
Leo "Los compañeros" y me estremezco: triunfo o lo que se dice que es triunfar, o sea, tener dinero, reconocimiento, éxito en plan yanqui, frente al pasar inadvertido o ser olvidado, tener una vida desgraciada, con dificultades económicas o sentimentales, ser, de nuevo como dicen los yanquis, "un fracasado", a loser. Y esa figura del cura que deja la sotana y acaba desquiciado, el horror por las barbaridades que vio, la complicidad por el miedo, siempre tan humano. Hay otro espanto: saberse uno capaz de la crueldad, ser víctima y a la vez poder ser verdugo, reconocerse verdugo de algún modo. O de la mezquindad, que el ego acabe sacado de madre. El escritor, ese "autor" que el mismo Lozano tanto teme ser, descrito al detalle, quizás se le vaya la mano con el personaje.
Al leer "Los cuadernos rojos" del mismo Lozano, sus diarios, o más bien notas, escritas del 73 al 83, se entiende por qué escribe esa novela, como algunos de sus cuentos, que también acabo y que están reunidos en "Los objetos olvidados". "El grano de maíz rojo", "El escopetazo", personajes como Obdulia, Rosalía, todo un mundo efectivamente olvidado. Es religioso en el sentido profundo de la palabra. Y castellano. La muerte no forma parte de los más vendidos o de los más prestados de esta temporada, no me extraña nada.
"Nada, nada, nada, nada...", la retahila de San Juan de la Cruz que Jimenez Lozano reproduce en "El mudejarillo", esas palabras en mitad del monte, el dibujo, su letra apretada.
Anécdota que cuenta en sus diarios: al inaugurarse el monumento, al parecer muy feo, en Fontiveros a San Juan, hubo un menú para las autoridades presentado como "Menú que los ricos comían en época de San Juan de la Cruz".
Para desengrasar, Cunqueiro y "Merlín y familia", prodigio de cuentos, uno dentro de otro, y otro dentro de otro. Es inagotable. Galicia en vena, Miranda, Velbis, un mundo fantástico de sirenas, encantamientos, objetos mágicos, doncellas, pedos del diablo. No recuerdo quién me lo recomendó. Tengo que parar de vez en cuando y buscar en el diccionario, estoy como con la Señorita Amelia cuando tenía 10 años, que nos animaba a señalar cada palabra que no entendíamos y luego a copiarla con su significado.