
Sigamos con el burka o con otras cuestiones referentes a la tolerancia y la convivencia.
Yo tengo un tío que es conde que se empeña en ir con su yelmo a todas partes. Era de su bisabuelo y antes de quien llevó el título, así hasta el siglo XIII.
No sé, es tradición familiar quizá, o es lo que ha visto hacer a su abuelo, o también él se ha hecho a eso y le mola ir así.
No, no ha sido impuesto, menudo es mi tío. Todas las mañanas él se pone su yelmo con celada e intenta salir. Se organiza la marimorena, naturalmente.
Mi tío intenta argumentar que es algo de familia de rango abolengo, que los condes iban así de toda la vida de Dios, que es una tradición que no podemos quitarle, que está cómodo y que además lo han hecho desde nuestro común antepasado, Felipe Pimentel, Conde de Benavente, hasta su padre y ahora él, que sigue empeñado y lo hace muy libremente. Es cultural, apela. O al revés, su elección.
Es más.
Hay otros nobles amigos suyos que van disfrazados con antifaz y prendas que les cubren totalmente no en Carnaval, sino durante todo el año, por razones muy diversas: están cómodos, les excita sexualmente, quieren provocar o quieren pasar desapercibidos precisamente.
Es igual.
Lo de menos, en mi opinión, es lo que aleguen o por qué lo hacen, si son nobles, simples excéntricos o están sometidos a una tradición. ME ES INDIFERENTE.
Lo más importante es que en España cuando uno trabaja en una oficina, compra el periódico, va al dentista, habla con el tutor de un hijo, o se monta en un taxi o en un autobús tiene que ir a cara descubierta. Y no porque desconfiemos de los nobles, por poner un ejemplo, o de mi tío el conde, o lo que sea. Tampoco porque pensemos que el casco no es bonito o puede ser “símbolo” de ser un noble venido a menos (o más) –y nos guste o no la nobleza, seamos partidarios o tengamos una opinión al respecto- o sea el yelmo un símbolo de guerra o hasta artístico de valor incalculable: TODO ESO NOS ES INDIFERENTE.
En su casa pueden ir vestidos, desnudos o de Versace, con antifaz o como quieran, pero en público vamos todos con la cara descubierta.
Me es igual lo que represente para unos, otros o quienes sean.
Es simplemente porque los ciudadanos de este país, independientemente de nuestro sexo y de nuestro origen (y de nuestra educación y de nuestra religión y de nuestro lo que sea) vamos todos en público de una manera que se puede reconocer nuestra identidad individual, una persona, una cara, eres quién eres: una persona en público con una identidad reconocible.
A mí no me interesan los derechos de las mujeres. Me interesan los derechos de todas las personas. No tenemos derechos diferentes, tenemos los mismos, hombres y mujeres. No tenemos unas libertades distintas, son las mismas. Y en un espacio común, público, occidental, que se basa –entre otras cosas- en el hecho de que cada persona, hombres y mujeres, tienen los mismos derechos y se presentan en público y tienen una voz, voto, derechos civiles, políticos, etc. no se puede consentir que se alegue que en uso la libertad (no pongas tus sucias manos sobre Mozart, por favor) tengamos que dejar que lleven burka. Como tampoco vamos a dejar, yo no desde luego, que una mujer sea golpeada por un animal aunque ella quiera (caso de Neira, increíble, así estamos…). No. Aunque ella diga, como le dijo una pobre mujer a mi padre cuando paraba al animal de su marido en plena calle en Madrid en los años 60 “Señor, no se meta, en lo suyo pega…”
Yo no creo que la libertad así entendida sea el bien supremo. Más bien es el modo de socavar y acabar con los derechos y las libertades que nos han costado, históricamente, muchos esfuerzos. Occidente es de una cobardía tremenda. Y esconde la cabeza cuando hay problemas. Ayudados también, bien es cierto, por la increíble labor de zapa educativa, cultural, de debilidad mental que hace que las personas crean que la libertad es tener veinte cadenas de televisión, veinte cornflakes diferentes o poder cepillarte a veinte mujeres (u hombres). En eso se ha convertido la libertad. O en hacer el botellón y cuando alguien protesta porque no duerme se le diga que no se enrolla lo suficiente. Lo he leído muy recientemente: no doy crédito.
Esa es la libertad que nos dejan ejercer, la que se vende, se propaga, y se defiende, en eso la hemos convertido. No la libertad de la persona que se posee, para empezar, y no se somete a nadie y tiene una identidad pública, y una dignidad, y no se le deja que renuncie legalmente a ella.
Hablamos mucho, nos quejamos continuamente, se nos va la fuerza por la boca, en tertulias, hasta escribiendo. Somos víctimas siempre de todo, de todos, del Estado, de la empresa, de las circunstancias. Este es un país que parece mentira que descendamos de gente valiente: a menudo somos cobardes, con todas las letras. No decimos “no” por miedo a veces.
“Vd. no puede firmar por su mujer aunque su mujer quiera, su mujer tiene que firmar su declaración de la renta” (En Hacienda hace unos días, un marroquí insistía en que él representaba a su mujer y ponía su firma donde fuera)
“Vd.será lo que sea y no querrá que le atienda una mujer. Pero yo soy doctora y funcionaria y a Vd. le atiendo yo o no le atiende nadie en este hospital, así se muera” (En un hospital público hace unos meses)
“Vd. tendrá su derecho de familia allá de donde viene, pero aquí Vd. acepta nuestras leyes, escolariza a sus hijos, todos, niños y niñas …”
“Vd. será chino, eslavo, latinoamericano, o lo que sea. Pero si quiere vivir aquí tiene que aceptar unas mínimas normas de convivencia que nos hemos dado los españoles”.
“Me parece fenomenal que Vd. rece mirando la Meca, o que sea en una iglesia, o en una sinagoga, o que se funda en el ser universal o crea en la reencarnación o en la nada, que sea agnóstico o ateo. Soy el Estado y ME ES INDIFERENTE qué religión profese Vd. o la que no profese. No estoy en contra, ni a favor, simplemente NO ES MI TEMA.”
Y por eso, cuando se legisla, cuando nos damos leyes, nos da igual que desde tiempo inmemorial los varones Pimentel que heredan el título lleven yelmo o que algunas mujeres musulmanas llevan burka. Pasamos de todo ello, sean unos u otras.
Si Vd. va por la calle tiene que ir con la cara descubierta y aceptar unas mínimas reglas de convivencia. Tampoco permiten al conde lleva una espada arrástrándola por el metro y bien que se empeña. Lo detienen. No, no se pueden portar armas en el metro, es otra imposición contra la libertad individual, ya lo siento.
Mañana, si me apetece, sigo con el mismo tema o con tía Marta, salvo lo que diga un hombre, que siempre merecen todo mi respeto (esto va de coña mariñera).
Estoy pensando en otros atavismos que no entiendo, medievales, por cierto, o anteriores, increíbles, pero ciertos, ¿se puede saber qué hace un rey en pleno siglo XXI? ¿se puede saber por qué un apellido garantiza un puesto en la jefatura del Estado, así, por herencia? Huy, Dios, qué diría mi tío de todo esto.