Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Cartas a N. (II) Del miedo al mal


El miedo es lo más importante de todo esto, creo. Lo deduzco de lo que me dices y por cómo lo haces, también por propia experiencia. Es casi el meollo de la cuestión, de ésta y de otras que se adhieren. Y hasta la inseguridad te diría, esa inseguridad interna y tan humana de los 20 y de los 50, pero ese sería otro tema. La frustración también, encontrarte de bruces que lo que te dijeron no se cumple o no lo hace de la manera que esperabas. Espero escribirte también sobre ella, la frustración puede tener mucho que ver con lo que está sucediendo.  Con diversas dosis de miedo, inseguridad y frustración  vivimos mujeres y hombres, ambos sexos. De cómo lo hagamos –los superemos o, simplemente, convivamos con ellos-, dependen muchas cosas.

Como tú, y como tantas mujeres hoy, he vivido sola. En Madrid y también en lugares que no conocía y con los que tuve que hacerme, en mi caso occidentales siempre: de joven en Toronto, Montreal, Londres, París, más adelante y más mayor en medio del campo en Castletownbere en mi amada Irlanda, en mitad del campo también en El Boalo hace 9 años, cómo pasa el tiempo. Como dice G., a mí me tiran los sitios donde te deberían dar con la casa un Winchester.

He estado en Nueva York viviendo en un hotel –y no de los buenos- durante semanas, ahí fue con una colega,  trabajando como ONG observadora en el preparatorio de la IV Conferencia Internacional de la Mujer (la de Pekín, sí, también estuve en Pekín en el 95, espero contarte lo que vi allí y lo que aprendí sobre esto de las mujeres, en esto del feminismo creo que cuento con un poco de experiencia). Atrancábamos la puerta por la noche y durante el día nos reíamos, así era.

Sola he cruzado Francia, Inglaterra y España, por supuesto. De vacaciones, explorando, por trabajo, a veces con una perra y muy puntualmente con alguna amiga o prima. Pero he pasado sola mucho, mucho tiempo. Todo esto te lo cuento porque no  creo ser una mujer timorata,  lo cual no implica que no haya sentido miedo, como tú y como cualquiera, pero creo que con la realidad  se puede convivir con el miedo, vencerlo a veces y evitarlo las más de las veces (con prudencia, de esto irá la carta tercera). De realidades pretendo hablarte en estas cartas si me dejas. Ser realista es fundamental en todo esto.

Ese miedo que tú dices tener cuando vuelces a las 4 de la mañana en Madrid y ves una sombra masculina es normal. Pero creo que el miedo  no puede ni debe derivar en el relato delirante que se traza a continuación de un modo realmente sorprendente, ese todos los hombres son unos violadores potenciales, o unos abusadores, y, también,  de que esto es universal y vivido del mismo modo en todo el mundo y por todas las mujeres. Con ese relato no puedo estar de acuerdo y es más, me parece muy dañino y que nos lleva, os lleva, a lugares que no son nada atractivos.

El miedo sirve no sólo como instrumento que nos mueve a la defensa (un modo de prudencia), sino también puede servir –y ha servido en la historia-  para construir esos otros relatos que llevan al enfrentamiento, a reacciones irracionales, a cosas muy feas, para manipular a la gente, hombres y mujeres, como creo que ahora está sucediendo.

El miedo nos lleva a otro tema estrella: el MAL. Qué cosa, eh, el mal, uf, qué feo, si todo el mundo es bueno –menos los hombres y Trump especialmente-, si todos en la cuna somos encantadores, si el mundo podría ser como canta el Imagine, o el We are the world, etc.  Pues sí, el mal existe y no es cuestión del capitalismo, ni del heteropatriarcado, ni de todas esas bobadas, por favor. El mal existe porque hay personas que hacen daño a otras y a sí mismas a veces. Va en nuestra naturaleza. 

Grábatelo a fuego, N., por favor, y no seas ingenua.  Tú lo sabes ya, por eso sientes miedo, pero luego, sobre ese hasta saludable síntoma del miedo que te alerta ante la posibilidad de un mal, se os presenta un diagnóstico delirante,  así como son delirantes las “soluciones” que os venden, hay un cortocircuito importante que voy a intentar desmontar.

Ahí está el problema, no en el miedo puntual –que manda una señal a tu cerebro para que estés atenta-, sino en pretender borrar el mal,  en actuar como si el mal no existiera o, por el contrario, en considerar que es mal todo lo que te rodea, son dos líneas contradictorias del relato que hoy conviven en el imaginario de algunas mujeres (y hombres, por cierto).  

Parte del relato feminista radical os enseña a tener miedo de modo omnipresente, obsesivo,  otra parte –aliada con el flower power que nos venden-,  os deja absolutamente inermes, sin el más mínimo sentido común y otros sentidos que hoy parecen inexistentes, no nos dejan que apelemos a ellos, que os los recordemos.

El mal existe aunque tuvieras un policía en cada esquina, aunque toda la población estuviera educadísima en la igualdad de sexos y fuera “feminista”.  El mal forma parte de la vida. Y, por cierto, no sólo está fuera, está también dentro de uno.  Males, por supuesto, diferentes y que llevan a cosas diferentes. El mal existe y existirá siempre. De eso van los cuentos, gran parte de los cuentos, los infantiles. Es una pena que no se cuenten o que se cambie su original crudeza o que se cuenten, uf, de otra manera.

También es cierto que determinados males –esos que te hacen a ti o a mí como mujer sentir un concreto miedo- son mil veces más posibles en determinados barrios, ciudades y países que en otros, solo hace falta abrir los ojos y ver las estadísticas (lo malo es que en algunos países no hay ni estadísticas, esos son los peores). Pero aquí y allá, siempre habrá personas  que quieran hacer daño a otras. Es parte de la vida, del mundo, y para vivir hay que tenerlo en cuenta y actuar en consecuencia y, sobre todo, en función del grado del mal, de su frecuencia, de las posibilidades de que suceda, en fin, no de manera irracional o psicótica como hoy en día cierto feminismo enseña o, por otro lado, como si no existiera.

Uno de los problemas del discurso feminista radical es que no gradúa, no modula, no aplica la más mínima lógica, es totalmente ajeno a la racionalidad. La razón va de eso también, N., de graduar y modular en función de los hechos.

Porque el mal exista, y porque algunos hombres hagan cosas terribles, no hay que vivir ni con psicosis ni creer que todo hombre –así en genérico- es un violador en potencia y que si puede te hará daño, ese daño o cualquier otro (maltrato, etc., de esto te hablaré en otra carta). Tampoco hay que vivir como si el mal no existiera o pretender un mundo feliz e ir en plan Alicia en el país de las maravillas. En corto: desconfía del tipo que no conoces y te sigue los pasos a la 1 am, pero por Dios bendito, no pienses que todo hombre es un violador en potencia y no achaques por simple justicia con los hombres que te rodean por goleada (tu padre, tus tíos, tus primos, etc.) al género masculino la violencia.

Hay mal y se lo hacen a la abuelita que abre la puerta pensando que es el cartero y se llevan su joyero, a algunas mujeres a las que pueden violar o abusar de ellas, y, también, a hombres a los que atracan, al pobre anciano ese que ha querido defenderse. Hay mal y padre y madre adoptivos asesinan a su hija que vino de China. Hay mal y la novia de un hombre mata al hijo de éste. Creo que no hace falta ponerte más ejemplos. No es patrimonio de nadie el mal.

Las mujeres físicamente somos más débiles que los hombres (vale, sí, están las levantadoras de peso, karatekas y lo que quieras), pero somos más vulnerables físicamente en líneas generales. Es un hecho. Estamos más inermes ante un ataque de ese tipo. Esto también se aprendía antes y no nos suponía ningún problema contar con esa realidad, es decir, no cortocircuitábamos y nos lanzábamos contra el sexo contrario llamándoles así, en genérico, cerdos, ni, por otro lado, actuábamos como si no existiera (se llama prudencia y ya te digo que será la carta tercera).

Ni por cultura, ni por educación, ni por entorno ni por nada, la posibilidad de ser violada o abusada es igual en todas las partes del mundo. Ni, por supuesto, la ley es la misma, ni la sanción social, ni tampoco las consecuencias. No lo es de ninguna manera. La patraña feminista radical esto no lo tiene en cuenta, os escamotea que no es lo mismo Kabul, Cali o Madrid, os vende un mundo aterrador e igual para todas las mujeres en todo el mundo cuando simplemente no es cierto. O, a la vez, es curioso esto, puede hasta promocionar que el mundo es un precioso lugar de abrazo universal y luego nos llevamos las manos a la cabeza.

Echa un vistazo al vídeo que te pongo abajo, es revelador. Es lo que están respirando hoy los niños occidentales mayormente, si luego eso cambia quizás sea por otras razones –ya iremos con ellas-, pero no porque no se eduque –en mi época ya lo hacían- en que a las mujeres no se les toca. Es tan natural el horror de estos niños, que es que no hacen falta más palabras para saber que hoy en Occidente en líneas generales y con excepciones -que también te hablaré de ellas- vivimos en entornos donde hay un rechazo social general y personal muy fuerte hacia la violencia contra las mujeres, creo que el más fuerte de cualquier época. 





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