Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 6 de enero de 2015

"Y ENTONCES ME DIO POR ASESINAR"-CUENTO DE NAVIDAD. Cap. 14: La Nancy no está. (6 de enero de 2013)

“La Nancy, la Nancy, la Nancy…”

Me acabo de despertar hoy como aquella mañana de Reyes, nerviosa e ilusionada.

“La Nancy, la Nancy, la Nancy...”, esa muñeca vestida de niña de colegio, de chica sofisticada o de enfermera, da igual. Es el regalo que he pedido en la carta a Sus Majestades. Todas mis amigas la tienen ya o están en vías de tenerla. Yo la quiero también. Me da igual de qué vaya disfrazada, siempre que sea una Nancy de las de verdad.

Veo mi ropa preparada en una silla: la faldita escocesa, el jersey fresa con la cenefa a juego, y los zapatitos merceditas ingleses color granate. Pero yo ahora no me voy a vestir. Me quedo con mi pijama de conejitos rosas, bajo la litera como puedo, llego mal al suelo que piso descalza, está frío, tiemblo al pisar. No tengo ni tiempo para ponerme las zapatillas. Oigo a mis hermanos que ya están aporreando la puerta del dormitorio de mis padres. “¡Que ya han venido los Reyes, que ya han venido, venga, levantaos, pesados!” 

Hasta que mis padres no se levantan, hasta que no les sacamos de la cama, no podemos pasar al cuarto de estar donde nos han dejado los regalos los Reyes Magos. No son más de las 7 de la mañana, pero nos abren por fin su puerta con los ojos hinchados de sueño. Nosotros ni lo sentimos, estamos demasiado emocionados. Y eso que hemos pasado la noche en un duermevela creyendo oír ruidos extraños, intuyendo sombras que se deslizan, entre el miedo y la ilusión. Si ves a los Reyes Magos no te traen nada, así que cierras los ojos bien fuerte por si acaso, te haces siempre la dormida.

Mi madre lleva su bata azul sobre el camisón, mi padre el pijama de rayas. Arrastran los pies delante de nosotros y, muertos de risa y agotados a la vez, nos acompañan al cuarto de estar. Mi padre hace la broma de rigor. El muy guasón abre la puerta solo un poquito y la vuelve a cerrar muy rápido diciendo “Huy, está saliendo un camello, no podemos entrar… todavía”. Nos ponemos a cien, le gritamos que a otro perro con ese hueso y nos abalanzamos sobre las puertas correderas. Hay luz al otro lado, se la dejan siempre encendida los Reyes Magos. Es la señal de que se puede pasar ya, allá vamos.  

Bajo el árbol de Navidad están puestos los paquetes. Miramos mis dos hermanos y yo rápidamente a la chimenea, pero ni nos detenemos. Luego lo haremos para comprobar que se bebieron la leche los camellos, que el coñac para Melchor desapareció y que quizá hay un pelo de la barba de alguien, un hilo de un manto o un adorno de una capa, algo que se desprendió de la comitiva real que esa noche llegó a nuestra casa. Los Reyes siempre dejan un rastro de magia, de realidad.

Voy corriendo al árbol. “La Nancy, la Nancy, la Nancy…” No puedo más, casi me hago pis de la ansiedad. Se me ha olvidado ir al cuarto de baño al levantarme. Abro el paquete más grande que tengo, con decisión rompo el papel y…

La Nancy no está.
No está.
No está la Nancy.

Hay una muñeca parecida a ella en esa caja. Pero no es la Nancy sino otra, distinta, diferente.
Es otra muñeca, esquiadora además. Vestida con jersey nórdico, un aire al que llevo yo cuando subimos a Navacerrada, pantalones negros, esquís chiquititos, y con gafitas.
Mona, sí, pero no es la Nancy. No lo es.  

Me quedo muy quieta. No sé bien qué hacer ni qué pensar. Bueno, sí: me empieza a subir por la garganta un nudo que conozco bien. Los ojos me comienzan a picar. Miro a mis hermanos. A ellos sí parece que los Reyes les trajeron lo que pidieron: el Exin Castillos, el juego de vaqueros de Comansi, la espada de romano, un balón.


¿Qué ha pasado? ¿Qué ha podido pasar? ¿Por qué a mí? Escribí mi carta y lo puse bien clarito: “una Nancy, por favor”. Además he sido buena. Sé que lo he sido, como lo saben mamá y papá. Soy una niña buena, o, al menos, lo intento siempre con todas mis fuerzas. Hasta rezo por ser mejor. 


Mi madre me mira. Sabe lo que está ocurriendo y lo que está a punto de pasar. Entonces se acerca, me acaricia y, con calma, me habla. “Nurieta, hija, los Reyes saben siempre más. Y sus Majestades habrán pensado, por lo que sea, que lo tuyo es una muñeca esquiadora, que es casi igual… pero diferente”.


Escucho a mi madre y la creo, aún teniendo todavía ganas de llorar, pero ya menos. Se me van pasando como por encanto. Y es que estoy tan contagiada por el ambiente de alegría y regalos de la mañana, tan ilusionada por la vida en general, que se me va rápido eso de romper a llorar porque no me hayan traído los Reyes justo lo que yo había pedido, sino algo ligeramente distinto a lo que pedí, a lo de las demás.

Por otro lado mis hermanos están armando la de san quintín con el balón, pelotazo va y viene en medio del cuarto de estar. Hay que esquivar la pelota, no puedo ni pensar salvo en lo brutos que son y el ruido que hacen. Mucho mejor ser chica, dónde va a parar, mil veces mejor ser niña. 

Bueno, sí. Es verdad. Yo quería una Nancy, es cierto. Me encanta la Nancy. Todas las niñas que conozco la tienen. Y yo la quiero además. Es tan bonita, tan preciosa, me gustaría tanto,  pero…

Miro a la muñeca esquiadora un ratito. Primero de reojo. Luego a la cara ya. Acabo por cogerla en mis brazos. Tiene su gracia al final, con esa pinta de atrevida, de valiente, de ir surcando las pistas, zas, zas, zas… Y, sobre todo, no tengo tiempo de pensar mucho más: son sólo dos días antes de volver al colegio, sólo dos. Así que tengo que ponerme ya a jugar, aprovechar lo que queda de vacaciones, siempre cortas, y hala, con la muñeca esquiadora o con lo que haya, es igual.

Además hay otros regalos que me quedan por abrir. Tengo tres paquetes más. En uno hay dos libros, uno de mayores, con dibujos antiguos, como los de casa de mi abuela, “La isla del Tesoro” de Stevenson, seguro que me va a gustar. El otro es de niñas,  de “Torres de Malory”, el que me faltaba de la colección.

Y en el segundo hay una sorpresa fenomenal, algo que parece un cuaderno un poco extraño. Tiene un cierre y un candadito dorado, las páginas color crema, forrado de tela escocesa roja y verde y con unas letras doradas que pone en la portada “Mi diario”. ¡Con lo que me gusta a mí escribir! Me paso la vida inventándome historias que todavía escribo con faltas y que luego cuento a los demás.

Por último, en el más pequeño de todos los paquetes, hay un juego de pulseras de cristales de colores que me pongo inmediatamente. Me voy al espejo a mirarme cómo me quedan. Parezco mamá, estoy guapa.

Con todo esto no contaba yo para nada… ¡Y me gusta tanto lo que me han traído sin pedirlo siquiera! ¡Qué listos los Reyes Magos, que traen esos regalos que ni se le ocurren a una y que luego me gustan a rabiar!

En menos de media hora, no más, entre mi padre y mis hermanos, mientras mi madre prepara el chocolate en la cocina, hemos montado la sierra de Guadarrama en el cuarto de estar. Cuando nos vea mi madre nos va a matar, todas las camas de la casa deshechas porque necesitábamos las mantas para hacer los picos de Navacerrada desde donde mi muñeca esquiadora se va a lanzar.

¡Atención, atención, que voy! Y ahí va la muñeca esquiadora, zas, zas, zas. Baja una loma, luego otra sin parar. Se cae, se levanta y vuelta a empezar. Llega al castillo de Exín en un valle, porque en medio de las montañas hay un enorme castillo medieval donde ella repone fuerzas. Juega después bajo la mesa del comedor con los vaqueros de Comansi donde ella es la chica de salón.

Lo he visto en las películas: las mujeres en el Oeste son o maestras o chicas de salón. Y a la muñeca le parece mucho más divertido ser chica de salón, vestida de rojo y cantando, una vida más atractiva que la de la maestra, dónde va a parar. Y además se puede ser una muñeca esquiadora y chica de salón, mitad y mitad.
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 Abro los ojos finalmente en esta mañana de 6 de enero de 2013.

Ahí está la chica, el ángel, a quien ya reconozco plenamente como tal. Ha tomado notas todo el tiempo, la pobre o el pobre, escuchándome, una paciencia ha tenido realmente angelical.  Un ángel ha sido quien  me ha acompañado estos días al lado de mi cama, en la operación, en ese lugar donde estuve más allá del hospital, entre la vida y la muerte. Era un ángel quien escribía sin parar. Y en este momento vuelve a estar junto a mí y de pie, solo mirándome, sin anotar nada. Es un ángel muy normal, tanto, que ni me di cuenta de que lo era. Ahora todo encaja. Ya está. Ya sé qué pasa y qué va a pasar.

Pero lo más importante es que en este momento tengo muchas ganas de moverme, de levantarme para ir a ver qué me han puesto hoy los Reyes Magos esta mañana de 6 de Enero de 2013, a mis cincuenta y algo años, como si fuera pequeña otra vez.  Me encuentro con muchísimas fuerzas. No me duele nada y me siento fenomenal. Y quiero abrir los regalos ya.

"Estás lista, ¿no?" me pregunta el ángel.

"Creo que sí, que lo estoy…¿verdad?” le digo.

Salto de la cama, los pies de nuevo no me llegan al suelo. Veo un cuerpo de mujer adulta con vendas y tubos, cosido de parte a parte, que queda ahí. Me da reparo y pena dejar a esa mujer que soy yo. Más bien que era, ya no. Porque ahora vuelvo a ser sólo una niña dispuesta a atravesar el camino que comencé hace unas semanas.

Todo estaba allí: la montaña cada vez más grande como la Maliciosa, fría y cálida a la vez, la oscuridad del momento, y el cuerpo, mi cuerpo, como un formidable Jaguar, él y yo, a punto de despegar, sin tocar el suelo, en una comunión total justo antes de ese salto final.  Lo sentí así tras todos los disgustos que mi enfermedad me ha dado, el deterioro físico de este año y de los anteriores, las arrugas, las canas, los kilos de más, la vejez que me llegaba, la decadencia, el dolor, el cansancio y tantos “no puedo más”.  

Yo soy un Jaguar, no solo el espíritu infantil y descalzo que se acaba de bajar de la cama, ni tampoco ese cuerpo machacado, agotado de la mujer enferma que dejo atrás. Y como tal, todo potencia, precisión y velocidad, se unirá a mí, seré yo. Pero ahora, como he vuelto a ser pequeña, debería sentir mucho miedo en este momento, de niña nunca pude soportar la oscuridad. Así que el ángel que lo sabe marcha delante de mí y me toma de su mano.  Y yo no la voy a soltar como hacía con la de mi madre en el Corte Inglés, en el metro y en la plaza mayor de Madrid.  

Antes de irnos le tiro un momento hacia atrás, se me olvida algo. Es la muñeca esquiadora arrebujada en mi cama del hospital. No la voy a dejar ahí tan sola, me la llevo. En una silla ha quedado también el cuaderno donde el ángel no paraba de escribir, mi diario, el de las Navidades aquellas, con las esquinas rotas, el candado que mi hermano mayor hizo saltar para saber lo que escribía y reírse de mí, el cierre del clic que todavía suena y mis faltas de niña pequeña y mayor, historias reales e inventadas, páginas enteras que escribí o viví, es igual. Está ya acabado, el ángel se hizo cargo de la parte final, cuando yo no podía hacerlo.

"Venga, que es el día de Reyes y nos esperan, Nuria, Nurieta, vamos, mi niña, vámonos”.

Mientras me abre el camino, se vuelve atrás, casi él tan transparente como yo, y me dice “Y por cierto, que sepas que lo de la pluma del pájaro enorme con la que me viste escribir es una concesión al imaginario angelical popular, un tópico, una pésima licencia de aprendiz de escritora y, lo peor, una cursilería imperdonable…”.

Me río. Tiene razón.
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Suena el móvil de Pablo Gallego Estilles a las 7.00 de la mañana del 6 de enero de 2013. Lo coge y escucha al otro lado algo que le hace llorar y abrazar a su novia.

En ese mismo momento muchos niños abren sus regalos con ilusión. Los Reyes Magos han llegado. Ha valido la pena pedir y esperar.

Lento fundido en negro, estrecha oscuridad y fogonazo de luz final.  

Sopla una suave brisa. Hay alegría y paz.




FIN de Y entonces me dio por asesinar. Cuento de Navidad. 

Gracias a los que habéis leído cada día desde el 23 de diciembre o lo habéis descargado 




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