
El primero que vi fue al lado de La Caixa en Madrid, alto, tupido y vertical. Al otro lado del paseo, el Botánico crecía horizontal y amplio. El otro casi colgante… ¿Serían los de Babilonia así? Me quedé mirando.
He buscado información. Me parecen raros y algo inquietantes. Querría tener uno, pero son caros de instalar. Y en Boecillo tenemos uno de muchos metros de horizontalidad y suelo malo. No hacen falta verticalidades, el espacio sobra. Demasiado espacio a veces.
Bendito y maldito espacio, primero se busca, luego te agobia tanto espacio que mantener cuidándolo.
Necesito acostumbrarme a la soledad de nuevo, aunque sea por horas, por días, cuando no tengo más remedio. Pero no me gusta nada. Ahora la rechazo, no la abrazo ni me sumerjo en ella.
Cuando encuentras la compañía adecuada, la soledad ni se plantea, no es alternativa, te duele. Se ha roto esa soledad interna que llevas, se ha resquebrajado de arriba abajo. Eres testigo de alguien y alguien lo es tuyo. Tú eres, yo soy, ambos nos vemos.
Te repito cada día tu nombre, tú el mío. Damos testimonio de que alguien vive, es. Hay más, claro: personas, amigos, familia, trabajo, escritura, lecturas, problemas. El paro, la incertidumbre. Pero yo digo tu nombre y tú el mío como nadie humano los pronuncia. Sólo Dios los puede decir más claro.
Llevo cincuenta años sola y creo que sé de lo que hablo. Hay muchas lecciones teóricas de soledad, poses y coartadas pretendidamente vitales. Hasta literarias a veces.
Creo que la soledad es lo que queda cuando nadie te ha encontrado o no encontraste a la persona adecuada. O se fue. O la echaste. O no salió por lo que fuera. Da igual. No es nada agradable, nada. No es esa soledad el silencio interior que necesitamos. Es algo duro y triste: no sentirse querido, quizas no aceptar cuando te aman, no poder resistir que alguien te quiera y acabar por ahuyentarle, o que se haya ido dando un portazo o silenciosamente, sin decir nada. Ese hueco de tan humano no es humano.
A veces la soledad es seguir buscando y quizás negar que lo haces, por miedo o vergüenza, por cansancio. De la soledad, como de la necesidad, podemos hacer virtud con frases pretendidamente brillantes. Y de un modo tan insistente, tan reiterado, que sabes que es hueca, un castillo de naipies, los soplas y se caen. Es de una ternura desarmante ese esfuerzo.
Jardines verticales, floridos a veces, el verde constante. Requieren poco riego. Parecen fáciles de mantener una vez sembrados. Invaden sin invadir, pese a ocupar poco espacio, como el de La Caixa.