Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

viernes, 2 de febrero de 2024

Comunidades y soledades

Dicen que la gran epidemia del siglo XXI en Occidente será, o ya es, la soledad. Y que hay diversos factores que han contribuido a ello: menos matrimonios, menos hijos, a veces ninguno, una sociedad muy individualista donde no queda nada entre el individuo y el Estado. 

Estoy traduciendo ahora a un sociólogo americano que explica la pérdida de la comunidad, de todas esas sociedades intermedias que había. Lo hablo con quien me fío (me fío de muchos) y acordamos que tenemos suerte porque, con todo y todavía, en algunos círculos o ambientes tenemos una comunidad de soporte, incluso muchas.

Para empezar, la comunidad que es la familia, la nuclear y, con suerte, la extensa, todos esos primos y primas y tíos y tías, a veces hasta segundo grado, que nos tratamos y nos importamos.

Para seguir, la comunidad eclesial en pequeño, la parroquia. En otros casos, diversos movimientos eclesiales donde uno puede sentirse acogido y acoger a otros, quererse. 

Hasta hay vecindarios que son comunidades o intentan serlo. Mi amiga C. cuando la pandemia organizó en su barrio un sistema de apoyo ejemplar. Me sorprende ver que parece estar de moda el no saludar o no devolver el saludo como si el que saluda te molesta.

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 ¿Y en los trabajos? Puede haber comunidad y que se creen y alimenten lazos importantes,  que no se viva "cada uno mirando a lo suyo, y yo a lo mío", como me contaba un colega.  Aunque mi sensación desde que empecé a trabajar, a principios de los 80, es que hay algo que ha machacado esto en España las últimas décadas. El networking (en vez de la amistad o el compañerismo), el subir a toda costa, una "profesionalitis" cegata, el petardeo absoluto de tipo LINKEDIN, etc., han sustituido al ayudarse(nos) sin pensar si tú me vas a devolver alguna vez ese favor... No sería justa si achaco todo esto a lo "anglo", pero creo que tiene mucho que ver con ello. El "éxito" terrenal (supuesto) como prueba de que Dios te quiere. 

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"¿Por qué quieres estudiar esto y aquí?" me preguntó el director del Máster en la UFV. "Porque necesito orden, cierta estructura (qué va antes y qué después, qué sostiene a qué...)  y comunidad", le contesté. Lo primero fue imposible dado mi caos: "Salamanca" hace lo que puede, pero no milagros. Lo segundo se realizó con creces y lo echo de menos, aunque no puedo quejarme porque tengo comunidades afortunadamente. 

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Hay soledades diversas. 

La primera que se menciona es la de los ancianos. Y claro que existe, es creciente, cada vez más extensa. Es dura fundamentalmente porque no te vales y se suma el hecho de los achaques y de la muerte más cercana. Pero hay otras menos visibles. 

Está la soledad de la persona a la que le gustaría encontrar marido o mujer y no lo encuentra. He vivido esto tanto tiempo, me hacía tanto daño, pese a pasarlo genial y tener a personas y actividades en las que apoyarme, que creo que puedo entender algo de ese hueco. 

Me lo decía una amiga el otro día, no es miedo a no encontrarlo, no, es dolor lo que siento. Y puedes tener familia, amigos, un trabajo que te guste, mil cosas, la fe por supuesto, el saber que Dios te quiere como hija o hijo predilecto... Pero cuesta, porque salvo vocaciones concretas no estamos hechos para la soledad "esa" (que no es ni la única ni la más importante, desde luego).

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Hay otras dos soledades que veo con muchísimo cariño, la de los niños y la de los jóvenes. Tras el "ole, ole, que soy joven y qué bien me lo paso" a veces  hay soledades inmensas que ni imaginamos. De la afirmación ciega "es un niño ¿qué problemas va a tener a su edad?" tampoco me creo todo. 

Que sí, que hay hipermaternidad e hiperpaternidad, padres y madres que "parecen" pendientes... pero que estas "hiper" son a veces un "proyecto personal" de "tenga éxito (Vd.) con su hijo/a" que el niño en sí importe realmente. Esa "cultura" del éxito impregna hoy hasta las relaciones paterno filiales. 

Y junto a eso, frente a eso, o incluso a la vez que eso, hay un abandono real del niño, de la niña, algunos se siente realmente muy solitos. Los llevan, los traen, mil actividades, van a ser la caraba estos niños cuando sean mayores, van a tener plaza en las mejores universidades y hablar inglés desde su más tierna edad. Pero van a estar muy solos, lo están ya realmente, se les enseña a seguir una carrera en solitario, no a verse junto a otros, con otros. Nos hacemos con los otros a los 7 a y a los 77. 

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Y los jóvenes. Especialmente si el joven pretende no ser idiota y se niega a sumarse a la masa que algunos pretenden, al tú protesta, siéntete una víctima, tienes derecho a todo, tus deseos son órdenes para el mundo y el universo conspira para que lo logres, ese espanto que les repiten en todas partes... Y del alma nada. Y de "los otros", de verdad, nada: la solidaridad que se les vende a los jóvenes y, en general, a todos hoy es una cosa sentimentaloide falsa porque no cuesta nada, es una mera declaración, un click, no tu tiempo, tu atención plena, tu esfuerzo o, en el menor de los casos, dinero, que es lo menos tuyo y lo que menos cuesta dar si tienes dos dedos de frente.

Pues bien, a mi entender especialmente todos esos jóvenes, con fe o ya sin ella, que por un mínimo de cabeza o de personalidad o de suerte o de váyase a saber qué se niegan a formar parte vía la entronización del individuo de esa masa informe, se sienten a menudo y más especialmente solos. Porque lo que les rodea por goleada es eso. Y no agachar la cabeza les aísla, son los considerados "raritos" por el resto. 

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Hace muchos años en Canadá me impresionó la gran soledad de la gente. El hecho de que se entrara en "relaciones" de forma rápida como un modo que realmente era un "dime que existo, que soy alguien". La gente se iba a vivir con un maromo rapidito, a veces sin quererse realmente, sin estar siquiera enamorada, como un modo de conjurar la soledad. 

Honradamente creo también que tras cierta promiscuidad puede haber eso: simple y llana soledad, miedo, ganas de sentir a alguien al lado como sea. Es animal y humano. Los animalicos duermen dándose calorcito, los bebés reclaman un cuerpo al lado. 

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Creo que no hay que tener temor de "dar la lata"; ayer lo hablaba con una conocida a propósito de una persona mayor. Es mejor que él te diga que prefiere no verte (por lo que sea: no quiere salir, no quiere que vayas tú a verle, etc.) a que, por miedo a molestar, no le llames. 

Lo del no molestar, que puede ser de una gran delicadeza (en este caso lo era), también se nos puede colar como coartada a veces.

Tengo la sensación de que cuando uno está solo o se siente solo lo que suele pasar es que no se quiere dar la vara a nadie con tus soledades y problemas, ves a los otros con sus vidas que parecen tan completas que no te atreves. 

¿Que hay algunas soledades egoístas, o al menos donde el que la sufre no se mueve, que está curvado sobre si mismo, como decía Lutero? Es posible, juzgar siempre es gratis, pero creo que es mil veces mejor ser uno el pesado o el que está pendiente del otro porque la soledad a veces nos enferma y no puedes ni moverte. 

Benditas sean pues las reputaciones de ser la pesada o el pesado, lo peor que puede ocurrir es eso, ganarse una estupenda reputación de pelma. 

Los shanties me encantan. Cantan juntos. Y los bares. Otro tipo de comunidad que no debemos perder. 





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