Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

sábado, 27 de febrero de 2010

Silencio, charla y alerta naranja

Quedé el pasado martes con N., amigo excelente. Vamos a tomar algo al final de la tarde a una cervecería cercana de mi casa donde, como en todo Madrid casi, no hay quien pare: no nos podemos oír. Me espanta el ruido, no es solo aquí, lo sé, es en toda España salvo en el campo si te aíslas. Hace dos semanas en Sevilla llegué descolocada a casa de un amigo tras una comida en otro sitio también muy ruidoso. Los españoles hablamos altísimo, los establecimientos no están insonorizados y a eso se suma el horror de la televisión eternamente presente y encendida, o la música constante ambiental habitualmente a todo trapo, o a veces esa "propia" que hay que incorporar (al coche, a la casa, el ipod, etc.), un horror. Me manda luego N. un artículo sobre el silencio como derecho básico que no tiene desperdicio. Me afiliaré a eso de la quiet society ya. Es lo que más echo de menos del Boalo y venirme a Madrid otra vez, el silencio ambiental.

N. tiene un libro en las manos al que echo un vistazo, parece bueno. ”Fueras de serie. Por qué unas personas tienen éxito y otras no” de Gladwell. Más allá del título, un horror hecho para vender, me gusta su tesis, nada de autoayuda o tópicos: 10.000 horas dedicadas a algo hacen la diferencia junto al contexto social, cultural, familiar y educacional. Todo eso, más que el genio de nacimiento, es a veces la clave. Me interesa también porque habla de la “cultura del arrozal”, por qué los asiáticos destacan en las universidades americanas… y no es por nada más que porque trabajan más.

Tras una semana de preparar clases y escribir y una fructífera entrevista el viernes por la mañana, organizo reunión de amigas en casa para el mismo viernes. Diez somos. El silencio es compatible con la charla tranquila en casa propia, donde no te molesta nadie y nos podemos oír las unas a las otras. Esta época tan incierta laboralmente hablando, con la que está cayendo, que es de órdago, y con problemas añadidos varios, a veces más gordos que los de trabajo, es tiempo de verse más, también de echarnos todas las manos que podamos. De 7 a 9 están mis amigas, más o menos, luego unas se van a cenar y otras seguimos un rato. “Al entrar en quirófano le dije a mi marido lo siguiente: mira, por si acaso, si no salgo, te pido que te busques una tía estupenda, guapa, joven, de las de parar el tren, la vida es corta y tienes que disfrutarla. Pero, si no te importa, busca también una Mary Poppins para nuestras hijas, que se la merecen, una que les haga mucho caso, que las cuide, que se ocupe de ellas. Pero no se te ocurra bajo ningún concepto pretender que la tía buena sea encima madre. Tú búscate 2, una para cada cosa, y santas pascuas”. Nos reímos todas con la anécdota y el coraje de quien no sintió miedo en la operación. Luego salió bien y el santo no tuvo que buscarse ni a una ni a dos, con la misma sigue.

Hoy sábado alerta naranja, se esperaban vientos en la Comunidad de Madrid de esos de “la tormenta perfecta” pero sin Clooney, lástima. El caso es que aproveché para leer más, estar un poco con mi madre, ir al Prado a la hora de comer con J. y ver Velázquez y Goya. A la salida yo hubiera vuelto andando a casa, se quedó un día precioso, paró de llover. Han florecido los durillos por aquí, la mimosa también y pensé que los almendros estarían a punto de caramelo, que podía ir a la Quinta de los Molinos... (ver también en youtube). Cambié de idea porque el viento se puso a soplar demasiado fuerte. Las nubes han corrido a toda velocidad por la tarde, como en las películas esas en las que las horas pasan en unos minutos y la cámara registra un cielo que cambia rápido.

En el barrio cierran Búcaro, una tienda de flores muy cara y emblemática. Es la crisis. Llamo a una amiga y quedamos al final para ir a ver “Kafka y la muñeca viajera” en el Larra. Leí la historia en "Brooklin Follies" de Paul Auster y me gustó, no tenía ni idea de la historia. Quería haberme pasado por el Teatro Larra el pasado viernes porque esradio emitía desde allí esa mañana, pero no pude por temas de trabajo, otra vez será. Mañana iré al mismo teatro pero a ver la obra.

El supermercado de debajo de mi casa de los chinos, estupendo y no caro, tiene ahora otra tienda, ferretería-papelería o similar, de los mismos chinos, dos parejas, trabajadores sin parar. La cultura del arrozal aquí está, a nuestro lado. Tomo nota: trabajar más, ser más constante, no tirar la toalla, todo es cuestión de resistencia y de carrera de fondo, muy de fondo. Hago cuentas: al año una jornada de 40 horas semanales llega a suponer (si se trabajan 11 meses) unas 2.000 horas anuales. Ergo, 5 años se tardan en hacer algo decente de la nada, en ser medianamente bueno en ese algo, en saber de eso un poco. Mucho camino por delante… si se pudieran dedicar 40 horas enteras cada semana a eso. Moraleja: incrementar horas, no hay otra forma.

2 comentarios:

Capitán dijo...

A ver si nos enteramos, muchas horas y con dedicación plena, si no los que lo hacen nos pasarán por izquierda y derecha, a ver si nos enteramos

Un abrazo, y muy interesante.

Máster en nubes dijo...

Capitán, lo malo a veces es la dispersión, la falta de foco, el perder el tiempo... No sé, tengo que leer el libro entero, le eché un vistazo y mi amigo me contó de qué iba, luego he leído del autor. Quizá más que permanencia u horas que haya que poner, que hay que ponerlas, es que esas horas sean productivas también.... Eso a veces cuesta más que echarlas, me parece. Saludos cordiales a Missouri o donde estés ;-)