Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

lunes, 14 de septiembre de 2020

Las chicas de la facultad de al lado

Me manda un amigo esto de Pablo Malo y me quedo rumiándolo.  Me dice otro amigo al leerlo que la moral woke no es moral, sino moralina, que no confundamos. 

Acabo un libro que he leído con cariño, no estamos para apedrearnos (yo, por lo menos, no). 

Releo esto otro de Contreras Espuny, una de mis alegrías. Contreras cuenta con risas algo que ya me decía un amigo vallisoletano hace días. No hace falta ser escéptico ni cínico, pero sí moderarse en expectativas... y en desilusiones. Aquí Rocío Solís lo escribe más claro. 

Que el nivel general ha bajado lo sabe cualquiera. Todo hoy se ha impregnado del lenguaje ese "al hilo de los tiempos", explícalo en 10 minutos como si de una charla TED se tratara, automotivación rala, recetas -recetitas- que provienen de ese modo de mirar yanqui, esos "haga amigos", "tenga éxito", "haga que le pasen cosas buenas", en fin, la lista es larga. 

Es posible que ya las nuevas generaciones no entiendan nada si no se presenta así. Lo sé. Tengo un familiar al que le han regalado una tarjeta de adopción de un oso polar ártico tras dejar un trabajo. Así que así estamos. 

La buena voluntad y los buenos sentimientos son importantes, pero con ambos a veces se han hecho las peores barbaridades. En otros casos, simples castillos de naipes. Y, sí, en otros, muchas cosas buenas. 

Pero es que el We are the world, we are the children ha permeado en todos los ámbitos, y aún peor, el Imagine, ese espanto. 

El mundo sigue adelante porque (mierda, me vuelve a salir esto, no es porque...) y hay muchas mujeres y hombres buenos que hacen cosas buenas todos los días, eso está claro. Creyentes y no creyentes, de todas clases. Y es verdad que hay que poner el foco en ello, ya bastante noche hay. 

Creo, sin embargo, que a veces nos pueden sobrar ingenuidades y discursos del tipo "cambiar el mundo" (o sea, a mí, para empezar, me sobran los ODS, por poner un ejemplo, que me parecen un espanto por cursis y por cosas bastante más graves). Y más. Serpientes y palomas.

Me estoy acordando de alguien que quería ligar con chicas que no pretendieran cambiar el mundo y se iba al bar de la facultad de al lado donde estaban las menos concienciadas. 

Lo terrible es que una puede ser un poco así también, cree que puede cambiar algo y se deprime cuando ve lo que considera una debacle, un tsunami. Grandielocuencia se llama. Pretenciosidad. Vanidad. Y, muy especialmente, ser boba. Por eso también vienen los bajones (hay de todo, pero también pasa). 

Fue en los años 70 (que sí, que ya sé que la cosa viene de antes) cuando alguna gente sensata en España empezó a confiarlo demasiado al hacer, como los yanquis. Lo escribí en este relato corto. Nuestros abuelos eran más sabios. 

Las herejías vuelven y se revisten. Nada nuevo pasa. Pero en fin, doctores y personas buenas y sabias ya hay. 

El mundo sigue adelante por la Cruz que lo sostiene. Es un misterio muy grande. 


viernes, 11 de septiembre de 2020

La carcoma

Lo noté cuando estaba haciendo  las lentejas. Me quedé un poquito más en el cuarto de estar la primera noche a la espera de que la olla exprés hiciera su trabajo. Gonzalo estaba ya durmiendo.

Era un ruidito como el que hacen las brasas en la estufa de hierro que tenemos, pero en la leñera esa informal que montamos debajo de la escalera cada año. 

Puse el oído y miré a Arya, la gata, que, como yo, también miraba. Era un rumor pequeño y constante. Pensé en esas pequeñas escolopendras que Patagonia, nuestra otra gata, atrapa sin problemas. Seguí escuchando, pero no le dí más importancia. Abrí la olla y me fui a la cama. 

El segundo día, Gonzalo, que trabaja en la mesa de abajo, me llamó. "Es carcoma", sentenció. Y los dos nos quedamos espantados. 

Discutimos, claro. Yo era partidaria de una llamada inmediata a Pablo, el dueño de la casa. Él la reformó hace 7 años con su padre, ya fallecido. 

"Hay que decírselo inmediatamente, luego ya con él vemos qué hacer."

Mi gran temor era que la carcoma llegara a la escalera de madera que tiene encima y que hicieron Pablo y su padre al arreglar esta casa. Y que carcomiese la casa poco a poco. Hay granito, pero hay también mucha madera en esta casa. 

"Déjame que piense qué hacemos", decía Gonzalo. Dudaba nervioso entre sacar toda la leña fuera, que la recogieran, quemarla... Estaba,  sobre todo, muy enfadado. 

Me fui a Carrofeito con la perra esperando a que escampara. Llamé a Pablo pero comunicaba. Me vino a buscar Gonzalo ya convencido de que lo mejor era llamar al dueño. Llamamos otra vez a Pablo y le expusimos la situación. 

"Tranquilos, ya si queréis saco yo toda la leña fuera cuando os vayáis, no va a pasar nada porque esté ahí unas semanas más... Os la pongo bajo el alero de alguna forma que no se moje y la vais utilizando. La madera de la escalera está tratada, como el resto de las maderas de la casa, pero sí, mejor sacar la leña fuera en todo caso..."

Esa leña la trajimos en febrero, es el primer año que ha durado tanto. Como estuvimos confinados de marzo a junio, no pudimos consumirla porque no vinimos a la casa. En junio, cuando volvimos, ya no hacía frío, la leña se quedó donde estaba. Los que ocuparon la casa en el verano (este es un arreglo extraño que tenemos con Pablo, somos ocupantes sólo de temporada baja) no la usaron. Tampoco les llamó la atención ese ruidito de crepitar de brasas que nosotros descubrimos casi inmediatamente este septiembre, pero que en junio no estaba. Quizás la carcoma ha empezado ahora, con nosotros. Quién sabe. Son elucubraciones en cualquier caso.

Lo que yo creo es que otras leñas que compramos y nos han calentado tantos meses podrían haber tenido carcoma, pero al ritmo que consumimos cuando estamos no le daba tiempo a desarrollarse. 

Pero este año la carcoma ha tenido siete meses largos para pasar a estar activa y ha pasado lo que ha pasado. 

Paz es lo que nos transmitió Pablo. 

Tenemos mucho trabajo, pero la carcoma es prioritaria. 

Gonzalo ha sacado la leña pacientemente, con la misma paciencia con la que de cada vez la mete dentro en nuestra leñera improvisada. No me ha dejado ayudarle. Ha comprado una lona, quizás sería mejor una caseta, pero cuesta mucho y no podemos ahora. 

Y ahí quedará toda la leña afuera esperando. 

No se la van a llevar ni van a quemarla toda de golpe como al principio quería Gonzalo, preocupado como estaba. La usaremos poco a poco, si Dios quiere, como todos los años, calentando esta casa que queremos tanto. 






martes, 8 de septiembre de 2020

Huerto cerrado

 


Hace unos años había un blog con ese nombre tan bonito. Y no lo encuentro.

Y hoy me lo han recordado. 8 de septiembre, fiesta de la Virgen, la Natividad, mi santo. 

Sólo un huerto, nada más, un claustro, un jardín. Y cultivarlo. Cuidarlo. Cerrado a las miradas indiscretas o simplemente de quienes pasan. Hacia dentro. 

Hoy he recordado a una amiga embarazada y he pensado en que es ella, también, un huerto cerrado. 

Esa Virgen niña durmiendo con un libro en el regazo que tengo en el móvil como pantalla. A veces una está así, durmiente, todo corre y tú no puedes despertar, salir de ese letargo. 

lunes, 7 de septiembre de 2020

Hoy empiezo

Qué cosa tan extraña este año. Tengo la sensación de sueño raro. Más de una vez me he despertado estos meses pasados con cierto alivio momentáneo creyendo que era una pesadilla. Unos pocos segundos hasta que caigo que no lo he soñado. 

Y,con todo, sé que soy afortunada. Sigo viviendo en la misma casa, teniendo el mismo trabajo y el confinamiento inicialmente me costó poco, trabajo desde casa y, además, desde hace años no salgo mucho. Mi casa es cómoda y grande. Y lo más importante: estoy bien acompañada.

Sólo me cuesta y cada vez más no ver a gente que quiero, no poder invitar a casa casi. Y sí, el teléfono y las redes pueden apoyar, pero necesito ver caras. Y abrazar algo. 

Leo más, planeo poco, me sorprendo mucho. A veces voy de estupefacción en estupefacción. 

Quizás mi estado sea ahora vivir así: estupefacta. No entender nada, menos que antes. 

"Qué hacer" se preguntaba Lenin. Yo no llego a lo macro, pero sí me pregunto qué puedo hacer y, sobre todo, qué debo hacer. Y no sólo hacer de comer, que es una de las rutinas que más me anclan. Mi cocina es mi abadía, de las seguridades que me sostienen. Me encuentro más a gusto en el hacer que en el pensar y en el escribir. Qué pena no tener un oficio. 

El tiempo es limitado. Querría aprovecharlo mejor. Tempus Fugit en aquel reloj de mi abuelo.