Conozco primero a Víctor y luego a Miguel Ángel de la librería Alejandría. Aunque realmente entré primero en “El rincón escrito”, están las dos pared con pared en la muralla, en esa calle larga donde también está el Portalón de Mariví de la que escribiré mañana y la Enoteca, hoy también librería.
Confío siempre en el aire que alguien desprende. Me importa poco quién es ese alguien, de dónde viene, en qué cree o su adscripción religiosa o política. Las amistades antiguas o nuevas superan con creces las etiquetas. Con los libreros de Urueña que he conocido me ocurre inmediatamente, me caen bien a la primera. No es un flechazo, es saber que alguien habla un idioma que entiendes. Ves el amor del artesano, del que no se rinde, del que no desespera aunque desespere. Admiro a la gente que tiene un oficio, pero si encima es librero de los de antes, de los de siempre, me quito el sombrero con reverencia.
Me río con la no-vela de Rafael Torres y Mercedes de “El Rincón escrito”, ese objeto que tienen a manera de greguería casi, una palmatoria con una vela imposible, como la quijada de Caín sujetando libros en un ventanuco fuera. Escucho a Rafael contar anécdotas, me vuelvo a reír. Entre lo surrealista y la tierra su librería tiene tesoritos, esos libros de Enid Blyton entre otros muchos que quise en mi infancia y adolescencia. Tienen de segunda mano y de primera, muchos interesantes, así que compro sin darme cuenta. Mercedes tiene los ojos claros y habla despacio, veo que hay libros que las dos queremos. Me llevo entre otros “84, Charing Cross”, una de las novelas que más me gustan y que de tanto como he prestado siempre acabo por perder. Yo vuelvo a leer lo que me gustó, soy menos de novedad y más de lo que ya disfruté, aunque estoy abierta a novedades, por supuesto. Me sucede como en el cine: siempre el blanco y negro pero con el carnet de los cines Renoir de Madrid, atenta a lo que viene.
Miguel Ángel me dice que él busca libros que no se encuentran. Se me ocurre que le voy a pedir que me localice tres sobre María Blanchard que necesito para documentarme, para escribir sobre ella cuando Dios quiera. Por mí sería mañana, pero tengo que acabar otras cosas primero y no quiero abrir más frentes en este momento.
Me llevo de Alejandría entre otros un libro de piel roja con obras de Lajos Zilahy, esa lectura de la juventud de mis padres, como lo fue Zweig mucho antes de que el Acantilado volviera a publicarlo. Leo apasionada “Mendel, el de los libros” de dicho autor en esa editorial que compro en El rincón. Lo empiezo y acabo en una sobremesa larga en Urueña. Admiro mucho el escribir corto y bien de Zwieg, de Roth, de tantos. La novela corta es un formato que echo de menos y que como lectora agradezco. Tengo la sensación además que no hay que empeñarse en escribir novelas largas por mucho que se lleven, salvo que sea lo que te pide la historia. Tengo la sensación de que no hay que empeñarse en que algo sea o no sea a priori, sólo en vivir y en escribir al ritmo que Dios disponga, el que vaya viniendo.
Eva de Almudí también me acoge. Allí también compro pero menos. Me quedé sin presupuesto el miércoles. Estuvo amabilísima ofreciéndome su librería, su casa, lo que fuera, a la espera de poder bajar con G. a Valladolid el jueves.
Sé que volveré a ver a Eva y a hablar de poesía con ella, como con los demás y a los que no conocí, porque hay más librerías y libreros en Urueña y no pude estar en todas. Aunque es conveniente que yo entre en dichos establecimientos sin dinero y sin tarjeta de crédito.
Veo ya en Valladolid en Oletum el libro de Richard Sennet “El artesano” editado por Anagrama. Sé que lo que dice es cierto, como leo en el breve resumen del boletín número 4 de “Librerías con huella”: la motivación básica de un artesano es lograr un trabajo bien hecho por la simple satisfacción de conseguirlo, esa idea de que el trabajo puede ser algo bueno en sí mismo y no sólo un medio de vida.
Libreros de Urueña, Miguel Ángel, Víctor, Mercedes, Rafael, Eva, artesanos siempre, todo un ejemplo. Vender libros es como escribirlos. O quizás es sólo que a mí me lo parece.
Quiero daros las gracias por estar y seguir, por ser artesanos, tener un oficio al que queréis. Yo sé que nos volveremos a ver.
2 comentarios:
Alguien habla un idioma que entiendes: uau! :)) Gran canción, un encanto leerte.
Un beso, guapa, gracias. Estamos cerca aún en países diferentes; estoy aprendiendo portugués, Josianne me está enseñando, que lo sepas...
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