Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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martes, 13 de enero de 2009

La piel dura y la mirada de Clint Eastwood. Y II)


Clint Eastwood se pasó haciendo películas de vaqueros durante bastantes años. Spaghetti western, una variación del género. En mi opinión, una mala derivación, nada que ver con los grandes western, Ford, & company y otros, me encantan. Pero hace falta ser Ford, un genio. Es lo que ocurre. Pienso a veces que algunas pretendidas variaciones de muchos "clásicos" (sean de cine o de literatura supuestamente maldita, es un poner), no llegan ni a la suela del zapato del original. Aunque hay gustos para todo, faltaría más.

Si tu argumento cinematográfico, como pasaba en muchos spaghetti western, se reduce a ir de vaquero guarrete y tienes al final sólo tres líneas de diálogo real -entre otros el famoso "Make my day", el mismo Clint hizo bromas con esto- y, como mucho, el gesto siempre cansino de añadir otra muesca más a tu pistola, el potencial como actor queda francamente reducido. Para un buen actor, como Clint Eastwood y otros.

Siempre habrá partidarios de los spaghetti western. Pero claro, una cosa es verlo como espectador –tú no estas en esa peli- y, otra, ser el que repite una escena ya tantas veces conocida, siempre la misma. Por mucho que vayan a verte, luego la gente sale del cine y tiene una vida más plena y rica que la tuya de pistolero. Pero se distraen con los tiros y eso, con el ruido, y, si encima la pasan gratis por la tele, pues ya ni te cuento.

Eastwood no es que hiciera mal de vaquero o de duro, que lo bordaba también. Es que superada cierta edad a algunos hombres les da por querer variar un poco. Ya se conocen y conocen el mundo lo suficiente. Otros no han tenido ni que pasar esa fase, eso que tienen ganado.

Cambió así de registro bastante mayor. Lo amplió, dejó de ser tan monocorde. Y empezó a tener una mirada, mejor dicho, a mostrar esa mirada que ya era propia. La suya. Se deshizo de la piel dura, le limitaba.

Como actor, algo de su mirada ya se percibía antes del cambio. Pero, como director, su mirada es impresionante, cada vez más, a medida que se amplía y gana en perspectiva, claro.

Profunda. Variada. Conoce el mal. Intuye el bien. No juzga. Contempla. No tiene prisa alguna. Es un narrador fantástico. Estarías horas escuchándole y mirándole también, cada surco, cada arruga. Aunque no estés de acuerdo con él siempre, por supuesto.

Los caminos de Dios son inescrutables. De muchos lodos salen aguas cristalinas, más limpias muchas veces que las que nacen montaña arriba. Y gracias a esos barros, precisamente, pueden ser algunas aguas tan limpias luego. Así de generosa puede ser la vida.

Quizás Eastwood necesitó de los spaguethi western, de esos papeles de vaquero o duro oficial, tan reducidos y repetitivos -y con su público, sí- para poder ser lo que es hoy. Un hombre con mirada, no le hacen falta ni las palabras.

No soy una experta en cine. No he visto todas las películas de Eastwood como director, tampoco como actor, me faltan algunas, creo que pocas. Por mencionar, sólo entre mis preferidas, creo que alguien que hace Bird, Un mundo perfecto (mi favorita), Sin Perdón, Medianoche en el jardín del Bien y del Mal, Los Puentes de Madison, Mystic River, Million Dollar Baby o Banderas de nuestros padres –aunque unas me gustan más y otras menos- es alguien que tiene algo importante que contar o que contemplar. Sin que sea él mismo, ni mirarse de continuo el ombligo. O sea, un hombre.

Sin punto de comparación con quien fue, ya pasados los cuarenta -las cosas a veces llevan su tiempo, mucha paciencia con uno mismo para empezar-, comenzó a hacer otras cosas más interesantes en cuanto se empezó a desprender de esa piel dura. Y fue capaz de cambiar.

Nunca es tarde para nadie y Clint lo demuestra.

Tener mirada propia, descubrirla, para ir mudando lentamente esa piel a veces tan dura que ni siquiera es tuya, que te acaba limitando. Salir de ella. Dejarla atrás.

Hay una escena mínima entre las tantas veces nada amables o cómodas películas de Eastwood. Es una nimiedad. Además, ni siquiera es una de sus cintas emblemáticas, lo sé.

Se trata de “En la línea de fuego” donde comparte cartel con René Russo, mujer cañonazo como hay pocas. Hay un momento en el que ella se despide y se aleja luego. Creo que están en Washington, al aire libre. Y él la mira mientras se distancia y se dice a si mismo bajito “vuélvete y mírame, vuélvete y mírame”. Seguridad de un tío de que ella le va a mirar otra vez, como así sucede. Ella se vuelve para mirarle, por supuesto.

Pero es que Eastwood ya no es ese vaquero guarrete por el que una mujer como Russo no volvería la vista, ni la levantaría siquiera. Ya sabes lo que el cowboy te va a decir, a contar, lo sabe hasta él: "make my day", muesca en la pistola, que el pobre bien reducidito que tenía el diálogo y hasta la acción. No hay nada más.

En ese Washington con viento, en esa cámara que sige a la Russo que se aleja y que al final y lentamente se gira sobre sus talones, y le mira, está ya la mirada del Clint Eastwood: variada, con matices, la mirada de un hombre. Sobran hasta las siempre reducidas palabras del vaquero aquel. Ni otras palabras nuevas necesita ya para que ella vuelva la cabeza. Sin palabras. Solo con la mirada.

Una mirada que no es cómo Clint se mira o mira a Russo. Al final, siempre es limitada la mirada de un hombre sobre una mujer, no por el hombre, que también, sino porque la mejor de las mujeres es siempre limitada e incluso la mejor mirada acaba por abarcarla y sabérsela.

Es cómo mira al mundo Eastwood. No a si mismo, no a ella siquiera.

Por esa mirada de hombre sobre el mundo se vuelve para mirarle de nuevo una mujer como René Russo. No por un tipo de spaghetti western, con las uñas manchadas y oliendo a estiercol. Quede el vaquero para las chicas de salón, encantadoras señoritas siempre, por supuesto y sin duda alguna. Mujeres como René no juegan en la liga de los del "make my day", sino en la del Eastwood maduro, con mirada y al que no le hacen falta palabrería, ni antigua ni nueva ni un guión ya sabido de repetido.

Sólo tener una mirada de hombre, de verdad. No una piel dura.

Escrito queda con cariño, simpatía y las tripas. Aunque a veces lo que pide el alma es batirse en duelo a primera sangre, ver a algunos hombres con el alma tan fina, tan tíos, sirve para envainar la espada y sacar solo el florete, siempre inofensivo. Ingenuo y hasta infantil, lo sé.

La piel dura y la mirada de Clint Eastwood I)


Hay que ver qué piel tan dura se nos puede poner a veces. No es curtida, es otra cosa muy triste. Nadie estamos a salvo de esa piel dura, da igual hombres o mujeres, nuestra edad, hasta la supuesta sensibilidad o educación, que a veces tan bien disimulamos.

Se supone que con los años se nos afina de nuevo la piel. Que volvemos a ser otra vez como bebés. Y acabamos de ancianos con ese tacto frágil, como de cristal. Pero, a veces, te das cuenta de que no es así.

Por eso es tan de agradecer a distancia la piel delicada de un hombre que rebasa los cincuenta y como si nada. Reacciona si le pinchan o si piensa que le pinchan. Buen síntoma de piel y corazón jóvenes, qué alegría, por Dios. Pero, a la vez, mantiene esa elasticidad casi adolescente, inocente, de volver a su sitio, como cuando presionas con la yema de un dedo a un niño: la piel vuelve colocarse en su posición original rápido, sin marca. Impresionante y admirable, siempre. En un hombre más. Olé. Olé. Y olé.

Pero hoy la piel dura, inflexible e impermeable, se lleva mucho.

Se presume incluso de determinadas variaciones de piel dura. Aunque toda forma de piel dura es tan vieja como el mundo.

Piel dura de quienes se consideran puros. Mal está. Hay que tener la piel muy dura para no darse cuenta de la propia y constante falta de sensibilidad tantas veces. Presunción triste de considerarse limpios o mejores. Y no, que manchados siempre estamos todos. Y no hay tipo de mancha peor ni supuesta limpieza mejor, vaya Vd. a saber.

Piel dura para no abrirse a nuevos vientos, a otras pieles, por miedo a la contaminación, no vaya a ser que si vemos lo que no queremos, o en lo que no creemos, nos volvamos peores. ¿Y por qué no, quizás, mejores? Es hasta posible que abiertos, más sensibles de verdad, podamos volvernos nosotros, no los demás, un poquitín mejores, con suerte caerá todavía esa breva tan necesaria.

Pero hoy de la piel dura que más se presume quizás es otra. Antigua y aburrida como la presunción de limpieza. Me refiero a la piel dura de ir de pecador por la vida, de canallita. Así, con orgullo y autoaclamación privada primero, popular después. Aunque, francamente, siempre son los mismos pecados o, mejor dicho, el mismo, único y repetitivo. Una pesadez, vaya.

La piel dura es esa del que se hace el machito, vaya tío que soy, o, también, que las hay, "la tremenda": "yo todo esto lo superé, niña, hace varios lustros, qué tiempos aquellos cuando éramos inocentes". O ese dicho tan falso de “las chicas buenas van al cielo y las malas vamos a todas partes”. "Defíneme mala y buena y no seas simple", le pedí a una buena amiga. "Y olvídate de Mae West, por favor, que hubo sólo una". " Luego, si quieres, muéstrame un punto geográfico de este planeta o galaxia donde una mujer que quiere ser buena, de verdad, -no esa caricatura chorra de niñita buena en la que tú crees, no yo- no pueda ir". Todavía estoy esperando que me responda.

Joé, vaya follón, con perdón por la redundancia y la obviedad, y vaya literatura barata se le puede echar a saltar de cama en cama mientras se deja el alma en el armario, ahí guardadita, no vaya a ser que pierda lustre. O que la hagan daño, vaya por Dios. Y luego dicen que son otros los inocentes, joé.

No es piel dura la del niño que, sin malicia, tantas veces como muchos adultos, hace daño, se lo hace, sin querer, así es la vida siempre. Ni tampoco es piel dura la del pobre, en cualquier sentido, hay muchos. Bien lo saben quienes han trabajado con la miseria, allí donde se mezclan pobreza material y moral.

Pero algunas pieles muy duras – ni de niño, ni de pobre, esas nunca lo son- necesitan de otra sensación más, quieren un poquito más de dureza aún. A ver qué pasa.

Aunque sea todo más viejo, y más cursi todavía, que Madona (la cantante) subida a un escenario, provocando allá por los 80, igualito. Escandalizar con algo a alguien, a ver si todavía se puede. Y con lo más sagrado que hay, y a la vez, lo menos. Por ser lo más sagrado, es lo menos, qué tristeza.

Nadie le responderá. Líbrenos Dios de hacerlo. Otra cosa sería si, en vez del crucificado, fuera Mahoma o Alá. Risotadas y "qué malo, qué malo que soy". Un niñato, que no un niño, ni media bofetada vital tienen a veces estos tan tremendos. Pobres también, como todos, todos somos pobres. Esa es la verdad.

La piel dura no es la piel original de las personas ni la que la vida hace. Curtirse sí, endurecerse jamás. Lo último es cosa nuestra, no de la vida. Porque llegamos a pensar que esa piel dura nos protege, nos inmuniza, habitualmente de la soledad. Solo, siempre solo; sola, siempre sola. Al final, así es. Por eso, piel dura, cada vez más, para no sentir la soledad otra vez. Y no hay tacto que te haga compañía de verdad. A la legua se ve, se nota, se palpa y hasta se huele. Y se lee.
Así es la vida de las pieles duras, que cada vez necesitan más para tener al final menos y a nadie.

Pero la piel dura se cura. Se muda más bien, cae. Y no a base de más refriegas o exfoliaciones. Se acaba desprendiendo cuando adquieres una mirada propia, cuando la descubres y te la trabajas. Y eres fiel a ella, dejando atrás la piel dura.