Hoy hace justo un año de la muerte de Ignacio. Le echamos de menos. Le echo mucho de menos. Pero estará tan contento, espero —rezo—, ahí, en la visión beatífica. Y, de vez en cuando (ni vez ni cuando, pero es igual), "acudiendo" en el momento preciso a nuestra misa, la de quienes estamos aquí en la tierra y nos acordamos de él justo cuando el Cielo se abre.
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Ignacio y su letra tan clara con todos los errores, una lista, del libro que traduje. Tomándose el tiempo y el cariño para señalármelos.
Ignacio sentado en el sillón machacado por la gata, el que está al lado del ventanal del cuarto de estar de nuestra casa, asediado por Anita, nuestra perra, olisqueándole y él tan paciente.Ignacio y esas tejas que nos traía siempre, las que tanto me gustan. Y yo escondiéndolas luego porque Gonzalo se las zampa a una velocidad inimaginable... Y las pastas de Ignacio aparecían detrás de unas toallas en un armario meses después, y nos las comíamos muertos de risa. Esto varias veces.
Ignacio y sus largos silencios rotos por alguna pregunta suya para que hablásemos nosotros. Ignacio atentamente escuchando rollos macabeos.
Ignacio y sus llamadas de teléfono. Y su sonrisa amable y comprensiva. "Voy este lunes, como en vuestra casa..." Y su fino sentido del humor, tan elegante siempre.
Ignacio y aquel día de febrero, sentado en su sillón de nuestra casa, cuando nos dijo que tenía cáncer. Y luego el esto parece que funciona, o el ahora me dicen que tal y cual sin darle importancia. Ese año y algo.
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Ignacio en el cuarto de estar de su casa, con tanta paz, y aquel jardincito de abajo que elogiamos, era el portero del edificio quien lo cuidaba.
Ignacio tomando su merienda en el hospital de la mano de uno de su casa, mermelada, "le gusta mucho"... Y le daba una cucharadita y luego otra.
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Ignacio, te echamos mucho de menos, te re-cordamos, de pasar por el corazón de nuevo, vaya.
Estás en el cuarto de estar de la que es tu casa definitiva. No te mudas ya más. Te queremos.
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