Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
lunes, 1 de diciembre de 2008
La sardinada y el mercado común
Corría el año setenta y uno, quizás setenta y dos, no más. Estábamo todos mis en la casa de mi abuelo.Verano de mucho calor. Piscina recién arreglada de una alberca que había. Parecía el Ganges llena de niños morenitos de todas las edades y algún que otro adulto que se atrevía. Los más deportistas entrenaban: 200 largos, 300 largos. Competían en natación. El resto de nosotros no entrenaba nada, hacíamos el bestia mayormente. Bomba va, bomba viene, aguadillas, en fin estas cosas que hacen los niños en las piscinas, donde siempre alguien acaba llorando y de vez en cuando cae una regañina de un adulto o un cachete.
Los veranos en aquel pueblo de Valladolid con cerca de 40 personas viviendo todas juntas eran muy divertidos. Bastante follón, pero geniales. Hacer comida para 40 tiene su aquel. No había lavaplatos entonces. Currábamos de lo lindo todos, especialmente las madres y las hijas (cosas de la educación). Había sólo 1 baño. No sé cómo nos las arreglábamos, pero lo hacíamos.
Aquel día, cosa rara, decidimos que no íbamos a comer sentados en casa (comíamos en turnos), sino que íbamos a hacer sardinada en el jardín. Seguro que se nos ocurrió a alguien en aquel entonces joven, las personas mayores siempre tienen más sentido común.
Hacer una sardinada a las 2 de la tarde en julio en plena Castilla es querer complicarse la vida: acabas antes y pasas mucho menos calor si comes dentro y te quedas quietecito echando la siesta o en su caso dentro en la piscina, ser nieto de médico nos relevaba de la digestión, vaya tontería. Pero no, alguna cabeza brillante decidió lo de la sardinada para 40 con aquel calor.
Bueno, pues allí que nos pusimos con la sardinada en cuestión. Unos treinta niños, adolescentes y algún que otro "joven", los adultos intentando dirigir todo.
Siempre he pensado que lo de las barbacoas tiene algo atávico para los hombres. Les mola lo del fuego un montón. Y lo de la carne. Aunque en este caso eran sardinas. Hay como que demostrar que uno siguen siendo "el hombre" o que empieza a serlo en su caso y que es capaz de a) encender el fuego b) mantener el fuego c)que la carne se haga.
No sé, estoy segura que hay algo muy profundo en la naturaleza masculina, la llamada de la selva o algo así, que cuando oyen la palabra "barbacoa" allá que van todos a una. Hay que dejarles hacer, que se ensucien ellos, que aguanten estoicamente el humo que se monta y que nos den de comer por un día. Al fin y al cabo hace mucho tiempo que no van a cazar en plan "reina, mira el mamut que te traigo". Hoy van a la oficina, a la consulta, al colegio o al frente del volante, pero esa relación con el fuego y la carne ya no la tienen. Y hay que dejarles con esa alegría (¿?) primitiva.
Humo de horror. Las sardinas comenzaban a hacerse pero éramos muchos. Nosotros en traje de baño porque hacía calor y, aunque en mi familia nos vestimos para comer, aquel día continuábamos en traje de baño por una simple cuestión de supervivencia: el calor era axfisiante. Boecillo te deja una piel como un elefante. El agua es mala, calcárea. El cloro de aquel entonces era muy malo. Parecíamos pequeños elefantitos todos los primos, color gris parduzco, lija en vez de piel.
Y entonces, en mitad del follón del humo, del olor a sardinas que se te mete los poros y se prende del pelo, de los chiquicientos niños como inditos todos en mogollón con nuestro plato a por las sardinas, aparecen ellos.
Ellos. Europa. Francia. La France.
Marie Claire, su marido, su hijo y sus cuatro niñas, todas rubias, todas francesas, todas ideales, vestidas con sus vestiditos blancos inmaculados. Y peinadas con esos moñitos altos como rodetes.
Marie Claire es una amiga de la familia que pasó unos años en casa de mi abuela durante la 2ª guerra mundial, creo recordar. Rubia impresionante y delicada. Monísima. Sus hijas no le iban a la zaga.
Desembarcaron sin previo aviso, les apasionaba y les apasiona España, pero siempre, ay, caen en el peor de los momentos (otro fue cuando se nos averió el cuarto de baño y saltaron las cañerías de caca).
Y ahí estábamos los 30 niños, los 10 adultos, oliendo a sardinas y a sudor, renegridos, hambrientos y tercermundistas. Españoles.
Decía luego mi padre: "pero ¿cómo pretendéis que entremos en el mercado común? Ya lo habéis visto, es imposible. Mirad cómo son ellos y cómo somos nosotros". Nos moríamos de risa.
No me acuerdo como acabó el día ni la sardinada. Creo que al final comimos todos. Las niñitas rubitas con sus vestiditos también. Con la mirada escrutadora de mis hermanos y mis primos seguro, porque las niñas eran como de cuento.
Hoy, día de nevada impresionante que no sé ni cómo voy a salir a por el pan, opuesto totalmente a aquel día veraniego, me he acordado de los Igea, la sardinada y el mercado común.
Todavía sigo pensando que tenemos poco que ver con los europeos.
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10 comentarios:
Leo y me viene a la memoria esa época. Nosotros éramos unos 25 en casa de mi abuela, 13-14 niños, piscina para mitigar el calor de Córdoba, un gran patio para correr y saltar, y un solo baño también. Y lo peor venía en Navidad, parecido número de personas pero sin posibilidad del espacio exterior por el frío. Suerte que la casa era grande.
¿Cómo podíamos apañarnos así?. Pues supongo que todo se debe a que era lo que había y nada más. Desconocíamos otras comodidades, y lo pasábamos bien.
Tienes razón en lo de las barbacoas. Aunque no creo, al memos en mi caso, que sea por la "llamada de la selva". Más bien es una cuestión de habilidades. El hombre que no tiene ni idea de cocinar, es mi caso, pretende suplirlo con la barbacoa. Se realiza en un espacio abierto, no se requieren especiales aptitudes, y sobre todo son escasas las posibilidades de manchar algo (la cocina) por lo que tengas que aguantar un mosqueo.
Lo de los franceses tuvo su gracia. Al final comieron sardinas, se lo debieron pasar en grande, volvieron a los orígenes del hombre primitivo, seguramente siguen volviendo como tantos otros europeos, y nosotros entramos en el mercado común.
Que no seamos todos los europeos iguales tiene su aquel. Lo contrario sería muy aburrido.
Me he divertido con tus recuerdos,Máster, y me han trasladado a los míos. (las francesitas... dieractamente a la lavadora, supongo)
Lo de la barbacoa, que yo jamás he entendido por qué la hacen los hombres. En casa también pasa. Y con calor. Y sudan pero les da igual. Francamente, yo no podría. Con el humo, la chicharrina húmeda típica del Mediterráneo, montón de gente apiñada alrededor de la mesa del jardín. Pero la barbacoa te permite eso... que las señoras "libren" un día. Y no se sabe cómo, todos acabamos cogiendo la comida con los dedos. Y el pincho moruno que va de mano en mano porque el pequeño Ton quiere uno.
La gracia está en que los platos, vasos, servilletas... sean de usar y tirar. Cuando acabas, coges el mantel de papel y ¡hala! todo a la hiperbolsa de basura y directo al contenedor.
Lo mejor... cuando los niños se dispersan y nos quedamos los adultos con el café, el limonchelo (artesanal, made in Padres del Loreto) y el cava casi congelado.
La barbacoa es una especie de rito para ellos. Y tiene un algo que te descomplica la vida y alarga las sobremesas que ni te enteras.
No me digas que te has quedado incomunicada...
Besos
Yo también entiendo de todo esto... un poco. En mi casa, en la casa de mi abuela... aún sigue funcionando el corral...
... qué palizas de corral que nos hemos dado estos veranos... y aquellos otros veranos ya pasados...
...y qué libertad la de los peques. Mis sobrinos madrileños adoran el corral... el corderín de León... los choricines asados... las costillinas de cerdo... la ensalada campera... todo ahí... envuelto entre las risas y el polvo del corral... que si ahora me subo al remolque... que yo al tractor... pues yo me quedo con la carretilla... pues vamos a hacer un teatrillo...
... veranos de polvo, risas y a ratos escasos... silencio.
... ah... y al anochecer... una chaquetina... por si refresca.
Muy buenos los recuerdos ...
Me he reido muchisimo...Pienso como Cordobes que desconociamos otras comodidades y lo pasabamos en grande
Estoy de acuerdo con Ana y el "corral" para algo somos de la tierra ¡Cuantos momentos infantiles felices !
Master,tendras la nevera y el congelador llenos, por si acaso ...
Veo que tienes raices catellanas
Un saludo
Cordobés, lo de Córdoba debía ya de ser para nota. Apunto lo de que tú te ocupas de la barbacoa. Tienes razón: por lo menos no se pone la cocina perdida... es una ventaja.
Sunsi, sí, las comidas de verano son estupendas, cualquier cosa que no haya que salir petado luego es estupenda. Hoy comí a la carrera...
Ana, muy parecido todo, el polvo del jardín que se metía hasta el alma, pero ¡qué bien nos lo pasábamos! Y sí, en León como en Valladolid refresca por la noche, yo soy de rebeca también y con la edad más, me quedo helada rápido.
Maripaz, frío en Palencia como en León ¿eh?
Tranquilos, hoy duermo en MAdrid porque mañana tengo clases tempranito y no podía arriesgarme a no poder bajar. Me vine a las 6. Mañana volveré a las faldas de la Maliciosa: está precioso, la chimenea tira fenomenal, y estoy estupendamente. Me gusta.
ODIO EL INVIERNO, EL FRÍO Y LAS BARBACOAS.
Por ese orden.
Ps.
Estoy con el encargo.
Ay, los recuerdos de la infancia
hermosos, filtrados por la memoria, solo lo bueno pasa, menos mal
siempre (casi siempre) son rememoranzas bellísimas, y tristes, por lejanas y no repetibles
pero que nos quiten lo bailao
y los europeos que se lo pierden
la vida sigue, generando recuerdos para el futuro.... con ese pensamiento se puede disfrutar mucho también el presente
Tengo buenos recuerdos de la infancia y de la juventud, también algunos malos, pero pocos. He tenido mucha suerte, quizás también me acuerdo más de lo bueno.
Creo que al final tener un buen "puñao" de buenos recuerdos se lo debes a tus padres, a tus maestros, a tu familia. No sé, más allá de esa educación de principios y tal -que no digo que no sea importante- pienso que de lo que se trata es de que los niños se queden tambíén con ese "puñao" de buenos recuerdos que les den calor y seguridad el resto de su vida.
Yo como tía, no como madre que no lo soy, y como amiga de amigos con niños intento eso. Que los niños se lo pasen bien, que no es darles de todo ni decirles a todo que sí... sino que al menos cuando se vayan a su casa después de un día en la mía o de una temporada conmigo... tengan tres o cuatro cosas buenas que puedan recordar...
Aquellos moños monisimos como tartinetas, hechos con una especie de trencita rodada sobre si misma en "to lo arto" de las cabecitas,
y eran rubias ¡¡tan rubias¡¡ ....
Efectivamente unos cuantos buenos recuerdos que nos atan a la felicidad cuando esta parece que no quiere quedarse. Lo pasabamos ,lo pasamos (gracias a Dios) bien,a veces hasta muy bien
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