He vuelto al videoclub de mi barrio. En el curso de guión hay que ver películas todas las semanas y no puedo ir al pase que hacen en la Factoria los viernes porque me voy al campo a escribir y leer.
Vi con retraso “Mediterraneo” y no me gustó nada. Pero, en cambio –2 vídeos por el precio de 1- saqué “Hacia rutas salvajes” que me ha hipnotizado. Son dos horas y media casi de metraje y una historia apasionante. La verdad es que “Mediterráneo” me pareció una chorradita, un cobarde retrato berlusconiano (es decir: histriónico, débil, casposo y tramposo) que deja al mare nostrum, cuna de grandes relatos y héroes (de una civilización, vaya) como un simple lugar de eterno veraneo y retiro temprano. Que Hollywood la premiara es preocupante: así nos pueden ver algunos yanquis a Europa. En eso quizás nos hemos quedado.
Me encantan las películas, las narraciones y las vidas con una apuesta fuerte y grande, todo o nada. Lo que se cuenta en “Hacia rutas salvajes” es un caso real, la vida de Christopher McCandless que, tras graduarse, decide no entrar en la vida estabulada que le esperaba. Ser libre cuesta, es más cómodo ser esclavo. Como en “The hut locker” , si la alternativa es un supermercado con 200 tipos de cornflakes, se entiende que alguien prefiera desactivar bombas para saberse vivo, como resulta admirable y respetable aquí que alguien de veintipocos años tenga el valor de regalar a Oxfam los 24.000 dólares de su fondo de estudios y lanzarse a la aventura sin red ni nada. No es un gap year éste, ese año que los anglos dedican a ver mundo entre high school y universidad o entre ésta y el trabajo. Tampoco es una excedencia o un año sabático para volver a donde nos andábamos. Esta película relata una apuesta vital y por eso radical que acaba de un modo desolador y a la vez feliz como no cabía casi esperar de otra forma.
La película comienza en Alaska y desde ahí se cuenta la historia hacia atrás y hacia delante, desde la graduación y la historia familiar (vale, hay una huida, pero ésta no me parece que sea cobarde) hasta las personas singulares con quien se encuentra y los lugares. Todo es auténtico y no idealizado, sudor y cansancio, calor y frío, hambre y sed, y por supuesto personajes y paisajes, naturaleza en ambos casos. La soledad tiene su papel, y el miedo, todo lo humano sin anestesía, a lo bruto, a lo grande, como alguna vez fue. Fantásticos por reales la pareja de hippys, los trabajadores del campo, el anciano que trabaja el cuero, ese “Dios te ama” del constructor del Monte Santuario (tan parecido a nuestro Justo Gallego y su catedral en Mejorada del Campo), y el retrato de los padres y la hermana.
Alaska fue la etapa final del viaje. La carne recién cazada tarda muy poco en atraer moscas, especialmente en verano (eficaz planting, como Pedro Loeb nos ha enseñado, por cierto). Hace falta actuar muy rápido si no quieres que se llene de larvas que la echan a perder. A veces el tiempo vuela y has sacrificado en vano a un animal grande y precioso como un alce para que los lobos lo acaben devorando, ya está podrida y no sirve para el consumo humano. Y tú sigues hambriento, agotado, pero al menos lo has intentado. En la foto que acompaña esta entrada se muestra al Christopher real sonriendo a pesar de las calamidades. Lo repito: admirable.
Viendo la película sentí un zarpazo. La verdad para Christopher es más importante que el amor. ¿Hay que sacrificar el amor por ésta?, ¿o, más bien, no hay que engañarse? Me acordé también mucho de mi amiga Natalia Ramos mientras disfrutaba del relato, de esa idea que tantas veces le ronda. “¿Te das cuenta, Aurora, de que realmente no sabemos hacer nada?, ¿que no podemos plantar, hacer crecer algo, arreglar nada?, ¿que en el campo tú y yo nos moriríamos de hambre, inútiles totales?” Le mandé un sms, me contestó contándome que naturalmente conocía "Hacia rutas salvajes" y que le había encantado. Me habló del libro original, de la música (fantástica). Luego comenté a Pedro, compañero de la Factoría, que me parecía una película de huida pero muy valiente, a diferencia de “Mediterráneo”. Él me dijo que no, que trataba sobre una búsqueda. Creo que Pedro dio en el clavo. Y que es una película en definitiva muy recomendable. Da mucha envidia Sean Penn, director y guionista. Es una gran suerte y mucho trabajo poder contar así de bien algo. No tanto como vivirlo, pero casi.
Uno de mis grandes placeres es ver una película del oeste, a ser posible el sábado por la tarde tumbada en un sofá. En este ocasión no fue un sábado, sino un viernes, y no hubo sofá, porque era un estreno, "Valor de ley", de los hermanos Coen. El frío de Valladolid fuera, y la compañía de lo mejor, mi tía, así que ni eché de menos el duermevela, las dos salimos muy contentas.
Esta película ya estaba hecha, pero es igual porque la versión es perfecta, aún para partidarias de John Wayne. Jeff Bridges borda al aguacil Cogburn, la niña, Mattie, mantiene unas trenzas perfectas a lo largo de toda la película –las mujeres en el oeste no son una tiernas florecillas, son mujeres de verdad, tengan 14 años u 87-, y Matt Damon, irreconocible, es aquel ranger de Texas de apellido francés y hablador. Parece que se le va a ir la fuerza por la boca, pero luego no. Texas siempre será Texas y acaba respondiendo.
Hay algo en las películas del oeste de toda la vida, no en los spaghetti western, que tienen la suciedad pero no la grandeza. Supongo que tiene que ver con la mitología, con nuestra necesidad de que nos cuenten algo grande pero humano, y, por eso, también imperfecto. Este es el caso: los vaqueros tienen bocas podridas, se les caen los dientes, la gente se muere de un balazo, hace frío y nieva, también mucho calor, la ropa no está lavada con Persil, todo huele, y buscar la justicia a veces se confunde con la venganza. Nada es fácil ni sencillo, por eso te lo crees. Sientes atracción y también repulsión por ese gallo viejo, borracho y tuerto, quizás porque eres del siglo XX (y XXI) y dar patadas a dos niños indios que esperan a la puerta de una cabaña no te parece un buen comportamiento de quien se supone que es el héroe. Te quedas prendada de esa adolescente que cita la biblia como un pastor, de su firmeza de la que sus trenzas son testigo. Insisto: inamovibles en toda la película; llueva, truene o haya bandidos o mordeduras de serpiente, las trenzas de Mattie y de la película ahí siguen, bien hechas. Sonríes con los diálogos, la acción en las historias de vaqueros se hace también con pocas palabras y por eso bien escogidas. Notas también pequeñas sugerencias, leves silencios. Las buenas historias siempre dejan otras en sordina, no se cuentan ahí, pero las sientes. En "True Grit" las ves perdiéndose a lo lejos, ¿hay un atisbo de amor adolescente?, ¿qué fue del ranger al que no se le vuelve a ver el pelo? Y siempre el paisaje que te envuelve, las extensiones grandes, los bosques, los riscos, las cuevas, los caballos a los que haces correr hasta que revientan y hay que matarlos de un balazo, aunque duela.
Es cierto que hay más brutalidad que en la versión de John Wayne, si mal no recuerdo. Sin embargo, el género se mantiene y se renueva. Es una excelente película del oeste con su grandeza y con ese atractivo que permanece. Con final triste y real, no hay componendas. Sobrevivir cuesta mucho, siempre se paga un precio. Los héroes mueren y el mundo a menudo sigue su rueda incapaz de reconocerlos. Por eso hay que enterrarlos cerca y honrar como se pueda su memoria. ¿El mundo?: un circo donde un verdadero vaquero, es decir, un caballero, todavía se levanta ante una dama y otro, escoria, como dice Mattie, ni se quita el sombrero. ¿Cómo no me van a gustar las películas de vaqueros?
Volví conduciendo por la autovía 601, la de los pinares, cruza Segovia dejando castillos a izquierda y derecha (Cuellar, Coca, Iscar, etc…), atraviesa campos trabajados y sin trabajar, polígonos de vez en cuando, y, al fondo, la sierra de Guadarrama, azul, verde y nevada a retazos. Pues sí, no sé quién fue primero (en paisajes, digo), pero Castilla se da un aire al lejano oeste, aunque sea en pequeño formato.
Sigamos con el burka o con otras cuestiones referentes a la tolerancia y la convivencia.
Yo tengo un tío que es conde que se empeña en ir con su yelmo a todas partes. Era de su bisabuelo y antes de quien llevó el título, así hasta el siglo XIII.
No sé, es tradición familiar quizá, o es lo que ha visto hacer a su abuelo, o también él se ha hecho a eso y le mola ir así.
No, no ha sido impuesto, menudo es mi tío. Todas las mañanas él se pone su yelmo con celada e intenta salir. Se organiza la marimorena, naturalmente.
Mi tío intenta argumentar que es algo de familia de rango abolengo, que los condes iban así de toda la vida de Dios, que es una tradición que no podemos quitarle, que está cómodo y que además lo han hecho desde nuestro común antepasado, Felipe Pimentel, Conde de Benavente, hasta su padre y ahora él, que sigue empeñado y lo hace muy libremente. Es cultural, apela. O al revés, su elección.
Es más.
Hay otros nobles amigos suyos que van disfrazados con antifaz y prendas que les cubren totalmente no en Carnaval, sino durante todo el año, por razones muy diversas: están cómodos, les excita sexualmente, quieren provocar o quieren pasar desapercibidos precisamente.
Es igual.
Lo de menos, en mi opinión, es lo que aleguen o por qué lo hacen, si son nobles, simples excéntricos o están sometidos a una tradición. ME ES INDIFERENTE.
Lo más importante es que en España cuando uno trabaja en una oficina, compra el periódico, va al dentista, habla con el tutor de un hijo, o se monta en un taxi o en un autobús tiene que ir a cara descubierta. Y no porque desconfiemos de los nobles, por poner un ejemplo, o de mi tío el conde, o lo que sea. Tampoco porque pensemos que el casco no es bonito o puede ser “símbolo” de ser un noble venido a menos (o más) –y nos guste o no la nobleza, seamos partidarios o tengamos una opinión al respecto- o sea el yelmo un símbolo de guerra o hasta artístico de valor incalculable: TODO ESO NOS ES INDIFERENTE.
En su casa pueden ir vestidos, desnudos o de Versace, con antifaz o como quieran, pero en público vamos todos con la cara descubierta.
Me es igual lo que represente para unos, otros o quienes sean.
Es simplemente porque los ciudadanos de este país, independientemente de nuestro sexo y de nuestro origen (y de nuestra educación y de nuestra religión y de nuestro lo que sea) vamos todos en público de una manera que se puede reconocer nuestra identidad individual, una persona, una cara, eres quién eres: una persona en público con una identidad reconocible.
A mí no me interesan los derechos de las mujeres. Me interesan los derechos de todaslas personas. No tenemos derechos diferentes, tenemos los mismos, hombres y mujeres. No tenemos unas libertades distintas, son las mismas. Y en un espacio común, público, occidental, que se basa –entre otras cosas- en el hecho de que cada persona, hombres y mujeres, tienen los mismos derechos y se presentan en público y tienen una voz, voto, derechos civiles, políticos, etc. no se puede consentir que se alegue que en uso la libertad (no pongas tus sucias manos sobre Mozart, por favor) tengamos que dejar que lleven burka. Como tampoco vamos a dejar, yo no desde luego, que una mujer sea golpeada por un animal aunque ella quiera (caso de Neira, increíble, así estamos…). No. Aunque ella diga, como le dijo una pobre mujer a mi padre cuando paraba al animal de su marido en plena calle en Madrid en los años 60 “Señor, no se meta, en lo suyo pega…”
Yo no creo que la libertad así entendida sea el bien supremo. Más bien es el modo de socavar y acabar con los derechos y las libertades que nos han costado, históricamente, muchos esfuerzos. Occidente es de una cobardía tremenda. Y esconde la cabeza cuando hay problemas. Ayudados también, bien es cierto, por la increíble labor de zapa educativa, cultural, de debilidad mental que hace que las personas crean que la libertad es tener veinte cadenas de televisión, veinte cornflakes diferentes o poder cepillarte a veinte mujeres (u hombres). En eso se ha convertido la libertad. O en hacer el botellón y cuando alguien protesta porque no duerme se le diga que no se enrolla lo suficiente. Lo he leído muy recientemente: no doy crédito.
Esa es la libertad que nos dejan ejercer, la que se vende, se propaga, y se defiende, en eso la hemos convertido. No la libertad de la persona que se posee, para empezar, y no se somete a nadie y tiene una identidad pública, y una dignidad, y no se le deja que renuncie legalmente a ella.
Hablamos mucho, nos quejamos continuamente, se nos va la fuerza por la boca, en tertulias, hasta escribiendo. Somos víctimas siempre de todo, de todos, del Estado, de la empresa, de las circunstancias. Este es un país que parece mentira que descendamos de gente valiente: a menudo somos cobardes, con todas las letras. No decimos “no” por miedo a veces.
“Vd. no puede firmar por su mujer aunque su mujer quiera, su mujer tiene que firmar su declaración de la renta” (En Hacienda hace unos días, un marroquí insistía en que él representaba a su mujer y ponía su firma donde fuera)
“Vd.será lo que sea y no querrá que le atienda una mujer. Pero yo soy doctora y funcionaria y a Vd. le atiendo yo o no le atiende nadie en este hospital, así se muera” (En un hospital público hace unos meses)
“Vd. tendrá su derecho de familia allá de donde viene, pero aquí Vd. acepta nuestras leyes, escolariza a sus hijos, todos, niños y niñas …”
“Vd. será chino, eslavo, latinoamericano, o lo que sea. Pero si quiere vivir aquí tiene que aceptar unas mínimas normas de convivencia que nos hemos dado los españoles”.
“Me parece fenomenal que Vd. rece mirando la Meca, o que sea en una iglesia, o en una sinagoga, o que se funda en el ser universal o crea en la reencarnación o en la nada, que sea agnóstico o ateo. Soy el Estado y ME ES INDIFERENTE qué religión profese Vd. o la que no profese. No estoy en contra, ni a favor, simplemente NO ES MI TEMA.”
Y por eso, cuando se legisla, cuando nos damos leyes, nos da igual que desde tiempo inmemorial los varones Pimentel que heredan el título lleven yelmo o que algunas mujeres musulmanas llevan burka. Pasamos de todo ello, sean unos u otras.
Si Vd. va por la calle tiene que ir con la cara descubierta y aceptar unas mínimas reglas de convivencia. Tampoco permiten al conde lleva una espada arrástrándola por el metro y bien que se empeña. Lo detienen. No, no se pueden portar armas en el metro, es otra imposición contra la libertad individual, ya lo siento.
Mañana, si me apetece, sigo con el mismo tema o con tía Marta, salvo lo que diga un hombre, que siempre merecen todo mi respeto (esto va de coña mariñera).
Estoy pensando en otros atavismos que no entiendo, medievales, por cierto, o anteriores, increíbles, pero ciertos, ¿se puede saber qué hace un rey en pleno siglo XXI? ¿se puede saber por qué un apellido garantiza un puesto en la jefatura del Estado, así, por herencia? Huy, Dios, qué diría mi tío de todo esto.
Ay, la envidia tan presente detrás de tanto afán igualitarista. Constante siempre, en cualquier caso. Llevo pensándolo un par de días, porque el tiempo y los comentarios a la anterior entrada me han hecho cambiar mi posición, curioso: ahora creo que cierta envidia es buena y deseable.
¿Qué está en el fondo de todo? Estamos desnudos. Los seres humanos somos limitados, con necesidades, carencias y deseos constantes, a veces hasta cambiantes. Nos hacen de esa pasta. Dos tercios de la población mundial son necesitados de verdad de lo más elemental, pero el otro tercio también lo es aún de modo distinto. Es posible que los de ese tercio rico abusemos del deseo, del quiero y lo quiero ya, lo quiero todo y en este instante. Mala cosa, desde luego, fuente de muchos males, de la insostenibilidad no solo medioambiental, sino económica y humana. Vivir con deseos constantes que “tienen” que ser saciados da muy malos resultados a todos los niveles, lo estamos viendo. Pero creo también que detrás de la pretensión de no desear, del ocultamiento de querer algo que otra persona tiene, se encuentra algo casi peor: una envidia perversa que machaca al que la siente, que le ahoga y le obsesiona acabando por crear a veces un ambiente irrespirable a su alrededor.
Veo algo que tiene alguien o que alguien es algo. Me gusta muchísimo, me encantaría tenerlo o ser así, como es ella, él. Puedo disfrutar ya de mucho, pero eso precisamente que "tiene" esa persona me parece bueno, lo deseo para mí: escribe como a mí me gustaría, tiene tiempo (ay), un compañero que le quiere, qué suerte, ojalá yo lo tuviera, bien que lo echo de menos, una casa preciosa, es amable, pacífico, o constante, o, también, ¿por qué no?, no pasa apuros económicos. Lo veo y lo quiero. Y puedo hacer dos cosas.
Puedo notar que me gusta y aceptar el deseo con paz y sin machacarme. Está ahí. No significa no apreciar lo que uno ya tiene, es, ha recibido o ha conseguido por pura chiripa o con algo de su parte. Se puede estar contento y agradecido con lo que hay y querer más u otras cosas diferentes que otras personas tienen o creo que tienen. Pero hay una censura interior al respecto que no trae nada bueno, pienso. Puede pasar que ese deseo me dé hasta rabia, y que lo primero que haga es negar que eso que tiene el otro –virtud, regalo, don, resultado, lo que fuere, hasta simple suerte- sea tan bueno o exista siquiera. No escribe tan bien, no es tan buena persona, su marido no es tan agradable, su casa al fin y al cabo no es tan grande, debe de ser muy molesto además vivir con tanto espacio. Más que constante esa persona es una pesada, como no tiene talento por eso se esfuerza tanto, etc. Me miento y niego mi deseo porque me molesta desear algo, no tenerlo, echarlo de menos, quererlo. Me da rabia, vergüenza. Soy una puritana. Y se instala a veces vía esa pretensión zen de no desear, que puede ser tan poco humana, en el fondo celos y de los peores. No quiero quizás verme desnuda, necesitada, limitada siempre. No quiero tampoco aceptar la diferencia porque él o ella tienen eso o aquello que a mí me gustaría y no tengo. Y fabulo: niego que haya un hueco, algo que me falta o que quisiera, niego lo que veo en el otro, niego, en tercer lugar, hasta mi deseo, malo, malo, malo.
Creo que España es un país de envidiosos que llegan a la patología porque quizá entendemos equivocadamente aquellos mandamientos que prohíben codiciar los bienes ajenos. Es algo que lo tenemos muy metido, un tema de orgullo más que nada. Me parece que lo terrible es cuando matarías o pisarías suelo sagrado, cuando venderías tu alma al diablo por tener eso que tiene otro. Pero no pienso que sea malo verlo, reconocerlo, ni tampoco desearlo. Tenemos ojos y corazón que están hechos para ver, desear y querer lo que es bueno o así lo consideramos. Es humano que tengamos necesidades o deseos, que estemos desnudos, que nos veamos y seamos limitados, con carencias, o como las fincas, manifiestamente mejorables en todos los sentidos, siempre huerfanitos de Dickens, mendicantes de algo. Forma parte de la vida que a nuestro lado haya siempre gente que tiene o parece tener justo lo que uno no tiene o desea. Es estupendo que seamos diferentes, que haya personas que tienen cosas mejores, o que simplemente a nosotros nos parecen mejores o muy deseables, en ese sentido son envidiables.
Creo que es parte de la madurez y la consciencia saber que la vida está hecha precisamente de deseos que se logran dándote una alegría. Y de otros que no, y no pasa nada. También de algunos que se logran y luego te dices "Dios mío, casi mejor que no se hubiera cumplido", pasa. Me parece que no se trata de negar los deseos, sino de vivir con ellos jugando, tomándoselos en serio y por eso en broma, con esa envidia que no es oscuridad, es luz por ver lo bueno y lo bello, o lo que nos parece que es así en otros, y ese deseo que nos recuerda que somos humanos. No creo que una sociedad que intenta tener todo lo que tiene el vecino a la voz de ya sea buena. Pero mentirnos sobre lo que deseamos y no es nuestro, sobre la diferencia que hay en dones, regalos, meritos o fortunas y suertes simple y llanamente, no creo que sea sano. Puede acabar por hacer daño. Y sin querer uno puede llegar a ser un envidioso de los peores bajo la pretensión, por ejemplo, hasta de hacer justicia poética, de revelar las verdades de alguien o ponerle en su sitio con la palabra, en la literatura, con la ficción o el ensayo. Bajo la apariencia de sinceridad, hasta de bondad y buenas intenciones, puede haber a menudo envidias que se han enquistado. Detrás de algunos afanes justicieros insistentes puede haber celos, me parece.
Hablé con un buen amigo bueno –valga la redundancia- sobre esto, uno de esos amigos envidiables. Le dije que necesitaba tiempo para escribir, que en la negación de la carencia o del deseo me parecía que está parte de la raíz de la peor envidia. Me dijo que él decía siempre “qué bien” cuando alguien tenía algo, lo que fuera, para alegrarse por el bien ajeno. Es la posibilidad mejor sin duda alguna, poder ver, reconocer y alegrarse siempre en el bien ajeno, un ejercicio muy saludable. Si hay una punzada porque el éxito de otro molesta, duele un poquito, malo. Si esto acaba en negación, todavía peor. Y puede ocurrir. Yo, desde luego, no estoy nada a salvo.
Desde hace largo tiempo noto que, sin querer, se pega un sentido de la igualdad que me parece que no es bueno. Ayer lo comentaba Cotta. No estoy hablando de igualdad ante la ley o de la igualdad cristiana que recuerda que somos hermanos porque Dios, que es Padre, nos ama a todos como hijos, no hay un favorito u otro, a todos nos quiere con amor personal e inigualable. Me refiero a un sentido de igualdad perverso que se fragua en la enseñanza y se difunde luego. A ver si lo puedo explicar sin que sea muy largo.
“Fulanita es muy guapa, qué barbaridad de mujer…” “Bueno, hija, no lo es tanto, pero es que la pobre es tonta del haba...”. Los dones naturales, aquellos que Dios o los genes dan, se minimizan y se busca el espíritu de igualdad como si el Creador o la naturaleza fueran el Ministerio de Hacienda. Si alguien tiene algo, si es que se llega a reconocer, hay que recortarle luego por otro lado. Es como para consolarnos de un don, el que sea, que sabemos que algunas personas tienen sin haber hecho nada. Y eso molesta a veces. ¿Por qué molestan los regalos, los dones, lo gratuito? Habría que preguntárselo. La gratuidad se entiende mal en una sociedad donde todo tiene que ser el do u ut des o ese ir por el conducto reglamentario: todo a todos, lo mismo y del mismo grado, porque somos todos iguales y, si alguien tiene más o diferente, hay que nivelarlo.
Pero no sólo es negar esas diferencias naturales que se dan al nacer , lo que, por otro lado, tampoco tienen mucha importancia, son y no pasa nada. También negamos sorprendentemente junto al regalo el mérito, cualquier mérito personal por el que alguien logra algo. Ante un rico automáticamente se piensa que es un sinvergüenza y habrá robado o que tuvo una suerte injusta que se nos niega al resto de los mortales. Sólo los futbolistas o los artistas se salvan algo, pero el resto, especialmente los empresarios, son en este país mal vistos, no se les perdona y, desde luego, no se piensa que su esfuerzo puede explicar algunas cosas, no siempre, pero sí a menudo. Por eso en televisión triunfan tanto los impresentables, las personas muy zafias. Molesta menos su vulgaridad que la excelencia. Consuela incluso verles tan desastre ahí en ese parnaso televisivo, triunfando. Es el éxito de la ordinariez, de lo peor, siempre menos doloroso que el de quien es más o mejor que nosotros en algún aspecto. Éste es un país de envidiosos, por eso el igualitarismo crece bien y sano y se alía con la vulgaridad.
La teoría de la excelencia por la constancia y el esfuerzo tampoco es aplicada. Aquí todo tiene que ser espontáneo y fruto del genio personal, donde, ahí sí, somos todos inigualables. Es el complejo denominado "Lola Flores", el “yo too lo llevo dentro”, de oficio, horas y técnica, nada, se calla. Sólo hace falta que nos den una oportunidad para que salga, que no nos machaquen mucho con imposiciones académicas o de otro tipo. Esto en enseñanza me dicen que está a la orden del día. Junto a no querer dar ni chapa muchos chicos, y lo que es peor, sus padres, creen verdaderamente que son geniales y únicos, y que el instituto o el colegio son muy molestos lugares donde se les coloca en un sitio que no es el que les corresponde.
“Son unos valientes impresionantes” le comentó un familiar mío a una persona a raíz del modo en que viven algunos en ciertos lugares de España sin querer marcharse de su tierra por miedo o amenazas, sin pagar el impuesto revolucionario, resistiendo con valor. “Bueno, pero eso no les hace mejores que nosotros” le contestó el otro. “No, perdona, sí que son mejores que nosotros en eso al menos, son más valientes que otros muchos...” dijo mi hermano. No todo es exigible, claro, pero desde luego hay personas más admirables en algunos aspectos, comportamientos, momentos de su vida, etc. Los hay.
Es un ejemplo, pero hay otros muchos. Lo notas cada vez que alabas a alguien en algo que hace o que es, se intenta minimizar en cuanto se puede: “Ha vendido muchos libros”, “su libro es elemental y lo hace cualquiera, ella es puro marketing”; “liga una barbaridad”, “es que exige poco, así cualquiera liga...”; “es un hombre muy inteligente”, “bueno, no tanto, ¿tú has visto su última metedura de pata del otro día?”. Es como si molestase la luz del otro, la que tiene, la suya, única, con sus sombras, claro. ¿Quién no tiene sombras? A veces es como si prefiriésemos que todo el mundo fuera una bombilla con una luz exactamente igual a la otra, a la de al lado. O buscamos la sombra, que siempre existe, la hacemos más grande, como si así ésta pudiera ocultar el hecho de que en algo o alguna vez alguien tiene una virtud, algo bueno, digno de admirar o de reconocer al menos. O que hace algo heroico o muy bien hecho, aunque luego pueda ser un desastre en otros aspectos. Pues no: "no será para tanto", "fue la casualidad", "sí, sí, muy listo, pero mira lo mal que le va en..." Somos de traca.
Hay más aspectos de la igualdad que ya no caben, volveré mañana. Por ejemplo, la mención a los diversos “colectivos” (lo siento por la palabra, que alguien me dé otra) siempre con pinzas, por si acaso. Ya le pasó a Juanma hace unos meses, un poema a una mujer madre … que quiso explicar bien... no fuera a ser que las que no lo son madres se dieran por ofendidas. Y es que estamos a la que salta y así no se puede hablar de nada. El maldito igualitarismo es un peñazo. Y está bien metido para nuestra desgracia. Quizás el lema hoy es por la igualdad al desastre.
Yo quería ser reservista. Se me ocurrió el pasado mes de noviembre en casa de Rose y Alfonso, en Jaca. Vino un amigo suyo militar y su novia. No sé, empezamos a hablar y de repente me contaron lo de la reserva y vi el cielo abierto. A ver, siempre he creído que la defensa (como la política y otras cosas) corresponde a todos. Me gusta la participación de verdad, la práctica, la de remangarse. Por otro lado, las campañas institucionales del ejército me parecen de pena, las de publicidad y todo eso. Si yo fuera Marruecos nos invadía inmediatamente con esos soldados de los carteles y anuncios abrazando niños y con cara de buenos. Por eso pasó lo de Perejil, estoy convencida.
Bueno, el caso es que me dijeron que uno puede ayudar para lo que sirve, desde lo que es uno profesionalmente, un mes de formación o así y luego te llaman cada x tiempo. No se cobra, claro. No es por el dinero, naturalmente, es por el honor que es servir a tu país y todo eso y porque me gusta estar activa en lo que sea. En fin, que me apeteció un montón, y además de comer como una bruta en el Pirineo y ver románico, volví a Madrid todavía más contenta y anuncié a mi familia en pleno que me iba a hacer reservista, ea.
Mi madre ya está acostumbrada y no dijo ni mu; mi sobrina, 12 años, pensó que me iba a ir a Afganistán y le dio mucha pena; mi sobrino y ahijado Javier, de 9 (pretendiente de las hijas de Jesús Cotta, si Dios quiere) me miró con un poco más de respeto, tampoco excesivamente; y mis hermanos, Paco y Juan, se rieron de mí, como siempre hacen. “Pero Aurora, ¿reservista tú?, si no puedes matar ni a una mosca…” “No es cierto, dado el caso estoy segura que podría hacerlo con una frialdad extrema, pero además, perdonad, a mi me van a llamar para lo de la inteligencia…”.
Nos enzarzamos en una discusión, claro, pero no me pudieron quitar la idea. Hace una semana convocaron las plazas y mandé una solicitud para una cita, todo ilusionadísima, como siempre. Había unos puestos estupendos relacionados con comunicación institucional, “Joé, vaya suerte que tengo”. Aclaro que no he cursado periodismo, aunque he trabajado quince años años en comunicación de empresas y organizaciones. Como el inglés: trabajo y doy clases en dicha lengua, traduzco libros y los adapto, escribo y leo en dicha lengua, pero título, no tengo más que el First o algo así que me saqué a los diez años, creo.
Total, me levanto hoy muy animada porque había pedido cita a primera hora, a las 8 y algo. Si hay que morir por la patria se muere, pero temprano (que tontería es esa de morirse al mediodía, nada, yo la primera). Naturalmente, pese al entusiasmo, lo que me muero es de sueño –este fin de semana he dormido poquito- y llego 10 minutos tarde. Me pasan un cuestionario de salud, luego un test psicológico donde parece ser que he dado aceptable pero que era muy lento al principio, ¿a qué tanta instrucción para contestar en una escala 1 a 5 y decirte que no pienses mucho la respuesta? Como si alguien se parase a pensar las respuestas. Pero luego han venido los títulos. Y ahí mi gozo en un pozo.
-No puede solicitar Vd. esas plazas. No tiene la titulación correcta…
-Oiga, pero los cursos de doctorado que hice son de Ciencias de la Información, la tesina, el dea, he trabajado desde el 95 en esto, mire, mire, las referencias, y he traducido "Liderazgo y capital moral" -prometo que se lo he dicho-, vea, vea…”
Nada. Impasible. Incorruptible. Inamovible. Tenía que ir de reservista a algo de derecho, que sólo de pensarlo me muero porque no sé nada, es como si me preguntan los reyes godos, ni me acuerdo de la carrera que cursé hace ya veinticinco años.
He salido muy triste, con el ánimo francamente bajo. Ni mi patria me necesita ya, ni el ejército me quiere. Pero se me ha pasado rápido, porque he ido a ver a Rose luego, he desayunado una tosta muy grande con sobreasada, he pasado por la Casa del Libro (siempre sin visa en estos tiempos), he llegado a casa y he preparado clases intensamente. Después me he echado una siesta. Y a mí todas esas cosas me quitan las penas. En fin, Carmen Chacón, tú te lo pierdes. Yo estaba muy dispuesta a hacer algo por mi patria.
Leer cansa más que ver cine. Así que me aplico el cuento. Cuando no puedo más de trabajo, de escritura o de lectura en su caso, voy a al cine, que es lo que más me relaja. He visto dos películas fantásticas. No sé cuál me ha gustado más, la verdad.
La primera fue “En tierra hostil" (The hut locker), que me ha impresionado. Su directora, Catherine Bigelow, tiene también en su haber otra que me apasionó igualmente, “The widow maker”. Me gusta el cine de guerra, el clásico y parte de lo que ahora se hace. Creo que en la guerra está lo peor de lo peor del ser humano, pero también hay destellos de aspectos interesantes. O yo tengo esa sensación, vamos. En este caso, es el valor que hoy, a todos los niveles, me parece, brilla por su ausencia en nuestro occidente, tan adormecido, blando, cómodo y terriblemente cobarde en líneas generales. Hay excepciones, por supuesto. Y no sólo en lo físico: intelectualmente hablando hay más cobardes en la actualidad que estrellas en el firmamento. España es casi paradigmático en esto: eramos valientes y grandes, pero somos hoy un país de cobardes y pequeños que hablan mucho, pero que están dispuestos a hacer en general poco. Y cuando alguien da un paso al frente es una sorpresa. Nos parece hasta raro y buscamos el rastro de la locura o del interés propio, tan mal acostumbrados estamos a que haya eso: gente más valiente que otra y más generosa que nosotros.
A mí el valor, la valentía, me interesan. Es uno de los temas que más me atraen. Creo que hay que diferenciar el valor o la valentía del simple arrojo o de la imprudencia, también de la locura de aquel a quien no le importa nada y, como no tiene nada que perder a veces, se arriesga a lo que sea. O sea, hay locos que no son valientes, simplemente no están en sus cabales. Pero hay valientes a quienes hoy llaman (llamamos) locos y no lo son en absoluto: es que son más valientes que otros, que somos (son) más cobardes, más cómodos. No todo el mundo es igualmente valiente, me parece. Sin embargo en la actualidad la valentía tiene mala prensa, es incómoda y no gusta nada. Y luego, como hoy todo y todos somos "iguales" por el maldito igualitarismo que se confunde con la igualdad, no se reconoce que hay gente más valiente, y es, en eso, mejor que otros, digna de admiración, quizá no en todo, pero sí en eso, en esa valentía que demuestran en un momento dado. A mí por lo menos me parecen dignos de emulación también, ejemplares. Otra palabra o concepto maldito, ser "ejemplar" en algo. No: hoy lo mejor es ser mediocre, así no se molesta a nadie. Y por eso son los mediocres quienes suelen estar al frente, no solo en política, aunque ahí se nota más y es clamoroso. También en la empresa, en la universidad, en muchas partes, en todo este país donde estos años de progresía rancia se han sumado a los otros de franquismo y papá estado, y en donde una casta nueva de intocables mediocres se ha sumado a aquella otra casta ya antigua formada igualmente por mediocres. Aquí el mérito es visto bajo sospecha y el riesgo -empresarial o el que sea- es minimizado y nos da miedo. Solemos preferir las confortables faldas de alguien que nos proteja y cuya figura no sea grande, sino pequeña. "Vivan las cadenas", bien lo sabemos, de antiguo ya viene, da igual aquel monarca o lo que tenemos, nos gusta ser esclavos, no libres: ser libres cuesta.
Esta película muestra el trabajo de los artificieros que desmontan bombas. En este caso en Irak, un lugar difícil, complicado, donde las tropas americanas con otras de otros países llevan ya unos años. Mal todo, complejo, difícil. Realmente no sabes bien cuál es la solución si es que la hay, digo a nivel macro, de escenario político internacional. Esta película muestra parte de esa complejidad, no es lineal, no es de buenos, ni de malos, a Dios gracias. Cuenta casi como un documental (tiene la misma factura) la pequeña historia de un hombre, de unos hombres, y sus contradicciones, pero también ese algo tan insólito como es el valor, que también puede ser en algún caso, como el del protagonista, la falta de encontrar un sentido al confort y a la vida “pacífica” de cuando uno vuelve a casa, cierto atisbo de locura hasta comprensible.
La escena del supermercado es de antología y una acaba por entenderle. Si la alternativa es poder (y saber, ay) elegir entre 200 tipos de cornflakes… o jugarse el tipo... casi te quedas con la aventura, el riesgo y la muerte, que es vivir al menos, lo otro son sucedáneos. En la vida muchas personas necesitan desafíos y no un sofá donde tumbarse, mucho menos un lugar donde arrodillarse y rendir pleitesía cada mañana de modo obediente y rutinario al consumo, al poder, al partido, a lo que se lleva, a lo que sea... para luego seguir quejándose. Cobardía y queja, mientras no se hace nada, hoy van de la mano: es seña de identidad muy propia en algunos lares. O, desde otro punto de vista: solo los cobardes que dicen "sí, señor" siempre y comulgan con ruedas de molino son los que progresan en política, en empresa y socialmente, por eso estamos como estamos. Es sólo una opinión, aclaro.
La segunda película, "Invictus", es también estupenda, sobre Mandela, un personaje que parece, por así decirlo, todo lo contrario, pacifista. Pero es la otra cara del valor, de la valentía, creo, tan importante y necesaria como la otra, la del paso adelante: el líder sudafricano representa la resistencia, el valor de no devolver el mal con mal siempre, la concordia, etc. Otro modo de ser valiente.
Me interesa también mucho la paz que no sea el “no nos metamos en líos por si acaso”. O sea, algo más que dejar que el mal avance, no vaya a ser que le molestemos y nos haga daño, mejor calladitos y a lo nuestro. Un caso que se me ocurre muy tonto: el de Europa antes de que los americanos entrasen en la 2ª guerra mundial, que se ganó gracias a ellos, a los yanquis, siempre tan malos. Siento este dato, porque si es por los europeos, no se gana: dejamos que Hitler o la Unión Soviética avanzasen por pacifismo y no molestar a los grandes.
Tengo que reconocer que, más allá de Mandela, a mi me gusta mucho Clint Eastwood, el director de "Invictus", que es un tipo muy inteligente, nada políticamente correcto, que sabe contar historias como pocos (sabe la diferencia entre la piel dura y ser un tipo fuerte, son dos cosas distintas). Algún lelo ha querido "desmontar" a Eastwood con una biografía sobre sus debilidades o su "lado infame": hace falta ser tonto, por Dios. Que Clint no era una hermanita de la caridad ya lo sabíamos, no hace falta ser un lince para imaginarlo. Pero sus películas son estupendas... y la envida es siempre muy mala; de nuevo ese afán "igualitarista" de querer tirar por los suelos a los grandes: nadie dice que Eastwood sea el yerno o marido perfecto, me es indiferente ese dato a este efecto, sólo digo que hace unas películas estupendas, mejores que las de muchos otros. Todavía tengo en la retina ese final de "Gran Torino": toda una impresionante declaración de principios para el que fue pistolero del oeste, Harry el sucio, etc.
El caso es que esta película es sobre el perdón y la concordia, también sobre la inteligencia. Fue curioso hablar con Pepa, una buena amiga, y que coincidiésemos las dos: es una película muy para España. Quizá debieran verla las altas instancias políticas del país, pero también formar parte de la educación para la ciudadanía y no tanta chorrada. No sé, me vino a la cabeza, ¿por qué será?, lo de la memoria histórica y personas concretas, ese afán constante por querer dividir y no unir, intentar hurgar en viejas heridas, no por justicia -siempre importante-, sino para sacar tajada y rédito propio cuando no se sabe por dónde tirar, cuando no se vale ni se tiene peso. Da la sensación de que cuando alguien simplemente no sabe qué hacer, ni dirigir, ni gobernar, hay muestras más que suficientes, le da por abrir heridas que es lo más fácil. O cuando alguien no puede sacar adelante el trabajo de un juzgado, que es mucho, y le tienta la cosa mediática de estar en el candelero y ser importante, pues a lo mejor le da por ahí: no hay riesgo alguno en abrir heridas viejas, creo, eso es estar en la demagogia y encima a toro pasado, me parece. Es más difícil unir que dividir, sobre todo si se hace cuando no hay ya peligro alguno, a más de sesenta años vista. Es más difícil ser magnánimo que un resentido, que solo hay que saber azuzar y se suele ser cuando no se tiene valor, ni corazón, ni inteligencia . Pero es algo que se me ocurre al hilo de una buena película y de un líder nato, válido y valiente como Mandela, que hace todo lo contrario a lo fácil y, encima, se reduce el sueldo, eso también: nada que ver con nuestra realidad política y judicial. No sé cómo se me ocurre esa asociación de ideas, ese contraste, tras ver "Invictus".
Mandela estuvo 27 años en una celda, preso, en unas condiciones infrahumanas. Esta película narra la celebración del mundial de rugby en Sudafrica y cómo el equipo nacional (odiado antes por ser identificado con el apartheid y lo peor de esos blancos afrikaaeners) logra “aunar” voluntades y entusiasmo gracias a que Mandela, ya presidente, no es un lelo, es alguien inteligente y bueno, ambas cosas. Al lado de otras cintas de Eastwood es menos interesante, pero es excelente. Freeman está muy bien, aunque el óscar espero que vaya al protagonista de "En tierra hostil", la verdad, y Matt Damon también. El rugby es un deporte de caballeros que juegan como si fueran hooligans mientras que el fútbol es lo contrario, hooligans que juegan como si fueran caballeros; que cada uno elija qué prefiere.
La figura de Mandela es lo que es un líder: alguien que, para empezar, se lidera a sí mismo, y no se permite la gran debilidad que es la venganza, el ajuste de cuentas o el resentimiento. Eso una persona no debe de permitírselo nunca, pero un presidente de una nación, alguien que hace cabeza, mucho menos: sin comentarios. Luego, para añadir, Mandela es alguien que "pasa" de perder votos o apoyo: para eso está un líder, para decir lo que resulta a veces incómodo y no va a gustar nada, para empezar, a "los suyos", el sangre, sudor y lágrimas que dijo ya Churchill. La escena con su jefa de gabinete diciéndole que va a perder apoyo de "los propios" y él pasando es de las mejores, para que muchos tomasen nota, la tomásemos. Da igual caer mal, es lo de menos casi siempre: es una gran libertad que no importe nada lo gordo que se puede caer a veces, que el fondo de las cosas (la verdad, lo bueno) importe más que los votos o la popularidad.
Transcribo el poema de Henley, "Invictus", que Mandela recitaba en la prisión, un poema que inspira, la poesía tiene que ver con la supervivencia casi siempre. Es el poema que da al capitán del equipo nacional de rugby. Se lo he mandado a hijos, a hijas, de amigos míos, en plena adolescencia: ser el capitán de uno mismo es mucho más difícil que cualquier puesto o mando en plaza, incluyendo la presidencia de un país. La valentía no es sólo el saber avanzar venciendo el miedo, sino la resistencia, el aguante, el extender la mano o el abrazo, a menudo mucho más difícil que el saltar para que te disparen a ti el primero, el mostrar el pecho o la cara para que te la partan, porque no te importa y hasta le encuentras cierto placer a que te den y tú ya estás habituada a que lo hagan. Bien lo sabemos los adultos, bien que nos cuestan ambas cosas, el avance, pero también la resistencia. Cada día cuestan las dos, y se llega a hacer uno sangre si lo intenta de verdad, creo.
Lo dicho, dos películas estupendas sobre dos hombres en todo el sentido de la palabra (no de masculino, de persona). Faltan, con todos mis respetos lo digo, pero faltan.
INVICTUS (William Ernest Henley, 1849-1903)
Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul. -
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed. -
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find me, unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate;
I am the captain of my soul.
INVICTUS
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
Domingo de Pentecostes, la venida del Espíritu Santo, el Rocío, extraña asociación de ideas la mía, me acuerdo del servicio religioso de la Abyssinian Church allá en Harlem, una experiencia para vivir. A las 9 y a las 11, doblete, tienes que hacer cola, su coro es de lo mejor, su pastor, demócrata, habla y habla y habla y echa broncas, casi 2 horas, vale la pena si uno tiene paciencia.
Para empezar cantan como los ángeles, para seguir, ver a todos los negros -y escasísimos blancos, algunos turistas- vestidos de impresión es algo que no se olvida. Si vas con sandalias te hacen comprar unas zapatillas como de niña pequeña, las mujeres tenemos que cubrirnos los pies, tampoco escotes ni zapatillas de deporte, un mínimo de elegancia y decoro. Ellos con traje, ellas con sombrero y zapatos y medias, o en estilo afroamericano, aunque haga mucho calor.
La última vez tuve que hacer la cola en dos ocasiones porque cuando me fui a comprar los zapatitos -nunca pensé que yo era una descocada- la cola se movió y perdí mi sitio, no me gusta discutir y menos en tierra extraña, como oveja paciente esperé otra hora. Entré al servicio de las 11, recomiendo el de las 9, menos gente y más auténtico.
Comunidad, sentido de comunidad, cualquier pueblo norteamericano tiene iglesias, muchas, y una sinagoga, o varias. Es lo primero que te choca del país, la cantidad de iglesias que hay, denominational, non denominational, de todo, más luego toda esa retahila de telepredicadores que hacen su agosto en el ámbito rural y en el no rural. Alucinas.
In God we trust.... reza el dolar, pero por si acaso pague primero completan en algunos bares.
El servicio del domingo en la Abyssinian Church aquel domingo de julio hace dos años comprendía no solo las lecturas propias del día y un sermón interminable leído con mucho impetu y convicción, sino muchos cantos, los baptistas no consagran ni comulgan, a cambio un desfilar de personas: 20 chicos habían sido admitidos en la universidad (y nos los presentaron casi uno a uno, allí en el medio que estaban los chavales), fulanita había completado su educación nocturna (una madre soltera), zutanito se había jubilado después de no sé cuanto tiempo de "servicio a la comunidad como portero", así un montón de gente. Luego nos despidió el pastor que apoyaba oficial y públicamente a Hilaria Clinton, nos lo dejó bien claro.
Comida ligeramente cajun en Harlem a continuación, otro ritual, en Sylvia's, mientras una cantante negra amenizaba el brunch. Nosotros tenemos el aperitivo, nada que envidiar, pero el brunch, esa mezcla entre desayuno y comida (mejor con un bloody Mary, me encanta), es una institución newyorkina del domingo que hay que probar.
God bless America, cantan también. Estados Unidos no se puede entender sin Dios, sin esa gran parte del país que va a misa, a la sinagoga, al servicio dominical o, también, a la mezquita, que los hay. Diego, profesor en la costa este, amante de España a la que conoce a pie porque la ha andado mucho con su mujer Ann, pintora, tiene un hijo de su primer matrimonio que es musulmán converso. EEUU es así.
Tengo amigos o conocidos estadounidenses bastante variados, nada tiene que ver un profesor de la costa este, demócrata de toda la vida, con un ex-marine que vive en Oregón y cultiva flores preciosas en su jardín.
Internet, y verse si se puede las caras, facilita estas cosas, ese capital puente que diría Putnam que tiende vínculos entre hinchas de equipos, países, orígenes, educación, religión y contextos diversos y a veces hasta contrapuestos, al final somos todos bastante iguales. Una de las cosas que más admiro de los EEUU es su movilidad social y su capacidad de emprendimiento, tanto a nivel empresarial como en otros y, muy en concreto, en el sector no lucrativo.
Quizás porque su sector público es tan débil los estadounidenses tienen una honda tradición de contribución a lo que consideran que es la comunidad, bien sea a través de trabajo voluntario bien a través de aportaciones de dinero.
Las grandes fortunas yankis, empresariales o individuales, han hecho y hacen posibles los museos, muchos hospitales, asistencia social y mucho más. Entras en el MOMA o en el Metropolitan y se suceden los nombres de Astor, Vanderbilt, los apellidos de quienes han financiado dichos museos aportando sus colecciones privadas o financiado las compras.
Todo tiene su cara y su reverso, ayer comentaba con unos amigos el peligro de caer enfermo en EEUU donde un cáncer te puede costar no ya la vida sino dejar totalmente en la ruina a tu familia, deudas enormes para tus descendientes que lastrarán su vida. "Not to mention" lo que cuesta la universidad. Es cierto que hay públicas, más baratas, pero un añito en una universidad media te puede costar unos 2 millones de pesetas a nada, estancia y tuiton incluídos, esto hace que todos los universitarios trabajen -cosa estupenda- y pidan préstamos que luego tienen que devolver -cosa no tan buena-.
"Nosotros somos las empresas", mi amiga Nancy, republicana a matacaballo, recién casada con Harry, ex-marine también, todavía más republicano que ella, me evangelizaba a mí, pobre europea, en las bondades del sistema de libre empresa. Eran casi libertarians, aunque tiraban a conservadores y creían todavía en el Estado y las buenas costumbres.
Yo estaba -y sigo estando, a pesar de la crisis- bastante convencida, pero ellos seguían erre que erre mostrándome la perversidad de una Europa donde todo es carísimo, especialmente de una España donde pagamos precios desorbitados por cosas como el móvil o las casas, ellos con el doble de sueldo pagan por casi todo la mitad.
"Mi pensión y mis ahorros están en bolsa, de una manera directa o indirecta, nosotros somos las empresas", Nancy no entendía esa ideología "anti-empresa" tan enraizada en España, en Europa, tampoco la monarquía, repúblicana en todos los sentidos de la palabra. "Nosotros somos los descendientes de los pobres emigrantes que huyeron de Europa, hemos prosperado por nuestro trabajo en un sistema donde no hay privilegios de clase. Sois vosotros los antiguos".
James, mi amigo marine de Oregón no fue a la universidad, nos escribimos con cierta asiduidad, ahora trabaja de fontanero, es cultísimo, lee sin parar, está aprendiendo español porque tiene una medio novia mexicana a distancia. Y es hijo de universitarios, miembro de una peculiar familia donde él es el único católico, convertido recientemente.
Nancy fue abandonada por su marido, cocainomano, con un chico adolescente, luego ya se casó con Harry, es su tercer matrimonio. Invité a Nancy y a su hijo a venir a España, nunca en mi vida he visto tal desorden en un cuarto, no ya del chico, que estoy más acostumbrada, en el de una mujer adulta. Tiran todo al suelo, cocacolas a todas horas -unas 12 al día se tomaba el muchacho-, dejaban el cuarto de baño hecho unos zorros -ambos- y echaban a la lavadora cinco prendas por día. País de proletarios, sí.
Hace unas semanas paseé a una pareja de yankis, el jefe de Jero y su mujer, por Madrid y luego fui a Sevilla donde Toi nos trató de maravilla. Estos eran periodistas y demócratas, encantadores también como Nancy aunque totalmente opuestos. "You don't have to do it", no entienden la gratuidad a veces, no hacemos las cosas porque "tengamos" obligación, las hacemos porque queremos.
Le comenté a Toi lo importante que me parecía que personas educadas -es una manera de decirlo- entendieran qué es Europa, qué es España. Nos volcamos, porque sí -nos sale- y por otras razones también.
Sólo 11 millones de estadounidenses tienen pasaporte en un total de 300 millones de personas. El resto no viajan, no salen del país, pueden pasar tanto a México como a Canadá sin dicho documento. Y su visión del mundo, sin querer, puede ser limitada, sesgada, de hecho lo es.
Es un país a menudo volcado en si mismo y, a la vez, un actor internacional fundamental, a nivel político y económico, no sé bien por cuanto tiempo lo será, pero todavía creo que que le queda.
Y a veces sus empresarios están mejor preparados que sus gobernantes para entender. Han viajado más, se han movido más y están más abiertos.
Las fotos siguen siendo de Jerónimo Nisa /Birmingham News.
Jero, tomo la palabra a tus jefes y me tendréis en Alabama un día de estos (cuando la crisis remita un poco ;-) , quiero alquilar un coche y tirar millas pa'lante.
En los 90, cuando mi madre todavía podía viajar con comodidad, visité con ella Nueva York. Invitamos a una sobrina entonces preadolescente, lo pasamos muy bien las tres.
Una de las visitas que nunca se nos olvidarán fue la de Ellis Island. Allí se encuentra un museo dedicado a la inmigración. He vuelto después a esa pequeña isla donde se accede a través de un barquito que une cada poco tiempo el trozo de tierra con Manhattan. Un barco que pierdes con una facilidad pasmosa, te entretienes paseando por ese primer trozo de tierra yanki donde desembarcaban los inmigrantes, donde tenían que esperar antes de poder entrar oficialmente en los Estados Unidos.
Ellis Island es una parada obligatoria para entender que los Estados Unidos es un país de proletarios entre otras muchas cosas que también es.
Y no hay Hollywood que te lo haga olvidar, tampoco el discreto encanto de la costa este, ni la riqueza impresionante en recursos naturales del país, ni esas grandes empresas que hoy se desmoronan y que quizás serán sustituidas por otras, no sé si igual de grandes o más fragmentadas. Tampoco el cosmopolitismo de Nueva York puede hacerte olvidar que el tejido de EEUU es otra cosa, una fibra que se ha hecho, que se hace, a base de algo más que Wall Street.
Estados Unidos es el país que realmente ha atraído a lo largo de nuestra historia más reciente a los proletarios, a los parias de la tierra, hecho por diversos pobres que no quieren serlo, pobres de dinero o de libertades que es otra forma de pobreza a menudo muy unida a la primera.
Unos huyeron de una Europa atravesada por las guerras de religión, por persecuciones diversas, hambrunas durante muchos siglos, hasta la segunda guerra mundial e incluso más tarde. Otros más recientemente de otros países de América, de la miseria también, de la opresión .
EEUU ha canalizado bien, en general con magnanimidad, quizás a veces mal, esa corriente continua de personas que ningún otro país ha soportado ni, tampoco, de la que se ha beneficiado tanto, bien lo saben ellos. Y de Asia, muchísimos, emigrantes también en oleadas variadas, desde los que construyeron la red ferroviara hasta esa otra inmigración muy distinta, el "brain drain", los mejores cerebros.
Nadie como las universidades norteamericanas para captar talento allá donde se encuentre, no son proletarios, pero es una inmigración que ha hecho del país también un mejor lugar.
Ellis Island es un museo curioso, triste y apasionante a la vez. Oyes el testimonio oral, grabado, de muchas personas, cómo recuerdan su llegada al país, te emocionas con sus recuerdos. Pones tu apellido en un sistema que intenta localizar quién y por dónde llegó al país con el mismo nombre de familia que el tuyo. No sé si seguirá ese museo así todavía, como el de los que no tenían nada y buscaron un país mejor, un lugar en el mundo.
La vida cuesta mucho a mucha gente, todos los días. Y quien ha pagado un precio personal, quien es consciente de ese precio, no suele tomarse a la ligera cosas tan serias como la libertad, la democracia o, también, el bienestar económico, que cuestan cada día y mucho, cada puñetero día. Son esas cosas que no las da un gobierno, ni un partido, ni nadie, nos las ganamos cada uno con esfuerzo, nunca son gratis. Los yankis no son tan ingenuos como parecen, saben que la vida mancha, somos nosotros los infantiles, de pecar pecan de excesiva confianza en la voluntad, eso que a nosotros en cambio nos falta.
Sólo quienes no han luchado, quienes son el fondo unos niños bien, ricos de algún modo, unos señoritos, españoles, europeos o no europeos, de izquierdas o de derechas, me es igual, creen que todo es gratis o casi, que no cuesta esfuerzo. No lo valoran. O creen en un salvador, estatal o no estatal.
O no creen en nada, que también se lleva mucho y queda muy moderno y como muy inteligente, especialmente en España. "Yo paso de política", "yo no voto", "todos son iguales", etc., etc., etc.
En definitiva "They take it for granted" dicen. Y sí, vivimos en el we take all for granted... a este lado del Atlántico, somos de traca.
Una mezcla terrible de ingenuidad, de irresponsabilidad y de tontería, de cinismo o especticismo paralizador y muy cómodo en el fondo, como la que tenemos hoy en nuestro país, pero también en Europa que podrá desaparecer tragada, nada es eterno, ningún imperio lo es, nada y menos Europa, tampoco los EEUU.
Las fotos son de Jerónimo Nisa / The Birmingham News. Jero tiene un blog donde se puede ver lo buen fotógrafo que es, ahora está trabajando en Decatur, Alabama. Por favor, pasad a ver sus fotografías porque valen la pena.
Hace tres años volví a Nueva York. Se casaba una amiga y me invitó a la boda. Me quedé en casa de Kate, una ex-policía reconvertida en investigadora o agente anti-terrorismo, todo como muy secreto, por si acaso yo no preguntaba mucho. Tenía un apartamento Kate magnífico, me llevó a una playa a unos 50 km de Manhattan, nada que ver con las nuestras: impoluta, sin transistores, sin gritos, también sin chiringuitos. Sin gente.
No se podía ocupar de mí Kate todos los días y me dejó al amparo de Steve, un amigo suyo, judío, encantador, que me enseñó Nueva York desde una perspectiva desconocida para mí. Nada de museos, mucha calle, mucho rincón, pequeños establecimientos, anécdotas que no están en ninguna guía de viajes. Andábamos sin parar, era el mes de julio, y nos párabamos de vez en cuando en algún bar o café con internet a reponer fuerzas. Steve recibía además en su móvil unos extraños mensajes y tenía que conectarse de repente.
Un día, no tanto por curiosidad como por agradecimiento, le pregunté a qué se dedicaba, me sentía un poco mal por quitarle tiempo de su trabajo. Sonriendo me lo dijo "Soy jugador, Aurora, pero no se lo digas a Kate, oficialmente el juego está prohibido en Nueva York. Ella sabe que lo soy, yo sé que lo sabe, pero formalmente nunca hablamos de esto para evitar problemas."
Steve era demócrata, mi amiga Kate republicana. Él un judío agnóstico, ella una ferviente católica, además de partidaria de la misa en latín pre-conciliar, otro día lo cuento porque tiene tela. Corrían juntos muchos fines de semana o andaban a buen paso y llegaban hasta Brooklyn, ambos amaban la ciudad.
A mí este acuerdo tácito de no preguntarse mucho, respetarse y ser tan amigos me pareció divertidísimo. Y curioso también.
Además de jugador -poker fundamentalmente, un hacha- Steve jugaba también en la bolsa. Al conectarse a internet compraba y vendía acciones y en un día hacía o perdía 2000 dólares sin inmutarse. Así se ganaba la vida, bastante bien. Pero de pinta Steve no era como la gente que yo conozco de bolsa, nada que ver: más bien como Woody Allen, un tanto desastrado, gafas de culo de vaso, rubio y con mirada burlona. Le comenté lo que me recordaba a él y le encantó.
Steve me enseñó ese Nueva York de barrio, de barrios, que se hace a pie. Un Nueva York acogedor, de gente que se conoce en los bares, también me insinuó otro, el del arte contemporáneo, su novia era marchante, galerista, japonesa, nada que ver con él que pasaba de casi todo salvo de hacer dinero y reirse del mundo.
El odiaba viajar, salir de Manhattan, su pueblo al fin y al cabo. Era en el fondo un tipo que le gustaba la seguridad, lo conocido, poco dado a lo cosmopolita, pero su novia podía más y se vinieron a España ese mismo verano. Les aconsejé no pisar la costa en pleno verano y viajar por parte de Castilla la Vieja, la Rioja y el País Vasco. Acerté, alucinaron con la comida española, con las bodegas, con nuestro paisaje y con los paradores y otros hoteles que escogimos bien, creo.
Hoy me acordé de Steve y su novia japonesa, a ver si les escribo.
Hacía tiempo que no hacía de cicerone. Me encanta, para empezar porque lo de organizar me apasiona, qué le voy a hacer. Segundo, porque enseñar tu ciudad o alrededores siempre está bien, algo sabes que a los demás les puede interesar. Como doy clases sé lo difícil que es a veces tener una audiencia cautiva e interesada. Lo de guía turístico es muy agradecido, se quejan poco y suelen estar encantados.
El caso es que por una de esas cosas del destino, Toi me dijo que venían los jefes de Jero a España, me ofrecí a echarle una mano, y he acabado recibiendo ayer a una pareja de periodistas de Alabama en el aeropuerto. Fue divertido, les escribí hace dos días un correo electrónico tan entusiasta que pensaron que yo era realmente una tour operadora y estaban espantados pensando que les iba a cobrar o algo así.
Menos mal que le mandé copia a Jero diciéndole que les aclarase quién era yo, no fuera a ser que pensaran que estaba loca, como así fue. Aclarado, pero no del todo como luego se verá.
Así que ayer me fui al aeropuerto y como su vuelo se atrasó les hice un paquete de bienvenida: pase para todos los museos de Madrid y su comunidad durante 3 días así como para todas las visitas andando con guía inglés que hay en la ciudad (Madrid Barroco, Madrid de los Austrias, Madrid la repera, Madrid for ever, etc.) y ticket de metro y bus para 5 días, más mapas, más una guía.
Me faltó el abanico y el botijo, hubiera sido bonito, seguro que se lo acabo regalando, me conozco.
Por cierto, casi me traigo a una guiri que no era, porque como sonrío mucho una tipa al salir del avión me tomo por quien la tenía que ir a buscar, menos mal que al preguntarle yo por su marido y decirme que no venía caí en que no era Ms. Regina Wright. Otro señor me dijo que ya le gustaría ser Mr. Right, pero que era Mr. Wrong, en fin, la espera estuvo entretenida.
Bueno, al final salieron, les dije que esperaba a gente mucho mayor, lo que les encantó, sé qué decir siempre que sea agradable, es la costumbre de haber trabajado en comunicación, no se miente nunca, pero se intenta mostrar la mejor cara. No cuesta nada y la gente se pone muy contenta.
Salimos de Barajas y tras intentar meterme en el centro acabé dejando el coche en un parking en el quinto pino, tengo poca costumbre de conducir en ciudad y hay miles de prohibiciones y direcciones que no se pueden tomar. Resultado: les hice subir la cuesta de Bailén con un sol de justicia, acabé llevándole la maleta a ella porque le iba a dar un yuyu.
Sobrevivieron pese a todo. Les dije que siendo el centenario de Darwin lo hago con todos los turistas por eso de la selección natural: si salen adelante son resistentes y pueden aguantar el resto del tour, si no, pues al hoyo. No sé si entienden mi sentido del humor, creo más bien que no. Quisimos ir a las Descalzas Reales, tienen el convento al lado de su hotel, pero el aforo estaba lleno. Como es clausura sólo se abre unas pocas horas y si hay más de 30 personas no dejan pasar, espero que hoy lo hayan podido ver. Así que nos fuimos a San Ginés. Allí les expliqué quién era Lope de Vega, Quevedo y Calderón de la Barca un poco más adelante, porqué tenemos tantas Vírgenes pero sólo hay una (quedó un poco hindú pero ya explicar teología católica pero española en inglés me supera) y como no todo va a ser literatura o teología seguí por la calle Mayor hasta la Plaza Mayor con lo del chocolate con churros, qué era la cecina, qué es el jamón ibérico (from pork I like even the way he walks... ), la pastelería la santiaguesa, la cruz de Santiago, la empanada gallega, etc.
Luego Palacio de Oriente, el toisón de oro -look at the lamb hanging in the "pendón del rey" -con perdón-, que el trono no se usa, que la corona tampoco, que el rey no vive allí, etc.
Estábamos muy cansados a eso de las dos y comimos en plena plaza de Opera. Y luego se fueron a echar la siesta. Yo también. Tenía 3 horas de clase de 7 a 10, incluso para mí hablar tanto es mucho.
El sábado nos vamos a la opera al aire libre (y gratuita) que hay a las 8 de la tarde (los cantantes someten a un tribunal popular a Mozart), luego a cenar, al día siguiente al Escorial y al Castillo de Manzanares el Real. Y después paella en mi casa y tarde de relax y piscina si es que la puedo poner a funcionar entre hoy y mañana.
Quieren probar paella y tapas, lo segundo les he dicho que en cualquier lado casi, lo primero me da tanto miedo que les he prometido que la comerán en mi casa: a la gente le encanta envenenar a los turistas con paella, yo prefiero que hagan ejercicio y mueran de infarto.
"Así que tú conoces a Toi". "Mmm, realmente no". "Bueno, pero Toi sí conoce a Jero". "Pues mira, tampoco".
Casi fue peor explicar que realmente no nos conocemos de cara ninguno o casi ninguno, pero que nos fíamos los unos de los otros. Yo creo que esto ya les superó y me dijeron muy educadamente que si se podían echar la siesta. Les di permiso, tiene él 70 años y ella sesenta y algo, me dieron pena, no se trata de repatriar dos cadáveres. Quedamos el sábado a las 7 en su hotel, aunque tengo dudas de que no quieran darme el esquinazo.
Son majos, alucinan un poco pero es normal. Se acostumbrarán.
Pero creo que están deseando llegar a Sevilla y tener un poco de paz.
Yo no era partidaria de Obama. En cualquier caso, está todo por ver. Desde luego, que haya un negro presidente de EEUU es algo que celebrar. Es un momento, sin duda, histórico y, posiblemente, un cambio era necesario. Sin embargo, quizás por llevar la contraria, me molaba Palin. Por otro lado, y a pesar del repelús que personalmente Hilaria Clinton me daba -no sé por qué-, siempre creí que podía ser una mejor presidente que Barack, también que McCain. Creo que era la que estaba mejor preparada. Pero las urnas, y lo que sea, deciden lo que deciden. Deseo que sea lo mejor, para ellos y para nosotros.
Me emocioné con la foto de Obama en la víspera de su toma de posesión. En la fiesta en honor a su adversario McCain, celebración que presidió. Me pareció un ejemplo de magnanimidad, algo ejemplar y envidiable en la vida política, social, económica y hasta familiar.
Alma grande, extraña virtud, tan ausente hoy, tan ignorada, ni el término ni el concepto.
Volví a mirar la foto de Obama con McCain y me acordé de la Rendición de Breda, rara asociación de ideas entre ese mundo yankee y el nuestro de antaño: almas grandes.
Quizás los que saben ganar saben también no arrasar ni humillar en su victoria al adversario o enemigo.
Saber desenvainar la espada, la del argumento y tu razón en una discusión, y saber, con el mismo arrojo y elegancia, envainarla de nuevo cuando es menester.
A veces no hace falta derrotar al otro hasta machacarlo. A veces hay que dejar una puerta abierta para la reconciliación, una salida honrosa. También en las discusiones.
Fundamental la magnanimidad también cuando quienes se enfrentan no son individuos, sino países, y cuando hay armas peores que la lengua. Aunque la lengua puede ser letal también.
Pero la magnanimidad no sólo es virtud frente al adversario o enemigo sea individual o colectivo.
"Me alegra mucho de que me haga esa pregunta" dice algún conferenciante sin retintín alguno ante una pregunta, habitualmente larguísima y que, además, no viene a cuento. A veces ni siquiera es una pregunta. En todo congreso hay este tipo de intervenciones, en todo simposio.
Magnanimidad de quien sabe realmente y acoge la ignorancia o la pesadez de otros con una sonrisa.
Hay gente que, porque son magnánimos, dan la vuelta a esa nube gris de la pregunta o intervención y ofrecen un soleado espacio de diálogo e intercambio. Y hacen quedar al preguntón como un señor.
Hay maestros en esto en el mundo real y hasta bloggers: te acogen con una generosidad impresionante, cuando una dice tonterías habitualmente, cuenta su batallita, o no entendió casi nada de lo que leyó. Para qué nos vamos a engañar. Así que muchas gracias, magnánimos y magnánimas colegas.
Magnanimidad de maestros, profesores, algunas personas en algunas empresas, que comparten lo que saben, alientan al que aprende y dan eso tan bonito que llamamos cancha. Dar cancha: ofrecer espacio para que la gente crezca o simplemente se mueva al amparo de otros, con otros y por libre.
Excepción a veces en muchos ámbitos donde da miedo que otro haga sombra o hasta ande solo después.
Sólo los grandes son eso, magnánimos. Los pequeños no pueden permitírselo. Y creo que por eso estamos como estamos en política, en la universidad, socialmente. Hasta empresarialmente. Nos hace falta magnanimidad, entre otras cosas.
Volví a mirar la foto de Barack y McCain. Qué envidia de país. Con muchos defectos, seguro, pero ejemplares en muchas cosas. Un magnánimo presidente para una país que es magnánimo.
Me detuve otra vez en la Rendición de Breda. Los españoles no eramos almas pequeñas, sólo hace falta leer y conocer la historia. ¿Qué nos ha pasado?
Voy a ir cerrando temas o me pilla el 31, como en general me ocurre, con varios frentes abiertos.
Del yo al nosotros y del nosotros al yo, última parte.
Comunidad. Otro concepto interesante de lo que es grupal. Muy anglo. Irlandés también. Me acuerdo bailando en el pub en Irlanda: te dabas cuenta que era un baile social, de comunidad. A diferencia de las sevillanas, un simple ejemplo, que es un baile de 2 -hombre y mujer, además-, todo un aire de seducción a mi limitado entender. El baile irlandés es un baile que explica su sentido de comunidad. Divertido, animado, enseguida lo aprendes, la Guiness ayuda en cualquier caso.
Un sentido de comunidad es lo que hace que todo un pueblo se ponga a construir un granero para alguien que lo necesita, y que a la vez se sea fieramente anti Estado: se cree en las personas y el bien común, pero muy poco en la autoridad de alguien supuestamente por encima. No se delega nada por arriba, no vaya a ser que se lo crean. Se ve en las pelis yankees -lo rural tiene mucha herencia irlandesa-, pero también, por poner un ejemplo, en la gran diversidad y eficacia de lo que se llama tercer sector, las entidades no lucrativas, ongs, que en EEUU son desde el club de futbol de tu hijo (donde tú colaboras todos los sábados entrenando) hasta el "meals on wheels", un servicio de comida a domicilio para la gente que vive sola. Hay de todo. Liberales, libertarios incluso y, a la vez, un fuertísimo sentido de comunidad, gracias a eso sobreviven. Una sociedad totalmente liberal (liberalismo I que diría Michael Walzer) sería insoportable. El comunitarismo, como tercera vía, es, por eso, muy interesante: aporta una visión, quizás menos soluciones prácticas.
Frente a esto, yo no creo ni en la tribu ni en el colectivo. Quizás tampoco en lo colectivo. Me espanta cuando hablan de "las mujeres". O de "los homosexuales". O de las cuarentonas. Y que se nombren representantes. Cada vez creo más en los individuos y pienso que las agrupaciones de colectivos suelen servir al interés de unos pocos, a menudo ni siquiera los propios de dicho colectivo. En el caso de las mujeres es evidente: niñatas sin oficio ni beneficio ... bien situadas por haber cogido el toniqute de "las mujeres".
Y con la tribu, igual. Hay un sentido atávico en la tribu que los españoles hemos mamado bien. Lo vivmos en política: nuestro voto es atávico a menudo, no lo movemos, son "los nuestros". Pero existe en muchos más lugares y culturas. Las llamadas tribus urbanas son precisamente esto: borricos varios unidos bajo un mismo uniforme y actitudes que los protegen de pensar, pero también del mundo exterior bajo un manto de seguridad que sólo el grupo proporciona. Suelen seguir el eslogan del líder. Y someterese a ritos de iniciación o madurez varios con una jerga que sólo ellos entienden.
Necesitamos de lo grupal. Nos hacemos en una familia. Es lo primero que necesitamos, y no siempre se tiene: no una familia cualquiera, una familia estable, donde con los fallos de todos, se perdone y se quiera a todos. Pero no toda familia es así. Por eso me parece complejo hablar de la instutución familiar como si el concepto nos salvara de todo mal. No sé, no lo acabo de ver, creo fundamental la familia pero sé que no sirve sólo "la invocación", por así decirlo.
Hoy se celebra el Día de la Familia y Madrid se inunda de familias para una gran manifestación: es una cosa estupenda, quizás hace mucha falta. Pero pienso que hay mucha tela que cortar en la familia, dentro también, y en todo lo que la rodea por supuesto. Creo que no siempre son "los otros", la "otra tribu", los "malos" anti-familia. Las cosas son un poco más complejas a mi entender, pero es posible que yo sea la enrevesada.
Qué connotaciones tan distintas pueden tener los diferentes tipos de agrupaciones humanas. Pienso en el equipo y me encanta, me horroriza en cambio el concepto de colectivo. Creo en la comunidad y soy de la opinión que sentirse miembro de una tribu es peligroso.
De igual modo que los anglos nos envidian el sentido de familia que tenemos los latinos e hispanos, yo les envidio a ellos el concepto -y realidad- de equipo.
Somos un desastre creando equipos en este país. Demasiado individualistas. Pensamos que tenemos que comulgar con el otro al 100% para trabajar con él en algo. Otras veces es más simple: no tenemos la generosidad de alma para compartir lo poco que sabemos. Porque siempre es poco lo que uno sabe. Nos da miedo que alguien sepa más. No creemos en las medallas colectivas, sino en las individuales: o es a mí, y sólo a mí, o como que no.
Vemos a los demás como amenaza: los españoles somos a menudo muy desconfiados. No hace falta ni mencionar la envidia. En vez de emular al otro, de perseguir nuestro "propio estilo y destino", queremos a menudo minimizar el éxito del otro. Sus conocimientos, sus habilidades y el simple reconocimiento de los demás nos hacen pupa.
Todo esto es fatal para hacer equipo, concepto que se basa precisamente en la idea de "todos ganamos" (win-win), "todos juntos somos más listos que cada uno por separado", "todos juntos llegamos más lejos que cada uno por su lado". Puede ser utilitarismo, sí, pero inteligente y simplemente realista. Y hasta más divertido, eso seguro. Aparte de que hay muchas cosas importantes que no se pueden hacer en solitario, la empresa es una de ellas.
La universidad española es ejemplo de nuestra resistencia al equipo. Habitualmente no son equipos, son tribus: o eres de los míos o eres de los del "otro". Y al frente de cada tribu habitualmente un tío al que se le rinde pleitesía incondicional. Tantas veces la gente hastiada se acaba yendo de la Universidad, fuera de España si puede, la que más vale a menudo lo hace.
Es cierto, no es oro todo lo que reluce en los anglos y el sentido competitividad a muerte también está muy presente en muchos equipos anglos, en empresas, especialmente los yankees: dentro del equipo, entre unos y otros, hay películas estupendas sobre esto.
Pero lo que yo he visto en empresas y en la universidad de otros países es que el equipo tiene un sentido, y las organizaciones lo saben y los alientan, sean informales o formales.
Echo de menos mucho trabajar en equipo, ahora sólo lo hago por proyecto, mucho más puntual. Y lo necesito.
Por eso me encantan los musicales. No es sólo que me guste ver bailar y cantar tan bien, es que a veces son 70 personas en escena haciendolo bien y eso tiene mucho mérito. Son un equipo.
Con formar parte del Chorus Line ya me bastaba. Este One es del musical del mismo nombre. ¡Qué (sana) envidia!
Jo, qué titulo. En román paladín: aguantar que las cosas no salgan como uno espera. Y seguir adelante. Sin traumas y sin ingenuidades. Aceptando el fracaso, reconociéndolo. Si fuera posible, con sentido del humor.
Me dio Pepa el tema. Sí. Los finales felices son estupendos, pero la vida es más complicada que un "boy meets girl, kills the bad and gets the girl".
Hace años hice la crítica de "Inteligencia Emocional" de Daniel Goleman. Me pareció interesante, pero muy simplista. Es cierto que hay que aprender a canalizar las emociones y que gente "muy lista" fracasa en la vida por un tema emocional.
Pero los consejos de Goleman servían lo mismo para un manipulador que para un santo, la verdad. Puro utilitarismo, interesante sí, pero se le escapan tantas cosas. No es todo cuestión de voluntad, por Dios bendito. Ni olvidar la voluntad ni sacralizarla.
Los yankees están muy proecoupados por el fracaso. Les descoloca. Lo he discutido hasta la saciedad con amigos al otro lado del Atlántico. "Haz el bien, se bueno, y entonces Dios te premiará." Joer tíos, que no. Leed a Santa Teresa "Dios mío, no me extraña que tengas tantos enemigos si a los amigos los tratas tan mal".
Hombre, tampoco hay que ser tan irónica, aunque en el fondo sí, pero la vida nos demuestra que hay gente que hace todo el bien que puede y todo lo bien que puede y las cosas le salen fatal. Y que los lerdos como los globos suben y suben, como los malos. ¿Y qué?
No hace falta ser católico, ni cristiano, para ver esto, sólo abrir los ojos. Hace falta ser poeta o católico para sobrellevarlo con elegancia y sin que se te lleven los demonios de cada vez.
A ver si vamos a ser idiotas y pensar que el que vale y se esfuerza es recompensado en esta tierra: hace falta ser simple. Para no estar todo el santo día cabreao con este tema sí conviene cierta dosis de poesía o fe. O sentido del humor, ambas lo dan.
Admiro a los yankees en un montón de cosas, me encanta su modo de trabajar sin jerarquias, ese "we can make it" sin tanta ceremonia, su movilidad social que en comparación con el clasismo español es una delicia. Para trabajar en empresa prefiero a los yankees por goleada. Siempre.
Pero me fallan en cuanto hablamos del éxito. Lo tienen grabado a fuego. Y eso que para ellos el fracaso es una escuela de aprendizaje y pueden montar 3 empresas y que las 3 se hundan y aquí no ha pasado nada, algo que en España es impensable, desde los 17 tenemos que tener claro ya todo: un horror.
Pero claro, en EEUU no pasa nada si al final "triunfas". Su mundo se divide a veces entre "populares" y "exitosos" y "fracasados" o "perdedores" (loosers), el peor adjetivo que pueden utilizar. Y lo manejan de continuo: en la escuela, en el mundo laboral, es el gran estigma ser un "looser". Es una sociedad que no tiene lugar para lo que ellos consideran "perdedores", y elabora miles de teorías para explicar por qué existen.
Tolerancia a la frustración. Puse todo de mi parte para algo y salió mal. Fracasé. Reconozco que fracasé. No pasa nada. Santa paz.
No hay un error, el fracaso a veces ocurre: nos morimos no porque hayamos fumado o comido cerdo, un novio nos deja en la estacada y no sólo porque hayamos hecho algo mal, hijos de padres amantísmos caen en la droga.
Perdón, la libertad existe. El mal no es cuestión simepre de algo que hicimos "mal".
No hace falta ser popular, tampoco es importante si los demás ven o no tu fracaso, ni siquiera tu éxito, sea lo que sea éste. Las cruces se llevan en silencio muchas veces, están tan ocultas que ni se lo imaginan. Y los éxitos también, ni importan, no los tomas como tales.
Mala cosa que las jóvenes generaciones no puedan tener un suspenso no vaya a ser que se traumen. Que no puedan tener un no de lo que sea, que echen balones fuera todo el santo día ante un fracaso: el profe me tiene manía, tengo problemas y no pude estudiar, lo que nos enseñan no sirven. Demasiada autoestima a veces: nos hemos pasado.
A los adultos nos suspenden muchos días, sabemos que no damos el 2, y aquí seguimos. Erre que erre. Reconociendo nuestro fracaso y volviendo a intentarlo. Nos dicen no muchas personas. Y seguimos.