Bueno, en fin, aquí estoy de nuevo, el 2 de enero del nuevo año, 2013. Seguimos con mi carrera de asesina que comencé en las Navidades del 2011, ¿qué hice con el cadáver de la Zapico, mi primera víctima?... ¿conté con cómplices, con ayuda exterior?... Porque la santa hermandad apenas me aportó, así que me vienen a la cabeza, al corazón, mis tres hijos, Pablo, Santiago y Juan, ya mayores, criados e independizados… Ay, Dios, ¿fui como Ma Baker, la de Boney M, o la madre de los hermanos Dalton…? De verdad, qué horror…
“Bueno, Nuria, tú me dirás…”
Ahí está, atenta como si fuera una estudiante aplicada, esperando a que
yo le cuente cómo fue… Pues va dada, porque realmente ahora que intento
recordar no sé muy bien qué pasó. En fin, se lo explicará como pueda, por
confuso que pueda sonar.
“Mira, yo sé que en lo de Marian algo
tuvieron que ver mis tres hijos, más que nada porque los hijos te hacen sacar
recursos de todo tipo de dónde pensabas que no los tenías, siempre ocurre
igual…”
“Bueno, bien, ya, pero me tendrás que explicar
cómo fue, ¿no?...”
Ahí me ha pillado, a ver ahora qué le cuento yo. Quizás si ella…
“Tú no tienes hijos, ¿verdad?" Le pregunto.
Pienso que los míos, ya treintañeros dos de ellos, todavía no me han hecho
abuela, con las ganas que tengo ya... "Hoy en día la gente tiene hijos más
tarde que en nuestra época….” me pongo a explicar.
“Pues, mira, no tengo ninguno, pero es algo que
ni me lo planteo. Está totalmente fuera de mis posibilidades, la
verdad..."
Me he quedado de piedra. “Bueno, eres joven
todavía. Tendrás novio algún día, querrás tener hijos con la persona que
quieras, con el hombre adecuado… ¿no?“ Se
lo suelto de repente, no puedo evitarlo. Tener hijos, quererlos, me parece lo
normal, lo habitual…
Pero hay algo raro en cómo ella ha dicho lo de
posibilidad. Y yo le he contestado demasiado rápido quizá. A veces hablo antes
de pensar. Y puede pasar que metes la pata en esto y haces daño. Aunque hoy las
chicas son distintas a cómo éramos nosotras. La mayoría queríamos hijos y un marido.
Era lo normal en mi época. Pero quizá es que ella no puede tenerlos, quién
sabe...
“Mira, no consigo recordar en concreto cómo fue,
me vas a perdonar… Sólo sé que fueron sobre todo ellos, mis tres hijos, y no sé
cómo se las arreglaron al final, la verdad... Sin que te enteres los hijos te
sirven hasta para deshacerte de un cadáver sin dar muchas vueltas, sin proponértelo...
Una mañana te levantas y sabes que el cuerpo de
esa mujer estará por alguna parte, pero bien guardado, pudriéndose con seguridad.
Claro está que puede ser como las películas de miedo: cualquier día se me aparece
la Zapico en plan zombi y me pego un susto de espanto.
Ya sabes, en las
películas de terror está la protagonista en la bañera al final, pensando que el
asesino, el monstruo, el zombi o esa criatura infernal, la que sea, ya está
acabada o a buen recaudo, que todo marcha bien y llega el final feliz. Y de
repente, plaf, no sabes cómo, aparece la mala o el malo casi cadáver, demacrado,
un horror… y quiere matar otra vez a la protagonista, lo quiere volver a
intentar. Y toda la sala grita de espanto, porque creíamos todos que el zombi
estaba fuera de combate…”
Mientras hablo me doy cuenta de que todo lo que
digo no tiene ningún sentido, pero que es la verdad. Pasa a veces en la vida,
hablas sin saber qué estás diciendo y luego tiene un significado para alguien,
para ti misma al final. Le sigo contando.
“Siempre te queda la duda de si lo has hecho
bien, de si lo estarás haciendo bien… ¿sabes? De si habrás sido una buena
madre, de si te recordarán de algún modo más que riñendo porque estaba todo
hecho un desastre… De si se acordarán de ti cuando ya no te necesiten, como es
mi caso. Y eso que es un gran descanso saber que te quieren pero que ya no te
necesitan más…”
Siento mucha tristeza y a la vez paz. ¿Qué puedo
contar sobre mis tres hijos…? No sé…
“Sin embargo, mientras estás en la faena no
tienes tiempo ni de pensar casi en lo que es ser madre... Estás en ello,
simplemente, sobreviviendo a menudo…”
Otro momento de no hablar. Sigo después de unos
minutos de silencio. Ella me sonríe todo el tiempo con un rastro de… ¿nostalgia?
No lo sé identificar. Es imposible, puede ser madre si ella quisiera… edad
tiene… Pero quizás no puede y lo sabe ya…
“Nuria, sigue, cuéntame, me gusta lo de ser madre,
debe de ser bonito, ¿no?...” me dice.
“¿Bonito?
Pues no es la palabra, no… pero… A veces cuando son pequeños todavía y lo que
hay es biberones, pañales, vestir, bañarles, etc., es como si estuvieras en un
túnel, una especie de niebla general… Luego miras hacia atrás y te dices ¿y de
todo esto fui capaz, fuimos capaces Mauro y yo? Porque yo me divorcié cuando ya
estaban los dos mayores en la universidad, el otro a punto de dejar el colegio.
Y con Mauro conté para todo cuando eran niños, casi hasta que fueron mayores de edad, esa es la
verdad. Y ha sido un buen padre, excelente, no podría decir que no. Y pudimos
hacer lo más importante los dos juntos, a Dios gracias… “
No puedo ni contarle ya. Necesitaría decirle a
esta chica mucho más. Querría que supiera de tantas tardes de parque con ellos.
O esas otras de merienda en casa y a estudiar, de llevarles y traerles, y
volverles a llevar, de buenas noches y “déjame leer un ratito más, mamá”. De
todo esos exámenes que salen bien o mal. De este niño que está serio y no sé lo
que tiene, y ahora el otro pega a su hermano, y esto hay que pararlo, es ya muy
mayor para ponerse así, tiene que
entender y compadecer a los demás, no puede ser un matón ni cruel. Y esos otros corriendo al hospital, brecha
viene y brecha va, porque los míos han sido muy inquietos y se abrían la cabeza
de cada vez, especialmente Juan, y también todos esos sustos de enfermedades o fiebre
de 40 y que no baja, y te vas corriendo a que le vea el médico, y luego no es
nada, pero el susto te lo has llevado ya.
Me gustaría contarle cómo es explicarles a los
hijos un mundo que tú no comprendes ni te gusta nada a veces, pero así, en
negativo, no se lo debes contar jamás.
O saber que ellos te observan sin parar, y que
aprenden más de ese modo que con todo lo que tú les puedas decir jamás de “haz”
o “no haz”, de cualquier discurso o teoría moral. Y el perder los nervios a
menudo y volverlos a recuperar y que ellos te vean tal y como eres, un total desastre,
porque a los hijos no se les puede engañar. Y ser mamá hada a veces y mamá
bruja, mamá.
Y luego quizás ella no sepa de esas luchas con
los chicos para que se duchen, que son unos guarros, zapatillas con un olor de
espanto que había que poner en la ventana. Y, de repente, un día ya se duchan
sin perseguirles, están horas y horas en el cuarto de baño y notas que salen bañados
en colonia. Y echan siete cosas a la vez a lavar, quieren ir impecables...
Entonces te das cuenta que ya no tienes un niño, que tienes un hombre en casa
ya.
También tendría que hablarle de todos esos
achuchones que se han llevado, porque yo soy de grito y luego achuchón, más que
catalana, napolitana parezco al final, y hasta que me han dejado me he
aprovechado para abrazarles todo lo que he podido. Y alguno se ha dejado, en
privado, hacerlo más, ya mayor. O te cogen y te dan un abrazo en mitad del
pasillo. Y no sabes lo mucho que necesitabas eso, un abrazo de tu hijo cuando
ya es mayor y tú lo eres mucho más. Cuanto mayor eres más les necesitas, más.
Al final no le cuento nada de todo esto. Solo
recuerdo qué son mis hijos, lo mucho que les voy a echar de menos. Una vida sin
ellos es impensable, no sería yo.
Realmente no puedo explicar nada, solo sentir lo
que siento, nada más... En cambio, le digo algo que me sale de muy dentro, de
repente…
“Me
gustaría que ahora que son mayores no perdieran su alma, nada más. El resto me
preocupa ya muy poco. No sé si me entiendes… “
Para mi sorpresa me dice “Pues sí, eso sí lo entiendo bien, lo de no perder el alma lo entiendo
fenomenal…”
Ahora sí que me ha dejado totalmente
descolocada. Ya no sé ni qué pensar de la chica que no para de escribir a mi
lado.
Cuento de Navidad por entregas en este blog, cada día (salvo uno) un capítulo, hasta el 6 de enero.
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