Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

viernes, 31 de julio de 2009

El premio/ Palabra de Dios


"Plas, plas, plas, plas". Sonaron los aplausos de rigor al discurso de la ministra que apenas pudo oírse. No funcionaba bien el sonido, alguien se llevó una soberana bronca.

Sólo llegaron las palabras rotas e inconexas como "igu l d oportunidades", "concil vda fmliar labral", "responsabilidad", "mjres"..., todo ininteligible y perdido en la sala abarrotada.
Carmín, tonos morenos, besos al aire, qué alegría verte, pero tú ¿dónde estás ahora?, miedo de contar problemas o la verdad, y de vez en cuando un lifting muy bien hecho.

Público mayoritariamente femenino, sólo una veintena de hombres, algunos cargos de la administración y ejecutivos encantados de encontrarse rodeados de tantas señoras, molaba ser gallo incluso en ese gallinero. También otros secretamente aliviados de que la suya no fuera como ellas y esperase en casa con los niños, a ser posible ya bañados. Y los más, simplemente paternalistas, mirando con condescendencia y esperando salir rapidito tras haber hecho acto de presencia.

Habló una conocida banquera reivindicando el papel de las mujeres en las empresas pero poniendo en claro su oposición a las cuotas en los consejos de administración que "debían ocuparse por mérito, nunca por porcentaje". Lástima que el apellido de la banquera hiciera un poco sospechosas sus palabras. Pero sólo un poco.

De un tiempo a esa parte se podía ser empresario/a y directivo/a, partidario/a del libre mercado y a la vez socialista, socialdemócrata, liberal o simplemente apolítico/a (o sea, llevarse bien con todos). También ecologista, solidario/a, pacifista, feminista y lo que fuera, todo dentro de los nuevos mantras empresariales que se repetían sin asomo de duda sobre su significado y que se dejaban caer, una y otra vez, plof, plof, plof, al principio, en medio o al final.

Las palabras, en ese y otros actos, lo soportaban todo.

Mientras, fuera del hotel donde se celebraba el acto, tenía lugar un formidable atasco de tráfico al que habían contribuido los coches oficiales y otros de empresa. Los chóferes esperaba fuera fumándose tranquilamente un cigarro y dándose conversación.

"Plas, plas, plas, plas". Nuevos aplausos, flashes de fotógrafos y cuchicheos. Ana Cepeda, directora de la asociación sonrió satisfecha. Las diferentes categorías de premios servían para contentar a tirios y troyanos, de eso se trataba. Si fulanita con nombre ilustre se llevaba éste, demos el otro a otra más vinculada a los empresarios tipo PSOE. Nuevo dinero con el viejo, apellidos de toda la vida con el círculo del poder político o social más fresquito, todos juntos y hasta revueltos, la pomada.

Subió Margaret a recibir el premio a la mejor directiva del año. Daba perfecta para las fotos y habló con gran convicción, se notaba su oficio. Y con emoción también, la justa. Mencionó a su equipo, a su empresa, a su coach, a su familia y a su marido, por este orden.

"Plas, plas, plas, plas". Más aplausos. El acto, como era costumbre en España se hacía interminable, casi eterno, con la presentación habitualmente jabonosa y larga de quien iba a entregar el premio -alguien importante y, como tal, pelma-, el discurso de éste presentando a su vez a quien lo recibía y el agradecimiento de la premiada habitualmente un poco más breve.
Así tres discursitos por seis veces, las seis categorías, o sea, dieciocho personas hablando. Como habitualmente nadie se preparaba nunca lo que iba a decir, ni parecía haber límite de tiempo ni, sobre todo, de egos, todo se podía hacer doblemente largo.

Cuando Cepeda dio por finalizado el acto eran las diez y media y los camareros salieron con el cocktail, todos los asistentes se lanzaron como posesos sobre las bebidas y los canapés, había hambre.

Sonaron los móviles y se mandaron varios mensajes para confirmar que no se cenaba en casa.
Aquello acababa de empezar realmente.

miércoles, 29 de julio de 2009

Mi madre y la tumba




Lo de la tumba a mi madre le da mucho juego.

No sé, quizás es que es de Valladolid, quizás es que no quiere dejarnos ningún lío, pero llevamos ya un par de años con la tumba arriba, tumba abajo. Primero fue lo de la lápida y luego lo de tener sitio, por Dios, cómo si la fuésemos a dejar como los indios esos, al aire. Pues nada, no se fía y lo ha querido dejar todo listo, por si acaso.

Quiso sacar un dinero para estos temas. Yo pensaba que era mejor dejar el dinero donde estaba, dio igual, es suyo, vendió no sé qué y ya tiene seguro el sitio, bueno, el suyo, el de mi hermana Luisa y el de mi padre.

En fin, todos juntos por si acaso el día de la resurección no se encuentran. Ellos juntos a todas partes.

Ya lo decía mi padre, "por favor en la Almudena no me enterréis que es muy grande y va a ser mucho lío, a mí en un cementerio pequeño". Le hicimos caso y está en Pozuelo. Pero por mi madre ahora, ay Dios, que está empeñada, tenemos que hacer no sé qué traslados de restos. En fin, ya los haremos cuando se pueda.

Mi madre piensa en la muerte, lo normal, son 85 años.

Pese a lo que piense y, sobre todo, lo que diga, morirse no quiere, aunque se aburre ya un poco.

Mi madre tiene las llaves del cementerio de Boecillo. El otro día fuimos a dejar unas flores a mi tío, mi prima Asun, su hijo Serguei y yo. Había un gran cerrojo y 40 grados a la sombra. Cuando creíamos que ya no íbamos a poder entrar al llegar a casa nos dijo mi madre "Yo tengo unas llaves".

Y allá que fuimos otra vez, quería acompañarnos, pero le dijimos que ni hablar por si la dejábamos allí. El calor era para acabar con cualquiera y no hay que acelerar nada en esta vida, todo siempre a su tiempo.

Ayer al sentarnos en el cine mi madre sacó el monedero y el llavero y los volvió a colocar como hace siempre unas veinte veces dentro del bolso (si está en un taxi lo hace cuarenta).

Creí ver de refilón la llavecita esa del cementerio.

Josianne, mi sobrina Candela y yo compartíamos palomitas, pero me puse a pensar en la tumba, en mi madre y en el cementerio.

Joé, es que así no voy a poder descansar (aquí, digo).

Y luego dicen que el verano es frívolo, pues será en el sur.

martes, 28 de julio de 2009

Cuánto bueno por allí


Cuánto bueno por allí,
Dios, qué a gusto he estado,
vaya mi agradecimiento
para empezar
(y por encima de todo)
a Mirna, generosa, curranta y tan ama-ble (de amar),
joé, vaya panzá de trabajar que te has dado,
eres de lo que no hay,
(y yo ni recogerte los platos).

En fin, qué niños tan ricos
y qué adultos, todos tan guapos,
claro que además son listos,
y lo más importante, simpáticos.

Me reí como hacía tiempo
y de repente, maldición
¿son ya la cuatro?
no me lo podía creer
(a las once suelo estar ko)

Esa niña de tres años liando cigarros
a su tío Jesús babeando (él, no la niña)
joé cómo te vea Sanidad
o se lo cuenten a la Aido
os meten un puro pitando.

El taller de Reyvindiko,
vamos, como para encargarle un armario
(y mi cajita, tan bonita, con todas sus maderas distintas
la tengo, el vino, ay, snif, se ha acabado).

Alejandra tan buena y dulce,
que no es que Isabel no me guste, ¿eh?,
es que la otra ¡me ha conquistado!,
y ahora, cielos, me debato
que si pedimos la mano de una,
de la otra, o la de al lado,
porque las primas también prometen
y ahora ya me he liado.
(nota: es lo que pasa cuando la oferta excede con mucho a la demanda)

Yago, Paloma, los mellizos,
por Dios, Mirna y David,
es que cada vez os salen más guapos,
y no me extraña que insistáis,
la raza mejora un rato.

Raquel, esa piel tan blanca,
y esa pedazo de cabeza,
jolín, Jesús, vaya mujer a tu lado,
y mira que me reí
por cómo os habías encontrado.

Y no se me olvida la nonna,
vamos, una señora,
tan guapa con su vestido rosa,
tan discreta que hizo mutis por el foro
y como la vuelvas a llamar la estanquera de Vallecas,
Reyes, voy y me enfado,
y te corro yo a ti a gorrazos.

En fin, que lo pasé muy bien,
que dormí luego nada más que un rato
y que la Casa de Campo (o Costilla Beach)

es como se ve,

grande,
vivida,
acogedora,
ay, qué envidia ¡entre olivos!
¡y con cine de verano!

Pero sus habitantes,
son realmente lo mejor,
y de lo mejor,
y espero que os hayáis enterado

PS: Y que me tenéis que enseñar a delinquir, además de a cocinar y, como es también evidente, a escribir poemas. Pero el que hace lo que puede no está obligado a más, que decía el antiguo catecismo (uf, menos mal).

domingo, 26 de julio de 2009

El hueco


Hazla más grande, más evidente, no la ocultes con ruido ni palabras, oídas, dichas o escritas, ni siquiera con amigos. Siempre la casa llena por si acaso, o al teléfono eternamenta hablando, o trasteando por internet.

O a veces sin todo eso, tú solo con ese come-come que tienes por dentro. No des tantas vueltas sobre qué paso, qué pasa ni mucho menos qué pasará. Déjalo, de verdad.

No hagas nunca glosas ni propias ni ajenas ni examines a nadie, ni dejes que te examine nadie, a tí tampoco.

Es justo al revés.

Amplía su espacio, el hueco.

Siempre el hueco ahí.

Siente la cama más grande. Y si no la tienes grande, cómprate la mayor que puedas y duerme ocupándola toda, extendido, atravesado, entero, nada de en un rinconcito.

A pelo, tío, a pelo.

Guarda tu casa en silencio.

Los pájaros, todos fuera.

Las voces, por un momento muy lejos.

Y tú sumergido en ella, viendo que no alcanzas paredes, techos, esquinas, que el espacio se dobla, que corre el aire y que no hay nada ni nadie en medio.

Solo tú y ella y el miedo.

En ese momento sabrás su dimensión exacta.

Y puedes empezar algo, terminar lo que sea o seguir igual, pero con conocimiento, por Dios, siempre con conocimiento.

Llámalo consciencia o conciencia (también simple ojo, sabiduría, valentía, honradez, sinceridad o hasta un "manda huevos")

Lo demás creo yo que son enredos, chantajes emocionales, trampas, enganches, malos rollos o falsos duelos.

La soledad siempre de frente, y a veces cuanta más, mejor. Lo digo como lo vivo, como lo siento.

No es que ella se crezca, es que hay que verla todavía más dentro, sin disfraces, ni engaños. Con un par de eso...

Y desde ahí siempre pa'lante.

(Y todo esto es porque te aprecio, de verdad)

La foto es de Alejandro Schifferstein

jueves, 23 de julio de 2009

De todo, el doble


Calculé qué dinero iba a necesitar para el viaje, comer, transportes, alguna invitación y, como siempre hago, multipliqué por dos. La experiencia de viajera me dice que hay que moverse con la mitad de cosas pero con el doble de dinero, así es la vida.

Y con el doble de otras muchas cosas, de casi todo también el doble.

Espacio. Siempre el doble.

Notas la estrechez de lugares, el límite de las paredes, techos bajos, te ahogas. Casa grande o, si no se tiene, pocos muebles, poco de todo. Hacer más espacio teniendo menos cosas.

Por dentro igual. Todo lo que está atestado, como un armario lleno de ropa al abrirlo, se te echa encima. No hay que tener fondo de armario, sino ver el fondo del armario, del almario también.

Como las dimensiones son las que son, lo de dentro es lo que se puede reducir, sacar, tirar o incluso, ay, ordenar para hacer espacio, más, el doble. Así se ve mejor y al abrirse no se asusta ni se abruma.

Distancia. También siempre el doble.

Para estar cerca hay que poder estar algo lejos. Poner con cabeza distancia a veces, incluso cuando no apetece nada ponerla que suele ser cuando hay que hacerlo, cuando uno se embala.

Hay personas que necesitan quizás un tipo de cercanía y, además, constante. Otros, para estar más cerca, próximos, realmente a mano, necesitan un tipo de distancia, o un juego de distancias al menos. Es como las plantas, algunas se pueden plantar más juntas, otras requieren más distancia unas de otras no para crecer ellas, que también, sino porque saben de su fuerza, de su propio poder invasor, raíces que se extienden por el fondo o la superficie y pueden llegar a ahogar al otro. Por eso algunos agradecemos el doble de distancia.

Tiempo. A veces la tendencia natural es a acortarlo para hacer más cosas, también porque los seres humanos somos los únicos seres vivos que aceleramos, que tenemos prisa, es curioso.

Y salvo para algunos trabajos que se pueden hacer igual de bien en la mitad de tiempo, para la mayoría de todo el doble de tiempo es un regalo. Holgura de tiempo, tiempo perdido que nunca lo es. Se encuentran cosas interesantes, inesperadas, pero hay que darse eso, tiempo, el doble habitualmente de lo que se calcula.

Y en medio de todo ello siempre el doble de amigos, es la consecuencia natural a menudo.

Cuando se hace el doble de espacio, se pone el doble de distancia y se cuenta con el doble de tiempo, hay un hueco enorme que sólo puedes llenar, sin llenarlo, con la amistad.

Sé que necesito el doble de amigos y el doble de los amigos. Con espacio, distancia y tiempo.
La foto es de A. Schifferstein.

miércoles, 22 de julio de 2009

De todo, la mitad


Saqué la ropa para el viaje, los zapatos y las cosas de aseo.

Todo sobre la cama, extendido, para poder dejar la mitad en casa, como siempre hago.

Puedo viajar y vivir con la mitad.

La mitad de casi todo me sobra.

La mitad de casi todo ya me es suficiente.

Yo no quiero todo, sólo la mitad.

Me ducho en la mitad de agua, trabajo en la mitad de horas y estoy cómoda con la mitad de cosas.

La mitad de tu sonrisa me acoge, tu mirada de lado me atraviesa, casi mejor que no sean completas.

Con la mitad de tus palabras y gestos me he enterado, la otra mitad es hermenéutica, volver sobre lo dicho y sabido. Mejor que no.

Ni generosa, ni lista o poco ambiciosa.

Nunca queda opaco el resto. Veo la otra mitad hasta el final, lo entero. Y es por eso.

En casi todo con la mitad se puede estar muy contenta y agradecer.

Mejor que te echen de menos, nunca de más.
Y el undécimo no molestar.

De todo, la mitad.
Foto de A. Schifferstein.

domingo, 19 de julio de 2009

El árbol de la fiesta



Todas las noches justo cuando anochece hay fiesta en mi casa.

Tengo un árbol enorme, un abeto, junto a otro abeto y un pino justo a la puerta de la casa en el jardín. Unos seis metros tienen cada uno, quitamos 19 nidos de procesionaria en el pino e hice podar a los dos abetos porque no dejaban entrar casi luz por las ventanas del cuarto de estar.

Sin embargo los pájaros no me guardan rencor, tengo suerte.

Se reúnen justo cuando se mete el sol, suelo estar cenando y regando el jardín a la vez. Y lo hacen en el abeto que da sombra a la puerta.

Pían de tal modo que me tengo que sentar en la escalera a oírles y a mirar el cielo. A dar gracias también por el día, como ellos, vaya escándalo que arman.

Hoy estaban Asun y su hijo Serguéi conmigo y mi prima sugirió que nos sentásemos más lejos, al otro extremo del jardín para ir viendo cómo llegaban al árbol de la fiesta los invitados porque durante una media hora llegan y llegan más y más pájaros.

Era impresionante el poder de convocatoria del árbol. Nos quedamos en silencio -es un decir respecto a Serguéi- mientras se acercaban más y todos piando como locos. Calculamos al final que habría unos 50, la noche caía y sólo al final, cuando se hizo la oscuridad, callaron poco a poco. No les vimos irse porque ya estaba oscuro, asumimos que se han ido cada uno a su casa.

Hay un par de tórtolas turcas que beben agua en el plato de Olimpia sin inmutarse, un colirrojo tizón que hace tiempo que no veo en la valla de madera, muchos gorriones, varias familias de herrerillos (con uno al que salvé la semana pasada en una operación de rescate singular), lavanderas que se pasean por el empedrado encharcado, golondrinas que vienen a beber en la piscina planeando con elegancia y unos rabilargos que se cruzan en los árboles de la calle, a ver si se quedan.

Pero el árbol de la fiesta es de lo mejor. Cuando estoy fuera de mi casa me acuerdo del árbol siempre.

La foto de es de A. Schifferstein.

miércoles, 15 de julio de 2009

Chove (pero poco)



Llego a Santiago para trabajar un par de días en Galicia. Tras el calor de Madrid, se agradece el fresquito, tanto que me tengo que comprar unas medias. "Cómete la palmera aquí y así hablas con una gallega". La dueña de la mercería es encantadora, me deja que meriende en su local y me da conversación.

Adoro Galicia, su campo, su mar y, sobre todo, las personas, siempre tan amables, tan finas de alma, una delicadeza especial.

Voy a la Catedral y abrazo al apostol "desde la distancia", hay tanta gente que espero que me perdone que no haga la cola.

Me encanta Santiago de Compostela, final del Camino y, por eso, siempre principio de algo, me emociona.

He quedado con un amigo al que ya quería verle la cara, comemos, charlamos y vamos a tomar un café que se hace más largo y le dejo al pobre sin siesta, estábamos a gusto. A la salida me encuentro de casualidad con una amiga, "mi amiga de Santiago", hice 100 km del Camino -pero el portugues, Tuy -Santiago- hace ocho años, lo intentaré otra vez con ella en agosto desde Sarriá si me encuentro con fuerzas. En octubre con otros amigos, pero la parte de La Rioja, también 100 km., no más.

Con Conchita viajo a La Coruña hoy donde tras trabajar por la mañana comemos juntas en la playa. El sol se abre paso en esa ciudad que tiene un cierto aire en común con San Sebastián, esas señoras bien mayores tan cuidaditas, ese comercio de ropa de niños tan bonita. Y luego curioseo en tiendecitas antiguas, algunas mercerías en las que estarías horas viendo puntillas, cintas de grosgrain, botones y mucho más.

En Santiago y La Coruña paso por la estación de autobús, creo que es un lugar fundamental que ver para darse cuenta del tejido real, humano, que hace una ciudad, una región, se aprende mucho en las estaciones de autobuses mirando a la gente e intentando saber de qué dársena sale tu autobús, ay. Y el mercado también, otro sitio al que intento ir cada vez que viajo aunque sea por trabajo. Lo de las estaciones de autobuses es más un tema sociológico y de trabajo, pero en los mercados realmente me quedaría la mañana.

El de La Coruña está limpio como una patena, pescado espléndido, tenderas con gorrito blanco, primorosas. Mañana intentaré ver el de Santiago, no me lo puedo perder esta vez.

Tengo esa sensación de desorientación tan frecuente cuando estás en una ciudad que no conoces bien. Me gusta por un lado y creo que es bueno no tener todo bajo control, pero a la vez necesito saber dónde estoy.

Siempre intento tener un mapa, pero al preguntar a alguien que me diga dónde estamos en dicho mapa me pasa con frecuencia que la gente no sabe localizar el sitio. Es muy curioso.

Hay personas que no funcionan con mapas, no están habituados a ellos, y no porque conozcan el lugar, que lo conocen bien, es otra cosa: simplemente no hacen el traspaso de la realidad a un papel o al revés, no están habituadas.

En cambio yo suelo hacerme con un mapa. Sé que son una representación limitada de la realidad, pero aunque sean sólo eso para mí son importantes. Sola me oriento mal, y en el campo abierto me pierdo a menudo. Me gustan los mapas.

Pero en cambio no puedo con el Tom Tom. Una cosa es saber dónde estoy y otra que me digan dónde tengo que girar y cuándo. Son dos cosas muy distintas.

Chovió pero poco.

Aunque siempre hay que decir que en Galicia hace muy malo, así las playas de Costa da Morte que tanto añoraré este año seguirán casi vacías, como a mí me gustan. Me esperan para el año que viene, si Dios quiere.

martes, 14 de julio de 2009

¿De qué discuten las mujeres? Madres e hijas



Me consoló antes de ayer comprobar que lo de las discusiones madre e hija son comunes y están muy extendidas. Cambian las edades, las circunstancias y hasta los temas de discusión, pero permanece inalterable y en el cariño ese clásico ya popular en tantas familias, las riñas entre madres e hijas.

Adolescencia. Personalmente no recuerdo muchas peleas con ella, pero ahora veo que todas mis amigas y primas discuten con sus hijas más allá de por cómo vas vestida -"no saldrás así, ¿verdad?"-, por las horas de llegada y, luego, por otro asunto no menor, el orden del cuarto. En esto último sí que recuerdo a mi pobre madre persiguiéndome y yo haciéndome la sueca, lo que tuvo que aguantar (y tiene, ay).

Edad adulta. Tu madre se hace mayor, pongamos que muy mayor. Y entonces cambia el tema que puede ser, por ejemplo, la nevera. Llego a casa de mi madre y me pongo a tirar media nevera. Me cuentan amigas que hacen lo mismo. "¡Pero si ese queso de filadelfia lo compré ayer!", protestan. No puede ser cierto, el queso se separa ya de las paredes de la cajita y está el pobre amarillo verduzco, un horror, pero las personas mayores se resisten a tirar. Tampoco son conscientes de que no se puede descongelar de cualquier modo, ni mucho menos volver a congelar. Luego cogen infecciones, lo normal. Mi abuela paterna era igual.

Otro tema. El arreglo. Cuanto más mayores, más hay que cuidar la apariencia, es una teoría mía quizás equivocada. Pero pasados los 80 muchas mujeres se olvidan. Y hay que estar al quite. De nuevo tirar. La tiro ropa por sorpresa y luego miento como una bellaca. No suele hacer falta porque se olvida de lo que tenía de una temporada para otra, pero si me pregunta miento con mucha paz. El vintage ese queda bien para las revistas de moda en una chica de 27 años, pero en el resto de las mortales esas telas de más de treinta años o esas hechuras no quedan bien ya y hay que renovar el armario o se acaba como Doña Rogelia, con refajo y todo. A otra vecina de mi madre la hago el seguimiento y reporto a su hermana "Que sepas que Blanca se ha vuelto a poner ese traje", y Machús Suances riñe a su hermana de nuevo. Lo sé, soy una chivata asquerosa.

En fin. Yo acabo discutiendo con mi madre por más temas. Para que vaya al dentista, al médico, para que coma bien -esa es otra, como te descuides come lo mismo todos los días, y venga judías verdes, y venga pescado-. Para que vaya a la peluquería, al podólogo y no vaya en autobús que ya no tiene años. Para que no se suba en unas escaleras a ordenar armarios. En fin, más, mucho más. Piensa que soy una pesada y lo soy. Y una mandona y tiene mucha razón, no lo discuto. Luego llega mi tía Charo, la dice exactamente lo mismo y va y la hace caso, en fin.

Y vosotras, ¿de qué discutís con vuestras madres o hijas?

Tengo curiosidad y me gustaría sentirme menos mala, a veces pienso que lo soy y tengo ganas de no discutir ya más.

Bueno, a ver si hablo con mi madre hoy que todavía no la he llamado por teléfono y no hemos reñido un poquito, me encuentro rara, es como si me faltase algo.

domingo, 12 de julio de 2009

La inocencia de la impala

Jesús Dorda es un biólogo que vive por aquí con su mujer y su hija y que tiene un blog estupendo.

Me ocurre con dicha bitácora como con las recetas de cocina o las revistas de decoración (Jesús, ya me perdonarás esta comparación): son lectura o visión preferente antes de dormir por eso de que creo que conviene tener en la cabeza cosas agradables antes de conciliar el sueño.

Las fotos de Jesús, sus dibujos y los textos se han sumado así a la receta del cus-cus o la imagen de una estupenda casa de campo en Uruguay, pongo por caso, como últimos recuerdos del día.

Luego duermo como un tronco tras decir mis oraciones, que también creo que sirven.

Empiezo ahora a soñar con África, además de con una thermomix (Babette, tú tienes la culpa) o con azulejos de esos bonitos, con sus verdes, azules y amarillos, de Pedro de la Cal de Puente del Arzobispo.

El caso es que su última entrada sobre el parque kruger me ha tenido pensando un par de días, la verdad. Tiene, como es habitual en Jesús, unas fotos que te dejan prendada y, en concreto, hay una de una impala mostrando los cuartos traseros y el signo del McDonald como con gracia explica él, que me ha atrapado.

¿Qué es lo que tienen los animales que a mí, por lo menos, me atraen tanto?

Soy bichera. Me hacen gracia los animales, creo que tienen algo fascinante que no sé muy bien qué es. No tengo formación ni conocimientos en el área, soy sólo aficionada y disfruto leyendo sobre ellos, viendo documentales, observándolos cuando se dejan, algunos. Y también cuando tengo la paciencia o el ojo de saber ver y mirar, estoy siempre aprendiendo a esto con amigos variados también. Los animales enseñan paciencia.

Esa impala de Jesús, tan coquetuela, que mira casi como si fuera una corista sorprendida hacia el público, tiene eso que creo que tanto me atrae: la inocencia.

Eso es.

Es la inocencia de los animales quizás lo que me engancha. Eso que nosotros ya no tenemos, que perdimos, ganando otras cosas quizás, seguro.

Los animales son como son y no hay más -ni malos, ni buenos, ni mejores, ni peores-.

Su inocencia está unida a su falta de fibra moral, es lo mismo. Lo que hay es lo que hay.

Escribí el jueves que las personas son como libros, y la naturaleza -ya lo han dicho muchos, no es nada original - es otro libro impresionante y apasionante que admite muchas lecturas, que pide muchas lecturas. Nunca te cansas, nunca te la sabes, cada paseo en el campo es nuevo.

Nuestra atracción atávica por los animales, más allá de nuestra necesidad de algunos de ellos para alimentarnos (soy carnivora, pero creo que hay algo ahí que yo no acabo de resolver, por eso fui a la matanza), nos conecta quizás con un estado perdido, más bien un estadio perdido, algo que nos recuerda a nosotros y mucho.

Animal viene de ánima, el soplo de vida. Nunca he dudado que tengan alma, un tipo de alma, los animales, sé que esto hará sonreír a más de uno y de procedencias distintas, pero me es igual. Digo siempre lo que pienso y lo que siento, no me importa quedar mal.

Alma sin palanca moral, otro tipo de alma, pero espíritu.

Con los animales que haces contacto visual, con mi perra, con un caballo, te da como vértigo.

Miro y me miro en los ojos de Olimpia y veo como un fondo de tristeza, además del de fidelidad propia de un perro, una extraña y atrayente profundidad, de superficial nada.

Es impresionante el contacto visual con un animal. Sus ojos contra los nuestros, en los nuestros, los nuestros en los suyos. Te ves en ellos de un modo que no te ves del todo. Les ves a ellos, ves de un modo distinto.

El experimento no lo he hecho ni con pájaros ni con leones por el momento (!!), con insectos sería imposible. Asumo que con un primate el vértigo debe de ser mayor.

Dios mío, prometo que todo esto lo hago y lo digo sin el influjo del alcohol o de las las drogas, algunos no necesitamos sustancias psicotrópicas para alucinar, nos sale barato.

Miré a la joven impala de Jesús, al antílope del agua, al nú y revisé sus leopardos, también las aves, las libélulas de su estanque y más. Volví a andar de nuevo por su blog, texto, fotos y dibujos, todo tan cuidado, y entendí un poco mejor por qué entro en su bitácora antes de dormir, también por qué soy una bichera aficionada.

Es la inocencia, definitivamente.

Con su hondura.

Con sus limitaciones.

También con la extensión inagotable del gran libro, ese otro gran libro.

Estarías horas.

jueves, 9 de julio de 2009

El arte del adiós / Amor por la lectura



Qué belleza en un adiós
Y, sin embargo,
¿por qué nos cuesta tanto?

Dejar ir,
dejarse ir,
sin empeñarse,
sin resistencias,
hasta entregándonos,
sin trampas,
ni sogas,
ni redes,
siempre en el vacío un salto,
es más valiente
y más honrado.

Interrumpir una lectura,
acabarla,
o dejarla,
quizás,
de lado.

Saber pasar página,
la última a veces,
deslizando los dedos por ella
con ternura y fino tacto.

Cerrar libros enteros,
novelas cortas,
cuentos,
enciclopedias,
ensayos,
libros de toda una vida
amplios,
densos,
inmensos,
algunos
siempre claros.

Todos buenos,
todos nos enseñaron algo
y, casi siempre,
los quisimos tanto,
nos quisieron tanto.

Lo malo es cuando ya no lees,
y vuelves una y otra vez
sobre la misma página,
incapaz de pasarla,
enredándote,
o enredando.
Negándonos
a colocarlo en ese estante
con amor todavía,
con paz,
sin amargura,
ni desear olvidarlo.

Qué belleza en un adiós
y, sin embargo,
¿por qué nos duele tanto?


La foto es de Alejandro, el dueño de Tana, y es del atardecer en Cerceda.

miércoles, 8 de julio de 2009

¿Quién dijo miedo?

"
¿No tienes miedo en esta casa, tú sola, por la noche?" me preguntan amigos y familiares.

"Pues claro, pero el miedo está para vencerlo", respondo.

Queda de muerte la respuesta, parezco Agustina de Aragón, pero lo cierto es que paso miedo, bastante, y no lo venzo ni de broma, simplemente vivo con él.

Mucha gente no entiende que una sintiendo miedo no haga por evitar la causa. Como si siempre fuera fácil, posible o hasta deseable.

Mi casa está en una urbanización bastante despoblada incluso ahora. Tengo de frente solo campo que es lo que menos miedo me da. Olimpia ladra furiosa nada más acercarse alguien a menos 20 metros. Algo de miedo me quita, pero no todo.

Me dice mi prima Asun que vendrá a pasar una semana conmigo y con su hijo, Serguei. Mi prima es de las mujeres más valientes -y más buenas- que yo conozco. Adoptó hace unos tres años a un niño ruso, está soltera, en fin, mucho valor, la verdad.

Pues me dice que no quiere quedarse sola cuando yo viaje un par de días, que tiene mucho miedo.

Se lo comento a mi hermano Juan y sonríe "Lo que es la vida, Aurora. No tiene miedo de adoptar un niño y lo tiene de quedarse en la casa."

Me quedo pensando. Quizás no, quizás lo tuvo y lo tiene pero vive con él, como todos convivimos con nuestros miedos, mejor o peor.

Tengo el recuerdo infantil de la casa de mis abuelos en Valladolid. Yo no tendría más de siete años. Tenía pavor a los rincones oscuros y fríos de esa casa, enorme me parecía. Y creía que alguien podría haberse quedado en la consulta de mi abuelo, médico, en los Rayos X, y que, oculto durante el día, saldría por la noche para hacernos daño.

Mi madre, conocedora de este miedo mío, me mandaba a propósito y con la menor disculpa de una habitación a otra para que lo venciera (para que "te venzas", decía ella). Cada vez más lejos del cuarto de estar. "Y ahora vas a tal sitio y me traes esto". Hasta que lograba que fuera a la sala de Rayos X. Y volviera. Volvía que me las pelaba, naturalmente, pero iba y volvía.

Buen entrenamiento. Estoy acostumbrada desde pequeña.

Sigo con miedo pero intento vivir con él y a veces hasta lo venzo. Otras lo acuno, me río o tiemblo, es la vida.

No tiene razón la canción. El miedo nos puede hacer crecer y hacernos más fuertes. Yo le debo mucho al miedo.

PS: No obstante lo dicho, está bien que los amigos se pasen de vez en cuando por casa para ver cómo voy. Se agradece.

martes, 7 de julio de 2009

El alumno es lo que importa


No podía posponerlo. Daba una pereza enorme hablar con Patricio. Se le evitaba.

"A las 10 te veo en el despacho"

Carmen accedió sabiendo lo que la esperaba. En fin, sería ya la última vez. Era la jefa del departamento. Guapa, joven y formalmente fiel al ideario, más bien al estilo, del centro universitario, dirigía el área académica de comunicación mientras no hubiera un lugar mejor donde recalar. Sabía que el simple pasar del tiempo era su mejor aliado si era capaz de no hacer nada ni poner dificultades. Y las dos cosas las hacía a la perfección.

Patricio entró con el ceño fruncido. Antes se había ocupado de hacer llegar una carta explicando su dimisión a ella y a la decana, carta que fue cursada como corresponde: se tiró a la papelera. No importaba haber sido evaluado como el mejor profesor de todo el área de humanidades por los alumnos, tampoco la dedicación ni el interés demostrado, los marrones que se había comido por iniciativa propia, no hacía falta ni que se lo pidieran, se ahorcaba él solito.

La carta empezaba con un pomposo"No puedo hacer coches coreanos ni estar en una cadena de montaje llena de chapuzas". Y una larguísima explicación, como acostumbraba, de todo lo que no funcionaba, lo que le parecía inmoral y por qué se iba como antes ya se había despedido de otra universidad privada, no era la primera. Tampoco era la primera carta o conversación. Había escrito diversos correos electrónicos en tono cada vez más incendiario y hablado directamente con la decana y con el sursum corda. Todo caía en saco roto para su desesperación, cada vez más saturado, de peor humor y con doble frente de trabajo y clases, queriendo hacer todo bien, especialmente lo segundo.

Carmen lució la mejor de sus sonrisas y le invitó a sentarse lista para el esperado chorreo y esa proverbial facilidad de comunicación tan incisiva de Patricio que solía derivar en una ironía verbal difícil de esquivar.
"Bueno, pues yo creo que ya os he dicho por qué me voy, pero resumiendo es que los alumnos no se merecen esto: una universidad donde impera el cumpli-miento" -dijo con retintín la palabra partida en dos, ya empezaba- "y donde les damos gato por liebre a precio de oro y para cubrir, nunca mejor dicho, el expediente. Estoy trabajando en el sector desde hace años y te lo digo,Carmen, como lo veo: no saben nada porque no llegamos a enseñarles nada, no nos dejáis. Y no puedo participar en esto, es una pérdida de tiempo en el mejor de los casos y en peor una falta de ética. Y luego decimos que somos cristianos, por Dios".

Venía calentito y Carmen escuchó de nuevo su relación de quejas que se resumía realmente en una sola. Vaya formas que tenía y lo que estaba soltando, su prepotencia era ya legendaria.
Al final de la larguísima perorata intervino ella con lo primero que se le pasó por la cabeza. Dicen que de lo que rebosa el corazón habla la boca.

"No sé por qué te preocupas tanto, Patricio. Mira, aquí a la mayoría de los alumnos les ayudarán sus padres al salir, buscan sólo el título universitario, al final siempre es así, y encontrarán trabajo antes o después, no deberías agobiarte."

No pudo ni acabar, casi se le lanzó a la yugular Patricio.
"Joé, parece mentira, Carmen, que te atrevas a decir esto. Estoy precisamente para enseñar y que nos dejemos de pamplinas y paños calientes. Coño, creía que esto era una universidad, no un club de puñeteros niños bien. Pero ¿a qué venimos aquí entonces?

Recalcaba con soberbia las palabras "atrevas", "precisamente" y "club de puñeteros niños bien". Realmente podía ser, y era, un hombre difícil y con un tono cada vez más molesto. Y al parecer Carmen no había sido nada oportuna, porque estaba ahora más fuera de sus casillas y desbarataba hecho un basilisco, qué carácter. Total se iba a marchar, así que le dejo explayarse inmune a sus argumentaciones.

Sabía bien que a ese tipo de personas no les queda más que la pataleta. Mientras que a ella le aguardaba en alguna parte un puesto donde ese paso por la universidad le daría el ansiado aval que profesionalmente no había demostrado todavía. Para eso servía la universidad a algunos, de oca a oca.

Apenas dos años después nombraron a Carmen directora de responsabilidad corporativa de una caja de ahorros y coincidió con él un par de veces. Patricio la saludaba con ese orgulloso desdén de quien se ha permitido el lujo de haber dicho"conmigo no contéis para esto" no una, sino varias veces en la vida. También porque le causaba mucha risa que ella fuera ahora una "experta" en responsabilidad empresarial. Lo que había que ver, Señor. Así que la sonrisita de condescendencia de cada vez no podía disimularla.
Seguía así Patricio igual de bocazas pero todavía algo eficaz en su trabajo. Y, sobre todo, libre y cañero. Era ya una costumbre muy arraigada. Pasados los cuarenta generaba hasta adicción ese cantar las verdades del barquero a quien se le pusiera delante.

lunes, 6 de julio de 2009

Maite y el late night


Volvió del cuarto de baño y apenas pudo buscar en el bolso. El teléfono sonaba y era Jaime otra vez por la línea 2.

"¿Pero se puede saber qué quiere ahora este pelmazo?"

Maite descolgó el teléfono e intentó que no se le notara el cabreo. Todas las mañanas era igual. Jaime venía en taxi al trabajo, no conducía. Llegaba sobre las 10, pero desde las 8 estaba colgado al móvil llamando a la oficina dos, tres y hasta cinco o seis veces.

Primero hablaba con Amelia que llegaba muy pronto para hacer el dosier de prensa. Quería saber si había salido algo importante en los periódicos. Luego con Maite, su secretaria. Preguntaba siempre si había llamado Rosetti, el director de la cadena, o Ibarra, el presidente. Y luego, siempre, en cuanto Sofres tenía los datos, Jaime quería saber qué habían hecho de audiencia ayer.

Todos los días lo mismo, aunque él tuviera móvil, estuviera localizable o pudiera acceder a la información a través de internet. Se rumoreaba que Jaime no usaba su propio ordenador jamás. De hecho su equipo no le vio nunca utilizarlo ni escribir un solo documento. Era todo muy misterioso.

Rosetti no había llamado, pero Ibarra lo estaba haciendo en ese mismo momento y hablaba con Amelia. No había manera de comunicar con Jaime desde las 8.

"Que tienes a Ibarra que dice que quiere hablar contigo, te lo paso ahora." Hizo una seña a Amelia que dejó la llamada en suspenso y Maite se la pasó a Jaime aliviada de librarse de él cinco minutos al menos. Volvió al bolso y a su tristeza.

La cadena se dividía entre los italianos, con un pasado de chicas despelotadas revestidos ahora de creatividad, y la parte más seria, los vascos, incorporados al accionariado de la cadena los últimos años. Unos hacían el entertaiment y los otros aportaban a la cadena la imagen de supuesto rigor e independencia informativa con el deje un tanto clásico y tradicional de Prensa Española tirando levemente a Prisa para evitar complejos. Lo que se dice un matrimonio de complementarios.

Así se habían repartido el pastel formalmente, aunque luego no acabaran de cuadrar los papeles de cada uno. Salvo el balance y los dividendos, donde todo parecía encajar tanto para unos como otros.

Lo cierto es que las quejas de los excesos de algunos programas llegaban a los vascos que tenían reputación de ser gente de bien y alguno hasta de misa diaria. Así Ibarra se quejaba formalmente a Rosetti y éste, para cumplir el expediente, llamaba la atención al responsable a través del director de antena o cualquier otro directivo, Jaime incluído. Luego llamaban a Ibarra para informarle que se había hablado muy seriamente con el implicado. El vasco se quedaba tranquilo y su mujer dejaba de darle la lata una temporada. Hasta que a ella no le sacaban los colores sus amigas o familiares con otro nuevo desmán de cualquier programa.

Podía ser el presentador del programa estrella del late night, un catalán impresentable que se creía genial. Éste apelaba a la libertad de expresión, se moderaba unos días a regañadientes muy satisfecho de ser tan terrible y luego vuelta a empezar.

Otras veces era la lengua viperina de otro de los programas estrellas de cotilleo que se hacía el sueco y volvía a las andadas pasado el temporal provocando de nuevo las iras o lloros de una actriz, una modelo o cualquier protagonista de la crónica rosa.

Y otras un reality show infumable vestido de "experimento sociológico" según la sagaz expresión de su presentadora, otra progre catalana tambien reciclada para el capital con más cara que espalda como era habitual en el medio.

Daba igual, podía ser cualquiera. Porque la cadena crecía en cuota de pantalla al mismo ritmo que sus programas se hacían peores y tenían más éxito. Porque al final los italianos, tan creativos, y los vascos, los del rigor, la independencia informativa y la buena reputación, acababan por estar de acuerdo en lo único importante: el share y la cuenta de resultados. O sea, había algo de lío pero no tanto. Y al final cien mil moscas no pueden equivocarse: coma caca.

Maite pensó en el día que le esperaba, viernes, un horror. Otra vez el teléfono, ahora era el móvil con su chico del otro lado. Tragó saliva, no tenía buenas noticias que darle.

"Nada, niño, que vamos a tener que empezar otra vez".

El niño de treinta y bastantes quitaba hierro al asunto y la daba ánimos. Iba a ser pesado, les había dicho el doctor, pero tenían suerte con la edad de Maite, otros lo tenían peor.

"Te dejo, guapo, luego hablamos".

Se acercó a Amelia, la preguntó algo, abrió su cajón y se dirigió a toda prisa al cuarto de baño de nuevo. Sabía que Jaime podía aparecer de un momento a otro por la puerta.

En el departamento ya estaban todas las televisiones encendidas. En el centro, con la pantalla más grande, la de la propia cadena, a su alrededor las de la competencia. A todo volumen las seis, pero a nadie parecía afectarle el ruido constante.

viernes, 3 de julio de 2009

El backstage y Margot


"Perdona, Margot".

El humo del eterno cigarrillo de Jesús se había acabado por meter en los pulmones de la modelo. Lagrimeaban sus ojos verdes y Margot dejó por un momento de mirar a la nada. Se estremecía al toser, toda huesos, el pecho breve, la cadera escurrida. Daban ganas de darla un bocadillo en vez de un beso.

Siguió fumando el diseñador sin inmutarse, sorbiéndose de continuo la nariz, descontento todavía con el resultado. Dejó el cigarro nervioso y volvió a la tarea de colocar ese pliegue que se le resistía con más alfileres, ajustando la tela al cuerpo largo y escaso de la modelo. Todos en silencio, sólo ella seguía con su tosecilla ya leve intentando no molestar.

Hacía un calor de mil demonios ese septiembre en Madrid y además el aire acondicionado se había roto. Quedaban cuatro días para Cibeles, días de no dormir manteniendo el tipo. Eufóricos algunos, histéricos y agotados la mayoría. Pero todo el equipo allí aunque no se les necesitase, por si acaso.

Siempre era lo mismo, al final el grueso de la colección se acababa haciendo en la última semana a contrareloj. Habían intentado trabajar de otra forma y varios años, recién pasado el agobio de la pasarela, discutieron cómo meter en cintura a Jesús para que la próxima vez no pasara igual. Luego se terminó por aceptar que no había nada que hacer, como en tantas otras cosas.

Cambiaba el equipo, nadie duraba mucho. Sólo algunas mujeres del taller que seguían con la esperanza puesta en la jubilación, las únicas a las que se les pagaba las horas extras de esa maraton bianual. Abandonaban cada poco tiempo también los diversos industriales que fabricaron la colección hartos de que el diseñador no cumpliera jamás los plazos, no entregara ni los escandallos y fuera de divo y de víctima a la vez.

Jesús era cada vez más una marca de perfumes y otras licencias. La ropa unas veces se llegaba a hacer y a comercializar, otras no. Sólo se mantenía firme el taller con la alta costura y los vestidos de novias, lo más rentable. La pasarela era ese momento teatral y necesario para el ego, también para poder salir en los medios. Así se vendían perfumes, se vestía a cuatro famosas y del taller salían preciosos vestidos de novias como hadas en ocres, beiges y hueso que acababan durando más que los matrimonios. No había más trastienda, un backstage al final bastante vacío.

Sonó el teléfono y alguien lo cogió al otro extremo del piso, un rumor de pasos presurosos y apareció Marisa por la puerta. “Jesús, que te pongas, que es Tita y quiere hablar contigo personalmente”. Salió con cara de cabreo y todos se tomaron un respiro.

Margot se sentó un rato, bebió agua con ganas y volvió a dejar los ojos fijos en un punto desconocido.

Luis la volvió a mirar de nuevo, tan escuálida, con ese aire entre desvalido y extraño, a veces hasta inquietante que tienen al natural algunas modelos de pasarela.

La imaginó comiéndose una tortilla de patatas, un chuletón, algo que la rellenase clavículas y muslos, esos delgadísimos brazos. Una Margot sorprendentemente hambrienta y luego satisfecha, felizmente harta. Sin esa cara de cansancio o de permanente aburrimiento de las interminables pruebas de cada colección.

Ser una de las modelos sobre las cuales creaba algunas prendas el diseñador no era ningún chollo. Sí, salía al final del desfile a saludar con las demás y se la dejaba estar muy cerca del dios moqueante, totalmente transformada por el maquillaje, la ropa y el engañoso encanto de la pasarela. Pero a Luis esa Margot no le decía nada, le daba todavía más repelús que la frágil.

Margot ligeramente oronda, mal vestida, incluso algo vulgar, sin esa manicura y pedicura impecables que se las exigía para cualquier desfile. Pero también sin el ipod eterno al que se colgaba en las largas esperas o esa ropa estudiadamente descuidada de las modelos. Y sobre todo sin ese coñazo de novio con esa cara también de inapetente, tan falto de entusiasmo, tan triste, que la acompañaba a veces sin mucho convencimiento.

Luis lo sabía. Era lo malo de ser el único de la oficina y del taller al que le seguían gustando las mujeres más allá de la cuestión estética o como simple objeto de contemplación o hasta de envidia. Quizás lo bueno de ser el único que las miraba todavía con algo parecido al hambre.

Había pasado hace años los primeros meses de fascinación, luego algunos buenos y malos ratos por trabajar tan cerca de tanta chica desnuda, joven y sola. Superada la fase de indiferencia por saturación que le tuvo un tanto preocupado, a Luis le acabaron por poner las mujeres gordas y un pelín dejadas de verdad, no como resultado de largas horas de espejo.

Y así se imaginaba a Margot en sus mejores sueños, habitualmente despierto. Era una forma de matar el tiempo y abstraerse del ambiente tenso de supuesta creación artística de las pruebas y traerle a la realidad de la irrealidad. También lo hacía en el fitting final y en algunas sesiones de fotos.

Margot cocinando un poco despeinada, comiendo luego con ansia, hasta un poco celulítica sonriendo. Y por supuesto en la cama sin ninguna pinta de aburrirse ni de necesitar el ipod para nada, ni siquiera el espejo.

Y con los ojos de olivo exactamente iguales y mirándole a él, no suspendidos en la nada.

Foto: Vestido de cocktail de la colección de primavera - verano 2009 de Angel Schlesser.

jueves, 2 de julio de 2009

A escala y 2)


Es cierto que muchos procesos son más interesantes que el resultado final, que sólo el proceso ya sirve y tiene a menudo un sentido por sí mismo. Pero a veces la sensación de iniciar algo y quedarse a la mitad es de fracaso. El fracaso en sí, no llegar a dar un tono o un registro, puede importar poco, forma parte de la vida. Lo malo es el dolor que a veces se siente o el que se provoca.

Me pudo Tana. Al final no he podido yo.

No era la dueña adecuada. Lo he intentado pero no era una perra para mí. No esa raza y no una cachorra. Ya me tiraba. Y a una boxer hay que tenerla muy controlada, es un tema de seguridad pública para empezar, no una cuestión de las travesuras lógicas de los cachorros. Tampoco de los pises en el lugar equivocado, eso lo teníamos ya casi logrado.

Soy blanda, no tengo autoridad o lo que haya que tener. O no era quizás el momento, mi momento, no el de la pobre cachorra que es como tiene que ser. Su escala es la que es, está fija por la naturaleza.

A veces simplemente no es el momento para tener otro perro, aceptar un trabajo, acoger un nuevo afecto. Porque ese algo o alguien se desplaza a un ritmo, tiene un volumen, una profundidad, una levedad o quizás una intensidad o pide una escala o un espacio en los que tú no puedes moverte. O no a largo plazo, no en ese momento o no por más tiempo. Y sé que no pasa nada aunque duela a veces mucho.

A veces no es tirar la toalla, es reconocer, reconocerse. Medirse de nuevo o por primera vez si no lo hiciste a su tiempo. Comparar tu escala con la que aquello o aquel tienen y te piden a veces sin pedirlo. Y notar la diferencia, la imposibilidad de ajuste. Es muy duro percibirlo y cuesta mucho más hasta que tomas una decisión.

Ha sido providencial conocer a Alejandro, el Jefe, líder de su peculiar manada. Tiene otras tres perras y las tiene estupendamente educadas, sólo con mirarlas él ellas ya saben qué hacer, es impresionante. Confío en él, vive cerca, en otra urbanización de por aquí. Él sí puede-

Nos vio hace varios meses camino de la ermita siendo Tana muy cachorrita y le llamó la atención. Se pasó de casualidad por casa hará unas tres semanas, le conté mis problemas y acogió a mi boxerita de campamento de día. Luego me la devolvía por la noche y se notaba el cambio hasta que estaba unas horas conmigo y volvía a las andadas.

"Cuando os vi por primera vez supe que esa perra algún día iba a ser mía". Acertó.

Sé que he hecho lo que tenía que hacer, dársela. Va ser muy feliz con él, más que conmigo. Y me ha asegurado que la perra no sufrirá, está encantada con el resto de la manada.

Tengo a Olimpia desde hace cuatro años y estamos muy hechas la una a la otra, jamás un problema. Pero echo de menos a Tana, mucho. La he criado de los 2 a los 7 meses, los hace este sábado. Me hubiera gustado que creciera conmigo, que se quedase hasta el final. La he cogido mucho cariño.

Lloré el miércoles cuando hicimos el traspaso en el veterinario, seguí hoy por intervalos, en fin, se pasará.

Se aprende a veces con dolor a reconocer tu escala y a readaptarla o adaptarte a ella de nuevo.

Y a explorar otras con calma.

O a re-ajustarse a menudo a las que ya existen en tu vida cuando buenamente puedes. A veces simplemente no se puede, se nota, se asume y se sigue adelante. La vida es así. Vida perra en definitiva.

La foto es de Tana el pasado fin de semana, de excursión, y la ha tomado su nuevo dueño, Alejandro.

PS: ¿Alguien sabe por qué los perros son tan puñeteramente machistas?

A escala 1)



Me atrae cierta desmesura, la falta de medida e incluso algunas imprudencias vitales.

El cálculo repele a veces. Es humano calcular porque es propio de las personas proyectar en el tiempo. Pero también tiene algo de autómatas, que son los que mejor calculan. Y esa parte es la que me repugna.

Sin embargo sé que la escala es importante. En todo. Cocinar a escala, trabajar a escala, vivir a escala.

No es lo mismo dar de comer a 6 todos los días que a 12, o hacerlo excepcionalmente a 24.

Se puede con un determinado trabajo, simultaneando 3 o 6 tareas dependiendo de cuáles sean, o 3 o 5 clientes también en función de su envergadura y profundidad. Encontrar el volumen, la intensidad adecuada, el reto y a la vez cierta comodidad, es importante.

Escribir. Otro tema de escala. Te encuentras bien con el folio, hasta con diez si son diarios y es no ficción. En ficción mucho menos, cambia la escala, el texto cuesta más y pide también otro tipo de inmersión y profundidad. Y en poesía asumo que no tiene nada que ver. Imagino que están semanas dando vueltas a un poema, quizás a un verso. Es otra dimensión, otra liga, otra escala.

Un tono, quizás otro, te aventuras en contenidos o formatos, pero puedes no llegar, pasarte o simplemente no ser tu lugar, tu escala. Como la ropa. Hay ropa que te viene muy grande. Otra que se te queda estrecha con el tiempo, lo notas, lo notan. Y otra que se adapta desde el inicio a ti como un guante o acaba por adaptarse a base de ponértela.

Vengo dando vueltas a otra escala de escritura. La proyecto desde hace cinco meses. Miro ese agua cada semana con miedo. Creo que es demasiado fría para mí, no sé si aguantaré. Por eso la bordeo y voy metiendo el pie, las muñecas, poco a poco. Tengo que poner mi cuerpo y mi cabeza, naturalmente más calientes, a la temperatura de ese agua, no al revés. Veremos.

Medirse antes de empezar. Saber tu peso real, no el que te gustaría tener. Conocer los límites físicos y mentales, tu capacidad, tu constancia, el tiempo, la necesidad de cierto confort y a la vez de desafío que cada uno tiene. También la necesidad hasta de roce y esfuerzo a través del cual crecemos, vivimos. Sólo los muertos no sienten la fricción, el ajuste, ese adaptarse y aventurarse una y otra vez. Ciertas dificultades no es que vengan bien, es que nos son imprescindibles.

Sé que muchas veces el aburrimiento es lo que hace no continuar. Y que el esfuerzo no es tanto por la profundidad o la longitud de una tarea como por el tipo de ritmo que impone cada una.

Cada persona tiene vitalmente un ritmo o varios que son naturales en ella. Hay ritmos que se pueden aprender o practicar un tiempo, pero que no pueden ser impuestos a largo plazo si no son tuyos porque acaban por machacarte vivo.

La escala es cuestión también de ritmos que te son más propios o más ajenos.

Foto: Tana durmiendo tras haber chupado el cristal sin medida. La foto es de Alejandro.