
jueves, 30 de mayo de 2013
El primer baile

viernes, 11 de marzo de 2011
"'¡Adios, Cordera!" en lectura vinculada

Ayer comenzamos a leer en voz alta en la residencia Ecoplar de Aravaca. Hablo en plural porque espero que seamos más lectoras en breve. Gonzalo C., amigo de mis padres, y su mujer, Angelina, viven allí. Al ir a visitarles un día pensé que podía ser un buen lugar para iniciar lo que venía pensando. Me hicieron el favor de comentárselo a Marta, la que lleva las actividades de la tarde, y ella, junto a la dirección, me dijeron que adelante. Iremos todos los jueves de 5 a 8, lectura general y por habitaciones, vamos a ver cómo sale.
Gonzalo es una de las personas más cultas que conozco. Trabajó con mi padre muchos años, se querían a rabiar, los dos lectores impenitentes e interesados por todo. Es asturiano y sugirió que empezásemos por Clarín. Busqué en casa y no encontré cuentos suyos. En principio vamos a leer textos cortos, que se puedan iniciar y acabar en la tarde. Así que ayer mismo me fui a la librería de mi barrio, la que han montado antiguos empleados de Crisol, "Lé" se llama. Siempre saben qué aconsejarte, da gusto. Compré por 5,95 euros los Cuentos de Clarín en Debolsillo (edición de José María Martínez Cachero, estupenda introducción, por cierto).
Tengo que reconocer que no había leído “Adios, Cordera” y que ayer, tras dejar el coche que se me estropeó en mitad de la Ciudad Universitaria (lo dejé allí tirado, no podía llegar tarde), solo pude dar un vistazo rápido al cuento en el taxi. Luego realmente lo leí por primera vez en voz alta en la residencia. Mal hecho, casi me echo a llorar con Cordera en mitad de la lectura, me emocionaba a medida que avanzaba. Veía a la vaca, a Pinín, a Rosa, al tren, al poste del telégrafo con sus casi tazas de porcelana (jícaras), a todo el cuadro que pinta Clarín, qué tristeza y, a la vez, qué gozada. Luego por la noche lo volví a leer en casa, acogedor regazo maternal el de la vaca, unidos luego animal y hombre en el destino por la carne que reclaman pudientes y patria.
Tras la lectura Gonzalo explicó lo que era el cucho y otras palabras en bable, el modo en que una casa asturiana de las de antes acogía a personas y animales. Da gusto escucharle, siempre sabe algo que tú no sabes. Leímos después a la Pardo Bazán, un par de cuentos, uno triste y otro alegre que acaba en boda ("El décimo" creo que se llamaba). Dejamos a la mitad el de la Mayorazga de Bouzas, la ves a caballo, otra escritora Dña. Emilia como la copa de un pino. Se sumaron a la lectura más personas, una señora de Cuenca, otra de Toledo y una jerezana. Seguimos con Muñoz Rojas y "Las cosas del campo" (hablamos de los abejarucos, voy a llevarles una guía de pájaros). Luego Victor de la Serna y su "Nuevo viaje por España", segunda parte (la ruta del calatraveño que empieza por Quintanar y Puerto Lápice). Por último, algo de Eugenio D’Ors sobre Marzo (está en unos cuentos filosóficos que compré suyos el pasado otoño).
Vine feliz a pesar de que no sé qué le pasa al coche, me vendría de pena una avería de las caras. La próxima semana vamos a leer sobre Soria. Angelina es de allí y así luego nos cuenta sobre la provincia, la ciudad y su historia. Ella me sugirió que leyera a Becquer, tengo que buscar en la librería de mi padre.
En cualquier caso quedé con Marta, y esta mañana con Gonzalo, que vamos a hacer un programa de lecturas para que así sea más “vinculada”, no sólo como dice Antonio Rodríguez en su blog y en su escuela (lectura proponiendo el texto, "respirando" a las personas, mirándolas, etc…) sino, también, para que haya luego conversación, participación, palabras que el texto promueve y que unen, de eso se trata.
De todo esto seguiré informando en esta bitácora. Por cierto, agradecería mucho las sugerencias sobre lecturas, mejor cortas, cuentos, relatos y poesía para leer en Ecoplar Aravaca. Si he descubierto "Adios, Cordera" a mis años estoy segura que me quedan otras sorpresas muy agradables. La vida se abre. Gracias, Ecoplar, y gracias a Antonio Rodríguez del que espero seguir aprendiendo sobre lectura vinculada.
viernes, 26 de marzo de 2010
An education (¿Qué es lo que hace que algo bueno sea bueno?)
Fui a ver "An education" de la que me habían hablado muy bien. Me pareció una película excelente. Realmente no entiendes cómo no ha ganado el óscar y se lo ha llevado "The hut locker", estupenda también, pero a años luz de ésta. Fantástico guión de Nick Hornby basado en una experiencia real de una conocida periodista británica, buena dirección (se nota la mirada de una mujer) y unos actores espléndidos todos, medidos y finos, principales y secundarios, se nota la escuela británica.
Esta entrada hubiera estado mejor en el día del padre, justo hace una semana, vaya esto por delante.
"An education" es la historia de una menor de edad inglesa que se enamora de un hombre joven, pero mayor que ella, alguien de cierto mundo, con dinero y una vida, en contraste con la de ella, abierta, interesante y muy divertida. Creo que este tema, con variaciones, se repite, es ya un clásico: fascinación por quien sabe más que tú (alumna y profesor, por ejemplo); fascinación por la riqueza, ante ese atractivo que tienen los hombres ricos, no tanto por el dinero en sí que manejan, sino por lo que hacen, ese entra, sal y pasátelo en grande; fascinación, en definitiva, por quien te abre un mundo desconocido cuando el tuyo es pequeño en un sentido o en otro, en el moral, en el de costumbres, en el de recursos económicos, en el intelectual o simplemente en el vital. Los horizontes vitales son a menudo importantes para algunas jóvenes, no solo para los jóvenes. Si no los tienen abiertos, se ahogan o se fascinan con el o lo primero que pasa.
Situada a principios de los 60 en esa Inglaterra que todavía vive de restricciones, las económicas y las mentales, la protagonista, con muchos esfuerzos de su padre, y como alumna aventajada de un colegio privado, se prepara ya para ir a Oxford, alentada por sus profesoras, el gran sueño que le abrirá… ¿qué? Esa es la cuestión. ¿Posibilidades económicas distintas a las de sus padres, clase media aburrida y previsible?, ¿un desafío intelectual quizás?, ¿formar parte de una futura élite? No está claro, es algo de todo eso, pero, a la vez… ¿no hay otras vías de salir de la rutina diaria, otras más divertidas? Si el fin es salir de dónde se está, "mejorar" de estatus o de "clase", ¿por qué no se puede hacer de otro modo que sea más atractivo, donde te sientas, además, eternamente en una nube blanca? De esto va "An education", de acabar averiguando qué es lo que hace que algo bueno lo sea, de verdad, no por la apariencia, sino por dentro, por lo que es, algo y, también, alguien.
A veces las cosas buenas se pueden hacer por las razones equivocadas que acaban pervirtiendo o dejando sin sentido esa bondad original que tienen. Tal puede ser el caso de estudiar en una universidad excelente. A veces los padres son torpes, caen ellos mismos fascinados también por un tipo que es simpático y que tiene dinero. El dinero atrae una barbaridad, ciega incluso a algunos padres. A veces la perspectiva de una carrera universitaria no parece nada atractiva cuando el ejemplo que tienes delante son profesoras, solteras además, que viven modestamente y que no parecen disfrutar nada. A veces una chica joven, inexperta y con muchas ganas de vivir y de encontrar respuestas verdaderas, y no simples convenciones o formalidades sociales, no se atreve a hacer las preguntas clave, no ve lo que está pasando hasta que ya es tarde. Aunque nunca lo es y siempre se puede volver a París como si jamás hubieras estado.
"An education" es una excelente película recomendable, por ejemplo, para hijas adolescentes, menores de 18 años, y sus padres, especialmente para los que saben proteger a una hija, creen que eso no es misión de nadie más que suya –ni de Bibiana ni del Estado-, y no tiran la toalla, aunque se empeñen tantos. Ya digo que esta entrada correspondía al día del padre, del padre protector, del que se llega odiar cuando eres joven porque te parece un pesado. Me acordé de muchos padres, del pasado y actuales, de amigos que son como perros policías, no hay quien les engañe. Ahí están ellos, sólidos como rocas, aguantando el temporal para proteger a sus hijas, y recogerlas y consolarlas cuando el corazón se les rompe de parte a parte.
viernes, 20 de noviembre de 2009
Aquellos internados, Guillermo y los proscritos

Aunque todo ello nos quedaba lejos (¿qué era eso del jengibre?, ¿y el cobertizo? muchos nombres extraños...) lo cierto es que devorábamos los libros hasta los doce años, más o menos. Luego ya pasábamos a palabras mayores u otras palabras.
Supongo que hay algo en los libros de Enid que atrapaba. Lo de resolver misterios era estupendo, y también lo de tener los padres un poco lejos, incluso aunque les necesitaras mucho. Se sentía como una secreta esperanza y, a la vez, temida, algo extraño: os quiero, pero ¿cómo sería mi vida de niña independiente y sin vosotros tan cerca? Eso era un internado, algo terrible que no querrías pensar ni en broma, que te horrorizaba, y a la vez algo que te atraía como un imán. Como trabajar en un circo o que te raptaran los gitanos. Coexistía el miedo con la fascinación en el fondo del corazón de liarse la manta a la cabeza e irse a ver mundo con unos o con otros para volver después y contar lo que habías visto y vivido.

Y era verdad. Guillermo sí era demoledor. Richmal Crompton no era una solterona inglesa tímida, sobre ella y otras leí el año pasado Ellas solas, que me apasionó (justo lo contrario a ese otro "Solas" totalmente infumable de Carmen Alborch, un verdadero horror de libro y "tesis", un espanto.)
Richmal fue de esa generación de mujeres que se quedaron solas al morir sus coetaneos en la primera guerra mundial y que tantas cosas hicieron, vidas siempre interesantes y llenas, productivas, para otras el victimismo y la queja, la autocompasión que no lleva a ninguna parte.
Tenía la Señorita Crompton mucha gracia y pintó un personaje tronchante que se reía de su hermana eternamente en babia y de su hermano, un pollo bien inglés y, de paso, del resto de ese pequeño mundo burgués británico donde lo único de valor que se podía ser era eso: proscrito. Guillermo y los proscritos.
Ser proscrito era algo así como ser gamberro, que era lo que mi hermano pequeño quería ser de mayor, ser gamberro para mearse en los coches. Eso es lo que hacían los gamberros en los años 60, algo que atraía mucho a un niño de cuatro o cinco años. Bueno realmente quería dos cosas Paco, ser gamberro y también feliz, así lo decía cuando le preguntaban qué quería ser de mayor.
jueves, 19 de noviembre de 2009
Los chinos, una vuelta por Asia y algo de Centroeuropa

Luego también se puso muy de moda el Tibet y eso del tercer ojo. Me acuerdo de los libros de Editorial Áncora y Delfín, ¿o era Destino?, no sé, la misma que Delibes, leíamos mis primas y yo a Lobsang Rampa creo recordar. Más de una noche tumbadas en nuestras camitas intentamos una prima mía y yo lo del viaje astral concentrándonos muchísimo en ello. Nunca llegamos muy lejos porque nos entraba o la risa o el miedo, así que volvíamos al cuerpo propio si es que alguna vez estuvimos fuera de él.
No había muerto Franco todavía, mi abuelo materno tampoco, recuerdo que la palabra "liberal" era terrible en algunos ambientes, como alguien de quien no fiarse jamás. Yo pensé toda mi infancia que un liberal era alguien divertido pero habitualmente un frescales y políticamente un crítico, un opositor del franquismo pero sin el pelo largo o la zamarra de combate de otros, con un estilo como más de señorito. Un pariente mío tuvo una discusión considerable con su padre al que adoraba por Ortega y Gasset que ya son ganas, digo yo, de discutir. Claro que en la familia éstas nunca han faltado y además creo que se acaba discutiendo más con quienes estás más de acuerdo y por auténticas nimiedades, cuestiones de matiz o de unos grados para acá o para allá, no muchos, de punto de vista. Sólo cuando no hay nada que decirse, cuando se está muy lejos, no se abre uno al debate siquiera y se hace un silencio mucho más triste y preocupante que una buena discusión por muy acalorada que sea ésta, algo que entre españoles es bastante habitual y entre personas de confianza todavía más.
Más tarde vino "Esta noche la libertad" de Dominique Lapierre y Larry Collins, a mi padre le gustaba mucho, le entretenía. Más lecturas, más. Antes del Acantilado, pero mucho antes, Zweig era un autor muy recomendado en mi familia. Primero eran algunas biografías suyas, y luego dos libros que vuelvo a releer de vez en cuando por eso que la buena literatura y el romanticismo no están reñidos, "24 horas en la vida de una mujer", "Carta de una desconocida". Por cierto, ambos muy breves, lo que demuestra también que escribir corto y bien es posible, ay. Mi padre y mi tío eran, son -siempre presente mi padre-, dos apasionados de Zweig y nos lo transmitieron.
También Herman Hesse y aquel "El lobo estepario" que se leía tanto o "Siddartha". Me acuerdo de una compañera de colegio con él a cuestas, María Galera, nos parecía muy moderno lo oriental. Como en todo había modas, algunas vuelven, otras se fueron, y luego queda lo que queda de todo, a veces muy poco.
Me acuerdo mucho de la polémica de "Tiempo de silencio", nada que ver pero... ¿lo podíamos o leer o no en Cou? Contaba un aborto, no recuerdo bien si lo llegué a leer, supongo que sí pero después, más mayor.
Leonard Cohen al fondo, también teníamos otros muchos de más lucecitas, menos intelectuales que Cohen que siempre fue para minorías, por ejemplo Neil Diamond y Juan Salvador Gaviota que arrasaba y nos encantaba, y otras muchas canciones suyas. Abajo una muestra...
martes, 17 de noviembre de 2009
De la muerte a los arrebatos de Haddock (y 2)
lunes, 16 de noviembre de 2009
De la muerte a los arrebatos de Haddock (1)

A mí me encanta Delibes, no recuerdo haber leído nunca nada suyo que no me gustara. Tengo que reconocer sin embargo que me dejó fuera de combate por una temporada "La sombra del ciprés es alargada", un libro muy bueno pero tristísmo, el primero que leí suyo. Se mueren todos, hasta el apuntador, que decíamos en mi casa. Me gusta el sol, la luz y, aunque creo que lo de la trascendencia y la muerte conviene tenerlo presente, reírse un poco en el mientras tanto es muy agradable. Así que aquel ciprés me pareció muy bueno pero me dejó un tanto fastidiada. Es lo que tiene meterse en lo que lees, se pasa bien y se pasa mal, el cine me deja menos huella, no sé por qué.
El mismo año de "La sombra..." leí también "Nada", de Carmen Laforet, otra excelente novela pero de una tristeza más húmeda todavía que te rodea hasta tragarte. Haciendo bien cuentas creo que en mi adolescencia avanzada leí varios libros de gente que no hacía más que morirse o que le pasaban muchas desgracias. Luego naturalmente cayó la trilogía de Gironella "Los cipreses creen en Dios", "Un millón de muertos" y "No fue posible la paz", y más tarde Cela con "La Colmena ", que teníamos que leer en el bachillerato o en COU, creo recordar, todavía más penas y estrecheces.
Además de en la literatura tengo la sensación de que antes en la vida se nos morían las personas más cerca. Con la edad lo lógico sería que vivieras la muerte de modo más próximo a los cuarenta y tantos años que en tu infancia o en la adolescencia. Sin embargo mi percepción es distinta. De niña, en los años 60 y principios de los 70, en algunas familias se hablaba de la muerte con naturalidad, se tenía mucho más presente, leyendo desde luego, pero viviendo también. Muerte-muerte, no la de unos sujetos irreales que matas en la play o mueren electrónicamente, o esos muertos de cine catastrófico o gore, es decir, nuestra muerte, la de nuestros familiares y personas queridas, siempre ahí, con nosotros estaba.
PS: Mientras mis hermanos oían Genésis en esa época, yo era más de Chicago. Y de peores: arrasaban Cocciante y Baglioni entre los italianos de la época. Me he autocensurado una barbaridad arriba, me daba reparo. Pero ¡qué caramba!, fuera la autocensura, que ya hay mucha muerte en esta entrada, a reírse un poco en el mientras tanto. Con Vdes. "Sábado por la tarde", anda que no se bailó esto poco... en fin.
sábado, 14 de noviembre de 2009
Miguel queda ciego (Abre bien los ojos, ábrelos)

Entonces, como en la película "La princesa prometida", parabas la lectura."Un momentito, un momentito, por favor, ejem. Esto no puede ser, seguro que he leído mal, volvamos otra vez hacia atrás..."
Pero sí, ay, Dios, que sí: se había quedado ciego, habías leído perfectamente. Y sufrías una barbaridad por el pobre Miguel. Estabas ya totalmente colada por él, vamos, hasta las trancas. No había remedio posible a esa devoción, sólo seguir adelante, entregada a él, a la lectura. Era una mezcla apasionante entre la ficción del relato y la realidad de tu amor de niña, o al revés, daba igual.
¿Qué pasa, que es increíble? Que nadie se ría, por favor, a mí no me lo parecía. Milagroso sí, pero Miguel Strogoff se merecía eso y más. A los héroes les pasaban esas cosas: había que ser así, heroico, que es como le caían a uno hasta milagros. Pero si ponías algo tú de tu parte, había que poner todo lo que podías. Y luego listo, porque los héroes no son sólo valientes, tenían que ser también inteligentes, astutos.Y Miguel lo era y nos había hecho creer a todos -hasta a la propia Nadia- que se había quedado ciego. Por eso pudo cumplir su misión: engañando hasta a su amada para protegerla a ella también.
Miguel Strogoff... me lo sabía de memoria de tanto como lo leía ¡y ahora se me ha olvidado hasta la ciudad donde iba!
viernes, 13 de noviembre de 2009
Nefer, Nefer, Nefer
