Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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domingo, 2 de octubre de 2011

Los jardines verticales

Son el último grito en jardines. Ocupan poco espacio.

El primero que vi fue al lado de La Caixa en Madrid, alto, tupido y vertical. Al otro lado del paseo, el Botánico crecía horizontal y amplio. El otro casi colgante… ¿Serían los de Babilonia así? Me quedé mirando.

He buscado información. Me parecen raros y algo inquietantes. Querría tener uno, pero son caros de instalar. Y en Boecillo tenemos uno de muchos metros de horizontalidad y suelo malo. No hacen falta verticalidades, el espacio sobra. Demasiado espacio a veces.

Bendito y maldito espacio, primero se busca, luego te agobia tanto espacio que mantener cuidándolo.

Necesito acostumbrarme a la soledad de nuevo, aunque sea por horas, por días, cuando no tengo más remedio. Pero no me gusta nada. Ahora la rechazo, no la abrazo ni me sumerjo en ella.

 Cuando encuentras la compañía adecuada, la soledad ni se plantea, no es alternativa, te duele. Se ha roto esa soledad interna que llevas, se ha resquebrajado de arriba abajo. Eres testigo de alguien y alguien lo es tuyo. Tú eres, yo soy, ambos nos vemos.

Te repito cada día tu nombre, tú el mío. Damos testimonio de que alguien vive, es. Hay más, claro: personas, amigos, familia, trabajo, escritura, lecturas, problemas. El paro, la incertidumbre. Pero yo digo tu nombre y tú el mío como nadie humano los pronuncia. Sólo Dios los puede decir más claro.

Llevo cincuenta años sola y creo que sé de lo que hablo. Hay muchas lecciones teóricas de soledad, poses y coartadas pretendidamente vitales. Hasta literarias a veces.

Creo que la soledad es lo que queda cuando nadie te ha encontrado o no encontraste a la persona adecuada. O se fue. O la echaste. O no salió por lo que fuera. Da igual. No es nada agradable, nada. No es esa soledad el silencio interior que necesitamos. Es algo duro y triste: no sentirse querido, quizas no aceptar cuando te aman, no poder resistir que alguien te quiera y acabar por ahuyentarle, o que se haya ido dando un portazo o silenciosamente, sin decir nada. Ese hueco de tan humano no es humano.

A veces la soledad es seguir buscando y quizás negar que lo haces, por miedo o vergüenza, por cansancio. De la soledad, como de la necesidad, podemos hacer  virtud con frases pretendidamente brillantes. Y de un modo tan insistente, tan reiterado, que sabes que es hueca, un castillo de naipies, los soplas y se caen. Es de una ternura desarmante ese esfuerzo.

Jardines verticales, floridos a veces, el verde constante. Requieren poco riego. Parecen fáciles de mantener una vez sembrados. Invaden sin invadir, pese a ocupar poco espacio, como el de La Caixa.

miércoles, 20 de julio de 2011

Las tijeras y el cuarto de los rayos X


Hacía calorcito y se estaba bien allí, cosiendo mamá, en la mesa camilla y con el brasero dentro. Parecía que siempre era enero fuera.

Pero entonces ella, tras la que parecía una invitación o una sugerencia, se lo pidió con firmeza.
"Las tijeras me las he dejado en la consulta del abuelo antes sin querer... ¿me irías tú a por ellas?..."

Era un juego que su madre le proponía para aprender a vencer el miedo. La casa heladora, el pasillo largo y sin luz apenas, y allí al final, en un cuarto siniestro, los temidos rayos X. Siempre imaginaba que alguien, un paciente de su abuelo, podía haberse quedado escondido. Él, o al menos su esqueleto, ahí quieto, esperando para dar a alguien un susto de muerte. Además la idea de salir del calor del brasero y tener que enfrentarse sola, no más de seis años, al frío y a la oscuridad que se le hacían eternos, le daba no solo miedo, sino también pereza.

"Venga, vete a por ellas..." Era una petición que no lo era, el tono de cariño pero con exigencia. Había que hacer lo que no se quería o no apetecía, la vida era también eso.

Así media infancia: yendo a por las tijeras al cuarto de los rayos X. Luego vinieron otros miedos en la adolescencia y otros distintos o iguales en la madurez, acercándose a los cincuenta.
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No sólo es miedo. Es también pereza de enfrentarse sola, en mitad de la oscuridad y el frío de un corredor largo e interminable a veces, para ir a buscar unas puñeteras tijeras, las que sean, dejando atrás el brasero donde te quedas adormilada, tranquila y quieta.

Miedo, soledad y pereza a partes iguales y siempre. Siempre, siempre, siempre.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Esperanza (el mantel)

Viajera en tránsito cada mañana. Cuando el ánimo no acompaña, ni tampoco el exterior, húmedo y tristón, solo se puede sacar calor de donde lo hay. La esperanza es un bien, aunque es interesante la diferencia que el inglés hace entre to hope, to wait, to look forward y to expect. Recuerdo “Great expectations” y esa pena que te dejaba en el alma. Antes que la fe se pierde la esperanza, creo yo.

“Maneja bien tus expectativas”, “no esperes demasiado”, “no esperes lo que no cabe esperar”. Vale, bien. Pero quiero seguir siendo una mujer con esperanza y escribir así. Está el horror oscuro y helador, la aspereza y dureza del mal fuera y dentro, en mi interior, la falta de amor, mordiscos, dentelladas, heridas abiertas que sangran y duelen. Y la soledad, siempre la soledad. Pero también hay más: caricias por sorpresa, una pisada delicada, alguien que mira y ve, un te quiero que es verdad. Todo acaba por ser una mezcla singular y, por eso, humana. Es humano esperar.

“Cuentos felices ”, me sugirió JC. Estoy en ello, serán “Cuentos casi felices” quizás. De la felicidad de un anuncio o el final feliz impostado, falso, hasta la amargura, el escepticismo y la enmienda a la totalidad vital, ¿más pose que realidad?, me parece que hay un espacio donde moverse que no es la ilusión o el entusiasmo, bengala que dura un suspiro, nada más.

La esperanza es un lugar que tiene manchas, migas y arrugas porque se usó, tal y como acabó el mantel de ayer después de cenar. Desde ese mantel que está como está, a ver si le puedo adecentar, se puede mirar y escuchar, poner de nuevo la mesa con cuidado, invitar otra vez a ver si alguien se quiere sentar. También escribir, ¿por qué no?

Sigo con Melody Gardot. Reconocer que uno se ha enamorado da esperanza también, aunque no se tenga. (Canta "Baby, I am a fool").

PS: Viene I. a tomar el aperitivo y me dice que la esperanza parece hoy poco literaria. Vaya por Dios.

jueves, 1 de julio de 2010

Deja que hablen (Aire)



Mira que vivimos en una ciudad grande donde millones de demonios y ángeles cruzan todos los días las calles, entran en los bares, van a la oficina o a clase y vuelven para besar a sus hijos, abrazar a su mujer o a sus padres. También hay quienes cenan y duermen de cualquier modo y en cualquier parte, no pegan ojo hasta bien entrada la madrugada. Tienen un insomnio constante.

Por eso, por favor, te pido que no te enfades por los comentarios que hacen de si tú te quedaste una noche o si yo me paso demasiado tarde por tu casa. O las cábalas sobre qué ocurre, qué resorte saltó o salta, si me buscas tú o soy yo la que te anda buscando.

De verdad, da igual. Hay que dejar que la gente hable.

Por mi parte te diré que me hace gracia. “No hace más que mirarle". “No hay un día que falte para visitarle”. “Está siempre ahí, como la funeraria”. O que me pregunten “oye, ¿a ti que te pasa que te vas riendo sola?”, que me digan “escribes con otro aire”, “te pones al mundo por montera y a los demás que les den aire”.

Pues eso, aire: que corra. Más aire, mucho más, hace falta.

Mientras tanto tú y yo a lo nuestro, dando un pasito o sin darlo. ¿Qué más dará? No hace falta llegar a ninguna parte. Y es agradable vivir en braille, a tientas, explorándonos.

Vamos a pensar los dos que no hay cotillas, ni cobardes, ni envidiosos, ni celosos, nadie de ese pelaje. Solo personas buenas a quienes les encanta que en el segundo interior o en el quinto a la derecha según se sale haya una lágrima menos o una soledad no tan grande. Por eso, más que nada, hablan.

Y los que se hacen cruces o se escandalizan, que ladren. Déjales que ladren.

25 de octubre de 2009.

martes, 29 de junio de 2010

Hambre y pan


A los niños pequeños de mi familia se les calma con un currusco de pan cuando les están saliendo los dientes. Así se consuelan del dolor, lo anestesian. Roen incansables hasta que desintegran con babas e insistencia el pan. Hasta el más duro acaba siendo migas empapadas que suelen caer al suelo, tragan pocas, tal ansiedad tienen.

El hambre hace crujir las tripas. El sábado pasado lo noté de nuevo en el curso que hice. La sala estaba en silencio y mi compañero de al lado pidió que le dieran de comer sin palabras. Se le oía perfectamente.

Luego Eduardo el domingo me dijo lo siguiente “A ciertas edades no hay que pedir ya, estamos para dar lo que otros vayan queriendo”. Parecía él bien servido, contento y en paz. Cuando al final del curso se despidió, como siempre se hace en estos seminarios, con la frase "estoy completo" sonaba auténtico.

PS: Gracias a Eric y Anne Marie, co-lideres en el curso de Process de Coaching del pasado fin de semana, a Eduardo y Maria de Mar, ayudantes, Marta, traductora, y a todos los compañeros.

sábado, 22 de mayo de 2010

Tiempo o Chill Out

Me gusta el tiempo. Se desliza o corre a nuestro favor, aunque a veces no lo vemos. El tiempo es bueno. De la distancia y de la soledad también soy amiga.

Con tiempo, espacio y a solas todo puede acabar por ser ligero, se evapora o desaparece tan deprisa como llegó. Y ya está, tiene su valor, aunque pase. Otras veces, en cambio, acaba por hacerse fuerte, se instala dentro. Pero para saber si es una brisa que se irá pronto o un viento que quiere quedarse, hace falta reposo, un recorrido lento, detenerse de vez en cuando.

El corazón late con dos movimientos, se expande y se retrae: alegría y miedo, alegría e incertidumbre, alegría y no quiero hacerte daño, ni que me lo hagas, mucho menos hacérselo a terceros, eso de ninguna manera. Sólo quiero tu bien, que puedo no ser yo, y viceversa.

El resto es elipsis y silencio. Como en esta canción de Hooker y Santana, el tono lo dan dos breves pausas (en el contador, del minuto 0,43 al 0,46, y luego del 3,09 al 3,12) situadas en el lugar exacto entre las dos guitarras que juegan, la percusión que marca el ritmo y la voz de John Lee, profunda y negra, con su letra sobre el cambio. Son esas dos inflexiones de tiempo a modo de silencios, de aparente vacío o nada, lo que hace que Chill Out sea Chill Out, perfecto. No se escapan esos 6 segundos, se ganan. Todo silencio justo acaba por revelar el significado verdadero.

No todo es luz, afortunadamente. Si no, estaríamos muertos.

domingo, 16 de mayo de 2010

Contemplaciones y miramientos


No estés triste, por favor. Si lo estás, me da mucha pena. Cuando ríes, por ejemplo, no te estás riendo, haces como si te rieras. Y yo luego venga a darle vueltas a qué podría hacer o decir, cuál sería la palabra o el gesto para que tu risa fuera verdadera.
Y, de repente, zas, caigo en la cuenta.

¡Qué gracia! Sólo hay que contemplarte, es lo que estás pidiendo. Y por eso tienes a veces esas salidas de pata de banco o por peteneras, que me das hasta miedo. Es lo que necesitas, que te contemplen, pero una barbaridad, me parece... Podría decirse que tu diagnóstico es el de "estado carencial grave o muy serio de contemplación", como si estuviera viendo a tu médico de cabecera con las gafas en la mano mientras tú le contestas "Ahora, doctor, me deja Vd. muchísimo más tranquilo. Con un nombre así, ya sé a qué puedo atenerme..."

A veces la causa de nieblas que se cierran es que no hay quien nos mire con ganas y detenimiento. No sientes los ojos del otro que se recrean despacio, por arriba y por abajo, por fuera y sobre todo por dentro, una vez, y otra, y otra, para volver luego a empezar de nuevo.
"Y tú..., ¿qué miras?, ¿se puede saber qué estás mirando?", "Pues a ti, naturalmente ... ¿a quién voy a mirar si no, lelo (o lela, si es el caso)..?", "Ah, bueno, pues si es eso, nada, nada, tú sigue por donde buenamente puedas..." Y ahí la risa ya es cierta, se pasan unos pocos males o se van un rato de paseo.

No es tener a un simple testigo, “sí, sí, por supuesto, en el 4ª b vive el señor ese, se lo digo yo, que soy el portero y llevo toda la vida en esta finca... y le veo cuando sube y baja.” Ni siquiera que estén a tu lado físicamente, te lleven los papeles del banco o te hablen, que a veces es casi lo de menos (lo de hablar, no lo del banco, por supuesto). Es que te contemplen poco o mucho, depende del momento que el corazón atraviesa. Sin contemplación sobrevivimos a duras penas. Y en determinadoa estados carenciales deben administrarse dosis extras en forma de complejos vitamínicos que, francamente, tienen muy poco de complejos.

Creo por lo tanto que quizá no es fe lo que te falta, sino esperanza, que es más serio. Así que, si puedes hacer que te vean de paso lo de la esperanza, no lo dejes. Esa ausencia cronifica y luego su tratamiento sí que es complicado y bastante más lento.

Por lo que a mí respecta, ni una palabra más te diré, tampoco esperes razones o respuestas. Ni preguntas ya voy a hacerte. Todo es resto y nada, sobra, mejor que quede fuera.

Contigo en adelante solo contemplaciones y miramientos, prenda, alegría mía. Tú sí que eres un recreo.