Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Los riegos (Agua cayendo) (Los sonidos del verano, 2)

El riego automático funciona en este jardín solo en una parte. El resto hay que regarlo a mano. Pedí presupuestos a principios del verano y todavía los espero.


A las 7 de la mañana y a las 10.30 de la noche oigo los aspersores. Están programados para no coincidir con otros aparatos de la casa o la luz se va. Es la señal para despertarme. También la señal de que el día acaba, de hacer balance.



Me da paz oírlos, sensación de orden, como si fueran maitines o laudes.



Dos horas me lleva regar el resto del jardín por mi cuenta, dos por la mañana y dos por la tarde casi, depende del calor que haya hecho.



He descubierto que es mejor regar muy lento, modular la llave del agua, casi cerrarla. Así cala mejor, y esta tierra tan mala parece que va absorbiendo el agua. Tardo mucho más, pero es mejor para las plantas.



Mi riego automático es ir moviendo dos mangueras que tengo y aprovechar las roturas, las fugas, que una tiene para que el agua caiga en determinados alcorques de arbustos o árboles. Arreglé unos escapes con cinta vulcanica, pero se hacen continuamente, así que he decidido utilizarlos a mi favor.



Mientras hago la cena o preparo el desayuno, me ducho, hablo por teléfono o limpio la casa, el agua cae poco a poco. Todos los días así, de 7 a 9 por la mañana y de 7 a 9 por la noche. Si he trabajado en Urueña, más tarde.



Cuando tengo amigos, familia o a Gonzalo, saben que yo estoy de acá para allá regando y no se molestan si desaparezco para mover la manguera, para graduar de nuevo la llave. El ruido del agua de fondo de música ambiental en el jardín, en la casa.

lunes, 29 de agosto de 2011

La luz en el aire y el zorro desgarbado (Los colores del verano, 6)

Una vez que el sol se oculta tras el horizonte, queda todavía luz en el aire.

Al volver de Urueña a Boecillo intento viajar justo entonces, en esos cuarenta minutos en los que se ve todavía, cuando los colores cambian y los animales salen.

Me acuerdo de algunas películas del oeste americano, de la fogata, los caballos y los vaqueros cansados acampando para dormir al raso.

La noche empieza ahí, en esa luz ambiental que pasa del violeta del atardecer, que describió Colinas y que da nombre a la editorial de Pilar, a un azul cada vez más amoratado. Un azul que acaba por ser oscuridad, noche cerrada. Cada día un minuto antes.

Un zorro me ha salido al encuentro a esa hora varias veces.

Vive entre la Santa Espina y Urueña. Es desgarbado y flaco. Se me queda mirando mientras paro el coche. Ahora sé que me está esperando. Es lo contrario a un zorro de Walt Disney.

Quiero quedarme con el zorro en esa luz que tiene el aire. El mirándome. Yo mirándole. Y el tiempo parado.

jueves, 18 de agosto de 2011

Queridos hermanos (Cuentos JMJ, 1)

La misa había terminado. En la sacristía Pablo se quedaba otra vez con la ropa de calle, jersey y pantalón gris, alzacuellos blanco. Oyó alguien que llamaba a la puerta y, sin esperar respuesta, entraba como una tromba en el cuarto. Suspiró Pablo, ya estaba acostumbrado.

-Mira, vengo indignada, pero indignada, ¿sabes? No hay derecho, vamos, que no hay derecho a lo que has dicho hoy en la homilía, así, como de pasada...

-A ver, María, qué he dicho esta vez...

-Pues has dicho ...

Y María contó por lo que se sentía tan indignada, indignadísima.

A veces no era María, sino otro que venía a protestarle.

Un pueblo con muchos beatos tiene esas cosas: se meten en la sacristía para reñirle al párroco, les encanta.

Otras veces no decían nada. No le venían tras la misa como María, o luego después, al despacho. Pero él veía sus caras en la misa o luego al despedirlos en la puerta, ellos huyendo casi. Podía leer en los gestos de cansancio, de enojo, en el mirar el reloj de tantos, en el salirse a la calle mientras predicaba: “No tienes ni idea, Pablo”, “A ti te quería ver yo casado”, “Pelma, acaba...”, “Esto a mi vecina le vendría muy bien”, “Esto lo dice por fulano...”, “Y en cambio no dice esto”, “Debería decir esto otro, porque vamos...”, “Se nota que no ha estudiado”, “Se nota que no es de aquí...”, “No es como Don Ramiro, ese si que era un buen párroco...”

Pablo sabía muy bien que él no tenía el don de la palabra, ni el de la oportunidad a veces, que podía meter la pata.

Realmente no tenía ni idea de por qué Dios le había llamado, a él, el premioso de su familia, de su casa, el menos brillante de su clase. Era un misterio para todos, pero para él era un misterio aún más grande.

María acabó su perorata.

-Bueno, hija, perdona, quizás no me he explicado bien, no he querido ofender a nadie, ¿eh?, y menos a ti... ¿sabes?

Se hizo un silencio que al final rompió Pablo.

-Y tú ... ¿qué hubieras dicho en mi lugar?, ¿cómo podría haber estado más acertado?

María tenía muchas ideas sobre qué habría que decir, cómo y cuándo.Como las tenía, además, sobre el gobierno de la parroquia, que también era un verdadero desastre.


Aprovechó así la beata ya de paso para explicarle lo mal que lo estaba haciendo en ese terreno como párroco: el retablo no se qué, luego lo de la pila bautismal, además de las cuentas, y Cáritas, y las reuniones de los sábados de viudos, y la catequesis de los confirmandos, y la preparación al matrimonio, y las comuniones de mayo. Y. Y. Y.


En fin, pasó revista María, la beata, a las actividades de la parroquia, lo que se hacía que no marchaba o era manifiestamente mejorable, como las fincas, que era todo. porque csi nada se salvaba. Después se quedó sorprendentemente callada.

Eran casi las 2, y Pablo ya tenía hambre. Le estaban esperando su hermana y su cuñado. Se le ocurrió algo.

-Bueno, María, si te parece bien, quizás podías meterte más en la parroquia, nunca hay suficientes manos ni las mentes más acertadas... O a lo mejor se te ocurre empezar tú algo que pienses que hace falta, que nos hace falta... A lo mejor tú puedes ayudar...

El silencio de María no duró nada. Hizo un gesto de espanto y soltó a bocajarro.

-Qué dices, Pablo, ya tengo yo bastante con lo que tengo, vamos, hombre. Yo solo venía a protestarte.

Sonrió el párroco mientras cerraba la sacristía, dos vueltas a la llave.

María siguió a la carga un rato en la calle, riñiendo al párroco, dale que dale.

En el recodo se despidieron ambos.

Pensó Pablo en la paella que le aguardaba, en la mesa puesta, en la conversación que invariablemente seguiría en casa de su hermana mientras se amodorraban un rato, la tele en voz baja con el telediario.

-¿Qué tal todo?

-Bien, estoy contento en la parroquia... Es gente buena, con ganas de que todo marche...

-¿Café, hermano?

sábado, 13 de agosto de 2011

La enfermedad de los chopos (Humildes gigantes)

En el jardín los chopos amarilleaban como si el otoño hubiera llegado dos meses antes.

Cogió unas hojas y las guardó en el billetero. Pero en el vivero no sabían nada sobre la enfermedad de los árboles. Solo que se iban secando y acababan muriendo agotados.

Tras los olmos que cayeron hacía más de treinta años, ahora eran los chopos, imponentes en altura muchos, sus raices extendidas buscando el agua.

A un lado de la carretera de Simancas iban quedando desnudos de hojas en pleno agosto, esqueletos, postes de telégrafo casi. Arboles que habían resistido todo -mala tierra, falta de agua, viento y heladas, calor en verano- morían rápidamente de una enfermedad extraña sin que nadie pudiera evitarlo.

Sintió tristeza y mucha rabia.

Era incapaz de aceptar la muerte de los últimos gigantes, humildes chopos de Castilla con tan pocas necesidades.

viernes, 12 de agosto de 2011

Del helado de dulce de leche y otros afanes (El misterio de la campana) (y 2)

Es mejor solo la cebolla cortada con el ajo picado que se haga lentamente en aceite de oliva, bien pochada. Luego perejil fresco y abundante. Después el pimentón sin que se arrebate. Quizás entonces un poco de tomate, pero poco. Y enseguida los fideos, que deben de quedar empapados en aceite, como si éste sobrara algo. Entonces apagas el fuego y puedes dejarlo esperando.

Cuando vienen a comer, no antes, añades el agua que soltaron las almejas al abrirse en una sartén aparte. Y echas más agua a ojo a los fideos para que se hagan. Vas añadiéndola según lo piden y van chupando. Un chorrito de vino blanco también viene bien. A fuego vivo tarda unos 9 minutos, depende del agua, del tipo de fuego y de la pasta.

Los fideos deben de quedar ligeramente caldosos, el aceite y el agua bien ligados en salsa, que se pueda mojar pan, hecha la pasta pero nunca pasada.

Justo al final echas las almejas, mejor no antes, porque si se hacen con los fideos a mí me parece que pierden tanto tiempo en agua. Así que las abro aparte y las echo a la pasta justo casi cuando ésta se ha hecho y lo dejo reposando unos minutos.

Antes de los fideos tomamos tomates frescos de los que saben. No puedo decir de dónde los saco porque me han dicho que es secreto y solo me lo venden a mí y otros pocos.

Tengo otros –3 grandes- que me dio el marido de Araceli, que tiene una huerta muy cuidada al lado de casa: manzanas, tomates, lechugas de varias clases, zanahorias, pimientos, ciruelas, judías verdes, etc. En fin, un huerto como yo quisiera y Dios manda.

El marido de Araceli es el que ha puesto una campana en un árbol para despiste mío.

Yo la oía desde el jardín y pensé que tenían una cabra. Me tenía un poco extrañada porque dentro del pueblo solo Carlos tiene ovejas y en otra época cabras.

El marido de Araceli está tumbado en el huerto, y cuando se acercan los pájaros mueve con el pie la campana. Trabaja como nadie, pero en la siesta es cuando vienen los estorninos a comerse el fruto de su trabajo. De ahí el misterio de la campana que nos ha tenido unos días cavilando.

El marido de Araceli me dijo muy serio mientras me daba esos tomates con el culo bien partido, como a mi me gustan, feos y prietos, con los bajos a cicatrices: “Yo soy agricultor. Habré trabajado 17 años en otro lado. Pero lo que soy es agricultor, que es lo que me gusta."

Así tiene su huerto, pimpante. Sin abonos ni fertilizantes artificiales, todo natural. Ya contaré cómo fueron sus tomates porque los tengo como oro en paño esperando a otros invitados. Beber y comer bien preferiblemente en compañía, se disfruta más si cabe.

Del helado de dulce de leche y otros afanes (Fideos bastos) (1)

Vi en el Telva una receta fácil, helado de dulce de leche: 1 litro de nata, 1 bote de dulce de leche y 20 galletas desmigadas. Lo intenté para el martes pasado, teníamos invitados.

Primer intento: un desastre. Me despisté y la nata líquida no estaba fría, recién sacada de la nevera, como tiene que estar para que se pueda montar bien (batir hasta que espese). Así que se hizo suero por un lado y mantequilla por otro. Mal que bien acabé el helado, no iba a tirarlo, quizás lo tomemos más adelante.

Luego hice otro, el que tomamos porque pude montar bien la nata. Cuando está ya casi montada se mezcla con el dulce de leche. Y se pone capa de esa crema y capa de migas de galletas, de polvo casi (cuanto mejor es la galleta, más rico el helado).

Lo comieron muy contentos y luego lo probaron el noviastro y el cura el miércoles porque había sobrado algo. El noviastro no dijo nada. Como suele hacer cuando le gusta algo: no habla. Cuando le pregunté dijo que era poco. Así que asumo que le ha gustado.

Los helados en mi casa habitualmente se hacían con huevos, 4 claras bien batidas a punto de nieve, que des la vuelta al plato y no se caigan. Las 4 yemas también batidas aparte hasta que se queden casi blancas, con el azúcar, 1 vaso, aunque también se la puedes echar a la nata, 1 vaso también, que debe de estar montada. Esa era la base de los helados familiares. Luego ponías chocolate fundido, piña machacada, turrón del blando disuelto o café bien concentrado, de lo que fuera el helado.

Ahora con lo de la salmonella tengo tanto miedo que no utilizo huevos crudos en verano. Y hago helado solo con la nata o con la leche ideal o condensada. Una salmonella en un adulto puede superarse. A una persona mayor o a un niño pienso yo que les puedes mandar al otro barrio.

De plato fuerte di fideos gordos, de los más gordos que hay sin agujero. Los de la fideuá no valen, tienen que ser de los de sopa basta. Fideos con almejas, chirlas si el dinero es poco, al estilo de Galicia. En concreto, de Santiago de Compostela, tal y como nos enseñaron en una tasca donde nos pusimos hasta las trancas hace ya cuatro años.

Pero también éstos me salieron regulares.

Eché tomate concentrado de Mercadona, y no hay que poner ese tomate. O es posible que pusiera demasiado.

lunes, 8 de agosto de 2011

Limón (Los sabores del verano, 2)

Amargo limón, pero luego no tan amargo. Abrir un limón y chuparlo, da grima y a la vez atrae.

Zumo de limón en la ensalada en vez de vinagre.

Zumo de limón siempre para que no se oxiden tan rápido las manzanas cortadas.

Granizado de limón: mucho hielo picado y antes poco azucar con el zumo, mejor azucar moreno y un chorrito de alcohol, un suspiro de nada. Del granizado al sorbete hay un paso.

El sabor del limón en el gin tonic en el porche de alguien.

Helado de limón, leche ideal batida hasta que se triplique el volumen, luego se añade zumo de limón y azucar, y la ralladura, que no falte.

La ralladura de un limón tiene el sabor más pausado del limón, sin ese amargor del zumo.

Cáscaras de limón hervidas en la leche para la crema pastelera. Siempre con cuidado, si cae una gota de líquido se corta la leche y no se hace.






miércoles, 3 de agosto de 2011

Tierra seca y mojada (Tacto en verano, 2)

Hay que sembrar más, da igual que sea verano, por probar no perdemos nada.

"Abre la tierra", me dijo Gonzalo, "si no, la semilla se queda en la superficie, y se la acaban comiendo los pájaros."

Primero tengo que mojar la tierra algo, seca no se abre. Riego un poco con cuidado para que no se encharque.

¿Qué herramienta para abrir este terreno, que es tan malo? Pruebo con varias. Al final escojo una especie de tenedor, casi tridente, pequeño, de mano, muy manejable. No sé si es el útil adecuado. Me tiro en el suelo y voy haciendo pequeños agujeros. Acaba como un colador el terreno y yo con tierra en las uñas de los pies y de las manos, restos de hierba y barro.

Me gusta el tacto de la tierra. Luego una se lava y santas pascuas.

Siembro a ojo de buen cubero, es la primera vez que lo hago. Luego echo encima un poco de tierra abonada según los cánones.

Carlos me ha enseñado a que el estiércol de algunos animales es lo mejor para las plantas. Él lo deja en un rincón durante meses, tapado, que fermente, y se haga en la oscuridad, bien mezclado con hojas y algunas ramitas. Luego lo vamos utilizando donde hace falta.

Así que lo que un pobre animal expulsa, a menudo aliviado, sirve luego para que un jardín crezca, para que este suelo, de tan poca calidad, alimente mejor a las plantas y acabe dando membrillos en noviembre, lirios en abril, adelfas en verano. Y hasta este cesped que he vuelto a sembrar porque tenía calvas y trozos amarillentos y secos.

Excrementos de seres vivos anónimos se pudren, sin luz y apartados, en un hueco en el suelo del jardín. Allí van a parar con otros restos de frutas o verduras cuando nos acordamos y los echamos.

Da gusto tocar la tierra en verano, seca y mojada. Estoy contenta de exponerme y mancharme y trabajar aunque el resultado sea pobre o tarde.

lunes, 1 de agosto de 2011

Abejarucos, perdices y un par de avutardas

Los abejarucos suelen estar vigilando en los tendidos telefónicos y vuelan cerca de los cortados de tierra. Al salir o llegar a Peñaflor de Hornija siempre los veo. Se reconocen fácilmente por el azul, amarillo, verde y negro, y por la forma del pico y del cuerpo. A veces los oigo antes.


Varias perdices me han salido ya al encuentro. Nunca había visto perdices en el campo, libres y corriendo, sólo un reclamo que tenía Carlos y otras de amigos, presas siempre en jaulas. Vi una perdiz muy chula en un tejado de Urueña, luego una madre con los pollos que corrían en la carretera “venga, venga, niños, que no hay tiempo”.


Pero la alegría más grande en cuestión de pájaros de los últimos días me la dieron unas avutardas el pasado jueves. Inauguraba en Urueña tienda Olga, muebles y antigüedades preciosas. Volví por eso a casa más tarde, cuando anochecía, nueve y algo. Y allí estaban las dos, a lo lejos, como pavos, grandotas, entre las pacas cuadradas de paja, pasada la Espina.


“Perdona, Pilar, tengo que colgarte, creo que estoy viendo dos avutardas.” “Nada, párate y ya hablaremos luego”.


Dude si eran alcaravanes. Sé que hay por aquí y quizás se parecen, pero no sé bien el tamaño que tienen estos, y lo que estaba viendo se encontraba a cierta distancia. El domingo por la mañana me sacó de dudas una compañera librera. “No, no, los alcaravanes son mucho más pequeños. Si eran como pavos de tamaño son seguro avutardas”. Eran avutaradas fijo. El próximo día me acerco a ver qué pasa.