Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

miércoles, 29 de junio de 2022

El día que Pedro Garro vio un tucán en la selva

Imaginemos el asombro, la sorpresa, de aquel primer hombre blanco que vio un tucán en la selva. 

A mí me ronda la idea desde hace años de que, aunque fue Don Gonzalo Fernández de Oviedo[1] el primero que escribe sobre los picudos[2], que así los llamaron, posiblemente fuera un muchacho de los que se enrolaron en las expediciones españolas al Nuevo Mundo el que por primera vez viera a ese extraño pájaro. Un muchacho procedente de un pueblo perdido en Ávila, allá por la sierra de Gredos, por poner un lugar cualquiera. Y vamos a darle nombre y apellido, Pedro Garro. Se llamará Pedro Garro.

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¿Queréis saber más de él?: once años, moreno, con el pelo muy negro y los ojos muy grandes, parecidísimo a su madre en todo eso, quien murió al dar a luz a una niña, María, la hermana de Pedro, al cumplir él los seis años, volviendo a casar su padre al poco tiempo. 

Sería este buen chico hijo de navarro y pastor como sus ancestros, fuerte, pero delgado, de esos Garro que se establecieron en la zona y trabajaron como cabreros[3] a inicios del siglo XVI en Guisando, y que luego se extendieron por todo el valle. 

Pues bien, llegado el momento, y ante los desaires de su madrastra, el muchacho habla con su padre y éste, aún con dolor, pues sabe que hay batallas domésticas perdidas, dándole su bendición y unos pocos dinerillos que guarda, lo despide tras hablar con el cura del pueblo.

Y así, con unas cartas de recomendación que el párroco le extiende, el niño llega a poder embarcarse en la formidable expedición que comanda otro Pedro, Don Pedro Arias Dávila, Padrarias[4], ya con setenta y tres  años, expedición que contó con cerca de veinticuatro barcos y más de mil hombres, que parte de Sanlúcar el 14 de abril de 1514 y llega a Santa María de la Antigua, en Panamá, el 30 de junio del mismo año.

Es la misma expedición donde van Hernando de Soto, Diego de Almagro, Sebastián de Benalcázar, el propio y ya citado Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernal Díaz del Castillo[5], Gaspar de Morales, Martín Fernández de Enciso, Juan Vespucio y al primer Obispo de la que llaman "Castilla del Oro", Fray Juan de Quevedo, predicador de su Majestad, el rey Fernando, pues la buena reina Isabel, nuestra amada reina, ha muerto hace ya casi diez años. Que Dios la tenga en su gloria (y que nosotros la veamos beatificada).

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Y me diréis…

… ¿No conocía qué era un tucán este muchacho de pelo tan negro y tan delgado? 

¿Y cómo lo llego a ver? 

¿Y cómo fue el viaje hasta llegar a esa tierra? 

¿Y por qué fue él, Pedro Garro, y no otro quien vio al tucán primero?

Son demasiadas preguntas para empezar, así que iré primero a lo importante, que para mí son los pájaros y nuestro muchacho, Pedro. 

Dijimos que se llamaba Pedro, Pedro Garro. 

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Sólo os diré que este chico, como todos los pastores desde que el mundo es mundo, desde que la tierra se ha inventado, son buenos observadores de la naturaleza. Tienen mucho tiempo para mirar y pensar mientras miran, o para mirar mientras piensan. Y por eso aprenden tanto los pastores, porque miran y tienen tiempo. 

Que es verdad que nuestro Pedro era analfabeto, pero en los largos días de verano, cuando el calor aprieta, él llevaba a las cabras al lado de un arroyo para que bebieran y él bañarse. Y allí, tantas horas muertas, desnudo y tumbado en esas piedras grandes, Pedro veía al que hoy llamamos martín pescador, que es un pájaro entre azul y verde, y luego con mucho naranja, y que, como su nombre indica, pesca. Se queda quieto, muy quieto, posado en una rama. Y, de repente, como un rayo azulado entra en el agua, y de allí saca un pez. Que a veces sólo llegas a notar una luz verdiazul entrando y saliendo del agua si no estás atento mirando.

Y también conocía bien Pedro a los abejarucos. Que os pongo este ejemplo como otro pájaro de colorines, ya que el tucán tiene también colores vivos, y por eso viene a cuento. Y antes de verlos los había oído cien veces cuando llegan en bandadas en marzo, o cuando se van en agosto, a finales del verano para cruzar el Estrecho de Gibraltar, camino a África. Y antes de verlos los oyes antes, un silbo corto y constante, inconfundible, chillando siempre. Porque el abejaruco, que vive en hoyos en los cortados, bien que anuncia que va o se vuelve. Y vuelan juntos varios, no como el martín pescador, que es un pájaro independiente y solitario.

Y para no ser condescendientes, ni tampoco ingenuos o hasta pavos, ya que de pájaros se trata, os diré que aparte de mirarlos, y como han hecho los muchachos hasta hace poco, al menos en mi pueblo, en España, nuestro buen Pedro bien que cazaba los pájaros para comérselos unos y otros como entretenimiento o ganancia. 

Los ponía luego en el suelo y los iba contando, uno, dos, tres, cuatro, para ver con otros chicos quién era el que más había atrapado. Con un tirachinas lo hacía, aunque a veces con liga, que es como un pegamento, si lo que quería era conservar el pájaro para que cantara. Que así algunos los vendía y unos dineros se embolsaba. 

Bueno, a lo que vamos: que nadie se crea que Pedro Garro era un ecologista, un conservacionista o un poeta ni nada, porque no era el caso. Era sólo un buen muchacho de su tiempo. Pues bien, hecha esta importante precisión sobre la naturaleza y circunstancias de Pedro Garro, sigamos. 

***

Pedro se puso muy enfermo, como tantos, en la travesía aquella de dos meses y medio, y que luego, recién llegado a tierra, cayó otra vez malo, pero pudo hacer conocimiento  en aquel viaje de Don Gonzalo Fernández de Oviedo quien, el ver al muchacho tan delgado, y, sobre todo, tan solo, decidió tomarle bajo su amparo, de criadillo, vamos. 

Porque Don Gonzalo Fernández de Oviedo, que había vivido en Italia y conocido a gente muy principal toda ella, era bondadoso de natural. Y también pensó que aquel niño de once años, pastor y de la sierra de Gredos, podría darle buen servicio en cuanto llegaran. Porque, con todo, el muchacho parecía despierto y dispuesto.

Así que imaginémonos a nuestro Pedro Garro junto a nuestro Don Gonzalo Fernández de Oviedo, niño uno y hombre el otro bien barbado y ya muy viajado, cruzando una buena selva.

Pensadlo por un momento, por favor, cerrad los ojos e imaginadlo. 

***

Ríete tú de los bosques de Asturias, tierra de los padres de Don Gonzalo. O de esos otros de las estribaciones de Gredos, de donde los Garro. No, señores, una buena selva en lo que hoy llamamos Centroamérica, espesa y verde, húmeda, muy oscura a veces, con árboles muy grandes, oliendo a podrido, con mil ojos observando. 

Y allí que estarían nuestro buen Pedro y Don Gonzalo abriéndose paso con algunos hombres armados, unos jurando a veces y otros a veces rezando. A veces eran los mismos los que juraban un rato y luego rezaban. 

Pensad en el tucán en su nido en un árbol, en su pico amarillo y grande, y en su lengua como una pluma que saca a veces, en sus ojillos vigilando. 

Pensad en nuestra Santísima Virgen, que vela hasta por los más pequeños y que a nadie desampara, españoles de todos los tiempos. 

Pensad en la ambición de algunos, también en sus hambres, tan diferentes: algo que llevarse a la boca, aventuras, oro, gloria, honor, almas. 

Y en los indios, que estaban también en esa selva, en sus pies descalzos, en sus adornos de plumas de pájaros, en sus ojos muy negros. 

Y en los morriones aquellos de los soldados, aunque muchos otros de la expedición iban a descubierto. 

Y en esas enfermedades que diezmaban barcos y campamentos y que aún arrastraban algunos como le pasaba a nuestro Pedro.

Y pensad, también, en esa manía tan española de que todo quedara registrado, y gracias a la cual hoy los historiadores saben esto y aquello. Porque Don Gonzalo, precisamente Don Gonzalo, trabajó en llevar registro: que todo se sepa por el puño y letra de un escribidor que deja siempre constancia.

Y en esto, Pedro, que aún no se había recuperado de unas fiebres extrañas, ensimismado en sus pensamientos, recordando quizás a su madre, a su pueblo, a su padre, a María, su hermana, oye de repente como un silbido diferente, un silbido que no ha oído nunca.  

Y entonces alza la vista un momento, aunque no por mucho rato, porque tiene que estar atento al suelo para no caerse, que en la selva no hay sendero.

Y lo ve allí en lo alto. 

Ve a un pájaro pequeño como una codorniz, como lo describirá luego Fernández de Oviedo, y con un enorme pico amarillo que parece que le vence, más grande que el cuerpo, plumas negras pero también coloreadas.

Y Pedro se queda por un minuto asombrado con ese pájaro que ve por primera vez, preguntándose, aunque fuera iletrado, no como Don Gonzalo, que era hombre de muchas letras y había conocido a gente muy importante de España e Italia, preguntándose, digo, Pedro, cómo eran posibles ese pico, esos colores, ese silbido, ese animal que no se parece a ningún pájaro de los que él habia visto antes. 

Sin ser Aristóteles ni Plinio, ni Linneo, Humboldt o Darwin, sin ser filósofo o científico, se queda en primer lugar sorprendido ante el tucán, una maravilla de la naturaleza, más de cuarenta especies diferentes, porque Dios nuestro Señor se goza en la belleza de todos los pájaros y en la del tucán también como no podía ser menos. 

Y vosotros, que estáis escuchando esta historia, creedme que fueron muchas las veces que nuestro muchacho miró con asombro, y que no habría espacio aquí para contaros todo lo que vio con esos ojos abiertos y grandes y negros. 

Y aunque su siguiente impulso, como es el de los chicos cuando son chicos, no fuera  quedarse contemplando, así como quieto y callado, que es cosa que viene luego, quizás con los años, y recordemos que, además, que venía cazando todo pájaro que se le ponía por delante por hambre o por divertimento, Pedro, que andaba al lado del buen Fernández de Oviedo, levanta el dedo señalando y le dice:

Mire vuesa merced, Don Gonzalo, que allí hay un pájaro bien diferente a los que llevamos vistos, sí, allí arriba, donde la rama aquella, mire cómo saca ese pico grande desde el nido y se defiende de los gatos[6]... si quiere yo hago de atraparlo…”

Y así fue como el primer hombre blanco y español que vio un tucán fue un chico de pueblo. Analfabeto. Pobre. Huérfano de madre. Enfermo. Asombrado. Y a la vez, hambriento de muchas hambres, ofreciéndose para atrapar al pájaro. Como había hecho en Gredos con el martín pescador, con los abejarucos y con otras muchas aves anteriormente. 

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NOTA: Este texto forma parte de los cinco relatos escritos para la Memoria personal(ísima) realizada para la asignatura   Historia Cultural de Occidente impartida por el profesor Clemente Gómez González en el Máster de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria. Evidentemente, otras asignaturas que han impartido otros profesores también me han influido al escribir esto. El Máster deja huella. Ha sido una de las grandes alegrías de este año. 

Eso sí, lo de los pájaros, lo que me gustan y me divierten, viene de antes, de serie. 

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[1] Para escribir este texto, y sobre Gonzalo Fernández de Oviedo, figura que merecería, como tantas españolas, novelas, series, películas, he consultado las siguientes fuentes.

·                José Pardo Tomás. Prólogo de José María López Piñero (2007): El tesoro natural de América. Oviedo, Monardes, Hernández. Colonialismo y ciencia en el siglo XVI. Ediciones Nivola.

·                https://dbe.rah.es/biografias/9417/gonzalo-fernandez-de-oviedo-y-valdes

En cuanto a las obras del propio Fernández Oviedo, en internet he encontrado digitalizada la obra “Historia General y Natural de las Indias” y he podido consultar otras versiones (hubo muy diversas ediciones) y, en concreto, ésta muy reciente del FCE a modo de Bestiario de Indias: https://www.studocu.com/ca-es/document/universitat-de-barcelona/historia-de-bizancio/bestiario-de-indias-by-gonzalo-fernandez-de-oviedo-z-lib/17021605

[2]  FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, GONZALO (1478-1557) SUMARIO DE LA NATURAL HISTORIA DE LAS INDIAS (Capítulo XLII- Picudos): “Una ave hay en Tierra-Firme, que los cristianos llaman picudo, y tiene un pico muy grande, según la pequeñez del cuerpo, el cual pico pesa mucho más que todo el cuerpo. Este pájaro no es mayor que una codorniz o poco más, pero el bulto es muy mayor, porque tiene mucha más pluma que carne. Su plumaje es muy lindo y de muchas colores, y el pico es tan grande como un geme o más, revuelto para abajo, y al principio, a par de la cabeza, tan ancho como tres dedos o casi; y la lengua que tiene es una pluma, y da grandes silbos y hace agujeros con el pico en los árboles, por donde se mete, y cría allí dentro; y cierto es ave muy extraña y para ver, porque es muy diferente de todas cuantas aves yo he visto, así por la lengua, que, como es dicho, es una pluma, como por su vista y desproporción del gran pico, a respeto del cuerpo. Ninguna ave hay que cuando cría esté más segura y sin temor de los gatos, así porque ellos no pueden entrar a tomarles los huevos a los hijos, por la manera del nido, como porque en sintiendo que hay gatos se meten en su nido y tienen el pico hacia fuera, y dan tales picadas, que el gato ha por bien de no curar de ellos.”

Tomado de https://www.biblioteca-antologica.org/es/wp-content/uploads/2018/03/FERNANDEZ-DE-OVIEDO-Sumario-de-la-Natural-Historia-de-las-Indias.pdf. Pág. 48.

[3] Los Garro efectivamente se establecieron en Gredos procedentes de Tafalla según parece según esto https://tietarteve.com/i-encuentro-garro-gredos-17-junio-2018/, es cierto que según dice ahí solo hay constancia registral a partir de 1525, así que he cometido una pequeña imprecisión por quince años, aunque luego viendo otras referencias bien pudo ser antes.

[4]La figura de Pedro Arias Dávila, Pedrarias, del que nadie habla bien casi, es otra interesantísima, he encontrado datos aquí https://pueblosoriginarios.com/biografias/pedrarias.html y aquí https://dbe.rah.es/biografias/10209/pedro-arias-davila

[5] Al parecer hay dudas de que Bernal del Castillo fuera en esta expedición, aunque fuentes diversas lo nombran.

[6] Llamaban gatos a un tipo de monos pequeños, gatos monillos de hecho los llamaban.

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