Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
Mostrando entradas con la etiqueta Luto y duelo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Luto y duelo. Mostrar todas las entradas

jueves, 25 de marzo de 2010

"Te acompaño en el sentimiento" (La buena compañía siempre) (y III de "Luto y duelo")



Hace tiempo que creo que ser, lo que se dice “ser”, somos más bien poco, y que, por mucho que te empeñes, no se añade nada al ser, muy limitado y prácticamente inamovible en lo que cada uno es. Así que, por esa razón, me parece que el estar conscientemente con uno mismo primero, y el estar acompañando a alguien cuando sufre o, también, está alegre, es a lo más que se puede aspirar en esta tierra. También lo máximo que se puede pedir a otra persona a veces, y ni siquiera siempre.

Por eso el “te acompaño en el sentimiento”, que se dice a menudo a alguien cuando un ser querido se le muere, es tan bonito si es verdadero. No hace falta sentir la pena como propia, me parece imposible además. Las tristezas son intransferibles, personales, aunque varias personas puedan tener tristezas motivadas por la misma causa, pero se sienten de modo diferente, cada pena es de uno y suena con registros diversos. No se puede explicarlas a menudo ni un “te doy esta parte de pena”, o un "dame, que yo te la llevo", qué más quisiéramos. Lo más es sentir juntos tristezas, las de cada uno, o acompañar en ellas, que ya es muchísimo si la compañía es buena.


Ojalá que tengamos siempre una compañía buena en las tristezas y en las alegrías, que hay también muchas y variadas, y piden también su acompañamiento. En soledad no se pasa bien la vida por muchas cosas buenas que te vengan.


“El tiempo todo lo cura”. Me parece que no es del todo cierto. Las heridas grandes permanecen, pero, como hay que vivir, se sigue hacia delante como se sabe y se puede. Te cosen de parte a parte, la cicatriz se forma por fuera, pero la tajada que te metieron no se borra ya. Y el hueco queda a veces por dentro, que es lo que cuenta. “La mancha de una mora se quita con otra”. Pues tampoco lo creo, aunque se diga y se practique, en todo habrá escuelas, naturalmente.


Me parece que cada abandono pide su propio duelo. Sólo los animales no se duelen, no necesitan de ese tiempo de tristeza, del espacio de movimiento lento para ir reconociendo el hueco primero, el negro y su sombra, todo bien de frente, aunque tengas miedo y no lo quieras. Creo que para vivir cualquier duelo hace falta querer vivir consciente y no anestesiado ni escondido en la velocidad, el ruido o la actividad frenética. Claro está que se puede pasar la vida francamente bien con niveles muy distintos de consciencia, todo es muy respetable y se comprende.

“Te acompaño en el sentimiento”. Sé que no se lleva todo esto de las últimas 2 entradas y ésta- Puede sonar antiguo, de otra época, depresivo o triste. Pero no lo es, de verdad que no. Podría ser más fácil pasar corriendo y de puntillas por ausencias propias o ajenas, no mencionarlas siquiera, como si el no hablar de ellas, o que no nos las cuenten, las hiciera inexistentes. Pero yo quiero vivir conscientemente con la muerte mía o la de otros, con el luto y el duelo, reconociendo el hueco oscuro de ausencias diferentes, en vela acompañando a quien no está y a quién se queda. Y también, por supuesto, pedir sin atisbo de vergüenza que me acompañen en el sentimiento, en las alegrías siempre, muchas más hasta el momento, pero también en las penas. Y cuando esto se pide o se explica espero que no suene a drama, sino como el "Fly with me" de Michael Buble o Frank Sinatra, porque todo lo que tiene peso es a la vez ligero, leve.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Velar a alguien (La muerte en casa) (Luto y duelo II)


Otra costumbre que había antes, cuando muchas personas morían en su casa, en su cama, era velar al difunto. Hasta las 24 horas de la hora de la muerte creo que no se podía, ni se puede, enterrar a alguien. Se pasaba así esa noche a su lado, habitualmente rezando, haciendo también una compañía extraña al cuerpo que alojó el alma. No era solo estar con la familia, era estar en cierta manera con quien ya no estaba.

No sé cómo será encontrarse con un espíritu sin cuerpo, solo sé que en esta tierra amamos con los ojos y con las manos y que en el cuerpo ajeno, y a través del nuestro, reconocemos al otro, nos reconocemos, no me parece una simple carcasa. Por eso creo que, como el luto o el duelo, tenía el velar otro sentido, aparte de rezar por el alma, que se puede hacer con el cuerpo del difunto presente o ausente, siempre y en todos lados. Quizá la vela de alguien antes de darle tierra podría ser hasta una señal de respeto, de reconocimiento hondo de que somos (no tenemos) cuerpo, incluso cuando el cuerpo humano deja de serlo porque le abandona el alma.

Ese velar como acompañar, en señal de respeto y reconocimiento, me recuerda también a esa otra vela de antaño, la de los caballeros en ciernes a sus armas, toda la noche, vestido él de blanco, rezando también, presentando lo que iba a servir para defensa y servicio de los más débiles, él y sus armas.

Tenía a veces el velar a los difuntos hasta su gracia, precisamente porque de tanto como se hacía –como pasa en los funerales irlandeses- perdía la gravedad o el sentido trágico, que no la seriedad ni su significado. Es la muerte vista como parte de la vida diaria con esa presencia más constante, en la propia casa, no fuera de ella.

Recuerdo por ejemplo cómo algunos niños pasábamos a la habitación del finado y ni nos inmutábamos, era lo más natural ver a un muerto así, de cerca, y no los de la televisión o las películas que nos parecen irreales. Y luego otra vela, ya mayor, en la que acabamos los familiares riéndonos que se nos saltaban las lágrimas por un chiste de alguien.

El pasado año en el tanatorio corrían mis sobrinos viendo muertos de un sitio a otro y sin impresionarles, haciendo unos comentarios entre ellos que te hacían sonreír. Tenían asumida la muerte del abuelo, de su tío abuelo o del bisabuelo para algunos, y encontraban todo, dentro de la tristeza reinante, interesante, curioso y nada estremecedor, angelitos.

PS: La ilustración actual es de Kasia Spiewak, interesante ilustradora (creo que polaca) afincada en Alcalá de Henares, con blog propio. La otra es de Gustav Doré del Quijote.

martes, 23 de marzo de 2010

Luto y duelo (I)

“Si se ha muerto su padre... ¿por qué no lleva Vd. luto?”

La pregunta me salió del alma acostumbrada a que, cuando alguien de la familia se moría, las mujeres vestían de negro una temporada. Eran los años sesenta todavía, y vi entonces en mi colegio a la primera persona que no vestía de luto ante una muerte cercana.

“El luto se lleva por dentro” me contestó la profesora.

Me quedé pensando. Cuando llegué a casa le pregunté a mi madre.

“El luto se lleva por dentro, sí, pero también por fuera. Es para mostrar nuestro dolor y también para que los demás lo sepan y nos traten con cuidado, con delicadeza. Se nos ha muerto alguien y pedimos que nos quieran de una manera diferente, Aurora.”

Tras aquella profesora del colegio empecé a ver a otras mujeres que no lo llevaban. No hubo censura en las palabras de mi madre, solo una explicación diferente.

El luto teñía la vida antes. Pese a que las fotos eran en blanco y negro, otras sepia, se veía claro que abuelas y bisabuelas se pasaron de negro muchos años, media juventud, casi toda la madurez y gran parte de su ancianidad. Hijos que no sobrevivían, abuelos, padres y hermanos que morían, muerte por todas partes, constante, presente y recordada. De negro eterno casi en tantos pueblos pero también en ciudades.

La obligatoriedad del negro como todo lo que sea por norma es cosa mala. Pero sentir una pena por una ausencia de cualquier tipo y mostrarlo, porque es así como te sientes y deseas que te traten, creo que es respetable.

Luto y duelo, ambos desterrados de este mundo donde todo va tan rápido, donde no hay tiempo apenas para una pena sentida, honda y larga, por frivolidad y superficialidad tantas veces. Y con buenas intenciones otras tantas, ese “tienes que salir y animarte”.

PS: Y por contraste, que también cabe, pongo la foto de dos cuadros a los que nos quedamos mirando largo rato el domingo, esa maternidad tan blanca, y la otra, agitanada y negra, ambas tan bonitas. La vida y la alegría que no falten ni en el luto ni en el duelo, es posible tener un poco de todo.

(“Maternidad” y “Joaquina, la gitana” de Joaquín Sorolla y Bastida están en el Museo Sorolla de Madrid, calle General Martínez Campos)