Querida N:
Me he tomado un tiempo para
contestar a tu comentario sobre lo que dije en una red social. Hacía mucho tiempo que no escribía sobre “este
tema” (la mujer, las mujeres, uf, me da repeluco, como vergüenza hasta hablar
así “las mujeres”, “los hombres”, en fin). A
menudo creo que no tengo nada más que
decir o escribir sobre éste y otros temas (sobre los que he escrito bastante aquí y fuera, sí,
lo hice, hasta que llegué a un punto de saturación). También es que estos
últimos años me he centrado más en el hacer –diversos haceres- y eso me ocupa la
mayoría del tiempo. Las palabras, dichas
o escritas –fundamentalmente mías, aclaro, aunque algunas otras también-, me
sobran casi siempre, no te cuento las arengas. Prefiero hacer y el silencio,
pero es que, además, a mí me lleva bastante tiempo escribir y, francamente, no lo tengo.
Si ahora venzo esa resistencia es
porque sé, a la vista no sólo de lo sucedido el jueves pasado, sino de esa
deriva radical –en este y otros temas-, que es importante hacerlo. Porque los
hechos solo, al parecer, no pueden hacer frente a lo que llaman el “relato” dominante.
Porque la evidencia, la que te rodea a ti y a mí por goleada – pese a la incapacidad para reconocerla y apreciarla en todo el valor y el peso que en nuestras vidas tiene-
no parece poder hacer frente al retrato apocalíptico,
al drama, a señalar culpables en genérico, a pensar en términos de lucha de
sexos (y clases) que es lo que difunde ese feminismo de revancha (aquí el manifiesto).
Las mentiras arraigan y, porque
son simples, lo hacen mucho más rápido que la verdad, que suele ser más
compleja y tener habitualmente muchas caras. Una verdad a la que podemos acceder parcialmente siempre, muy parcialmente. Del poso de verdad, de la parte de
verdad, atractiva y brillante que, seguro, puede haber en algunas demandas o
quejas, se alimentan mentiras espantosas que crecen y crecen y que acaban por
volver loca a la gente, hombres o
mujeres, como creo que está sucediendo.
Escribo esto por ti, por mí misma
–es bueno vencer la pereza y cambiar de opinión-, quizás también
por otras personas, no lo sé. Quizás ayude o sirva de algo, nunca sabes quién
puede leer algo ni las amistades que puedes encontrarte o el diálogo que puede
establecerse, incluso el odio que despiertas si cantas fuera del coro como en este tema sucede.
Estas cartas no son para convencerte de
nada, sino para que sepas algo que quizás, sólo quizás, no sepas, para
que conozcas otra perspectiva, la
mía, diferente a la que mayoritariamente te rodea fuera de la familia o, por lo menos, y eso es
seguro, a la que más se expresa públicamente, la que más audiencia y cobertura mediática genera o más eslóganes
produce. Como verás, no puedo escribir en eslóganes, siempre creo que hay un
matiz que añadir, lo que también podría llamarse como “dar la chapa” (esto lo dice G.).
Espero que puedas leer con calma,
como yo he leído tu comentario y lo he pensado estos pasados días. Sólo te pido
que pienses en ello, nada más. Lo hago desde el cariño. Y con humor, espero.
Hoy me veía escribiendo y pensando sobre la prudencia y me moría de risa. Si mi
padre levantara la cabeza, me miraría con sorna y diría ¿Tú, Aurora, prudente?
Entonces yo le enseñaría algunos hábitos y modos de hoy y tendría él que
concluir que, con todo, he sido una
mujer prudentísima casi siempre por simple comparación con lo que hoy vemos (no
en ti, ¿eh?, en general).
Voy a hacer referencias a mi
vida. Espero no ser como el abuelo cebolleta, pero sé que lo seré. Te pido
perdón de antemano. También si voy a ser bruta, más bien cruda, con lo que pueda decir
a veces. Sólo voy a contarte algunas cosas que creo que no se dicen, que se
obvian y que no halagan precisamente. Ni a las mujeres ni a los hombres.
Desconfía siempre de quien te halaga, N. También si lo hacen en plan colectivo. Por eso
simplemente apesta ese feminismo de loa eterna a las mujeres y condena a los
hombres, sólo eso tendría que hacer dudar, me parece. Repugna a la inteligencia ese baboso halago.
Creo que es importante que sepas que, lo que digo, sin hablar en representación de ninguna mujer más –soy
yo, y como te dije ya a mí no me representa nadie ni yo escribo en
representación de nadie-, viene avalado por cierta experiencia como mujer, como
persona, vamos a llamarlo así, creo que lo soy y lo era, “independiente”, con
una biografía no diré que alternativa, pero desde luego no tradicional al uso, que
se ha casado “tarde” (a los 50, uf, suena no sé si alternativo o carca), que ha
vivido y está viviendo una vida que considero buena sin que esto implique sin dificultades. Muy
pocas, N., en comparación con otras mujeres entre las que ni yo ni tú, desde luego, nos encontramos. Al final muy parecidas a las tuyas posiblemente. La diferencia puede ser el modo
en que ayer y hoy reaccionamos, me parece.
Porque en ti, N, me veo reflejada en algo, quizás
tú puedas verte también en mí, en algo de lo que cuento. Quizás esto te sirva,
ojalá lo haga. Dame solo un poco de tiempo, por favor, ten paciencia.
Vamos por el primer punto que me
parece el más importante de lo que me contestas sobre la "realidad paralela", eso
que escribí sorprendida y preocupada –y cabreada, ahora no lo estoy y espero
que lo notes- hace unos días diciendo que no en mi nombre, que el manifiesto de
movilización por el 8 de marzo era una locura y que solo leerlo ya daba idea
del delirio colectivo, etc. Sigo pensando lo mismo, pero lo
diría de manera diferente y, seguramente, mejor.
Me refiero a ese miedo que
compartes con otras mujeres al volver por la noche a casa. Ese pasar de acera
si ves una sombra porque son las 4 de la mañana, como me dices que te pasa y pasa a tantas. Y
todo eso que, tras esa constatación del miedo, hilas –hilan- a continuación, un
panorama desolador y terrorífico para las mujeres de este país que se llama
España.
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