Bueno, por lo menos no estoy en casa de Juan, la reconocería, esta vez no he hecho la misma bobada de siempre. En fin, el caso es que debería saber dónde estoy, pero antes, antes… noto con urgencia las ganas esas horrorosas de hacer pis de cada mañana y salto de la cama. ¿Dónde estará el baño en esta casa? Supongo que será esa puerta de aquí enfrente… Ay, no, que esto es un armario. Tengo que ver más detenidamente este pijama de cuadros que llevo, Dios mío, yo que cuido tanto la ropa interior y la de irse a la cama, ¿qué ha podido pasar para ponerme este espanto? Ay, ay, ay, que no estoy yo para mirarme ni nada, que me hago pis en este mismo instante, que me lo hago en un pijama que no es mío,… ay, menos mal, es esta puerta, huy, llego a tiempo, llego, el retrete rápido, rápido, ya, ya, ya… Ya. Ay, qué gusto. Qué gusto da hacer pis cuando se tienen ganas, hasta me relajo.
Hay pocos placeres comparables a éste. Bueno, sí, dos. O tres. O cuatro. Pongamos que doce, pero no más. Y hacer pis es, encima, diario y doble o triple, aunque … vaya, hombre, poco dura lo bueno, el rollo de papel se ha acabado, ¿qué tipo de casa es ésta que no ponen el repuesto, con la rabia que da?… En fin, me subo los pantalones del pijama de cuadros que parezco un leñador o un abuelo. Interesante el cuarto de baño, como un bazar, lleno de frasquitos, cremas y botecitos de todos los tamaños. Bueno, al menos sé ya que en esta casa hay una mujer con afición a la cosmética y que parece desordenada. Ni rastro de un hombre, un cepillo de dientes solo, vale. ¿Será la casa de una amiga, alguien que me haya acogido porque salimos, me puse mala y me trajeron aquí? No sé, esto es muy raro… Bebo pero no pierdo jamás ni el sentido ni la memoria y recuerdo siempre lo que pasa.
Hay un espejo en el cuarto de baño. Me da miedo mirarme en él, mucho miedo porque me noto rara. Mi cuerpo es el mío, mis manos, los pies, las piernas y otras partes que me las acabo de ver. Pero no me siento igual que siempre, es extraño. Tengo que mirarme la cara. No, no voy a mirármela. Venga, ánimo, Mariana, no vas a pasarte la mañana así sin saber cómo tienes la cara... Me asomo finalmente al espejo y me llevo un susto. Estoy realmente fatal, con unas ojeras más grandes que las habituales y avejentada. Es mi cara, pero no es mi cara de todas las mañanas, es notablemente peor: es la de alguien que debe de llevar una vida muy perra, muy mala, horrorosa. ¿Y el pijama éste tan feo? Ajj, ¡qué asco!... Ya sé por qué las sábanas me chocaban tanto hace unos minutos y por qué este pijama no me gusta nada: olían las sabanas y apesta este pijama a tabaco y yo lo dejé hace años, no puedo soportarlo.
Mierda, a ver si he vuelto a fumar en sueños y yo sin enterarme; y por eso tengo la piel distinta, pálida, y estoy feísima, cuando yo sé que soy fea por las mañanas, pero de las feas normales. Y el pelo y todo, que también lo tengo peor, y será seguro porque he vuelto a fumar y eso es muy malo para la salud y la belleza y salen más arrugas... Y ... ¿cómo es posible que haya vuelto a fumar yo, yo, yo, que me costó tanto dejarlo?, ¿cómo he podido caer otra vez? No tengo ni fuerza de voluntad ni nada... Para una cosa que logro, que hago…
Y a lo mejor porque he vuelto a fumar no me acuerdo de nada y he amanecido en otra casa, en otra cama... A lo mejor el tabaco es el culpable de todo esto, de que no sepa dónde estoy ni qué ha pasado.
A ver, Mariana, para un rato, que pareces el ministerio de sanidad, para. Luego volverás a la liga antitabaco o de los conversos insoportables, ahora toca averiguar de quién es esta casa y por qué has llegado a ella.