Meterse con la iglesia católica, criticar a los católicos, especialmente a los curas, -hoy los malos más malos, todos siempre pederastas-, venga o no venga a cuento, se trate de lo que se trate, está de moda, no cuesta nada. Es más: es totalmente gratis. Nadie va a decirte nada. Nadie va a contestarte.
En algunos ámbitos supuestamente culturales, de creación artística, es quizás un paso diría que obligado en este país. Forma parte del examen de iniciación, de diplomatura y de grado. Se lleva, es in, una condición que forma parte de las troncales, un tic constante se trate de ficción o ensayo.
A mi me parece que se suele unir a esta crítica, y siento mucho decir esto, el más profundo de los desconocimientos o ganas, al menos, de documentarse, de saber de qué se habla. Creo así que la crítica de antaño, con fundamento y conocimiento, con base, ha dejado paso a la más fatal ignorancia y, encima, arrogante, sentando a menudo cátedra.Tengo la sensación por tanto de que no es una crítica seria, que las hay (las había) en otros lados y muy interesantes. Porque hoy habitualmente de lo que se trata es de un latiguillo, de un eslogan ouna gracia que forma parte del guión sabido y esperado: hay que meterse con lo católico como coda, inicio o final de algo.
Si te ofendes e intentas explicar que quien habla quizás no sepa y comete errores de órdago a la grande -no quiero pensar, por Dios, que se mienta a conciencia o por simple mala baba y sectarismo, por odio, es totalmente impensable- eres un facha, un extremista, un retrógrado, no tienes sentido del humor, no eres dialogante.
Perlitas de Huelva que dejo a los lectores de esta bitácora:
-Idea para un guión: se atribuye en plena década de los 70 en España la utilización de una sabana con apertura para la introducción del miembro masculino en un matrimonio católico, y en concreto, del Opus Dei. Cuando explico que esa sabana existió (yo la he visto en museos textiles franceses, por ejemplo) y que me parece que dejó de utilizarse en el siglo XIX como tarde, se me dice que seguro que hay fanáticos que la siguen usando en España. De verdad, ¿alguien se cree que solo en este siglo de luces y progreso hayamos sido capaces de descubrir, por fin, el sexo y que nuestros ancestros, abuelos o padres fueran o sean unos pazguatos en lo que se refiere a esto?
-Otra idea para un relato. Se sitúa a finales del siglo XIX a la Inquisición. Y si no la había, es lo mismo, porque los tribunales "siguen igual, como la policía, todos comprados al capital, a los fachas, a la iglesia y demás, son todos iguales".
-Se atribuye –literal- “el enriquecimiento con la muerte a los católicos porque son quienes entierran y no incineran”: es decir, la inhumación debió de empezar con San Pablo, y los egipcios y otros pueblos -griegos, romanos, judíos, por decir solo unos cuantos- debían enterrar pero por otras razones, tócate esa.
-O, en otro caso, se esgrime la oposición a la “muerte digna” de la iglesia, los católicos quieren que nos jodamos y que suframos porque sí: debe de ser que los camilos,un ejemplo, o tantas órdenes y, más que órdenes, personas individuales que han acompañado a bien morir, con lo material y lo espiritual, son insignificantes.
Estoy harta, verdaderamente hasta el alma. Pero no voy a agachar la cabeza ni en una clase, ni en una librería, ni en un bar, ni en Urueña, ni con amigos o colegas en ninguna parte. Y por supuesto que me tomo personalmente esto, claro. Precisamente porque es mi cabeza de lo que se trata, es mi inteligencia a la que se ofende con semejantes papanatadas y chorradas. Por eso me enfado tanto.
Me acogen los Toi en su casa y me tienen dos días a cuerpo de reina; finos, sonrientes y espléndidos hasta la prodigalidad, como son ellos. Me traen y me llevan, doy la vara como siempre. J. comparte su cuarto generosamente conmigo. El jueves es estupendo con un amigo y sus hijos tras una entrevista de trabajo. El viernes tengo despertar católico, o sea, cuando Dios quiere. La casa de Marga y de Toi es como un vodevil donde entra gente por una puerta y sale por otra, dice uno una cosa, luego otro otra, es divertido. Me pregunto cuándo saldrá la chica ligera de ropa de un armario cualquiera. Comemos en el jardín, hace buen tiempo, aperitivo amplio primero, se está en la gloria. Marga de repente dice “mira, jazmín”, y coge una flor blanca, al parecer la primera. Huele suave y delicado, me encanta, me la guardo, no quiero que se pierda. Luego nos enseñan L. y J. buenas letras de rap, música que yo odiaba cordialmente. Reconozco mi equivocación. En todas partes hay cosas buenas. A veces solo hay que escuchar, poner la oreja. Y que alguien te enseñe, muchísimas gracias. Me baja Toi a Sevilla, le hago un pie agua, en fin.
Por la tarde de Sevilla a Málaga en coche, con R. conduciendo, una pelirroja en la carretera (sin querer me acuerdo de Thelma y Louise, pero no sé quién es Susan Sarandon y quién Geena Davies), en dos horas hablamos de todo prácticamente. “¿Qué es la eternidad? Dos mujeres hablando … o despidiéndose”. Una niña se duerme, claro, somos para dormir a cualquiera, la otra no despega la oreja de lo que contamos. Concluimos que lo único que importa es el amor y que Dios tiene un plan para cada uno, aunque no nos lo cuente, y no hay que preocuparse en exceso, la niña está de acuerdo. Cenamos pescado buenísimo, estamos agotadas, dormimos como piedras tras cantar “los tres cerditos ya están en la cama”. Les ha encantado, es una canción que siempre tiene éxito entre el público infantil. Vamos a la comunión el sábado, lloramos a su tiempo, saco dinero (me acuerdo, ay, del número, que había olvidado de repente, demasiadas contraseñas), nos tomamos un café y nos vamos a la casa de campo, fiesta, fiesta, fiesta, fiesta.
Castillo hinchable, un gran invento, los niños –muchos, ni los cuento- ahí están todo el tiempo. Santiago con cara de bueno, pero no es la comunión, es que es así. Su madre, de verde, muy guapa, otras nos cambiamos, bendito sea el vaquero. Mesas, bancos que ha hecho esa mezcla que es D. de legionario y San José carpintero . Toldos y viento. Me siento con una de las abuelas con la que soy muy zalamera porque le quito su cuarto cuando vengo. Trabajan varios hombres preparando todo fuera, dirige el servidor de los servidores, G., comida para un regimiento. Se me ocurre pedir un platito para las cáscaras de los langostinos. Bueno, no se me ocurre a mí, es la abuela que me dice que lo pida y yo, sumisa como soy siempre, obedezco. Todo perfecto, una semana currando y solo a una que viene de Madrid se le ocurre pedir un platito, un puñetero platito para las cáscaras. Me coge manía G. y yo lo entiendo. “Todo el mundo en Málaga sabe que a mi madre no se le hace caso jamás”.
Conozco al resto de los C., la familia al completo, voy a pedir que me adopten inmediatamente, entre todos seguro que pueden. JC no tendrá problemas jamás con su ego, su hermano mayor, aunque ganase el Príncipe de Asturias o el Cervantes, se seguiría metiendo con él, es una suerte. Lo pasamos en grande, gracia malagueña, planteamos dudas teologales de no te menees al cura que no ha hecho nada para merecer esto, acaba por irse, claro. Algunos somos de la idea que resucitamos con el cuerpo nuestro pero en plan esplendor en la hierba, o sea, en nuestro mejor estado (si alguna vez lo tuvimos, yo ya ni me acuerdo), uno mismo, pero en plan impresionante, el cura no parece estar muy de acuerdo. Hablamos luego de pilates varias mujeres y una recién parida (hace dos semanas) dice que le gustaría probarlo, luego se sube al castillo hinchable y hace piruetas. Honradamente creo que el pilates le sobraría, no doy crédito, del Circo del Sol prácticamente. Luego, entrada ya la noche, empieza a hacer frío, nos traen mantas, nos arrebujamos en ellas, alguien me pone un ron, está muy bueno. Muy bueno. Insisto: muy rico estaba.
Buenos amigos muy buenos. La risa de Dios en Marga, en la familia de Toi y en la de los C.
Esperanza, mucha esperanza. Por favor, hagamos tres tiendas.
(De la cena del club de los poetas vivos -nada de muertos- del pasado miércoles 12 haré referencia a mi manera otro día, ahora me muero de sueño).
Me ha cogido la entrada de Sunsi floja, me ha hecho llorar a moco tendido, no hay derecho.
Esto de la maternidad y paternidad ejercientes da para mucho pensar, no sé, emociona siempre.
Se da el caso que ayuda a los ajenos ver el modo en que algunos son padres o madres, da como calor por dentro, tranquilidad.
Tenía mi padre un amigo de toda la vida, Enrique Carbonell, un tipo genial, padre, por cierto, de un conocido torero muerto (el cantante). Enrique era un caballero de los pies a la cabeza, iba hasta con sombrero. También era un loco genial que se marchaba su mujer de viaje y él hacía barrabasadas tan inocentes como comprar una mesa de ping pong y ponerla en el pasillo impidiendo totalmente el paso, esas de las que yo me acuerde. Recuerdo haberla oído hablar por teléfono preocupada con qué demonios estaría haciendo su santo esposo en su ausencia, diciéndole luego a mi padre "Es que me tengo que ir ya, José Joaquín, que no sé qué se le habrá ocurrido a éste esta vez". Y allá que se volvía a Cadiz.
Pues lo dicho, era Enrique padre de ese cantante y actor, muy gracioso, otro loco, pero ya de los años 90, un poco más peligroso, que tocaba en su día, por cierto, en garitos de mala muerte cuando no era tan famoso todavía. Pues ahí te veías a Enrique Carbonell, como un señor, lo que era, rodeado de mala vida y escuchando a su hijo, que para eso era su padre. Sentado, muy serio, quitándose el sombrero, claro, pero vestido con su traje en mitad de aquel ambiente: pa'verlo.
Realmente uno mira a esos padres, incombustibles, aquí estoy para lo que tú quieras, y realmente es como para tener fe en el padre eterno.
Ocurre lo mismo con muchas madres. Que de tontas no tienen un pelo ni tampoco es un camelo esa mezcla de "venga, adelante" y luego el capón o la reconvención, de fondo siempre esa inquebrantable fe.
"Yo lo que no quiero es que pierdan su alma", todavía lloro con la frasecita de marras, joé, hay que ver cómo son algunas con esa pose de brutas y tremendas con la que van luego. Es una puñetera pose y a mí no me la dan con queso.
Son todas esas madres también como el padre eterno, tienen eso que se llama confianza en que nosotros somos, también, buenos. En que podemos. ¿Podemos? Ay, yo lo espero.
A veces es como si oyera a la mía que, no sé por qué extraña razón, nunca parece preocuparle absolutamente nada de lo que me pasa de fondo y yo considero vital, es decir, la situación financiera, laboral y sentimental. Oyes, como si con ella todo eso no fuera. En cambio se preocupa horrores y me da la vara cuando cojo un avión (o sea, siempre), conduzco el coche (frecuentemente) o salgo a cenar y vuelvo a las dos, ¡con 48 tacos que tengo! (esto menos frecuente, es que me duermo antes). Te paras a pensar y resulta que a lo mejor tiene razón, que con lo que hay que preocuparse algunas a veces es con las pequeñas cosas y dejar las grandes en otras manos. A ver si mi santa madre es más sabia todavía de lo que yo pensaba.
Lo dicho, no me hagas llorar que tengo mucho trabajo, Sunsi. No te lo perdono. Felicidades al guapo ese, tiene a quien salir (joé, tú y tu santo, con permiso).
Supongo que el adjetivo de marras suena rancio, insólito, de otra época. Pero me gusta pensar no ya en el adjetivo, sino en eso sagrado que trasciende a las instituciones, quizás hasta la religión.
Diría casi ese sagrado que va más allá incluso de los credos que yo conozco.
En lo sagrado hay algo profundamente humano, ni siquiera de un dios o de Dios, póngase como cada uno crea.
Sagrada es la conciencia y por eso hay que entrar descalza hasta en la propia, no digamos ya en la ajena. Hay personas que por un tema de conciencia sin volver la vista atrás y con un par se lían la manta a la cabeza o justo todo lo contrario, cuando sería mucho más cómodo en todos los sentidos hacer oídos sordos a ésta. “Entre el Papa y la conciencia, elijo la conciencia” dijo el cardinal Newman. Yo sólo sé que la conciencia es un espacio, un lugar interno, donde hay que descalzarse, ir con una delicadeza extrema para saber realmente dónde te arde la llama esa que no se consume de la que hablaba Moisés y donde lo que hay son otras cosas, conveniencia, comodidad, etc., no sé si me explico.
Sagrada es también la naturaleza. Estos días debatíamos en el blog de Cotta al respecto. Creo que la naturaleza es sagrada, otra cosa es que tengamos que alimentarnos, obtener la energía que es la clave del desarrollo, que cada vez que encendemos la luz, pescamos un pez o le abrimos un tajo a la tierra haya un impacto medioambiental, hagamos sangre de alguna manera, ya lo escribí a propósito de Palin. Cuando voy a la matanza miro con respeto no sólo a los matanceros y la gente que sabe qué hay que hacer y cómo hacerlo, miro con respeto hasta al cerdo gracias al cual me alimentaré yo y muchos más (y si es de Barcarrota, divinamente). Hay algo de sagrado en lo que nos proporciona alimento y tiene vida.
No creo en nuestra inocencia ni en la imagen idílica ni posible del buen salvaje, tampoco en la de que somos malvados per se, todos y todo el tiempo. Pero otra cosa, muy distinta, es que crea que esto está a nuestra disposición sin cortapisas, que podamos arrasar con todo. Y no solo por los recursos, que serán ilimitados pero no infinitos, es algo más: la sombra, el rastro de vida o la evidente vida, tan plural, tan impresionante siempre, la nave tierra, dicen algo de sagrado que no debemos despreciar, que tenemos que respetar de alguna manera. No sólo en sentido utilitarista (para poderla explotar a más largo plazo, qué horror), es otra cosa también: hay algo muy sagrado en la naturaleza. No somos sus dueños de ninguna manera, como no somos dueños de nada, realmente de nada. Si uno sale al campo sabe que aquello no le pertenece ni aunque sea su propia finca.
No voy a insistir en otra cosa sagrada como es la vida humana, hoy despreciada. Bueno, siempre lo ha sido de alguna manera. He escrito lo suficiente, creo, sobre el aborto. Pero desde luego una vida humana es sagrada siempre. Y yo, que no he estado embarazada en mi vida, siento una verdadera reverencia (me da igual si suena cursi) ante las personas que son madres (y padres). No envidia, tampoco me considero peor, pero no es lo mismo. No por llevar a un niño 9 meses dentro –hay madres no biológicas tan madres como las biológicas-, sino porque acunar, custodiar, educar, alimentar, animar, perdonar y aguantar y muchos más “ar”, “er” o “ir” es algo que no tiene comparación con absolutamente nada. Nada es comparable a la maternidad ni a la paternidad. No solo la vida es sagrada, también lo es la paternidad y la maternidad entendidas como donación para toda la vida, eso sí que es eterno. Insisto: no me considero menos, pero no es lo mismo. Cada uno tendremos aquello con lo que daremos más fruto, santa paz.
Hay más territorios sagrados, espacios, tiempos. La siesta es un tiempo sagrado y no de va coña esto, lo saben bien mis sobrinos que como me armen jaleo después de comer en casa los cuelgo de los pulgares.
Por cierto, otro ámbito sagrado: la infancia. Los niños son sagrados, no en el sentido de ineducables o intocables, sino en el sentido de que hay que respetar sus tiempos y protegerles con la propia vida –aunque no sean tuyos- de esa mierda tan variada que nos rodea y que les amenaza en convertirles antes del tiempo debido en Britney Spears o cosas peores. “Cambio un polvo por un hada” titulaba la situación actual no sé qué bloguero, razón tenía. Hay muchos intereses, muchos -de sinvergüenzas, empresas, individuos, lo que sea- en quemar la infancia, en robarle ese sentido sagrado que tiene, la edad no sé si de la inocencia, pero de otros tiempos, ritmos, temas, de una mirada propia, la suya, que hay que preservar. Hay que protegerles también de nosotros mismos, de nuestras miserias, siempre que sea posible, desde luego si de mi depende no ven determinadas cosas ni oyen determinadas conversaciones, tampoco les expongo a otras cosas, no. Conmigo, no.
Del mismo modo la ancianidad tiene algo de sagrado, de honorable, también lo hemos olvidado y hemos hecho de ella algo innombrable o ridículo en vez de sagrado. Como la muerte, era y es sagrada, no un tema del que no hablar, es eso, sagrado, pero no un tabú, son dos cosas distintas y las equivocamos.
Hay un último terreno que creo que es sagrado, aunque ya sé que no se lleva y que esto puede mover a la sonrisa o hasta la risa, cosa buenísima por otra parte.
El matrimonio, las parejas –a estos efectos es lo mismo- pueden ser todavía un terreno sagrado para algunas personas, no digo ya si hay niños de por medio: doblemente sagrado. Líbreme Dios de, habiendo dicho lo que he dicho más arriba –la sacralidad de la conciencia, de todas las conciencias- vaya a valorar comportamientos de terceros, de ninguna manera. Pero sí voy a decir, al hilo de cierta discusión en otro blog, que precisamente porque es un terreno sagrado el matrimonio, "la castidad" tiene un sentido de virtud.
Sí, he escrito "castidad", aunque suene raro, antiguo, incomprensible: me es igual.
Para una persona casada será un tema de fidelidad primero quizás, pero para el que vuela libre como un pájaro no es cuestión de fidelidad –no se tiene otro compromiso-, sino de castidad. Una virtud que lleva a moderar el propio goce, en este caso a abstenerse totalmente, y no por un tema de áscesis, porque se sea mojigato o insensible o no se tenga valor, o porque a los curas o a la iglesia, que ya se sabe que tienen todos muy mala idea y, como ellos no, pues los demás tampoco o muy reglamentado todo, se les haya ocurrido reunidos todos en cónclave antisexo.
Para áscesis se puede hacer yoga o cosas bastante mejores, la sensibilidad y el goce suelen estar en perfecto estado, el valor a algunas personas les puede hasta sobrar en todos los sentidos, y los curas o la iglesia, de verdad, vamos a dejarles de lado. Créanme si digo que a la hora de la verdad se puede no pensar en absoluto en el Santo Padre echándote al fuego de los infiernos, sino en otra cosa más cercana y hasta más honda, más cierta.
Es algo todavía más profundo, más de dentro, más ¿humano? La castidad es algo humano, espero las risas o las sonrisas de condescendencia, toda virtud tiene algo de sentido del humor, sin él estamos perdidos, y esta virtud no es una excepción, provoca sonrisas y risas, es bueno que lo haga.
Se deriva esa castidad de la justicia, del respeto, de la prudencia, de la fortaleza: todo ello hace que a alguien se le ocurra que tiene un sentido respetar ese suelo sagrado de otros, aunque ni siquiera sea el propio, el que uno ha labrado. ¿Que otros entran o se pasean, hasta en el propio, con botas Doctor Martens? Ellos sabrán qué hacen, otros siempre descalzos al bordear suelo sagrado, ni siquiera al entrar: al aproximarte.
Incluso sucede que se puede pensar que ese sagrado y esa castidad convergen además, curiosamente, mira que son ya ganas de fastidiar, en la denominada regla de oro del "no hagas a los (las) demás lo que a ti no te gustaría que te hiciesen", lo cual puede ayudar un poco para mirarse por las mañanas en el espejo y seguir encontrando siempre al miserable que la condición humana impone, pero no a un o una canalla. Y facilitar en su caso el maquillaje y el arreglo personal después, bastante más que el mejor cosmético, aunque de esto no hablen las revistas femeninas, una pena. Al final es una cuestión hasta estética, no solo moral: porque es feo, poco delicado entrar en suelos sagrados sin descalzarse, como elefantes en una cacharreria, envejece además un montón.
Por supuesto que porque todos somos humanos se puede tropezar no una sino doscientas veces en una piedra hasta ya conocida. Pero, por Dios, al menos con conciencia -y consciencia- anterior, durante o posterior de que aquello que se está haciendo no está bien, es feíto: no vamos a negar la mayor por nuestras debilidades personales que pueden tener hasta su encanto. La verdad puede ser la verdad la diga Agamenon o hasta el porquero de la propia conciencia. O incluso esa institución tan denostada, risible, antigua y ya superadísima: la iglesia. Joé, la iglesia puede tener hasta razón y decir simplemente la verdad, una verdad realmente incómoda, porque fastidia un poco que te digan que no está bien tener relaciones con un señor casado. Pero vamos, lo dicho, sobra la iglesia, con ver el suelo sagrado basta, no hace falta más, de verdad, nada más.
Uf, he mezclado primero la conciencia con la naturaleza, luego con la vida, los niños, la siesta, la ancianidad y la muerte, la paternidad y la maternidad y, pa'rematar, con el matrimonio, todo sagrado. Lo peor es que me tomé un Ribera de Duero al empezar a escribir esta entrada y luego un Rueda frío porque hacía calor, y claro, conviene no mezclar, es malo para la escritura y para todo.
Parece que no hay hilo, pero lo hay: pisamos o bordeamos suelo sagrado todos los santos días y a veces podemos no daranos ni cuenta de que ahí está la zarza esa que no se consume, es impresionante, no se consume.
El fuego que arde ahí está, constante, guardando algo importante que sobrepasa a algunos: sagrado.
Luego hay más terrenos sagrados pero totalmente secundarios, por ejemplo, el dinero del contribuyente que debería ser sagrado también, ay. O hasta el de la empresa, que porque pague ella no te vas a llevar los folios a casa.
Pero ya ahí ni entro porque no acabaría. Creo que por hoy ya he escrito bastante ¿no?
Vivo en una calle de Madrid donde hay cuatro colegios. Muchos días coincido a la entrada o salida del cole, un verdadero follón de autobuses y, especialmente, coches de papás y mamás. Hay también muchos niños que se suben al 150 con su cuidadora para volver a casa, adolescentes a su bola en manadas o en solitario absortos con su musiquita, lío general, diario y doble, que los vecinos nos tomamos con bastante filosofía y humor. Los niños dan mucha alegría al barrio.
Cuando bajo o subo mi calle a eso de las cinco de la tarde observo que en medio de ese follón monumental hay siempre varios niños o niñas esperando solos a su mamá, a su papá. Muchos de ellos, pequeñitos, están dentro del recinto escolar. Con fe inquebrantable saben que su mamá, su papá, aunque sean unos pelmazos, aparecerán de un momento a otro, vendrán a por ellos.
Como en la película "Los niños del Coro", aunque ahí era más triste. El pobre Pepinot salía a la verja del orfanato a ver si de una vez su papá venía a buscarle. Oye tú, pues que al final viene su papá, es su papá al fin y al cabo el maestro que se lo lleva. Y lloras a moco tendido.
Yo creo que cambiamos muy poco del niño o la niña que fuimos en el colegio. Veo a antiguas compañeras y la verdad creo que en lo básico somos las mismas, exactamente iguales. Por eso es tan difícil mantener una identidad forjada a posteriori tanto con los hermanos como con los amigos de infancia. Jolín, Fulanita, que ahora irás de super mega guay y darás conferencias mundiales sobre el agotamiento del petróleo, pero yo te he visto copiando. Es un decir, pero creo que ilustra.
Hay muchas películas que van de esto. "El chico" con Bruce Willis es una: uno no puede traicionar, engañar, a quién uno fue. Se puede ser aparentemente un triunfador pero en tu fondo queda el gordito que fuiste, el niño solo al que le caneaban y a quien tu vida actual le parece -esa sí, no la otra- una mierda. "No te has casado, no tienes hijos, no tienes perro: eres un fracasado" sentencia el niño que fue Bruce. "Claro que entiendo lo que haces para ganarte la vida: mientes a la gente". Y da igual que Bruce le diga que trabaja como asesor de imagen, el niño sabe de qué va su trabajo realmente. Los niños saben siempre de qué va la vida, de verdad.
Hay otra, que me encanta, porque retrata un tipo de perfil que se da con cierta frecuencia en nuestro competitivo mundo, "El Club del Emperador". Sí, a veces se puede necesitar ganar por goleada en la vida, y más que ganar: que los demás nos vean como ganadores, serlo públicamente y por aclamación popular. Y si hay que hacer trampas, se hacen, pero luego vamos de guay. Hay gente educada para ese tipo de éxito social donde las trampas son celosamente ocultadas. Pero en el fondo somos niños, todos. Hay algo muy infantil en las trampas.
Volviendo al tema de la entrada, que me voy por las ramas.
Esperando a nuestro papá, a mamá. Día duro en el cole. Es posible que estemos solos, que hayamos sufrido, como dicen ahora, acoso escolar. No es posible muchas veces: es seguro. También que la maestra haya sido dura con nosotros. Y que la comida fuera un asco. También que lo hayamos pasado medianamente bien o incluso muy bien. Hay días estupendos en el cole. Hay de todo.
La vida es como un colegio, pero de verdad, es el colegio de verdad, el otro es una imitación. No somos muy distintos a lo que fuimos de niños y el caneo varía, la soledad varía en matices, y la compañía también, pero en lo esencial es igual. Clases, cuatro cosas que hay que aprender -no son nunca muchas- y que a veces nos cuestan, no somos el centro de la atención, porque en nuestra casa podemos serlo pero en el cole somos demasiados para serlo. Siempre hay un caradura, un matón, una cursi, se pasa bien y se pasa mal. Pues eso.
"¿Llevabas mucho tiempo esperando?" "Eres una pelmaza, mamá, siempre haces igual..." La mamá pide mil disculpas, siempre se lían las mamás, más ahora que hay poco tiempo. Se enfurruña el niño. "Venga, que ya verás qué merienda te tengo preparada" Y se nos pasa.
Tenemos mucha suerte los que sabemos que nuestro Papá, nuestra Mamá, siempre vendrán a por nosotros tras ese día duro o menos duro de cole. Da mucho calorcito por dentro tener esa seguridad. Aunque algunos nos digan como a Pepinot que somos huérfanos: no es verdad. ¿Veis como aparece su Papá?
Lo sé, esto ya lo publiqué el 11 de octubre de 2008 cuando vivía en Madrid, pero de nuevo sigo con la novela y no puedo perder el ritmo. Espero que los que lo hayan leído antes me disculpen y los que no, 1ue les guste. Hala, a seguir, sin parar, y perdón por el morro, me lo piso, lo sé.
Vivir en un pueblo tiene estas cosas. Es un pequeño universo donde la enfermedad es más evidente. Veo a Matías en el bar, es el borracho del lugar, el que mueve a la risa con su bamboleo y su hablar entrecortado. Como no molesta mucho, los vecinos le toleran y hasta le jalean. Su enfermedad no va con ellos y les resulta incluso graciosa. Rara vez viene Matías a mi consulta. Su alcoholismo le dejó trabajar y vivir bien durante años. Ha ido lentamente instalándose sin síntomas apenas, sólo ahora empieza a pasarle factura en su soledad de cuarenta años. Yo lo sé pero poco puedo hacer. Le abrazo en el bar y hago que coma algo caliente.
Ser médico de pueblo tiene estas cosas. Sabes que tu medicina es limitada, aunque tus vecinos tengan a veces una fe inquebrantable y casi inexplicable en ti. Soy el doctor y como en otras fuerzas vivas se confía en mis poderes de modo a veces infantil. Algunos buscan la pastilla de oro, el tratamiento mágico y fácil que les curará de sus dolencias, la sabiduría de un diagnóstico certero bajo nombres incomprensibles. Cuanto más incomprensibles más les gustan, es curioso. Ellos mismos se buscan a veces unos nombres inventados para lo que tienen. Yo sonrío y no corrijo. Y los remedios: a veces también se los buscan a cada cual más raro: "el agua por la mañana bebida en ayunas encomendándose a San Expedito". Les dejo hacer.
Vienen otras veces como en procesión a mi consulta con pretensiones chocantes, sin poderse explicar a menudo. "Doctor, que tengo un dolor como por aquí que me sube y que me baja entre las cuatro y las seis de la tarde los primeros viernes de mes..." Es María que se vuelve a señalar la cadera. Le pregunto lo evidente "Pero, hija mía, ¿tú cargas con mucho peso?" "Pues ahora que caigo, un poco...". Decir lo sencillo es a veces lo que no se puede decir. Cargar con el saco de pienso de los cerdos es la lógica causa de la dolencia. Pero ella quiere la pastillita milagrosa que le hará enfrentarse al dolor con seguridad mientras sigue cargando el pienso. Dejarlo nunca jamás. Para ella es imposible, no puede imaginar su vida sin ese fardo, el ir y venir del corral y al corral, los pies sucios y agotada con tanto trajín. Se ha acostumbrado casi hasta al dolor aunque sea molesto.
Ser médico de pueblo tiene estas cosas. Sabes que todos tus vecinos están enfermos, que son enfermos. Incluso los que piensan que no lo están. Conoces sus antecedentes familiares y has trazado su historial clínico desde hace tiempo, vengan o no a tu consulta. No hay enfermedades sino enfermos, qué gran verdad. La humanidad son enfermos de gripe, cáncer, reumatismo, obesidad y, ahora, anorexia. Enfermos con pulmonías en invierno, úlceras de estómago en primavera y muchas otras dolencias ocultas, conocidas y desconocidas. Algunas se hacen crónicas. Por todos siento la misma compasión, por los que se pasan por mi consulta y por los que me saludan con miedo en la calle, esos que piensan que el médico cuanto más lejos mejor.
Siento una ternura especial por quienes cuidan de su salud, temerosos de los malos vientos, de las bacterias o virus: no saben que cualquier día se los lleva por delante una enfermedad desconocida, tan expuestos están como los demás. Ser hombre es estar enfermo.
Ser médico de pueblo tiene estas cosas. Vino el otro día Pablo, buen hombre, le notaba triste y muy desmejorado los últimos meses. Me lo encontré el miércoles en el mercado y le anime a visitarme. Vencí su natural timidez y resistencia con afecto y bromas. Hay hombres que no van al médico ni aún los maten. Se quitó la camisa sin ganas y como con miedo todavía, lo ausculté con calma. Hablamos un rato.
Al irse me preguntó Ana, mi enfermera "¿Qué le ocurre a Pablo?"
"Nada que no hayamos visto, Ana, otra forma de mal de amores", contesté.
Sonrió Ana.
Podría haberle dicho a Pablo que no buscara con tanto ahinco en el lugar equivocado, una y otra vez. Pero soy médico de pueblo y sé que no servirá de nada. Se le pasará.
Estoy para curar y, cuando no puedo, que es la mayoría de las veces, simplemente acojo.
Ahí va Pablo, el corazón roto de parte a parte, abierta la carne y a la intemperie. Sólo mi enfermera Ana y yo lo podemos ver.
(Entrada ya publicada el 19 de marzo de 2009, día del padre. Perdón, pero es que hoy no tengo tiempo para escribir en el blog, estoy dale que dale a la novela y no puedo perder el ritmo. Varias vacas mugen en el campo vecino, deben de estar pariendo las pobres)
Dame, Señor, un poco de sol, mucho trabajo y la alegría de ver que voy aprendiendo algo del oficio.
Dame tiempo para escribir, a veces ocho horas, otras cinco o incluso sólo media hora al día.
Ya que no va a ser posible que un ángel are mientras yo escribo, te pido que la intendencia doméstica de esta puñetera casa, las responsabilidades familiares y las laborales no me impidan dedicarme a ello.
Dame la habilidad de sacar horas de donde no las encuentro y la paciencia, constancia y diligencia de aprovechar el tiempo cuando lo tengo.
Te pido, Señor, la bendición de la santa elipsis, de reducir y eliminar sin piedad y sin lamentos. También sin juramentos.
Ayúdame a descartar párrafos y páginas que he escrito veinte veces, sobre los que llevo días y cuyo resultado puede ser hasta decente, pero que sobran. Dame firmeza para hacerlo.
Concédeme la capacidad de saber ordenar: qué va antes y qué va después, qué es importante y qué secundario, incluso supérfluo.
Enséñame, Señor, ese don tan tuyo de los principios y finales siempre abiertos, el de los caminos inciertos.
Dame la humildad y el simple sentido común de no dar lecciones, no aconsejar, no moralizar, no enjuiciar, no valorar, ni dirigir siquiera al lector o de pretender una única lectura.
Sé que es difícil, pero Tú, Señor, eres Todopoderoso: impide que sea una mandona incluso a través del sujeto y predicado, del verbo. (Ya digo que eres Todopoderoso, o sea, sólo Tú puedes)
Dios mío, hazme más libre, mucho más, escribiendo.
Quítame los miedos, aleja de mí la pretenciosidad, el ir y volver al ego, dame esa sencillez de lo muy trabajado en lo oculto.
Que jamás ajuste ni rinda cuentas con la escritura.
Que no me justifique jamás ni justifique tampoco a otros.
Que no quiera nada más, ni nada menos, que contar una historia y hacerlo bien.
Y si puede ser, pasármelo lo mejor que pueda en el proceso.
(Protégeme por último, Señor, de la autocompasión del escritor, de dar importancia alguna a lo que hacemos)
Amén.
PS: Inspirado en la oración de la mantequilla de Santo Tomas Moro que cuelga a veces en la nevera de algunas casas.
PS2: Agradezco a Alejandro Schifferstein muchas cosas, pero en este momento la foto y descubrirme, entre otros, a John Lee Hooker. Especialmente esos segundos, del 45 al 48, de esta canción que interpreta con Santana y que muestra el valor de la elipsis, del silencio.
No sé, quizás es que es de Valladolid, quizás es que no quiere dejarnos ningún lío, pero llevamos ya un par de años con la tumba arriba, tumba abajo. Primero fue lo de la lápida y luego lo de tener sitio, por Dios, cómo si la fuésemos a dejar como los indios esos, al aire. Pues nada, no se fía y lo ha querido dejar todo listo, por si acaso.
Quiso sacar un dinero para estos temas. Yo pensaba que era mejor dejar el dinero donde estaba, dio igual, es suyo, vendió no sé qué y ya tiene seguro el sitio, bueno, el suyo, el de mi hermana Luisa y el de mi padre.
En fin, todos juntos por si acaso el día de la resurección no se encuentran. Ellos juntos a todas partes.
Ya lo decía mi padre, "por favor en la Almudena no me enterréis que es muy grande y va a ser mucho lío, a mí en un cementerio pequeño". Le hicimos caso y está en Pozuelo. Pero por mi madre ahora, ay Dios, que está empeñada, tenemos que hacer no sé qué traslados de restos. En fin, ya los haremos cuando se pueda.
Mi madre piensa en la muerte, lo normal, son 85 años.
Pese a lo que piense y, sobre todo, lo que diga, morirse no quiere, aunque se aburre ya un poco.
Mi madre tiene las llaves del cementerio de Boecillo. El otro día fuimos a dejar unas flores a mi tío, mi prima Asun, su hijo Serguei y yo. Había un gran cerrojo y 40 grados a la sombra. Cuando creíamos que ya no íbamos a poder entrar al llegar a casa nos dijo mi madre "Yo tengo unas llaves".
Y allá que fuimos otra vez, quería acompañarnos, pero le dijimos que ni hablar por si la dejábamos allí. El calor era para acabar con cualquiera y no hay que acelerar nada en esta vida, todo siempre a su tiempo.
Ayer al sentarnos en el cine mi madre sacó el monedero y el llavero y los volvió a colocar como hace siempre unas veinte veces dentro del bolso (si está en un taxi lo hace cuarenta).
Creí ver de refilón la llavecita esa del cementerio.
Josianne, mi sobrina Candela y yo compartíamos palomitas, pero me puse a pensar en la tumba, en mi madre y en el cementerio.
Joé, es que así no voy a poder descansar (aquí, digo).
Y luego dicen que el verano es frívolo, pues será en el sur.
Uf, difícil esto, relacionar a Dios, nuestro Señor, el Encargao, que diría Driver, con el Ministerio de Hacienda. Acabo de recibir el borrador del IRPF, y claro, pasa lo que pasa, extrañas asociaciones de ideas. Pero lo de los cabritos no va por donde se piensa, no.
Creo que es muy normal encararse con Dios, vamos, que pasa mucho ante los desastres continuos, discontinuos, personales y, sobre todo, mundiales. Pasa por temporadas, por días, por años y vidas enteras a veces. "Tío, si existieras, no hubiera pasado esto", "Si fueras bueno", "Si fueras todopoderoso", "Tú me darías, me escucharías" "Tú harías".
Es humano creo yo. Jesús Cotta lo esboza mil veces mejor, para qué decir algo que otros insinuan tan bien y con tan pocas palabras, maestro.
Vayamos pues al Ministerio de Hacienda, esa torva institución que recauda para que luego se distribuya entre quienes más lo necesitan de acuerdo a la sabiduría de nuestros gobernantes.
Es tan hábil la labor que durante décadas han hecho para convencernos de la bondad de los impuestos que una puede acabar pensando que Dios es como el Ministerio de Hacienda: quita más a quien más tiene, reparte de acuerdo a un humano sentido de justicia distributiva, etc. Digo ya en esta tierra. Y claro, esa visión de justicia distributiva está, creo, lejos de Dios.
Es curioso, nadie se pregunta por qué le toca la loteria, pero tampoco esos ojos azules (más allá de la genética), o esa facilidad para el alemán, tampoco nos preguntamos por qué nos caen otros regalos y dones que no vemos o apreciamos. Sólo nos preguntamos por qué nos cae lo que consideramos malo. Y miramos al de al lado. Y como nos descuidemos saltamos como fieras. Y no para preguntarnos con sorpresa o hasta alegría qué narices hago yo con esos 200 francos que se me dan cada día, como en La Leyenda del Santo Bebedor de Roth: como 3 veces, trabajo en algo que quiero, naces en un país con posibles, etc., etc.. Sino, ay, por qué fulanito tiene esa mujer, ese hombre, ese trabajo, esa gracia, ese dinero, esa casa, esos hijo o esa rara habilidad. O gusta tantísimo a las mujeres, o es tan naturalmente bueno o tiene tantos amigos, es igual.
En otros casos es peor: no es que nos guste lo suyo, eso es hasta natural y humano. Es como que nos chivamos al maestro, vamos con una queja o cantinela, como el hermano del hijo pródigo podemos llegar a ser. "Pero, Dios, ¿no ves que ese tío es ... y tú le das..?." Algunas personas quisieran ser el Ministerio de Hacienda, qué horror. Pero afortunadamente estamos todos en manos de Dios y no en las de ningún gobernante real o con aspiraciones a Consejero de Dios.
Con perdón, cabrea profundamente el cabrito, valga la redundancia, que se mata en celebración de alguien que se llega a considerar de algún modo peor que nosotros, nada merecedor de algo, por lo menos no antes que nosotros, o no en lo que consideramos que es nuestro lugar.
Y otras veces además, es que matan el cabrito y se lo dan ¡cuando a nuestros ojos no está todavía nada arrepentido! Dios no tiene ni pajolera idea de lo que se hace, vamos. ¡Cuánto arrepentimiento ajeno, que no propio, se busca, se pretende, no por la Gloria de Dios o el bien de las personas, sino como una extraña forma de reconocimiento propio! Ahora, majo, eres buenocomo yo lo soy, ahora puedes ya tener tu cabrito. Joé, de verdad, se puede ser de traca a veces. Y alucinas porque es mucho peor, es decir, es mejor, muchomejor. A Dios gracias.
Dios, nuestro Padre, mata un cabrito, mil cabritos, porque le sale de sus santos... güitos. Bueno, no. Dios no es hombre, así que esto sobra. La idea: todos los días se matan cabritos para que gente muy diversa se lo pase en grande. Y eso fastidia mucho no a Dios, que es infinitamente bueno y elige ese cabrito que cada uno necesita, y que en estos momentos puede estar bastante ocupado con lo de Palestina, un niño enfermito, o un hombre a quien no le hace ni caso la mujer a la que adora.
Dios no sé si está contento o no, con nosotros o con cada uno, pero hala, venga a matar cabritos por sus hijos, para sus hijas: pródigos, no pródigos, veinte o cuarenta y ocho años, arrepentidos o nada arrepentidas. Dios mata cabritos todos los días. De hecho entregó ya lo que más quería por nosotros, por todos nosotros. Entrego a su Hijo. Y ya está. Ya está hecho. Ya.
No estoy hablando de injusticias producto de la actividad humana, creo que ahí sí que hay que rebelarse y que nos fastidie por dentro de verdad. Y trabajar, eso sobre todo. Estoy hablando de regalos reales, de dones naturales y de otras cosas también que caen a unos y otros y porque sí. Y que a veces pueden movernos a una tonta rebeldía o provocar como un leve fastidio. Esta persona tiene un carácter envidiable, esta otra es guapa de morirse, este tiene la suerte de caer bien o ha sacado las oposiciones a la primera cuando ha estudiado menos que yo. O tiene lelo a un tío, cuando yo, yo sí y no ella, haría feliz, pongamos por caso, a Viggo Mortensen, y no esa novia que se ha buscado. Esto último me ha salido del alma, me parece totalmente incomprensible y una injusticia de tomo y lomo, pero lo acepto, malamente, qué le voy a hacer.
Todos los santos días hay cabrito en la mesa, en muchas mesas, no sólo en aquella del que se envidia, no sólo en la del que se arrepiente o no a nuestros ojos. Va de otra cosa esto, creo. Y pienso que desde luego no hay cabrito en la del que no goza y mucho por y en el bien propio y ajeno. En esa no hay cabrito solo porque no se es capaz de verlo.
El Ministerio de Hacienda tiene también mucho que ver con el sentido puritano de la vida, de orden y concierto. Si te portas bien Dios te premiará con esto y con lo otro. No fumes y no tendrás cáncer. Haz deporte y llegarás a una vejez en condiciones. Si estás gordo es porque comes lo que no debes. Qué aburrimiento y qué estupidez. La enfermedad, el dolor, el fracaso o el error parecen ser así siempre consecuencia directa o culpa de nuestro mal comportamiento. Que si fuéramos buenos, uf, tendríamos de todo y ya. Vamos, hombre, a otro perro con ese hueso. Hay veces que sí y veces que no. Esto no es "We're the world, we're the children" de Michael Jackson, por Dios.
Creo que ser católico o poeta -algunos ambas cosas- significa tener ojos para ver el desastre y la alegría, las dos. Sólo ellos pueden ver esto con el corazón. El desastre primero de lo que es uno por dentro y el desastre de las desgracias no sólo que le caen a uno -faltaría más, cada uno tiene las suyas - sino las que les caen a los demás y com-padecerse con ellos: eso es sensibilidad de verdad, ver penas ajenas, para las propias no hace falta mucha, ya las sentimos.
Pero también es sensibilidad alegrarse de corazón con el bien ajeno, allá donde esté, por pequeño que sea. A veces es un rastro de bien. Otras puede revestirse de extrañas formas que pueden parecer escandalosas, pecaminosas. Pero casi todo necesita de una mirada de amor, de comprensión, intentar ver más allá de lo que parece siempre.
Ser poeta, ser católico, es no entender la mayoría de las veces absolutamente nada, quedarse totalmente perplejo por mucha fe que se tenga y con una permanente cara de idiota. Ni siquiera es "aceptar" el mal -no creo nada en la resignación en el sentido tradicional del término- sino intentar seguir adelante haciendo lo que se puede. Sintiéndose inmerecidamente redimidos siempre y regalados. Llamados a compartir no por generosidad siquiera, porque es lo natural . Y también, y por lo mismo, alentados para disfrutar en el banquete de la vida y los muchos dones que se ponen encima de la mesa, a pesar de la que cae, que a menudo es de órdago a la grande. Va por épocas, pero a todos nos toca.
O llorando por las esquinas a veces, vale, pero por Dios, sin buscar una respuesta ordenada, totalizadora, integradora, una sola, puñetera y fácil respuesta que nos libre de una vez por todas de nuestras preguntas, de nuestras incoherencias y nos muestre un mundo feliz a lo Huxley, la publicidad o la televisión.
Personalmente prefiero la duda y hasta la negación a la estupidez y la frivolidad de la simplicidad, que no de la sencillez.
Por cierto, hablando de simplicidades, creo en la felicidad. Creo en un moderado sentido de la felicidad, único ámbito en el que los resultados de esa moderada felicidad no vienen precisamente por la vía de la moderación de vida, la verdad.
Aurea mediocritas. Pues claro: saber que una no hará casi nada bien, se equivocará las más de las veces, acertará otras -por supuesto- y que no pasa nunca nada, ni cuando sí ni cuando no. En esa falta de moderación y de prudencia al vivir está la limitación, la moderación o hasta la pobreza de los resultados, por supuesto, que son eso, mediocres. Porque así suele salir todo, mediopensionista y sin acabar, deshilachado. Y en esa aurea mediocritas está a veces la felicidad: cuando algunas cosas importantes salen mal, otras regular y otras, muy poco importantes, muy bien. Pero nada sale como una soñó ni deseó jamás, ni como pide a menudo. Casi nada. ¿Y qué? Ya sabrá el Encargao lo que se hace.
Hacienda está mandando ya los borradores del IRPF, hay muchos que están mal, pero en cualquier caso cuando pagamos es que algo ganamos. Algo. No es un consuelo y no he defraudado al fisco en mi vida, sean justos o injustos los impuestos. Al final sabes que siempre algo ganas. Porque te retienen sabes que estás ganando.
Buen finde, nos vemos el lunes, es un decir.
PS: Hoy, 17 de Abril, es mi cumpleaños y el de Suso Ares. Por favor, felicitadnos. A mí me hace mucha ilusión, a Suso no tengo ni idea, asumo que también. Soy descarada, me encanta pedir, que me regalen y regalar, y sentirme siempre eso, regalada y agradecida.
Parece mentira que gente tan lista y tan sensible no caiga en la cuenta. El sexo está en todas partes, donde está y donde no querrías que estuviera o no lo esperas. Si sólo lo buscas donde está, lo pierdes una y otra vez. Si no lo reconoces en otras partes y no te ríes de ello también te lo pierdes o te lías.
El cuerpo es también enfermedad, dolor, estría, kilo de más (o de menos, ay), caspa, sudor, mocos y fiebre, piel que se descuelga, decadencia, borrachera y qué mal me encuentro o qué bien. En todo ello hay belleza y desde luego humanidad. Quien lo ha probado, de verdad, lo sabe, lo otro son los cromos de los niños. Quien no tiene, quien no quiere o es querido por una, por uno, colecciona y muestra el album, claro, a ver si así hay consuelo, pero no lo hay. Nadie está hecho para coleccionar o ser coleccionado, estamos hechos para que nos quieran.
Pero todo esto del cuerpo real, no virtual, queda opaco, se minimiza o se oculta hoy, no existe, por eso no hay quien se lo crea a poca cabeza que se tenga, a poco ojo. Somos una civilización muy preocupada por la gimnasia y la limpieza, puritana, francamente aburrida a veces. Porque tras todo ese (falso) culto al cuerpo lo que hay es una legión de fríos atletas además de cursis, nos parecemos cada vez más a "Un mundo feliz", un auténtico rollazo.
Ojalá fuéramos más vividores, de verdad. Es por defecto, por tiro errado, por falta de foco, demasiado cerca a veces que nos hace estar lejos, y no es por exceso, que no vemos el cuerpo, que no nos vemos.
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Mirra y aloe para envolver un cuerpo.
Velar a quien no está ya pero está, qué bonita costumbre y qué perdida. Yo no quiero perderla.
Amortajar y no dejar que nadie toque lo que tú tanto quisiste.
Curar heridas físicas y psíquicas, dar cobijo, calor, físico siempre, de alma también, va junto, no separado.
Ungüentos. También y siempre caricias.
Nunca nos tocamos lo suficiente.
Me lo dijo un físico un día: realmente no llegamos a tocar nada, a tocarnos. Tenía que ver con los átomos y no le entendí mucho la explicación, soy de letras y ni esas: es como si cada átomo estuviera rodeado de una almohadilla de aire que nos impidiera llegar a tocar de verdad. Flotamos más bien en el suelo, flotamos en el cuerpo de otro también. Vale, pues bien, me hace pensar que si no lo hacemos realmente, habrá que aplicarse más en ello.
Resucitamos con el cuerpo. Es tal barbaridad, y a la vez tan de cajón, tan esperanzador, que no podía ser menos pienso a veces. Yo me pido el que tenía a los 30, si puede ser, claro, si no, lo que dispongan, faltaría más ponerse ahora con especificaciones.
Templo del Espíritu Santo, lo somos, indignos siempre. Pero sopla el espíritu y sopla por dónde quiere y cuando quiere. Cómo no decir "namasté", como dice Tamara al finalizar la clase de yoga "Saludo la luz divina que hay en ti". Pues claro, razón tienes, profe.
Pienso en el momento del abrazo a quienes tanto has querido, para eso necesitaré el cuerpo, digo yo, no voy a abrazar de alma solo a mi padre, a mi hermana. Ya lo dije, nada espiritual. Con el alma solo o con el recuerdo no me sale querer. Por eso guardo fotos y me horroriza poder llegar a olvidarme de su cara. Por eso tengo alguna ropa que mantiene el olor, su olor. Pero ya no recuerdas su tacto y te da una inmensa pena esa pérdida.
------------------------------------------------------------- Lloraba María porque se habían llevado al cuerpo de su Señor.
Y luego no le reconocía de hortelano.
Así nos pasa un poco a todos.
Aunque veamos a veces somos incapaces de reconocer.
El físico -que dicen hoy los cursis- nos oculta el cuerpo, lo que somos, que no es una carcasa nada más.
Somos cuerpo a Dios gracias, y si Dios se encarnó, murió y resucitó será por algo, aparte de razones teológicas profundísimas. Un amor a fondo perdido como es todo amor que se precie. Así nos lo dijo el cura ayer en esa misa de pascua tan impresionante, la más bonita del año. Monica Belluci, un viejecito, un enfermo, una adolescente que se pinta por primera vez para gustar más a los chicos, yo también. Cuerpoalma que diría Suso Ares, creo que lo tiene también en su estupendo "Diccionario cordial", una mina este hombre, da gusto leerle.
Todo y todos para la eternidad tras el paso angosto.
Te quiero con todas mis fuerzas. Con todo mi corazón. Con toda mi alma. Con todo mi cuerpo. Mal habitualmente, pero como mejor podemos y sabemos. A los demás y a Dios. ¿Qué es un pecador? Pues un pobrecito que se equivoca. O sea, todos nosotros. También de la cosecha del cura de las calatravas, me va a llenar el blog él solito, espero que no me pida derechos de autor.
Pues así y con todo resucitaremos, no estamos hechos para desaparecer sin más, ni fundirnos simplemente en la tierra.
A su imagen y semejanza creados. Pues da que pensar. Y que vivir.
"Feliz culpa", rezamos. "Nada fue un error" canta la cursi de Paulina con Coti y Julieta Venegas, menos cursis. No es lo mismo decir que "nada fue un error" a "feliz culpa", pero ahora no voy a entrar en precisiones. Vdes. vosotros me entenderéis.
PS y Post Comentarios ;-) Gracias al blog de Suso Ares he enlazado con la meditación del Benedicto XVI del sábado santo, pena no haberla leído antes. A raíz de algún comentario y de lo escrito por mí quizás tan pesimistamente sobre "nuestra imposibilidad para tocarnos" he pensado que puede iluminar -y sobre todo dar calor- lo que dice sobre la soledad. Y más. No por consuelo lo hago, no me gustan los caramelos, sino porque creo que es verdad. Y la verdad da calor, no es sólo luz.
"Una de las mujeres que mejor ha entendido lo que es el cuerpo es la Madre Teresa".
Lo dijo el párroco de San Jorge una tarde de esas en las que te duermes en misa y, de repente, te despiertas, plaf. Joé, me tuvo y me tiene la frasecita de marras pensando todavía.
Me encanta el cuerpo en general. Y en particular los de la gente que quiero o que me gusta. Puede que sea religiosa, pero no soy nada espiritual. Tampoco creo ser platónica, ni en amores ni en nada, que me perdonen los partidarios o entendidos en Platón, seguro que me equivoco en el término o en el concepto, espero que me corrijan con cariño como siempre lo hacen los que saben y tienen paciencia.
Me encanta ver y mirar, oír y escuchar, tocar, oler y, desde luego, gustar. Comer y cocinar para otros, con otros también, es un gran placer, siempre lo es. O sea, espiritual nada de nada. En todo caso re-ligar, tratar de unir lo que está roto, eso sí.
No tengo un cuerpo y creo que los demás tampoco tienen un cuerpo. Son,somos, cuerpo. Y alma. Todos. Y nada va por separado sino junto.
Ves a gente hecha polvo y lo primero que te preguntas es si comen bien. Muchas personas simplemente comen de pena y duermen peor. Y así no se puede vivir, se malvive.
Un alma triste, en pena, suele ser un alma mal alimentada y peor dormida a menudo. Y posiblemente no la acarician hace tiempo, eso también.
Dicen que vivimos en una civilización de culto al cuerpo pero no me lo creo. Ni de broma, no.
Pienso que hay una cosa estilizada hoy a la que llamamos cuerpo, que lo dibujamos como tal, medidas perfectas, tía estupenda o tío armario, juventud para siempre. "Por ti no pasan los años". "Hay que ver cómo te conservas". Etc. Por Dios, yo no quiero conservarme, yo quiero vivir.
Ingenuidad no de niños, sería precioso. Es otra cosa como perversa y muy triste a menudo, entre Frankestein y Drácula. Y mujeres y hombres aspiramos a eso. Y nos machacamos por ello, se pierde mucho tiempo a veces y, lo peor, se pasa a veces fatal en una lucha contrareloj y contra natura sin sentido y sin gracia. Y eso no puede ser. Aquí no hemos venido a sufrir, otra cosa es que nos caiga porque no hay más remedio, pero no hay que hacer esfuerzos suplementarios, digo yo, el sufrimiento va a venir sin buscarlo.
Tengo la peregrina idea de que para lucir habría que disfrutar, divertirse y sufrir lo menos posible, a ser posible nada. Eso creo que tendría que ser la cosmética, vestirse y ponerse mona, por lo menos para mí: ilusión de gustar y gustarse, risas como las que teníamos a los 14 años y nos pusimos tacón por primera vez, sala de damas, pero no seriedad ni gravedad, así la coquetería se hace lo que nunca debe ser, un rollo macabeo, así se le quita su encanto.
Riete tú de la ley mosaica ante todos los mandamientos de cómo debe ser hoy una mujer físicamente hablando, joé con las especificaciones hasta el milímetro, qué pereza, por Dios.
Y creo ver más. Esa normativa exhaustiva que cubre hasta el más mínimo de los rincones femeninos no es cosa de tíos, que van más a bulto (con todos mis respetos, como los toros), es de quienes se quedan prendidos en la envoltura porque no pueden ir adentro. No pueden, no sé cómo decir esto.
Y por contagio pienso que algunos hombres acaban siendo un poco así. Al corazón y al tacto no les gustamos de verdad. No, es otra cosa, por mucho que se diga. O mejor dicho, precisamente por todo lo que se dice, por la imaginaria visual cursi hasta decir basta, y hasta por las palabras, lo que hoy hay es otra cosa, no un hombre al que realmente le guste una mujer, ni siquiera las mujeres. No hablo ya de querer, son palabras mayores aunque hoy no signifique nada de tanto como se usa. Simplemente gustar, creo que se está perdiendo la afición y está siendo sustituida por otra cosa como más narcisista, mas egocéntrica y, en general, bastante menos interesante.
Quien ha trabajado en moda lo sabe "A mí me gustan las mujeres castradas", me lo dijo, literalmente, un conocido diseñador cuando trabajé con él. Entonces comencé a comprender qué pasaba. Cursis siempre hubo, pero hoy vivimos el imperio de los cursis, como una era histórica es esto y así nos conocerán: "de 1968 a XXX se vivió el imperio cursi en occidente que duró... "
De tan cerca que se tiene a veces el cuerpo no se ve.
Eso es la pornografía y eso son otras muchas cosas.
Para ver y tocar de verdad, hasta para oler, hace falta cierta distancia. Es como si el cuerpo de Mónica Belluci lo miras al microscopio, así no lo ves, borrico, echate para atrás un poco, no te pongas tan cerca que la pierdes. Y Monica, sólo carne, no es Mónica. Por eso las fotos de tías sin cara no son para hombres que les gusten las mujeres, les gusta la carne colgadita, pero no las tías. Podría ser cualquiera y acaban siendo cualquiera, da igual.
Y ocurre con lo que no es la Belluci, ocurre en la vida digamos que "real".
Que conste que la Belluci es de este mundo, y por eso algunas personas creen en Dios que se sirve de la Belluci, faltaría más. No todo va a ser el Padre Pateras, las cinco vías o el entre pucheros anda el Señor. O la Macarena y la Semana Santa en Sevilla. Aunque todo sea muy bueno, claro.
En la Belluci vemos también a Dios, la encarnación y esperemos que la resurección. Mónica es más bien como una insinuación teológica, más bien divina, que no una vía. Y no sé yo porqué una insinuación va a ser peor que una vía, toda razón y lógica. A veces Dios se insinua, porque no es hombre, aclaro, Dios no es hombre (tampoco mujer, espero que se me entienda y no me manden a la hoguera) con lo cual puede utilizar la insinuación aún a riesgo de que no le entiendan.
Una insinuación, una sonrisa de Dios. "Hala, guapos, creed en mi que he hecho a la Belluci y esa no sale por biología, ni evolución ni nada, aunque yo me sirva de todo". De todo.
PS: La canción que canta Springsteen es una tradicional de Gospel. Noche clara y preciosa hoy, vengo de misa, uf, menos mal que resucitó, no lo tenía claro, pero al final acaba bien. Para todos.
Me gustan los besos, debe de ser de familia, quizas más de carácter.
Lo de besarse viene mucho por lo que has visto y cómo te han educado. También de lo expresivo que se es por naturaleza. Expresar no significa querer más ni mejor. Hay gente que quiere un montón pero no le sale expresarlo con un beso, por ejemplo.
Hay diversidad de besos. Como saludo, como afecto, de amor. También como señal de respeto.
Hoy nos dieron a besar la cruz en los oficios.
Es costumbre en Viernes Santo hacerlo, como lo es besar una imagen del niño Jesús en Navidad.
Me gusta, pero no soy nada de imágenes, a ver si lo sé explicar. Agradezco y creo que aprecio una buena imagen, que a mí me parezca bonita, con arte. Pero creo que me sería igual besar la cruz más fea de todas, con el peor Cristo.
Me emociona la parte artística de una imagen, cómo no, mucho, y, como en todo, prefiero lo que considero bueno que la mala calidad. Sin embargo siento que la poca fe, piedad o la devoción que pueda tener en lo profundo no se conmueve más ni es más fuerte ante una talla de más fuste.
Puedo equivocarme, por supuesto, en esta apreciación mía. Así que, por si acaso, voy a mirármelo por si soy algo protestante, simplemente es que soy de Valladolid y un poco seta, o es algo realmente más serio. Quizás algo me pasa y debería vérmelo, no sé.
No me conmuevo, religiosamente hablando digo, ante una talla, pero en cambio sí creo que mi fe se interroga en lo más hondo ante determinadas personas y su ejemplo. Porque entonces no es un trozo de madera o piedra bonitamente tallada. Creo quizás que en una persona es donde la imagen de Cristo puede encarnarse mejor que en una piedra, aunque fuera Miguel Angel quien la esculpiera. Y ahí si que siento algo parecido a la devoción que otros pueden sentir por una imagen, lo reconozco. Aunque tampoco soy ni de santos (muertos) ni de estampas, esa es la verdad, más bien de vivos.
Allá estaban en su convento las Calatravas con la cruz bordada en rojo, bien grande, a la izquierda, las mangas amplias de estilo medieval de su hábito color hueso, las diez como sacadas de otra época. Alguna enferma creo que hay y no asiste a misa.
Y nosotros, pueblo que quiere ser fiel y a la vez un poco aterido, la verdad, en esa iglesia moderna pero que conserva el aire del Císter. Soplaba ya cierto viento que esta noche acaba de traer nieve. Bienvenida también, como la lluvia, hace falta más agua.
Besamos todos los pies de Jesús en la cruz, su imagen, en silencio.
Y me acordé de muchas cruces. De familia, amigos, conocidos y hasta desconocidos. Allí en sus pies también estaban, lo sé. Los vi cuando besé la cruz.
Dolor físico. De parto, horitas cortas hoy, pero horitas al fin y al cabo. Eso en nuestro mundo, que en otros siguen pariendo a lo burro. Malestar de la quimio, ese veneno que te meten en el cuerpo y que crees morirte de tan mal que te encuentras, tantas amigas en el corazón. Gente amputada, machacada físicamente por trabajo, agotada del campo, de la mina, de trabajos inhumanos tantas veces. Mujeres mutiladas o a las que las pegan, niños golpeados, abusos y violaciones.
En el mejor de los casos nos duelen los pies al final del día, la espalda, la tripa o la cabeza, y podemos darnos con un canto en los dientes. Dolor también de alma, algo difícil de explicar, depresión, enfermedad mental, angustia, ansiedad, no me encuentro bien y no sé qué es.
Ser humano es sentir dolor físico, pero hay dolores y dolores, muchos insoportables.
Hambre y sed. Más punzante o menos, física, espiritual, de todo tipo. Media humanidad vive subalimentada y otros tienen problemas de colesterol y sobrealimentación. Media humanidad no tiene acceso a agua potable. Ser hombre o mujer es tener un hambre y sed casi constante, comes, y a las cinco horas vuelves a tener hambre, yo a las tres. Y sed, siempre.
Así somos, hambrientos y sedientos.
Sufrimiento y dolor de no saber, de no entender, de encontrarse ignorante o perdido, sin una explicación, sin una razón a nuestro alcance que nos satisfaga o, al menos, nos consuele. Ese es otro dolor que alguna vez se puede sentir. Y mucho.
Creo que nadie entendemos nada habitualmente y a veces de modo más frecuente y por temporadas. Y se puede sufrir mucho por ello.
Soledad. Soledades de niño, de adolescente, de adulto, de anciano, de mujer u hombre abandonado. Soledad a veces de nido vacío o sin llenar o hacer, de enfermo o apartado. "No me quieres como yo te quiero." "Les doy igual a mis hijos. Nunca me llaman." "Me paso las tardes solo. No tengo a nadie con quien hablar." "No le importo a nadie. Nadie me quiere." "No encuentro un hombre que me quiera". "No tengo una mujer a mi lado".
Y, también, "no quiero a nadie". No hay soledad peor que la del que no quiere porque ya no puede, está harto, porque le hicieron daño y no quiere volver a intentarlo, porque no le enseñaron o lo olvidó. Por supuesto que para querer hace falta una pedagogía y una educación, también una trayectoria vital que ayude, como en todo. Y hoy todo va en contra de esa educación sentimental y las trayectorias son a veces devastadoras.
Es terrible el dolor físico o moral, el hambre y la sed, el miedo, pero la soledad no le va a la zaga. No digo la temporal, digo la que se siente por dentro y hace nido, se queda. En nuestro mundo tan rico cada vez hay más gente sola, muy sola. Se nota mucho. Se llevará mejor o peor, pero está ahí, es la gran pobreza de muchos países ricos.
Al besar la cruz hoy, Viernes Santo, supe que mi beso no era ni de saludo, ni de afecto o amor al sufrimiento.
Tampoco de aceptación o resignación.
Yo sinceramente no puedo, mentiría si dijera otra cosa.
Mi beso fue señal de respeto ante el dolor y sufrimiento de tantas personas.
De cariño en su caso a aquellas a las que quiero y conozco.
Todos de pie, en sus pies, en la cruz, en su cruz también. Qué menos que besar. Qué menos.
Y luego, estar a su lado, siempre estar en la medida de lo posible.
Y qué mal cuando ves que no estás donde debes sino haciendo cosas mucho menos importantes. Qué pena.
El cuadro es "El descendimiento" de Van der Weyden, está en el Museo del Prado.
Día del amor fraterno hoy, Jueves Santo, resonancias de amores que cristalizaron con la muerte en esta época, los lirios florecían también. Mi hermana Luisa se pasea por el cielo desde hace ya ocho años, pasó a los brazos del Señor en los que siempre estuvo una madrugada de Jueves Santo.
Desde entonces sus inciertos pasos en la tierra, niña eterna siempre, se hicieron mucho más firmes a mis ojos. Los más firmes de todos nosotros.
Paseamos ayer a la luz de la luna que iluminaba la Maliciosa, hacía una noche preciosa y serena en El Boalo. A veces pienso que todo es noche, con suerte, como ayer, una noche clara de casi luna llena. Ana y Anina se fueron hoy, creo que lo pasaron bien. Están en casa Rosario y Adrián recién recuperado de un jamacuco, les llevamos el desayuno a la cama como en los hoteles, ahora suben Navacerrada, luego vendrán a comer con mi madre y Josiane.
La primavera ha explotado en la sierra y, aunque mañana hará frío y lluvia, dicen, hoy luce un sol cálido con una brisa cada vez más heladora, un día precioso para una celebración del corazón.
Esta tarde iré a las Calatravas a los oficios. Hay un convento del Cister moderno al lado de mi casa y allí suelo ir los domingos. Hace como raro ver un convento construido hace unos años. Me gustan los hábitos de las hermanas, tan viejecitas todas, con su cruz de Calatrava bordada, los espacios limpios, relucientes y tranquilos, también el cura que suele celebrar, aunque intento también ir a misa donde no me gusta especialmente cómo predican o cuya estética me echa para atrás.
Con la radio, los periódicos o hasta los blogs oigo o leo variado. Primero, por curiosidad; segundo, para intentar aprender, entender y, sobre todo, comprender. Oigo y leo de todo, incluido aquello con lo que quizás puedo estar menos de acuerdo, tanto de quienes pueden ser más afines, como los más lejanos estética o sensiblemente hablando. Es curioso, pero a veces la estética o la sensibilidad generan más distancia que otra cosa. Cada vez creo menos en la supuesta ideología y más en la piel y en la sensibilidad, no sé cómo explicar esto. ¿Cómo no hacer lo mismo con la misa, cuando predican o se celebra menos al gusto de una? Faltaría más, por Dios.
El lavatorio de los pies siempre me impresiona. Es espeluznante. Y ese "ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros". Joé, qué amor apasionado. Se me saltan las lágrimas, como creyente y, también, como cocinera: hay veces que quieres tanto comer con gente, sentarte a esa mesa que es el banquete de la vida, este valle de lágrimas también, lo deseas tanto. Ardientemente.
Una se pregunta si realmente ama, quiere de verdad y la respuesta siempre es evidentemente que no. Ni de coña, con perdón.
Limitado amor de hija, de hermana, de amiga y muy limitado amor de mujer en definitiva. Muy limitada siempre, y en alguna ocasión hasta extraordinariamente limitada, discapacitada casi.
Qué le vamos a hacer, habrá que aceptarlo y seguir adelante con pasos inciertos, estos míos lo son. Nos apoyaremos en quien se puede una apoyar, en muchos ya. Jueves Santo, día del amor fraterno.
Vivir puede ser un y ya que tras otro de olas que se ponen a tiro o en las que estás. Con más voluntad o con menos a veces. Te sorprendieron quizás. O te encontraste en ellas, puede ser. Olas chicas, grandes, buenas o, también, menos buenas. De todo hay.
Hay olas que empujan, te derriban y marean. Te diste un revolcón, se te mete el agua en la nariz y al salir a la superficie estás aturdida y un poco asustada, puedes coger miedo. O perdérselo también y volver a atreverte.
Yo creo que hay una alegría muy honda en muchos y ya que, en muchas olas de la vida.
Estás viéndola venir y allá que vas a su encuentro. O de repente surge, la saltas, o te dejas llevar de un lado a otro y te ríes un montón. Atraviesa el sol el agua y llega al suelo de arena, se refleja como mil cristales en la superficie y en el fondo. Sabor a sal por todas partes, no sientes ni tu propio peso. No me quiero ir de aquí, estoy tan a gusto.
Pero, de la misma forma, hay también una ligera tristeza en muchos y ya que, en las mejores olas de la vida precisamente.
Porque sabes que la mejor de las olas no durará.
Y que no eres ola tampoco, no eres agua, aunque como mujer seas bastante agua.
Nuestro reino no es de este mundo. No lo es. De nadie.
Todos nos morimos, independientemente de que creamos que nuestro reino sea o no de este mundo. Así que es igual creerlo que no, porque el hecho es que no lo es en ningún caso.
Por eso, todos sentimos esa melancolía, escondida a veces, incluso tan ignorada o negada, en esas olas que más calan y conmueven por dentro. En aquellas que más gozo provocan de una forma suave, tranquila, pacífica, en las más bonitas.
Sabemos que todo es pasajero y que nada de lo que hacemos prende en el tiempo apenas, que todo se va, se esfuma, se irá.
Menos el amor que queda para esa tarde en la que nos examinarán.
Pero todo, hasta el amor, nos deja un cierto sabor de tristeza que acompañará a los mejores y ya que de nuestra vida.
No somos mar.
Ninguna mujer es mar.
Ningún hombre lo es.
Te encantaría fundirte, ser ese agua marina, tan agradable es la sensación. Pero permaneces como lo que eres: una pobre mujer en una ola, más o menos grande, más o menos rato. Según toque, según la luna, las mareas, si hay viento o brisa. O si la playa es más resguardada o es abierta. Aprovechándola, claro, pero con ese regusto levemente amargo de que la ola pasará.
Y con un deseo que es el más real: querer y llegar a ser mar.
Tú quieres eso. Y ni el mejor día de playa, ni la mejor ola, nada, puede hacertelo olvidar, si acaso te lo recuerda con más insistencia. Aunque disfrutes como una niña y siempre.
Estás hecha para ser mar, para el mar.
No es sólo por fe que sabes esto, es por piel a la que no se le puede engañar tan fácilmente como al corazón o a la cabeza. La piel es lo más inteligente que tenemos a veces. Puedes cerrar los ojos o hacer oídos sordos de mil maneras, pero esta verdad permanece y tú al tacto la reconoces.
Las olas como olas.
El mar como mar.
Y nosotros disfrutando, luchando, o a por uvas en el peor de los casos.
Con un leve olor a tristeza.
Y el constante deseo de mar.
Creo que esa alegría, esa tristeza y ese deseo están en todos los seres humanos independientemente de su grado de consciencia, de conciencia también.
De ahí la soledad que cada uno acoge en mayor o menor medida. La que se niega u oculta con ruido, aunque no sirve de nada. Es al revés, como uno se empeñe, cada vez estará más encerrado en ella, más hundido y más confuso.
Simplemente nada ni nadie es mar y esto se acaba.
Reconocerlo creo que puede ayudar a disfrutar mejor cada ola. Con más alegria y plenitud, pero sin engañarse.
No nos hace falta mentirnos, no hace falta mentir a nadie. Menos, a uno mismo. --------------------------------
Y-ya-que, esas olas fantásticas, de una oportunidad que pasa y no hay que dejarla escapar. O esos otros momentos de consciencia extraña, de estar a gusto, muy a gusto, y decir "que se paren los relojes". Y otras olas chiquitas, tímidas, inesperadas, tan bonitas también.
Aprovechar la corriente, sentirla, dejarse llevar, fluir. No tener ideas preconcebidas de cómo tienen que ser las cosas, un orden establecido inamovible. Vivir en católico a fondo: hoy y ahora ¿qué se me da?, ¿qué don, qué regalo? No qué "tengo", no qué "merezco", sino qué se me regala, me regalan. Saber ver, aprovechar y agradecer, mucho, siempre, cada vaso de agua es un y-ya-que.
Despertar católico, decimos. O sea, cuando Dios quiere. Cuando Dios quiera, cómo Dios quiera, lo que Dios quiera. Que suele ser lo que se te pone delante, donde estás, la ola. No hay que buscar, hay que reconocer, sentir. Hierba que está para ti no hay vaca que se la coma, pues eso. La ola, las olas, verlas venir o dejarse sorprender. Y-ya-ques que pasan a nuestro lado, súbete, boba.
Y ya que habéis subido hasta El Boalo, quedaos a cenar, o a merendar, nos damos una vuelta luego, vamos al Artesanado y bajáis más tarde a Madrid. Se puede estar muy a gusto con amigos, con familia. Pero ese y-ya-que convive a veces con la necesidad de un aparte. Pasa. Hay un fondo que necesita de una cierta y puntual soledad.
Aunque luego en la soledad no hay un y-ya-que que valga. Salvo cuando se lee, se escribe o se trabaja. Se llega a estar tan metida, se disfruta tanto, que no te acuerdas ya ni de tu soledad, se ausenta un rato.
Creo que no hay realmente un y-ya-que estás sola, déjate llevar en esa ola, eso no.
La soledad no es una ola, no puede ser un y-ya-que.
Es, si acaso, una alberca de agua transparente, verde y fría, agradable en verano. Ahí a la sombra, en el jardín, cuando hace mucho calor.
Pero hay que tener cuidado. Te puedes quedar helada nadando si estás mucho tiempo, sin darte cuenta. Entumecida. -----------------------------------------------
Y ya que... nos hemos reido tanto en el teatro.
Tú le das un 6 a Boadella, yo un poco más. Sabemos ambos que es previsible. A la media hora ya presentíamos qué iba a pasar. Tiene sus fobias, como otros tenemos nuestras filias. ¡Qué manía con la Iglesia y con los símbolos cristianos, por Dios!. Y es mejor director y actor que autor, estamos de acuerdo.
Pero tiene gracia "La Cena". Especialmente esa ministra de medio ambiente, la reunión en el ministerio del ramo al más alto nivel (salvo la mesa). O la cena encomendada a España en una conferencia internacional para hablar, como es habitual, de nada, si fuera de la nada sería algo. Tronchantes los cocineros eco-sostenibles de nueva cocina-solidaria-y-a-la-vez-respetuosa-con-la naturaleza. Sin mencionar la propia cocina ecológica donde un grifo te insulta si lo dejas más de 45 segundos abierto. Y no cuento más que la destripo.
Y ya que ... hemos cenado tú yo.
Quizás no excelentemente, pero con una conversación interesante. Con algunas pausas, qué importantes son. Sucesión de otra conversación anterior, de otra más y de otra. No hay nada como las palabras y las miradas. El silencio y muy poco más.
Y ya que...
Y ya, qué.
Y ya.
Qué.
Hasta aquí cuento la vida, se hace esta bitácora.
Y ya que estamos viviendo, vamos a ver hacia dónde vamos.
Será divertido, seguro. Siempre lo es, incluso cuando no lo es. Porque es eso, vida. Olas. Y ya ques ... No se tiene el control, no siempre son agradables, no siempre.
Pero estás en el agua.
Buen fin de semana. El siguiente y-ya-que será para el lunes.
Vivir en un pueblo tiene estas cosas. Es un pequeño universo donde la enfermedad es más evidente. Veo a Matías en el bar, es el borracho del lugar, el que mueve a la risa con su bamboleo y su hablar entrecortado. Como no molesta mucho los vecinos le toleran y hasta le jalean. Su enfermedad no va con ellos y les resulta incluso graciosa. Rara vez viene Matías a mi consulta. Su alcoholismo le dejó trabajar y vivir bien durante años. Ha ido lentamente instalándose sin síntomas apenas, sólo ahora empieza a pasarle factura en su soledad de cuarenta años. Yo lo sé pero poco puedo hacer. Le abrazo en el bar y hago que coma algo caliente. Ser médico de pueblo tiene estas cosas. Sabes que tu medicina es limitada, aunque tus vecinos tengan a veces una fe inquebrantable y casi inexplicable en ti. Soy el doctor y como en otras fuerzas vivas se confía en mis poderes de modo a veces infantil. Algunos buscan la pastilla de oro, el tratamiento mágico y fácil que les curará de sus dolencias, la sabiduría de un diagnóstico certero bajo nombres incomprensibles. Cuanto más incomprensibles más les gustan, es curioso. Ellos mismos se buscan a veces unos nombres inventados para lo que tienen. Yo sonrío y no corrijo. Y los remedios: a veces también se los buscan, a cada cual más raro: "el agua por la mañana bebida en ayunas encomendándose a San Expedito". Les dejo hacer.
Vienen otras veces como en procesión a mi consulta con pretensiones chocantes, sin poderse explicar a menudo. "Doctor, que tengo un dolor como por aquí que me sube y que me baja entre las cuatro y las seis de la tarde los primeros viernes de mes..." Es María que se vuelve a señalar la cadera. Le pregunto lo evidente "Pero, hija, ¿tú cargas con mucho peso?" "Pues ahora que caigo, un poco...". Decir lo sencillo es a veces lo que no se puede decir. Cargar con el saco de pienso de los cerdos es la lógica causa de la dolencia. Pero ella quiere la pastillita milagrosa que le hará enfrentarse al dolor con seguridad mientras sigue cargando el pienso. Dejarlo nunca jamás. Para ella es imposible, no puede imaginar su vida sin ese fardo, el ir y venir del corral y al corral, los pies sucios y agotada con tanto trajín. Pero se ha acostumbrado casi hasta al dolor aunque sea molesto.
Ser médico de pueblo tiene estas cosas. Sabes que todos tus vecinos están enfermos, son enfermos. Incluso los que piensan que no lo están. Conoces sus antecedentes familiares y has trazado su historial clínico desde hace tiempo, vengan o no a tu consulta. No hay enfermedades sino enfermos, qué gran verdad. La humanidad son enfermos de gripe, cáncer, reumatismo, obesidad y, ahora, anorexia. Enfermos con pulmonías en invierno, úlceras de estómago en primavera y muchas otras dolencias ocultas, conocidas y desconocidas. Algunas se hacen crónicas. Por todos siento la misma compasión, por los que se pasan por mi consulta y por los que me saludan con miedo en la calle, esos que piensan que el médico cuanto más lejos mejor.
Siento una ternura especial por quienes cuidan de su salud, temerosos de los malos vientos, de las bacterias o virus: no saben que cualquier día se los lleva por delante una enfermedad desconocida, tan expuestos están como los demás. Ser hombre es estar enfermo.
Ser médico de pueblo tiene estas cosas. Vino el otro día Pablo, buen hombre, le notaba triste y muy desmejorado los últimos meses. Me lo encontré el miércoles en el mercado y le anime a visitarme. Vencí su natural timidez y resistencia con afecto y bromas. Hay hombres que no van al médico ni aún los maten. Se quitó la camisa sin ganas y como con miedo todavía, lo ausculté con calma. Hablamos un rato.
Al irse me preguntó Ana, mi enfermera "¿Qué le ocurre a Pablo?"
"Nada que no hayamos visto, Ana, otra forma de mal de amores", contesté.
Sonrió Ana.
Podría haberle dicho a Pablo que no buscara con tanto ahinco en el lugar equivocado, una y otra vez. Pero soy médico de pueblo y sé que no servirá de nada. Se le pasará.
Estoy para curar y, cuando no puedo, que es la mayoría de las veces, simplemente acojo.
Ahí va Pablo, el corazón roto de parte a parte, abierta la carne y a la intemperie. Sólo mi enfermera Ana y yo lo podemos ver.
Sí, por favor. Es una obviedad, pero todos los días se producen procesos naturales que nos facilitan que podamos respirar, que haya luz que nos ilumina durante el día, que habrá agua. Con todo eso, por todo eso, hay vida. La naturaleza es cruel, lo acabamos de ver, pero es generosa también todos los días.
Sí, por favor. Nuestro cuerpo funciona, aunque, pasada cierta edad, no siempre como te gustaría. Tener hambre y poder comer, tener sed y poder beber, sueño y dormir. Poder ver, oír, oler, tocar, paladear. Es genial tener cuerpo y que aloje nuestro alma. No es un pesado fardo y suele ser agradecido a poco que se le cuide. A mí angel no me gustaría ser para nada.
Sí, por favor. Aceptar cuando nos quieren y como nos quieren. Ser capaz de verlo como un gran regalo, sea cual sea nuestra respuesta siempre libre. Nunca hay deber de "corresponder", no tendría sentido.
Sí, por favor. Pedir a veces que nos quieran, respetando delicadamente al otro, es señal de reconocer lo que somos: necesitados. ¿Y qué? ¿No lo somos todos? A veces es tal el orgullo, quizás la falta de costumbre de pedir algo a alguien, que equivocamos pedir con mendigar o, casi peor, exigir.
Sí, por favor, a uno mismo. A poco que nos conozcamos sabemos que uno mismo es un rollo habitualmente. O, por lo menos, acabamos siéndolo unas horas, unos días y, a veces, por temporadas. Nos cansamos de nosotros mismos, no tanto de los demás. Y, ay, no hay lugar de vacaciones para alguien que quiera descansar de sí mismo.
Cansancio, meteduras de pata para avergonzar al más pintado, un pasado o un presente que no nos gusta, que cambiaríamos. Qué mal hice, qué tonta fui, qué mal hago, qué tonta soy. Da igual.
Decir sí, por favor, a uno mismo y aceptarse si no con serenidad, que no siempre es posible, con sentido del humor. Porque, a poco que una se mire, por dentro o por fuera, le entra la risa. Asi que ¿qué importa nada? Una risa con ternura porque somos como niños.
Decir que sí con una sonrisa a nuestro pasado, presente y a nuestro incierto futuro. Y añadir el por favor siempre. Él, que dijo la primera palabra, tiene siempre la última, y bastantes de las del medio. En sus manos estamos siempre.
Sí, por favor, cuida de mí hasta el final.
Sí, por favor. A las oportunidades que se nos dan todos los días para reírnos, pensar, aprender, hacer, jugar. Para acompañar, para que nos acompañen un tramo. Es mucho, es casi todo. ¿Nos vemos? Sí, por favor. ¿Al teatro? Sí, por favor. ¿Vienes a casa a comer? Sí, por favor. ¿Vamos el domingo a tu casa? Sí, por favor. ¿Hablamos por teléfono? Sí, por favor. ¿Trabajamos juntas? Sí, por favor.
"¿Amanezco ya?" me pregunta el día, remolón. "Sí, por favor", respondo aliviada, una noche que no acaba mientras yo me encuentro tan sola.
"¿Engordo un poquito?" me dice la yema del arbol enfrente de mi casa. "Sí, por favor, quiero que crezcas y apresures la primavera, lo necesito."
"¿Nos damos una vuelta?" me propone Olimpia. "Sí, por favor, sácame un poco, Oli, que ya estoy cansada."
Foto: Yo, siempre en las nubes, ay.
Atardecer en el Boalo, este duro invierno, un raro día que salió el sol. Haberlos, haylos. Solo hace falta fe, esperanza... y hasta caridad (ésta última, del sol con nosotros).
De igual manera que aceptar un no es parte de la vida, y decir no un deber, a veces un lujo que no todos se pueden permitir, pronunciar un sí es un placer del que no hay que privarse.
A veces tenemos que tirar para adelante sin quedarnos prendidos en ese no que nos dijeron, presente o pasado, que cuesta aceptar todavía. Porque algunos siguen doliendo.
Creo que tampoco es bueno apalancarse en el no que nosotros, por honradez y con valor, decimos o dijimos. Ese que no resulta gratis, que supone a menudo soledad, riesgo e incertidumbre. Por eso escuece. Y aunque te hace más libre, sin querer puede encerrarte más en ti mismo. O hacerte mirar por encima del hombro a quienes no son tan valientes, sin entender que la valentía no es exigible a todos por igual. Hay personas por carácter, educación o hasta propia exigencia con más coraje que otras. Hay distintas trayectorias vitales, también el valor adquiere tonalidades distintas en cada uno. Hay que saber verlo.
Pienso que a menudo nos podemos quedar atascados en algunas ocasiones en un no que recibimos con valor pero que nos sigue haciendo daño. O en ese otro no dicho con valentía que nos puede hacer poco comprensivos, duros, ligeramente amargos.
Porque el no puede producir también una herida que se hurga y se acaba por infectar.
Porque ninguna mujer, ningún hombre, estamos hechos para el no.
Estamos hechos todos para el sí. La vida se hace más con el sí que con un no, de cualquier tipo de no, que nos digan o que digamos.
Así que nosotros a lo nuestro, que es vivir: oír y decir sí. Qué gusto decir sí y que te lo digan.
Todos los días nos dicen que sí. Muchas veces. Y podemos responder a ese sí con otro sí, por favor.
A mí me parece que el por favor es importante: es aceptar y valorar lo que se nos ofrece y, a la vez, pedirlo amablemente.
La vida, las personas, nos ofrecen mucho, y siempre nos hacen un favor.
Y es estupendo saber que vivimos de favores, de muchas y variadas gracias. Pero, en cambio, no tenemos ninguna garantía humana, por mucho que se pretendan seguridades.
"Don't take it for granted". No tomes las cosas como dadas, podría traducirse. Ese sí, por favor implica no tomar nada como garantizado u obligado, como que se nos debe o que es" lo que tiene que ser".
Nota: Cantan Ella baila sola con mi adorado Jorge Drexler. Y la foto es de Alberto Guerrero Gil, un sobrino. Es la playa de Lira y, al fondo, Finisterre. No, no es el Caribe pero lo parece.