acabo de colgar a tu padre que me ha contado, vamos a llamarlo así, “lo tuyo”.
Ahora entiendo tu empeño en el zoom a tres bandas y tu disgusto por no ponernos de acuerdo los
tres. He tenido que vencer las ganas de llamarte inmediatamente, pero como me embalo,
prefiero decirte antes por escrito lo que pienso.
Me ha dicho tu padre que se enteró en casa de la abuela
Pilar. Que a ella se le escapó un comentario sobre ti que a él le sonó raro, y
que te llamó luego para ver qué pasaba. Ante su insistencia, se lo contaste. Ya
me explicarás cómo tu abuela lo sabe antes que nosotros, estando, además, como
una tapia, que ni oye por teléfono.
Lo primero de todo: siempre has sido un buen chico y, como
tu hermano, no me has dado ningún problema serio. Me dirás que a buenas horas,
mangas verdes, con las discusiones que hemos tenido. Pero yo supe desde el
principio que, si alguien iba a pagar el pato con lo de tu padre, eras tú. Te
pilló en la peor época, así que no te lo podía tomar en cuenta. Necesitabas
chocar con alguien, y yo estaba ahí, justo enfrente, tu puching ball de entrenamiento.
Ni aquella primera (y única) bofetada que tuve que
darte a los trece, ni perseguirte ese curso en la universidad, que renqueaste porque
estabas con tu primera novieta, ni luego aquel susto en mitad de la carrera han
sido cosas importantes. Ser madre es eso: estar ahí siempre. ¿Os caéis? Os
ayudamos a levantaros. ¿Nos dais un portazo? Pues depende de cómo nos pille de
edad… –la vuestra o la nuestra– o el momento, os podemos dar un bocinazo, un
abrazo o echarnos a llorar. Yo esto lo sé bien porque no soy una madre perfecta.
Fíjate cómo es tu padre que, ante mi sorpresa por tu “novedad”,
me dice que hice muy mal yo en llevaros a aquel colegio, que fui yo
la que se empeñó contra viento y marea. En fin, parece que, encima, tengo que
ser la que dé explicaciones en este momento.
Pues sí, hice lo que creía mejor teniendo en cuenta
las circunstancias. Era un sitio con buenas familias, chicos de vuestro estilo y, lo más importante, exigente académicamente. Eso último lo esgrimí como argumento
ante la resistencia inicial de vuestro padre. Y gané.
Y vaya si os encarrilaron a los dos: os ayudaron a
prepararos para este mundo tan competitivo y donde cuesta tanto hacerse un
hueco, bien lo ha reconocido vuestro padre luego. La parte “problemática”, la
importancia de la religión en el colegio y eso, no pareció que os afectara especialmente. Sorteamos buenamente el tema, la mayoría de vuestros compañeros y las familias
eran como nosotros, el tema de la religión les importaba un bledo y casi todos estabais
allí fundamentalmente por el prestigio académico…
Por cierto, he tenido que recordar a tu padre lo que él
mismo dijo, el muy cínico, al acceder que fuerais: “bueno, no hay como la dosis
justa de religión en la adolescencia para inmunizarle a uno eficazmente para el
resto de la vida”. Él ha sido un buen ejemplo.
Miguel, hijo, perdóname, pero no lo entiendo. Y, sobre
todo, no te entiendo. Estas cosas no se dan ni a tu edad ya ni con tu
trayectoria ni con circunstancias como las que tú tienes.
Es verdad que en la familia hubo ya hace tiempo algunos
“afanes místicos”, por decirlo de alguna manera. No es sólo ese rosario va y viene
de tu abuela Pilar, que es como los últimos mohicanos, la resistencia; por mi
parte también los tuvimos, aunque no hablemos de ellos. Un primo de mi abuelo
fue seminarista y murió con veintidós años en Barbastro durante la guerra. Mártir,
dicen. En fin, unos chicos jovencísimos,
una España diferente y ya superada, barbaridades se hicieron en ambos lados,
por supuesto. En aquellos tiempos era, perdóname el adjetivo, “normal” tener un
cura en la familia. Y monjas. O hasta misioneros. Pero vamos, yo, en mi generación y de cerca, no conozco a nadie a cuyos hijos les haya dado por eso. Ni
tampoco a sus hermanos, por cierto. Lo teníamos superado afortunadamente. O eso creíamos yo y tu padre, desde luego.
Ahora encajan algunas piezas de la visita que te hice en noviembre. Lo primero que pensé es que estabas silencioso para lo que tú eres. Luego me contaste lo del asilo. Que me pareció fenomenal, ayudar a los demás está bien siempre, sobre todo si te entretiene. Y en tu caso con más mérito, teniendo en cuenta tu trabajo y las responsabilidades que manejas. Cómo te enfadaste cuando te dije justo eso, que me contestaste “¿Por qué yo no, mamá?” Y aquellos tochos, Santo Tomás –vaya peñazo, te comenté– en tu biblioteca. Y los evangelios en la mesilla con el crucifijo de tu abuela.
Decirme que ibas a misa desde hacía meses me desconcertó totalmente.
Y lo de acudir a rezar de noche a la iglesia, lo de la “adoración nocturna” esa, que
pensé que era una broma y que te ibas de juerga, esa cosa de no dormir una noche, en fin, creía que era una broma o una chica al menos... En cualquier caso no te dije nada entonces porque pensé que era una etapa más que necesitabas y que te había dado fuerte, ya se te pasaría, son fases que se superan habitualmente. Y a mí no me interesaba en absoluto el tema.
Bueno, lo que quería decirte es que yo estoy que ni me
encuentro con la situación en España, que tú viviendo fuera te lo estás
perdiendo, un absoluto desastre, desesperante es todo esto. Vamos a la ruina,
Miguel, y la oposición ni se aclara. Se me llevan los demonios continuamente, estoy furiosa. Yo
lo que quiero es volver a mi vida de antes, a lo de siempre, tranquilidad,
seguridad, orden y concierto, como hemos vivido siempre. No llego a entender cómo hemos llegado a esto.
Así que, si a mí me ha dado por esta rabia que tengo, que
no puedo, que los odio con todas mis fuerzas, a ti se te ha
podido activar el gen místico recesivo ese que debemos de tener. Mira, de verdad,
ya no sé ni lo que te escribo, perdóname, estoy de los nervios.
Que bien está que uno crea, tener fe, porque creer ayuda
en la vida, la fe es, como todo el mundo sabe, un consuelo para los malos momentos. Y claro que yo creo en Dios, por
supuesto. Pero se puede ser buena persona y no ser cristiano, ni católico, ni mucho menos sacerdote. ¿No puedes creer tú en Dios como tanta gente sin liarte la manta a la cabeza? El mismo Papa es quien lo dice el primero, que todos
los caminos llevan a Dios igualmente. Así que no entiendo todo esto ahora, a tu
edad, en tu situación, en fin, es un tirar por la borda todo que no entiendo. Solo
toda tu vida, Miguel, y luego lo del sexo. Vamos, que me parece una locura total de los pies
a la cabeza.
En fin, que quiero hablar contigo y que me cuentes.
Tu madre, que te quiere
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