Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
Mostrando entradas con la etiqueta Caipirinha (De flores y gallos). Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Caipirinha (De flores y gallos). Mostrar todas las entradas

viernes, 15 de julio de 2011

Caipirinha (De flores y gallos) (Cuento, 5 de 5)




Yo, para empezar, a hombres que hablan así de las flores, mis damas, no les dejaría pasar, reservado el derecho de admisión, les daría hasta cansarme.  Casi me vuelvo y les saco a los dos a patadas. Pero me contuve al final. Al fin y al cabo, estaba escuchando una conversación ajena y en voz baja. Y soy el portero y no estoy para pelearme. Y, además, en el fondo, me gustó escuchar aquello. No por el gallo y esas palabras que nunca deben pronunciarse referidas a una flor,  sino por ella, por mi Celia, porque eso me daba esperanzas.

Viva mi Celia, flor blanca y tostada. Tiene Vd. arrestos, y me gusta ahora más de lo que ya me gustaba. 

Espérese, guapa, que el próximo sábado libro yo, y Vd. ya no se me escapa. Verá como no me dedico sólo a ese sujetar la barra del bar por si se cae, o a pavonearme de si me acerco o no durante cuatro horas para luego nada. En cuatro horas, o en menos, le habré dicho yo sin falta lo importante, sin dilaciones y sin andarme por las ramas, como un hombre a una mujer, suavemente, pero a la cara.

Saldremos luego los dos juntos o por separado por la puerta grande o la chica del Caipirinha con destino o no a otra parte. Con Vdes., las flores, nunca se sabe. De Vd. será la primera palabra. Luego será Dios el que diga algo. Y yo diré lo oportuno en tercer lugar, con el propio tiempo y las diversas circunstancias. 


Por este orden se resuelve esto, y hasta Nuestro Padrecito Dios lo sabe. Es el segundo en lo del decidir en este campo tras las mujeres o flores, que son las que realmente mandan. Lo sabe Él como lo sé yo, que depende de muchas cosas y, de la primera, de Vd., mi flor blanca.

No hay nada cierto así, mi señora Celia, y ni yo lo quiero siquiera. Aunque algo concreto sí deseo de Vd. si le soy sincero y le hablo con el corazón en la mano. Ya digo que soy un gallo, y voy de frente siempre, sin ocultarme. Pero como me llamo Manuel Alejandro Zárate Urrutia le digo que no vamos a perder ninguno de los dos el tiempo el próximo sábado. No estamos ninguno para bobadas: por su aroma y su color; porque Vd., mi bella, se engalana con sumo cuidado cada fin de semana; por lo mucho que trabajamos los dos, como dos mulas de carga; y porque Vd., mi Celia guapa, es una flor que todo lo vale, siempre con tantos colores y tan perfumada. Y yo soy un buen gallo, y algo sé ya de las mujeres, aunque todavía no me haya licenciado. En cuestión de damas uno siempre se anda estudiando y en prácticas. Por éstas, beso la cruz que heredé de mi madre, Celia, mi reina, le prometo que el próximo sábado Vd. no se me escapa. Al menos tendremos unas horas de risas. Esas no nos las va a quitar nadie.


FIN: En honor a Celia y Josianne, esas flores que algunos tuvimos la suerte de tener cerca y cuyas manos cuidaron tantos ancianos, tantas familias. Y que con tantas risas se arreglaban los sábados. Con admiración y agradecimiento. Viva O`Brasil, guapas. 
(Viene de aquí


jueves, 14 de julio de 2011

Caipirinha (De flores y gallos) ( 4 de 5)



Fue hace dos sábados.
Tuve que entrar en la discoteca y dejar la puerta sola porque llamaron los de seguridad de la sala, “Manuel Alejandro, te necesitamos…”, me dijeron.


Algunos clientes se ponen nerviosos: 


que si has mirado o no has mirado....

 que a mí mi flor no me la roba nadie....

 a ver si te parto la cara...

que te he dicho, mujer, que así no bailes... 

El alcohol o el cansancio de la semana hacen a veces más que los celos y estas peleas ocurren con frecuencia para terror de las flores, aunque la indiferencia puede ser lo más doloroso para algunas de ellas, o la falta de nervio real de un gallo, según he comprobado. Pero claro, ésta es la opinión de un gallo, aunque está fundamentada en lo que a veces veo : mujeres tristes, apagadas, porque no les hacen caso, porque no se muestra el interés que ellas merecen, vamos. 

Pasé dentro a ver si hacía falta sacar a alguien, pero todo ya se había calmado. Algunos al final son fáciles de apaciguar, se quedan agotados en un rincón, adormilados y se les pasa. 


Me quedé en la barra un rato, eran las dos y media de la mañana. No había gente fuera esperando para entrar, pedí una copa mientras tanto. Sé que no debo beber mientras estoy de servicio, pero por un día no me van a llamar la atención ni pasa nada. A mi lado un gallo de los que no saben y escarban y escarban y escarban buscando lo que no encuentran, se quejaba a otro, también, al parecer, de los expertos en cacareadas. Furiosos los dos estaban.


-"Me ha dicho que no la de la minifalda y las botas altas esa, la muy…” decía el primer gallo.

-“¿Cómo que no?, ¿qué no te daba el teléfono te ha dicho?, pero, ¿por qué?...” le preguntaba el otro intrigado.


-“Que está muy ocupada, y que si no he demostrado interés real con algo más que miradas de lejos en cuatro horas en las que ella ha estado bailando, pues que ya cabe esperar de mí poco o nada… Que sólo he hablado con ella al final para pedirle el teléfono como gran hazaña, y que no me lo iba a dar para tener que esperar cuatro o siete días a que le llamara y otro fin de semana perdido… que ella no está para retrasos. En resumen, que no, gracias” contó el pavo apesadumbrado



-“Será puta la tía esa, será guarra…” dijo el otro como para consolarle.
(Viene de aquí )
(Acaba aquí)

Caipirinha (De flores y gallos) (3 de 5)


Tengo que hablarles ahora de Celia y de Josianne, dos flores brasileñas de lo más granado.

Flor blanca la primera ligeramente tostada, pétalos algo carnosos, hojas verdes y lustrosas, y tallo corto, firme y fuerte donde uno, ay, quisiera agarrarse. Suele irme mi Celia con minifalda y con unas botas altas, ¡ay, mi madre!, bien bonita que me va siempre arreglada. 

La otra es una flor más morena, medio india y medio mulata, como una orquídea es, pero no salvaje, de las cultivadas. Delicada por dentro más que por fuera, su aroma como de cacao, risa de cascabel y así, como así de alta. Como una diosa me anda mi Josianne, el suelo tiembla a su paso.

Dos flores como dos soles estas que les cuento que vienen algunos sábados al Caipirinha, donde trabajo, pero no todos, que algunos van y me fallan. Y es una pena, porque yo las echo mucho en falta.

Siempre espero a que lleguen para abrirles la puerta de la discoteca y decirles alguna gracia, porque soy peruano y sé cómo hay que hablar a las mujeres y qué contarles. Es mi tierra natal quien me ha lo ha enseñado. Aunque luego he hecho todo lo posible por entrenar ese don natural que, a poco que se trabaje con paciencia y humildad, da sus frutos, les doy mi palabra.

Pasen mis reinas, pasen. Y Vdes. todos, apártense, dejen paso a estas dos flores con reverencia. Mírenlas qué dignas y qué guapas… “ Así les digo cuando las veo a lo lejos, en la cola de entrada.

También exclamo en alto “¡Viva o reino do Brasil, señores!” mientras les recojo el ticket y me inclino ante ellas.

O, a veces, incluso me insinúo un poco "Mis dos flores brasileñas, diviértanse, pásenlo bien en grande… “… Luego hago una pausa y sigo … “pero si pasa algo, o si no pasa, casi mejor, mis damas, que no pase nada… aquí estoy yo fuera, a su servicio, yo siempre las estaré aguardando…”. Ellas se ríen, claro.

Y es que a todas las mujeres les encanta que les hablen y les digan cosas hermosas, suaves o hasta picantes, que les recuerden lo que son ellas, siempre flores delicadas. Además, por algo hay que empezar con ellas, y ¿qué mejor que las buenas palabras que tantos corazones abren? Luego ya caldeadas por la lisonja y el halago, si se da la ocasión, que puede no darse, vendrán los hechos concretos y exactos si uno tiene la suerte de dar con la flor adecuada. Y si ésta está dispuesta, que puede no estarlo. Unas veces ocurre y otras no. A qué contarles más, Vdes. ya sabrán de qué les hablo.

Así que es una pena que esté de portero yo aquí casi todos los sábados y no me pueda dedicar a lo que querría y para lo que realmente valgo: a ver si doy con esa mujer a base de intentarlo, que bien que me aplico con los hechos y las palabras. Porque yo no pierdo nunca ni el entusiasmo ni la esperanza. Estoy, además, en el lugar apropiado. Es cierto que hay muchos gallos en el Caipirinha, pero algunos sólo sirven para cacarear o pavonearse como ahora quiero contarles.

Por eso los gallos de verdad lo tenemos a menudo mucho más fácil con las flores de lo que a menudo nos imaginamos, con tanto descuidado como hay, con tanto hombre tan torpe, tan poco hábil.

(Viene de aquí (Sigue aquí) 

miércoles, 13 de julio de 2011

Caipirinha (De flores y gallos) (2 de 5)


Desde tiempo inmemorial, así me lo han contado mis antepasados, cada sábado las flores se vienen engalanando con el bendito fin de atraer a los gallos. Del mismo modo que ellos, los gallos, salen y se lucen algo para acabar cortejando a las flores. 

Esta es la historia natural de las flores y de los gallos, aunque luego habrá otras de flores intocables que se arreglan sólo para mirarse al espejo, para pasar el rato o para que las amigas las envidien algo. Como también hay entre los gallos los que sólo saben cacarear sin llegar a nada, sujetabarras de bar o hasta simples pavos reales como ahora les relato. Pero lo deseable, creo yo, es que flores y gallos salgan para poder encontrarse, para estar luego cerca, muy juntitos andando, agarraditos, flor y gallo, flor y gallo, flor y gallo.

Y es que flores y gallos son mi mundo porque soy portero en una discoteca, ¿saben? Y soy, lo han adivinado, un buen gallo. Sólo un hombre como yo, como muchas de esas flores, emigrante, peruano, treinta y tantos años, divorciado, con una herida casi cicatrizada de arma blanca de veinticuatro centímetros y medio en el costado, puede llamar gallos a otros hombres y a las mujeres, flores, porque lo somos ambos. Nosotros, habitualmente gallos, y ellas siempre flores, mis señoras flores, mis damas.

A mí me gustan todas las flores, aunque a veces, en particular, una más que otras, sin que pueda olvidar nunca a las demás que me siguen, ay, deleitando. Al menos todas las flores siempre entretienen mis ojos y mi nariz, que no los dedos ni los labios. Y esto a veces es fuente de fuertes conflictos de pronóstico complicado. Pero, en fin, ¿qué les voy a contar que no se imaginen con mis antecedentes, los que les he contado? Así que vayamos al grano. Soy un gallo ¿no? Pues eso, voy al grano.

(Viene de aquí )
(Y sigue aquí)
Trabajo en Caipirinha, una disco grande de moda, música latina, bachata, samba, ballenato, salsa, baile desde 6 de la tarde hasta bien entrada la madrugada en el centro de Madrid, siempre llena los domingos y, sobre todo, los sábados. La cosa decae entre semana porque no vienen ni esas flores tan hermosas ni los gallos que son más gallos, están todos trabajando. Los sábados son por eso mi día preferido, cuando mejor me lo paso, aunque sean también cuando estoy más atareado.

martes, 12 de julio de 2011

Caipirinha (De flores y gallos) (1 de 5)


 Los sábados por la tarde se acicalan muchas flores. Es el día que libran y por eso están una o dos horas, las que hagan falta, frente al espejo adornándose con otras flores amigas. A ellas les divierte más hacerlo así, siempre en comanda.

–¿Me pongo esto o lo otro?

–Déjame que te pinte yo los ojos, que te quiero hacer bien la raya…

–Pues yo, la verdad, te veo más bonita con los pantalones ajustados estos que con la minifalda…

Risas y muchos nervios porque a las flores les encanta desplegar sus encantos, salir juntas y mostrar que son eso, flores, y que tienen todo lo que ellas tienen: pétalos en su sitio, más o menos apretados, tallos bien perfilados, estambres y pistilos largos, y corolas entreabiertas como corresponde, ni de par en par, ni tampoco del todo cerradas. 

Exhiben sobre todo las flores sus colores tan variados, cada una su tono y matiz: cien rosas distintos, doscientas clases de naranja, muchos rojos, violetas, amarillos, azules y hasta malvas. Y ese olor, el suyo, ninguno igual a otro, fragancia de flores y de cada flor, aroma de canela en rama, de azahar o de limón, de ámbar, alhelí o nardo, de vainilla o musgo, hasta de lluvia y tierra mojada. ¡Ay, cómo me gustan todos esos colores y perfumes, mi Dios bendito, cómo me encantan!

También el sábado se pasean por la calle los gallos. Estiran el cuello algunos porque quisieran parecer más altos, y todos, sin excepción, para otear el horizonte y ver mejor a las flores o a una flor en concreto si se llega a dar el caso. Luego, en cambio, bajan los gallos la cabeza y picotean a menudo en la tierra escarbando, buscando algo que pueden encontrar si se afanan un poco, si ponen verdadero interés, vamos. Cantan a veces esos machos y cacarean a su tiempo, o incluso a destiempo, no siempre van acompasados. En fin, también se entretienen algunos gallos mostrando su plumaje, para acabar por acercarse a las flores cuando les dejan y pueden, también cuando ellos saben hacerlo o les han enseñado.

(sigue aquí