Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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miércoles, 20 de julio de 2022

De cómo el Hermano de la Salle Jesús Puente deja el cazamariposas apoyado en el quicio de la puerta

Delibes tituló Un mundo que agoniza[1] su discurso de entrada en la RAE en 1975. Yo, que veo con pena ese mundo rural en extinción, aunque aún tengo algo de esperanza, observo alrededor otros mundos que agonizan y por los que siento más pena si cabe. Y no sé cuál pueda ser el remedio.

De Urueña y la Santa Espina 

Conozco Urueña desde hace doce años, Villa del Libro[2] en las estribaciones de los montes Torozos, lindando con las tierras de Medina de Rioseco, Tierra de Campos, en la salida del kilómetro 211 de la A6. 

Vuelvo de vez en cuando a esa atalaya de Castilla desde la cual en los días claros se ven los Telenos. Intento ir por primavera, esos mares de amapolas y esos campos verdes que duran tan pocas semanas. No muy lejos está el monasterio de la Santa Espina, con su poblado de casas blancas del mismo nombre, producto de aquella colonización de los años 50, al lado del río Bajoz y su vega bien cultivada que en agosto da unos excelentes tomates, un remanso verde y bien arbolado.

La Santa Espina es monasterio originalmente cisterciense y desde los años 50 Escuela Agraria gracias a un ministro de Franco, Cabestany. Todo esto nos lo cuenta Jose María, un hermano de La Salle, porque en estas dos ocasiones he podido hacer lo que creo que hay que hacer cuando uno visita algo, que es que una persona te lo enseñe. Ni guías escritas, ni audios, ni nada… una persona que ama el sitio, que lo entienda y, a ser posible, que viva en él. 

Y es que aquí quiero hablar de José María y de Jesús Puente, Hermanos de La Salle y que han vivido en el monasterio y estado a cargo del internado de los chicos (y chicas hoy) que van a estudiar a la Escuela de Capacitación Agraria.


José María nos enseña el monasterio 

José María es un anciano encorvado, encorvadísimo, que nos recoge a la entrada del monasterio, de esa valla de piedra blanca, tan bonita, que rodea la finca. Lleva en sus manos un libro gastadísimo, el del profesor Javier Burrieza, que está agotado y no se encuentra ya en ninguna parte. 

Trata el libro sobre la historia del monasterio y de cómo fue hogar para huérfanos gracias a la marquesa de Valderas[3] en el siglo XIX  y los diferentes usos que se la ha dado, a inicios de la guerra civil fue campo de concentración y en él convivían los republicanos presos y los niños huérfanos. 

Antes, mucho antes, el 28 de septiembre de 1559, en este mismo monasterio se encontró Don Juan de Austria, Jeromín, con su hermano, Felipe II, y cuatro siglos antes de dicho encuentro fue Doña Sancha, hermana de Alfonso VII el Emperador, quien lo manda construir en el año 1147, llegando los monjes cistercienses, enviados por San Bernardo, ese mismo año. 

Luego el monasterio fue reformado y tiene añadidos del siglo XVII que se notan perfectamente, según nos explica José María, que nos lo va enseñando en sus diversas estancias, esos claustros tan amplios y remozados cuando hubo muchos monjes y dinero con el resultado de alzar uno… y cegar incluso las ventanas de la iglesia haciéndola más oscura. 


Jesús Puente y, antes que él, Pantaleón

Tras la visita a la iglesia, y como nos dijeron que sí queríamos ver la colección de mariposas e insectos, y soy muy bichera  (por eso sé que soy más aristotélica que platónica, más que las ideas, que estupendo,  observar la naturaleza me parece fascinante) esperamos a la entrada de la sala de los animalejos a que viniera el encargado, que es otro Hermano de la Salle y que se llama Jesús Puente, un nombre que no se nos puede olvidar porque era el de un presentador de la tele y así se presenta este Hermano, con gracia, también mayorcísimo, con esa mirada azul lechosa y desvaída que algunos ancianos tienen.

Abre la puerta de la sala de las mariposas y deja lo que vemos que es un retel o cazamariposas apoyado en el quicio de la puerta con mucho cuidado, porque ha estado cazando mariposas hasta hace un rato, y se pone a enseñarnos la colección maravillosa que hizo otro Hermano de la Salle, Pantaleón, ya fallecido. 

En ambas visitas que hacemos, con mi amigo y su mujer francesa, y con otros amigos luego, nos quedamos todos impresionados de la extensión y calidad de la colección, de las explicaciones de Jesús Puente… y con el mandado de que le busquemos unas cajas de 11 cm por 5 de alto, transparentes, para poner más mariposas, no ya en esas cajas grandes donde hay varias, sino en las individuales. 

Nos cuenta el mundo de los intercambios de mariposas, de cómo algunas están protegidas y no pueden ya cazarse, de cómo algunos estampados famosos son de mariposas (hago una averiguación con mi compañera de máster, Teresa Serrano, sobre un estampado que me pide Jesús Puente que qué diseñador lo ha utilizado, y claro, Teresa lo sabe y se lo digo a Jesús en nuestra segunda visita, y quedo estupendamente, gracias, Teresa).
 

Un mundo que agoniza

Estoy triste porque en la última visita me dice el dueño de la librería Alcaraván de Urueña que los Hermanos de La Salle se van el próximo 18 de junio del monasterio, ya son sólo tres y muy ancianos. 

¿Quién enseñará como ellos el monasterio, las mariposas? Y, sobre todo, ¿cómo va a vivir Jesús Puente en una ciudad como Valladolid, que es donde la mandan, sin poder ir a cazar mariposas? 

Las órdenes religiosas, muchas de ellas, son ese otro mundo que agoniza lleno de personas impresionantes, inteligentes, generosísimas, hoy ya pocos y ancianos. Gran parte de nuestra cultura, de lo que somos o fuimos, en sentido amplio, no se entiende sin ellos, guardianes, investigadores, cuidadores, un larguísimo etcétera. 

Y yo me pregunto qué podríamos hacer y cómo esa riqueza, todo ese legado, no ya el material, el humano, podrían conservarse.


(Texto adaptado originalmente incluido en "Gabinete de curiosidades", trabajo- memoria personalísima para la asignatura de Historia Cultural de Occidente del Máster de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria). 

[1] Recientemente reeditado por editorial Páramo

[2] Las Villas del Libro son iniciativas de dedicar algunos pueblos a los libros, en España está Urueña en Valladolid y ahora Urroz e Navarra. En Reino Unido tienen a Hay-on-Wye.

[3] La Marquesa de Valderas, luego también Condesa de la Santa Espina, Susana Montes y Bayón, es otro personaje muy interesante. https://dbe.rah.es/biografias/57455/susana-montes-y-bayon

miércoles, 1 de junio de 2011

La comunidad y el alma (Urueña y las amapolas)

Junio entra con frío. Ayer al volver de clase de guión a media noche apenas teníamos 10 grados.

Quiero escribir una entrada sobre la exposición “La comunidad” en DiLab, Urueña. El domingo pasado estuve con Miryam Anllo, con los libreros, Rafael, Mercedes y Víctor, me tomé un vino. Visité antes la tienda Oriente 9, una gozada. Compré por su cumpleaños un recortable a mi sobrino Javier.

Creo que fue García Lorca (¿en la elegía a María Blanchard quizás?) quien dijo que ser poeta es estar a punto de llorar por todas las cosas. Si es así, y no tiene que ver con escribir poesía, creo que lo soy, aunque la depresión, el duelo o las cuestiones hormonales puedan ayudar en este caso. Me emocioné viendo los objetos, las fotografías en blanco y negro de los niños y las historias que componen “La comunidad”, un proyecto de reflejar Urueña de modo participativo porque cada persona ha podido aportar algo.

El espacio que tiene Miryam allí es amplio. Entra la luz por arriba, los techos son altos. La puerta se abre sola si pasas por delante. No hace falta ni llamar ni empujar nada. Hay un vestido de novia colgado, una casa de pájaro extraña, fotos de ahora y de antes y un texto de Luisa Cuerda sobre un erizo-felpudo que me encantó. También Esperanza está con su caligrafía en un plumier. La recuerdo así, cuidada y agradable, amable, delicada, tal y como “sus letras” son. La escritura es el estilo y el estilo es la persona, como lo es también el espacio que cada uno crea o aquello que pone a disposición de quien pase y quiera llevárselo. Si hay que comprar 50 erizos se compran. No se puede vivir desconfiando.

Urueña me atrae. Conserva esa aspereza original de Castilla y el cielo que lo ocupa todo, casas de barro, librerías y personas interesantes con iniciativas variadas, (aquí un ejemplo con los habitantes del Palomar el pasado año). Tienen algo que decir en este mundo que cada vez se me hace más chabacano y romo, más igualitario en su brutalidad y falta de alma. La belleza se esconde y cuesta encontrarla. A veces está, como Miryam y Urueña muestran, en objetos que son un poema, un haiku, narración apenas sugerida, abierta a la mirada. Y el sentido del humor que no falte. Para mí Dámaso con su ramo de flores del campo sería como el Sean Connery de la villa del libro, un galán otoñal y castellano.

“Alma” me dijo mi prima Mariángeles, “es alma lo que hoy falta”. Y es cierto. Hasta los animales tienen alma. Animal viene de ánima. El alma es individual, pero quizás haya una colectiva, un espíritu que flota y que hacemos entre todos.

Echo de menos el alma de las cosas y de las personas como la echo en falta en literatura, también en el cine donde parece abundar lo rápido, superficial y violento, el cliché y el tópico. Por eso la exposición de DiLab me ha gustado tanto. El alma no es perfecta, tiene sus recovecos y sombras. Cada uno tenemos nuestro sótano con bárbaros a los que cuesta reconocer y enfrentarnos. Pero es el espíritu que sopla y anima la materia, es la materia que no nos aplasta porque la habitamos. La hacemos así habitable. Nos hacemos nosotros también habitables. Sin alma estaríamos muertos. ¿Lo estamos?

Campos de amapolas, más bien mares, a la vuelta de mi viaje. La vista se alegra. No se pueden cortar esas flores. Hay que verlas donde nacen.

“La comunidad” estará hasta finales de junio. Vale la pena visitarla y conocer Urueña. Es todo lo contrario a un videoclip de esos musicales, un remanso.

PS: Tenía muchas fotos de "La comunidad" que me dio Miryam en un usb, pero son en un formato que esta máquina no lee, así que ya lo siento, a ver si lo arreglamos.

viernes, 6 de agosto de 2010

Nivaria, el campo y nuestros antepasados ("Los últimos paganos" de Luis Díaz Viana)




Si conozco a alguien por el blog o en persona, si le escucho hablar en una conferencia o jornada, suelo acabar leyendo sus libros si escribe. Tal es el caso de Luis Díaz Viana, que moderó una mesa en Urueña. Vi un libro suyo en la libería Almudí, allí mismo, y lo compré de inmediato. Lo he leído con ganas. Parte de lo que él describe en “Los últimos paganos” es la villa romana de Puras o Adaja, el Museo Villa Romana, que está a unos pocos kilómetros de la casa de veraneo de mis padres.

Lo primero que me ha gustado es el ritmo “romano” de narración , perdón por esta manera tan torpe de expresar algo. Se trata de una carta que Antonio escribe a la muerte de Máximo recordando a su amigo esa noche. Estamos en el siglo V en España, en concreto en Castilla. “Pagano” viene de pago, antes aldea, campo. Esta Castilla nuestra todavía está llena de “pagos”. Con ese nombre, "pago", se publicitan hasta urbanizaciones enteras de chalets adosados, lo contrario a esa soledad o aislamiento de antaño.

En esa carta donde Antonio recuerda a Máximo se nos presenta Nivaria, el hogar refugio del “pagano” en el sentido también de creyente en los dioses romanos o, más bien, en la forma de vida romana. Un hilo conductor que conduce el relato es el paganismo, más como cultura o visión que como creencia en algo. Aunque si te pones a pensar ¿no es eso también un modo de fe, de creer en algo? Así parece y bien se cuenta en estas páginas.

La novela se lee estupendamente. Es elegante, pausada, medida y sobria. Me recordaba en momentos a “Los idus de marzo” de Thornton Wilder, aunque no tenga nada que ver salvo en la coincidencia romana. Creo que no puedo decir nada mejor como alabanza, lo merece.

Tiene, además, la virtud, hoy escasa en lo que se califica como “novela histórica” (aunque ésta no lo sea, es una novela a secas, mejor así, sin adjetivos), de que el autor no te inunda demostrándote lo muchísimo que de la época sabe -aunque lo sepa y se note-, sino que traza breves pinceladas. Algo, me parece, más difícil que poner páginas y páginas de descripciones y detalles a veces innecesarios y pesados.

El relato describe la figura de Máximo también como pagano en el sentido de resistente o reticente ante la fe cristiana que se va imponiendo. A través de él se percibe la manera en que el cristianismo o, quizás más bien, el cristianismo pasado por el estado o la política, podría ser visto como amenaza y elemento disolvente de lo que Roma había sido, era. Se desliza así la sensación al leer de superioridad moral o intelectual de algunos "paganos" frente a la intolerancia, simpleza de cabeza o afán de poder temporal de algunos "cristianos". Supongo yo que pudiera ser la visión de un romano pagano, aunque personalmente algo me ha chirriado a veces: no me creo "Quo Vadis" a pies juntillas, pero tampoco el relato alternativo por el otro lado. Es el único "pero..." que le podría poner acaso a "Los últimos paganos", que es una novela, ficción y parcial por lo tanto, no un ensayo que, por lo demás, también son parciales.

El contexto general de desmoronamiento que narra y la historia de los tres personajes principales, Antonio y Máximo y Cynthia, tienen una suavidad triste muy agradable y sus ratos de intriga, de ¿qué habrá pasado? Se mantiene el interés hasta el final y da pena acabarla. Hay incluso un romanticismo raro literariamente hablando. Raro por sobrio, de una sobriedad castellana o romana, quién sabe. Qué gusto da encontrar el rumor ese de fondo, imperceptible casi, de una historia de amor que no sea tópica, almibarada ni con lugares comunes o elementos previsibles, de puro marketing, contada con tan pocas palabras, tan sin explicarla, no hace falta. Muchísimas gracias.

Pero si algo emociona de todo el texto es su melancolía y la descripción de Nivaria, el lugar donde se honra a los antepasados, en sentido estricto y laxo, los dioses familiares, los de la casa, los que guardan el pasado, que eran ellos y somos nosotros a quienes ellos también guardan. Siempre en la memoria la tierra y quienes la pisaron antes. Lares, manes, penates,“Los últimos páganos” recuerda esa constante humana de rendir culto a los que nos antecedieron y de invocar su protección ligada al lugar que habitaron. La casa puede ser el lugar más sagrado, el templo donde el fuego arde.

Dice alguna crítica o la solapa del propio libro, ya no recuerdo, lo acabo de prestar, que el autor describe nuestra época. Creo que es cierto. Notas el paralelismo y deseas que exista algún lugar como Nivaria donde las alegrías y esfuerzos del campo, su ritmo, hagan olvidar el imperio que se cae a pedazos, decadente, mundano, vulgar y bárbaro: la ciudad de los hombres nunca es la de Dios, que suele habitar en el campo. Aunque, como Cynthia, se pueda creer que en Cristo todo está redimido y salvado, a veces entran ganas de echarse a un lado y de que un perro como Céfiro, el de Máximo, te acompañe mientras guardas memoria de quienes fueron e intentas honrarles. De todo esto trata "Los últimos paganos".

PS: La novela ha ganado el premio Ciudad de Salamanca 2009, está publicada por Ediciones del viento y tiene 171 páginas. Por si no ha quedado claro, su lectura es muy recomendable, da gusto.

martes, 3 de agosto de 2010

Espacio 211 DiLab /Ilustradores tusitalas ("¿Conocéis el lugar? Urueña", 5)



Al dejar el coche un día, buscando una sombra en Urueña, que no es fácil, descubro Espacio 211, una galería de arte fundida en la calle con una puerta de cristal tras la que me quedo mirando. Está cerrado. Luego con G. decido ir a visitarla, expone Javier Zabala, ilustrador. Creo recordar haber visto algo suyo en alguna parte.

Miryam Anlló nos abre. Tiene un espacio diáfano y espléndido, invita a pasar y quedarse. Javier Zabala, ahora recuerdo, ha hecho las ilustraciones para "Bartelby el escribiente" de Herman Melville, en Nórdica. He regalado sin parar libros de Nórdica. Los últimos “El capote” de Gogol y “El Festín de Babette” de Isaak Dinesen, ambos ilustrados por Noemí Villamuza que me encanta.

Miryam me cuenta qué es Espacio 211 y DiLab, el laboratorio de diseño. En una parte veo botellas de vino con sus cajas, apiladas, así se hizo la inauguración, todo cajas hasta arribe.

Me cuenta de Urueña. Ella se vino hace poco, su hijo va al colegio con los de unos peruanos que se instalaron en el pueblo. Le pregunto más de su apuesta profesional y vital, tan interesante. Da gusto conocer a gente que practica la leyenda que Esperanza nos puso al enseñarnos caligrafía: “Nada funciona excepto aquello a lo que entregamos el alma. Nada es seguro excepto lo que arriesgamos”. Miryam es para mí un ejemplo, quiero aprender de ella. Un aparador antiguo en el fondo del espacio encaja perfectamente en la arquitectura limpia y clara, la luz se cuela desde arriba. Le hablo de mi sobrino pintor, ella me cuenta de proyectos vinculados a la moda, me encanta.

Esta semana en Valladolid hay un doble programa ligado a la ilustración organizado por Ilustrarte: los talleres, a los que no asistiré, no estoy en el gremio, y las jornadas de fin de semana para quienes nos interesa ese ámbito, aunque no seamos ilustradores.

Viene Rebecca Dautremer, autora de "Princesas olvidadas y desconocidas", "Enamorarte”, “Babayaga”, “Elvis”, “Cyrano”, otros libros que he regalado a hijos de amigos y familiares. Expone su obra en el Museo Patio Herreriano estos días, el espacio donde tienen lugar los talleres y jornadas. Los que nos apuntamos a las jornadas vamos a poder ver a partir del viernes lo que han hecho quienes están trabajando en los talleres durante la semana además de la exposición de Rebecca.

Estoy buscando un socio, una socia, para varias historias que tengo escritas o a medio hacer. Creo que a alguien que empieza le puede interesar otra persona que está comenzando como yo. Uno de los proyectos es “Abuelitas malditas”, una novela corta que empecé el verano pasado y que quiero acabar éste, Dios mediante. Le he dado prioridad sobre “Novus Ordo”. Sé que tengo que acabar de escribir esto ahora, con mi madre ausente y presente, a mi lado estos días. El otro proyecto es los cuentos que componen “Cóctel” que escribí el año pasado. Tuve que sacar 5 que son los que hacen "High Maintenance", el relato con el que me dieron el accésit de Coslada el abril pasado. Así que volví a escribir otros 5 nuevos para que fueran unos 10 finales y quedasen más compactos. Tengo además un par de relatos largos en la recámara para los que quizás otra mirada sea buena, necesaria. Es posible que pueda encontrar esa mirada del ilustrador este fin de semana. No es un añadido lo que busco, ni una decoración, no es nada de eso. Es parte del proyecto en sí. La ilustración es un texto propio de por si, no es complementario de lo que otro escribe o cuenta. Es la historia, un modo de contarla, así lo veo yo en este caso. Los ilustradores son tusitalas completos.Y eso es lo que estoy buscando: alguien que quiera contar conmigo algo que los dos veamos. Si lo encuentro, fenomenal; si no, será que debo ir en solitario en esas historias, novelas, relatos o cuentos. Vamos a ver qué pasa.

domingo, 1 de agosto de 2010

El silencio que calma ("¿Conocéis el lugar?" Urueña, 4)





En el año 2003 estuve con MA en Bretaña. A la vuelta a España pasamos por Bécherel, un pueblo, una “villa” o "ville" como les llaman, dedicada al libro como hoy lo es Urueña en España. Nos encantó a las dos el lugar, sus librerías, tiendas de encuadernación o papel, pequeñas editoriales y aquellos cafés con sus bibliotecas cada uno, tan apetecibles. Era como si estuvieras en tu casa, podías coger un libro y leerlo allí mismo con un vino delante. Ahora, al visitar Urueña, he recordado lo que AK me dijo a la vuelta aquel verano, yo entusiasmada con lo que había visto: “Desengáñate, la gente en España en los bares quiere fútbol y chicas en bikini, grandes televisiones... ”. Tenía yo la romántica idea de un café como los que había visto y AK me la quitó de inmediato. Ahora en Urueña he vuelto a pensar en las tabernas, cafés o bares con lectores, especialmente tras pasar por el Portalón, el bar de Mariví.

A mí me gustan los bares y los restaurantes siempre que, además de comer y beber decentemente, se pueda hablar en ellos. Que se pueda escribir o leer es pedir demasiado. Hablar y poder escuchar es cosa difícil hoy en día por varias razones: en primer lugar, la extendida costumbre de tener una televisión encendida de modo permanente; luego, que la mayoría de los establecimientos están muy mal insonorizados, en cuanto somos unos pocos no hay quien oiga nada; y, además, solemos hablar muy alto en España. Resultado: un ruido insoportable que acaba por echarte.

En Urueña hay mucho silencio y otro ritmo, el del campo. A mí solo eso ya me parece interesante e importante. Por el silencio se paga, creo. Es un bien muy escaso. Ayer me mandó AK una noticia al respecto que, como visitante de Urueña, comparto. Quizás ese lugar, el lugar, lo será en la medida en que lo rural –en un sentido amplio- se mantenga, perdure unido al libro, a los museos, a las iniciativas culturales que hay o que en el futuro haya. A mí me parece que en Urueña lo rural y la cultura son ámbitos complementarios mientras que la segunda no sea vista como una mercancía más, sino como un cultivo del alma. Urueña podría ser un reducto hasta rentable si hay paciencia y se afina, me parece, pero no intentando competir en "mercados" culturales o de ocio, de entretenimiento, que ya están saturados, sino siendo fiel a otro tipo de espacio aún donde exista el intercambio necesario para que la gente se gane la vida.

Tengo la sensación de que hay personas que jamás irían a Urueña si lo que acaban haciendo allí es una especie de parque temático. Pienso que el valor del lugar está en sus dimensiones humanas y a pequeña escala, en lo que es el pueblo, en las personas que lo hacen, los de siempre y los que se añaden. Ese es su atractivo entre otros muchos. Llegar a quienes lo valoren, a quienes puedan llegar a valorarlo, es el tema, y serán, en mi opinión, pequeños nichos muy pensados, no mayoritarios. Urueña supone algo diferente en su "oferta cultural", por llamarlo de alguna manera, y su público será -debe ser- minoritario, no de masas, aunque quizá yo esté en todo esto equivocada.

Conozco en el bar de Mariví al alcalde. Está con tres parroquianos que me presenta. Hablamos, me cuentan, y hay en los ojos de alguien ese brillo especial cuando habla de la tierra porque la trabaja. Luego conozco a X que está en TF, muy majo. Nos dice que si queremos conocer su estudio. G y yo vamos y nos quedamos encantados. Yo pido que me adopte de inmediato. Vemos trabajos que han hecho, entre otros para Fundación Mapfre, libros, identidades visuales, gráficas, excelentes, cuidadas. Un gato nos mira desde el patio tras la ventana que llega hasta el suelo. Me fijo en lo bien hecha que está esa ventana, la albañilería redondeada por abajo, insólita, trabajo del que ya no se hace. X me dice contento que lo ha hecho su padre. Antes también me contó con orgullo, o yo lo percibí así, que ese campo de trigo que compone parte de la pequeña finca que tiene Amancio Prada al lado de la ermita de la Anunciada lo segó también su padre. Me quedé admirada de ese “jardín” que no es tal, aunque algo de árboles tiene en un lado. Si estás en Castilla lo propio, creo, de tener algo -si es que hay que "tener" algo, el campo es de todos quienes lo miramos- es un campo de trigo, y no de golf o una rosaleda británica, un césped amplio, etc., todas esas cosas en las que nos empeñamos a veces uniformando lo que en origen era variado y distinto, no el modelo americano o el que sea.

Volviendo a Mariví, hay tres cosas fundamentales en una taberna: la comida, la bebida y la conversación. No es que en relación calidad, precio y ambiente Mariví no se lleve la palma, con permiso del resto de los bares o restaurantes de Urueña. Es que en su mesón o taberna además se puede escuchar y hablar con calma. Más: me cuenta ella cómo se ha sentido acogida y cómo cuando hay mucho trabajo alguien, sin preguntar, se pone detrás de la barra para ayudarla. Mariví como Mercedes o Esperanza tienen ese ritmo de las mujeres que no tienen que demostrar nada.

En el pequeño hueco que hace de terraza en el Portalón, mirando al campo, acabo de leer lo que había empezado. Escribo luego cuatro o cinco textos a lápiz en el cuaderno sobre Urueña y lo que estos días estoy escuchando en el curso organizado por la Universidad Europea Miguel de Cervantes. Luego ya lo pasaré a esta bitácora. No hay prisa para nada.

sábado, 31 de julio de 2010

El amor del librero (artesanos siempre) ("¿Conocéis el lugar? Urueña", 3)



Conozco primero a Víctor y luego a Miguel Ángel de la librería Alejandría. Aunque realmente entré primero en “El rincón escrito”, están las dos pared con pared en la muralla, en esa calle larga donde también está el Portalón de Mariví de la que escribiré mañana y la Enoteca, hoy también librería.

Confío siempre en el aire que alguien desprende. Me importa poco quién es ese alguien, de dónde viene, en qué cree o su adscripción religiosa o política. Las amistades antiguas o nuevas superan con creces las etiquetas. Con los libreros de Urueña que he conocido me ocurre inmediatamente, me caen bien a la primera. No es un flechazo, es saber que alguien habla un idioma que entiendes. Ves el amor del artesano, del que no se rinde, del que no desespera aunque desespere. Admiro a la gente que tiene un oficio, pero si encima es librero de los de antes, de los de siempre, me quito el sombrero con reverencia.

Me río con la no-vela de Rafael Torres y Mercedes de “El Rincón escrito”, ese objeto que tienen a manera de greguería casi, una palmatoria con una vela imposible, como la quijada de Caín sujetando libros en un ventanuco fuera. Escucho a Rafael contar anécdotas, me vuelvo a reír. Entre lo surrealista y la tierra su librería tiene tesoritos, esos libros de Enid Blyton entre otros muchos que quise en mi infancia y adolescencia. Tienen de segunda mano y de primera, muchos interesantes, así que compro sin darme cuenta. Mercedes tiene los ojos claros y habla despacio, veo que hay libros que las dos queremos. Me llevo entre otros “84, Charing Cross”, una de las novelas que más me gustan y que de tanto como he prestado siempre acabo por perder. Yo vuelvo a leer lo que me gustó, soy menos de novedad y más de lo que ya disfruté, aunque estoy abierta a novedades, por supuesto. Me sucede como en el cine: siempre el blanco y negro pero con el carnet de los cines Renoir de Madrid, atenta a lo que viene.

Miguel Ángel me dice que él busca libros que no se encuentran. Se me ocurre que le voy a pedir que me localice tres sobre María Blanchard que necesito para documentarme, para escribir sobre ella cuando Dios quiera. Por mí sería mañana, pero tengo que acabar otras cosas primero y no quiero abrir más frentes en este momento.

Me llevo de Alejandría entre otros un libro de piel roja con obras de Lajos Zilahy, esa lectura de la juventud de mis padres, como lo fue Zweig mucho antes de que el Acantilado volviera a publicarlo. Leo apasionada “Mendel, el de los libros” de dicho autor en esa editorial que compro en El rincón. Lo empiezo y acabo en una sobremesa larga en Urueña. Admiro mucho el escribir corto y bien de Zwieg, de Roth, de tantos. La novela corta es un formato que echo de menos y que como lectora agradezco. Tengo la sensación además que no hay que empeñarse en escribir novelas largas por mucho que se lleven, salvo que sea lo que te pide la historia. Tengo la sensación de que no hay que empeñarse en que algo sea o no sea a priori, sólo en vivir y en escribir al ritmo que Dios disponga, el que vaya viniendo.

Eva de Almudí también me acoge. Allí también compro pero menos. Me quedé sin presupuesto el miércoles. Estuvo amabilísima ofreciéndome su librería, su casa, lo que fuera, a la espera de poder bajar con G. a Valladolid el jueves.

Sé que volveré a ver a Eva y a hablar de poesía con ella, como con los demás y a los que no conocí, porque hay más librerías y libreros en Urueña y no pude estar en todas. Aunque es conveniente que yo entre en dichos establecimientos sin dinero y sin tarjeta de crédito.

Veo ya en Valladolid en Oletum el libro de Richard Sennet “El artesano” editado por Anagrama. Sé que lo que dice es cierto, como leo en el breve resumen del boletín número 4 de “Librerías con huella”: la motivación básica de un artesano es lograr un trabajo bien hecho por la simple satisfacción de conseguirlo, esa idea de que el trabajo puede ser algo bueno en sí mismo y no sólo un medio de vida.

Libreros de Urueña, Miguel Ángel, Víctor, Mercedes, Rafael, Eva, artesanos siempre, todo un ejemplo. Vender libros es como escribirlos. O quizás es sólo que a mí me lo parece.

Quiero daros las gracias por estar y seguir, por ser artesanos, tener un oficio al que queréis. Yo sé que nos volveremos a ver.

viernes, 30 de julio de 2010

Esperanza Serrano, caligrafista ("¿Conocéis el lugar? Urueña" 2)



“Tienes un nombre muy bonito”. Esperanza sonríe cuando se lo digo.

En el principio fue el verbo, luego la palabra se hizo carne. Pero la letra, el signo, la grafía, o como se le haya ido llamando, ese trazo hecho en piedra, papiro, piel de animal, tela o papel es siempre importante. Es el comienzo de algo.

Empezar haciendo palotes con una plumilla inclinada a unos 30º en el papel es bueno. Enseña. La tinta es nogalina mezclada con agua, creo, una versión más barata que los tinteros.

“Esperanza, no tengo ni humildad ni paciencia, de monje no tengo nada...” le advierto. Ella calla.

En letras grandes, cuidadas, una caligrafía preciosa, haciendo dos círculos, uno dentro del otro, negro y rojo, una doble leyenda cuelga en la pared del centro E-Lea de Urueña donde nos da las clases.

“Nada funciona excepto aquello a lo que entregamos el alma”
“Nada es seguro excepto lo que arriesgamos”

Dos guías para la vida, dos lemas.

Mi sobrino G. hace los palotes perfectos, Lola también. Yo saco la lengua fuera como cuando era pequeña concentrada en el esfuerzo. No me sale. Utilizo la plantilla que nos ha dado Esperanza, pero me lío y estoy trabajando en los cuadrados de caja alta y no en los de caja baja. Me corrige con paciencia.

Alcuino es la asociación que varios han creado y no paran. ¿La caligrafía interesa tanto? Mucho al parecer, y no es raro. Ese mundo que agoniza, que diría Delibes, quiere ser rescatado, mantenido como un tesoro. Pienso que internet y todo lo que conlleva debería convivir con el libro y la escritura a mano de alguna manera. Creo que todo vale y el pasado más que nada. Somos quienes nos precedieron ... ¿Lo somos? Dios quiera que lo seamos de alguna manera.

Hablé con Esperanza de varios temas. Es una mujer pausada, bibliotecaria entre otras muchas cosas que es. Acaba de hacer estudios de psicoanálisis además, qué interesante. Tiene una tienda en Urueña también bajo el mismo nombre que la asociación. Me encanta Esperanza.

Abecedario. Empiezo por las vocales. Las áes me gustan, las óes me cuestan más, son dos trazos, nada de uno solo. El circulito ese que se hace en dos partes que luego se unen es la base de muchas letras: la p, la q, la d, la b… Si el círculo no me sale, mal vamos.
La g está hecha a mala idea. Y yo tengo que poner "Igea", "Igea", "Igea". Aurora Pimentel Igea, siempre me empeño en el segundo apellido. Con el libro de "Fernanda..." me preguntó el editor que si debía figurar el Igea en la portada. Le dije que aunque fuera largo prefería que apareciera. Es el de mi madre, el mío, sin él, sin ella, nada, ni media.

Espero volver a ver a Esperanza, valga la redundancia.

Tras las letras, la caligrafía cuidada y lenta, ya saldrán las palabras, la frase, el párrafo, el capítulo, un cuento, algo. Volver a empezar como si de una niña se tratara. No sé escribir ya nada. Estoy con la o minúscula, insistiendo, a ver si me sale.

Urueña este verano es "el lugar" por antonomasia. Yo sé que lo es para mí, y no porque lo diga Antonio Colinas en su poema, tan bello, o la sólida muralla , la vista hasta los montes leoneses, las librerías de artesano, las casas o los museos. Ni la iglesia, ni el viento desolador o el sol que abrasa ni, sobre todo ese cielo que ocupa la mayor parte de nuestro horizonte siempre, como en las fotografías de Ortiz Echagüe.

La vida transcurre en Castilla en una línea delgada de tierra, escasa, que nos sustenta bien fuerte mientras vivimos, pero es la eternidad la que nos abraza. Castilla, Urueña, tierra y cielo.

PS: Algunas casas, librerías y establecimientos, de Urueña han sido "caligrafiadas". Sus paredes blancas, amarillentas o color hueso muestran el arte de Alcuino. De verdad hay que ir, no hay nada que se le pueda comparar, nada.