A los niños pequeños de mi familia se les calma con un currusco de pan cuando les están saliendo los dientes. Así se consuelan del dolor, lo anestesian. Roen incansables hasta que desintegran con babas e insistencia el pan. Hasta el más duro acaba siendo migas empapadas que suelen caer al suelo, tragan pocas, tal ansiedad tienen.
El hambre hace crujir las tripas. El sábado pasado lo noté de nuevo en el curso que hice. La sala estaba en silencio y mi compañero de al lado pidió que le dieran de comer sin palabras. Se le oía perfectamente.
Luego Eduardo el domingo me dijo lo siguiente “A ciertas edades no hay que pedir ya, estamos para dar lo que otros vayan queriendo”. Parecía él bien servido, contento y en paz. Cuando al final del curso se despidió, como siempre se hace en estos seminarios, con la frase "estoy completo" sonaba auténtico.
PS: Gracias a Eric y Anne Marie, co-lideres en el curso de Process de Coaching del pasado fin de semana, a Eduardo y Maria de Mar, ayudantes, Marta, traductora, y a todos los compañeros.
Pide agua mi sobrino. Los armarios de los vasos están altos. La jarra en la nevera pesa demasiado para él, no puede con ella. Bebe Javier y me mira por el rabillo del ojo mientras le observo, nos reímos los dos y casi se atraganta.
Olimpia también bebe constantemente. A veces viene y me pone la pata encima de la pierna, se le ha acabado el agua y la reclama. Es curioso ver beber a un animal, la lengua trabaja para hacer subir el liquido haciendo entre cuchara e impulso. Lo vi una vez a cámara lenta y era impresionante.
Me encanta el gesto humano de hacer cuenco con las manos para coger el agua cuando estás en el campo y no hay vaso. O beber del caño directamente, poniéndote de lado, siempre acabas mojándote. Otras veces metes la cabeza entera debajo si hace calor, da mucho gusto.
Los ancianos, como los bebés, no piden agua, pero la necesitan. Hay que estar al tanto, se deshidratan con facilidad. Los primeros muchas veces no sienten ni siquiera la sed. Por lo visto es algo normal con la edad, la sensación de sed se pierde a menudo. Según me dicen, van al hospital a veces y lo que les pasa, entre otros males, es que están deshidratados muchos de ellos, se han olvidado de beber. Veo en el parque a niños de los que no hablan todavía y sus madres o quienes les cuidan llevan un biberón con agua.
“Qué buena está el agua” decía mi abuelo Felix, “no hay nada mejor”. La agradecía siempre. La sorbía poco a poco, paladeándola, como si fuera un tesoro. Luego seguía leyendo el ABC, página a página, hasta que lo acababa. A veces añadía "Ni Onassis vive así de bien, vamos, ni Onassis con Jaqueline...".
Me acogen los Toi en su casa y me tienen dos días a cuerpo de reina; finos, sonrientes y espléndidos hasta la prodigalidad, como son ellos. Me traen y me llevan, doy la vara como siempre. J. comparte su cuarto generosamente conmigo. El jueves es estupendo con un amigo y sus hijos tras una entrevista de trabajo. El viernes tengo despertar católico, o sea, cuando Dios quiere. La casa de Marga y de Toi es como un vodevil donde entra gente por una puerta y sale por otra, dice uno una cosa, luego otro otra, es divertido. Me pregunto cuándo saldrá la chica ligera de ropa de un armario cualquiera. Comemos en el jardín, hace buen tiempo, aperitivo amplio primero, se está en la gloria. Marga de repente dice “mira, jazmín”, y coge una flor blanca, al parecer la primera. Huele suave y delicado, me encanta, me la guardo, no quiero que se pierda. Luego nos enseñan L. y J. buenas letras de rap, música que yo odiaba cordialmente. Reconozco mi equivocación. En todas partes hay cosas buenas. A veces solo hay que escuchar, poner la oreja. Y que alguien te enseñe, muchísimas gracias. Me baja Toi a Sevilla, le hago un pie agua, en fin.
Por la tarde de Sevilla a Málaga en coche, con R. conduciendo, una pelirroja en la carretera (sin querer me acuerdo de Thelma y Louise, pero no sé quién es Susan Sarandon y quién Geena Davies), en dos horas hablamos de todo prácticamente. “¿Qué es la eternidad? Dos mujeres hablando … o despidiéndose”. Una niña se duerme, claro, somos para dormir a cualquiera, la otra no despega la oreja de lo que contamos. Concluimos que lo único que importa es el amor y que Dios tiene un plan para cada uno, aunque no nos lo cuente, y no hay que preocuparse en exceso, la niña está de acuerdo. Cenamos pescado buenísimo, estamos agotadas, dormimos como piedras tras cantar “los tres cerditos ya están en la cama”. Les ha encantado, es una canción que siempre tiene éxito entre el público infantil. Vamos a la comunión el sábado, lloramos a su tiempo, saco dinero (me acuerdo, ay, del número, que había olvidado de repente, demasiadas contraseñas), nos tomamos un café y nos vamos a la casa de campo, fiesta, fiesta, fiesta, fiesta.
Castillo hinchable, un gran invento, los niños –muchos, ni los cuento- ahí están todo el tiempo. Santiago con cara de bueno, pero no es la comunión, es que es así. Su madre, de verde, muy guapa, otras nos cambiamos, bendito sea el vaquero. Mesas, bancos que ha hecho esa mezcla que es D. de legionario y San José carpintero . Toldos y viento. Me siento con una de las abuelas con la que soy muy zalamera porque le quito su cuarto cuando vengo. Trabajan varios hombres preparando todo fuera, dirige el servidor de los servidores, G., comida para un regimiento. Se me ocurre pedir un platito para las cáscaras de los langostinos. Bueno, no se me ocurre a mí, es la abuela que me dice que lo pida y yo, sumisa como soy siempre, obedezco. Todo perfecto, una semana currando y solo a una que viene de Madrid se le ocurre pedir un platito, un puñetero platito para las cáscaras. Me coge manía G. y yo lo entiendo. “Todo el mundo en Málaga sabe que a mi madre no se le hace caso jamás”.
Conozco al resto de los C., la familia al completo, voy a pedir que me adopten inmediatamente, entre todos seguro que pueden. JC no tendrá problemas jamás con su ego, su hermano mayor, aunque ganase el Príncipe de Asturias o el Cervantes, se seguiría metiendo con él, es una suerte. Lo pasamos en grande, gracia malagueña, planteamos dudas teologales de no te menees al cura que no ha hecho nada para merecer esto, acaba por irse, claro. Algunos somos de la idea que resucitamos con el cuerpo nuestro pero en plan esplendor en la hierba, o sea, en nuestro mejor estado (si alguna vez lo tuvimos, yo ya ni me acuerdo), uno mismo, pero en plan impresionante, el cura no parece estar muy de acuerdo. Hablamos luego de pilates varias mujeres y una recién parida (hace dos semanas) dice que le gustaría probarlo, luego se sube al castillo hinchable y hace piruetas. Honradamente creo que el pilates le sobraría, no doy crédito, del Circo del Sol prácticamente. Luego, entrada ya la noche, empieza a hacer frío, nos traen mantas, nos arrebujamos en ellas, alguien me pone un ron, está muy bueno. Muy bueno. Insisto: muy rico estaba.
Buenos amigos muy buenos. La risa de Dios en Marga, en la familia de Toi y en la de los C.
Esperanza, mucha esperanza. Por favor, hagamos tres tiendas.
(De la cena del club de los poetas vivos -nada de muertos- del pasado miércoles 12 haré referencia a mi manera otro día, ahora me muero de sueño).
Calculé qué dinero iba a necesitar para el viaje, comer, transportes, alguna invitación y, como siempre hago, multipliqué por dos. La experiencia de viajera me dice que hay que moverse con la mitad de cosas pero con el doble de dinero, así es la vida.
Y con el doble de otras muchas cosas, de casi todo también el doble.
Espacio. Siempre el doble.
Notas la estrechez de lugares, el límite de las paredes, techos bajos, te ahogas. Casa grande o, si no se tiene, pocos muebles, poco de todo. Hacer más espacio teniendo menos cosas.
Por dentro igual. Todo lo que está atestado, como un armario lleno de ropa al abrirlo, se te echa encima. No hay que tener fondo de armario, sino ver el fondo del armario, del almario también.
Como las dimensiones son las que son, lo de dentro es lo que se puede reducir, sacar, tirar o incluso, ay, ordenar para hacer espacio, más, el doble. Así se ve mejor y al abrirse no se asusta ni se abruma.
Distancia. También siempre el doble.
Para estar cerca hay que poder estar algo lejos. Poner con cabeza distancia a veces, incluso cuando no apetece nada ponerla que suele ser cuando hay que hacerlo, cuando uno se embala.
Hay personas que necesitan quizás un tipo de cercanía y, además, constante. Otros, para estar más cerca, próximos, realmente a mano, necesitan un tipo de distancia, o un juego de distancias al menos. Es como las plantas, algunas se pueden plantar más juntas, otras requieren más distancia unas de otras no para crecer ellas, que también, sino porque saben de su fuerza, de su propio poder invasor, raíces que se extienden por el fondo o la superficie y pueden llegar a ahogar al otro. Por eso algunos agradecemos el doble de distancia.
Tiempo. A veces la tendencia natural es a acortarlo para hacer más cosas, también porque los seres humanos somos los únicos seres vivos que aceleramos, que tenemos prisa, es curioso.
Y salvo para algunos trabajos que se pueden hacer igual de bien en la mitad de tiempo, para la mayoría de todo el doble de tiempo es un regalo. Holgura de tiempo, tiempo perdido que nunca lo es. Se encuentran cosas interesantes, inesperadas, pero hay que darse eso, tiempo, el doble habitualmente de lo que se calcula.
Y en medio de todo ello siempre el doble de amigos, es la consecuencia natural a menudo.
Cuando se hace el doble de espacio, se pone el doble de distancia y se cuenta con el doble de tiempo, hay un hueco enorme que sólo puedes llenar, sin llenarlo, con la amistad.
Sé que necesito el doble de amigos y el doble de los amigos. Con espacio, distancia y tiempo. La foto es de A. Schifferstein.
Parece mentira que gente tan lista y tan sensible no caiga en la cuenta. El sexo está en todas partes, donde está y donde no querrías que estuviera o no lo esperas. Si sólo lo buscas donde está, lo pierdes una y otra vez. Si no lo reconoces en otras partes y no te ríes de ello también te lo pierdes o te lías.
El cuerpo es también enfermedad, dolor, estría, kilo de más (o de menos, ay), caspa, sudor, mocos y fiebre, piel que se descuelga, decadencia, borrachera y qué mal me encuentro o qué bien. En todo ello hay belleza y desde luego humanidad. Quien lo ha probado, de verdad, lo sabe, lo otro son los cromos de los niños. Quien no tiene, quien no quiere o es querido por una, por uno, colecciona y muestra el album, claro, a ver si así hay consuelo, pero no lo hay. Nadie está hecho para coleccionar o ser coleccionado, estamos hechos para que nos quieran.
Pero todo esto del cuerpo real, no virtual, queda opaco, se minimiza o se oculta hoy, no existe, por eso no hay quien se lo crea a poca cabeza que se tenga, a poco ojo. Somos una civilización muy preocupada por la gimnasia y la limpieza, puritana, francamente aburrida a veces. Porque tras todo ese (falso) culto al cuerpo lo que hay es una legión de fríos atletas además de cursis, nos parecemos cada vez más a "Un mundo feliz", un auténtico rollazo.
Ojalá fuéramos más vividores, de verdad. Es por defecto, por tiro errado, por falta de foco, demasiado cerca a veces que nos hace estar lejos, y no es por exceso, que no vemos el cuerpo, que no nos vemos.
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Mirra y aloe para envolver un cuerpo.
Velar a quien no está ya pero está, qué bonita costumbre y qué perdida. Yo no quiero perderla.
Amortajar y no dejar que nadie toque lo que tú tanto quisiste.
Curar heridas físicas y psíquicas, dar cobijo, calor, físico siempre, de alma también, va junto, no separado.
Ungüentos. También y siempre caricias.
Nunca nos tocamos lo suficiente.
Me lo dijo un físico un día: realmente no llegamos a tocar nada, a tocarnos. Tenía que ver con los átomos y no le entendí mucho la explicación, soy de letras y ni esas: es como si cada átomo estuviera rodeado de una almohadilla de aire que nos impidiera llegar a tocar de verdad. Flotamos más bien en el suelo, flotamos en el cuerpo de otro también. Vale, pues bien, me hace pensar que si no lo hacemos realmente, habrá que aplicarse más en ello.
Resucitamos con el cuerpo. Es tal barbaridad, y a la vez tan de cajón, tan esperanzador, que no podía ser menos pienso a veces. Yo me pido el que tenía a los 30, si puede ser, claro, si no, lo que dispongan, faltaría más ponerse ahora con especificaciones.
Templo del Espíritu Santo, lo somos, indignos siempre. Pero sopla el espíritu y sopla por dónde quiere y cuando quiere. Cómo no decir "namasté", como dice Tamara al finalizar la clase de yoga "Saludo la luz divina que hay en ti". Pues claro, razón tienes, profe.
Pienso en el momento del abrazo a quienes tanto has querido, para eso necesitaré el cuerpo, digo yo, no voy a abrazar de alma solo a mi padre, a mi hermana. Ya lo dije, nada espiritual. Con el alma solo o con el recuerdo no me sale querer. Por eso guardo fotos y me horroriza poder llegar a olvidarme de su cara. Por eso tengo alguna ropa que mantiene el olor, su olor. Pero ya no recuerdas su tacto y te da una inmensa pena esa pérdida.
------------------------------------------------------------- Lloraba María porque se habían llevado al cuerpo de su Señor.
Y luego no le reconocía de hortelano.
Así nos pasa un poco a todos.
Aunque veamos a veces somos incapaces de reconocer.
El físico -que dicen hoy los cursis- nos oculta el cuerpo, lo que somos, que no es una carcasa nada más.
Somos cuerpo a Dios gracias, y si Dios se encarnó, murió y resucitó será por algo, aparte de razones teológicas profundísimas. Un amor a fondo perdido como es todo amor que se precie. Así nos lo dijo el cura ayer en esa misa de pascua tan impresionante, la más bonita del año. Monica Belluci, un viejecito, un enfermo, una adolescente que se pinta por primera vez para gustar más a los chicos, yo también. Cuerpoalma que diría Suso Ares, creo que lo tiene también en su estupendo "Diccionario cordial", una mina este hombre, da gusto leerle.
Todo y todos para la eternidad tras el paso angosto.
Te quiero con todas mis fuerzas. Con todo mi corazón. Con toda mi alma. Con todo mi cuerpo. Mal habitualmente, pero como mejor podemos y sabemos. A los demás y a Dios. ¿Qué es un pecador? Pues un pobrecito que se equivoca. O sea, todos nosotros. También de la cosecha del cura de las calatravas, me va a llenar el blog él solito, espero que no me pida derechos de autor.
Pues así y con todo resucitaremos, no estamos hechos para desaparecer sin más, ni fundirnos simplemente en la tierra.
A su imagen y semejanza creados. Pues da que pensar. Y que vivir.
"Feliz culpa", rezamos. "Nada fue un error" canta la cursi de Paulina con Coti y Julieta Venegas, menos cursis. No es lo mismo decir que "nada fue un error" a "feliz culpa", pero ahora no voy a entrar en precisiones. Vdes. vosotros me entenderéis.
PS y Post Comentarios ;-) Gracias al blog de Suso Ares he enlazado con la meditación del Benedicto XVI del sábado santo, pena no haberla leído antes. A raíz de algún comentario y de lo escrito por mí quizás tan pesimistamente sobre "nuestra imposibilidad para tocarnos" he pensado que puede iluminar -y sobre todo dar calor- lo que dice sobre la soledad. Y más. No por consuelo lo hago, no me gustan los caramelos, sino porque creo que es verdad. Y la verdad da calor, no es sólo luz.
"Una de las mujeres que mejor ha entendido lo que es el cuerpo es la Madre Teresa".
Lo dijo el párroco de San Jorge una tarde de esas en las que te duermes en misa y, de repente, te despiertas, plaf. Joé, me tuvo y me tiene la frasecita de marras pensando todavía.
Me encanta el cuerpo en general. Y en particular los de la gente que quiero o que me gusta. Puede que sea religiosa, pero no soy nada espiritual. Tampoco creo ser platónica, ni en amores ni en nada, que me perdonen los partidarios o entendidos en Platón, seguro que me equivoco en el término o en el concepto, espero que me corrijan con cariño como siempre lo hacen los que saben y tienen paciencia.
Me encanta ver y mirar, oír y escuchar, tocar, oler y, desde luego, gustar. Comer y cocinar para otros, con otros también, es un gran placer, siempre lo es. O sea, espiritual nada de nada. En todo caso re-ligar, tratar de unir lo que está roto, eso sí.
No tengo un cuerpo y creo que los demás tampoco tienen un cuerpo. Son,somos, cuerpo. Y alma. Todos. Y nada va por separado sino junto.
Ves a gente hecha polvo y lo primero que te preguntas es si comen bien. Muchas personas simplemente comen de pena y duermen peor. Y así no se puede vivir, se malvive.
Un alma triste, en pena, suele ser un alma mal alimentada y peor dormida a menudo. Y posiblemente no la acarician hace tiempo, eso también.
Dicen que vivimos en una civilización de culto al cuerpo pero no me lo creo. Ni de broma, no.
Pienso que hay una cosa estilizada hoy a la que llamamos cuerpo, que lo dibujamos como tal, medidas perfectas, tía estupenda o tío armario, juventud para siempre. "Por ti no pasan los años". "Hay que ver cómo te conservas". Etc. Por Dios, yo no quiero conservarme, yo quiero vivir.
Ingenuidad no de niños, sería precioso. Es otra cosa como perversa y muy triste a menudo, entre Frankestein y Drácula. Y mujeres y hombres aspiramos a eso. Y nos machacamos por ello, se pierde mucho tiempo a veces y, lo peor, se pasa a veces fatal en una lucha contrareloj y contra natura sin sentido y sin gracia. Y eso no puede ser. Aquí no hemos venido a sufrir, otra cosa es que nos caiga porque no hay más remedio, pero no hay que hacer esfuerzos suplementarios, digo yo, el sufrimiento va a venir sin buscarlo.
Tengo la peregrina idea de que para lucir habría que disfrutar, divertirse y sufrir lo menos posible, a ser posible nada. Eso creo que tendría que ser la cosmética, vestirse y ponerse mona, por lo menos para mí: ilusión de gustar y gustarse, risas como las que teníamos a los 14 años y nos pusimos tacón por primera vez, sala de damas, pero no seriedad ni gravedad, así la coquetería se hace lo que nunca debe ser, un rollo macabeo, así se le quita su encanto.
Riete tú de la ley mosaica ante todos los mandamientos de cómo debe ser hoy una mujer físicamente hablando, joé con las especificaciones hasta el milímetro, qué pereza, por Dios.
Y creo ver más. Esa normativa exhaustiva que cubre hasta el más mínimo de los rincones femeninos no es cosa de tíos, que van más a bulto (con todos mis respetos, como los toros), es de quienes se quedan prendidos en la envoltura porque no pueden ir adentro. No pueden, no sé cómo decir esto.
Y por contagio pienso que algunos hombres acaban siendo un poco así. Al corazón y al tacto no les gustamos de verdad. No, es otra cosa, por mucho que se diga. O mejor dicho, precisamente por todo lo que se dice, por la imaginaria visual cursi hasta decir basta, y hasta por las palabras, lo que hoy hay es otra cosa, no un hombre al que realmente le guste una mujer, ni siquiera las mujeres. No hablo ya de querer, son palabras mayores aunque hoy no signifique nada de tanto como se usa. Simplemente gustar, creo que se está perdiendo la afición y está siendo sustituida por otra cosa como más narcisista, mas egocéntrica y, en general, bastante menos interesante.
Quien ha trabajado en moda lo sabe "A mí me gustan las mujeres castradas", me lo dijo, literalmente, un conocido diseñador cuando trabajé con él. Entonces comencé a comprender qué pasaba. Cursis siempre hubo, pero hoy vivimos el imperio de los cursis, como una era histórica es esto y así nos conocerán: "de 1968 a XXX se vivió el imperio cursi en occidente que duró... "
De tan cerca que se tiene a veces el cuerpo no se ve.
Eso es la pornografía y eso son otras muchas cosas.
Para ver y tocar de verdad, hasta para oler, hace falta cierta distancia. Es como si el cuerpo de Mónica Belluci lo miras al microscopio, así no lo ves, borrico, echate para atrás un poco, no te pongas tan cerca que la pierdes. Y Monica, sólo carne, no es Mónica. Por eso las fotos de tías sin cara no son para hombres que les gusten las mujeres, les gusta la carne colgadita, pero no las tías. Podría ser cualquiera y acaban siendo cualquiera, da igual.
Y ocurre con lo que no es la Belluci, ocurre en la vida digamos que "real".
Que conste que la Belluci es de este mundo, y por eso algunas personas creen en Dios que se sirve de la Belluci, faltaría más. No todo va a ser el Padre Pateras, las cinco vías o el entre pucheros anda el Señor. O la Macarena y la Semana Santa en Sevilla. Aunque todo sea muy bueno, claro.
En la Belluci vemos también a Dios, la encarnación y esperemos que la resurección. Mónica es más bien como una insinuación teológica, más bien divina, que no una vía. Y no sé yo porqué una insinuación va a ser peor que una vía, toda razón y lógica. A veces Dios se insinua, porque no es hombre, aclaro, Dios no es hombre (tampoco mujer, espero que se me entienda y no me manden a la hoguera) con lo cual puede utilizar la insinuación aún a riesgo de que no le entiendan.
Una insinuación, una sonrisa de Dios. "Hala, guapos, creed en mi que he hecho a la Belluci y esa no sale por biología, ni evolución ni nada, aunque yo me sirva de todo". De todo.
PS: La canción que canta Springsteen es una tradicional de Gospel. Noche clara y preciosa hoy, vengo de misa, uf, menos mal que resucitó, no lo tenía claro, pero al final acaba bien. Para todos.
Intuición de madre. Sabes qué han hecho tus hijos. Si les pasó algo. Tengo una amiga que sabía cuándo tenía que irse a la cama más tarde porque su hija, de contarle algo, lo haría a partir de las 12. Se lo notaba a eso de la hora de comer. Y esperaba el momento pacientemente, se ponía a tiro. A veces las madres no quieren escuchar su intuición de madre. La bloquean, mejor no saber. O hacer como que no se sabe. Intuición de mujer. Sabes si el tío ha estado con otra o está a puntito de algo. Otra cosa es que no quieras enterarte o te resistas a ello. Pero si como novia lo sabes -y lo sabes siempre- no te digo como mujer que convives. Claro está que a veces es muy triste saber ciertas cosas. "Miénteme, dime que me quieres". Comprensible.
Intuición de mujer a mujer. Descuelgas el teléfono y por las 2 primeras palabras de saludo ya sabes si tu amiga o tu prima están con problemas. Agarras la silla para sentarte o la dejas de lado, porque sabes ya si serán 2 horas o 2 minutos.
Pero más allá de no seguir la intuición porque nuestros propios deseos la tapan o porque preferimos no saber, hay otra razón fundamental por la que el instinto femenino está hoy muy devaluado. Mucho.
Hemos sido demasiado domesticadas y hay que dejarnos más a nuestro aire. Además, en la sociedad actual hay un conjunto de amenazas constantes. A cierto racionalismo (que no voy a dedicarle nada, porque soy lega en racionalismo como es evidente) se le suman las revistas femeninas que son todo menos intuición. Son estilización en estado puro: justo lo contrario a la intuición que nos dice precisamente lo que algunas cosas y las personas somos de verdad, sin pretensiones. A pelo.
Si una mujer quiere seguir su intuición, recuperarla incluso, no hay que leer revistas femeninas ni ver a Ana Rosa Quintana. Rebajan mucho nuestra intuición innata, la lían. Tienen muchas teorías, mucho chat-chat-chat y poco instinto. Tan refinadas, tanto glamour, tanta tontería, que se nos olvida lo que sabemos y viene en nosotras de fábrica. En todas. Intuición.
Si lo seguimos, muchas cosas importantes saldrían mejor.
Cerrar los ojos para ver mejor.
Los oídos también.
Tras las palabras está la realidad que no se puede explicar.
Dejar de lado tus deseos, todavía más mentirosos, son lo que querrías que fuera, no lo que es.
Esa punzada en la tripa y en el corazón te dice el paralelo y meridiano de un alma, la geografía donde te mueves, antes y mejor.
PD: ¿alguien ha visto algo más siniestro que el anuncio de Quizás, Quizás, el perfume de Loewe ... ni más ridículo? ¿Algún tío va a presentar quejas al Ministerio de Igualdad? Joé, sale una mujer como muñeco que le dan cuerda y se arma la de San Quintín.
¿Qué es? Saber antes de cualquier elaboración racional qué está pasando y de qué va alguien. No es la experiencia la que te lo dice, aunque se puede añadir al instinto. La intuición es una mezcla de saber algo rápido por una punzada en la tripa y en el corazón, en ambos.
Creo que las mujeres somos más animales en el mejor sentido de la palabra: por eso tenemos más instinto, más intuición. Espero que nadie se ofenda con esta comparación o afirmación. Es lo que nos hace, de modo natural, saber de forma casi instantánea cierto tipo de cosas como:
a) qué terreno pisas en general (tiene que ver luego con el don de la oportunidad) b) qué va a pasar con este tío (antes de que él lo sepa y ni se de cuenta) d) sentir cuando alguien no es de fiar (es lo que te hace confiar en un marroquí que viene a podar los árboles y en cambio no te gusta cómo mira el repartidor de Repsol, mira tú por donde).
Intuición. Sabiduría atávica transmitida a todas las mujeres por la que reconocemos rápidamente el peligro propio y de las crías, fundamentalmente y para empezar. Porque cuando salían a cazar el mamut o tenías intuición o como alguien atacara la cueva y no lo olieras a tiempo, mal íbamos, ellos no podían llegar: y no porque estuvieran en el bar.
Perdura hoy. Olemos a distancia y por adelantado algunas cosas, no todas.
La intuición, el instinto, son modos de saber, de acceder al conocimiento de forma rápida. Se complementan con otros tipo de modos de acceder al conocimiento, de saber. No todo puede ser intuición: no se hacen aviones con o por intuición ni se pasa el examen de conducir, ni tampoco se construye un edificio o una familia sólo con intuición. Pero es útil, para la vida diaria mucho. Y dependiendo de las profesiones, también.
Es un tipo de olfato al que a veces no hacemos caso, y mira que nos libraría de algunos peligros. Porque puede fastidiar un poco algunos sueños o deseos y con éstos últimos tapamos la intuición. "Me parece un c. ... pero es taaan encantador" Tía, si ya a priori te parece un c, es que es un c. "El curro parece interesante, pero la jefa me dio mala espina". Ni te lo plantées (si puedes, claro), lo será casi seguro. No cambies de curro.
A veces sustituimos la intuición por darle al tarro y hablar y hablar: esto es muy femenino. O elaborar una teoría: esto es más masculino.
Pero ellos tienen teorías porque tienen menos intuición, por eso las necesitan más. Y tardan más en saber así determinadas cosas. Aunque sólo algunas importantes se saben antes por intuición que por otros medios.
El último sentido. Más que sobrevalorado, desencajado. Si en el oído hay estruendo que arrasa matices y levedades, en lo visual sufrimos una borrachera, y no de Ribera de Duero precisamente. Huele a vinazo. A veces a anissete, Marie Brizar o Licor 43, licor malo con pretensiones.
En general creo que vemos poco. Borroso la mayoría de las veces.
Dicen que el ser humano se ha hecho para mirar lejos. Acabamos siendo miopes porque no miramos apenas al horizonte, a la lejanía. Puede ser una explicación, no sé.
De tan cerca a veces que tenemos las cosas y las miramos, perdemos su contorno, lo que son. Y ocurre con las personas también.
La pornografía creo que tiene algo que ver -curioso, "algo que ver"- con eso. No es sólo que dejas de ver a una mujer, es que dejas de ver el sexo de tan encima que estás y sin estar tú, qué triste. Es eso, pero no es eso.
Alejarse un poco para ver a alguien de verdad, sin miedo del espacio o la distancia.
Verte en los ojos de alguien. Ahí estás. Te ves en él porque el otro te ve.
Agudeza visual, tan imposible. Mirada por el microscopio, fascinante siempre. O por el telescopio, da vértigo, sientes hasta frio. Lo muy pequeño, lo muy lejano, traído a medida de nuestros ojos, limitada. Una simples gafas o lentillas son una bendición. Pensamos que estamos menos ciegos porque nos manejamos con ellas.
Civilización de la imagen ni de broma. Esto no es civilización. Es culto a la apariencia, que no a la vista. Hemos estilizado tanto lo que somos y nos rodea, visualmente también, que caemos en lo cursi, en lo afectado. Mujeres y hombres. Nosotras creo que más, aunque sea por causa o coartada de ellos. Lo llamado sexi o erótico es cursi en la mayoría de los casos, viejuno y hasta casposo, aún bajo la pretensión de moderno o descarado. Y el ojo se divierte, claro, tanto azucar le ha hecho perder el sabor real. Chucherías visuales, no alimentan pero engañan el hambre, la distraen.
Disfrutar del ojo, con el ojo. Tantas cosas y personas hermosas a la vista, posar la mirada en ellas, tan perfectas todas. No hay ojos que no sean bonitos tampoco.
Mirar a los ojos siempre y desconfiar de quien no lo hace, no de quien no te sostiene la mirada. Te miras, me miro, juego de miradas, nos reímos. Por la mirada ya sabes qué cabe esperar. Y algunas son cuestión de un leve matiz de intensidad, de tres o cuatro segundos que se suman, no hace falta más.
Esa especie de mar que es una manta de mohair, pequeñas olas rizadas. Tu espalda ya curvada se parece a un contrabajo. Día hoy de grises, pardos y verdes. Vendrán otros de azul y sol blanco iluminándolo todo. Conjuro a Pasión Vega que canta sobre lugares con sol y luz. Ay, duro invierno éste.
Agradable tarea la de arreglarse cada mañana, mirarse en el espejo, ver si tu alma se desliza contenta entre el rimmel y el brillo de labios.
Vio y creyó. No. Creemos porque no vemos. Lo llamamos fe.
PS: Pongo una foto de la Monroe que se subastó hace un mes o así. Preciosa mujer, bonita foto, habla de una persona.
Uf. Pero qué bien nos ha hecho Dios, por Dios (valga la redundancia), y la biología. Suya es también ¿no?
Tenemos yemas en los dedos con mucha sensibilidad. Pero el tacto no está sólo ahí, recorre toda la piel, el organo más grande del ser humano. No en vano cuando alguien nos cae bien decimos que es cuestión de piel. De hecho, ésta acerca más a las personas a veces que las ideas, y nos puede alejar también una simple cuestión de piel.
Uno de mis recuerdos infantiles es el médico de cabecera calentándose las manos antes de tocarte la tripa, delicado que era el señor. Al tacto de las primeras cosas que notas es la temperatura de la otra persona. Algunas madres besaban en la frente para ver si teníamos fiebre. Un monito va de un robot que solo lo alimenta a otro que le da calor pero no le da de comer: tras mamar, se acurruca en el del calor, lo vi en un documental.
Necesitamos el calor que da el tacto, pero también el simple tacto. Por eso, más allá de que nuestras madres nos hayan dado el pecho -necesitamos comer-, nos han acunado, tocado y achuchado mucho. Hay familias donde el cachete se intercambia con una facilidad pasmosa con el achuchón, la caricia y el beso, quizás por eso no quedan traumas.
Hacer manitas. Será antiguo, suena infantil, pero es de la cosas más bonitas, casi olvidada. Es un tacto incipiente, tímido a veces, otras nada inocente. Qué pena que se pierda, qué prisas y qué poco... tacto.
Una caricia. De nuevo, una de las cosas más sugerentes que hay. Qué mal se acaricia a veces, algunas personas ni están acostumbradas a ello o se olvidan. Te das cuenta a menudo que lo que necesita alguien no es que le hablen, le den explicaciones o darlas, está pidiendo en el fondo que le acaricien, que le calmen con el tacto, desde un niño hasta un adulto.
Tacto que nos hace distinguir una seda de algo que no lo es. Si se tiene tacto, se sabe bien, no te cuelan un rayón, fibra artificial, por seda. Parece pero no es, tus dedos te lo dicen.
Al tacto las hojas de los árboles, con pelitos de un lado, del otro superficie lisa, tacto del musgo o de los pétalos de una flor. La naturaleza hay que tocarla también, no sólo mirarla, oírla y olerla. Arena de playa, tacto primero en los pies, tan agradable a veces. Agua de río heladora o de mar, más cálida, acostumbras la piel al frío empezando por los pies y las muñecas.
Tacto del terciopelo, del charol, del borreguito de unas plantillas (qué gustito), del pelo de Olimpia, del algodón, de la lana, o del mohair. Tacto también de esos jerseys que picaban tanto en la infancia y que odiabas.
Superficie lisa y ligeramente basta del vidrio, tacto poroso de los cacharros de barro, de la piedra o de la madera buena, maciza. En cambio, las piedras preciosas al tacto no dicen nada, son frías, da que pensar.
Pieles muy arrugadas, transparentes y finas, se rompen como un cristal. Hay que tener cuidado con esas pieles de anciano, cualquier roce hace herida con facilidad y luego tarda en curar. El otro día vi un anciano que acariciaba a su mujer en la residencia de mayores de la urbanización, se me saltaron las lágrimas tal era la ternura con la que lo hizo. Pensé que teníamos que acariciar más en general y a las personas mayores especialmente, necesitan de nuestro tacto porque les tocan ya poco. Y da pena, se vive mal sin el tacto humano. Quizás por eso hay que comprender cosas que parecen incomprensibles, sucedáneos de caricias de cariño. Habrá de todo, pero también hambre de tacto humano.
Manos rugosas, callosas, de trabajador, de esas en las que te puedes columpiar. Manos de algunas amas de casa, pequeños callitos en los dedos de tanto fregar y hacer, por mucho lavaplatos que haya. Manitas de niños, pequeñitas, no les cabe nada en ellas, hacen cosquillitas siempre. "Del cotín del cotán, de la vera vera van, del palacio a la cocina ¿cuántos dedos hay encima?" Sugiero el juego con niños, ellos con sus dedos en tu espalda, luego al revés, les encanta: ni sabes ni saben cuántos dedos hay, es sorprendente, no la adivinas nunca.
Tener piel, no una coraza. Piel que conecta, no que aisla. Capaz de sentir no sólo el cambio de temperatura, sino otras pieles, otras personas, a veces con una piel dura o simplemente distinta a la de una. La respuesta quizás no es endurecer y enfríar la propia, aunque como reacción o defensa es lo que nace a veces. ¿Cómo éste, ésta, no siente lo que siento, como yo lo siento? Es tan personal el tacto que no tiene mucho sentido extrañarse de que otro no sienta lo mismo o del mismo modo, que no lo perciba. A veces es mejor recostarse en tactos afines, uno se puede empeñar en vano en lo que simplemente no está de Dios. De ideas diferentes se puede discutir, de sensibilidades, de tacto, es totalmente inútil. Y nos empeñamos pese a todo.
En cambio si creo en tener cuidado para mantener la temperatura y, con ella, la del ambiente, que es cuestión también nuestra: las personas damos calor o frío, esto último como los fantasmas, a una habitación, hacemos subir unos grados o los bajamos. En cierto sentido la piel es como la conciencia, como la consciencia. Hidratada, flexible, en la temperatura adecuada, que es tibia - la del cariño, quizás la de la caridad-, tiene sensibilidad para poder percibir. Seca, rígida, fría, choca más con otras pieles, es incapaz de conectar con el exterior, con las personas. Y no es cuestión siempre de la piel ajena, es de la propia. A veces hay que volver a regular el propio termostato, ponerse a diario nivea, aceite de almendras, rosa mosqueta o aloe vera, tanto da.
Dios bendiga nuestro tacto, nuestra piel, no sólo las yemas de los dedos, que también.
Creo que a medida que te haces mayor disfrutas más con la comida y con la bebida. No sé bien a qué se debe. Quizás estamos más tranquilos, tenemos menos prisas y saboreamos mejor. No lo sé realmente. Sólo sé que es así por familia y amigos: cuanto mayores nos hacemos, más nos gusta comer bien. Y beber. No es que comamos y bebamos más, sino mejor.
El gusto es un sentido apasionante. La pena es que hoy muchas cosas ya no saben. Hemos sacrificado sabor por apariencia visual. Tal es el caso de muchas verduras y frutas y, especialmente, de los tomates. Otros alimentos, porque se cocinan y sazonan del mismo modo, se hacen demasiado y pierden su sabor. Matamos también sabores originales llenos de matices a base de excesos de azucar o sal.
Muchos niños, y no pocos adultos, no saben reconocer un buen solomillo, distinguir un pescado de otro, por no mencionar las verduras, sus sabores se reducen a un estrecho rango, siempre toman lo mismo. Como en otros sentidos, si no se ejercitan con cierta variación de registros, el gusto también se hace duro, romo, pierde finura. De tanto guarrear, la gente llega a la mesa desganada. De tanta chuchería, el paladar no puede apreciar o distinguir, se embota.
Sin embargo, hoy tenemos acceso, si queremos, a muchos más sabores, esa es la verdad. Aunque puedan estar adormecidos por neveras, hormonas y producción en serie. Los kiwis son bastante recientes, mangos y papayas igual, descubrí la rúcula hace pocos años, los lichis también, el vinagre de Módena lo empezamos a utilizar con Arguiñano, y así un largo etcétera de frutas, verduras y productos de la industria alimentaria, muchos estupendos. Repaso con mi madre qué comía ella de pequeña y lo que come ahora y la diferencia es evidente.
Una de las cosas que más le agradezco a Sergui, profesor en El Carnaval, es habernos enseñado cómo un plato debe combinar -si es posible- sabores que vayan a los lados laterales de la boca y otro que despunte hacia arriba, hacia el paladar. A sazonar. A saber caramelizar. A probar nuevos sabores: el hinojo, por ejemplo, anis y regaliz en una verdura con pinta de cebolla. A dejar un poco más tiesas las verduras para que sepan más. He entrenado el gusto y puedo apreciar mejor cosas que ya me gustaban y otras nuevas insólitas. No hay nada comparable al jamón ibérico, sólo alimentado con bellota, y a la vez, como una exploradora, te atreves con el chutney y otras variaciones geográficas y de fusión. Es como la música.
Cuando dejas de fumar, uno de los grandes placeres es recuperar el sentido del gusto, agudizarlo. Si uno quiere abandonar el vicio, temerá engordar, pero, con cuidado, de lo que se trata es de recompensar y darle un nuevo placer al gusto tan machacado por el tabaco. No en cantidad, sino en calidad. Se lo merece. En mi opinión es la mejor manera de dejar de fumar: dándose gustazos culinarios. Si se afina, y no se pasa uno de cantidad, solo el placer que te produce de nuevo el gusto te hace olvidar el tabaco poco a poco.
Es estupendo paladear ese sabor amargo que raspa la garganta del aceite de oliva virgen extra, tan bueno por la mañana. Descubrir la pimienta rosa o el comino sazonando los garbanzos. Apreciar ya no sólo el sabor o el aroma en boca, sino también las texturas diferentes: crujiente masa de brick, espumas, cremas bien ligadas o salsas bien emulsionadas.
Somos hombres porque cocinamos, somos distintos porque cocinamos también distinto: cocina árabe, india, china, todas deliciosas. Nos metemos en la boca las cosas más variopintas. "Todo lo que vuela y no es un avión y todo lo que tiene patas y no es una mesa" decían en China. Y era verdad.
Tengo sólo dos amigos que no disfrutan con la comida. Carlos no tiene olfato y sus papilas gustativas no funcionan, le da igual lo que coma. Una desgracia como otra cualquiera, pero él lo lleva muy bien y se toma una papilla para cenar como un bebé, y tiene ya casi 60 tacos. Otro, David, se dedica a la política y siempre dice que no le interesa comer, que le da igual: mala cosa.
Es estupendo poder disfrutar del gusto, y si es en compañía mejor siempre.
Casi mi sentido favorito. Debe de ser influencia de Olimpia.
Huelo, casi como una perra, a los bebés. No hay olor más bueno. A nuevo, a vida. Los levantas de la siesta, no más allá de los tres años, las niñas pueden ser mayores quizás, y huele a ese sudor suave, todavía de bebé, de niño. Te bañarías en él.
Olor de campo, cuanto más seco está antes de que llueva, mejor. Rompe la tormenta de verano, quedará para la tarde una sinfonía de olores, jara y tomillo, olores de monte bajo que tanto me gustan. Ni hablo del olor de Sevilla o de Córdoba. Ya podrían envasarlo.
Perfumes. Un placer. Mejor los franceses, siempre. No son ya florales, cítricos, amaderados o frutales, las familias olfativas tradicionales; hay olores marinos ahora, aéreos, enpolvados (tan antiguos como el Chanel número 5, tan modernos como el Flower de Kenzo), alimenticios (vainilla, coco, chocolate, hasta caramelo). Y muchos más.
Serge Lutens, de las mejores narices del mundo, artista, fotógrafo, creó ya hace años una colección propia de perfumes de una gran delicadeza y personalidad, mis favoritos. Los de Guerlain y Hermès están muy trabajados también. Entre los de la última marca, Un jardin en el Mediterraneo, Un jardin en el Nilo, Un jardín tras el monzón. Todos sutiles combinaciones, tras las notas de salida van apareciendo las de fondo poco a poco, a medida que pasa el día.Nada de todo de golpe, es vulgar. De cualquier modo prefiero la solución nada ortodoxa y además cara de pulverizar en el aire y pasar luego debajo, así nunca embriagan ni al que lo lleva ni a los demás.
Todo Kenzo, los japoneses siempre tan delicados, Miyake igual. Aguas de colonia de L'Occitane y esos trozos como de ambar que huelen tan bien y duran tanto para dar buen olor a las casas.
Velas olorosas. Como las personas, perfumadas las casas siempre. Mejor con un olor de fondo agradable, sin que sepas qué es, confundiéndose el olor propio y siempre distinto de la persona o el de la casa, con el del perfume o la vela que se utiliza. Que nunca el olor se imponga a nada, a nadie, que no disfrace ni oculte.
Olores caseros, tranquilidad doméstica, tortilla francesa de la noche, café mañanero, en casa ponemos a hervir palos de canela. También me gusta cierto rastro del olor de lejía, de limpio. Y otros extraños: gasolina, los libros nuevecitos, un coche recién estrenado.
Los hombres huelen y huelen prontísimo. Empiezan a oler a chotillo a eso de los siete años. Y luego huelen mucho más. No sé, quizás las mujeres somos más olfativas y lo notamos más. Tienen un olor más fuerte. No peor, para nada, más fuerte simplemente.
Esas zapatillas de adolescentes, por Dios, que hay que sacarlas a la ventana. Y luego en cuanto les empiezan a gustar las chicas, la cosa mejora mucho: huelen a colonia y se duchan ya sin perseguirles. Huelen bien. Algunos fenomenal. Raro es el hombre que no huele bien si es limpio y se ducha. Luego lo que se ponga como colonia o perfume es secundario.
El olor del primer sudor no es molesto. Es el del sudor sobre sudor el difícil. Pero quien no haya sudado durante el día es que no trabajó.
Todo esto ha quedado bonito, pero la verdad es que yo ya no huelo a ningún perfume de Lutens que me ponga , sino a mi propia perra que tengo encima todo el santo día. Así se me acercan los perros por la calle, que no los señores. Vida ésta...
Creemos por el oído, oí ayer precisamente. La fe viene por el oído.
Interesante sentido, hoy machacado por el volumen de todo. Mueren sepultados muchos sonidos, no percibimos matices o tonos de otros, ni siquiera ritmos distintos bajo semejante peso.
Se habla demasiado alto. Vas al cine y es atronador el sonido. Las pausas publicitarias de la televisión se ponen más altas a intención. ¿Cómo hemos podido pasar de la levedad del sonajero, nuestro primer instrumento musical, al estruendo con el que vivimos?
Oigo a la Orquesta de Madrid dirigida por esa estupenda directora que, además, es guapa, Inma Shara. Luego vendrá la maravilla del Concierto de Viena, archiconocido, sí, pero son los sonidos de un mundo que desaparece, una gracia musical que ya no existe. Barenboim dirige a unos músicos con facha de caballeros, creo ver a un par de mujeres en la orquesta, damas.
Tras el estruendo de petardos de ayer, en esta mañana soleada donde las nubes y niebla quieren levantar, la combinación de esta música navideña y elegante y las urracas, que ya están haciendo de las suyas en el jardín, me dan paz.
Muchas mujeres se enamoran por el oído, sentido olvidado en los poemas y novelas de amor. Debe de ser difícil llevar a un texto el tono de voz de alguien, su ritmo, no sólo lo que te dijo y cuándo, sino cómo te lo dijo. Algunas películas sí pueden, el teatro también, juegan no sólo con las palabras.
Algunas mujeres cerramos los ojos para ver mejor y oir de verdad.
No oyes violines cuando besas por primera vez, como decía José Luis Garci, pero sí oyes el latido del corazón a menudo. También la respiración. Tantas veces es tranquilizador entrar en el cuarto de alguien y oir que sigue respirando.
Silencio roto por los pájaros. Carboneros que se pelean en el abeto. El aleteo de los colirrojos, siempre más discretos. Rabilargos que aparecen y no sé si se van a quedar por aquí. Lavanderas que vienen a lo suyo: andar por los charcos. La voz humana, el mejor sonido a veces, puede ser también poco agradable. Voz en sursurros de Diane Krall, me encanta. No me gustan las voces perfectas y muy potentes como Celine Dion, frías de tan sin mancha. Y en hombres, igual. La voz de Paco Rabal, la de Juan Luis Galiardo, tabaco sí, pero también vida.
Como el silencio, tener toda la casa en silencio a veces: sin cd, sin radio, sin televisión, sin móvil, desconectas el teléfono fijo.
Necesitas silencio para apreciar mejor los sonidos, que el oído ayune unas horas, a veces días enteros. Ni música siquiera. Nada.
Un paseo por el campo, hoy, a primera hora. El mundo recién hecho. Sólo los perros que ladran a Olimpia cuando pasea a mi lado.
Ha sido escribir sobre el frío y que la luz se fuera en toda la casa, luego la caldera no funcionaba, luego sí, pero los radiadores no, pero luego era la caldera la que no, las bombonas se agotaron-creo que son ellas y no que el sistema se haya estropeado entero, espero-. Repsol no sé cuando vendrá, do re mí, do re fa, no sé cuándo vendrá.
No importa.
Hay radiadores eléctricos, chimenea, sol que entra a raudales, Olimpia que tiene mucho pelo y lo más importante: amigos y familia. Recuerdos y proyectos. Dan todos calor de sobra.
Frío.
En Canadá aprendí la importancia del wind chill factor, la sensación térmica real cuando hay viento. Podíamos estar teóricamente a menos cinco -nada para Montreal- pero la sensación térmica era menos quince. El viento es terrible, se te mete entre las rendijas de la ropa y te enfría.
Eso sí, todo el país preparado para el frío, pasé menos frío que en España, la verdad. Ningún autobús podía retrasarse, medio Montreal tiene vida subterránea, ni estás en contacto con el aire a veces: metro, tiendas, viviendas y hasta oficinas con acceso para topos, no hace falta salir a la calle.
Y luego era muy divertido: siempre te encontrabas a alguien que venía de un lugar más frío, todavía. Si estabas en Toronto, era de Montreal, si en Montreal, de Quebec, si en Quebec ... el tipo había estado en los territorios del Noroeste donde la gente trabaja 2 años, hace fortuna y se va. Salarios altos para compensar que no puedes salir durante casi nueve meses.
Frío.
Edredones nórdicos, los de pluma buenos, frente a mantas. Me acuerdo de mis hermanos con las camisetas aquellas de Thermolactyl para hacer las guardias heladoras en la mili. Anoraks de Goretex, corta el viento que es una maravilla. Y desde luego que la piel de animal, el pelito, uno entiende que los abrigos de piel -tan poco ecologistas- quitan frío, es la verdad. Aunque lo que quita el frío es el pelo corto ese, como plumon, y puesto hacia dentro, el pelo largo, el que tiene brillo, que es el bonito, no es el más aislante, le sirve al animal para que resbale la lluvia pero no para darle calor.
Me enseñaron el otro día que el cuerpo más caliente pierde temperatura, la cede, al más frío.
Así se regula la temperatura, cediendo calor. Interesante.
Pienso siempre que la tierra se enfría, como nos enfriamos con la edad, tenemos más frío. Sé también por experiencia que un cuerpo muerto empieza a quedarse frío, rígido.
Pies fríos. Terrible sensación, que además no quieres compartir, te da vergüenza. No me toques los pies, que los tengo helados. En cambio ¿por qué algunas personas tienen siempre calentitas las manos? Es tan agradable.
Narices frías de niños que van al colegio, bufanda, gorros, y esas narices rojas y heladas.
Mes de enero helador, esas nieblas que se instalan en Castilla, Boecillo como un témpano, teníamos que entrar en nuestra casa sin calefacción a por algo. Mis hermanos y yo no reconocíamos que era aquello: el frío ese de las casas que no se habitan. Se estaba mejor fuera que dentro.
"Esto es frío, es que no sabéis lo que es pasar frío". Tenía razón mi padre, no lo sabíamos. Ya no lo sabemos.
Las casas han mejorado mucho desde los años 60. La calefacción es un invento impresionante que no apreciamos en lo que vale.
No trabajamos en el campo donde el frío te hiela los huesos, no me extraña que bebieran tanto alcohol, que comieran tanto, era la única manera.
Trabajamos mayoritariamente en ciudades y, dentro de ellas, en oficinas, poco frío. Ninguno casi en comparación con el que pasaron nuestros antepasados y no tan lejanos. No hace tanto tiempo.
Esa galería de mi abuelo en Valladolid, casa de médico. No recuerdo un frío más horroroso que el de mi primera infancia en esa casa, alguna Navidad o Semana Santa, casi en Semana Santa peor. Ni brasero ni nada, no había allí quien parara.
Frío, hielo, escarcha, casi cuando nieva templa más.
Prefiero la nieve a las heladas.
Sentir el frío, otro frío, dentro, muy dentro.
Esas miradas heladoras de alguien, de desprecio, o de ninguneo.
Hay gente muy educada que jamás dirá una palabra más alta que otra ni perderá nunca los papeles, pero que con una simple mirada baja la temperatura del alma que la recibe. A veces hasta de toda una habitación.
Es un tipo de educación formal y fría que se puede dar. Mucha corrección en las formas, en lo externo, pero luego el cuchillo que corta, helador. No me importas, me eres indiferente, te ignoro, paso de ti, pero no me voy a despeinar, ni lo mereces. En ciertos ambientes empresariales ocurre, pero también se puede deslizar esa frialdad en otros lugares.
Subir la temperatura, siempre, cuando está baja, hasta hacer las casas habitables, acogedoras, que dé gusto estar, no hace falta que sea en camiseta, pero calentito.
Un termostato, por Dios, que hay veces que no te das cuenta si estás trajinando en la cocina que los que están en el cuarto de estar y sentados tienen un poco de frío. Tú trabajando estás a 18º bien, pero el que está mano sobre mano puede sentir frío.
Frío.
Fría.
De los peores calificativos que se pueden emplear para una persona, en mi opinión.