Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

domingo, 6 de octubre de 2024

Meribá (agua / hijos de las piedras)



Querido Miguel:

Acabo de colgar a tu padre que me ha contado, vamos a llamarlo así, “lo tuyo”.

Ahora entiendo tu empeño en el zoom a tres bandas y tu disgusto por no ponernos de acuerdo los tres. He tenido que vencer las ganas de llamarte inmediatamente, pero como me embalo, prefiero decirte antes por escrito lo que pienso.

Me ha dicho tu padre que se enteró en casa de la abuela Pilar. Que a ella se le escapó un comentario sobre ti que a él le sonó raro, y que te llamó luego para ver qué pasaba. Ante su insistencia, se lo contaste. Ya me explicarás cómo tu abuela lo sabe antes que nosotros, estando, además, como una tapia, que ni oye por teléfono.

Lo primero de todo: siempre has sido un buen chico y, como tu hermano, no me has dado ningún problema serio. Me dirás que a buenas horas, mangas verdes, con las discusiones que hemos tenido. Pero yo supe desde el principio que, si alguien iba a pagar el pato con lo de tu padre, eras tú. Te pilló en la peor época, así que no te lo podía tomar en cuenta. Necesitabas chocar con alguien, y yo estaba ahí, justo enfrente, tu puching ball de entrenamiento.

Ni aquella primera (y única) bofetada que tuve que darte a los trece, ni perseguirte ese curso en la universidad, que renqueaste porque estabas con tu primera novieta, ni luego aquel susto en mitad de la carrera han sido cosas importantes. Ser madre es eso: estar ahí siempre. ¿Os caéis? Os ayudamos a levantaros. ¿Nos dais un portazo? Pues depende de cómo nos pille de edad… –la vuestra o la nuestra– o el momento, os podemos dar un bocinazo, un abrazo o echarnos a llorar. Yo esto lo sé bien porque no soy una madre perfecta.

Fíjate cómo es tu padre que, ante mi sorpresa por tu “novedad”, me dice que hice muy mal yo en llevaros a aquel colegio, que fui yo la que se empeñó contra viento y marea. En fin, parece que, encima, tengo que ser la que dé explicaciones en este momento.

Pues sí, hice lo que creía mejor teniendo en cuenta las circunstancias. Era un sitio con buenas familias, chicos de vuestro estilo, y lo más importante: exigente académicamente. Eso último lo esgrimí como argumento ante la resistencia inicial de vuestro padre. Y gané.

Y vaya si os encarrilaron a los dos: os ayudaron a prepararos para este mundo tan competitivo y donde cuesta tanto hacerse un hueco, bien lo ha reconocido vuestro padre luego. La parte “problemática”, la importancia de la religión en el colegio y eso, no pareció que os afectara especialmente. Sorteamos buenamente el tema, la mayoría de vuestros compañeros y las familias eran como nosotros, el tema de la religión les importaba un bledo y casi todos estabais allí fundamentalmente por el prestigio académico…

Por cierto, he tenido que recordar a tu padre lo que él mismo dijo, el muy cínico, al acceder que fuerais: “bueno, no hay como la dosis justa de religión en la adolescencia para inmunizarle a uno eficazmente para el resto de la vida.” Él era un buen ejemplo. 

Miguel, hijo, perdóname, pero no lo entiendo. Y, sobre todo, no te entiendo. Estas cosas no se dan ni a tu edad ya ni con tu trayectoria ni con circunstancias como las que tú tienes.  

Es verdad que en la familia hubo ya hace tiempo algunos “afanes místicos”, por decirlo de alguna manera. No es sólo ese rosario va y viene de tu abuela Pilar, que es como los últimos mohicanos, la resistencia; por mi parte también los tuvimos, aunque no hablemos de ellos. Un primo de mi abuelo fue seminarista y murió con veintidós años en Barbastro durante la guerra. Mártir, dicen.  En fin, unos chicos jovencísimos, una España diferente y ya superada, barbaridades se hicieron en ambos lados, por supuesto. En aquellos tiempos era, perdóname el adjetivo, “normal” tener un cura en la familia. Y monjas. O hasta misioneros. Pero vamos, yo, en mi generación y de cerca, no conozco a nadie a cuyos hijos les haya dado por eso. Ni tampoco hermanos, por cierto. Lo teníamos superado afortunadamente. Eso creíamos yo y tu padre desde luego.

Ahora encajan algunas piezas de la visita que te hice en noviembre. Lo primero que pensé es que estabas silencioso para lo que tú eres. Luego me contaste lo del asilo. Que me pareció fenomenal, ayudar a los demás está bien siempre, sobre todo si te entretiene. Y en tu caso con más mérito, teniendo en cuenta tu trabajo y las responsabilidades que manejas. Cómo te enfadaste cuando te dije justo eso, que me contestaste “¿Por qué yo no, mamá?”  Y aquellos tochos, Santo Tomás –vaya peñazo, te comenté– en tu biblioteca. Y los evangelios en la mesilla con el crucifijo de tu abuela. 

Decirme que ibas a misa desde hacía meses me desconcertó totalmente. Y lo de acudir a rezar de noche a la iglesia, lo de la “adoración nocturna” esa, que pensé que era una broma y que te ibas de juerga, esa cosa de no dormir una noche, en fin, creía que era una broma o una chica...  En cualquier caso no te dije nada entonces porque pensé que era una etapa más que necesitabas y que te había dado fuerte, ya se te pasaría, son etapas que se superan habitualmente.  Y a mí no me interesaba en absoluto el tema.

Bueno, lo que quería decirte es que yo estoy que ni me encuentro entre la situación en España, que tú viviendo fuera te lo estás perdiendo, un absoluto desastre, desesperante es todo esto. Vamos a la ruina, Miguel, y la oposición ni se aclara. Se me llevan los demonios continuamente, estoy furiosa. Yo lo que quiero es volver a mi vida de antes, a lo de siempre, tranquilidad, seguridad, orden y concierto, como hemos vivido. No llego a entender cómo hemos llegado a esto.

Así que, si a mí me ha dado por esta rabia que tengo, que no puedo con todo esto, que los odio con todas mis fuerzas, a ti se te ha podido activar el gen místico recesivo ese que debemos de tener. Mira, de verdad, ya no sé ni lo que te escribo, perdóname, estoy de los nervios.  

Que bien está que uno crea, tener fe, porque creer ayuda en la vida, la fe es, como todo el mundo sabe, consuelo. Y claro que yo creo en Dios, por supuesto. Pero se puede ser buena persona y no ser cristiano, ni católico, ni mucho menos sacerdote. ¿No puedes creer tú en Dios como tanta gente sin liarte la manta a la cabeza? El mismo Papa es quien lo dice el primero, que todos los caminos llevan a Dios igualmente. Así que no entiendo todo esto ahora, a tu edad, en tu situación, en fin, es un tirar por la borda todo que no entiendo. Solo toda tu vida. Miguel. Y luego lo del sexo. Vamos, que me parece una locura total de los pies a la cabeza.

En fin, que quiero hablar contigo y que me cuentes.  

Tu madre, que te quiere

 


 (cuento presentado a un concurso de una bodega hace años, lo ganó Inma, cosa que me alegró enormemente) 

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