Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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domingo, 14 de julio de 2013

Genevieve y Dios francamente asombrado



No al dente, sino casi sin hacer, cinco minutos y basta.  O sea, crudos. Y sin salsa.

Miro a mi compañera de piso, Genevieve, comerse los spaghettis así y no doy crédito. 

Y la miro también porque está sentada como acostumbra, en el suelo, con sus mallas grises, esas que lleva a menudo, y las piernas abiertas en una posición imposible. Ha sido bailarina durante muchos años y cuando quiere estar cómoda se sienta así. A mí me tiene asombrada. 

Compartimos durante casi un año un apartamento en el centro de la ciudad de Toronto. Yo estaba becada por el ICEX aquel año, 1987, y mi búsqueda de piso había sido todo menos afortunada. Pasé por la experiencia de cucharachas y algo peor: la soledad. Al final, si la compañía es buena, es mejor siempre compartir. Y ese fue el caso. Luego compartimos dos gatos. Un día descubrimos a un ratón que se deslizaba en nuestra caja de cornflakes y ella decidió aplicar la solución más ecológica. Genevieve los llamo (Rumple) Teazer y (Mungo) Jerry en honor de Cats, que tanto le gustaba. Luego no eran dos machos, sino macho y hembra, o al revés. En fin, estas cosas pasan.

Genevieve me descubrió la literatura fantástica, a los hobbits, al Fantasma de la Ópera, muchas más cosas de las que ella sabía mucho, lectora impenitente, curiosa y apasionada. No había nada que Genevieve no hiciese con convencimiento, con ganas. 

Aquel apartamento entre Queen St.y John St., donde hoy, naturalmente,  hay abajo un Starbucks, era un dúplex con la primera cocina en abierto que yo vi, acostumbrada a las cocinas cerradas. Allí el sol de Toronto entraba a raudales. Esa fue mi casa y ella fue mi amiga. Me ayudó con el inglés, con el trabajo, con la vida. Y simplemente estando. Sobre todo estando.

Genevieve era rubia, delgadísima, con unos ojos azul grisáceo y una mirada ligeramente triste que ella vencía con su actitud siempre positiva ante las dificultades.

Trabajaba entonces con Donald. Tenían una agencia de “publicists”. Representaban a actores, a gente del espectáculo. Pasaron ciertas dificultades con la empresa, pero para Gigi, como la llamaban en su casa, todo era posible y nunca se daba por rendida.

Genevieve había nacido en Montreal, era de ascendencia irlandesa. Hablaba francés e inglés y chapurreaba el español y el italiano. Siempre quería aprender algo. Siempre estaba aprendiendo algo. 

Gigi tenía una buenísima conversación y unos silencios aún más interesantes.

Al poco de marchar yo Genevive emprendió una carrera seria como escritora, aunque había hecho sus pinitos antes. Se cambió de casa a Cabagge Town, otro barrio de la ciudad, si mal no recuerdo. Conoció a Ron. 

Hace quince años a Genevieve le diagnosticaron Esclerosis Lateral Amiotrófica. Ella siguió trabajando, estudiando, escribiendo y con proyectos muy variados. Se casó con Ron al poco de ser diagnosticada.

Genevieve Kierans, canadiense, exbailarina, expublicista, escritora, creadora de mundos fantásticos -en la ficción y en la realidad, que es mucho más difícil-, elegante y, sobre todo, mujer de gran corazón y luchadora admirable, murió ayer.

La recordaré siempre con aquellas mallas grises, casi contorsionándose en el suelo, comiendo su pasta sin hacer, dura y sin salsa. Hablando o callada. Y sirviéndonos, ambas, un vino blanco.

Estoy segura que Dios le está mirando como yo, francamente asombrado.

In God’s own time we shall meet again. Gracias, Gigi.


jueves, 30 de mayo de 2013

El primer baile

Fue en Alcocebre, un lugar de veraneo, en la casa de los Huarte. Emilio Huarte Mendicoa era amigo de mi padre.

Todavía lo recuerdo:  moreno, alto y guapo. Con muchísima clase. Carlista. Y, evidentemente, navarro. Con un sentido del humor impresionante, siempre de guasa. Se había casado con Nelly, de San Sebastián, elegante y también alta. Y, encima, rubia. Tenían unos hijos de edades parecidas a las nuestras. Nos habían invitado.

Y de repente, no sé por qué, pusimos música y comenzó el baile.

No tendría yo más de trece años.  Un poquito de vergüenza, nervios y, sobre todo, una sensación de halago desconocida y francamente agradable. Las piernas temblando y las manos apoyadas en sus hombros sin llegar casi, me llevaba prácticamente en volandas. Todo daba vueltas. 

Fue emocionante.

Toda mujer debería ser invitada a bailar por primera vez por alguien como Emilio Huarte Mendicoa.

sábado, 22 de agosto de 2009

Historias de fantasmas


Me gustan las historias y cuentos de fantasmas además de las de mujeres ratón o las desconocidas. No sé si creo o no creo en los espíritus, en los fantasmas, pero sé que me encantan, como le gustaban a mi padre.
El primer cuento de fantasmas del que tengo recuerdo es "Cuento de Navidad" (A Christmas Carol) de Charles Dickens. El fantasma de las Navidades pasadas, presentes y futuras se deja caer en casa del roñoso Mr. Scrooge y le muestra su soledad, otra vida posible, la alegría del que comparte, la frialdad del que murió rico.

Es un cuento para leer otra vez al llegar las Navidades, a muchos niños, a pesar del miedo que a veces pasan, les encanta. Y hay varias películas preciosas. En una, transformada en musical, Sir Alec Guiness aparece como espectro, verde y con cadenas. Está genial, aunque la mejor película es otra en blanco y negro.

El segundo, quizás fue el primero, ya no me acuerdo, es "El fantasma de Canterville", de Oscar Wilde. Me lo regaló mi padre, sabía bien lo que me iba a gustar. Es un libro genial. Ves a esos americanos pragmáticos y descreidos aplicando el quitamanchas pinkerton a la terrible mancha de sangre de la mansión que compraron; al fantasma hecho polvo por el poquísimo respeto que le tienen; y esa mujer joven, muy joven, capaz de deshacer el hechizo. Creo recordar también una película en blanco y negro, muy antigua. Esa mezcla magistral de humor, melancolía y algo importante que decir que siempre tiene Wilde.

Hay muchas más.
No me gustó nada "Ghost", me pareció cursi, pero en cambio me encanta "El fantasma y la Señora Muir", una película de Mankiewicz con Gene Tierney y Rex Harrison que para mí tiene una gran delicadeza y poesía.

Pienso también como Mulán, la heroína de Disney, como en tantas culturas y religiones, que nuestros antepasados, las personas a las que quisimos mucho y nos quisieron tanto, velan por nosotros, nos guardan de alguna manera que no llegamos a entender.

Si algo queda es lo que hemos querido, el amor que nos han tenido. Para siempre, más allá de la muerte.

Aparece el fantasma de un abuelo, roto el corazón, legionario, valeroso y se esfuma de repente. Con él, la charla constante de su mujer. ¿Sabía Vd. que yo he visitado al Papa? Las manos quemadas por los rayos X de otro abuelo, a su lado una mirada azul y mandona de mujer. Se desvanecen los cuatro y dan paso a unos jóvenes alegres y bromistas, mis tíos muertos en la guerra, ninguno superaba los veinte años. Entra una niña que siempre fue niña, otra más que no reconozco.

Siempre la huella del dolor, constante y al final ya suave, forma parte de la vida, de la familia.
Más fantasmas.
Aparece mi tío contando chistes, fosforito hasta el fin, el caballo lo dejó al lado, menos mal, estaba demasiado gordo, pobre caballo. Su hija aparece, ella también vela por sus hijos, seguro.
Mi padre y sus manos, tan calentitas, la chaqueta de punto, el libro siempre abierto, los ojos verdes.
Mi hermana, sin palabras, ruiditos de niña eterna, de nuevo no quiere que le corte las uñas de ninguna manera.

Todos se esfuman de nuevo, pero todos están.
No tengo miedo.
Desearías que la tierra les haya sido leve, muy leve.
Rezas por ello, por ellos.
Aunque a algunos sabes que no les hace falta.
Pasitos cortos siempre, andar titubeante y sin embargo tan firme, te echamos mucho de menos todos, Luisa.
Le pedí al sacerdote que vistiera de blanco, aceptó sin reserva alguna. Blanco y gerberas de colores.
Regalo, dulce carga. Mira a ver si tú nos guías ahora.
In God's own time we shall meet again. Lo leí en un cementerio inglés. Lo espero.




Publicado el 1 de noviembre de 2008. Vuelvo a hacerlo: las vacaciones son muy malas, se llega a no dar un palo al agua ;-). Leí ayer algo que me hizo pensar: los fantásmas dan más miedo de lejos que de cerca. Es de Maquiavelo.