Oigo el último Dalroy en el último insomnio. Es sobre la Iglesia en Alemania con el padre Rubio, aquí lo tenéis, episodio 3x05. Me quedo pensando.
La tentación del desaliento, del derrotismo, puede ser fuerte. Por la situación propia o la "general", por ambas a veces. Y puede suceder cuando eres joven y también cuando no lo eres.
Me acuerdo de un alumno que a sus 19 años me decía con resignación "Es que soy vago, soy el vago de la familia, ya es muy difícil cambiar eso..." Verle ahora sacando una familia adelante es una alegría inmensa. Nada es un destino, menos a los 19, sambenitos —qué malos son siempre— ni a los 80.
Porque de mayor todos los defectos se acentúan y se solapan, se es consciente. Y ante el escenario, curioso, las ganas de quedarte con un librito te pueden (o de dedicarte a pasear por la dehesa). Y puede ser incluso peor, se puede sumar una valoración sumaria tanto sobre ti como sobre lo que te rodea, el "no así los impíos, no así" agorero.
Cuidar la esperanza propia y ajena es un deber.
Como cuentan en el último Dalroy, primero se pierde la esperanza, luego la fe por derrotismo o acomodamiento, y nos puede pasar a cualquiera.
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Cuidar la esperanza empieza por el silencio. Hacer silencio exterior e interior y darte cuenta de la misericordia de Dios... ¿cómo no esperar que esa misericordia te siga cubriendo?, ¿cómo no, en su caso, entender que igual que te ha cubierto a ti cubre a los que más quieres y te preocupan? O, más allá, cubre a tu país, a tu comunidad. Y, sin duda, a su Iglesia.
El segundo paso para cuidar la esperanza es rodearse de personas con niños pequeños, como si fuera una prescripción del médico.
Toda vida nueva es una esperanza. Todo padre y madre hacen un voto de esperanza siempre. Es fundamental estar con padres con niños pequeños, aprendes mucho de su confianza en la Divina Providencia. En muchos casos viven aún más literalmente de ella que en otros, en todos de una u otra manera. Algunos no saben aún que es la Providencia lo que realmente les, nos, sostiene. Pero antes o después serán conscientes de esto, porque ese supuesto control que se cree tener en la vida sobre algo —mucho menos sobre los hijos— desaparece pronto si tienes dos dedos de frente, no hace falta fe siquiera.
En este sentido, también creo que es alimentar la esperanza estar con quienes acompañan en el dolor, en la decadencia, en los largos años de vejez.
No hay mejor comunidad que la que se asienta en el valor que las personas mayores tienen, incluso aquellas que más deterioradas nos parecen y que nos sostienen con su oración: esa que hacen al desprenderse de su memoria, del "yo sé", "yo creo", un final vital "en Ti vivimos, nos movemos y existimos" ya absolutamente pleno.
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"No seas derrotista, es tan de clase media", le decía la Condesa Viuda de Grantham a su nieta, que pensaba que iba a quedarse de tía soltera... En fin. Pues eso.
No estamos hechos para "vencer" en vida nada, realmente está todo hecho. La Condesa Viuda también consideraba que la vida es primero un problema, luego otro, y así todo el tiempo.
Isobel, precisamente burguesa, quería sentirse útil, esa pretensión curiosamente tan de clase media con la que una puede identificarse con bastante facilidad.
Ser católico es saber que uno es de una "utilidad" relativa siempre. La utilidad no es lo que importa, no va de utilidad esto. Y, con todo, como Isobel, hay que ponerse manos a la obra. Quizás sin esa actitud (digamos que de anglo bastante ingenua) de que podemos "arreglar" nada realmente.
Me encanta Downton Abbey por muchas razones, la disfruté enormemente, soy fan acérrima. Pero hay algo en ella, algo que no puedo explicar, que elude, que esquiva, mi "marco mental" si es que lo tengo. Algo que echo de menos. A ver si puedo explicarlo en otra ocasión.
Dios tenga en su gloria a Maggie Smith, que tan feliz me ha hecho con la serie y en tantas películas.
2 comentarios:
Me sigue pareciendo que Maggie es coguionista de muchos de sus diálogos.
Es muy posible, vamos a enterarnos
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