Sigo pensando que esto se parece cada vez más a Los Ángeles Law: un caso complicado o
hasta muy simple, y una chica perfumada como mi abuela o una tía, quizás mi
madre, pero que realmente es una actriz sin idea de derecho, intentando
entender a una pobre mujer, yo, que se explica mal, fatal, que mezcla las
cosas, que va para adelante y para atrás, y que ahora está todavía más confusa,
más.
Y hay algo que me sigue molestando por dentro,
muy hondo, que no se me va.
Ella ha dejado el cuaderno un momento señalando
con el cierre ese metálico la página donde ha dejado de escribir. Qué gracioso. Es un pequeño candado colgando, como para proteger el cuaderno y que nadie lo
lea. No me había dado cuenta hasta ahora.
“¿Quieres contarme algo más? Soy toda oídos. Quizá
te ha quedado algo importante todavía por contar” me dice. Es como si adivinara
por dónde van los tiros, y eso que parecía inexperta, demasiado joven para
entender o luego vieja, ya ni sé bien qué pensar de su edad.
Pues sí, se lo voy a contar del todo ya. Al
principio lo hice como una cosa graciosa, una salida de pata de banco, un simple
arranque de genio mío, esa causa próxima de mi asesinar. Y no, no fue solo eso.
Sé que no lo fue.
La noche de autos real, el inicio de todo, fue
el 24 de diciembre de 2011, hace ya más de un año. Tengo que volver otra vez a
ello, a qué dije, cómo lo dije, por qué lo dije, al daño que pude causar.
Porque tiene algo que ver, mucho, con todo esto.
“Mira, verás, resulta que no te he contado todo
lo que pasó la Nochebuena de 2011..."
Hago silencio, me cuesta hablar.
Sigo después de un rato. "Lo cierto es que yo estaba
preocupada desde hacía un par de semanas. Había hablado con el médico y el
diagnóstico era el que era. Me animó, me dijo que el año iba a ser duro, pero
que podría salir adelante y que, en todo caso, iríamos viendo.” Me quedo
callada de nuevo.
“Ya. Era una cosa grave, ¿verdad?“. Me mira con
cariño y deja la pluma tan especial de lado. No escribe, como si supiera ya lo
que le voy a contar. El cuaderno está cerrado.
“Sí, muy seria. La misma razón por la que me
cogí la prejubilación, pero en Diciembre de 2011 agravada. En fin, no me lo
puso bien el doctor Rufilanchas. Me dijo que iba a necesitar ayuda durante el
2012, mucha ayuda y todo el apoyo del mundo, medicación, descansar.
Me horroriza molestar a nadie, ser el centro,
dar malas noticias y, mucho menos que me compadezca nadie, eso es lo que me
gusta menos: no soporto la compasión de los demás. Así que decidí de momento
contárselo a mis hijos, por eso de que tengo a uno fuera y los otros dos,
aunque viven en Madrid, viajan bastante y no les veo todo lo que yo quisiera.
Me dije que entre copa y copa de champán la noticia quedaría diluida, mejor
como si tal cosa. “Nada, que tengo otra vez que cuidarme…”.
Así dicho, con la alegría reinante, no les
agobiaría, pero lo sabrían ya. En cualquier caso, el doctor me había dicho que
había que esperar y que, si no iba mejor, operaríamos al final quizás,
que íbamos a ver cómo se desarrollaba todo con el tratamiento…”
La chica se ha levantado y se me acerca más,
pero ya no escribe, ¿por qué? Comienza a hablar, resume lo que pasó.
“Y en éstas que tus hijos no vienen a cenar, que
llamas, que están con su padre porque le acaba de dejar su actual mujer que se
ha ido llevándose a la niña y que les invitas, junto a tu suegra, a cenar a
casa. Y entonces os enzarzáis en una discusión familiar. Me acuerdo, pero sé
que lo de discutir es algo normal, como tantas familias en estos días precisamente,
nada significativo, lo habitual…"
Nos quedamos calladas las dos un momento. Luego
vuelvo a hablar. Me cuesta hacerlo. Ella vuelve a abrir el cuaderno para
escribir.
“Digamos que muchas cosas en la vida no
cicatrizan bien, ¿sabes?... Es como si no se
acabaran de limpiar, incluso
cuando tú crees que no, que es caso cerrado, que ya estás en paz contigo misma y
con los demás. Luego se añaden circunstancias variadas. Puede ser que tu jefe,
si lo tienes, te riña ese día otra vez, uno más. O que no encuentres
aparcamiento, el ascensor que no funciona, las cosas que se rompen y no puedes
arreglar, todas esas minucias que te acaban por desquiciar. O que estés
simplemente agotada de la vida, cansada de ti, harta, también desilusionada con
alguien en especial, incluso contigo misma…
Es lo más habitual, estar desesperanzada,
sabiendo que cabe esperar muy poco de una misma o de la vida en general. No sé,
se juntan a veces muchas cosas antes de hacer daño a alguien o de que te lo
hagan. Pero no quiero disculparme. Quiero contarte lo que dije, para que veas
cómo puedo ser…
Me di cuenta que esa Nochebuena no era el
momento para hablar de lo mío, de mi enfermedad. Ya habría otra ocasión mejor.
Me callé. Me lo tragué a pesar de todo. Quizá hice mal… o bien con el silencio.
Ya ni sé.
Intenté animar a Mauro y a mis hijos posiblemente
sin tacto. Tengo que decir que además me
fastidiaba mucho que no probaran bocado al pedazo de cena que había preparado, al
caldo, a la pularda, los langostinos de Huelva y al jamón del mejor.
Fíjate qué tontería. Me siento molesta cuando la
gente no come, cuando hay desgana, inapetencia. Es como un desprecio que se
hace a quien cocina y a la propia comida, que está ahí para que la comamos, una
bendición más de las muchas que recibimos, algo más de lo que la vida nos da. Puede
ser también mitad orgullo mío… Al final no cocino por generosidad, ¿sabes?, me
gusta el agradecimiento de los demás. Y luego esa costumbre de la infancia de
acabar comiendo lo que te ponen en la mesa sin poner mala cara. Mal, ya lo sé,
es una estupidez…
“Tú, Nuria, no lo entiendes, tú esto no lo puedes entender…”
Esa frase de Mauro dicha por alguien que ni me
había mirado al entrar en mi casa, cuando le había acogido a cenar una noche
tan especial debido a su situación, pronunciada por la misma persona que me había abandonado por otra, me sentó fatal. Por
dentro además yo llevaba mi propia procesión. Podría haberme callado y
entendido que él no sabía lo que decía con el dolor del momento, haberme hecho
la sorda. En la vida hay que hacer así muchas veces, es la clave de la
felicidad, hacer que no oyes... Pero no lo hice, entré a trapo y a por todas,
como una fiera.
“Y
tú sí que
no tienes ni idea de lo que es querer, así que cállate la boca”
Lo dije y sonó como un disparo a bocajarro, seco
y duro, al corazón de alguien con quien compartí más de 24 años de casada, con
quien tengo y eduqué tres hijos hasta aquel año 2000. Y fue además en público,
harta ya de tanta monserga de “pobre papá”, “pobre papá”, “pobre papá”.
¿Cuándo me había quejado yo? ¿Cuándo me habían
visto mis hijos ni nadie el más mínimo mohín cuando su padre nos dejó? Nunca, jamás.
Sentí que la víctima era yo y me revolví. Me contestó él con algo duro
también. Pero da igual lo que dijera. Sé bien que tú estás aquí por mi caso, no
por el suyo…”.
Me echo a llorar, no puedo más de la pena que me
da. Luego sigo.
“Siguió la discusión. Me blindé por dentro y
volví a disparar. Soy más rápida y hago más daño que él con la lengua, le llevo
en esto mucha ventaja. También porque seguía herida. Había algo a pesar del
tiempo, siempre ahí, agazapado y listo para saltar. Y eso que pensaba que
estaba todo superado y que incluso su mujer, Gina, por la que me dejó, me caía
bien, y hasta quería a su hija, la de ellos dos. Pero no, otro disparo perfecto
directo al corazón de Mauro, quise darle, herirle a conciencia y le dije lo
siguiente:
“Tú primero quieres una cosa y
luego otra. Y te encaprichas. Y te
pueden durar los caprichos más o menos tiempo, depende. Eres un niño, un niño
chico, y siempre lo has sido. Así que no es de extrañar que, cuando no te salen
las cosas como tú quieres, pretendas tener a todo hijo de vecino a tu alrededor,
a ver qué le pasa al niño…”
Me pongo de nuevo llorar recordando lo que dije,
qué bruta fui, qué bruta soy...
Recuerdo más cosas, más veneno, tomándome la
justicia por mi mano, queriendo ejercer no sé qué extraña salvación, condenando, por si no quedaban claras las cosas, quién era el culpable –él, Mauro- y quién era
la víctima –yo-.
No era el genio solo, que lo era también, era
algo más serio. No fue solo el
espectáculo público que di, que es lo de menos. Fue algo más grave, la terrible
falta de amor y todo el dolor, el orgullo herido, el amor propio, en fin, mucho
que me quedaba todavía muy dentro, abierto, sin cerrar…”
Lloro al recordar, me hace daño el daño que hice
a conciencia.
La chica ha tomado notas muy cortas en este
momento, como si lo esencial ya estuviera dicho y no hiciera falta escribir
mucho.
“Veo que vamos avanzando. Nos queda poco, solo
hablar de Mauro ya de una vez por todas”.
Cuento de Navidad por entregas en este blog, cada día (salvo uno) un capítulo, hasta el 6 de enero.
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