El miedo es lo más importante de
todo esto, creo. Lo deduzco de lo que me dices y por cómo lo haces, también
por propia experiencia. Es casi el meollo de la cuestión, de ésta y de otras que se
adhieren. Y hasta la inseguridad te diría, esa inseguridad interna y tan
humana de los 20 y de los 50, pero ese sería otro tema. La frustración
también, encontrarte de bruces que lo que te dijeron no se cumple o no lo hace
de la manera que esperabas. Espero escribirte también sobre ella, la frustración puede tener
mucho que ver con lo que está sucediendo. Con diversas dosis de miedo, inseguridad y
frustración vivimos mujeres y hombres, ambos
sexos. De cómo lo hagamos –los superemos o, simplemente, convivamos con ellos-, dependen
muchas cosas.
Como tú, y como tantas mujeres
hoy, he vivido sola. En Madrid y también en lugares que no conocía y
con los que tuve que hacerme, en mi caso occidentales siempre: de joven en Toronto,
Montreal, Londres, París, más adelante y más mayor en medio del campo en
Castletownbere en mi amada Irlanda, en mitad del campo también en El Boalo hace
9 años, cómo pasa el tiempo. Como dice G., a mí me
tiran los sitios donde te deberían dar con la casa un Winchester.
He estado en Nueva York viviendo
en un hotel –y no de los buenos- durante semanas, ahí fue con una colega, trabajando como ONG observadora en el
preparatorio de la IV Conferencia Internacional de la Mujer (la de Pekín, sí,
también estuve en Pekín en el 95, espero contarte lo que vi allí y lo que
aprendí sobre esto de las mujeres, en esto del feminismo creo que cuento con un poco de experiencia). Atrancábamos la puerta por la noche y durante el día nos
reíamos, así era.
Sola he cruzado Francia,
Inglaterra y España, por supuesto. De vacaciones, explorando, por trabajo, a
veces con una perra y muy puntualmente con alguna amiga o prima. Pero he pasado
sola mucho, mucho tiempo. Todo esto te lo cuento porque no creo ser una mujer timorata, lo cual no implica que no haya sentido miedo,
como tú y como cualquiera, pero creo que con la realidad se puede convivir con el miedo, vencerlo a
veces y evitarlo las más de las veces (con prudencia, de esto irá la carta tercera). De
realidades pretendo hablarte en estas cartas si me dejas. Ser realista es
fundamental en todo esto.
Ese miedo que tú dices tener cuando vuelces a las 4 de la mañana en Madrid y ves una sombra masculina es normal. Pero
creo que el miedo no puede ni debe
derivar en el relato delirante que se traza a continuación de un modo realmente
sorprendente, ese todos los hombres son unos violadores potenciales, o unos
abusadores, y, también, de que esto es
universal y vivido del mismo modo en todo el mundo y por todas las mujeres. Con
ese relato no puedo estar de acuerdo y es más, me parece muy dañino y que nos
lleva, os lleva, a lugares que no son nada atractivos.
El miedo sirve no sólo como instrumento que nos mueve a la defensa (un modo de prudencia), sino también puede servir –y ha servido en la historia- para construir esos otros relatos que llevan
al enfrentamiento, a reacciones irracionales, a cosas muy feas, para manipular
a la gente, hombres y mujeres, como creo que ahora está sucediendo.
El miedo nos lleva a otro tema
estrella: el MAL. Qué cosa, eh, el mal, uf, qué feo, si todo el mundo es bueno
–menos los hombres y Trump especialmente-, si todos en la cuna somos
encantadores, si el mundo podría ser como canta el Imagine, o el We are the world,
etc. Pues sí, el mal existe y no es
cuestión del capitalismo, ni del heteropatriarcado, ni de todas esas bobadas,
por favor. El mal existe porque hay personas que hacen daño a otras y a sí
mismas a veces. Va en nuestra naturaleza.
Grábatelo a fuego, N., por favor,
y no seas ingenua. Tú lo sabes ya, por
eso sientes miedo, pero luego, sobre ese hasta saludable síntoma del miedo que te alerta ante la posibilidad de un mal, se os presenta un diagnóstico delirante, así como son delirantes las “soluciones” que os
venden, hay un cortocircuito importante que voy a intentar desmontar.
Ahí está el problema, no en el
miedo puntual –que manda una señal a tu cerebro para que estés atenta-, sino en pretender borrar el mal, en actuar como si el mal no existiera o, por
el contrario, en considerar que es mal todo lo que te rodea, son dos líneas
contradictorias del relato que hoy conviven en el imaginario de algunas mujeres
(y hombres, por cierto).
Parte del
relato feminista radical os enseña a tener miedo de modo omnipresente,
obsesivo, otra parte –aliada con el
flower power que nos venden-, os deja
absolutamente inermes, sin el más mínimo sentido común y otros sentidos que hoy
parecen inexistentes, no nos dejan que apelemos a ellos, que os los recordemos.
El mal existe aunque tuvieras un
policía en cada esquina, aunque toda la población estuviera educadísima en la
igualdad de sexos y fuera “feminista”. El
mal forma parte de la vida. Y, por cierto, no sólo está fuera, está también
dentro de uno. Males, por supuesto,
diferentes y que llevan a cosas diferentes. El mal existe y existirá siempre. De
eso van los cuentos, gran parte de los cuentos, los infantiles. Es una pena que
no se cuenten o que se cambie su original crudeza o que se cuenten, uf, de otra
manera.
También es cierto que
determinados males –esos que te hacen a ti o a mí como mujer sentir un concreto miedo- son mil veces más posibles en determinados barrios, ciudades y
países que en otros, solo hace falta abrir los ojos y ver las estadísticas (lo
malo es que en algunos países no hay ni estadísticas, esos son los peores). Pero
aquí y allá, siempre habrá personas que quieran hacer daño a otras. Es parte de la
vida, del mundo, y para vivir hay que tenerlo en cuenta y actuar en
consecuencia y, sobre todo, en función
del grado del mal, de su frecuencia, de las posibilidades de que suceda, en fin, no de
manera irracional o psicótica como hoy en día cierto feminismo enseña o, por
otro lado, como si no existiera.
Uno de los problemas del discurso
feminista radical es que no gradúa, no modula, no aplica la más mínima lógica,
es totalmente ajeno a la racionalidad. La razón va de eso también, N., de
graduar y modular en función de los hechos.
Porque el mal exista, y porque algunos
hombres hagan cosas terribles, no hay que vivir ni con psicosis ni creer que
todo hombre –así en genérico- es un violador en potencia y que si puede te hará
daño, ese daño o cualquier otro (maltrato, etc., de esto te hablaré en otra
carta). Tampoco hay que vivir como si el mal no existiera o pretender un mundo
feliz e ir en plan Alicia en el país de las maravillas. En corto: desconfía del
tipo que no conoces y te sigue los pasos a la 1 am, pero por Dios bendito, no
pienses que todo hombre es un violador en potencia y no achaques por simple
justicia con los hombres que te rodean por goleada (tu padre, tus tíos, tus
primos, etc.) al género masculino la violencia.
Hay mal y se lo hacen a la
abuelita que abre la puerta pensando que es el cartero y se llevan su joyero, a algunas mujeres
a las que pueden violar o abusar de ellas, y, también, a hombres a los que
atracan, al pobre anciano ese que ha querido defenderse. Hay mal y padre y
madre adoptivos asesinan a su hija que vino de China. Hay mal y la novia de un
hombre mata al hijo de éste. Creo que no hace falta ponerte más ejemplos. No es
patrimonio de nadie el mal.
Las mujeres físicamente somos
más débiles que los hombres (vale, sí, están las levantadoras de peso,
karatekas y lo que quieras), pero somos más vulnerables físicamente en líneas
generales. Es un hecho. Estamos más inermes ante un ataque de ese tipo. Esto
también se aprendía antes y no nos suponía ningún problema contar con esa
realidad, es decir, no cortocircuitábamos y nos lanzábamos contra el sexo
contrario llamándoles así, en genérico, cerdos, ni, por otro lado, actuábamos como
si no existiera (se llama prudencia y ya te digo que será la carta tercera).
Ni por cultura, ni por educación,
ni por entorno ni por nada, la posibilidad de ser violada o abusada es igual en
todas las partes del mundo. Ni, por supuesto, la ley es la misma, ni la sanción
social, ni tampoco las consecuencias. No lo es de ninguna manera. La patraña
feminista radical esto no lo tiene en cuenta, os escamotea que no es lo mismo
Kabul, Cali o Madrid, os vende un mundo aterrador e igual para todas las mujeres
en todo el mundo cuando simplemente no es cierto. O, a la vez, es curioso esto,
puede hasta promocionar que el mundo es un precioso lugar de abrazo universal y
luego nos llevamos las manos a la cabeza.
Echa un vistazo al vídeo que te
pongo abajo, es revelador. Es lo que están respirando hoy los niños occidentales mayormente, si luego eso cambia quizás sea por otras
razones –ya iremos con ellas-, pero no porque no se eduque –en mi época ya lo
hacían- en que a las mujeres no se les toca. Es tan natural el horror de estos niños, que es que no hacen falta más palabras para saber que hoy en Occidente en
líneas generales y con excepciones -que también te hablaré de ellas- vivimos en entornos
donde hay un rechazo social general y personal muy fuerte hacia la violencia contra las mujeres, creo que el más
fuerte de cualquier época.
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