Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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viernes, 16 de abril de 2010

El aula siempre


Compensa. Se pasa bien y mal, especialmente si las clases son nuevas. Si te estrenas en algo, la inseguridad siempre está presente, no es lo mismo saber algo que enseñarlo, mucho menos en otra lengua. Pero es de las actividades más gratificantes. También de las más agotadoras que yo hago. Supongo que depende de cómo se lo tome una o de otros mil aspectos.

Los alumnos son siempre un mundo diferente, cada clase es un microcosmos, si tienes la oportunidad de que sean varios días, no dos, como doy a veces, 7 horas uno y 7 horas el siguiente, que no da tiempo a casi nada. Pero esos módulos que se prolongan un poco en el tiempo, dos horas durante dos semanas o tres. Me gusta también lo del e-learning, en moodle, que me tiene fascinada, estoy aprendiendo, pero prefiero las clases presenciales o una combinación al menos, blended lo llaman.

Yo necesito el aula, soy consciente. La necesito. Me da muchísimo, mucho más de lo que doy en ella. Cuando pasa el tiempo sin dar clases no me encuentro, estoy de mal humor, quizá es el contacto humano o esa pequeña comunidad que se forma donde te ríes y aprendes. Y también me gusta como alumna, por eso intento siempre poder ir a clases al menos 2 semanas al año, no perder la comba de la formación, una inversión de tiempo, esfuerzo y dinero que siempre compensa.

El aula siempre.

sábado, 27 de febrero de 2010

Silencio, charla y alerta naranja

Quedé el pasado martes con N., amigo excelente. Vamos a tomar algo al final de la tarde a una cervecería cercana de mi casa donde, como en todo Madrid casi, no hay quien pare: no nos podemos oír. Me espanta el ruido, no es solo aquí, lo sé, es en toda España salvo en el campo si te aíslas. Hace dos semanas en Sevilla llegué descolocada a casa de un amigo tras una comida en otro sitio también muy ruidoso. Los españoles hablamos altísimo, los establecimientos no están insonorizados y a eso se suma el horror de la televisión eternamente presente y encendida, o la música constante ambiental habitualmente a todo trapo, o a veces esa "propia" que hay que incorporar (al coche, a la casa, el ipod, etc.), un horror. Me manda luego N. un artículo sobre el silencio como derecho básico que no tiene desperdicio. Me afiliaré a eso de la quiet society ya. Es lo que más echo de menos del Boalo y venirme a Madrid otra vez, el silencio ambiental.

N. tiene un libro en las manos al que echo un vistazo, parece bueno. ”Fueras de serie. Por qué unas personas tienen éxito y otras no” de Gladwell. Más allá del título, un horror hecho para vender, me gusta su tesis, nada de autoayuda o tópicos: 10.000 horas dedicadas a algo hacen la diferencia junto al contexto social, cultural, familiar y educacional. Todo eso, más que el genio de nacimiento, es a veces la clave. Me interesa también porque habla de la “cultura del arrozal”, por qué los asiáticos destacan en las universidades americanas… y no es por nada más que porque trabajan más.

Tras una semana de preparar clases y escribir y una fructífera entrevista el viernes por la mañana, organizo reunión de amigas en casa para el mismo viernes. Diez somos. El silencio es compatible con la charla tranquila en casa propia, donde no te molesta nadie y nos podemos oír las unas a las otras. Esta época tan incierta laboralmente hablando, con la que está cayendo, que es de órdago, y con problemas añadidos varios, a veces más gordos que los de trabajo, es tiempo de verse más, también de echarnos todas las manos que podamos. De 7 a 9 están mis amigas, más o menos, luego unas se van a cenar y otras seguimos un rato. “Al entrar en quirófano le dije a mi marido lo siguiente: mira, por si acaso, si no salgo, te pido que te busques una tía estupenda, guapa, joven, de las de parar el tren, la vida es corta y tienes que disfrutarla. Pero, si no te importa, busca también una Mary Poppins para nuestras hijas, que se la merecen, una que les haga mucho caso, que las cuide, que se ocupe de ellas. Pero no se te ocurra bajo ningún concepto pretender que la tía buena sea encima madre. Tú búscate 2, una para cada cosa, y santas pascuas”. Nos reímos todas con la anécdota y el coraje de quien no sintió miedo en la operación. Luego salió bien y el santo no tuvo que buscarse ni a una ni a dos, con la misma sigue.

Hoy sábado alerta naranja, se esperaban vientos en la Comunidad de Madrid de esos de “la tormenta perfecta” pero sin Clooney, lástima. El caso es que aproveché para leer más, estar un poco con mi madre, ir al Prado a la hora de comer con J. y ver Velázquez y Goya. A la salida yo hubiera vuelto andando a casa, se quedó un día precioso, paró de llover. Han florecido los durillos por aquí, la mimosa también y pensé que los almendros estarían a punto de caramelo, que podía ir a la Quinta de los Molinos... (ver también en youtube). Cambié de idea porque el viento se puso a soplar demasiado fuerte. Las nubes han corrido a toda velocidad por la tarde, como en las películas esas en las que las horas pasan en unos minutos y la cámara registra un cielo que cambia rápido.

En el barrio cierran Búcaro, una tienda de flores muy cara y emblemática. Es la crisis. Llamo a una amiga y quedamos al final para ir a ver “Kafka y la muñeca viajera” en el Larra. Leí la historia en "Brooklin Follies" de Paul Auster y me gustó, no tenía ni idea de la historia. Quería haberme pasado por el Teatro Larra el pasado viernes porque esradio emitía desde allí esa mañana, pero no pude por temas de trabajo, otra vez será. Mañana iré al mismo teatro pero a ver la obra.

El supermercado de debajo de mi casa de los chinos, estupendo y no caro, tiene ahora otra tienda, ferretería-papelería o similar, de los mismos chinos, dos parejas, trabajadores sin parar. La cultura del arrozal aquí está, a nuestro lado. Tomo nota: trabajar más, ser más constante, no tirar la toalla, todo es cuestión de resistencia y de carrera de fondo, muy de fondo. Hago cuentas: al año una jornada de 40 horas semanales llega a suponer (si se trabajan 11 meses) unas 2.000 horas anuales. Ergo, 5 años se tardan en hacer algo decente de la nada, en ser medianamente bueno en ese algo, en saber de eso un poco. Mucho camino por delante… si se pudieran dedicar 40 horas enteras cada semana a eso. Moraleja: incrementar horas, no hay otra forma.

viernes, 31 de julio de 2009

El premio/ Palabra de Dios


"Plas, plas, plas, plas". Sonaron los aplausos de rigor al discurso de la ministra que apenas pudo oírse. No funcionaba bien el sonido, alguien se llevó una soberana bronca.

Sólo llegaron las palabras rotas e inconexas como "igu l d oportunidades", "concil vda fmliar labral", "responsabilidad", "mjres"..., todo ininteligible y perdido en la sala abarrotada. Carmín, tonos morenos, besos al aire, qué alegría verte, pero tú ¿dónde estás ahora?, miedo de contar problemas o la verdad, y, de vez en cuando, un lifting muy bien hecho.

Público mayoritariamente femenino, sólo una veintena de hombres, algunos cargos de la administración y ejecutivos encantados de encontrarse rodeados de tantas señoras, molaba ser gallo incluso en ese gallinero. También otros secretamente aliviados de que la suya no fuera como ellas y esperase en casa con los niños, a ser posible ya bañados. Y los más simplemente paternalistas, mirando con condescendencia y esperando salir rapidito tras haber hecho acto de presencia.

Habló una conocida banquera reivindicando el papel de las mujeres en las empresas pero poniendo en claro su oposición a las cuotas en los consejos de administración que "debían ocuparse por mérito, nunca por porcentaje". Lástima que el apellido de la banquera hiciera un poco sospechosas sus palabras. Pero sólo un poco.

De un tiempo a esa parte se podía ser empresario/a y directivo/a, partidario/a del libre mercado y a la vez socialista, socialdemócrata, liberal o simplemente apolítico/a o centro-centrado, moderado o lo que fuera (o sea, llevarse bien con todos para seguir a flote siempre). También se podía ser ecologista, solidario/a, pacifista y feminista, todo dentro de los nuevos mantras empresariales que se repetían sin asomo de duda sobre su significado y que se dejaban caer, una y otra vez, plof, plof, plof, al principio, en medio o al final de todo discurso, intervención o proclama. 

Las palabras, en ese y otros actos, lo soportaban todo.

Mientras, fuera del hotel donde se celebraba el acto, tenía lugar un formidable atasco de tráfico al que habían contribuido los coches oficiales y otros de empresa. Los chóferes esperaba fuera fumándose tranquilamente un cigarro y dándose conversación.

"Plas, plas, plas, plas". Nuevos aplausos, flashes de fotógrafos y cuchicheos. Ana Cepeda, directora de la asociación sonrió satisfecha. Las diferentes categorías de premios servían para contentar a tirios y troyanos, de eso se trataba. Si fulanita con nombre ilustre se llevaba éste, demos el otro a otra más vinculada a los empresarios tipo PSOE. Nuevo dinero con el viejo, apellidos de toda la vida con el círculo del poder político o social más fresquito, todos juntos y hasta revueltos, la pomada.

Subió Margaret a recibir el premio a la mejor directiva del año. Daba perfecta para las fotos y habló con gran convicción, se notaba su oficio. Y con emoción también, la justa. Mencionó a su equipo, a su empresa, a su coach, a su familia y a su marido, por este orden.

"Plas, plas, plas, plas". Más aplausos. El acto, como era costumbre en España, se hacía interminable, casi eterno, con la presentación habitualmente jabonosa y larga de quien iba a entregar el premio alguien importante y, como tal, pelma, el discurso de éste presentando a su vez a quien lo recibía y el agradecimiento de la premiada habitualmente un poco más breve.
 
Así tres discursitos por seis veces, las seis categorías, o sea, dieciocho personas hablando, eterno. Como habitualmente nadie se preparaba nunca lo que iba a decir, ni parecía haber límite de tiempo ni, sobre todo, de egos, todo se podía hacer doblemente largo.

Cuando Cepeda dio por finalizado el acto eran las diez y media y los camareros salieron con el cóctel, todos los asistentes se lanzaron como posesos sobre las bebidas y los canapés, había hambre.

Sonaron los móviles y se mandaron varios mensajes para confirmar que no se cenaba en casa.
Aquello acababa de empezar realmente.

martes, 7 de julio de 2009

El alumno es lo que importa


No podía posponerlo. Daba una pereza enorme hablar con Patricio. Se le evitaba.

"A las 10 te veo en el despacho, Patricio" Carmen accedió sabiendo lo que la esperaba. 

En fin, sería ya la última vez. Era la jefa del departamento. Guapa, joven y formalmente fiel al ideario, más bien al estilo, del centro universitario, dirigía el área académica de comunicación mientras no hubiera un lugar mejor donde recalar. Sabía que el simple pasar del tiempo era su mejor aliado si era capaz de no hacer nada ni poner dificultades. Y las dos cosas las hacía a la perfección.

Patricio entró con el ceño fruncido. Antes se había ocupado de hacer llegar una carta explicando su dimisión a ella y a la decana, carta que fue cursada como corresponde: se tiró a la papelera. No importaba haber sido evaluado como el mejor profesor de todo el área de humanidades por los alumnos, tampoco la dedicación ni el interés demostrado, los marrones que se había comido por iniciativa propia, no hacía falta ni que se lo pidieran, se ahorcaba él solito.

La carta empezaba con un pomposo "No puedo hacer coches coreanos ni estar en una cadena de montaje llena de chapuzas". Y una larguísima explicación, como acostumbraba, de todo lo que no funcionaba, lo que le parecía inmoral y por qué se iba como antes ya se había despedido de otra universidad privada, no era la primera. Tampoco era la primera carta o conversación. Había escrito diversos correos electrónicos en tono cada vez más incendiario y hablado directamente con la decana y con el sursum corda. Todo caía en saco roto para su desesperación, cada vez más saturado, de peor humor y con doble frente de trabajo y clases, queriendo hacer todo bien, especialmente lo segundo.

Carmen lució la mejor de sus sonrisas y le invitó a sentarse lista para el esperado chorreo y esa proverbial facilidad de comunicación tan incisiva de Patricio que solía derivar en una ironía verbal difícil de esquivar.
 
"Bueno, pues yo creo que ya os he dicho por qué me voy, pero resumiendo es que los alumnos no se merecen esto: una universidad donde impera el cumpli-miento" dijo con retintín la palabra partida en dos, ya empezaba "y donde les damos gato por liebre a precio de oro y para cubrir, nunca mejor dicho, el expediente. Estoy trabajando en el sector desde hace años y te lo digo, Carmen, como lo veo: no saben nada porque no llegamos a enseñarles nada, no nos dejáis. Y no puedo participar en esto, es una pérdida de tiempo en el mejor de los casos y, en el peor, una falta de ética. Y luego decimos que somos cristianos, por Dios..."

Venía calentito y Carmen escuchó de nuevo su relación de quejas que se resumía realmente en una sola. Vaya formas que tenía y lo que estaba soltando, su prepotencia era ya legendaria. Al final de la larguísima perorata intervino ella con lo primero que se le pasó por la cabeza. Dicen que de lo que rebosa el corazón habla la boca.

"No sé por qué te preocupas tanto, Patricio. Mira, aquí a la mayoría de los alumnos les ayudarán sus padres al salir, buscan sólo el título universitario, al final siempre es así, y encontrarán trabajo antes o después, no deberías agobiarte."

No pudo ni acabar, casi se le lanzó a la yugular Patricio.

"Joé, parece mentira, Carmen, que te atrevas a decir esto. Estoy precisamente para enseñar y que nos dejemos de pamplinas y paños calientes. Coño, creía que esto era una universidad, no un club de puñeteros niños bien. Pero ¿a qué venimos aquí entonces?

Recalcaba con soberbia las palabras "atrevas", "precisamente" y "club de puñeteros niños bien". Realmente podía ser, y era, un hombre difícil y con un tono cada vez más molesto. Al parecer Carmen no había sido nada oportuna, porque estaba ahora más fuera de sus casillas y desbarataba hecho un basilisco, qué carácter. Total se iba a marchar, así que le dejo explayarse inmune a sus argumentaciones.

Sabía bien que a ese tipo de personas no les queda más que la pataleta. Mientras que a ella le aguardaba en alguna parte un puesto donde ese paso por la universidad le daría el ansiado aval que profesionalmente no había demostrado todavía. Para eso servía la universidad a algunos, de oca a oca.

Apenas dos años después nombraron a Carmen flamante directora de responsabilidad corporativa de una caja de ahorros y coincidió con él un par de veces. Patricio la saludaba con ese orgulloso desdén de quien se ha permitido el lujo de haber dicho "conmigo no contéis para esto" no una, sino varias veces en la vida. También porque le causaba mucha risa que ella fuera ahora una "experta" en responsabilidad empresarial. Lo que había que ver, Señor. Así que la sonrisita de condescendencia de cada vez no podía disimularla, de mano izquierda o elegancia cero. 
 
Seguía así Patricio igual de bocazas pero todavía algo eficaz en su trabajo. Y, sobre todo, libre y cañero. Era ya una costumbre muy arraigada. Pasados los cuarenta generaba hasta adicción ese cantar las verdades del barquero a quien se le pusiera delante, un placer inmenso.

lunes, 6 de julio de 2009

Maite y el late night


Volvió del cuarto de baño y apenas pudo buscar en el bolso. El teléfono sonaba y era Jaime otra vez por la línea 2.

"¿Pero se puede saber qué quiere ahora este pelmazo?"

Maite descolgó el teléfono e intentó que no se le notara el cabreo. Todas las mañanas era igual. Jaime venía en taxi al trabajo, no conducía. Llegaba sobre las 10, pero desde las 8 estaba colgado al móvil llamando a la oficina dos, tres y hasta cinco o seis veces.

Primero hablaba con Amelia, que llegaba muy pronto para hacer el dosier de prensa. Quería saber si había salido algo importante en los periódicos. Luego con Maite, su secretaria. Preguntaba siempre si había llamado Rosetti, el director de la cadena, o Ibarra, el presidente. Y luego, siempre, en cuanto Sofres tenía los datos, Jaime quería saber qué habían hecho de audiencia ayer.

Todos los días lo mismo, aunque él tuviera móvil, estuviera localizable o pudiera acceder a la información a través de internet. Se rumoreaba que Jaime no usaba su propio ordenador jamás. De hecho su equipo no le vio nunca utilizarlo ni escribir un solo documento. Era todo muy misterioso.

Rosetti no había llamado, pero Ibarra lo estaba haciendo en ese mismo momento y hablaba con Amelia. No había manera de comunicar con Jaime desde las 8.

"Que tienes a Ibarra que dice que quiere hablar contigo, te lo paso ahora." Hizo una seña a Amelia que dejó la llamada en suspenso y Maite se la pasó a Jaime aliviada de librarse de él cinco minutos al menos. Volvió al bolso y a su tristeza.

La cadena se dividía entre los italianos, con un pasado de chicas despelotadas revestidos ahora de creatividad, y la parte más seria, los vascos, incorporados al accionariado de la cadena los últimos años. Unos hacían el entertaiment y los otros aportaban a la cadena la imagen de supuesto rigor e independencia informativa con el deje un tanto clásico y tradicional de Prensa Española tirando levemente a Prisa para evitar complejos. Lo que se dice un matrimonio de complementarios.

Así se habían repartido el pastel formalmente, aunque luego no acabaran de cuadrar los papeles de cada uno. Salvo el balance y los dividendos, donde todo parecía encajar tanto para unos como otros.

Lo cierto es que las quejas de los excesos de algunos programas llegaban a los vascos que tenían reputación de ser gente de bien y alguno hasta de misa diaria. Así Ibarra se quejaba formalmente a Rosetti y éste, para cumplir el expediente, llamaba la atención al responsable a través del director de antena o cualquier otro directivo, Jaime incluido. Luego llamaban a Ibarra para informarle que se había hablado muy seriamente con el implicado. El vasco se quedaba tranquilo y su mujer dejaba de darle la lata una temporada. Hasta que a ella no le sacaban los colores sus amigas o familiares con otro nuevo desmán de cualquier programa.

Podía ser el presentador del programa estrella del late night, un catalán impresentable que se creía genial. Éste apelaba a la libertad de expresión, se moderaba unos días a regañadientes muy satisfecho de ser tan terrible y luego vuelta a empezar.

Otras veces era la lengua viperina de otro de los programas estrellas de cotilleo que se hacía el sueco y volvía a las andadas pasado el temporal provocando de nuevo las iras o lloros de una actriz, una modelo o cualquier protagonista de la crónica rosa.

Y otras un reality show infumable vestido de "experimento sociológico" según la sagaz expresión de su presentadora, otra progre catalana también reciclada para el capital con más cara que espalda, como por otra parte era habitual en el medio.

Daba igual, podía ser cualquiera. Porque la cadena crecía en cuota de pantalla al mismo ritmo que sus programas se hacían peores y tenían más éxito. Porque al final los italianos, tan creativos, y los vascos, los del rigor, la independencia informativa y la buena reputación, acababan por estar de acuerdo en lo único importante: el share y la cuenta de resultados. O sea, había algo de lío, pero no tanto. Y al final cien mil moscas no pueden equivocarse: coma caca.

Maite pensó en el día que le esperaba, viernes, un horror. Otra vez el teléfono, ahora era el móvil con su chico del otro lado. Tragó saliva, no tenía buenas noticias que darle.

"Nada, niño, que vamos a tener que empezar otra vez".

El niño de treinta y bastantes quitaba hierro al asunto y la daba ánimos. Iba a ser pesado, les había dicho el doctor, pero tenían suerte con la edad de Maite, otros lo tenían peor.

"Te dejo, guapo, luego hablamos".

Se acercó a Amelia, la preguntó algo, abrió su cajón y se dirigió a toda prisa al cuarto de baño de nuevo. Sabía que Jaime podía aparecer de un momento a otro por la puerta.

En el departamento ya estaban todas las televisiones encendidas. En el centro, con la pantalla más grande, la de la propia cadena, a su alrededor las de la competencia. A todo volumen las seis, pero a nadie parecía afectarle el ruido constante.

viernes, 3 de julio de 2009

El backstage y Margot


"Perdona, Margot".

El humo del eterno cigarrillo de Jesús se había acabado por meter en los pulmones de la modelo. Lagrimeaban sus ojos verdes y Margot dejó por un momento de mirar a la nada. Se estremecía al toser, toda huesos, el pecho breve, la cadera escurrida. Daban ganas de darla un bocadillo en vez de un beso.

Siguió fumando el diseñador sin inmutarse, sorbiéndose de continuo la nariz, ese continuo moqueo, descontento todavía con el resultado. Dejó el cigarro nervioso y volvió a la tarea de colocar ese pliegue que se le resistía con más alfileres, ajustando la tela al cuerpo largo y escaso de la modelo. Todos en silencio, sólo ella seguía con su tosecilla ya leve intentando no molestar.

Hacía un calor de mil demonios ese septiembre en Madrid y además el aire acondicionado se había roto. Quedaban cuatro días para Cibeles, días de no dormir manteniendo el tipo. Eufóricos algunos, histéricos y agotados la mayoría. Pero todo el equipo allí aunque no se les necesitase, por si acaso.

Siempre era lo mismo, al final el grueso de la colección se acababa haciendo en la última semana, a contrarreloj. Habían intentado trabajar de otra forma y varios años, recién pasado el agobio de la pasarela, discutieron cómo meter en cintura a Jesús para que la próxima vez no pasara igual. Luego se terminó por aceptar que no había nada que hacer, como en tantas otras cosas.

Cambiaba el equipo, nadie duraba mucho. Sólo algunas mujeres del taller que seguían con la esperanza puesta en la jubilación, las únicas a las que se les pagaba las horas extras de esa maratón bianual. Abandonaban cada poco tiempo también los diversos industriales que fabricaron la colección hartos de que el diseñador no cumpliera jamás los plazos, no entregara ni los escandallos y fuera de divo y de víctima a la vez.

Jesús era cada vez más una marca de perfumes y otras licencias. La ropa unas veces se llegaba a hacer y a comercializar, otras no. Sólo se mantenía firme el taller con la alta costura y los vestidos de novias, lo más rentable. La pasarela era ese momento teatral y necesario para el ego, también para poder salir en los medios. Así se vendían perfumes, se vestía a cuatro famosas y del taller salían preciosos vestidos de novias  en ocres, beiges y hueso, como de hadas, que acababan durando más que los matrimonios. No había más trastienda, un backstage al final bastante vacío.

Sonó el teléfono y alguien lo cogió al otro extremo del piso, un rumor de pasos presurosos y apareció Marisa por la puerta. “Jesús, que te pongas, que es Tita y quiere hablar contigo personalmente”. Salió con cara de cabreo y todos se tomaron un respiro.

Margot se sentó un rato, bebió agua con ganas y volvió a dejar los ojos fijos en un punto desconocido.

Luis la volvió a mirar de nuevo, tan escuálida, con ese aire entre desvalido y extraño, a veces hasta inquietante que tienen al natural algunas modelos de pasarela.

La imaginó comiéndose una tortilla de patatas, un chuletón, algo que la rellenase clavículas y muslos, esos delgadísimos brazos. Una Margot sorprendentemente hambrienta y luego satisfecha, felizmente harta. Sin esa cara de cansancio o de permanente aburrimiento de las interminables pruebas de cada colección.

Ser una de las modelos sobre las cuales creaba algunas prendas el diseñador no era ningún chollo. Sí, salía al final del desfile a saludar con las demás y se la dejaba estar muy cerca del dios de nariz delicada, totalmente transformada por el maquillaje, la ropa y el engañoso encanto de la pasarela. Pero a Luis esa Margot no le decía nada, le daba todavía más repelús que la frágil.

Margot ligeramente oronda, mal vestida, incluso algo vulgar, sin esa manicura y pedicura impecables que se las exigía para cualquier desfile. Pero también sin el ipod eterno al que se colgaba en las largas esperas o esa ropa estudiadamente descuidada de las modelos. Y, sobre todo, sin ese coñazo de novio con esa cara también de inapetente, tan falto de entusiasmo, tan triste, que la acompañaba a veces sin mucho convencimiento.

Luis lo sabía. Era lo malo de ser el único de la oficina y del taller al que le seguían gustando las mujeres más allá de la cuestión estética o como simple objeto de contemplación o hasta de envidia. Quizás también lo bueno de ser el único que las miraba todavía con algo parecido al hambre.

Había pasado hace años los primeros meses de fascinación, luego algunos buenos y malos ratos por trabajar tan cerca de tanta chica desnuda, joven y sola. Superada la fase de indiferencia por saturación que le tuvo un tanto preocupado, a Luis le acabaron por poner las mujeres gordas y un pelín dejadas de verdad, no como resultado de largas horas de espejo.

Y así se imaginaba a Margot en sus mejores sueños, habitualmente despierto. Era una forma de matar el tiempo y abstraerse del ambiente tenso de supuesta creación artística de las pruebas y traerle a la realidad de la irrealidad. También lo hacía en el fitting final y en algunas sesiones de fotos.

Margot cocinando un poco despeinada, comiendo luego con ansia, hasta un poco celulítica sonriendo. Y por supuesto en la cama sin ninguna pinta de aburrirse ni de necesitar el ipod para nada, ni siquiera el espejo. Y con los ojos de olivo exactamente iguales y mirándole a él, no suspendidos en la nada.

Foto: Vestido de cocktail de la colección de primavera - verano 2009 de Angel Schlesser.

jueves, 11 de junio de 2009

La risa les hace fuertes


Conocí a Tamara Kreisler hace ya 9 años, empezaba ella con la Fundación Theodora en España, payasos para nuestros niños hospitalizados. Jovencísima entonces, sigue jovencísima hoy, comenzaba en solitario la tarea de montar la Fundación, que reúne en la actualidad a un equipo de nueve personas mas 26 "Doctores sonrisa" que trabajan en 20 hospitales en España.

He tenido la suerte de poder compartir ayer con 3 de los citados doctores una tarde en el Hospital Niño Jesús, vamos a ver si Dios quiere e internamente aceptan el proyecto de colaboración que les he planteado y puedo seguir con ellos durante los próximos meses.

Los Doctores Sonrisa son artistas.

Uno podría pensar que payasos, sí, pero un payaso es un artista, esto vaya por delante. Cada uno es diferente, cada uno tiene una personalidad. Pero sobre todo, como artistas, son gente a la escucha, sensibles, adaptables a lo que hay, no al revés. Un artista escucha antes, y siempre.

Ayer estuve con la Doctora Zepi, con la Doctora Dora que te adora y con la Doctora Muela Partida.

Cada Doctor Sonrisa ha tenido con la Fundación un año de formación, y luego una formación continua, cuidadísima. Y se nota, mucho.

Esto no va de ponerse una nariz y ya, no. Esto es otra cosa, porque un niño es siempre un niño, pero un niño enfermo, hospitalizado, requiere además un trabajo muy personal, fino, sensible, adaptado, mil cosas más.

Ya sentía un profundo respeto por los payasos, ahora siento mucho más, los veo con otro prisma.

Si el trabajo de un payaso, de un artista, tiene siempre algo de artesanía, nada se repite, el de los Doctores Sonrisa es casi como la alta costura, así lo veo.

Cada visita a cada niño enfermo parte, como me explico la Doctora Dora, de lo que hay, de lo que ese niño en esa habitación quiere, necesita, donde él está, desde la transparencia, no se puede ir con nada previo.

No se trata de arrancar una risa siempre, sería muy gratificante -y para el ego del artista más- pero no va por ahí las visitas de los Doctores Sonrisa.

Hay veces que es una sonrisa, otras un simple time out, diez minutos que el niño se olvida, que la familia se relaja. Y no hay más, ni menos. Estoy impresionada.

Lo vi ayer, me encantó. Me emocionó, me hizo pensar mucho. A veces con lo que hay, y no hay que empeñarse en nada, nunca, sólo jugar, escuchar el ambiente, el latir del otro, y ya.

Me quedé impresionada de las horas que compartí con ellos. Qué finura de trabajo. No es lo mismo, para nada, el trabajo de un payaso con una audiencia de varios, que esa visita niño a niño, personal, en cada habitación, adaptándose al momento, "bailando" en el momento diríamos en coaching. Estoy impresionada de la sensibilidad de estos doctores, y del buen hacer de la Fundación

Dora era la doctora como amorosa, siempre hablando del amor, con un gallo de plástico en el bolsillo entre otros muchos artilugios. Zepi iba con una flauta y hasta cantamos una jota con ella, y Muela Partida hacía juegos de magia potagia, de repente 3 conejitos donde sólo había uno. Cada uno con una bata preciosa, con su nombre, batas que se hacen a mano, tienen que durar, pasan por el tinte de cada vez.

Trabajo de artistas cuidadísimos por la Fundación, todos tienen que mantener un trabajo fuera para seguir creciendo y aportando, también por un tema, asumo, de equilibrio emocional. No pueden hacer, creo, más de 6 visitas al mes dentro de su trabajo con la Fundación.

La risa les hace fuertes, siempre.

Su risa nos hace fuertes.

Yo sé que con este trabajo voy a hacerme más fuerte de verdad, a aprender mucho.

Es un honor trabajar con vosotros, espero que todo esto siga adelante, Tamara, Patricia, Eva, Ana, Leticia y todo el equipo.

Es un honor haber conocido a los Doctores Sonrisa, ahora podré hacer mejor mi trabajo, si Dios quiere, con vosotros.

PS: Dios tiene algo de Doctor Sonrisa, no sé, me da por ahí hoy. Un beso a todos.

miércoles, 13 de mayo de 2009

El placer de enseñar y apoyar 2)



El caso es que ya sólo doy clases en posgrado y algunos otros cursos y máster. Para la Fundación Ortega y Gasset, la Fundación Luis Vives, la Complutense, la Francisco de Vitoria y alguna otra institución, además de cursos de formación a empresas u organizaciones, pero esa es otra historia. Al final, unas 200 horas al año como máximo. Sé que no puedo con más o me rompo.

Echaba tanto de menos ese trato más permanente y constante con los alumnos que creo que empecé a formarme como coach hace dos años porque descubrí que ese proceso de acompañamiento es muy similar al que yo desarrollaba cuando daba clases en licenciatura. No tanto en la clase en si como en las tutorías donde estás, entre otras cosas, para escuchar y hacer de espejo. Para animar, alentar y confiar.

Hablo, claro está, de personas que han cumplido los 20.

Sí, sé que el coaching es en parte sustituto y en parte complementario de las clases, de la consultoría también, que suele ser complicada porque te contratan para que digas lo que piensas, lo que ves. Y busques una solución, una vía, para que seas capaz de decir "por aquí".

En coaching estás para que el otro se pregunte, pueda formularse preguntas a veces, y se dé sus propias respuestas, para apoyar un cambio que él tiene que realizar, o una permanencia, es igual.

En las clases das algunas respuestas y orientaciones, un poco de conocimiento, claro, pero debes plantear más preguntas, creo yo. Y al final compartes más que impartes. Yo por lo menos.

Disfruto tanto cada vez que doy clases, lo paso tan bien, que me compensan las papillas que a veces devuelvo, todavía me pasa. Vaya todo por el placer de enseñar y aprender en comunidad.

Y por los alumnos que quedan como amigos, a pesar de lo que les exijo y de la marcha a la que les someto a menudo.

En mitad de Cariño, pueblo en Galicia, de una calle, o de repente en internet, zas, ahí están, con una sonrisa visual o de tono, lo notas. "¿Te acuerdas de mi?" Pues claro, aunque no me acuerde en ese momento, a los diez minutos de conversación es como si hubiera estado ayer en clase con él, con ella.

No obstante, he abierto otro blog para ellos, actuales y pasados, y colegas, por supuesto.

Esta bitácora de aquí ya tiene demasiada variedad. Voy a ir haciendo "spin off" que dirían los anglos, o sea, extensiones, salpicaduras, derivaciones. Y a ralentizar el ritmo, quizás la extensión de las entradas de ésta, no sé. Más que nada para no cansar a la gente, "más vale que te echen de menos que de más" es un lema. Como necesito escribir, he pensado que quizás es bueno abrir otros frentes sin agotar siempre a los mismos lectores que son muy buenos y muy pacientes, pero a quienes puedo marear un poco si sigo a este ritmo e intensidad.

La bitácora de coaching la estoy remodelando, necesitaba un tiempo para ello, leer más, pensar más y asentar algo de conocimiento y práctica, tanto como persona que la están "coacheando" (vaya palabra) y que está "coacheando" a otros.

La de aprendizaje en comunidad la acabo de lanzar. Es para alumnos, pasados y presentes, y colegas. Me va a apoyar en las clases -durante, después- y a mantener esa comunidad de aprendizaje en la que tanto creo.

Y tengo otra bitácora para placeres varios, de los cinco sentidos, espero que será coral. De esos placeres también vivimos entre las muchas alegrías y algún que otro disgusto que el trabajo da.

Todo se andará. Y se transformará.



martes, 12 de mayo de 2009

El placer de enseñar y apoyar 1)




Hace unos nueve años me llamó una amiga que daba clases en una universidad privada.

Llevaba trabajando yo en comunicación unos diez años, tenía mi propia empresa y colaboraba con otras, así como con entidades del tercer sector (léase organizaciones sin ánimo de lucro) de diverso tipo. Y más cosas, siempre estoy metida en cien cosas, los vagos estamos siempre metidos en más cosas que los trabajadores, lo tengo comprobado. Otra cosa es que las hagamos bien.

Me propuso algo insólito: dar clases en una universidad. Había hecho los cursos de doctorado, la tesina y tenía el DEA (no la tesis, sigue pendiente, ¡ay!) Era todo un reto, por eso quise. Nada como aceptar desafíos para vivir con más ganas.

Me entrevistó luego el decano, un tipo majo que no duró allí ni dos años, y me dijo que adelante. Pasé ese verano preparando clases como una burra. Leí del orden de 20 manuales de la materia o afines, quince de fuera. Consulté con colegas, también con otras persona de fiar, estudiantes incluidos.

Sabía lo que tenía que enseñar porque la materia, una troncal de Ciencias de la Información, era el ámbito de mi trabajo. Al final escribí un manual muy de andar por casa propio, 200 páginas, con sus prácticas y todo. Sé que ha servido para otros profesores que lo han utilizado con y sin mi nombre, me es ya igual. Pasé dos años en esa universidad, tres en otra. Hice otro manual en plan casero porque quise tener otra asignatura. Daba 1 de cada 4 clases en inglés, coordiné dos seminarios. Adapté al castellano otro manual americano, con todos los casos y las entrevistas enfocadas a nuestro país para la editorial Pearson.

Todo para nada.

Bueno, sí: lo pasé genial. Y conocí gente.

Lo pasé estupendamente en clase y mejor en la tutorías, a pesar de los sofocones, un poco peor en cambio en otros sentidos.

No tengo lo que hay que tener para estar en algunos sitios, quizás en demasiados. Tampoco, espero que no suene a chulería, necesito de la universidad ni económicamente ni como carrera, ni como reputación, no me interesa en ninguno de esos sentidos.

Es otra cosa lo que busco y lo que quiero al enseñar a otros.

Carezco además de constancia y de paciencia y de otras muchas cosas que debiera tener, eso también.

Pero en cualquier caso todo ello, malo, bueno o peor, me acaba por dar una libertad enorme y la utilizo.

Cuanta más libertad tienes, más quieres.

El caso es que se me hizo un regalo monumental el día en que empecé a dar clases, aunque en la estructura de la universidad, privada o pública, no pegue ni con cola y tenga que ir en otro plan, no pasa nada.

El hueco se lo hace uno en todo, en la vida, en la profesión. Sin miedo. Lo que no quiere decir que no haya dificultades ni un precio, a veces caro, que se paga siempre.

Es un decir lo del miedo, porque devolví aquel día de septiembre de mi primera clase hasta la primera papilla de un ataque de responsabilidad que me entró, cosa que me sucede todavía cuando me enfrento a algo nuevo.

Sin embargo, cada vez que doy clases me lo paso tan bien, disfruto tanto, que vuelvo a dar gracias por ese regalazo que me hicieron a finales del siglo pasado.

Decidí en el 2006, tras cinco años dando clases en la licenciatura, que no podía con todo. Con la intensidad de trabajo que supone la consultoría junto con las clases en la universidad tal y como se planteaban entonces. Quizás más bien con el nivel de exigencia propia con que yo me las planteaba, es posible. A lo que se sumó muy especialmente mi desesperación al ver que mandan los que nunca plantean problemas y los que yo, posiblemente de modo injusto, juzgo como incompetentes. Una combinación de varios factores es lo más probable.

"No quiero ni puedo hacer coches coreanos, en cadena, a mí me gustan los Rolls Royces, el trabajo artesanal".

Siempre "haciendo amigos" al despedirme de algunos sitios. Tengo la mala costumbre de hacerlos de verdad en los lugares donde no voy a sacar nada. Entre los alumnos, por ejemplo.

jueves, 2 de abril de 2009

Y- ya- ques peligrosos 2)



Y-ya-que tienes clases dedicas no 5, sino 25 horas a prepararlas, a tutorías, a decir a todo que sí. Y en trabajo igual. No por perfeccionismo, ese es un tic o virtud de otras personas. Es por pasión, por ganas. Porque estás ya ahí y quieres coger esa ola y-ya-que también, la del esfuerzo y la dedicación, otra ola en la que se entra y se está hasta con gusto.

A veces, tras muchas horas, un largo y ya que de concentración, entras en un estado de fluidez y rindes a tope. Esto da unas extrañas alas y una pesada carga. Por un lado, aceptar más trabajo, siempre puedes y quieres hacer más, hasta lo disfrutas. Por otro, ay, quien trabaja con alma pone su alma y con ello se pierde el miedo a decir lo que se piensa, lo que se ve, especialmente a quien no se debe, a los que hacen cabeza sin ella. Esto último es lo realmente extenuante. Y se puede acabar con un buen nivel de competencia y un altísimo nivel de incomodidad.

Rendimiento, implicación y sinceridad son un trío peligroso que se salda a menudo en agotamiento. Lo que empezó en un y-ya-que laboral se transforma en un serio aviso si no se quiere acabar rota por dentro o por fuera. Hay que cambiar de ritmo y controlar los y-ya-que laborales, poner distancia, coto.

Y te haces algo vaga por una meditada decisión que no por pereza, porque sabes que si la calidad es lo percibido, se puede dar mucho menos y peor, que nadie se dará ni cuenta. Vivirás no mejor, simplemente vivirás. Y-ya-ques laborales limitados, aprovechar las rentas de conocimiento de lo ya currado, de una formación siempre continua, de la eterna curiosidad, confiar en el propio instinto y en la experiencia, menos en los brazos.

Y, lo más importante, trabajar para una misma: más riesgo, eterna incertidumbre, pero más libertad. En la duda, siempre la libertad, si hay elección, claro. Es una suerte poder elegir. Y, curioso, las cosas van saliendo sin sudar la camiseta como acostumbrabas, con mucho más relajo.

Dejas los y-ya-ques de subidón para la cocina. Haces croquetas, 2 primeros y 2 segundos. Ahí ya interviene el por si acaso, cierto. Y ya que haces bechamel pues aprovechas y haces el doble. Y ya que vas a manchar tanto cacharro, pues ya los mancho todos. Sábados por la mañana, día habitualmente intenso de cocina. Eestos y-ya-que no llevan jamás tensión, a diferencia de los laborales, sino una profunda relajación de mente y espíritu. Aunque te canses.

Pero hay muchos otros y-ya-que estupendos. Mañana.

lunes, 16 de marzo de 2009

Reputación


Desde hace unos seis años se habla mucho de la reputación corporativa. Trabajé en este área, tangencialmente, en una consultora. Era interesante.

El término reputación vino a sustituir al de imagen. La primera es consolidada, estructural, resultado del paso del tiempo. La segunda es coyuntural y esporádica. Se dice que la reputación es el conjunto de las opiniones de los públicos con los que trabaja una organización: accionistas, clientes, empleados, proveedores, sociedad en general. E incluso se vende -estamos en consultoría- que la reputación de una empresa se puede no sólo medir, sino gestionar. Como otros activos intangibles de una empresa.

Algo raro me parece a mí que ocurre cuando las empresas ponen tanto énfasis en esa gestión de la reputación que al final depende más en comunicar que en hacer. Tanto me da que hablemos de reputación que de imagen. Porque al final es eso, mucho trabajo para decir (notas de prensa, discursos, webs corporativas, etc., etc.) y medir qué van pensando y qué no los públicos (encuestas, grupos de discusión, etc.) y pocos recursos para hacer mejor o cambiar el modo en que se hacen las cosas a veces, que se pueden hacer fatal.

Triste, ¿verdad?, pensar que al final lo que piensen los demás tiene más importancia o viene a sustituir lo que algo o alguien es. Es un reflejo terrible de nuestra sociedad, no sólo a nivel empresarial, también político y desde luego personal.

Esta mañana pensé también en la reputación no sólo de las organizaciones, de las personas. Una reputación que se puede ir labrando con lo que uno dice, cuenta, más que con lo que uno hace. O en cómo dice y cuenta lo que hace, esto es muy significativo.

Trabajar en agencias de comunicación, gabinetes de prensa o en colaboración con las direcciones de comunicación de muchas grandes empresas te hace ser consciente de que cerca del 80% de lo que aparece en los medios es resultado de tu trabajo: los medios dicen de ti lo que tú quieres, y tienes la habilidad, que digan. Da mucho vértigo, te parece a veces hasta inmoral: cada vez menos periodistas, más jóvenes, peor pagados y que saben menos... y más gente "del lado oscuro de la fuerza", de la comunicación corporativa o institucional.

No quiero ni imaginarme lo que esto puede ser en el ámbito político con dosieres de por medio e intereses de unos y otros mezclados.

"De dinero y santidad, la mitad de la mitad" decía mi abuelo. Creo también que de todo, en general, la mitad. Detrás de muchas buenas reputaciones a menudo hay mucho menos de lo que se espera o se piensa, bien lo sabemos.

Por eso y, como diría Toi, en principio no me creo casi nada de nadie, como mucho la mitad. De las empresas desde luego, pero tampoco de las personas. O sea, de lo que dicen o se dicen, o dicen otros, o hasta dicen ellas de si mismas. Por simple sentido común.

"Watch his walk, not his talk". Pero es que, hasta si me apuran, en el "talk" hay tela marinera más allá de lo que puede parecer. Decimos más en lo que no decimos o en cómo decimos lo que decimos, que en lo que supuestamente queremos y pretendemos contar. La literatura, hasta la corporativa, no engaña o engaña menos, creo.

Por eso también detrás de algunas malas reputaciones hay algo más o, incluso, algo diferente. No es fe ni confianza en el ser humano, aunque sí la tengo, es experiencia, intuición y haber trabajado en comunicación. No es que todo el mundo sea güeno, es que algunas personas son mejores que la mala reputación que les precede o bajo la que se parapetan.

Igual que la buena reputación sirve para ocultar, la mala también.

La buena y la mala reputación a veces son cómodas, es terreno conocido, eres "el listo", "el canalla", "la guapa oficial" o "la mujer siempre buena y sensata" y esto protege a algunos de todo lo que además son: como todos los seres humanos, un mundo y, a la vez, muy poca cosa, muy limitados todos.

Bajo el hilo de una pésima reputación labrada a menudo a golpe de esfuerzo de comunicación suena otra música de fondo, más suave y real. Incluso en ese interés constante en hacer partícipes a los demás de ciertas cosas canta el vacío, una amargura suave y triste que hay detrás, el olor de la soledad.

Como en los perfumes: las notas de salida dejan paso a las de fondo.

Si es un buen perfume, las de salida no empañan las de fondo.

Están ahí agazapadas, saltan cuando menos te lo esperas, son profundas, amaderadas, acuáticas, florales o frutales, da igual, pero siempre de gusto, con gusto.

No embriagan, no sacian, quedan. Te emocionan y sorprenden agradablemente.

Salen las notas de fondo si el perfume está bien hecho, si las de salida, más saltarinas y evidentes, tan jaleadas a menudo, no las ocultan.

Porque un mal perfume es eso: acaba ahogado en las notas de salida por exceso de éstas, también por su mala calidad. Es el olor de los perfumes baratos.

Algunas notas de salida pueden matar un perfume, acaban por derribarlo, por excelentes que sean las notas de fondo éstas se desintegran, se acaban perdiendo. Y es una pena.

Las notas de fondo son las que construyen un buen perfume, las de salida, importantes siempre, deberían envolverlo con suavidad, abrirlo para que ese fondo, tan conmovedor siempre, se muestre, quede.

Siempre y en todo lo que construye, lo que nos construye, creo yo.

Lo que une, de verdad, no lo que acaba por distanciarnos y hacernos irreconocibles, empezando por uno mismo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Proyectos 2)


He leído de un tirón el último libro de Felix Pérez Orive. Comprendo que el título echará para atrás a mucha gente: "Proyecto yo. Cómo ser director general de su propia vida". De verdad que es bueno, tanto como los anteriores "Un adios a la empresa" o "La lección imprescindible".

Bajo ese título de espanto, (con taparlo con un post it basta), Pérez Orive, que es interesante, divertido y abierto, anima a tomar las riendas, a ilusionarse y a trabajar por un proyecto propio que puede estar formado por proyectos variados: afectivos, profesionales, de ayuda a los demás, de mejora intelectual, lo que sea. Cada uno el suyo, los suyos.

Lo que Orive alienta a hacer primero es pararse a pensar qué quieres hacer con tu vida, algo que siempre es posible, y no sólo cuando tienes veinte o treinta años -que está tirado-, sino también cuando tienes cuarenta, cincuenta o setenta.

No se trata de meterte sólo en la rutina de hale, venga, pues ahora a trabajar, ahora a descansar, pues ya que estamos... Ya que estamos ¿qué? No. Hay que pararse. Siempre es posible parar y pensar. Ser un poco más consciente. Hacer las mismas cosas, quizás otras distintas, con una mayor consciencia y propósito.

Eso es tener proyectos: consciencia, conocimiento propio, libertad, vida vivida, no que nos pase por encima, horizontes, sentido común y trabajo. No es pura imaginación, sueños para pasar el rato, evasión.

Un proyecto impresionante lo tienen las personas cuando tienen hijos pequeños: sacarlos adelante, educarlos. Más adelante, es ir dejándoles volar solos, proyecto complejo donde los haya. Otro fundamental es el amor por antonomasia, hombre - mujer. Hay un proyecto común, pero hay otros individuales que la otra persona puede respetar, compartir o alentar en su caso, explica Orive. Me parece todo de mucho sentido común.

Tener proyectos no está reñido con el sentido común y saber quiénes somos cada uno. Para que un proyecto sea factible -no pura imaginación-, uno tiene que saber quién es, cuáles son su valores -de verdad, no los "oficiales"- y sus circustancias, todas. No hay que tener miedo, prudencia sí. Y hay mucho miedo.

Pienso a veces que más que la censura social -el qué dirán-, tenemos una censura interior previa, peor, que opera como un eficaz saboteador: "no puedes", "qué tonterías se te ocurren", "a estas alturas de la vida un cambio de ese calibre", etc. Lo sé porque ante un cambio mínimo como irme a vivir sola y al campo he tenido que lidiar mucho internamente hasta que me he atrevido a dar el paso. No son los demás: es uno mismo la mayoría de las veces.

A veces resulta cómodo echar balones fuera y pensar que es por los otros, muy queridos a veces, por lo que no seguimos un proyecto, una ilusíón, la que sea: suele ser una mentira, una coartada perfecta para nuestra falta de agallas y nuestros propios demonios interiores. Es humano, pero conviene darse cuenta. A veces imaginamos un proyecto imposible precisamente para no llevar a cabo los que sí son posibles pero cuestan. Y seguimos con la queja, con la insatisfacción velada o abierta. O como Antoñita la Fantástica, otra confortable opción.

Leí ayer en algún lugar que mejor no tener expectativas muy altas, no ilusionarse demasiado, no vaya a ser que luego no salgan las cosas. Creo que esto se logra más que "frenándose" para no poner demasiada carne en el asador (no vaya a ser que se queme), diversificando nuestros proyectos. Repartiendo los huevos en varios cestos. Eso ya permite a veces modular las expectativas, que quizás no son altas, sino equivocadas.

Tengo la sensación de que a veces le pedimos a la persona que tenemos más cerca lo que ella no nos puede dar, al trabajo una satisfacción que no siempre es posible, a nuestra familia lo que tampoco está en sus manos.

Creo en general que lo que queremos las personas es que nos quieran y querer. Se pueden hacer las cosas más peregrinas y raras para lograrlo. Por eso sé que los proyectos más importantes son los afectivos: amistad, amor, familia. Sin ser totalizadores son básicos, es mi opinión.

Tener proyectos no significa no vivir con lo que cada día te trae: mucho, poco, malo, bueno, regular. Es intentar elegir y dirigir qué tipo de vida queremos y podemos llevar, sabiendo que hay libertad y muchos elementos que no podemos ni debemos controlar, por supuesto. Y que Dios existe y junto con su amor, permanente, nos da la inteligencia y la libertad, ambas.

Proyectos 1)


Hace unos años oí decir a un profesor que había que tener proyectos y recuerdos. Que la clave de una vida mejor, a medida que se cumplen años, estaba en poder echar mano de momentos buenos, a veces no tan buenos, que nos enseñaron algo y, también, en nuestra capacidad de definir proyectos que nos mantengan ilusionados.

Proyectos, planes, ilusiones: sé que no es lo mismo, pero significa siempre una apuesta a un futuro más o menos próximo que nos mantiene vivos, activos, entretenidos también, lo cual no está mal.

Miro al blog y me horrorizo por el peso que los recuerdos tienen, así que me pongo manos a la obra con mis ilusiones, planes y proyectos vitales que reoriento a medida que pasa el tiempo, me hago mayor, aprendo y, también, meto la pata y me equivoco.

Me doy cuenta de lo importante que es que las personas ya muy mayores, jubiladas, cuenten con proyectos. Muchas veces sus proyectos no son propios, sino fundamentalmente ajenos, y no está mal, pero no es suficiente.

Los proyectos de mi madre, 84 años, por ejemplo, están básicamente vinculados a sus hijos, si vendrán o no el domingo a comer, pongo por ejemplo. Es un buen proyecto, piensa qué va a poner para comer. Pero por si solo no mantiene una vida, o la mantiene mal a riesgo de poder resultar un poco agobiante la eterna pregunta que se hace 7 días antes: "¿Y sabéis ya si vendréis el próximo domingo a comer?".

Es fundamental que las personas mayores tengan cosas propias: sus amigas, unas clases, lo que sea. Todo menos esperar a morirse, salvo que ya estén fatal. Aún así, ya conozco a varias que se han resistido por las ganas de ir a la boda de una bisnieta: un proyecto apasionante que implica cómo vas a ir vestida, que ese día tienes que ir a la peluquería, etc. etc. ¿Tonto? No, humano.

Josianne, que trabaja en casa de mi madre, tiene un proyecto, muchos: y los tiene clarísimos. Todos los emigrantes tienen proyectos: por eso están aquí. En este caso es comprarse un terreno, construirse una casa, irse a Brasil, traerse a su hermana, casarse si encuentra un novio y puede en España, aprender a conducir, aprender inglés. Y más, tiene bastantes más proyectos por los que trabaja y se ilusiona, ambas cosas.

Josianne es una de las personas que yo conozco que tiene más claro lo que quiere en la vida. Y tiene 43 años, pero no ha renunciado a salir con 40 de su país por un sueño, por ilusiones, por proyectos, con mucho sentido común y nada de pájaros en la cabeza.

jueves, 23 de octubre de 2008

Compost



Aunque hay mucho tópico, bastante tontería y poco conocimiento en eso de la "sostenibilidad", trabajar en ello profesionalmente a veces ayuda.

Creo que el tema de las basuras, de los residuos (sólidos urbanos y otros), da para mucho. Creo que parece claro que nuestro sistema de producción vive en muchos casos sobre la base de quemar mucha energía y, al hacerlo, producir muchos residuos. También parece que hay que producir cada vez más dejando en el camino una nueva sucesión de residuos. Pienso que los recursos naturales puede que sean ilimitados pero no son infinitos. Por otro lado la toxicidad de los residuos en muchos casos es evidente y no podemos ni enterrarlos, ni quemarlos, tampoco reciclarlos o reutilizarlos, ni todos ni siempre.

Cuando hablamos de reciclaje o reutilización, también de reducir el consumo de materias primas o energéticas, no es sólo una imposición socialista o estatalista. Es que gran parte del sistema que hemos tenido de producción es insostenible , por mucho que se empeñen los neoliberales. Ni pensar que no podemos abrir un tajo a la tierra -como ya escribí, vivir mancha, vivir duele-, ni pensar que nos la podemos cargar. Si todo el mundo produce como nosotros, como venimos produciendo en Occidente, los recursos se esquilman, la vida se hace insostenible.

Cuando trabajas en consultoría te das cuenta que el sistema de las grandes (Price Waterhouse, Cap Gemini, Ernst & Young, etc.) se basa en coger a gente joven, explotarla al máximo a base de bien, sólo unos seguirán en la empresa, serán socios, los otros se marcharan hartos de un modo de hacer las cosas que quema. Es cierto que la gente que se va no lo hace siempre abrasada y esa experiencia le sirve en otros trabajos. Pero a mí por lo menos me hace pensar cómo es posible que esas consultoras con esos sistemas de trabajo y esa gestión de recursos humanos sean quienes asesoran a otras empresas. Y más. En cierta manera me hace temblar.

Pienso yo que no es sostenible este sistema, o lo es mientras haya gente joven a la que se puede machacar hasta la extenuación. Vamos a ver qué pasa ahora con la crisis que no sólo es económica, es también de talento, de personas preparadas que quieran formar parte de un sistema así.

Hace años que leí un libro que me apasionó. Se llamaba "The natural advantage" y explicaba cómo la naturaleza es en algunos casos ejemplo de producción. Había cosas muy aprovechables en él. Yo intento coger todo lo aprovechable, soy urraca o pirata, ya no sé bien.

Entre otras perspectivas del libro, se decía que teníamos que estar atentos a los residuos, no sólo a lo que se produce. Y no sólo a los "materiales". Cada trabajo, cada vida, quema energía y recursos, produce residuos. Sin embargo hay sistemas mucho más contaminantes que otros, producen a lo mejor mucho o poco pero a un coste de residuos bestial.

Por eso saber que uno es tanto un cuerpo que lo sostiene -y al que hay que sostener- como un alma, y que tiene necesidad de agua, luz, aire y algo de calor para crecer, para vivir, puede sonar new age, pero es totalmente real. Uno se da cuenta que hay veces que necesitas poner más energía, otras que entre el aire, otras dejar que la luz te llegue, tener el nivel justo de agua, permitir a veces que drene. Es posible que haya que pararse a pensar si en vez de la producción lineal -más, más, más- no sería mejor plantearse eso: mejor, más sostenible, menos residuos, etc.

Muchas veces es tiempo de dejar a la tierra tranquila, simplemente en barbecho: no plantar nada, no abonarla tampoco, dejarla simplemente a su aire. Fallow lands. Esto que parece un anatema es a veces la clave de que la tierra pueda dar algo de nuevo.

De igual modo es bueno reconocer que la vida -cualquier vida- produce residuos, de diverso tipo, siempre, más o menos en función de cuántos recursos y qué tipo de energía se utilizan, también del sistema de producción. Otra cosa es ver cómo podríamos hacerlos entrar de nuevo en el ciclo de la naturaleza, si pueden entrar. Si, como en la naturaleza, esos residuos a veces putrefactos son vida si los miras bien, no son simples basuras: fertilizan el suelo.

Pensaba hoy que el tema de las basuras por tanto no es tan solo dejar que el camión se las lleve para que no haya olor en casa. Y olvidarse de ellas. Creo con toda honradez que es bueno, para empezar y antes que nada replantearse algunos sistemas de producción, y, para seguir, cuando el residuo ya se ha producido intentar el reciclaje o su reducción, o todavía mejor, hacer compost con los que son orgánicos.

Me vino esta tarde la imagen del compost que hacía mi hermano ilusionado en Boecillo. Hay gente que nos ilusionamos con un chupa chups. Materia orgánica, todavía con algo de vida, que necesita ser sacada de casa, fuera, y dejada una temporadita con capas de hojas, palitos y otros materiales, a la sombra, sin contacto con la luz ni el aire. Lo tapábamos con una lona. De vez en cuando añadíamos otra nueva paletada de restos orgánicos y otra de hojas y palitos. Esperando que se produjera la putrefacción y todos los procesos químicos que hacen posible el compost. Luego cuando está listo se airea un poco, nunca antes: se estropea el compost. Y entonces, cuando ha pasado cierto tiempo con oscuridad y cierto calor que le ha hecho fermentar, está listo el compost y sirve para hacer crecer cosas nuevas, muchas.

El jardín de mi casa - en plena Castilla, con tierra pésima- parece ahora otra cosa. También es cierto que las manos de Josianne han ayudado lo suyo.

Yo soy un desastre para las labores del jardin, no sé qué va a ser de mi vida ahora que me voy al campo, pero la idea me ha quedado clara. Aprenderé.

Toda vida, la vida en sí, produce residuos. En cualquier caso hay sistemas enteros que producen más residuos y pienso que son poco sostenibles. Reconocer lo primero no implica olvidar lo segundo.

Cada uno en su casa, pienso yo que puede intentar no sólo que el camión venga y se lleve la basura separada y aquí no ha pasado nada. Creo que hacer crecer nuevas cosas con lo mucho que tenemos de vida orgánica, con lo que consideramos basuras propias o del sistema, es importante.

Esparcir la basura sirve quizás de poco.

Negar su existencia, atribuirla sólo a la vida, al roce de vida, pero no al sistema, es esconder la cabeza.

jueves, 9 de octubre de 2008

Crisis


La palabra se repite en las salas de espera de los aeropuertos, a veces no hace falta ni mencionarla, notas otro ambiente y otro rictus cuando la gente lee el periódico. Hay miedo.

Seis horas de transporte, esta vez en avión mas taxis, diez de trabajo efectivo y un día pasado en el norte de España en un polígono industrial para volver a casa agotada y, sin embargo, contenta. No sé muy bien por qué.

Al acabar el día esperando el taxi para el aeropuerto una puesta de sol impresionante, di las gracias al Encargado, que dirían por aquí en lenguaje de factoría. Las nubes perfectas, había dejado de llover, hay que ver que todos los días se mete el sol y nos vuelve a salir y a veces yo como si nada.

Entrevistamos a la plana mayor y también a la menor. Seguiremos por abajo profundizando todo lo que podamos, nos quedan otro par de visitas.

Hay gente que lleva muchos años en plantilla, veinticuatro, diecinueve, toda una vida, visten más los colores de la empresa que la propia familia fundadora. Para ellos una posible crisis es algo mucho más de temer que para otros, habitualmente más jóvenes y que tienen, por razones diversas, una mayor movilidad.

Y la crisis se teme a pie de obra en esta empresa industrial. Cada noticia por lejana que sea de un ERE o de despidos son comentados. Y los que llevan mono tienen más miedo que los que llevan corbata, siempre pasa igual.

Sin embargo parece una empresa sana, crece y compra, se diversifica y crece, pero la gente de a pié piensa que cuanto más grande sean peor puede ser la caída. Les entiendes, pero a la vez entiendes a quienes hacen cabeza y les admiras por haber hecho crecer algo de verdad, desde abajo.

Esto no es Wall Street, esto es real, pero también sabes que el impacto de lo financiero puede machacar lo que es real aunque esté bien fundamentado, nuestro mundo es así. Seguro sólo la patata que plantas en tu huerto.

Me gusta trabajar como lo estamos haciendo, aunque la gente desconfíe de los consultores y nos cuente la mitad de la mitad de lo que piensa en algunos casos, lo notas. Me gusta tocar el negocio, no sólo el despacho, y estas empresas relativamente pequeñas que se han hecho en los últimos cuarenta años son una gozada, mucho mejor que todo el Ibex 35.

Para finalizar hoy un divertido y a la vez espeluznante vídeo que te hace pensar ... pero, Dios mío ¿en qué manos estamos? Gracias hermano...

martes, 7 de octubre de 2008

Impostora y, encima, pirata

A veces tengo un sueño recurrente que tienen también mi madre y otros miembros de la familia: no hemos acabado la carrera y estamos engañando a la gente. Tenemos una o dos asignaturas pendientes, no tenemos el título, estamos ejerciendo de extranjis.

Diré más, en algunos casos no es un simple sueño, es que piensas realmente que no tienes ni idea de lo que estás haciendo, con título o sin él.

Un tío mío médico cordobés caía en las más oscuras depresiones pensando que era un impostor, que había engañado a pacientes y que no sabía nada de medicina.

Afortunadamente yo no tengo depresiones, una patología familiar de la que me he librado por ahora. Sin embargo, de vez en cuando, devuelvo hasta la primera papilla cuando tengo que enfrentarme a una tarea nueva para la que sé que no estoy preparada.

A veces ni siquiera es nueva, es algo que llevo haciendo ocho años y donde precisamente hay que mostrar una seguridad aplastante, poner cara de que tú sabes perfectamente dónde estamos, dónde hay que ir y cómo hay que hacerlo. Me gano la vida entre otros menesteres con la consultoría. Si no quieres arroz, taza y media.

Viajé ayer a las 6 de la mañana a Barcelona, gran cosa el Ave, lo malo es el cuerpo que te pone levantarte a las 4.30. Presentación en solitario ante un cliente del que sólo sé que no sé nada tras 4 meses trabajando para él.

He nacido de pie y un angel de la guarda me protege no sólo cuando me atracan, digo que no, y el tipo ve cómo me alejo pistola en mano y ni dispara, sino en todas las pequeñas cosas de cada día como la de ayer.

El cliente quedó contento pero les dije la verdad: "no sé, perdonadme pero sé que no sé. Y que lo que os muestro es algo que posiblemente ya sabéis. Simplemente pongo un poco de orden para que se entienda mejor" . Les debo de hacer gracia porque quieren continuar. Yo a veces alucino.

Como cuando empecé a dar clases en la universidad y vomité toda la noche anterior de un ataque de responsabilidad o de sinceridad, éste fue uno de esos días que se saldan felizmente pero que mi cuerpo se rebela a fondo: eché hasta bilis.

No pude ni ponerme con este blog que revisé en el tren. Han desparecido todas las canciones que coloqué en cada entrada ¿alguien sabe qué ha pasado con Goear y cómo solucionarlo?

Además de impostora soy una pirata. "Ron, ron, ron, la botella de ron, pasad a cuchillo la tripulación" que cantaba John Silver.