Tras lo de la Pelas no me queda ya nada más que contar. Creo que ya lo he dicho todo. Bueno, de Nati apenas hablé, pero vamos, que me la encontré de casualidad, como ya dije, cuando todavía Mario estaba.
Pedimos juntas las dos, dormimos juntas las dos, nos entendemos bien aunque también nos peleamos. Nati es un poco lenta, todavía más que yo, y a veces no entiende las cosas y se empeña en algunas que no pueden ser. Pero es una buena mujer. Sale conmigo temprano para la misa esa de primera hora que si nos la perdemos pues tampoco pasa nada porque, como ya saben, a esas horas todo el mundo está todavía dormido y dan poco o nada, tienen mucha prisa y salen como disparados.
Dice Nati que nos debíamos ir a su pueblo este invierno, por eso del frío en Madrid que es muy duro. No sé, no lo veo claro y me he acostumbrado a lo que me he acostumbrado. Lo de pedir en un pueblo de la costa me suena como raro. Claro está que allí tendríamos casa y no estariamos como estamos ahora, de un lado para otro. En fin, ya veremos. Yo tengo a mi hija aquí y de vez en cuando paro en su casa, la veo y veo también mis nietos un rato.
A la salida de misa de una en esta parroquia de San Fernando por lo menos sé con qué me encuentro, son ya muchos años. Me daría pena perder de vista a tanta señora viuda, al cura gordo y calvo y al otro de gafas de culo de vaso, a la Pelas y a su olor, a Jaime con su cartel de "soy güerfano y de Jaén", al negro tan extraño, tan listo y que habla tan raro, a los recuerdos de Mario, el Cantinflas, siempre por todos los lados aquí en el barrio. También, la verdad, a la perra negra, peluda y vieja a la que cuido cuando su dueña está en misa. Como a mí, a esa perra no le quedan ya muchos años, y yo la he cogido cariño.
Fin de "Preposiciones".
(En memoria de Mario, el Cantinflas. En recuerdo de los mendigos de San Fernando que siguen ahí, siempre. Con mi agradecimiento. Dice el evangelio que valemos más que gorriones, que ni siquiera uno de ellos cae si no es con la voluntad del Padre. En fin).