Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 14 de julio de 2020

Niña mimada 2) Shopping para principiantes

“Tu abuela es toda una señora” decía María con devoción. Así llegué a creer hasta que fui mayor que las señoras de verdad bebían jerez a media tarde, usaban bastón y eran capaces de notar lo que ocurría en el interior de las personas y qué se podía esperar de cada una de ellas.

Mi abuela tenía una clarividencia rayana en lo prodigioso. Viuda también como mi padre a edad muy temprana, ese modo de llegar a conocer a los demás no sé bien qué era, si algo natural o la experiencia de haber tenido que sacar adelante sola negocio, finca y familia. Lidiar desde joven con tanto, sin el apoyo de un hombre, y en un mundo hostil a una mujer como lo fue la España de los años 40 y 50, le hizo desarrollar algo que quizá ya tenía de nacimiento: la capacidad de saber rápido lo importante y la fortaleza de seguir esa intuición sin que el deseo o la esperanza nublara su conocimiento sobre algo o alguien, la realidad siempre de frente y con su nombre puesto.


Recién acabada la carrera me mandaron a Estados Unidos. “Hay que quitarle el pelo de la dehesa” sentenció tío Joaquín, “esta niña tiene que salir de España, ver mundo y trabajar”. Mi padre dejaba que su familia, tan variada, interviniera en nuestra educación, él al margen desde la muerte de mamá, vencido y también inapetente a su manera.

Viví en Nueva York tres años, un descubrimiento y una gran pasión desde entonces. Salí del pequeño mundo en que tantos ambientes en nuestro país, provincianos o no, acababan por convertirse. El mío no era una excepción.

“I'm still paying the loan for the university...” Los estadounidenses ponen a sus hijos a trabajar temprano. Es un modo de educar distinto al español. Da igual de quién seas hijo ni el dinero que tengan tus padres. Todos mis compañeros americanos del banco llevaban trabajando de un modo u otro desde los dieciséis años. Acabado el instituto, a veces antes, tenían un empleo los fines de semana, los veranos, lo que fuera para ganar su propio dinero. Sin excepción todos habían contribuido a pagarse la universidad, también vivían desde la mayoría de edad fuera de casa de sus padres. Pero eso no impedía que hubiera caprichos y caprichosos. Los había de otra manera.

Habíamos estrenado los 80 y yo había sido educada en la contención en el gasto y en la posesión, algo debido más al contexto de España, aún sobrio, que a los medios de tu familia. Todos gastábamos menos. Llegué a Estados Unidos y me quedé impresionada: el armario de una americana media era inabarcable, repleto de ropa, tres veces más que el mío. 

Yo no sabía que se pudiera tener tanto de vestir ni que cupiese en ninguna parte. Eran ellos mismos, mis compañeros, no tanto sus padres, los que se concedían mil y un caprichos con el dinero que ganaban alentados por ese ambiente general de consumo sin parar, inédito entonces para una española nacida en los 60.

Para mis colegas siempre había algo que comprar en alguna parte, el shopping formaba parte del ocio, de la vida entera. Todo era grande además: platos de comida a rebosar que no había quien acabase, coca-colas de dos litros que se tomaban una tras otra como si fuera agua corriente. Y todo también demasiado, porque en general era más barato o se ganaba más que en Europa: cinco barras de labios en vez de dos, aparatitos para cualquier tarea en la cocina, en el baño, en el garaje, cachivaches por doquier, a reventar a menudo estantes, cajones, a veces casas enteras en un desorden permanente por saturación.

“Me llamo Juan Rodríguez Alcázar, trabajo en la planta cuarta, nos hemos visto ya, ¿no?” En una fiesta del trabajo se presentó. Yo, tímida, observaba como siempre un paso atrás. Claro que ya me había fijado en él, siempre riéndose y rodeado de gente. Lo que no sé todavía es qué encontró en mí. Nunca fui guapa y allí sólo era una niña bien de las muchas que las familias españolas con posibles empezaban a enviar a Norteamérica, siempre callada y, desde luego, nadie especial en esa ciudad con chicas y mujeres de todo el mundo interesantes y distintas, muy para gustar, atrayentes.

(Sigue aquí

1 comentario:

Sinestesia Gastronómica dijo...

Ay Aurora, me encanta esta niña mimada!!! Si no me lo aclaras en la primera parte, yo estaba convencida que era un relato autobiográfico, me metí en la historia y me pareció tan real... Igual que este viaje a los EEUU suena cercano; seguro que es historia real para muchos, digna de recordar. :) Un abrazo!