Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 13 de octubre de 2020

Lo que nadie ve

Hace unos diez años me dio clases de escritura José Julio Perlado, gran profesor y estupendo escritor, su blog es de lo mejor (y además está publicando ahí algo muy interesante, más allá de toda la parte de crítica cultural que es de lo mejor que hay). 

Las aproveché mal, pero en fin, algo quedará.

De las cosas que más me impresionaron fue lo que JJ contaba sobre lo oculto al escribir. Sobre todo lo que uno debe saber cuando escribe pero no muestra, no enseña, está ahí, debajo. 

Son las costuras, los remates que no se ven al leer, pero que sostienen un relato, pero también mucha "información", aunque "información" no es la palabra, que quien escribe sabe sobre la historia, sobre los personajes. 

Tienes que saber 100 de un personaje para mostrar luego 20, porque no se puede decir todo de nadie y sería un peñazo, además, interminable. 

Tienes que escribir sabiendo mucho más de lo que muestras, y lo que muestras sólo mostrarlo en cuanto esencial para el relato, el momento, etc. Un trabajo de cabeza bastante agotador, vaya. 

Años más tarde, al ir a clase de guion me enseñaron también lo que llamaban ha pasado tanto tiempo que no sé si ha cambiado la biblia, algo que cuenta mucho sobre personajes y la historia pero no es el guion. Ahí te explayas explicando el cómo, por qué y cuándo y detalles que no van a salir de muchos personajes, pero que tú los "tienes" que saber. Luego aquello puede no salir en ningún episodio, o en la película, pero tú escribes luego el guion sabiéndolo, teniendo en tu cabeza muy armado el personaje. 

Saber y no decir, no contar todo, es importante. Y cortar, todo el tiempo eliminando, estará sin estar. El iceberg flotando. 

(Foto Tip of the Iceberg, de  Carl Braun)



viernes, 9 de octubre de 2020

Desconfiar del entusiasmo


Con algunos errores de edición que a la autora le habrían puesto de los nervios (afortunadamente sólo en las primeras páginas), "La palabra escrita" de Mercedes Salisachs es una maravilla, ya se lo he dicho a alguna amiga que escribe. 

Trabajadora, paciente, una escritora con mucha cabeza y que desconfiaba del entusiasmo, Salisachs ofrece algunas orientaciones que creo que son muy útiles, y no sólo para novelistas, sino para escribir ficción en cualquier formato. 

Copio algunos párrafos. 

"Un relato lineal y capacitado para interesar precisa (aparte de una gran dosis de paciencia por parte del autor) un estudio exhaustivo de cada frase, de cada idea, de cada metáfora, de cada secuencia y de infinidad de objetivos capaces de conseguir ese "todo" que convierte la obra en una narración correcta.

También exige dejar "la prisa" a un lado y saber que "las cien primeras páginas" nunca son enteramente válidas" (al menos eso es lo que a mí me ocurre cuando empiezo un libro). En ellas siempre faltará algo, o sobrará algo o quizá nada de lo que se ha escrito puede ser aprovechable". 

"La facilidad es el peor enemigo del novelista. (Salvo en autores extraordinarios como por ejemplo el caso de Simenon.)"

"El novelista debe escribir con la cabeza como si escribiera con el corazón, pero jamás debe escribir con el corazón como si escribiera con la cabeza. Por algo a los escritores nos llaman intelectuales y no cordiales."

"Para escribir no hay que apoyarse en lo que sentimos, sino en lo que "pueden sentir los demás", en comprender las razones de los otros y en situarse de un modo neutral en las peripecias buenas, malas o regulares de todas las tendencias humanas."

"Pero, sobre todo, lo que jamás debe ocurrir es que el personaje en cuestión hable como "el autor". Es decir, lo que importa es que el autor se mantenga al margen de sus criterios y no se meta en la piel del personaje."




viernes, 2 de octubre de 2020

Manías

Hay bebés maniáticos. Recuerdo ahora mismo a un sobrino segundo protestando como un verraco porque se había manchado levemente el babero y no podía seguir su madre alimentándole con la cuchara hasta que no le cambiase la prenda, el muy zuavo.

Pese al interesante caso (digno de estudio en los anales de la historia de la más escrupulosa higiene a edades muy tempranas), tengo la cruel idea de que es la edad la que puede contribuir a hacernos (más en algunos casos) maniáticos. 

Algunas rutinas diarias pueden desembocar en manías. Recuerdo las 4 galletas María diarias de alguien también de mi familia. Siempre 4, no 3, y siempre María, no otras. Y así se murió, podríamos decir que mojando en café con leche esas 4 galletas María de su desayuno diario. Sí, más rutina que manía, claro. Las rutinas nos dan cierta seguridad y orden, benditas sean.  

Yo no tengo rutinas casi, pero sí manías bobas. Entre las que más vergüenza me dan están las literarias que quiero quitarme. Porque me pierdo, seguro, cosas buenas. Y no están los tiempos para perderse nada bueno si uno lo tiene al alcance...y resulta que por maniática -e idiota, sobre todo idiota- vas y te las pierdes. 

Consulto a alguien que me ofrece confianza. 

Sí, le confieso, tengo cierta manía a Z porque me parece que cobardea por artículos que le he leído y por genética o por lo que sea me cuesta horrores la cobardía (señal de que yo en mí tengo algo de cobarde). 

Tengo manía a otro más, aunque ya le he leído algo, porque -juzgo, mal-  de ser buena persona me parece que llega a hacer literatura, es como un personaje medido y alicatado, cosa que no aguanto (otra mala señal, me temo, prefiero no indagar mucho en ello). 

Me las voy a quitar con un curso de introducción en uno y avanzado en otro en cuanto acabe un par de cosas, a ver si puedo este invierno. 

Por cierto, el bebé aquel que montaba la de no te menees por una mancha de potito mínima en el babero (y cuya madre era una santa, razón que quizás explique la segunda parte de esta frase, -y por Dios, desde luego, que es el que llama- ) fue ordenado sacerdote hace unos años. Aquel bebé maniático y llorón, con todos mis respetos, insoportable. Dios es grande.