Vienen unos amigos con sus hijos a comer a casa. Me quedo bastante impresionada de que un niño de 7 años conozca palabras que considero extrañas.
Lo tengo comprobado: a los niños a los que se les cuentan historias, a los que se les lee en voz alta, los niños "criados" rodeados de mundos simbólicos de calados diversos, miran y escuchan... y hablan de un modo diferente. Posiblemente piensan también de modo diferente.
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Hace más de doce años seguía yo a una bloguera madre de trillizos que leía cada noche un rato a sus hijos en voz alta. Esa hora, decía ella, era absolutamente sagrada. Ya podía caerse Roma, la casa, tener ella que hacer lo que fuera, daba igual: leer cada noche unos minutos en voz alta era innegociable.
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Lo hablamos entre varias personas. Una, no la única, pero sí de las más más importantes, dificultades en catequesis infantil... es esa ausencia previa y paralela de narración, de cuentos, de padres que hayan perdido 5 minutos contando a los niños una historia, leyéndola en voz alta o armándola ellos solos en el instante. Una historia que puede ser inventada donde ellos (lo niños) pueden ser los protagonistas velados o incluso no velados, eso les encanta. Una historia donde permitir(se) el juego de narrar y narrar-se. Contar también la historia de tus abuelos, de tus propios padres -cómo conocí a vuestra madre-, de inventar también: los niños saben distinguir los diferentes planos que te mueres, no son idiotas.
Sin haber "recibido" universos simbólicos, sin estar "entrenado" en ellos, los niños no tienen nada o muy poco. Bueno, sí, tienen un móvil y, perdón, el puñetero instante. Y una grandísima ansiedad. Y déficit de atención a manta. Y no ser capaces de escuchar ni de ver ni de mirar 2 minutos algo ni de estarse quietos. Y un mundo pobrísimo por dentro, una sed muy grande. Y esto es una injusticia para ellos. Sin historias somos nada.
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