Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
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jueves, 30 de mayo de 2013

El primer baile

Fue en Alcocebre, un lugar de veraneo, en la casa de los Huarte. Emilio Huarte Mendicoa era amigo de mi padre.

Todavía lo recuerdo:  moreno, alto y guapo. Con muchísima clase. Carlista. Y, evidentemente, navarro. Con un sentido del humor impresionante, siempre de guasa. Se había casado con Nelly, de San Sebastián, elegante y también alta. Y, encima, rubia. Tenían unos hijos de edades parecidas a las nuestras. Nos habían invitado.

Y de repente, no sé por qué, pusimos música y comenzó el baile.

No tendría yo más de trece años.  Un poquito de vergüenza, nervios y, sobre todo, una sensación de halago desconocida y francamente agradable. Las piernas temblando y las manos apoyadas en sus hombros sin llegar casi, me llevaba prácticamente en volandas. Todo daba vueltas. 

Fue emocionante.

Toda mujer debería ser invitada a bailar por primera vez por alguien como Emilio Huarte Mendicoa.

viernes, 11 de marzo de 2011

"'¡Adios, Cordera!" en lectura vinculada


Ayer comenzamos a leer en voz alta en la residencia Ecoplar de Aravaca. Hablo en plural porque espero que seamos más lectoras en breve. Gonzalo C., amigo de mis padres, y su mujer, Angelina, viven allí. Al ir a visitarles un día pensé que podía ser un buen lugar para iniciar lo que venía pensando. Me hicieron el favor de comentárselo a Marta, la que lleva las actividades de la tarde, y ella, junto a la dirección, me dijeron que adelante. Iremos todos los jueves de 5 a 8, lectura general y por habitaciones, vamos a ver cómo sale.

Gonzalo es una de las personas más cultas que conozco. Trabajó con mi padre muchos años, se querían a rabiar, los dos lectores impenitentes e interesados por todo. Es asturiano y sugirió que empezásemos por Clarín. Busqué en casa y no encontré cuentos suyos. En principio vamos a leer textos cortos, que se puedan iniciar y acabar en la tarde. Así que ayer mismo me fui a la librería de mi barrio, la que han montado antiguos empleados de Crisol, "Lé" se llama. Siempre saben qué aconsejarte, da gusto. Compré por 5,95 euros los Cuentos de Clarín en Debolsillo (edición de José María Martínez Cachero, estupenda introducción, por cierto).

Tengo que reconocer que no había leído “Adios, Cordera” y que ayer, tras dejar el coche que se me estropeó en mitad de la Ciudad Universitaria (lo dejé allí tirado, no podía llegar tarde), solo pude dar un vistazo rápido al cuento en el taxi. Luego realmente lo leí por primera vez en voz alta en la residencia. Mal hecho, casi me echo a llorar con Cordera en mitad de la lectura, me emocionaba a medida que avanzaba. Veía a la vaca, a Pinín, a Rosa, al tren, al poste del telégrafo con sus casi tazas de porcelana (jícaras), a todo el cuadro que pinta Clarín, qué tristeza y, a la vez, qué gozada. Luego por la noche lo volví a leer en casa, acogedor regazo maternal el de la vaca, unidos luego animal y hombre en el destino por la carne que reclaman pudientes y patria.

Tras la lectura Gonzalo explicó lo que era el cucho y otras palabras en bable, el modo en que una casa asturiana de las de antes acogía a personas y animales. Da gusto escucharle, siempre sabe algo que tú no sabes. Leímos después a la Pardo Bazán, un par de cuentos, uno triste y otro alegre que acaba en boda ("El décimo" creo que se llamaba). Dejamos a la mitad el de la Mayorazga de Bouzas, la ves a caballo, otra escritora Dña. Emilia como la copa de un pino. Se sumaron a la lectura más personas, una señora de Cuenca, otra de Toledo y una jerezana. Seguimos con Muñoz Rojas y "Las cosas del campo" (hablamos de los abejarucos, voy a llevarles una guía de pájaros). Luego Victor de la Serna y su "Nuevo viaje por España", segunda parte (la ruta del calatraveño que empieza por Quintanar y Puerto Lápice). Por último, algo de Eugenio D’Ors sobre Marzo (está en unos cuentos filosóficos que compré suyos el pasado otoño).

Vine feliz a pesar de que no sé qué le pasa al coche, me vendría de pena una avería de las caras. La próxima semana vamos a leer sobre Soria. Angelina es de allí y así luego nos cuenta sobre la provincia, la ciudad y su historia. Ella me sugirió que leyera a Becquer, tengo que buscar en la librería de mi padre.

En cualquier caso quedé con Marta, y esta mañana con Gonzalo, que vamos a hacer un programa de lecturas para que así sea más “vinculada”, no sólo como dice Antonio Rodríguez en su blog y en su escuela (lectura proponiendo el texto, "respirando" a las personas, mirándolas, etc…) sino, también, para que haya luego conversación, participación, palabras que el texto promueve y que unen, de eso se trata.

De todo esto seguiré informando en esta bitácora. Por cierto, agradecería mucho las sugerencias sobre lecturas, mejor cortas, cuentos, relatos y poesía para leer en Ecoplar Aravaca. Si he descubierto "Adios, Cordera" a mis años estoy segura que me quedan otras sorpresas muy agradables. La vida se abre. Gracias, Ecoplar, y gracias a Antonio Rodríguez del que espero seguir aprendiendo sobre lectura vinculada.

viernes, 26 de marzo de 2010

An education (¿Qué es lo que hace que algo bueno sea bueno?)



Fui a ver "An education" de la que me habían hablado muy bien. Me pareció una película excelente. Realmente no entiendes cómo no ha ganado el óscar y se lo ha llevado "The hut locker", estupenda también, pero a años luz de ésta. Fantástico guión de Nick Hornby basado en una experiencia real de una conocida periodista británica, buena dirección (se nota la mirada de una mujer) y unos actores espléndidos todos, medidos y finos, principales y secundarios, se nota la escuela británica.

Esta entrada hubiera estado mejor en el día del padre, justo hace una semana, vaya esto por delante.

"An education" es la historia de una menor de edad inglesa que se enamora de un hombre joven, pero mayor que ella, alguien de cierto mundo, con dinero y una vida, en contraste con la de ella, abierta, interesante y muy divertida. Creo que este tema, con variaciones, se repite, es ya un clásico: fascinación por quien sabe más que tú (alumna y profesor, por ejemplo); fascinación por la riqueza, ante ese atractivo que tienen los hombres ricos, no tanto por el dinero en sí que manejan, sino por lo que hacen, ese entra, sal y pasátelo en grande; fascinación, en definitiva, por quien te abre un mundo desconocido cuando el tuyo es pequeño en un sentido o en otro, en el moral, en el de costumbres, en el de recursos económicos, en el intelectual o simplemente en el vital. Los horizontes vitales son a menudo importantes para algunas jóvenes, no solo para los jóvenes. Si no los tienen abiertos, se ahogan o se fascinan con el o lo primero que pasa.

Situada a principios de los 60 en esa Inglaterra que todavía vive de restricciones, las económicas y las mentales, la protagonista, con muchos esfuerzos de su padre, y como alumna aventajada de un colegio privado, se prepara ya para ir a Oxford, alentada por sus profesoras, el gran sueño que le abrirá… ¿qué? Esa es la cuestión. ¿Posibilidades económicas distintas a las de sus padres, clase media aburrida y previsible?, ¿un desafío intelectual quizás?, ¿formar parte de una futura élite? No está claro, es algo de todo eso, pero, a la vez… ¿no hay otras vías de salir de la rutina diaria, otras más divertidas? Si el fin es salir de dónde se está, "mejorar" de estatus o de "clase", ¿por qué no se puede hacer de otro modo que sea más atractivo, donde te sientas, además, eternamente en una nube blanca? De esto va "An education", de acabar averiguando qué es lo que hace que algo bueno lo sea, de verdad, no por la apariencia, sino por dentro, por lo que es, algo y, también, alguien.

A veces las cosas buenas se pueden hacer por las razones equivocadas que acaban pervirtiendo o dejando sin sentido esa bondad original que tienen. Tal puede ser el caso de estudiar en una universidad excelente. A veces los padres son torpes, caen ellos mismos fascinados también por un tipo que es simpático y que tiene dinero. El dinero atrae una barbaridad, ciega incluso a algunos padres. A veces la perspectiva de una carrera universitaria no parece nada atractiva cuando el ejemplo que tienes delante son profesoras, solteras además, que viven modestamente y que no parecen disfrutar nada. A veces una chica joven, inexperta y con muchas ganas de vivir y de encontrar respuestas verdaderas, y no simples convenciones o formalidades sociales, no se atreve a hacer las preguntas clave, no ve lo que está pasando hasta que ya es tarde. Aunque nunca lo es y siempre se puede volver a París como si jamás hubieras estado.

"An education" es una excelente película recomendable, por ejemplo, para hijas adolescentes, menores de 18 años, y sus padres, especialmente para los que saben proteger a una hija, creen que eso no es misión de nadie más que suya –ni de Bibiana ni del Estado-, y no tiran la toalla, aunque se empeñen tantos. Ya digo que esta entrada correspondía al día del padre, del padre protector, del que se llega odiar cuando eres joven porque te parece un pesado. Me acordé de muchos padres, del pasado y actuales, de amigos que son como perros policías, no hay quien les engañe. Ahí están ellos, sólidos como rocas, aguantando el temporal para proteger a sus hijas, y recogerlas y consolarlas cuando el corazón se les rompe de parte a parte.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Aquellos internados, Guillermo y los proscritos


Muchas niñas de mi generación, las que lo éramos en los años 60 y 70, adorábamos a Enid Blyton tanto en la colección de Los Cinco o la de Los Siete Secretos como en la de los internados, Torres de Malory o Santa Clara.

Aunque todo ello nos quedaba lejos (¿qué era eso del jengibre?, ¿y el cobertizo? muchos nombres extraños...) lo cierto es que devorábamos los libros hasta los doce años, más o menos. Luego ya pasábamos a palabras mayores u otras palabras.

Supongo que hay algo en los libros de Enid que atrapaba. Lo de resolver misterios era estupendo, y también lo de tener los padres un  poco lejos, incluso aunque les necesitaras mucho. Se sentía como una secreta esperanza y, a la vez, temida, algo extraño: os quiero, pero ¿cómo sería mi vida de niña independiente y sin vosotros tan cerca? Eso era un internado, algo terrible que no querrías pensar ni en broma, que te horrorizaba, y a la vez algo que te atraía como un imán. Como trabajar en un circo o que te raptaran los gitanos. Coexistía el miedo con la fascinación en el fondo del corazón de liarse la manta a la cabeza e irse a ver mundo con unos o con otros para volver después y contar lo que habías visto y vivido. 

Luego estaban los libros de Guillermo que mi padre nos los tenía algo racionados. Pensaba que Guillermo nos daba ideas ... malas, medio en serio medio en broma ... "Ya está bien de Guillermo, ahora otro..."

Y era verdad. Guillermo sí era demoledor. Richmal Crompton no era una solterona inglesa tímida, sobre ella y otras leí el año pasado Ellas solas, que me apasionó (justo lo contrario a ese otro "Solas" totalmente infumable de Carmen Alborch, un verdadero horror de libro y "tesis", un espanto.)

Richmal fue de esa generación de mujeres que se quedaron solas al morir sus coetaneos en la primera guerra mundial y que tantas cosas hicieron, vidas siempre interesantes y llenas, productivas, para otras el victimismo y la queja, la autocompasión que no lleva a ninguna parte.

Tenía la Señorita Crompton mucha gracia y pintó un personaje tronchante que se reía de su hermana eternamente en babia y de su hermano, un pollo bien inglés y, de paso, del resto de ese pequeño mundo burgués británico donde lo único de valor que se podía ser era eso: proscrito. Guillermo y los proscritos.

Ser proscrito era algo así como ser gamberro, que era lo que mi hermano pequeño quería ser de mayor, ser gamberro para mearse en los coches. Eso es lo que hacían los gamberros en los años 60, algo que atraía mucho a un niño de cuatro o cinco años. Bueno realmente quería dos cosas Paco, ser gamberro y  también feliz, así lo decía cuando le preguntaban qué quería ser de mayor.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Los chinos, una vuelta por Asia y algo de Centroeuropa


Otra cosa que leíamos mucho allá por los años 70 era Pearl S. Buck, sin parar. Nos impresionaban mucho las costumbres chinas y entre ellas la de la dominación masculina. Nos parecía muy raro e interesante todo: los pies chiquitos por la costumbre brutal de vendárselos, las  vidas tan duras de todos y aquellas mujeres sin decir esta boca es mía, tan calladas.

Luego también se puso muy de moda el Tibet y eso del tercer ojo. Me acuerdo de los libros de Editorial Áncora y Delfín, ¿o era Destino?, no sé, la misma que Delibes, leíamos mis primas y yo a Lobsang Rampa creo recordar. Más de una noche tumbadas en nuestras camitas intentamos una prima mía y yo lo del viaje astral concentrándonos muchísimo en ello. Nunca llegamos muy lejos porque nos entraba o la risa o el miedo, así que volvíamos al cuerpo propio si es que alguna vez estuvimos fuera de él.

No había muerto Franco todavía, mi abuelo materno tampoco, recuerdo que la palabra "liberal" era terrible en algunos ambientes, como alguien de quien no fiarse jamás. Yo pensé toda mi infancia que un liberal era alguien divertido pero habitualmente un frescales y políticamente un crítico, un opositor del franquismo pero sin el pelo largo o la zamarra de combate de otros, con un estilo como más de señorito. Un pariente mío tuvo una discusión considerable con su padre al que adoraba por Ortega y Gasset que ya  son ganas, digo yo, de discutir. Claro que en la familia éstas nunca han faltado y además creo que se acaba discutiendo más con quienes estás más de acuerdo y por auténticas nimiedades, cuestiones de matiz o de unos grados para acá o para allá, no muchos, de punto de vista.  Sólo cuando no hay nada que decirse, cuando se está muy lejos, no se abre uno al debate siquiera y se hace un silencio mucho más triste y preocupante que una buena discusión por muy acalorada que sea ésta, algo que entre españoles es bastante habitual y entre personas de confianza todavía más.

Más tarde vino "Esta noche la libertad" de Dominique Lapierre y Larry Collins, a mi padre le gustaba mucho, le entretenía. Más lecturas, más. Antes del Acantilado, pero mucho antes, Zweig era un autor muy recomendado en mi familia. Primero eran algunas biografías suyas, y luego dos libros que vuelvo a releer de vez en cuando por eso que la buena literatura y el romanticismo no están reñidos, "24 horas en la vida de una mujer", "Carta de una desconocida".  Por cierto, ambos muy breves, lo que demuestra también que escribir corto y bien es posible, ay. Mi padre y mi tío eran, son -siempre presente mi padre-, dos apasionados de Zweig y nos lo transmitieron.

También Herman Hesse y aquel "El lobo estepario" que se leía tanto o  "Siddartha". Me acuerdo de una compañera de colegio con él a cuestas, María Galera, nos parecía muy moderno lo oriental. Como en todo había modas, algunas vuelven, otras se fueron, y luego queda lo que queda de todo, a veces muy poco. 

Me acuerdo mucho de la polémica de "Tiempo de silencio", nada que ver pero...  ¿lo podíamos o leer o no en Cou? Contaba un aborto, no recuerdo bien si lo llegué a leer, supongo que sí pero después, más mayor. 

Leonard Cohen al fondo, también teníamos otros muchos de más lucecitas, menos intelectuales que Cohen que siempre fue para minorías, por ejemplo Neil Diamond y Juan Salvador Gaviota que arrasaba y nos encantaba, y otras muchas canciones suyas. Abajo una muestra...

martes, 17 de noviembre de 2009

De la muerte a los arrebatos de Haddock (y 2)


Se moría tu abuelo e ibas a ver su cadáver, se velaba en casa a los difuntos, tu madre se ponía luto unos meses. También no hacían más que nacer niños en algunas familias. Era así todo más muerte y más vida, más de muchas cosas importantes pese a que teníamos mucho menos de lo material. Y todo ello estaba más integrado, menos en compartimentos, y a la vez todo más subterráneo también. Mucho se llevaba por dentro y quizás menos por fuera, para mal a veces, para bien otras creo. Quizás  todo esto es un vago recuerdo que yo tengo, una interpretación personal, pudiera ser.


Leer y sumergirnos en otras vidas, a veces con desgracias, humedades y tristezas varias, mientras las nuestras o las de nuestras familias pasaban a nuestro lado discretamente a menudo, era el modo en que aprendíamos a pasar a la edad adulta. Por eso algunos padres y  profesores nos animaban tanto a leer. Era un modo también de hacernos mayores, de madurar sin escondernos, de aprender a dar la cara donde hay que darla primero y antes: por dentro, ante uno mismo. La lectura no sustituía a la vida, era parte fundamental de vivir y aprender a hacerlo de la mano de una comunidad de gente que jamás conoceríamos, todos esos personajes de los libros que leíamos.

En mi familia para equilibrar esa sombra del ciprés tan alargada -junto con el estilo remordimiento castellano de los muebles de casa de mi abuela en Valladolid, algo que marca-, contamos con la inestimable ayuda de Tintín, esos tomos de lomo entelado de Editorial Juventud. Con el rubio reportero y, sobre todo con Haddock, se superaban tristezas producto más de la lectura que vitales. A los 15 años puedes ser incombustible: se sufre pero se remonta mejor, creo. También vencí varias tandas de anginas y gripes que te dejaban ligeramente baja. Mejor que la Bristaciclina era Hergé. 

"Tonneliere de Brest" es una de las chocantes expresiones de Haddock en sus arrebatos. Le llaman a casa preguntando por la carnicería Sanzot, le inventan un affaire con la Castafiore,  antes le tenía ese malvado de Alan metido en el barco preso y alcoholizado. Cuando le cae la fortuna aquella  acoge a todo quisque en Moulinsart:  a Tornasol que está para que lo encierren, a Serafín Latón, bueno pero pelmazo que le quiere vender siempre un seguro, etc. Haddock era un tipo excelente al que había que comprender. Con  él te morías de risa cada vez que decía especie de ballibouzu, beduino y otros adjetivos y epítetos memorables. Me hacía, me hace, muchísima gracia. 

Disfruté con el más mínimo de los personajes de Tintín, sabios o científicos,  marineros y soldados, los indios de todo tipo, esos moros. Son preciosos los dibujos de coches, cohetes, casas, automóviles, uniformes, paisajes, tan cuidado cada pequeño detalle, tan documentado, que da gloria. Los incas, el yeti, el vuelo 747 para Sydney tan inquietante, los cigarros del faraón, esa China del loto azul, las latas de cangrejo que ocultaban droga. Imborrable todo de nuevo. 

A mi Tintín me ha hecho muy feliz y todavía me lo hace. ¿Tristeza? ¿Melancolía? ¿Cansancio? Te coges un Tintín y algo se va. Sale  barato, como pasaba en la juventud y en la infancia. Leer no cura nada serio ,pero te pone a menudo en otras vidas que no son la tuya. Por eso funciona tan bien: sales de ti y a la vez no te escapas de ti, corazón, cabeza y alma al leer, la soledad de frente y al lado siempre. Creo que por eso puede costar a veces leer,  estás solo con el texto, tú y lo que tienes dentro, y el texto con todo  lo que  éste tenga y que cambia a menudo. Lo que lees no dice siempre lo mismo, o quizás no eres tú el mismo. No hay más que tú y el texto, y eso da miedo a veces.

lunes, 16 de noviembre de 2009

De la muerte a los arrebatos de Haddock (1)


Entre las primeras novelas españolas que se leían  en la adolescencia, entre BUP y COU, estaban las de Delibes. Recuerdo "El Camino", "El príncipe destronado", "Cinco horas con Mario", también muchos más después. 

A mí me encanta Delibes,  no recuerdo haber leído nunca nada suyo que no me gustara. Tengo que reconocer sin embargo que me dejó fuera de combate por una temporada "La sombra del ciprés es alargada", un libro muy bueno pero tristísmo, el primero que leí suyo. Se mueren todos, hasta el apuntador, que decíamos en mi casa. Me gusta el sol, la luz y, aunque creo que lo de la trascendencia y la muerte conviene tenerlo presente, reírse un poco en el mientras tanto es muy agradable. Así que aquel ciprés me pareció muy bueno pero me dejó un tanto fastidiada. Es lo que tiene meterse en lo que lees, se pasa bien y se pasa mal, el cine me deja menos huella, no sé por qué.

El mismo año  de "La sombra..." leí  también "Nada", de Carmen Laforet, otra excelente novela pero de una tristeza más húmeda todavía que te rodea hasta tragarte. Haciendo bien cuentas creo que en mi adolescencia avanzada leí varios libros de gente que no hacía más que morirse o que le pasaban muchas desgracias. Luego naturalmente cayó la trilogía de Gironella "Los cipreses creen en Dios", "Un millón de muertos" y "No fue posible la paz", y más tarde Cela con  "La Colmena ", que teníamos que leer en el  bachillerato o en COU, creo recordar, todavía más penas y estrecheces.

Cuando eres joven, todavía adolescente, llegas a leer mucho más en dos momentos clave: en las gripes o anginas y en el verano que es larguísimo. Yo por lo menos leía así, a grandes atracones en dichos periodos. Luego en la universidad era distinto, había más tiempo para todo, salvo que cursaras esas licenciaturas que tenían a algunos amigos casi secuestrados. Días de lectura sin parar en el verano y en esos otros de fiebre mecidos por la lectura en la cama. No importaban unas décimassiempre que fueran las suficientes para no tener que ir al colegio y poder leer en la cama, un gran placer. 

Además de en la literatura tengo la sensación de que antes en la vida se nos morían las personas más cerca. Con la edad lo lógico sería que vivieras la muerte de modo más próximo a los cuarenta y tantos años que en tu infancia o en la adolescencia. Sin embargo mi percepción es distinta. De niña, en los años 60 y  principios de los 70, en algunas familias se hablaba de la muerte con naturalidad, se tenía mucho más presente, leyendo desde luego, pero viviendo también. Muerte-muerte, no la de unos sujetos irreales que matas en la play o mueren electrónicamente, o esos muertos de cine catastrófico o gore, es decir, nuestra muerte, la de nuestros familiares y personas queridas, siempre ahí, con nosotros estaba.

PS: Mientras mis hermanos oían Genésis en esa época, yo era más de Chicago. Y de peores: arrasaban Cocciante y Baglioni entre los  italianos de la época.  Me he autocensurado una barbaridad arriba, me daba reparo. Pero  ¡qué caramba!, fuera la autocensura, que ya hay mucha muerte en esta entrada, a reírse un poco en el mientras tanto.  Con Vdes. "Sábado por la tarde", anda que no se bailó esto poco... en fin. 


sábado, 14 de noviembre de 2009

Miguel queda ciego (Abre bien los ojos, ábrelos)


Recuerdo aquella colección de libros infantiles que tenían el texto a la izquierda y luego en la hoja derecha iban las ilustraciones casi como un comic. Gracias a Jesus Dorda puedo explicar más: en el canto de los volúmenes aparecían las caras de los personajes. Ahí leí Miguel Strogoff del que me enamoré perdidamente. Miguel Strogoff era el correo del zar. Quería mucho a su madre y  le habían encomendado una misión importantísima: llegar a una ciudad, ya no me acuerdo del nombre. El caso es que le atrapaban los tártaros que eran los malos. De la escena siguiente es de la que me acuerdo más.

Tú estabas ahí, en mitad del campamento tártaro, con los periodistas corresponsales, un inglés y un francés me parece, la hoguera, las bailarinas, las gitanas, con todos, mirando al pobre Miguel preso. A saber lo que iban a hacer con él esos bárbaros.

"Abre bien los ojos, ábrelos"... La frase se repetía. Querían que mirara bien sus verdugos, no sabías por qué. Todavía resuena en mi cabeza. "Abre bien los ojos, ábrelos"... Algo terrible iba a ocurrirle, ese empeño en que mirara. Por lo visto era costumbre tártara  pasar una espada al rojo vivo por los ojos del enemigo para dejarle ciego. Miguel, que era muy buen chico, mira por última vez a su madre a punto de estallarle el llanto mientras le pasan el filo ese ardiendo. Huy qué daño, casi llorabas tú de dolor. Y zas, se quedaba ciego. Ciego. ¿Ciego? ¡Ciego! ¡Ciego!

Entonces, como en la película "La princesa prometida",  parabas  la lectura."Un momentito, un momentito, por favor, ejem. Esto no puede ser, seguro que he leído mal, volvamos otra vez hacia atrás..."

Pero sí, ay, Dios, que sí: se había quedado ciego, habías leído perfectamente. Y sufrías una barbaridad por el pobre Miguel. Estabas ya totalmente colada por él, vamos, hasta las trancas. No había remedio posible a esa devoción, sólo seguir adelante, entregada a él, a la lectura. Era una mezcla apasionante entre la ficción del relato y la realidad de tu amor de niña, o al revés, daba igual. 


Había que cumplir la misión aquella, era su deber. Por eso también te quedabas al lado de Miguel palabra tras palabra. Seguías leyendo atrapada en el sillón o con la literna en la cama. Ahí ibas a estar fiel al  texto acompañándole. Bueno, realmente era Nadia quien le acompañaba y guiaba, esa chica rubia con la que se había encontrado y a la que llamaba "hermana" aunque no lo era. Tú no eras rubia ni delicada. Tampoco viajabas con tu padre como Nadia. Además eras menor de edad  y española. Pero daba lo mismo, estabas con él, aunque no te vieran, devorando las páginas, siempre leal. Desde luego no le ibas a fallar a Miguel, eso jamás.

El lector, la lectora especialmente -no sé lo que sentían los chicos al leer aquello-, sorteaba como Nadia al lado de correo del zar mil peligros y aventuras de todo tipo. Pasabas el frío que hiciera falta, lo que fuera. Por Miguel al fin del mundo. Miguel y tú. Tú y Miguel. Avanzabas en la lectura, devorabas las páginas y al final....

¡Miguel no estaba ciego! 

Nos había engañado a todos. Sus lágrimas, al mirar por última vez a su madre en el campamento tártaro,s e habían concentrado dentro de sus ojos y, con el calor  del filo al rojo, se evaporaron  impidiendo  que se quedara ciego.

¿Qué pasa, que es increíble? Que nadie se ría, por favor, a mí no me lo parecía. Milagroso sí, pero Miguel Strogoff se merecía eso y más. A los héroes les pasaban esas cosas: había que ser así, heroico, que es como  le caían a uno hasta milagros. Pero si ponías algo tú de tu parte, había que poner todo lo que podías. Y luego listo, porque los héroes no son sólo valientes, tenían que ser  también inteligentes, astutos.Y Miguel lo era y nos había hecho creer a todos -hasta a la propia Nadia- que se había quedado ciego. Por eso pudo cumplir su misión: engañando hasta a su amada para protegerla a ella también.

Miguel Strogoff...  me lo sabía de memoria de tanto como lo leía ¡y ahora se me ha olvidado hasta la ciudad donde iba!

"Abre bien los ojos, ábrelos". Cegueras y engaños que protegen a uno y a los demás, el valor, el sentido del deber, el frío y las gitanas aquellas, imborrable todo. Los nombres son lo de menos, creo, esos se acaban olvidando, salvo Miguel y Nadia.

"Abre bien los ojos, ábrelos". Y, por eso, cerrarlos, hacer que no ves, que no has visto. A veces es lo mejor, que te crean ciego todos para que algunos se puedan salvar de los tártaros, Nadia y tú también.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Nefer, Nefer, Nefer



"Sinuhé el egipcio" de Mika Waltari era una de las novelas que marcaban el paso a la adolescencia en mi familia. Mi padre me la dio a leer creo que a los 14 años. Aquella Nefer era peversa. Le pregunté a mi padre por si no había caído en la cuenta y se había equivocado "Oye, ¿tú estás seguro que quieres que lea esto? Me parece para mayores". "Es que ya eres mayor", me dijo sonriendo.

Así que seguí con la lectura que me tenía perpleja y Sinuhé totalmente embobado por Nefer. No podía entender qué le pasaba al pobre médico egipcio, ¿no era acaso una buena persona?, ¿por qué hacía esas cosas tan terribles?, ¿cómo se podía ser tan tonto? Nefer le iba dejando con una mano delante y otra atrás, corito,  haciéndole vender al final lo más sagrado que tenía un egicpio, el terreno para la tumba de sus padres.

Pero me enganché totalmente al libro pese a mis dudas iniciales. Y no lo pude dejar, de un tirón luego, sin parar casi en unos días.

"Sinuhé" es otra de las novelas que leo a veces de nuevo. Releer es como volver a algunos  lugares que ya has visitado y que quieres: siempre descubres algo distinto, un matiz, otra sombra a la que no prestaste atención y de la que te quedas prendida. La idea de fondo de ese dios único, Akenaton, el faraón y, sobre todo, esa melancolía que planea en toda la novela, los viajes, las técnicas médicas de la época como la trepanación, todo te tenía pegada a las hojas. Era triste lo que contaba, pero no desesperanzador. 

Algo me recordó a "Sinuhé el egipcio" la novela "Dios ha nacido en el exilio",de Vintila Horia,sobre el exilio de Ovidio en Dacia. También me la recomendó mi padre de joven, aunque no la leí hasta el año pasado cuando me la regalaron, más de treinta años después de la recomendación paterna. 

No siempre hacemos caso a los padres en el momento en que nos dicen algo, cuando nos orientan o nos sugieren con cariño y levedad, otras con cariño y con decisión. Pero aunque no sea en el momento, creo que casi todo queda dentro de nosotros para aflorar de un modo u otro: lo que nos dijeron, lo que no nos llegaron a decir que es casi más importante, lo que respiramos.

El espíritu de un padre, su aire también, queda para siempre en sus hijos de alguna manera.