Estuve a punto de tirarlo al punto limpio, andábamos mi
hermano y yo tirando las cosas de la casa de mi madre. Vaciar la casa materna
es algo muy duro. Y además bastante laborioso, hay que dividir y separar: lo
tuyo, lo mío, lo suyo, lo de ellos, lo nuestro, lo que queremos dar, vender, tirar.
En el punto limpio te encuentras una curiosa taxonomía del mundo: muebles, metales,
plásticos, electrónicos, envases, dvds, radiografías. Hay categorías claras,
pero otras son complicadas. Está claro que es un plástico, aunque hay plásticos
duros y blandos. Pero ¿y un enser? ¿Qué rayos es un enser?
Es una cinta de metro, como tantas, amarilla, de costura,
150 centímetros enrollados como una serpiente. Iba a tirarla junto a 200 cosas
más: trapos, agujas, retales, ceniceros, cerámicas, cestos, macetas, apliques,
cacharros. ¿Qué es un cacharro? ¿Alguien sabe qué es un cacharro?
Es increíble lo mucho que tenemos y lo poco que sabemos de
las cosas que nos rodean. Cuando llega la hora de colocarlas en su sitio, de
clasificarlas, qué es la operación básica de todo hombre de conocimiento, de
todos los coleccionistas y naturalistas desde Noé hasta la fecha, nos asaltan
las dudas. Sólo sabemos que a los muertos se los entierra en los cementerios y
que las pilas van a un contenedor específico.
Mi madre murió hace casi dos años. Mirada azul, manos
temblorosas, cabeza erguida. Mujer de
altos vuelos y pocas palabras. Me alegro de haber tenido reflejos para salvar
su cinta de metro. L a recuerdo utilizándola con su dedal y las agujas,
haciendo algún jersey o metiendo algún pantalón para alguno de nosotros. Y su
máquina de coser, ¿dónde estará? Debió dársela a alguien en vida, no estaba en
la casa. No es fácil decidir si conservar o tirar las cosas, aunque lo más
común es perderlas, esta es la certeza más segura. Tampoco es fácil clasificarlas
ni medirlas. Asignarles su verdadero tamaño, proporcionarlas, cortarlas por donde
hay que hacerlo, plegarlas y coserlas, darles su caída exacta para que se
ajusten al cuerpo.
Quizás conservando el metro de mi madre pueda retener algo
de su antigua sabiduría, de su saber estar, de su saber medir y colocar la
palabra precisa en el momento justo, la sonrisa cómplice, la mirada generosa
sobre el cielo de esta mañana.
Acabo el diario de Márai esta mañana antes del riego y de
irme a Urueña. Empecé por el último, el correspondiente
a 1984-1989. La edición de Salamandra reproduce la última anotación a mano, antes de suicidarse.
Lucidez, emoción y una tristeza profunda, desconsuelo. La feroz vejez, la fragilidad y la consciencia. También la conciencia. Su
mujer, L., casi ciega y muy enferma, los cuidados que requiere, luego su muerte. Y más
muerte.
Todo es muerte y una cabeza espléndida. También amor. Al final solo se
alimenta de la lectura de los diarios de su mujer. Y de esos sueños o no
sueños donde ella le habla y le cuenta desde el otro lado. Mucha soledad y una desesperanza completa.
Acaba el verano y empieza el otoño. La Virgen de la Merced
el próximo sábado. En éste luce el sol y hace bueno. Se fueron mis tíos y les echo de menos. Tengo un pulgón que amenaza las adelfas. Disciplina en el jardín, fijar y seguir una rutina de
tareas. Lo mismo al escribir. Siempre el doble de lectura que de escritura,
propósito para siempre.
Hay una familia de lo que creo que son currucas viviendo entre la casa de mis tíos, la de mi prima y la nuestra. Pero las moscas se ponen insoportables en septiembre. Se pegan a la pantalla del ordenador en cuanto pueden.
Es mejor solo la cebolla cortada con el ajo picado que se haga lentamente en aceite de oliva, bien pochada. Luego perejil fresco y abundante. Después el pimentón sin que se arrebate. Quizás entonces un poco de tomate, pero poco. Y enseguida los fideos, que deben de quedar empapados en aceite, como si éste sobrara algo. Entonces apagas el fuego y puedes dejarlo esperando.
Cuando vienen a comer, no antes, añades el agua que soltaron las almejas al abrirse en una sartén aparte. Y echas más agua a ojo a los fideos para que se hagan. Vas añadiéndola según lo piden y van chupando. Un chorrito de vino blanco también viene bien. A fuego vivo tarda unos 9 minutos, depende del agua, del tipo de fuego y de la pasta.
Los fideos deben de quedar ligeramente caldosos, el aceite y el agua bien ligados en salsa, que se pueda mojar pan, hecha la pasta pero nunca pasada.
Justo al final echas las almejas, mejor no antes, porque si se hacen con los fideos a mí me parece que pierden tanto tiempo en agua. Así que las abro aparte y las echo a la pasta justo casi cuando ésta se ha hecho y lo dejo reposando unos minutos.
Antes de los fideos tomamos tomates frescos de los que saben. No puedo decir de dónde los saco porque me han dicho que es secreto y solo me lo venden a mí y otros pocos.
Tengo otros –3 grandes- que me dio el marido de Araceli, que tiene una huerta muy cuidada al lado de casa: manzanas, tomates, lechugas de varias clases, zanahorias, pimientos, ciruelas, judías verdes, etc. En fin, un huerto como yo quisiera y Dios manda.
El marido de Araceli es el que ha puesto una campana en un árbol para despiste mío.
Yo la oía desde el jardín y pensé que tenían una cabra. Me tenía un poco extrañada porque dentro del pueblo solo Carlos tiene ovejas y en otra época cabras.
El marido de Araceli está tumbado en el huerto, y cuando se acercan los pájaros mueve con el pie la campana. Trabaja como nadie, pero en la siesta es cuando vienen los estorninos a comerse el fruto de su trabajo. De ahí el misterio de la campana que nos ha tenido unos días cavilando.
El marido de Araceli me dijo muy serio mientras me daba esos tomates con el culo bien partido, como a mi me gustan, feos y prietos, con los bajos a cicatrices: “Yo soy agricultor. Habré trabajado 17 años en otro lado. Pero lo que soy es agricultor, que es lo que me gusta."
Así tiene su huerto, pimpante. Sin abonos ni fertilizantes artificiales, todo natural. Ya contaré cómo fueron sus tomates porque los tengo como oro en paño esperando a otros invitados. Beber y comer bien preferiblemente en compañía, se disfruta más si cabe.
Vi en el Telva una receta fácil, helado de dulce de leche: 1 litro de nata, 1 bote de dulce de leche y 20 galletas desmigadas. Lo intenté para el martes pasado, teníamos invitados.
Primer intento: un desastre. Me despisté y la nata líquida no estaba fría, recién sacada de la nevera, como tiene que estar para que se pueda montar bien (batir hasta que espese). Así que se hizo suero por un lado y mantequilla por otro. Mal que bien acabé el helado, no iba a tirarlo, quizás lo tomemos más adelante.
Luego hice otro, el que tomamos porque pude montar bien la nata. Cuando está ya casi montada se mezcla con el dulce de leche. Y se pone capa de esa crema y capa de migas de galletas, de polvo casi (cuanto mejor es la galleta, más rico el helado).
Lo comieron muy contentos y luego lo probaron el noviastro y el cura el miércoles porque había sobrado algo. El noviastro no dijo nada. Como suele hacer cuando le gusta algo: no habla. Cuando le pregunté dijo que era poco. Así que asumo que le ha gustado.
Los helados en mi casa habitualmente se hacían con huevos, 4 claras bien batidas a punto de nieve, que des la vuelta al plato y no se caigan. Las 4 yemas también batidas aparte hasta que se queden casi blancas, con el azúcar, 1 vaso, aunque también se la puedes echar a la nata, 1 vaso también, que debe de estar montada. Esa era la base de los helados familiares. Luego ponías chocolate fundido, piña machacada, turrón del blando disuelto o café bien concentrado, de lo que fuera el helado.
Ahora con lo de la salmonella tengo tanto miedo que no utilizo huevos crudos en verano. Y hago helado solo con la nata o con la leche ideal o condensada. Una salmonella en un adulto puede superarse. A una persona mayor o a un niño pienso yo que les puedes mandar al otro barrio.
De plato fuerte di fideos gordos, de los más gordos que hay sin agujero. Los de la fideuá no valen, tienen que ser de los de sopa basta. Fideos con almejas, chirlas si el dinero es poco, al estilo de Galicia. En concreto, de Santiago de Compostela, tal y como nos enseñaron en una tasca donde nos pusimos hasta las trancas hace ya cuatro años.
Pero también éstos me salieron regulares.
Eché tomate concentrado de Mercadona, y no hay que poner ese tomate. O es posible que pusiera demasiado.
Feliz de presentárselo a su familia. “Ya era hora” dijo alguien. Se alegraron mucho todos, lo natural en estos casos. Fiesta de cumpleaños, nada menos que 50, como para no celebrarlo. Comida en el jardín, quince invitados y dos cochinillos encargados que había que recoger en las bodegas cercanas. “Cariño, muchas gracias por ofrecerte para ir a buscarlos, no sabes el favor que me haces…” Confiada le dio su tarjeta Visa y su clave, nunca tenía dinero a mano. Ella se quedó preparando las ensaladas. Dieron las 2, luego las 2.30. Las 3 sonaron en la campana de la iglesia de San Cristobal. “Tranquila, prima, acabo de dar aviso a la benemérita para que detengan inmediatamente a un sujeto con pinta de vasco que conduce una ranchera con la bandera sudista en un lado, dos tostones en el maletero y una tarjeta robada”.
El jardín de mis padres en Boecillo (Valladolid), donde tenemos la casa, se da un aire a la Toscana, aunque también lo sombrío y recoleto hace pensar en los de algunos claustros. A finales de los 70 cuando arreglaron el pajar, la panera, y la hicieron habitable como vivienda, plantaron en el erial aquel que la rodeaba pinos, chopos, tamarindos, plumas de Santa Teresa y otros árboles y arbustos. Murió mi padre en el 88, siguió el jardín en manos de mi madre. "Conchita, ¿dónde vas?" le preguntaban mis tíos tras la merienda, cuando salía disparada, "Voy a regar el jardín." Así ha estado años y años, regando el jardín, hasta que ya ha sido muy mayor.
Durante tres décadas han trabajado ese jardín y lo han cuidado todos en mi familia menos yo, quien ni siquiera me matriculé de estudios boecillenses,que dicen mis hermanos. Paco e Irene especialmente, luego Josiane, que ha mantenido el jardín los últimos tres veranos y sobre todo el pasado, cuando murió mi madre. Y Carlos, el pastor, que ha sido el jardinero no oficial, pero el que lo ha mimado con esmero desde los 70, echando una mano, diciendo que acá o allá había que podar o hacer tal o cual. Carlos es una institución en Boecillo y merecería no una entrada en una bitácora, sino todo un libro a él dedicado. Escribí en su día algo, es una mina vital y literaria. Ayer me trajo un pájaro en una bolsa "A ver, tú que sabes... ¿qué es?" No tenía ni idea, no lo había visto y sin la guía Peterson a mano me pierdo. "Un cuco, es un cuco..." me dijo. Y se puso hablar con Rafa, el marido de Brígida, de las maricas (urracas, se llaman maricas por aquí) que atacan al cuco que pone huevos en nidos que otros hacen.
La vida da muchas vueltas, y como hoy soy la persona menos ocupada de mi familia, la que tiene menos responsabilidades y más tiempo por el momento, esta Semana Santa puedo echar un vistazo y ver cómo anda el jardín de mis padres. Ya era hora de que hiciera algo.
Podamos un poco hace unas semanas, primero el hijo de Esperanza, Alberto, las tuyas estaban marrones, secas, tan espesas que afeaban. Luego ha seguido Carlos con el hacha -verle manejar el hacha o la simple navaja es una gozada-, yo hice algo con unas tijeras a otras plantas (falta de práctica: una ampolla por novata). También he intentado averiguar qué pasa con los olmos, tienen algo que parecía pulgón pero no era pulgón, sino como un huevo dentro, "abolladuras" se llama, un hongo. Fui a ver a otro Carlos, de Mojados, me dio una solución, vamos a ver cómo marcha. Me preocupan los tamarindos, las santolinas han muerto, atamos el romero del cenador, la hiedra atravesó el muro, deberíamos quitarla, dice Carlos.
El domingo celebré mi 50 cumpleaños en el jardín de mis padres, ahora de mis hermanos y mío. Comimos tostón y ensaladas, helado y tarta de aniversario, bebimos Ribera de Duero, cumplía también años un primo mío, fuimos 15 a la mesa, bien que le celebramos, un año duro y difícil ha sido éste.
Espero poder contribuir a mantener lo que con tanto cariño plantaron mis padres y han cuidado mis hermanos e Irene, Carlos y Josiane. Estoy matriculada en la universidad de mayores de estudios de jardines y campo, troncal y optativas, espero que no sea tarde y que me admitan a examen.
Fui a comer hace dos semanas a casa de Miriam. Me puso de aperitivo migas con uvas, buenas hasta decir basta. El caso es que me animé a hacerlas. Mi abuela Aurora me contaba que cuando era pequeña en Almadén, donde su padre trabajaba en las minas de mercurio, los pastores las tomaban con lagarto, la proteína que tenían más a mano. Las ovejas que cuidaban no podían matarse así como así.
Como las sopas de ajo las migas son comida de campo, de cuando éramos pobres en España. Junto a las gachas y otras recetas tradicionales hechas con menos y nada alimentaron a generaciones enteras de españolitos, mal comidos pero fuertes y resistentes los que salían adelante, no hace falta más que ver las fotografías de nuestros antepasados.
“Niña, ponte recta en el caballo” nos gritaba mi tío Fernando al dar clases de equitación, “parece mentira que seáis de la generación del Pelargón y no la del garbanzo machacado, así nos criamos nosotros y no nos quejábamos tanto...” Hasta los años 60 comida de pobres, y eso cuando se comía en España. El pollo, según recordaba mi madre, se tomaba en escasas ocasiones, eran de granja. La industria avícola estará denostada pero gracias a ella comemos. Mi tía Tere, que en paz descanse, nos trajo un pollo de verdad de Rueda hace unos años. Lo sacamos a la mesa y el pollo, el muy desgraciado, parecía que había hecho aerobic con Jane Fonda, no pudimos hincarle ni el tenedor de duro como estaba.
Desayuné migas con tocino, chorizo y huevos el sábado y domingo. Quizás este fin de semana las haga si me sobra pan. Luego hablan de lo sano de la dieta mediterránea, tiene guasa. Sano no sé, pero rico y para aplacar ese hambre que te entra al mediodía, una maravilla al alcance de cualquiera.
Hoy es Miércoles de Ceniza, ayuno y abstinencia. Hay hambre porque además al calentarlos he quemado los chipirones rellenos que hice ayer con mucho cuidado. Si escribes, no cocines; si hablas por teléfono, otro tanto (mil disculpas, Maria José, por el improperio que he soltado al aparato). Y no aprendo, vuelve a pasarme una y otra vez hasta que queme la casa. Menos mal que Olimpia ladra cuando hay humo, es un detector relativamente barato.
Conduciendo por la antigua nacional VI (la A6 está en obras en 20 kilómetros casi), cruzo Ávila y Segovia intermitentemente y descubro no sólo Labajos, el pueblo, sino lavajos, muchos, los hay también en Valladolid, y hasta en Salamanca, me parece.
Ha llovido y el campo, aunque mantiene el pardo invernal, verdea. El agua extendida, retenida a veces en una leve hondonada del terreno, forma una lámina sin profundidad, charcos amplios parecen, a lagunas no llegan. Eso son los lavajos, charcas que quieren ser lagunas pero no pueden. Los da esta tierra y cada vez quedan menos.
Campos sembrados a mi derecha e izquierda, la hierba, ¿cebada?, crece. Donde hay agua suele haber pájaros que beben o buscan alimento. Me paro para mirar con los prismáticos. Me tiro al suelo para observar mejor. Hace un frío que pela. Sé que no llegaré a tiempo al registro de Olmedo, pero tengo la tarde del jueves y todo el viernes. Sopla el viento.
¿Chorlitejos y correlimos? Alguien más a lo lejos blanco y pequeño, sin manchas... ¿qué será?, ¿una cigüeñuela? He perdido vista con el portátil. Mi propio vaho empaña las gafas que chocan con las lentes de los prismáticos, mierda. Me voy a quedar helada aquí. Me meto de nuevo en el coche, pongo la calefacción fuerte. Olimpia se duerme.
A unos kilómetros antes de llegar a Olmedo paso otro lavajo que alguien hizo secar hace tiempo, tenía agua hasta en verano, cosa rara porque muchos desaparecen durante meses. Entro en el pueblo. Son las dos y diez, que venga por la tarde, me dicen en el registro, pues vale.
Llego a casa de mis tíos hacia las 3. Me dan cariño, unos canelones de muerte y un lomo adobado al whisky del que pido la receta inmediatamente. No ponen nada en el cine que nos interese a mi tía y a mí y que no hayamos visto, la del cisne nos da pereza. Otro día iremos.
PD: Por lo visto el término "lavajos" se emplea en tierras de Medina y el de "bodones" por Olmedo, lo dicen los autores del blog Valladolid, rutas y paisajes, una maravilla que descubro al escribir esta entrada cuando llego a Madrid y busco fotos y referencias.
Algún día los arqueólogos del futuro dentro de 200 o 300 años estudiarán el tupper, ese recipiente donde los humanos del mundo desarrollado guardamos comida en la nevera o en el congelador en su caso.
Los primeros tupper que yo recuerdo en los años 70 eran de un plástico horroroso que se limpiaba fatal. Si lo metías en el lavaplatos, el material se quedaba rígido como la mojama, estropeado, y, si lo lavabas a mano, frotabas y frotabas y no quedaba bien. Siempre había como una resto de grasilla o de algo.
Luego la cosa ha ido mejorando y sofisticándose. Hemos pasado a tupper específicos para que se puedan meter en el microondas y en el congelador, señalando incluso cuándo congelaste aquello. El propio recipiente tiene unas manecillas para poner fechas o permite meter una etiqueta o escribir en algún lado. Es impresionante la tecnología aplicada del tupper.
El tupper es símbolo de algo, no sé muy bien de qué. "En esta casa se cocina y se guarda”. “En esta casa no se tira nada.” Y luego la variedad de tamaños y formatos, que indica las épocas por las que pasó la casa: tupper chiquititos de porciones de puré de niño para ir calentándolo, tupper de 5 litros para caldos de familia, tupper de soltero o soltera donde a veces se guarda esa comida que la madre da por si acaso, tupper siempre variados que se acumulan en los armarios, que se acaban dejando en casas de amigos o familiares y nadie sabe ya de quién es ese tupper que no pertenece al juego original. Los nuestros son amarillos y cuadrados, éste es azul y redondo. ¿Quién se lo dejo?, ¿quién lo trajo? Nadie lo sabe.
No hay comparación entre guardar algo en un tupper o en un cacharro abierto, sin tapa, con un papel albal metálico o de plástico que siempre acaba por levantarse. Eso sí, a veces, si te descuidas, un tupper envejece en la nevera, en un rincón, y claro, no hay posible esperanza. Lo abres y tienes que tirar su contenido. No hay milagros pese al tupper, solo una conservación un poco más larga, pero la eternidad no está a su alcance.
En muchas familias, en muchos hogares, el escudo de armas moderno debería hacerse sobre campo de tupper, que no de gules, y luego quizás la leyenda de “por si acaso”, “nosotros guardamos” o algo similar. Viva el tupper.
Mi familia son mis padres, mis dos hermanos y mi hermana. De los habitantes de Padre Damián la mitad viven ya donde dicen que hay muchas moradas pero, a Dios gracias, ninguna mudanza más. Forman parte de ella quienes no están unidas por la sangre y están ahí, ayudando siempre como hermanas. También mis dos sobrinos carnales, beso y beso (uno es mi ahijado).
Tengo una familia más amplia con cuatro abuelos, tres tíos y una tía fallecidos antes de los veinte años, los hermanos de mi madre, los de mi padre y con quienes se casaron, y una tía monja de clausura en la Toscana (gracias a ella seguimos adelante, es casi centenaria).
Mi familia cuenta con innumerables primos por ambos lados. Risas, juegos, veranos, Navidades, bodas, hijos, trabajos, antes conferencias telefónicas y telegramas, ahora skype y móviles, y, cuando nos vemos, algún “Y tú … ¿de quién eres?” combinado en su caso con un “Y tú… ¿quién eres?” Es lo que tienen los dos árboles que me cobijan, que son muy grandes.
Mi familia son casas puestas con mucho cariño donde nunca falta un plato y una cama para los invitados, se saca de dónde sea. De Valladolid o Zaragoza pasando por el País Vasco a Madrid, luego extendiéndose por España, y hasta en Nueva York, Alemania o Reino Unido tenemos ahora a alguien.
En mi familia hay incontables alegrías y no pocas dificultades, problemas serios, también enfermedades, roces, porque nunca faltan, y desde luego que lágrimas. Hasta negra oscuridad que parece que todo lo traga, para acabar siempre con una luz amable: fortaleza, esperanza y amor a prueba de bombas nucleares.
Mi familia son ojos azules, verdes o pardos, algún pelirrojo, muchos rubios, otros morenos, es muy variado. Contamos hasta con calvos, con gordos y muy flacos, con ancianos, con bebés de pecho, con niños, adolescentes, jóvenes, treintañeros, cuarentones, cincuentones y sesentones, con amas de casa y médicos, con profesores, enfermeras o militares, con guardias civiles, ingenieros, abogados, empresarios, y, por supuesto, personas a la búsqueda de trabajo (todo esto de ambos géneros, nosotros no declinamos). Y con gente muy rara que no se sabe muy bien lo que estudia o hace.
Mi familia son los que estamos aquí y los que ya están en la montaña gozando de un merecido descanso. Aunque en algunos casos va a ser difícil incluso en presencia del Padre y de los ángeles. “¿Qué más puedo hacer yo ahora por quienes dejo abajo?...” Pues esto y luego lo otro: una caricia de mujer, de madre y abuela, de hermana. Y otra, y otra, y otra desde lo alto.
En mi familia hay personas de las que no sería justo decir que son o que fueron buenas, como señaló alguien. Para ellas no hay palabras, solo abrazos.
Mi familia es definitivamente algo muy importante: cálido amparo y ejemplo callado.
Mi hermano Juan se deja hacer mansamente. Le llevo dieciocho meses y es todavía muy pequeño. Hace los tres años en noviembre.
“Espera, que me falta de aquí…” Voy dando la vuelta a su alrededor, él muy quieto, muy prudente.
Antes yo le corté el pelo a la muñeca, pero no fue suficiente. Luego me he cortado mi propio pelo, pero es difícil hacérselo a una misma, no ves bien el resultado por detrás de la cabeza. Mejor a otro ser humano que se deje y que no proteste. Y Juan es bueno y no se mueve. Sigo “tras, tras, tras…” Me gusta el sonido de las tijeras y ver el pelo cayendo al suelo.
De repente mi madre aparece y pone el grito en el cielo. Me da un par de azotes.
“¡Te he dicho que no se cogen las tijeras!, ¡podías haberle dejado tuerto a tu hermano!…”
Lloro porque me han pillado, pero no porque me duelan los azotes ni porque me arrepienta. A los 4 años no existe aún el arrepentimiento. Además estoy francamente contenta porque puedo cortar el pelo, es divertido, sólo hay que ponerse a ello.
Anduvimos los dos hermanos con trasquilones un par de meses. Varias fotos de ambos ese verano en Boecillo, con mis primas y sus trenzas largas, mi envidia, con mi padre de la mano mirándonos con ternura, dan fe de mi corta carrera como peluquera.
Si conozco a alguien por el blog o en persona, si le escucho hablar en una conferencia o jornada, suelo acabar leyendo sus libros si escribe. Tal es el caso de Luis Díaz Viana, que moderó una mesa en Urueña. Vi un libro suyo en la libería Almudí, allí mismo, y lo compré de inmediato. Lo he leído con ganas. Parte de lo que él describe en “Los últimos paganos” es la villa romana de Puras o Adaja, el Museo Villa Romana, que está a unos pocos kilómetros de la casa de veraneo de mis padres.
Lo primero que me ha gustado es el ritmo “romano” de narración , perdón por esta manera tan torpe de expresar algo. Se trata de una carta que Antonio escribe a la muerte de Máximo recordando a su amigo esa noche. Estamos en el siglo V en España, en concreto en Castilla. “Pagano” viene de pago, antes aldea, campo. Esta Castilla nuestra todavía está llena de “pagos”. Con ese nombre, "pago", se publicitan hasta urbanizaciones enteras de chalets adosados, lo contrario a esa soledad o aislamiento de antaño.
En esa carta donde Antonio recuerda a Máximo se nos presenta Nivaria, el hogar refugio del “pagano” en el sentido también de creyente en los dioses romanos o, más bien, en la forma de vida romana. Un hilo conductor que conduce el relato es el paganismo, más como cultura o visión que como creencia en algo. Aunque si te pones a pensar ¿no es eso también un modo de fe, de creer en algo? Así parece y bien se cuenta en estas páginas.
La novela se lee estupendamente. Es elegante, pausada, medida y sobria. Me recordaba en momentos a “Los idus de marzo” de Thornton Wilder, aunque no tenga nada que ver salvo en la coincidencia romana. Creo que no puedo decir nada mejor como alabanza, lo merece.
Tiene, además, la virtud, hoy escasa en lo que se califica como “novela histórica” (aunque ésta no lo sea, es una novela a secas, mejor así, sin adjetivos), de que el autor no te inunda demostrándote lo muchísimo que de la época sabe -aunque lo sepa y se note-, sino que traza breves pinceladas. Algo, me parece, más difícil que poner páginas y páginas de descripciones y detalles a veces innecesarios y pesados.
El relato describe la figura de Máximo también como pagano en el sentido de resistente o reticente ante la fe cristiana que se va imponiendo. A través de él se percibe la manera en que el cristianismo o, quizás más bien, el cristianismo pasado por el estado o la política, podría ser visto como amenaza y elemento disolvente de lo que Roma había sido, era. Se desliza así la sensación al leer de superioridad moral o intelectual de algunos "paganos" frente a la intolerancia, simpleza de cabeza o afán de poder temporal de algunos "cristianos". Supongo yo que pudiera ser la visión de un romano pagano, aunque personalmente algo me ha chirriado a veces: no me creo "Quo Vadis" a pies juntillas, pero tampoco el relato alternativo por el otro lado. Es el único "pero..." que le podría poner acaso a "Los últimos paganos", que es una novela, ficción y parcial por lo tanto, no un ensayo que, por lo demás, también son parciales.
El contexto general de desmoronamiento que narra y la historia de los tres personajes principales, Antonio y Máximo y Cynthia, tienen una suavidad triste muy agradable y sus ratos de intriga, de ¿qué habrá pasado? Se mantiene el interés hasta el final y da pena acabarla. Hay incluso un romanticismo raro literariamente hablando. Raro por sobrio, de una sobriedad castellana o romana, quién sabe. Qué gusto da encontrar el rumor ese de fondo, imperceptible casi, de una historia de amor que no sea tópica, almibarada ni con lugares comunes o elementos previsibles, de puro marketing, contada con tan pocas palabras, tan sin explicarla, no hace falta. Muchísimas gracias.
Pero si algo emociona de todo el texto es su melancolía y la descripción de Nivaria, el lugar donde se honra a los antepasados, en sentido estricto y laxo, los dioses familiares, los de la casa, los que guardan el pasado, que eran ellos y somos nosotros a quienes ellos también guardan. Siempre en la memoria la tierra y quienes la pisaron antes. Lares, manes, penates,“Los últimos páganos” recuerda esa constante humana de rendir culto a los que nos antecedieron y de invocar su protección ligada al lugar que habitaron. La casa puede ser el lugar más sagrado, el templo donde el fuego arde.
Dice alguna crítica o la solapa del propio libro, ya no recuerdo, lo acabo de prestar, que el autor describe nuestra época. Creo que es cierto. Notas el paralelismo y deseas que exista algún lugar como Nivaria donde las alegrías y esfuerzos del campo, su ritmo, hagan olvidar el imperio que se cae a pedazos, decadente, mundano, vulgar y bárbaro: la ciudad de los hombres nunca es la de Dios, que suele habitar en el campo. Aunque, como Cynthia, se pueda creer que en Cristo todo está redimido y salvado, a veces entran ganas de echarse a un lado y de que un perro como Céfiro, el de Máximo, te acompañe mientras guardas memoria de quienes fueron e intentas honrarles. De todo esto trata "Los últimos paganos".
PS: La novela ha ganado el premio Ciudad de Salamanca 2009, está publicada por Ediciones del viento y tiene 171 páginas. Por si no ha quedado claro, su lectura es muy recomendable, da gusto.
Fuimos al cine el equipo A, Josianne y yo. El equipo A son cuatro sobrinos de 13 a 17 años. Yo estaba dispuesta a ver, precisamente, “El equipo A”, entregada a la causa juvenil o la que fuera. Pero ellos me sugirieron que “las chicas” podíamos ver “Madres e hijas” que pasaban a la misma hora y entramos. Me arrepentí de que mi sobrina de 13 lo hiciese. No es película para niñas, empieza con una adolescente dando a luz, un par de escenas que no considero recomendables para esa edad, una historia compleja, para adultos. Luego un primo mío me dijo que sí, que precisamente podría ser bueno que lo viese. En fin, lo siento en cualquier caso, no me di cuenta.
Da gusto ver a la gente mayor en el cine envejeciendo no sé si con dignidad o sin ella, pero desvencijados, con arrugas y sufriendo, tal y como pasa: Annette Bening está estupenda, como Jimmy Smits y Samuel Jackson. Naomi Watts, más joven, tiene un papel lleno de registros, excelente.
La película de Rodrigo García es desoladora y espléndida, como la vida a veces: una niña entregada en adopción, una mujer que a los cincuenta no la ha olvidado, una brillante abogada que parece que no quiere que la quieran. La falta de amor, de sentirse querido o amada, produce a menudo malas artes, muy mala baba, o ser un borde, un raro o una insoportable simple y llanamente. Hay dos hombres mayores y decentes, buenos en el buen sentido de la palabra. Inspiran tranquilidad y respeto. Me gusta ver en el cine hombres que son reales y no siempre unos completos impresentables de un modo u otro. También hay otra niña embarazada y una pareja que quiere un hijo o así lo piensan. Muere una madre a la que una emigrante cuidaba con su hija pequeña al lado. También aparecen madres y discusiones de las que se tienen por diferencias de carácter, también silencios que son más graves. Sale algún destello de familias que entienden perfectamente lo que está pasando aunque no se les cuente, no les hace falta. Y hasta una "new christian" yanqui de una ingenuidad desarmante, y una ciega que sugiere que no hay que hablar ni pedir cuentas a nadie, solo estar al lado. Es una de las mejores escenas de la película, en la azotea de una casa dos mujeres que hablan.
El perdón y el arrepentimiento son dos cosas diferentes. Con el último, que tampoco es intercambiable con la simple culpa ni los remordimientos, se puede vivir a veces. Como dice la chica ciega, es como una película de ficción llevar un ser vivo dentro nueve meses. Aunque yo creo que es más impresionante llevarle dentro toda la vida como se lleva a un hijo, en el corazón de modo constante. Eso me parece que es el amor materno: incondicional y eterno, limitado también porque los humanos somos débiles y metemos la pata continuamente. Las madres tampoco son perfectas, porque son mujeres, como las hijas. Eso pasa. Sin embargo, qué calor se puede sentir de pequeño, de adolescente, llegada la madurez o sobrepasada cuando uno se ha sentido querido, protegido desde niño, alentado y también corregido por una madre presente y que sabe querer.
“Madres e hijas” es una película delicada y fuerte como lo es la maternidad que se ejerce con corazón y cabeza, con ambas. El amor siempre está a tiempo, incluso fuera de concretos dramas sobre hijos dados en adopción cuando la madre no quiere, como en cierta medida pasa. La vida nos acaba adoptando a todos y dejamos la casa materna, la madre, y sentimos pena, nostalgia. La sensación que se tiene al acabar de ver la película es que todo llega aunque no suceda nunca. La esperanza cuando todo parece vencido, hecho y acabado, o la muerte que se clava, es esa: querer es posible aunque sea de modo imperfecto y a agua pasada. Rodrigo García, director también de “Cosas que le diría con tan solo mirarla”, ha vuelto a hacer una película que conmueve.
A los niños pequeños de mi familia se les calma con un currusco de pan cuando les están saliendo los dientes. Así se consuelan del dolor, lo anestesian. Roen incansables hasta que desintegran con babas e insistencia el pan. Hasta el más duro acaba siendo migas empapadas que suelen caer al suelo, tragan pocas, tal ansiedad tienen.
El hambre hace crujir las tripas. El sábado pasado lo noté de nuevo en el curso que hice. La sala estaba en silencio y mi compañero de al lado pidió que le dieran de comer sin palabras. Se le oía perfectamente.
Luego Eduardo el domingo me dijo lo siguiente “A ciertas edades no hay que pedir ya, estamos para dar lo que otros vayan queriendo”. Parecía él bien servido, contento y en paz. Cuando al final del curso se despidió, como siempre se hace en estos seminarios, con la frase "estoy completo" sonaba auténtico.
PS: Gracias a Eric y Anne Marie, co-lideres en el curso de Process de Coaching del pasado fin de semana, a Eduardo y Maria de Mar, ayudantes, Marta, traductora, y a todos los compañeros.
Fui al cine a ver "Dos hermanos". De vez en cuando hay que ventilarse con una película en sesión de tarde, casi sola en la sala, ir y volver al Renoir de Cuatro Caminos andando.
La historia va, naturalmente, de dos hermanos. Son argentinos, en torno a los sesenta años, ella, Susana, Mirtha Legrand, él, Marcos, Antonio Agasalla. Entre Buenos Aires y Villa Laura en Uruguay, uno vive en la ciudad, otro se va a vivir a un pueblo pequeño por diversas circunstancias que no hay que destripar. Conviven, tienen también su vida aparte. Uno de los dos es tramposo, manipulador, vitalista, hiperactivo, agotador, no hay quien le aguante y ha creado una ficción en la que vive y enreda a los demás, a su propio hermano. El otro es de esas personas que se "quedaron" cuidando a su madre, con un modo de mirar y de pedir poco, de dejarse hacer resignado. Hay un humor fino, argentino y judío, o a mí me lo parece, ternura y compasión, dos personajes muy bien tallados.
Pero además en Villa Laura aparece un actor de mediana edad que está montando "Edipo Rey" y en Buenos Aires un galán parecido a Clint Eastwood. Se puede aprender a montar en moto a los sesenta años o subirse a un escenario, solo hacen falta ganas. O sea, esos milagros constantes que tiene la vida. Y para eso está el cine, para recordárnoslo.
Me ha encantado la película. Los hermanos hacen muchas cosas por los hermanos. A veces se olvida porque se va demasiado rápido, o se es muy desgraciado, se está muy solo como para apreciar a quien se tiene o tuvo cerca. Y luego ese retrato, aunque no es el tema de la película para nada, tan medido en mi opinión, de un hombre homosexual que no va de loca ni va de nada, lejos de los tópicos habituales.
Creo que la dirección de Daniel Burman es estupenda, el guión excelente y diferente, nada ya contado o así contado. Está basado en la novela "Villa Laura" de Diego Duckobski. Y las dos interpretaciones son una desmedida y la otra medida, como corresponde a cada personaje. Los secundarios también son muy buenos. Da gusto ver a actores tan contenidos y creíbles. Conviene no perderse los títulos de crédito al final. Es posible que un piano, Irving Berlin con su "Tipping on the Ritz" y Edipo Rey casen.
Volví andando calle Raimundo Villaverde abajo. Oí a unos pájaros en mitad del ruido del tráfico. Me paré un rato. Identífique a tres o cuatro herrerillos. Javier Barbadillo o Jesus Dorda lo podrían decir con seguridad. Era curioso escucharles a pesar del estruendo reinante. Al lado un parque lleno de niños pequeños de todos los colores, como corresponde al barrio, también piando.
Pide agua mi sobrino. Los armarios de los vasos están altos. La jarra en la nevera pesa demasiado para él, no puede con ella. Bebe Javier y me mira por el rabillo del ojo mientras le observo, nos reímos los dos y casi se atraganta.
Olimpia también bebe constantemente. A veces viene y me pone la pata encima de la pierna, se le ha acabado el agua y la reclama. Es curioso ver beber a un animal, la lengua trabaja para hacer subir el liquido haciendo entre cuchara e impulso. Lo vi una vez a cámara lenta y era impresionante.
Me encanta el gesto humano de hacer cuenco con las manos para coger el agua cuando estás en el campo y no hay vaso. O beber del caño directamente, poniéndote de lado, siempre acabas mojándote. Otras veces metes la cabeza entera debajo si hace calor, da mucho gusto.
Los ancianos, como los bebés, no piden agua, pero la necesitan. Hay que estar al tanto, se deshidratan con facilidad. Los primeros muchas veces no sienten ni siquiera la sed. Por lo visto es algo normal con la edad, la sensación de sed se pierde a menudo. Según me dicen, van al hospital a veces y lo que les pasa, entre otros males, es que están deshidratados muchos de ellos, se han olvidado de beber. Veo en el parque a niños de los que no hablan todavía y sus madres o quienes les cuidan llevan un biberón con agua.
“Qué buena está el agua” decía mi abuelo Felix, “no hay nada mejor”. La agradecía siempre. La sorbía poco a poco, paladeándola, como si fuera un tesoro. Luego seguía leyendo el ABC, página a página, hasta que lo acababa. A veces añadía "Ni Onassis vive así de bien, vamos, ni Onassis con Jaqueline...".
Yo quería ser reservista. Se me ocurrió el pasado mes de noviembre en casa de Rose y Alfonso, en Jaca. Vino un amigo suyo militar y su novia. No sé, empezamos a hablar y de repente me contaron lo de la reserva y vi el cielo abierto. A ver, siempre he creído que la defensa (como la política y otras cosas) corresponde a todos. Me gusta la participación de verdad, la práctica, la de remangarse. Por otro lado, las campañas institucionales del ejército me parecen de pena, las de publicidad y todo eso. Si yo fuera Marruecos nos invadía inmediatamente con esos soldados de los carteles y anuncios abrazando niños y con cara de buenos. Por eso pasó lo de Perejil, estoy convencida.
Bueno, el caso es que me dijeron que uno puede ayudar para lo que sirve, desde lo que es uno profesionalmente, un mes de formación o así y luego te llaman cada x tiempo. No se cobra, claro. No es por el dinero, naturalmente, es por el honor que es servir a tu país y todo eso y porque me gusta estar activa en lo que sea. En fin, que me apeteció un montón, y además de comer como una bruta en el Pirineo y ver románico, volví a Madrid todavía más contenta y anuncié a mi familia en pleno que me iba a hacer reservista, ea.
Mi madre ya está acostumbrada y no dijo ni mu; mi sobrina, 12 años, pensó que me iba a ir a Afganistán y le dio mucha pena; mi sobrino y ahijado Javier, de 9 (pretendiente de las hijas de Jesús Cotta, si Dios quiere) me miró con un poco más de respeto, tampoco excesivamente; y mis hermanos, Paco y Juan, se rieron de mí, como siempre hacen. “Pero Aurora, ¿reservista tú?, si no puedes matar ni a una mosca…” “No es cierto, dado el caso estoy segura que podría hacerlo con una frialdad extrema, pero además, perdonad, a mi me van a llamar para lo de la inteligencia…”.
Nos enzarzamos en una discusión, claro, pero no me pudieron quitar la idea. Hace una semana convocaron las plazas y mandé una solicitud para una cita, todo ilusionadísima, como siempre. Había unos puestos estupendos relacionados con comunicación institucional, “Joé, vaya suerte que tengo”. Aclaro que no he cursado periodismo, aunque he trabajado quince años años en comunicación de empresas y organizaciones. Como el inglés: trabajo y doy clases en dicha lengua, traduzco libros y los adapto, escribo y leo en dicha lengua, pero título, no tengo más que el First o algo así que me saqué a los diez años, creo.
Total, me levanto hoy muy animada porque había pedido cita a primera hora, a las 8 y algo. Si hay que morir por la patria se muere, pero temprano (que tontería es esa de morirse al mediodía, nada, yo la primera). Naturalmente, pese al entusiasmo, lo que me muero es de sueño –este fin de semana he dormido poquito- y llego 10 minutos tarde. Me pasan un cuestionario de salud, luego un test psicológico donde parece ser que he dado aceptable pero que era muy lento al principio, ¿a qué tanta instrucción para contestar en una escala 1 a 5 y decirte que no pienses mucho la respuesta? Como si alguien se parase a pensar las respuestas. Pero luego han venido los títulos. Y ahí mi gozo en un pozo.
-No puede solicitar Vd. esas plazas. No tiene la titulación correcta…
-Oiga, pero los cursos de doctorado que hice son de Ciencias de la Información, la tesina, el dea, he trabajado desde el 95 en esto, mire, mire, las referencias, y he traducido "Liderazgo y capital moral" -prometo que se lo he dicho-, vea, vea…”
Nada. Impasible. Incorruptible. Inamovible. Tenía que ir de reservista a algo de derecho, que sólo de pensarlo me muero porque no sé nada, es como si me preguntan los reyes godos, ni me acuerdo de la carrera que cursé hace ya veinticinco años.
He salido muy triste, con el ánimo francamente bajo. Ni mi patria me necesita ya, ni el ejército me quiere. Pero se me ha pasado rápido, porque he ido a ver a Rose luego, he desayunado una tosta muy grande con sobreasada, he pasado por la Casa del Libro (siempre sin visa en estos tiempos), he llegado a casa y he preparado clases intensamente. Después me he echado una siesta. Y a mí todas esas cosas me quitan las penas. En fin, Carmen Chacón, tú te lo pierdes. Yo estaba muy dispuesta a hacer algo por mi patria.
Todas las primaveras me ocurre lo mismo. Veo a más mujeres embarazadas. ¿Habrá más o es que se ven más? Como en El Olvido con CB y desde mi mesa veo a la maitre detrás del mostrador “¿Está embarazada su compañera?” le pregunto a la camarera. “Sí, de siete meses ya”. Salgo a dar una vuelta con Olimpia. En el parque hay una mujer sentada en la hierba, las piernas ligeramente abiertas, una tripa redonda y blanca que ella muestra para que le dé el sol, los ojos entrecerrados. Y en el gimnasio de nuevo, una mujer con un vientre redondo, no sé si incipiente o es de las que no engorda casi, hace unos suaves estiramientos por su cuenta, ajena a las televisiones y a todos, escuchando su propia música, la de los auriculares y la que lleva dentro.
Lucía, mi sobrina, es médico, tiene dos niños y dibuja con mucha gracia. Está embarazada y tiene que estar en reposo, muy quieta. Le pedí que me hiciera la ilustración para la invitación de “Fernanda…”. Se nota que está en estado de buena esperanza hasta dibujando. Gracias, guapa, muchas gracias.
Estado de buena esperanza, se decía antes. Suena antiguo, quizá raro, pero parece que es lo que es, un estado de esperanza para ellas y para quienes las vemos o estamos a su lado.
Como dar a luz, que la dan de algún modo. La dan el día del parto y antes.
Al llegar a Castletownbere solo llevaba el nombre de una persona que, por circunstancias diversas, me habían dado desde Madrid. Era la dueña de la funeraria, algo singular, totalmente irlandés. El caso es que al llegar descubrí que no solo tenía ese negocio, imprescindible e importante en cualquier comunidad que se precie, sino que era dueña de la ferretería, un comercio también fundamental en un pueblo.
"Estoy muy ocupada esta semana y la que viene, me vas a disculpar que no te atienda". Sí, hubo varios muertos en una semana. Nada grave, solo vejez afortunadamente, y, claro, se le amontonaba el trabajo a ella y a la parroquia. Así que me presentó a su hija por si tenía yo algún problema, Ella se llamaba. Había trabajado en España en unas bodegas y hablaba español estupendamente, era encantadora. Ella tenía además un hermano, el pequeño, con el que intenté que hicieran migas mis sobrinas el segundo año que fui, eran de la edad. Pero las dejó tiradas un día con la bici en mitad del campo a las pobres.
Claire fue mi mejor amiga irlandesa. Vivía a unos 10 minutos andando en el mismo Tir Na Hilan.Trabajaba en la fábrica conservera del pueblo unas horas, le permitía dedicarse a sus hijos. Tenía Claire una casa preciosa que construyó su marido porque sabía hacerlo. El matrimonio, como hacen muchos irlandeses, se había marchado a Inglaterra al casarse. Él había trabajado mucho de albañil cualificado, habían ahorrado lo suficiente -o sea, mucho-, y se habían vuelto a Irlanda a tener los niños y criarlos allí. Los dos tenían familia en Estados Unidos que venían con frecuencia, ellos también les visitaban.
Claire no bebía nada, era abstemia, algo relativamente común allí, en esa zona. Asumo que porque vio cómo otros de cerca el efecto del alcoholismo ajeno, familiar seguramente, o porque quizá tuvo problemas en el pasado. La gente que no lo prueba suele pertenecer en el caso de Irlanda a esas dos categorías. También los había que se subían Hungry Hill sin pestañear y luego bebían a espuertas. O que bebían primer y luego subían, que también los había.
Recuerdo un par de fiestas en mi primera casa, la encantada, con mis sobrinos el primer año, en la otra que Sean y Ruth me alquilaron el segundo año, con mis sobrinas. La gente no hacía más que entrar y salir continuamente de nuestra casa a veces. Y no solo es que fuéramos sociales, que lo somos, es que también dábamos de comer gratis y francamente bien a quien llegaba. Y eso hace muchos amigos en cualquier parte, pero en Irlanda, que comen de aquella manera, pues más.
Hoy víspera de San Patricio, patrón de Irlanda, tengo a la península de Beara donde siempre, en el corazón, bien dentro. God bless Ireland.
PS: Las fotos son con mi hermano J., mis sobrinos C. y J. y mi perra Pepa, su último verano viva. La oveja también se metía en casa, eso desde luego. Nublado y sol, porque hay sol en Irlanda, lo prometo.
Fuimos el sábado pasado al Museo del Prado Josianne y yo. La hora de la comida es un buen momento para hacerlo. Lo pasamos bien. Siempre vuelves a descubrir aspectos nuevos de cuadros que has mirado cien veces. Se disfruta más en compañía también, me parece. Otros ojos a tu lado ven detalles que tú pierdes. La condesa de Chinchón era la mujer de Godoy, no tenía ni idea. Qué manos las de la Virgen de la Adoración de los pastores tan regordetas, tan de mujer de pueblo. Y ese niño fajado y expuesto en vertical con esa carita tan rica, redonda y serena. Otra vez la magnanimidad en la mirada y el gesto del vencedor en la Rendición de Breda. Luego el plata y rojo que se repiten en los vestidos de la infanta y la reina en Velázquez.
Llegamos a los bufones de Velázquez y me preguntó Josianne qué eran. Fui explicándole lo que sabía, poco. Tocó el niño de Vallecas y me paré más tiempo ante esa mirada y la del propio pintor en ella.
Cuántos recuerdos. Qué huella tan ligera sobre la tierra dejan. Ni el más mínimo daño hacen de cómo pasan, tan leves. Y qué silencio tan duro cuando se nos mueren. Se fueron esos ruiditos suyos constantes, ni palabras eran. Luisa, 1968-2001, en la paz de Dios descansa, en la que estuvo desde que nació, pero ya "oficialmente" desde aquella madrugada de Jueves Santo, día del amor fraterno. No fue una coincidencia.
N. me envió hace unas semanas un poema que me emocionó como el niño de Vallecas. Los pintores, los poetas, los músicos, en fin, tanta gente, saben decir lo que otros sentimos muy dentro. Espero que no le moleste al autor y que me perdone en su caso.
BELINHA (1958-2005)
Para mi hermana Ana
Un oscuro designio de Quien es
el propio Amor y toda la Justicia
te denegó la luz de la razón.
Algún día veremos que era bueno,
que fue un resorte decisivo para
la Gloria del Señor del Universo.
Hasta entonces guardemos estas cosas
en nuestro corazón -arca de Fe-.
Pero ya algún atisbo me anticipa
la claridad final: esa carencia
tenía un reverso misterioso de
privilegio: que nunca hicieras mal
y tu paso dejara en esta vida
la misma estela pura que los ángeles.
Más: tu debilidad nos hizo ser
a cuantos estuvimos cerca de ella
mejores que nosotros. Y hoy que ya
vives la luz del rostro del Eterno
a todos tus hermanos nos mejoras
un poco más con tu oración perfecta.
Acaso a ti, de todos la más pobre,
a la que todo lo necesitaba,
a la que en tanto tiempo llegó apenas
a balbucir «las vacas» y unos cuantos
nombres propios cercanos (eso sí:
uniendo con un raro instinto los
matrimonios), precisamente a ti,
nosotros, tus hermanos, los llamados
normales, los que siempre te mirábamos
con lástima, por una de esas bromas
de la Divina Providencia, acaso
cuando llegue la hora verdadera
te debamos la Bienaventuranza.
Miguel D’Ors
PS: Volvimos andando un rato desde el museo a casa. Josianne al paso suyo, o sea, el famoso paso brasileño, cadencia en el suelo mojado del Paseo de Recoletos. No sé cómo lo hace... ¿las entrenan?. Yo, al mío, trote de legionario, más bien cochinero. Acabamos cogiendo el metro, difícil acompasamiento.