Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 14 de julio de 2020

Niña mimada 3) Juan y los tontos globales

Me fascinó Juan. Parecía fuerte y admirable, libre e independiente. Su vitalidad desbordante hipnotizaba. Reunía además ese algo de chico malo, que tanto atrae a algunas mujeres, con lo mejor de los hijos de los cachicanes de la finca de mi abuela: hacer lo que le daba la real gana poniéndose al mundo por montera. A la vez tenía el sólido entrenamiento de los que avanzan exigiéndose a sí mismos, sin presión o demandas externas. También era listo de natural. Estaba allí en el mismo banco de inversiones que yo, pero él por méritos y un currículo impresionante ya a sus veintiséis años, nada de favores de familiares o conocidos.

Juan no paraba. Donde otros llegaban a duras penas él iba sobrado por ganas y horas que echaba, por su pasión y dedicación. Quería llegar a algo, a alguna parte, una ambición natural que él alimentaba febrilmente con una actividad sin descanso porque nunca nada era lo bastante, lo suficiente. Logrado algo no se relajaba, pasaba a lo siguiente sin pausa y sin disfrutar lo que había conseguido, permanentemente insatisfecho.

Había de todo en aquella época en Nueva York: los que valían y venían como Juan a Estados Unidos, estudiaban con beca y trabajaban con esfuerzo y sin recomendación; otros muchos como yo, nada brillantes, pero laboriosos y constantes, incluso tercos, conscientes de la suerte de tener una oportunidad como aquella; y, luego, los diletantes, vagos o tontos, niños mimados en su mayoría, que no estudiaban nada, a quienes muchas veces se había acabado por enviar al otro lado del charco para que volvieran con un máster o un curso en una universidad rara o una experiencia profesional incierta y casi inexplicable, lo que fuera que acabara teniendo valor en territorio español por puro desconocimiento.

“Tontos globales” Mara, mi primera compañera de piso, los calificaba así. Y luego agregaba “Y éstos, que además de no saber nada y ser vagos, tienen muchas ganas de subir y figurar, ya verás qué bien se colocan al volver, aunque no sepan hacer la o con un canuto, ya lo verás, Laura. Algunas personas en España piensan que por decir cuatro palabras en inglés y haber estado fuera ya vales. Hay muchos tontos y de muchas clases en todas partes…". Tenía razón Mara, me acuerdo de sus palabras a veces.

"Vale, Juan, vente al apartamento, pero no se puede enterar mi familia, por favor, se llevarían un disgusto… Si lo llega a saber mi abuela…" Fue muy rápido todo entre el fogonazo fulgurante del enamoramiento, ese sol y neblina que te rodea, y mi soledad de niña huérfana que era muy amplia, inmensa. Mara se marchaba además, y yo no podía con el alquiler sola. Todo vino rodado. Recuerdo la ilusión de aquella mudanza y los primeros días de convivencia con Juan, la sensación de llevar por fin una vida adulta, el amparo que me producía tener un hombre a mi lado, en mi casa, en mi cama, su cuerpo en el mío protegiéndome.

(Sigue aquí


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