Vivir en un pueblo tiene estas cosas. Es un pequeño universo donde la enfermedad es más evidente. Veo a Matías en el bar, es el borracho del lugar, el que mueve a la risa con su bamboleo y su hablar entrecortado. Como no molesta mucho, los vecinos le toleran y hasta le jalean. Su enfermedad no va con ellos y les resulta incluso graciosa. Rara vez viene Matías a mi consulta. Su alcoholismo le dejó trabajar y vivir bien durante años. Ha ido lentamente instalándose sin síntomas apenas, sólo ahora empieza a pasarle factura en su soledad de cuarenta años. Yo lo sé pero poco puedo hacer. Le abrazo en el bar y hago que coma algo caliente.
Ser médico de pueblo tiene estas cosas. Sabes que tu medicina es limitada, aunque algunos de tus vecinos tengan una fe inquebrantable y casi inexplicable en ti. Soy el doctor y como en otras fuerzas vivas de este pueblo se confía en mi poder de un modo a veces casi infantil. Hay quienes buscan que les recete la pastilla de oro, el tratamiento ese mágico y fácil que les curará de sus dolencias. Otros quieren la sabiduría de un diagnóstico certero bajo nombres incomprensibles, cuanto más incomprensibles, más les gustan, es curioso. Ellos mismos ponen a veces unos nombres inventados para lo que tienen. Y los remedios, a veces también se los inventan, a cada cual más raro: "el agua por la mañana bebida en ayunas encomendándose a San Expedito".
Yo sonrío y no corrijo. Les dejo hacer a menudo, total, no me cuesta esfuerzo: que me digan lo que creen que tienen, que me pidan esa pastilla en la que confían a pies juntillas, que me vengan a ver o incluso que no se pasen por la consulta y hasta que se automediquen con cierta prudencia.
Yo sonrío y no corrijo. Les dejo hacer a menudo, total, no me cuesta esfuerzo: que me digan lo que creen que tienen, que me pidan esa pastilla en la que confían a pies juntillas, que me vengan a ver o incluso que no se pasen por la consulta y hasta que se automediquen con cierta prudencia.
Vienen otras veces como en procesión a mi consulta con pretensiones chocantes, sin poderse explicar a menudo. "Doctor, que tengo un dolor como por aquí que me sube y que me baja entre las cuatro y las seis de la tarde..." Es María palpándose la cadera. Le pregunto lo evidente: "Pero, hija mía, ¿tú cargas con mucho peso?" "Pues ahora que caigo, un poco...".
Decir lo sencillo es a veces lo que no se puede decir.
Cargar con un saco de doce kilos de pienso de los cerdos es la lógica causa de la dolencia. Pero ella quiere la pastillita milagrosa que le hará enfrentarse al dolor con seguridad mientras sigue cargando, una y otra vez. Dejarlo nunca jamás, para ella es imposible, no puede imaginar su vida sin ese fardo, el ir y venir del corral y al corral, los pies sucios y agotada con tanto trajín. Se ha acostumbrado casi hasta al dolor aunque le sea molesto.
Ser médico de pueblo tiene estas cosas. Sabes que todos tus vecinos están enfermos, que son enfermos. Incluso los que piensan que no lo están ni lo son. Conoces sus antecedentes familiares y has trazado su historial clínico desde hace tiempo, vengan o no a tu consulta. No hay enfermedades sino enfermos, qué gran verdad. La humanidad son enfermos de gripe, cáncer, reumatismo, obesidad y, ahora, anorexia. Enfermos con pulmonías en invierno, úlceras de estómago en primavera y muchas otras dolencias ocultas, conocidas y desconocidas. Algunas se hacen crónicas. Por todos siento la misma compasión, por los que se pasan por aquí y me reverencian en cierto modo y por los que ni me saludan por la calle, esos que piensan que el médico cuanto más lejos, mejor.
Siento una ternura especial por quienes cuidan de su salud, siempre temerosos de los malos vientos, de las bacterias o viruse, viviendo entre algodones, con mil cuidados. No saben que cualquier día se los lleva por delante una enfermedad desconocida, tan expuestos están como los demás. Ser hombre es estar enfermo, bien lo sé yo.
Ser médico de pueblo tiene estas cosas. Vino el otro día Pablo, buen hombre, le notaba triste y muy desmejorado los últimos meses. Me lo encontré el miércoles en el mercado y le anime a visitarme. Vencí su natural timidez y resistencia con afecto y bromas. Hay hombres que no van al médico aunque se encuentren muy mal, ni muertos quieren venir. Se quitó la camisa sin ganas y como con miedo todavía, lo ausculté con calma. Hablamos un rato.
Al irse me preguntó Ana, la enfermera "¿Qué le ocurre a Pablo?"
"Nada que no hayamos visto, Ana, otra forma de mal de amores", contesté.
Sonrió Ana.
Podría haberle dicho a Pablo que no buscara con tanto ahinco en el lugar equivocado, una y otra vez. Pero soy médico de pueblo y sé que no servirá de nada. Se le pasará.
Estoy para curar y, cuando no puedo, que es la mayoría de las veces, simplemente acojo.
Ahí va Pablo, el corazón roto de parte a parte, abierta la carne y a la intemperie. Sólo Ana y yo lo podemos ver.
(Entrada ya publicada el 19 de marzo y el 18 de agosto. Lo vuelvo a hacer por varias razones: la primera, como un gracias; la segunda porque va a abrir una serie de ficción -como este texto es- que se titula "Interjecciones" de 7 relatos; y la tercera porque no tengo tiempo hoy, estoy concentrada con otras escrituras. Feliz domingo a todos)
10 comentarios:
Cuanto tiempo sin comentarte... Pero bueno como siempre la entrada ha sido genial. Escribes tan bien que parece real... parece como si ahora mismo estuviera el médico delante.
Un saludo Aurora.
Feliz domingo.
Precioso.
Un brindis por un domingo más y buen comiezo de semana... Grandes personas las que nos ven como "enfermos" y nos dan el remedio para nuestra cura. Feliz tarde y espero ue nos veamos en un corto plazo.
Un fuerte abrazo!!
Gracias a ti por volverla a publicar. Me la perdí en su día y ha sido como tomar un jarrito de ternura.
Un besazo, Máster.
Ser hombre es estar enfermo, dixit.
Qué bonito y qué verdad.
Has hecho una descripcion casi milimetrica de lo que supone ser medico de atencion primaria.
A mi me parece una especialidad entrañable. Muy cercana y humana. En muchos casos el medico del pueblo es como uno mas de la familia.
Mas que medico de familia, me gusta medico de cabecera.
En su dia el Jefe de Intensivos pediatricos del niño jesus, me dijo..." Ser un buen medico que atiende a criticos, es estar a la cabecera del paciente ".
Que razon tenia. No hay mejor medicina que la de estar a la cabecera de nuestros pacientes, que no es otra cosa que atender su dia a dia.
Un abrazo
Perdón, estoy de viaje, con trabajo y escribiendo otras cosas, no he podido con todo estos 2 días, blog abandonado a su suerte ;-)
A ver, Antonio, gracias, pero como siempre nunca ;-) soy irregular a muerte, unas veces pasable y otras fatal, no me sale una faena igual ni aunque quisiera, es lo que tiene el toreo por impulso, un abrazo, ¿las clases bien?
JSM: en fin, feliz si fue, pero no he acabado lo que tengo que acabar, ay Dios, la vida da de si lo que da.
Luis G ¿Quién eres? ¿Familia, amigo, espíritu o cuerpo, te conozco o no? En cualquier caso, gracias.
Raquelilla, guapa, pues eso: siempre desnudos y siempre enfermos. Unas veces se ve más y otras menos... Remedio, lo que se dice remedio, no lo hay, por lo menos en algunos casos de enfermedades y desnudeces ya crónicas, ja ja...En fin, un beso y un abrazo, a ver si hablamos en breve.
Mirna, Reyes, un abrazo de vuelta, ay, a que poco me supo, yo quería más, siempre me pasa igual, que quiero más de todo, bueno, mira, seamos positivos, lo malo es cuando tienes bastante o demasiado ;-) un abrazo
Aurora
Lolo, en fin, ya lo sabemos y lo experimentamos, y lo sufrimos, otros también sufren nuestras enfermedades, Un abrazo, guapa.
Alfonso Carlos, a veces pienso que tienes nombre de culebrón venezolano, venga ya, ahora en serio. Tú que eres médico en fin lo verás también como aquella imagen de la peli Doctor Zhivago, el intento de suicido de la madre de Lara, cuando la han logrado salvar y levanta la sábana y mantas descubriendo el cuerpo desnudo de ella en la cama "esto es, es esto". ¿Recuerdas la escena?
Ya te he mandado eso, cuando tú quieras ahora, está en tu tejado la pelota, nunca mejor dicho.
Buen martes a todos,
Aurora
Médicos de pueblo, nuestros médicos sin fronteras, ni horario ni calendario. Son lo que queda de la ancestral figura del hechicero tribal.
Salud-os, Aurora.
Hola, Javier, salud-os también para ti... ¿cómo va eso? ¿qué la oreja de oso, el par de cuernos, el paso por el estrecho de las aves, es decir, la madre o madrastra naturaleza?
Venga, un abrazo,
PS: Alfonso, te acaban de llamar chamán, mira, ya sé que te han llamado cosas peores, ejem, pero yo respondería algo...
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