Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 7 de septiembre de 2010

Graduada a los 70. Vida Perra XIII


Un verano extraño, diferente. Murió la madre de mi ama y dejó un hueco. Incluso yo, que soy una perra, lo noto. Ya no está la anciana a la que me quedaba mirando horas, su olor se va desvaneciendo. Huelo en cambio mucha tristeza y la acompaño por eso de que ningún animal se despierta con pena y, como los niños pequeños, damos alegría por naturaleza. Mi ama lo veía venir tras la escapada del año pasado al cementerio que hizo ficción luego, aunque fuera cierta realidad originalmente.

Pero en fin, señores, yo tengo que darles una noticia buena en mitad de todo esto. He cogido hoy el mando del blog para que lo sepan: ¡he cazado un conejo!. A mis años, 9 y medio, aproximadamente 70 en los humanos, yo, Olimpia, además de "cazar" huesos de jamón que me encuentro (a veces patas enteras, no me pregunten cómo lo hago), robar panes al entrar en patios o casas o rebuscar en basuras diversas, he podido con un animal vivo. Estoy contenta y para mi ama es como si me hubiera graduado, sacado el bachillerato de perros. Me mira con orgullo de madre, como esas que a cualquier tontería que sus hijos hacen ya sacan pecho.

Fue en Urueña, me dejaron suelta en la Ermita de la Anunciada y me volví loca, desaparecí inmediatamente y atrapé a un tipo pequeño que no se dio suficiente prisa para meterse en la madriguera. “Estaría muerto de antes…” dijo mi ama, que es escéptica sólo en temas puntuales como el de mis dotes de cazadora (ahora ya es una creyente casi completa). Miriam dijo que el animal tenía los ojos abiertos y que incluso estaba vivo todavía. “A ver, que lo vea yo, quizás tiene la peste…” dijo una lugareña dudando también. Ni peste ni muerto de antes (de vez en cuando traigo feliz conejos, topos o pájaros tiesos como la mojama), nada de eso: yo, Olimpia, he podido con un animal vivo y lo he matado sin problema. Lo enterré inmediatamente como hice con un pan de pueblo que había robado horas antes en Urueña. Todo lo escondo en la tierra por si vienen malas y luego a ver qué hacemos si no me alimentan. Al menos así tengo, si no un amor en cada puerto, un mendrugo o algo que llevarme a la boca cuando vuelva.

Lo dicho. Verano triste con un final donde mi ama sonríe a pesar de la pena que tiene y del enfado del momento, porque luego me hice la longuis y no volvía perdida entre la maleza. Quería cazar más, qué caramba, soy una perra. Me silbaba y llamaba desesperada porque anochecía, pero yo a mi bola como siempre. Miriam, paciente, esperaba y hablaba con una carrasqueña (gentilicio de los de Urueña). Al final aparecí sin nada. Lástima, me hubiera gustado traer otra presa para obtener ya el doctorado de las perras cazadoras. A cambio me llevé una buena reprimenda que quería disimular el orgullo de mi dueña por tener una perra que caza, no solo que duerme, come, caga, hace compañía, pide caricias a propios y extraños y es toda alegrías cuando ella vuelve o alguien, sea quien sea, llega.

Vida definitivamente perra en un verano de ausencia, triste y lento, muy acompañadas por Josianne, tan buena, por familia, amigas y amigos presentes y al telefóno, y donde al final cazo cuando ya nadie lo espera.

Mi ama ha estado escribiendo sobre su madre, la infancia, es su forma de hacer el duelo, de recordarla y tenerla presente. Porque ¿saben?, ella espera a su madre a la salida del colegio, y a su padre, claro, y a su hermana Luisa. Pero tampoco quiere que se den prisa, ¿eh? Le gustan muchísimo las clases que tiene, las niñas y los niños, el recreo, las profesoras, los libros, etc.

El Padre Eterno que no se acelere ni con ella ni conmigo, por favor, que no se acelere. La vida tiene momentos muy hermosos y nosotras lo agradecemos, a Él y a ellos siempre.

PS: La foto es del jardín de Boecillo sin ella, la ha hecho Silvia González Parra.