Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 22 de diciembre de 2009

Alegría (quejas retóricas)



La alegría tiene mala prensa. No el ser gracioso o divertido, que es cosa distinta y con mayor aceptación. Se puede ser gracioso y ser un auténtico triste, son cosas distintas. El ser alegre es juzgado a menudo como que no se entera uno, que eres un pedazo de ingenuo o un insensible de campeonato, especialmente hoy, quizá tenga que ver con la esperanza, puede ser.

Es como la Navidad: como digas que te gustan, te suelen caer veinte o treinta voces diciéndote que si el consumo se lo come todo, que si la soledad es más profunda, etcétera. Estoy de acuerdo en las dos afirmaciones, por supuesto. Pero ni lo primero ni lo segundo son impedimento, digo yo, para la alegría de estas fiestas, para la alegría en general, me parece.

Por supuesto que se han convertido las Navidades en un artículo más de consumo, en una ocasión más de mostrar que son las cosas y no las personas las que parecen importar. Pero es que uno no está abocado a vivirlas así si no le da la real gana. No hay obligación de consumir ni de comprar. En la mayoría de las veces como no da el presupuesto, pues eso que te evitas. Con decir no porque sí, o no porque no se puede, basta. ¿O hay que imponer la sobriedad y el no gastar por decreto ley a quien no quiera? No sé. Creo que la cabeza está para decidir, y la libertad es sagrada. Si uno no quiere algo no tiene por qué hacerlo, no hay obligación de consumir sí o sí o sí.

Por supuesto que también son unas fechas en las que se siente mucho más honda la soledad: la ausencia de padres, de amigos, de muchs personas. También otras ausencias o lejanías muy diversas, que se llevan como se puede, habitualmente mal. Pero es que la vida adulta es así. A menudo se vive en cierta carencia de afecto o en una permanente búsqueda de que nos quieran un poquito más, a veces que nos quieran más a nuestro gusto, a nuestra manera a menudo, que no es siempre la de los demás. "Una capacidad muy limitada de querer con una capacidad ilimitada de ser querido" leí el otro día que éramos cada uno. Joé, qué cierto. Pues ya está ¿no?, como le des muchas vueltas, te vuelves del revés. Quizá nos estudiamos mucho y estudiamos mucho a los demás en eso del querer, podría ser.

En fin, que no me gustan nada los agoreros y los tristes. Otra cosa es la melancolía, la tristeza suave y alegre de algunos hombres, de las propias Navidades también, de la vida en general. Que el mundo puede ser una mierda ya lo sabemos. Que hay desastres lejanos y muy cercanos no cabe duda, haría falta estar ciego. Pero que con aguafiestas, quejosos y tristes todo lo anterior no parece mejorar, eso desde luego.

Esa cultura de la queja y del victimismo que se ha instalado en occidente, a menudo entre quienes se supone que tienen cabeza, como una especie de pose o de condición sine qua non para demostrar que eres inteligente o sensible, me tiene hasta la coronilla. Es una queja retórica que se repite. Quienes la emiten viven o han vivido como San Pedro habitualmente y sólo quieren más atención personal, nada más. Es elemental, comprensible a menudo, pero elemental, diría más: es infantil.

Me parece todo respetable, faltaría más, pero tengo la sensación de que a veces aquí quienes no lloran, no maman, y una mano a menudo tampoco acaban por echar. Están demasiado ensimismados con el "yo, yo, yo, qué penita me doy y qué penita quiero dar en particular o en general, hacedme caso, por favor, miradme más.."

No puedo con la con la ingenuidad esa de "We're the world, we're the children", con los finales felices por decreto ley, con la Casa de la Pradera, en fin, con el "too er mundo e güeno", el buenismo, etc. No lo puedo soportar venga del lado de donde venga, que de todo hay.  Se puede hacer poco, bastante poco por los demás, y hasta por uno mismo al final, no por nada, es que somos todos muy limitados.  Pero desde luego también me da una pereza inmensa la retahila cansina de quejas hechas desde el confort: "pobre yo", "pobre, que no hay quien me quiera", "qué feo es el mundo", "qué mala mi vida", etcétera, etcétera.

Vaya morro que nos gastamos a veces, es de impresión. Especialmente porque las quejas no suelen coincidir con los desheredados de la tierra, esos que habitualmente nunca se quejan: no tienen tiempo ni a veces fuerzas, no tienen ni voz. Los que no lloran, y menos en público, son los que a menudo tienen muchas más razones por las que llorar me da por pensar. Aunque quizá estoy equivocada, podría ser. En fin, siento esto que he escrito, es que hay veces que te dan ganas de dar un meneo en general y otras en particular, de verdad.

Quedan 2 días para la Navidad.

PS: La foto es de un cuadro de Alberto Guerrero de la serie Moby Dick. Melancólico pero alegre, se da.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Vida perra X (Solsticio de invierno, sol ya quieto)



Estamos en los días más cortos del año, soy perra y lo siento. Llega el invierno y, como una contradicción, mañana comienza a alargar la luz y  a ser más breve la noche de nuevo.

El sol quieto, solsticio de invierno.

Sábado activo por la mañana. Ella compró temprano y cocinó para los 12 que serán en la Fiesta Grande, la de cada año, ese día extraño para nosotros, los perros. Y, sin embargo, sabemos que algo pasa. Siempre nos cae algún hueso, algún resto. El Creador es también con nosotros bueno.

Sol quieto, cada vez más quieto.

Escribió luego. Y leyó en voz alta no una vez, cuarenta. Imprimió y otra vez leyó. Y luego leyó más, y luego se durmió, y otra vez a escribir y a leer. Salimos después. Ella volvió tarde, necesita olvidarse por un momento, ver gente, reírse para luego quedarse en silencio, acompañada y al mismo tiempo ausente.


Hoy otra vez lo mismo, siguió escribiendo, desayuno de chocolate con churros con los sobrinos, corto  nuestro paseo.

El sol entró a raudales por la ventana, yo dormida en la alfombra muy cerca de ella.

Luego leyó en voz alta. De vez en cuando alguien le llama por teléfono y se cuelga media hora. Vino un amigo a tomar café. Vuelta a  escribir y leer.

El sol estará más quieto en unos días, se parará en el cielo, y todo entrará otra vez en movimiento.

Extiende sus lazos mi ama a través del teléfono, también con la otra máquina de la que sale luz. Teje una red amplia y densa, un círculo extenso. Habla con los vecinos, con los chinos del supermercado, con sus amigos, con su familia, con quien conoce ya y con quien no conoce siquiera. Se acuerda de unos y otros, de los que están cerca y, sobre todo, de quienes están ya lejos. Los tiene en su corazón. Y aprovecha la menor ocasión entre silencio y silencio.

Sol quieto, ama.
Sol muy quieto ya.

Precisamente porque necesita de la soledad y del silencio, busca luego la voz humana y el afecto en palabras y gestos, como los busco yo, su perra. Sociabilidad y apartamiento en extraña combinación: de uno en uno de tanto en tanto, en grupo también, después solas las dos y en silencio.

Por eso nos llevamos bien, nos entendemos,  las dos necesitamos de esos tres tiempos y espacios.

Llega el invierno, más luz a pesar del frío helador, más, como hoy, día  de sol espléndido en Madrid.

Sol quieto, se parará el firmamento, cambiará el universo y todo se hará de nuevo.
Cuarto domingo de Adviento. Faltan cuatro días para la Navidad. Esperando a la Luz con la luz ya del invierno.

PS: Las fotos son de Alejandro Schifferstein, tomadas estos días en los alrededores de Cerceda, creo.

jueves, 17 de diciembre de 2009

De libreros, libros y más (y 2)



Me interesan los cuadernos de notas de Henry James, pero también me cansan un poco ahora que estoy a punto de acabarlos y hasta me rebelan. Este tipo no tenía otra cosa que hacer que escribir, era rico por su casa, viajaba nada más y hacía "vida social". Así ya se puede escribir ¿no? Es broma, pero no lo es, en fin.

Me gustan muchos de sus cuentos, de novelas "Una vuelta a la tuerca" por encima de todos, "Las bostonianas" y "Daisy Miller" entre otros muchos. Y luego "Washington Square", que luego dio lugar a la película "La heredera", estupenda, de William Wyler, con Olivia de Havilland y Montgomery Clift. Ahí se ve un caso de mujer que se vuelve dura al final, de natural no lo era. Es espeluznante la escena final de la película con el advenedizo, Monty, que iba a por el dinero de una rica, eso es verdad, pero que quizá le podía hacer feliz. No está reñido casarse por dinero y hacer la vida agradable al otro al final ¿no? La lluvia mojándole, él llamando a su puerta y ella que no, subiendo al piso de arriba, con esa luz que va iluminando la escalera, poniendo distancia, dejando fuera al otro y a toda la casa en la oscuridad. Ay por Dios, chica, no seas así, ¿no le vas a dar otra oportunidad?

Henry James escribe muy bien. Es distante o pone distancia. Creo que es más bien lo primero, algo que le da elegancia, un rasgo importante, creo: no implicarse al escribir ficción, no juzgar o valorar, y mucho menos, dar moralina, un rasgo que me espanta y que, con las mejores intenciones, casi seguro, se repite desde lados muy distintos, es relativamente frecuente. Los excelentes y que se salen, Dostoweski y Tolstoi, de los que hablé con Ridao y que también me gustan mucho, tienen peso, fibra, pulso moral, pero sin discursito, sin ser obvios o previsibles. Me espanta la previsibilidad y lo ejemplar si no está contado por alguien genial, si lleva recado o mensaje, moraleja. A la vez Henry James es quizá demasiado frío de distante que es, me señala una amiga, M. Es posible que tenga razón. Tanta distancia puede acabar por cansar a veces ¿no? A veces quieres que la gente se manche al escribir, o al vivir también, es igual.

Vuelvo de Sevilla a Madrid y quedo con N., hace mucho tiempo que no hablamos. Nos tomamos un té y una tarta que no se la salta un gitano y luego le digo que estoy buscando, de nuevo, "El diario de Adán y Eva". Me lleva a una pequeña librería, Pérgamo, y me avisa antes de entrar que la dueña, Lourdes, me va a encantar. Así es. Entro y, naturalmente, no tienen el libro de Twain, pero me llevo otro, "Estación de lluvia" de un ecuatoriano que escribe como los ángeles, Javier Vásconez. La librera es tan encantadora, sabe tanto y habla con tanta pasión y amor de los libros, de los autores, que me fío inmediatamente de ella. Me cita a Jane Eyre, y ya quiero abrazarla, es una novela para mí fundamental. Y luego ella me cuenta que lee Macbeth una y otra vez. La llamo siniestra y nos reímos las dos. Me gustan las mujeres siniestras en ese plan, la muerte, el asesinato, algunas maldades de ese tipo, sólo en literatura, claro. Y el humor negro lo que más.

Me podía haber vendido más, pero me saca N. casi literalmente de la librería "¿Tú no estabas buscando el libro de Twain? Pues vamos, que te distraes... " Me hubiera quedado horas escuchando a Lourdes. La culpa la tiene él por presentarme a gente así, tengo que volver. Vamos a Diálogos en Diego de León y tres cuartos de lo mismo, Rocío me dice que no tienen "Diario de Adán y Eva". Tampoco en la Casa del Libro de Gran Vía ni en la de Orense, donde tienen a unos chicos jóvenes que son estupendos y que te ayudan muchísimo siempre.  Allí ya lo encargó al final, parece agotado, me tardarán 10 días, 4 llevaría si lo encargase a Amazon Reino Unido (7 a Amazon EEUU). Da que pensar ¿no?

Encargo también en Gran Vía este lunes otro libro, "El juglar de Nuestra Señora" de Michael Zink, precioso, con uno de sus cuentos felicitaré este año las Navidades. Lo voy a comprar para celebrar que al final no voy a trabajar para el grupo mediático ese tan importante y tan requetetán. Celebro todo, lo que debería celebrar y lo que no, me hace falta el dinero, pero pensándolo desde otro lado, siendo optimista, vamos, menos trabajo significa más tiempo para leer y escribir. Santa paz pues, ya saldrá lo que tenga que salir.

PS: Me llega un sms hoy, ha llegado el libro de Twain a Espasa Calpe de Orense. Mujer de poca fe... no ha sido tanto esperar. Ay, qué bien, qué contenta estoy.

PS2: Hoy, que tuve tiempo de transporte -o sea, de leer- avancé con Vásconez. Estoy pasándomelo fenomenal, es de lo mejor que he leído. Se lo tengo que enviar en cuanto lo acabe a alguien que sé que le va a apasionar, una prosa envolvente, duro, casi brutal, pero un escritor de impresión con un dominio fantástico del castellano. Tiene unas historias que te golpean y te echan hacía atrás, te sientes ko. Esta noche me lo acabo si Dios quiere. Lourdes me dijo que Vásconez se ha quedado sin editor después de una carrera amplia, rica, con mucho publicado, ¿será verdad? No lo puedo creer.

De libreros, libros y más (1)



Hablando el otro día de libros con los Mercuriales, me dice Manolo Haro que el libro de Diario de Adán y Eva de Mark Twain lo ha publicado en España Valdemar, que está en el Club Diógenes. Le agradezco el dato. Yo el libro entero no lo había llegado a leer, sólo fragmentos por internet y en audiolibro. Conocí el texto con la obra de teatro "Esta noche, el diario de Adán y Eva" que Miguel Ángel Solá y su mujer, Blanca Oteyza, pusieron en escena hace unos años y que vi por lo menos tres veces, cada una con personas diferentes. Me emocionaba tanto, que llevé a amigos distintos.

El jueves pasado fui a una librería en Sevilla con un amigo, y zas, encontré "El diario..." y se lo regalé a él, no pude menos. Creo que le puede hacer sonreír. Sorpresa, el libro contiene no sólo "El diario de Adán y el de Eva", sino hasta fragmentos del de Satán. Es apasionante, tan divertido y tan tierno, que me vio mi amigo que lo miraba con ojos golositos tras regalárselo y me aviso "No te lo voy a dejar hasta que lo acabe. Te lo quito de delante que te temo, capaz eres de quedártelo ahora". Tenía razón. Ya estaba pensando cómo birlárselo sin que se diese cuenta.

Compro también en esa librería con un lío de espanto, Beta, creo, sin apenas personal, están desbordados los pobres, los diarios de Henry James que JJP me ha recomendado leer para hacerme idea de cómo trabajaba el escritor, "Cuadernos de notas, 1878 -1911" publicado por Destino. Es apasionante. Me zampo un tercio del libro en tres días y luego estoy agotada de tanta nota y tanto personaje o trama que le "salía" de conocer a gente, de historias reales que le contaban, de lo que observaba. Lo apuntaba casi todo. Era meticuloso, trabajaba mucho antes de escribir, notas sobre todo. Y escribía luego una barbaridad, sin parar, cuentos, novela, crítica, etc.

Entiendo lo que me decía JJP y pienso en el modo mejor de hacerlo. Antes de sentarse a escribir hay que tener mucho de notas, mucho trabajado, mucho escrito de qué quieres hacer en cada capítulo, con cada personaje, la arquitectura del cuento o de la novela, hasta pequeños detalles de diálogos, tramas, subtramas, anécdotas incluso. Luego se cambia, pero a menudo hay un material previo de mucho peso que se hila a veces o se va metiendo, o se descarta. No se tira nada, pero se aparta mucho de lo que se escribe, se deja de lado, en novela, en cuento, en todo. Y antes de escribir se piensa muchísimo y se observa más, el trabajo a veces más duro.

Me acuerdo de ese cuento precioso de Joseph Campbell "Professor Sea Gull" que luego llevaron al cine (El secreto de Joe Gould). Vas en el metro en Madrid y hay historias de patas largas que te asaltan, que piden "cuéntame, cuéntame, cuéntame". El metro es terrible, es el peor lugar para leer porque hay tantas caras a las que puedes mirar, frente a frente, el rato que te toca, claro está que cuando no hay mucho lío, cuando se va sentado. Siempre con el cuaderno en  la mano, ojos y oídos abiertos, curiosidad.

martes, 15 de diciembre de 2009

Los de los bichos



Conocer a Dorda y a su familia ha sido una de las cosas buenas de vivir en el campo un año. El domingo me presentaron a Javier, otro naturalista con blog propio al que leo con admiración y envidia. Hay que ser muy paciente para observar la naturaleza, no tener prisa o que no lo parezca. Los naturalistas nos enseñan muchas cosas, son gente curiosa y habitualmente, los que yo conozco al menos, con gran sentido del humor. Observar la vida creo que acaba por ponerte una sonrisa, también cierta melancolía a veces.

Dorda nos contó anécdotas de las exposiciones del Museo de Ciencias Naturales y otras donde ha trabajado. Hubo una sobre cuernos, con perdón, que titularon "Madera del aire". ¿Y por qué el título ese ... para una exposición sobre cuernos? Porque al parecer quedó registro en España de un sujeto al que le salieron unos cuernos pero de verdad, y como no los podían llamar así -era ofensivo-, los llamaban madera del aire. En la exposición podías hacerte con el facsímil de todo el texto relatando cómo daban fe de los cuernos, cómo eran, qué hicieron con ellos -se los cortaron, creo-... y luego ya el texto pasado a moderno. Dorda lo va a contar cualquier día en su blog mucho mejor que yo, hay que estar atentos. De su cuaderno me gustan muchas cosas, pero sobre todo cuando habla del campo que tiene alrededor, de la sierra a la que tanto quiero y tanto echo menos ahora que he vuelto a Madrid. Y luego de bichos que yo califico de humildes, digámoslo así, o sea, de insectos. Lo de África mola mucho, pero gracias a la 2 yo creo que el común de los mortales sabemos más del Serenguetti que de Gredos, y no digo que esté mal, pero da qué pensar, creo.

Javier hace unas entradas memorables con temas tan variados como tapiología o  vida en el cementerio (tiene delito), tiene una mirada que me encanta, sabe lo que no está escrito y encima se ríe de su sombra. Comentaba él con Jesús el futuro de la divulgación, de las revistas de naturaleza. "Natura" ya no está, Quercus sí pero... Con internet hoy ¿queda hueco para publicaciones como esas? Hablaron sobre la importancia de los contenidos en la red, hasta en los blogs, porque a veces se puede hablar de lo que no se sabe bien, con las mejores intenciones. Tienen toda la razón ¿a dónde vamos hoy cuando lo trabajado, documentado y sólido se aprecia a veces tan poco? ¿Cómo el lego -o sea, yo- puede valorar quién sabe a veces y quién simplemente repite contenidos de otros, o incluso mete la pata al dar información que no es cierta? Hice ayer una visita profesional a un grupo de medios de los importantes y pensé en lo mismo ¿se da importancia al contenido o se hacen churros? ¿A quién se paga más, a los de marketing o a los periodistas? Ya sé la respuesta, son dos preguntas casi retóricas ya...

Yo soy una simple bichera, me encantan los bichos, empezando por mi perra, me hacen gracia, pienso a veces ¿qué pensarán? Me sorprenden. La naturaleza tiene algo de previsible, lo sé, pero algo también de constante sorpresa. Creo que estamos hechos para mirar lo que pasa a nuestra alrededor. Y luego algunos lo cuentan tan bien que da gloria leerles.

PS: Pongo Doctor en Alaska porque es la música que les va a estos dos, y no sé por qué. ¿Será la guasa, el frío con que nos despidió la sierra el domingo, la nieve que cayó ayer? No sé, pero les pega.

domingo, 13 de diciembre de 2009

"Sevilla, ciudad eterna" (La profundidad)



Se presenta el lunes 14 de diciembre, a las 8 de la tarde, en el Salón Almirante de los Reales Alcázares de Sevilla, el libro "Sevilla, ciudad eterna" con textos de Paco Robles y fotos de Antonio del Junco, publicado por Editorial Almuzara. El libro es una maravilla. Pude verlo con detenimiento el pasado jueves en casa de Antonio, Toi para los amigos, y leer algunos textos, no todos, claro. Hubiera estado feo dejar a Marga, su mujer, a Toi, y a otro amigo, con el aperitivo a la mitad y con la palabra en la boca.

Hace ya meses que Antonio nos enseñó las fotos que iba haciendo y nos quedamos impresionados. Se lo estaba currando pero bien, el libro tiene más de 500 fotos. Vaya por delante que de fotografía no entiendo mucho, pero me parece a mí que los buenos fotógrafos tienen, además de técnica, un estilo propio que varían, claro, en función de lo que tienen que hacer, pero con un alma detrás que la ponen a hablar con aquello o a quien fotografían. Se ponen a su lado en conversación, a veces hasta en silencio, simplemente estando, ese es el estilo, creo yo. Antonio, vean su página web y entenderán por qué lo digo, tiene un alma generosa, curiosa, delicada, sonriente, amable y divertida, también muy pasional, que vuelca en su trabajo para gozo de quienes lo disfrutamos, sea cuando fotografía ciudades, personas o hasta cables de electricidad, me da igual.

Las fotos de Antonio para "Sevilla, ciudad eterna" eran espléndidas, con profundidad, con contrastes, captando eso que tan importante es en todo como las sombras, ese otro rastro de la luz, la misma luz casi; luz primero y luego oscuridad, o ambas al mismo tiempo, casi mejor, se ve más. Incluso en esa luz cegadora de Sevilla hay sitio para el hueco o el rincón donde se esconde lo negro. Al final resulta que la fotografía creo yo que es como la literatura, que muestra, pero también que esconde. Y en ese juego de mostrar y esconder está el arte. El fotógrafo, como el escritor, necesita saber mucho más de lo que enseña. Con tino, tiento, ¿temple?, con técnica desde luego, por experiencia también, es capaz de hacer elipsis, silencio, algo tan importante como decir, hablar, mostrar. Todo eso y en una ciudad tan de enamorar como es Sevilla lo ha hecho Antonio. Creo que hay que ser excelente, como es él, para no dejarse arrebatar por la foto fácil, o el tópico, tan a mano siempre, y ampliar la mirada y, con la suya, la nuestra. O sea, no dejarse llevar por la palabrería hasta en imágenes, lo cursi -tan fácil, por Dios-, o lo habitual en fotografías que son simplemente bonitas. No es el caso, aquí hay otra cosa, hay mucho más.

Paco Robles, al que he leído pero al que no conozco, muestra en sus textos algo igual. Los que no somos sevillanos ni vivimos en Sevilla -qué le vamos a hacer- la miramos a veces con una mezcla de envidia y de atracción como a otras ciudades hermosas. Sevilla es como esas mujeres guapas, es de las de parar la circulación. Una mujer guapa se puede quedar mirándose en el espejo, con embeleso, un poco más de la cuenta, ensimismada: "Ay qué ver qué guapa soy, por Dios". Es lo normal, lo natural, se entiende y hasta se le perdona. Pero también es lo natural que quiera salir a la calle bien arreglada o casi sin arreglar. En la calle, abriéndose, está la vida, no mirándose a un espejo, absorta en la propia belleza, en una misma. Y cuando sale fuera una mujer o una ciudad es entonces cuando  tiene  más matices, más rincones, más detrás, por dentro también, más que esa imagen que le devuelve el espejo ahí donde se encierra la ciudad o la encierran a veces, no sé bien. Cuando se deja mirar, cuando no está sobre sí misma, es cuando se descubre que no es solo una mujer guapa, es inteligente además y tiene más vueltas, muchas más.

Paco Robles ha escrito sobre esa complejidad sevillana que no es tan evidente a un primer vistazo. Hace falta que te gusten mucho las mujeres o las ciudades, esa mujer o esa ciudad, para no caer en el tópico que, con permiso, en Sevilla está tirado. Pasa con muchas ciudades, pero con Sevilla  más. 

Paco muestra junto a las fotos de Toi: la profundidad. A mí esto me parece importante. Se puede escribir de algo con profundidad y a la vez ligero, como lo hace él y como lo hace Toi con las imágenes, sin avasallar, sin ser pelmazo, jugando algo con quienes leemos y miramos, tanto al escribir como al  fotografiar. Más allá de la superficie atractiva  fotografiada mil veces, sobre la que se ha escrito tanto también, hay muchos pliegues, recovecos, contradicciones, roces, sí pero no, no pero sí, algo que habla por sí solo o calla. Eso es la profundidad de Sevilla que no está reñida con la alegría ni con la ligereza. Una ciudad que se precie no puede ser superficial, como a veces se la muestra desgraciadamente, o lineal. Y Sevilla creo que es todo menos lineal.

El libro me ha gustado mucho, yo lo voy a regalar estas fiestas, y uno, si Dios quiere, me lo quedaré. Si Vdes. pueden ir a la presentación que hará Carlos Amigo, Cardenal Emérito, vayan. Si no pueden, como yo, que mira que es mala pata, pues nada. Yo lo escribo por quien pueda ir, porque vale la pena.

PS: Toi, lo siento, lo sabes, me gustaría estar allí, porque tras tu otro libro, "La luz", para Endesa, sé bien la ilusión y el mucho trabajo que has puesto en esto y para eso estamos los amigos, para estar. Recibe mi abrazo que yo recibo el tuyo virtualmente. Ya sabes que prefiero siempre lo presencial, pero en esta ocasión no podrá ser y te pido mis disculpas.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Epicúrea en Jaca (La barriguita cervecera de Adán)


Como en Madrid con una amiga, M., que, como es de las buenas, me da caña. Me asesta un “no eres nada epicúrea” y, no sé por qué, me agarro un mosqueo del diez. Comenzamos una discusión sobre si disfrutar con cabeza y pensando en los demás es disfrutar o no. Vuelvo a casa y la pulsera de cuarzo que me regaló Víctor, el hijo de Olga, para incrementar la consciencia debe de funcionar: si te enfada tanto algo de lo que te dicen ... debe de contener una parte de verdad. Así que decido reformarme y ser un poco más epicúrea, intentarlo al menos, vamos a ver cómo va.

El jueves 3 tengo la cena anual de Dircom. Me da una pereza mortal pero voy con Rose, antigua jefa mía y amiga desde hace diecisiete años. Es en la torre Espacio, una de las 4 grandes al lado de La Paz, piso 44, vistas impresionantes. Como me suele ocurrir lo acabo pasando muy bien, me río mucho con mis compañeros de mesa, el jamón era ibérico de verdad y el vino estaba estupendo. Del postre de chocolate, mi perdición, me tomo el mío y el del marido de Isabel, antigua compañera y también jefa y amiga. Evaluación del epicureísmo, 6 sobre 10. Si la razón no fuera laboral la puntuación final sería más alta.

Me invita Rose a irme con su familia a Jaca este puente. Le digo que no, tengo que trabajar. Además viene Álvaro a colgarme los cuadros que los tengo todos por el suelo, he tenido viajes y no ha podido ser hasta ahora. Llegó a mi casa el miércoles y se me puso a organizar “Y además unas baldas, vamos a Ikea juntos el sábado”. Me eché a temblar, sábado en Ikea y con Álvaro, que es hiperactivo, ay. Me llama M. y me ofrece ir también con ella y con T. a Jaca, le digo que no, que Rose también me ha invitado y todo el plan de labores pendientes que tengo para el puente. Se ríe de mí y me recuerda mi falta total de epicureísmo. Maldición, otra vez no, así que decido de nuevo rectificar. Álvaro, paciente, me dice que puede venir el martes en vez del sábado, llamo a Rose y me embarco en el plan. Epicureísmo: vamos avanzando, al menos me quisiera presentar al parcial.

Salimos de Madrid el viernes por la tarde, parada en Huesca a las afueras para cenar en un MacDonald, vamos con niñas. No doy crédito, 300 personas, es el caos, es la antesala del infierno, todas a por un Big Mac. “¿No querías experiencias nuevas?” Rose se muere de risa ante mi cara. Epicureísmo: sin evaluar. No ha lugar, francamente.

Jaca no tiene que ver nada a lo que yo recordaba, este fin de semana será de comer, dormir, de amigos y hablar. Para empezar me pone en el cuarto con sus hijas, me rodean veinte peluches, me siento como uno más.  Rose nos cuenta un cuento para dormir que no está nada mal, pero la que se queda frita soy yo, no sus hijas, en fin. Epicureísmo: del infantil,  7 sobre 10.

Resto del fin de semana: una película muy divertida, estilo Roal Dahl, "Stardust", me encanta; una de un perro que se muere al final y con la que la que lloro una jartá; otra de amor y lujo, ésta todavía mejor. Y el domingo para rematar tras un paseo por el compo, románico en vena, subimos a San Juan de la Peña y allí me olvido de epicúreos y de todo, la verdad. Hace un frío otoñal, es como hay que ver el románico, con frío, unos cristóforos en la entrada preciosos, unas cariátides (ellas) que sostienen una barbaridad (me recuerdan a muchas amigas) y en el claustro en cada capitel varias historias del antiguo o del nuevo testamento, una maravilla. Un Adán con barriguita cervecera y ojos grandes y expresivos se lleva una mano a la garganta tras comer la manzana mientras con la otra intenta taparse sus vergüenzas. Claro que ya da igual porque el Maestro de Juan de la Peña le había colocado una estratégica hojita. Me hace sonreír este Adán, le siento cercano. Y luego el sueño de San José, con su gorrito y todo el hombre está en la camita y el ángel que le habla.

No he hecho nada de lo que tenía que hacer. Ahora vendrá el tío Paco con las rebajas (clientes pendientes, quien me corrige lo que escribo que me dirá si estoy en Babia o qué porque no avanzo, 20 horas de clase sin preparar, etc.,etc.). Pero me da igual, lo he pasado tan bien con Rose, con Alfonso, sus niñas y sus amigos que no tengo más que agradecer. ¿Epicúrea yo? Uf, ya no sé, me voy a quedar en románica, que es más moderna (en el tiempo solo) y a la vez me va mucho más.

Con esos ojos bien abiertos de Adán, impresionado, ay lo que he hecho, ay.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Estar sencillamente (la visita de Tana)


Tras varios correos y viajes mios quedamos Alejandro y yo que nos vemos este miércoles para tomar café. Estoy contenta, me ha costado dejarle allá tan arriba, en Cerceda, a él y a Tana, mi perra que él acogió en adopción. Yo no podía con ella. A veces es mejor reconocer que no puedes con algo, con trabajos, con perros, con situaciones diversas. Cuesta sobre todo porque algunas personas tienen tendencia a asumir más cosas de las que pueden o simplemente asumen lo que no pueden. Pero es mejor decir "no puedo con esto" después, que enrocarse en algo que no puede ser hasta romperse. Hombre, el ideal sería tener más sentido común a priori o verlas venir antes de lanzarse, pero no siempre es posible, especialmente entre quienes no pueden decir no  por una extraña sensación de culpabilidad, por simple entusiasmo también, o porque se creen superman o superwoman. El sentido común es el menos común de los sentidos, ya se sabe.

Como fuera y cuando vuelvo a casa y estoy abriendo el portal veo a Alejandro que llega. Trae a Tana, no me había dicho nada el muy sinvergüenza... Casi me echo a llorar al verla, tan guapa y tan grande ya. He criado a Tanita desde que tenía menos de un mes hasta los siete en que se la pasé a Alejandro, el entrenador y mi amigo ya. Está educada, está feliz, sé que hice lo que tenía que hacer, lo sé. Mañana cumple el año.

Qué alegría tenerles a los dos para el café. Olimpia no piensa lo mismo respecto a Tana, casi la muerde al entrar. Mi perra tiene celos de todo lo que me toca, pero si es un perro mucho más.

Hablamos Alejandro y yo. Nos escuchamos. También hay silencios y pausas. Es fundamental el silencio entre amigos. Es cuando sabes que ya lo eres de verdad. Bueno, eso, y cuando has desilusionado o decepcionado seriamente y un par de veces al otro. Hasta entonces pienso que no hay verdadera amistad.

Es estupendo entrar y salir, ir al teatro o al cine, a tomar una copa, a cenar, a un museo o una exposición, también viajar. Pero lo mejor es tener tiempo para estar sencillamente. Debería estar trabajando, leyendo o escribiendo esta tarde, pero no. Voy a estar con Alejandro porque le quiero, es mi amigo. Me encanta la gente, los grupos, soy gregaria o sociable. También me gusta cierta soledad. Sólo esa cierta soledad tan incierta,  la puntual, la suficiente para no ensimismarte, para poder estar mejor con una misma y, precisamente por eso, luego con los demás. Creo que saber estar sola, sin odiarse ni aburrirse tampoco, ni  estar embelesada, casi como en una buena amistad, es fundamental para saber apreciar a los demás en todo el valor que tiene la buena compañía, que es mucho. Por eso, por encima de todo, de las cosas que más me gustan en esta vida es poder echar la tarde con un amigo, con una amiga: sin prisas o las quitamos. Nada por delante, aunque lo haya.Y no el bulle-bulle ese que a veces se puede tener hasta entre amigos, el tener que hacer de continuo me agobia: ven, sal, ahora vamos aquí y luego allá, etc. No, me encanta no tener plan, ni programa de actividades, por eso a veces me planto y me da igual que piensen que soy una borde. ¿Qué vamos a hacer? No vamos a hacer nada de especial, tranquilidad. ¿Hace falta hacer algo siempre? Pienso que no.

El cara a cara sentados es importante De uno en uno, de una en una también, como mucho tres, cuatro, no más. Si no, para mí, no hay amistad. Hay conocimiento de superficie y poco más. Y está bien, no pasa nada, pero es lo que hay. Estupendo, a veces es lo que puede haber por lo que sea. Hay que tener conocimientos, es otra categoría distinta a la amistad con su peso también.

Creo que al final lo que vamos a hacer de más valor en esta vida es estar, acompañar. Algunos educar, una tarea fundamental. Otros hacemos papeles, luego se llamará como se llamará, pero son simples papeles. Pero todos podemos llegar a acompañar un rato a otros, a los que toque, en familia, con amigos. De lo más humano que tenemos pienso yo que es acompañar, tampoco hay que aspirar a mucho más. Y se hace hablando y sin hablar, preferentemente en silencio, estando al lado. En general creo que no hay que dar muchas explicaciones, ni siquiera es necesario a veces hablar. Hay que estar, sencillamente estar. Todo se sabe o se llega a intuir. Ni palabras se necesitan en algunas ocasiones, sobran a menudo.

Faltan 21 días. Acompañar la espera y poco más.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Blanca acompañada


Murió esta semana Blanca Suances, una de las muchas viudas de esa casa que ya he descrito: casi todo mujeres solas. Blanca, además, era viuda sin hijos. Cuando su marido se le adelantó, ella se quedó muy triste. Estaban muy unidos Santiago y ella. Y siguieron así en la distancia, ella desconsolada, echándole mucho de menos .

Ha vivido todos estos años, creo que casi veinte, ya sin muchas ganas, animada por Machús, su hermana pequeña, que ha estado pendiente de ella. Salvador, Pilé, sacerdote, otro hermano de ambas, murió hace unos años. Creo que era el último de los chicos Suances. 

Blanca era especial y tan buena como su santo esposo, que era de los de altar. Machús la liaba un poco, como me ocurre a mí con mi madre: "que no te pongas ese traje del año pun", "que te cambies", "que te arregles".... No lo hacemos por molestar, sino por animar, aunque podemos llegar a ser muy pesadas.

Machús tiene uno de los secretos de estado mejor guardados: su edad. Y otro todavía mejor: no he visto mujer más alegre y mas divertida. Esa sí que da abrazos que te tumba y te deja sin aliento, ¿qué tendrá por dentro que es así, incombustible?

Blanca, lo siento, pero me he chivado todos estos años a Machús cuando te ponías el traje aquel de chaqueta de los años 60. He sido yo, te lo confieso, ahora que estás en el cielo y que no puedes enfadarte. Si te veía con él, y luego a tu hermana, se lo decía:  "Machús, tu hermana Blanca se puso otra vez ese traje, que lo sepas". Y luego ella iba y te reñía. Ay, qué mal, qué remordimientos.

Blanca no quería salir mucho, no se animaba, quería estar en su casa. Venían sobrinos a verla, la sacaban también. Ha tenido muchos, habían sido 11 hermanos creo. Y ella se resistía levemente, suave, como era  Blanca, delgadita, pero firme.

Un día de calor horroroso hace un par de veranos me dijo que ella donde estaba bien era en su casa, que les agradecía mucho a todos todo, pero que no, que no quería tanto lío, que se aturdía. Carmen y otras vecinas han estado pendientes de ella, acompañándola a misa cuando ya era un suspiro. Blanca se ha ido quedando transparente, todavía más blanca.Una Blanca cada vez más blanca. 

Cuando mi madre me dijo que había fallecido pensé que por fin estará acompañada.

Nunca más sola, Blanca, nunca más. Con Santiago por fin, ¿eh?, tú siempre con tu marido al lado has estado y estás, pero ahora más. Un abrazo, Blanca,  y no me tengas en cuenta lo de chivarme, por favor te lo pido.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Lo que es (Ulises y las sirenas)



Leí esta semana “Ulises y las sirenas. El dilema de la infidelidad” de Jesús Cotta Lobato. Vaya por delante que mi idea sobre la infidelidad estaba más próxima al adulterio, todo muy dramático y serio, como de Valladolid o Rusia. Algo así como Ana Karenina, mal final y mucho sufrimiento en todo el proceso y encima un lío habitualmente horroroso. Podría haber tenido otro enfoque del cuerno (así lo llama Jesús, cuerno), más festivo o ligero, algo parecido a “La venganza de don Mendo”, pongo por caso, o a los vodeviles de antes, donde siempre había un hombre en el armario al que cantaba la Carrá y el marido era el último que se enteraba para regocijo general.

Pero no, qué se le va a hacer, era el primero. Así que empecé a leer no muy convencida, la verdad sea dicha, “Ulises…” que me regaló el propio autor. Claro está que, por otro lado, estaba convencida de antemano de que Jesús, que pone todas las mañanas en su blog una sonrisa y un pensamiento, ambos, no podía haber escrito algo que no tuviera peso y a la vez humor, también porque Topicario me encantó. Y soy fan de Cotta, sí, lo soy ¿qué pasa?

Lo primero que me gusta del libro es que queda claro que un cuerno es lo que es: tonterías, las justas; rodeos, los menos. Hay en general diversas servidumbres que nos hacen llamar por otro nombre o explicar de otro modo (justificar, autojustificarse también) lo que algo es, también lo que somos: humanos, ergo débiles, así que ángeles sólo en el cielo. Cotta, que es filósofo, parte de lo que es un cuerno para mostrar que ese ser puede ser a la vez visto desde múltiples posiciones, situaciones y hasta opciones. Sin perder la referencia continua a ese ser, deja claro que conviene no equivocarse con lo que “debería ser” algo, (o alguien), ni tampoco con lo que a nosotros nos gustaría que fueran las cosas o las personas, uno mismo también, porque quedaríamos mejor o sería todo  más fácil o menos doloroso. Teorías pocas, vamos, vayamos a lo práctico pues.

El dilema de Roque y Cabo de Gata ya te deja ko con 8 alternativas, 8, que tiene el sujeto en cuestión, desde poner el cuerno con todas las de la ley (es un decir) hasta quedarse tranquilamente (es otro decir) en su casa y no irse con Auxi a ninguna parte. Realmente sorprende esa amplitud y hasta toda esa reflexión que puede llevar cualquier tema en cuanto uno se pone a pensar, hasta la posibilidad de un cuerno, qué barbaridad. El segundo capítulo centra un poco más el campo de juego, Ulises y Penélope, los tipos de fidelidad y los grados de infidelidad. En fin, Roque lo tiene todavía más complicado, o no. Qué lío es esto del lío. El tercer capítulo es ya tronchante con los once tipos de amantes que Cotta define como socrático, aristotélico, sofista, platónico, epicúreo, cristiano, cartesiano, kantiano, schopenhaueriano, nietzscheano y el posmoderno. Reto a quien lo lea a no sentir esa punzada de aviso al leer algunos rasgos en los que no querrías caer de ninguna manera. “Mira que si al final soy nietzscheano para ti …”.

El capítulo cuarto y el quinto entran ya en la materia del qué pasa después del cuerno y es donde Cotta no es que recoja velas, es que sigue con lo que es el cuerno, pero no ya desde la posibilidad y la consumación, sino en los efectos posteriores en las partes implicadas, bueno, no en todas, sólo en la pareja (al amante ocasional lo deja fuera, interesante). Y en los afectos, en el amor de la pareja (no confundir con amorrrr, que es otra cosa, lo explica muy bien en el prólogo). Si los anteriores te divierten, estos dos últimos capítulos y el epílogo emocionan.

Jesús Cotta tiene una mirada propia, original, divertida, honda y a la vez muy fiestera: tiene gracia en todos los sentidos del término. Pasa de correcciones políticas o de ortodoxias conservadoras o progres, algo que se agradece mucho. Lo que dice además lo dice siempre de modo amable, una suerte y una envidia. Así que se aproxima a la infidelidad muy libre y muy ligero con el resultado de un ensayo donde se oye la flauta y las pisadas del fauno, pero también la del filósofo que va poniendo orden y concierto con humor y sin dar nunca La vara. Y sobre todo, la del convencido de que el amor es entrega siempre imperfecta y con caídas diversas, porque así somos los humanos, o sea, la voz y la mirada del cristiano. A eso llamaría yo ser cottiano o cottesco, a ser libre, fauno, alegre,  divertido, filósofo o explicador de cosas y a la vez tener una mirada cristiana por dentro y por fuera, o sea, amable. 

Sólo una advertencia: conviene no leer “Ulises y la sirenas” en el metro, el autobús o en la espera del médico, se llama la atención mucho riéndote, mejor leerlo en casa tranquilamente, pero hagan lo que quieran.

PS: Si yo estuviera en Sevilla hoy iría a la presentación del libro, no me lo perdería, es a las 7.30. Un abrazo al autor y en fin, nos hemos ganado hoy la mano de la susodicha, Cotta, espero.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Mucho de todo


Fui el sábado a la exposición de Rodchenko, el fotógrafo de la revolución rusa , en la Fundación Canal, al lado de Plaza de Castilla en Madrid. Me impresionó su modernidad, esas fotos de arriba abajo y de abajo arriba, en diagonal también, las nadadoras tan atléticas, los niños  en esos grupos sin padre ni madre al lado, los objetos y las máquinas, los paisajes urbanos tan desolados. De lo mejor que recuerdo, la foto de su madre leyendo a los 50 años, edad a la que aprendió a hacerlo. Pero lo que más me gustó casi fue una chica que no superaba los 27 años que estaba haciendo una visita guiada para familias con niños menores de doce años. Estuve a punto de pedirle que me dejara participar en el taller, me daban envidia los chavales haciendo un fotomontaje al final y aprendiendo tanto. "¿Puedo yo también?" Me paró mi amigo, no me dejo sumarme. 


Salimos y comentamos la gran variedad de todo que hay hoy, de lo bueno, muchísimo, de lo malo, también. Para niños hay en la actualidad 300 cosas con las que hace 30 o 40 años no contábamos. No digo que todas sean buenas o interesantes, pero creo que los niños hoy, como también los adultos, tenemos a nuestro alcance muchas posibilidades de aprender, de disfrutar, de acceder a cosas que antes, para nuestros padres y abuelos, eran mucho más complicadas o a las que podían llegar muchas menos personas, me parece. 

El problema es que hay tanto bueno como malo y no sólo malo, perverso. De todo hay mucho hoy, de malo y de bueno.

Al final tenemos unos instrumentos técnicos de gran calidad, por ejemplo, la televisión, ¿para ver al final a Belén Esteban, Maria Teresa Campos o un horror de telenovela? El mismo instrumento, la misma herramienta, te hace conocer cocina mexicana, una gozada, o un documental interesantísimo sobre los cátaros. En internet igual: puedes entrar en el British Museum y ver cada objeto con su historia o bajarte pornografía o el horóscopo de la semana. No será por falta de posibilidades.

Cuando dicen que la cultura es cara creo que no es cierto. Hay más bibliotecas que nunca, por lo menos en Madrid acceder a ellas no es complicado, pongo por caso. Pero hay también exposiciones estupendas, museos al alcance de cualquiera, días del espectador, descuentos. Honradamente no creo que sea siempre cuestión de precio. Los teatros en Madrid están lleno de viudas y mujeres de asociaciones vecinales que los llenan muchos días. Gracias a esas mujeres el teatro se mantiene en esta ciudad. Otra cosa es que se tenga tiempo más que dinero, todo necesita su tiempo... y no perderlo con otras cosas. A veces ni siquiera tienes tiempo libre entre unas cosas y otras.

En naturaleza igual, el otro día me comentaron unos amigos lo que hicieron el día de las aves, el 4 de octubre, con sus hijos: una ruta identificando pájaros y pasándoselo fenomenal. Hace un año fuimos a montar en burro en la sierra de Madrid y nos sentimos como pioneros en Alaska, niños y adultos.

No sé, el tema es poder y saber elegir, hacerlo bien dentro de la gran oferta actual.. También es posible que sea conocer lo que hay, que hay mucho de bueno. Y el fundamental: no perder el tiempo con lo que no vale la pena, que es también mucho, demasiado a veces y  muy voceado. 

Los primeros lunes de mes quedo con un profesor que me corrige los textos que le he ido mandando. Me ha aconsejado que para escribir mejor lea de dos modos, uno, buscando las costuras de la  buena literatura, la puntada, el hilo, el corte, el frunce o el dobladillo del buen artesano (¿cómo hace este autor esto?, ¿cómo se consigue la intriga, el misterio?, ¿por qué esta trama funciona o este personaje?); otro, disfrutando. Le había comentado que si buscaba la puntada no disfrutaba nada. Le hice caso y le conté que algunos autores contemporáneos que me gustaban me han dejado de gustar o no me gustan ya tanto. Veo que son a menudo elementales, previsibles, dos por dos. Me contestó muy serio (él es serio, pero no grave): "Claro, por eso no puedes perder el tiempo, tienes que leer más y sólo de lo bueno, de igual modo que no ves una telenovela en la tele, no te puedes poner a leer determinados libros solo por curiosidad".

En ello estamos, a ver si no pierdo el tiempo con novelas infumables ni caigo en ellas. Lo malo es que para dormir leo a Rosamunda Pilcher, no sé si contárselo. Necesito a veces entretener la mirada, la cabeza o el corazón, luego sigo con lo serio, vida y literatura, pero de vez en cuando necesito un descanso, cierta dispersión o relajo. 

martes, 24 de noviembre de 2009

God save the goat


Estuve en Málaga el martes pasado. Me quedé en casa de unos amigos en mitad del campo. Son profesores y tienen 4 hijos, dos de ellos mellizos, niño y niña, de 4 años, el mayor de 11 años, la siguiente, pizpireta, de 9, además una abuela santa (ejem) y una perra que está loca. En el último mes han incorporado una cabritilla, les vino casi dado. El cuadro es de comedia británica pasada por el sol, algo de “Entre limones”, el relato del batería de Génesis instalado en las Alpujarras, con ciertos toques de Durrell de “Mi familia y otros animales”, y la elegancia de fondo de Nancy Mitford de “Amor en clima frío”. Aquí de amor mucho y con más luz,  muy acogedor. Vamos, al final el panorama  es español y muy andaluz, con su alegría y gracia, todo atravesado en cristiano.

Creo que estoy acostumbrada a convivir con niños y padres aunque sea por temporadas cortas, pero el modelo de madre que no grita un día de diario me era desconocido. Las madres gritan por las mañanas, ¿no?, unas más y otras menos. En este caso ambos, padre y madre, son dos balsas de aceite: 6.45 a.m., 4 niños, desayuno, salir para el cole, pero ellos calmados, a lo que hay que estar sin una voz más alta que otra, ¡sonriendo! Y más, estamos por la tarde en casa y llega la hora de baños infantiles  y de cenar. Pienso ingenuamente “pues ahora tomaremos algo sencillito porque hay ya mucha faena”. Pero dice Mirna “Voy a hacer pasta”. Y se pone a hacerla tan contenta, pero de  la fresca, y luego el pan, también  hecho en casa. El rey iba cociendo la lasagna, bañaron a los chavales,  cenamos con tranquilidad. Todavía estoy con la boca abierta, vaya logística que despliegan, ni la sexta flota,  pero ellos de incógnito. 

Hice una reverencia a la abuela al llegar, de rodillas le ofrecí un perfume como si fuera el niño Jesús y yo un rey mago. Cede su cama cada vez que voy y hay que hacerle la pelota. Pero no hubo manera, es insobornable. Me dice con retintín que le estoy cogiendo mucha afición a la casa de campo. Debe de temer que vaya a ser como Serafín Latón, el que se queda en Moulinsart y Haddock no se lo puede quitar ni con agua caliente. Maldición, al senado no hay quien le engañe.

Di el biberón a la cabra que no tenía más de 15 días, una monada, nada que ver con las adultas  que se gastan una mala leche de espanto, nos las deberíamos comer a todas antes. Bueno, no, a esta Beni (Bienvenida), que así se llama, la van a indultar, quizás siga siendo buena. Aunque luego apareció un hermano del rey que dice que si hay que liquidarla él mismo se encarga. Era simpático y original el verdugo potencial. Tuve que sacar mi cuaderno para tomar nota de su hablar, ahora sé hasta malacitano. También estuvo más gente por la casa, y eso que está alejada: una chica preciosa, una madre de parar la circulación y un padre que tenía pinta de hacer lo que hacen los hombres buenos que conozco: lo que pueden.

Los hombres buenos creo que son los que hacen lo que buenamente pueden. Y suele ser bastante, aunque a veces en algunas casas, no en ésta, aclaro, les dicen que no es lo suficiente, pasa.

El último día nos fuimos a cenar fuera Mirna, el rey y yo. Se nos acercó un negro muy negro, musulmán era, vendiendo relojes, y nos contó que tenía una hija de 14 años que había dejado en su país. Acabé explicándole yo, porque me lo preguntó, mi vida sentimental. El alcohol es que es muy malo, hablas más, te ríes, lloras, cantas o te duermes sin remedio. Luego nos intercambiamos mutuas intenciones de oraciones por  propios y ajenos, nada de alianza de civilizaciones, más bien acogimiento de corazón y alma que es más español y humano. Mirna y yo luego llorábamos y el pobre rey ahí en medio debía de preguntarse qué había hecho él para estar entre aquellas dos lelas con lágrimas y posiblemente una copa o dos de más. El negro también se marchó emocionado diciendo que a ver si nos encontrábamos de nuevo, angelito (negro), santo varón, santo, que diría Tip, q.e.p.d.

En fin, que todo fue un poco surrealista, empezando por la cabra que han adoptado. “God save the goat," “Long life to the goat”, lo que sea, pero, por favor, que la salven. Pues eso, me lo he pasado genial, odio los hoteles cuando voy de trabajo y se lo agradezco mucho. Me hacen mucha gracia porque la tienen a raudales.

PS: La canción de Calamaro es muy poética, lo de duermen los niños y tal... pero lo cierto es que los niños pequeños a veces no duermen  ni dejan dormir a sus papás, que con santa paciencia no cantan lo de Calamaro sino que se aguantan y al día siguiente son capaces de ir a trabajar. Unos fenómenos, oiga Vd. 

lunes, 23 de noviembre de 2009

El senado que beba y coma lo que quiera


"¿Cómo va el senado?" "El senado bien, ya sabes, sigue adelante con sus achaques..."

En mi familia el senado son los ancianos porque "los mayores" somos ya esta segunda generación que vamos en camino de ser la primera, algo que no me gusta nada.

El caso es que nuestro senado tiene dignos representantes porque aunque hayamos perdido a mi padre y a varios tíos, tenemos octogenarios, madre, tías, tíos, amigos también de unos y otros. Hay que cuidarles, digo yo, al menos por todo lo que nos han aguantado, que no es moco de pavo: pañales, bibes, ecuaciones de segundo grado, adolescencias de esas de meternos a todos en un armario, y tirar la llave, estudios, primeros trabajos, silencios de hijos que ellos tanto han respetado, cambios de humor, de estado civil, lecciones que hasta llegamos a darles. Somos a veces de traca con las mejores intenciones y cuando somos buenos, peor cuando somos malos, que podemos serlo. Los hijos somos un rollo a menudo y no vemos más allá de nuestras cortas o largas narices.

Hoy me tocó senado porque llevé a mi madre y a su hermana a ver a una pareja de amigos, los C. Ambos viven en una residencia de esas que tienen en vez de habitaciones pequeños apartamentos y luego llos servicios de lavandería, comedor, cafetería y capilla en común.

"¿Qué van a tomar los señores?" No doy crédito, una camarera que habla de Vd., que sonríe, que es amable ... Ay, yo quiero que me traten así cuando sea (más) mayor, me gusta esta residencia...

Mi madre pide un Martini tan contenta, mi tía, más moderada, un vino tinto, A. un jerez y G. un gin tonic al que me apunto también. Luego mi tía, que es buena, dice "quizá tu madre no debería tomarse un vermut". Me río y me acuerdo de un primo mío, de más familia, somos todos partidarios de que llegados los 80 años (incluso bastante antes) hagas lo que te salga de un pie siempre que no suponga peligro público o daño inmediato.

Tengo prohibido a mi madre que se suba a las escaleras de mano a cambiar bombillas o poner mantas en un altillo, también bañarse con el pestillo echado. Me obedece pero poco y cualquier día tenemos un disgusto. En cambio la bebida me parece una tontería desde hace dos años, cuando me entró un ataque de sentido común y realidad. Pues sí, mientras no se líe un porro delante de los nietos -que no va a suceder porque mi madre no ha fumado nada en su vida- creo yo que llegada cierta edad es para fumarse lo que quisiera, beber lo que le apetezca y de cualquier graduación y ponerse doble ración de mousse de chocolate, fabada o cochinillo si fuera su deseo. Y que la medicación que lleven ya puede decir misa en el prospecto que me es igual: mírales qué guapos y cómo siguen aquí mezclando alguna pastillica y sus 2 copas diarias, ¿qué va a pasar, por Dios? Nada, y si pasa, pues que pase.

He tirado la toalla de la dieta y la bebida, no por nada, creo que llegar a los 80 merece vivir lo que Dios quiera con calidad de vida. Es decir, sin amargarse y disfrutando. Para pensar en el colesterol ya estamos yo y mi cuerpo y los de otros cuarentañeros que nos cuidamos, el de mi madre y sus coetáneos no han dado ningún mal resultado: no se ponen enfermos casi nunca, tienen sus lógicos achaques, faltaría más, pero por Dios, que gocen lo que tienen y la comida y la bebida no van a ser un campo de batalla.

Lo importante: no darles disgustos y todas las alegrías posibles, aunque a veces discutamos, ay, Dios. Una madre que no discute con una hija es algo raro o viceversa, me parece. La discusión también mantiene vivos ¿no? Voy a proponer un estudio al respecto a cualquier universidad americana, lo necesito.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Aquellos internados, Guillermo y los proscritos


Muchas niñas de mi generación, las que lo éramos en los años 60 y 70, adorábamos a Enid Blyton tanto en la colección de Los Cinco o la de Los Siete Secretos como en la de los internados, Torres de Malory o Santa Clara.

Aunque todo ello nos quedaba lejos (¿qué era eso del jengibre?, ¿y el cobertizo? muchos nombres extraños...) lo cierto es que devorábamos los libros hasta los doce años, más o menos. Luego ya pasábamos a palabras mayores u otras palabras.

Supongo que hay algo en los libros de Enid que atrapaba. Lo de resolver misterios era estupendo, y también lo de tener los padres un  poco lejos, incluso aunque les necesitaras mucho. Se sentía como una secreta esperanza y, a la vez, temida, algo extraño: os quiero, pero ¿cómo sería mi vida de niña independiente y sin vosotros tan cerca? Eso era un internado, algo terrible que no querrías pensar ni en broma, que te horrorizaba, y a la vez algo que te atraía como un imán. Como trabajar en un circo o que te raptaran los gitanos. Coexistía el miedo con la fascinación en el fondo del corazón de liarse la manta a la cabeza e irse a ver mundo con unos o con otros para volver después y contar lo que habías visto y vivido. 

Luego estaban los libros de Guillermo que mi padre nos los tenía algo racionados. Pensaba que Guillermo nos daba ideas ... malas, medio en serio medio en broma ... "Ya está bien de Guillermo, ahora otro..."

Y era verdad. Guillermo sí era demoledor. Richmal Crompton no era una solterona inglesa tímida, sobre ella y otras leí el año pasado Ellas solas, que me apasionó (justo lo contrario a ese otro "Solas" totalmente infumable de Carmen Alborch, un verdadero horror de libro y "tesis", un espanto.)

Richmal fue de esa generación de mujeres que se quedaron solas al morir sus coetaneos en la primera guerra mundial y que tantas cosas hicieron, vidas siempre interesantes y llenas, productivas, para otras el victimismo y la queja, la autocompasión que no lleva a ninguna parte.

Tenía la Señorita Crompton mucha gracia y pintó un personaje tronchante que se reía de su hermana eternamente en babia y de su hermano, un pollo bien inglés y, de paso, del resto de ese pequeño mundo burgués británico donde lo único de valor que se podía ser era eso: proscrito. Guillermo y los proscritos.

Ser proscrito era algo así como ser gamberro, que era lo que mi hermano pequeño quería ser de mayor, ser gamberro para mearse en los coches. Eso es lo que hacían los gamberros en los años 60, algo que atraía mucho a un niño de cuatro o cinco años. Bueno realmente quería dos cosas Paco, ser gamberro y  también feliz, así lo decía cuando le preguntaban qué quería ser de mayor.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Los chinos, una vuelta por Asia y algo de Centroeuropa


Otra cosa que leíamos mucho allá por los años 70 era Pearl S. Buck, sin parar. Nos impresionaban mucho las costumbres chinas y entre ellas la de la dominación masculina. Nos parecía muy raro e interesante todo: los pies chiquitos por la costumbre brutal de vendárselos, las  vidas tan duras de todos y aquellas mujeres sin decir esta boca es mía, tan calladas.

Luego también se puso muy de moda el Tibet y eso del tercer ojo. Me acuerdo de los libros de Editorial Áncora y Delfín, ¿o era Destino?, no sé, la misma que Delibes, leíamos mis primas y yo a Lobsang Rampa creo recordar. Más de una noche tumbadas en nuestras camitas intentamos una prima mía y yo lo del viaje astral concentrándonos muchísimo en ello. Nunca llegamos muy lejos porque nos entraba o la risa o el miedo, así que volvíamos al cuerpo propio si es que alguna vez estuvimos fuera de él.

No había muerto Franco todavía, mi abuelo materno tampoco, recuerdo que la palabra "liberal" era terrible en algunos ambientes, como alguien de quien no fiarse jamás. Yo pensé toda mi infancia que un liberal era alguien divertido pero habitualmente un frescales y políticamente un crítico, un opositor del franquismo pero sin el pelo largo o la zamarra de combate de otros, con un estilo como más de señorito. Un pariente mío tuvo una discusión considerable con su padre al que adoraba por Ortega y Gasset que ya  son ganas, digo yo, de discutir. Claro que en la familia éstas nunca han faltado y además creo que se acaba discutiendo más con quienes estás más de acuerdo y por auténticas nimiedades, cuestiones de matiz o de unos grados para acá o para allá, no muchos, de punto de vista.  Sólo cuando no hay nada que decirse, cuando se está muy lejos, no se abre uno al debate siquiera y se hace un silencio mucho más triste y preocupante que una buena discusión por muy acalorada que sea ésta, algo que entre españoles es bastante habitual y entre personas de confianza todavía más.

Más tarde vino "Esta noche la libertad" de Dominique Lapierre y Larry Collins, a mi padre le gustaba mucho, le entretenía. Más lecturas, más. Antes del Acantilado, pero mucho antes, Zweig era un autor muy recomendado en mi familia. Primero eran algunas biografías suyas, y luego dos libros que vuelvo a releer de vez en cuando por eso que la buena literatura y el romanticismo no están reñidos, "24 horas en la vida de una mujer", "Carta de una desconocida".  Por cierto, ambos muy breves, lo que demuestra también que escribir corto y bien es posible, ay. Mi padre y mi tío eran, son -siempre presente mi padre-, dos apasionados de Zweig y nos lo transmitieron.

También Herman Hesse y aquel "El lobo estepario" que se leía tanto o  "Siddartha". Me acuerdo de una compañera de colegio con él a cuestas, María Galera, nos parecía muy moderno lo oriental. Como en todo había modas, algunas vuelven, otras se fueron, y luego queda lo que queda de todo, a veces muy poco. 

Me acuerdo mucho de la polémica de "Tiempo de silencio", nada que ver pero...  ¿lo podíamos o leer o no en Cou? Contaba un aborto, no recuerdo bien si lo llegué a leer, supongo que sí pero después, más mayor. 

Leonard Cohen al fondo, también teníamos otros muchos de más lucecitas, menos intelectuales que Cohen que siempre fue para minorías, por ejemplo Neil Diamond y Juan Salvador Gaviota que arrasaba y nos encantaba, y otras muchas canciones suyas. Abajo una muestra...

martes, 17 de noviembre de 2009

De la muerte a los arrebatos de Haddock (y 2)


Se moría tu abuelo e ibas a ver su cadáver, se velaba en casa a los difuntos, tu madre se ponía luto unos meses. También no hacían más que nacer niños en algunas familias. Era así todo más muerte y más vida, más de muchas cosas importantes pese a que teníamos mucho menos de lo material. Y todo ello estaba más integrado, menos en compartimentos, y a la vez todo más subterráneo también. Mucho se llevaba por dentro y quizás menos por fuera, para mal a veces, para bien otras creo. Quizás  todo esto es un vago recuerdo que yo tengo, una interpretación personal, pudiera ser.


Leer y sumergirnos en otras vidas, a veces con desgracias, humedades y tristezas varias, mientras las nuestras o las de nuestras familias pasaban a nuestro lado discretamente a menudo, era el modo en que aprendíamos a pasar a la edad adulta. Por eso algunos padres y  profesores nos animaban tanto a leer. Era un modo también de hacernos mayores, de madurar sin escondernos, de aprender a dar la cara donde hay que darla primero y antes: por dentro, ante uno mismo. La lectura no sustituía a la vida, era parte fundamental de vivir y aprender a hacerlo de la mano de una comunidad de gente que jamás conoceríamos, todos esos personajes de los libros que leíamos.

En mi familia para equilibrar esa sombra del ciprés tan alargada -junto con el estilo remordimiento castellano de los muebles de casa de mi abuela en Valladolid, algo que marca-, contamos con la inestimable ayuda de Tintín, esos tomos de lomo entelado de Editorial Juventud. Con el rubio reportero y, sobre todo con Haddock, se superaban tristezas producto más de la lectura que vitales. A los 15 años puedes ser incombustible: se sufre pero se remonta mejor, creo. También vencí varias tandas de anginas y gripes que te dejaban ligeramente baja. Mejor que la Bristaciclina era Hergé. 

"Tonneliere de Brest" es una de las chocantes expresiones de Haddock en sus arrebatos. Le llaman a casa preguntando por la carnicería Sanzot, le inventan un affaire con la Castafiore,  antes le tenía ese malvado de Alan metido en el barco preso y alcoholizado. Cuando le cae la fortuna aquella  acoge a todo quisque en Moulinsart:  a Tornasol que está para que lo encierren, a Serafín Latón, bueno pero pelmazo que le quiere vender siempre un seguro, etc. Haddock era un tipo excelente al que había que comprender. Con  él te morías de risa cada vez que decía especie de ballibouzu, beduino y otros adjetivos y epítetos memorables. Me hacía, me hace, muchísima gracia. 

Disfruté con el más mínimo de los personajes de Tintín, sabios o científicos,  marineros y soldados, los indios de todo tipo, esos moros. Son preciosos los dibujos de coches, cohetes, casas, automóviles, uniformes, paisajes, tan cuidado cada pequeño detalle, tan documentado, que da gloria. Los incas, el yeti, el vuelo 747 para Sydney tan inquietante, los cigarros del faraón, esa China del loto azul, las latas de cangrejo que ocultaban droga. Imborrable todo de nuevo. 

A mi Tintín me ha hecho muy feliz y todavía me lo hace. ¿Tristeza? ¿Melancolía? ¿Cansancio? Te coges un Tintín y algo se va. Sale  barato, como pasaba en la juventud y en la infancia. Leer no cura nada serio ,pero te pone a menudo en otras vidas que no son la tuya. Por eso funciona tan bien: sales de ti y a la vez no te escapas de ti, corazón, cabeza y alma al leer, la soledad de frente y al lado siempre. Creo que por eso puede costar a veces leer,  estás solo con el texto, tú y lo que tienes dentro, y el texto con todo  lo que  éste tenga y que cambia a menudo. Lo que lees no dice siempre lo mismo, o quizás no eres tú el mismo. No hay más que tú y el texto, y eso da miedo a veces.

lunes, 16 de noviembre de 2009

De la muerte a los arrebatos de Haddock (1)


Entre las primeras novelas españolas que se leían  en la adolescencia, entre BUP y COU, estaban las de Delibes. Recuerdo "El Camino", "El príncipe destronado", "Cinco horas con Mario", también muchos más después. 

A mí me encanta Delibes,  no recuerdo haber leído nunca nada suyo que no me gustara. Tengo que reconocer sin embargo que me dejó fuera de combate por una temporada "La sombra del ciprés es alargada", un libro muy bueno pero tristísmo, el primero que leí suyo. Se mueren todos, hasta el apuntador, que decíamos en mi casa. Me gusta el sol, la luz y, aunque creo que lo de la trascendencia y la muerte conviene tenerlo presente, reírse un poco en el mientras tanto es muy agradable. Así que aquel ciprés me pareció muy bueno pero me dejó un tanto fastidiada. Es lo que tiene meterse en lo que lees, se pasa bien y se pasa mal, el cine me deja menos huella, no sé por qué.

El mismo año  de "La sombra..." leí  también "Nada", de Carmen Laforet, otra excelente novela pero de una tristeza más húmeda todavía que te rodea hasta tragarte. Haciendo bien cuentas creo que en mi adolescencia avanzada leí varios libros de gente que no hacía más que morirse o que le pasaban muchas desgracias. Luego naturalmente cayó la trilogía de Gironella "Los cipreses creen en Dios", "Un millón de muertos" y "No fue posible la paz", y más tarde Cela con  "La Colmena ", que teníamos que leer en el  bachillerato o en COU, creo recordar, todavía más penas y estrecheces.

Cuando eres joven, todavía adolescente, llegas a leer mucho más en dos momentos clave: en las gripes o anginas y en el verano que es larguísimo. Yo por lo menos leía así, a grandes atracones en dichos periodos. Luego en la universidad era distinto, había más tiempo para todo, salvo que cursaras esas licenciaturas que tenían a algunos amigos casi secuestrados. Días de lectura sin parar en el verano y en esos otros de fiebre mecidos por la lectura en la cama. No importaban unas décimassiempre que fueran las suficientes para no tener que ir al colegio y poder leer en la cama, un gran placer. 

Además de en la literatura tengo la sensación de que antes en la vida se nos morían las personas más cerca. Con la edad lo lógico sería que vivieras la muerte de modo más próximo a los cuarenta y tantos años que en tu infancia o en la adolescencia. Sin embargo mi percepción es distinta. De niña, en los años 60 y  principios de los 70, en algunas familias se hablaba de la muerte con naturalidad, se tenía mucho más presente, leyendo desde luego, pero viviendo también. Muerte-muerte, no la de unos sujetos irreales que matas en la play o mueren electrónicamente, o esos muertos de cine catastrófico o gore, es decir, nuestra muerte, la de nuestros familiares y personas queridas, siempre ahí, con nosotros estaba.

PS: Mientras mis hermanos oían Genésis en esa época, yo era más de Chicago. Y de peores: arrasaban Cocciante y Baglioni entre los  italianos de la época.  Me he autocensurado una barbaridad arriba, me daba reparo. Pero  ¡qué caramba!, fuera la autocensura, que ya hay mucha muerte en esta entrada, a reírse un poco en el mientras tanto.  Con Vdes. "Sábado por la tarde", anda que no se bailó esto poco... en fin. 


sábado, 14 de noviembre de 2009

Miguel queda ciego (Abre bien los ojos, ábrelos)


Recuerdo aquella colección de libros infantiles que tenían el texto a la izquierda y luego en la hoja derecha iban las ilustraciones casi como un comic. Gracias a Jesus Dorda puedo explicar más: en el canto de los volúmenes aparecían las caras de los personajes. Ahí leí Miguel Strogoff del que me enamoré perdidamente. Miguel Strogoff era el correo del zar. Quería mucho a su madre y  le habían encomendado una misión importantísima: llegar a una ciudad, ya no me acuerdo del nombre. El caso es que le atrapaban los tártaros que eran los malos. De la escena siguiente es de la que me acuerdo más.

Tú estabas ahí, en mitad del campamento tártaro, con los periodistas corresponsales, un inglés y un francés me parece, la hoguera, las bailarinas, las gitanas, con todos, mirando al pobre Miguel preso. A saber lo que iban a hacer con él esos bárbaros.

"Abre bien los ojos, ábrelos"... La frase se repetía. Querían que mirara bien sus verdugos, no sabías por qué. Todavía resuena en mi cabeza. "Abre bien los ojos, ábrelos"... Algo terrible iba a ocurrirle, ese empeño en que mirara. Por lo visto era costumbre tártara  pasar una espada al rojo vivo por los ojos del enemigo para dejarle ciego. Miguel, que era muy buen chico, mira por última vez a su madre a punto de estallarle el llanto mientras le pasan el filo ese ardiendo. Huy qué daño, casi llorabas tú de dolor. Y zas, se quedaba ciego. Ciego. ¿Ciego? ¡Ciego! ¡Ciego!

Entonces, como en la película "La princesa prometida",  parabas  la lectura."Un momentito, un momentito, por favor, ejem. Esto no puede ser, seguro que he leído mal, volvamos otra vez hacia atrás..."

Pero sí, ay, Dios, que sí: se había quedado ciego, habías leído perfectamente. Y sufrías una barbaridad por el pobre Miguel. Estabas ya totalmente colada por él, vamos, hasta las trancas. No había remedio posible a esa devoción, sólo seguir adelante, entregada a él, a la lectura. Era una mezcla apasionante entre la ficción del relato y la realidad de tu amor de niña, o al revés, daba igual. 


Había que cumplir la misión aquella, era su deber. Por eso también te quedabas al lado de Miguel palabra tras palabra. Seguías leyendo atrapada en el sillón o con la literna en la cama. Ahí ibas a estar fiel al  texto acompañándole. Bueno, realmente era Nadia quien le acompañaba y guiaba, esa chica rubia con la que se había encontrado y a la que llamaba "hermana" aunque no lo era. Tú no eras rubia ni delicada. Tampoco viajabas con tu padre como Nadia. Además eras menor de edad  y española. Pero daba lo mismo, estabas con él, aunque no te vieran, devorando las páginas, siempre leal. Desde luego no le ibas a fallar a Miguel, eso jamás.

El lector, la lectora especialmente -no sé lo que sentían los chicos al leer aquello-, sorteaba como Nadia al lado de correo del zar mil peligros y aventuras de todo tipo. Pasabas el frío que hiciera falta, lo que fuera. Por Miguel al fin del mundo. Miguel y tú. Tú y Miguel. Avanzabas en la lectura, devorabas las páginas y al final....

¡Miguel no estaba ciego! 

Nos había engañado a todos. Sus lágrimas, al mirar por última vez a su madre en el campamento tártaro,s e habían concentrado dentro de sus ojos y, con el calor  del filo al rojo, se evaporaron  impidiendo  que se quedara ciego.

¿Qué pasa, que es increíble? Que nadie se ría, por favor, a mí no me lo parecía. Milagroso sí, pero Miguel Strogoff se merecía eso y más. A los héroes les pasaban esas cosas: había que ser así, heroico, que es como  le caían a uno hasta milagros. Pero si ponías algo tú de tu parte, había que poner todo lo que podías. Y luego listo, porque los héroes no son sólo valientes, tenían que ser  también inteligentes, astutos.Y Miguel lo era y nos había hecho creer a todos -hasta a la propia Nadia- que se había quedado ciego. Por eso pudo cumplir su misión: engañando hasta a su amada para protegerla a ella también.

Miguel Strogoff...  me lo sabía de memoria de tanto como lo leía ¡y ahora se me ha olvidado hasta la ciudad donde iba!

"Abre bien los ojos, ábrelos". Cegueras y engaños que protegen a uno y a los demás, el valor, el sentido del deber, el frío y las gitanas aquellas, imborrable todo. Los nombres son lo de menos, creo, esos se acaban olvidando, salvo Miguel y Nadia.

"Abre bien los ojos, ábrelos". Y, por eso, cerrarlos, hacer que no ves, que no has visto. A veces es lo mejor, que te crean ciego todos para que algunos se puedan salvar de los tártaros, Nadia y tú también.