"Mira, mamá" y "mira, papá" son frecuentes en la infancia.
Esos días de verano intentando tirarte de cabeza, buceando, haciendo la voltereta o el pino en la piscina bajo el agua, reclamando la atención de tus padres para que te miraran.
El otro día lo recordaba cuando alguien dijo que amar era admirar. Con una amiga, Lola, comentábamos que no estábamos nada de acuerdo. Pero nada. Que quizás pueda ser eso una deriva de la época narcisista en que nos encontramos.
Creo que con que te miren basta. Es mucho que te miren. Es un mundo una mirada.
Y ni miramos a veces, enfrascados con lo que estamos, con la puñetera pantalla, ay. Y las mascarillas, que no facilitan nada. En fin, un espanto.
Qué bonito saberse mirada en una clase. Hoy (¿ayer?) escribía Enrique sobre esto en cierta manera. Es de agradecer que los profesores miren a cada alumno. Y hay que dar las gracias porque no es lo normal hoy. Y no, no creo que al alumno haya que contemplarle -dorarle la píldora, decirle siempre que qué majo-, que es la otra deriva boba de la cosa pedagógica en alza y convive, curiosamente, con ignorarle, hacerle parte de un colectivo impersonal.
Mirar es el principio de todo. Sin mirada no hay nada. La mirada es personal.
Me dijo mi psicóloga (esto suena como si fuera yo Woody Allen) que puede ser que algunas personas nunca tengan bastante porque les faltó esa mirada de su madre o de su padre por lo que fuera. Y que por mucho que escuches, por tiempo que les dediques, no está en tu mano. Tienen que resolver ellos eso, colocarlo. Y que luego, claro, hay egos "afectados" por esta sociedad de la imagen y de la aprobación constante, pendientes de lograr el reconocimiento de los demás, podemos acabar siendo todos unos pelmazos.
Es maravilloso llegar a casa y que te miren.
Es un privilegio.
Es todo un regalo.
Y es impresionante ver cómo miran algunos, da mucha esperanza.
Y, sobre todo, es reconfortante sentir que Dios nos mira. No es que a veces sea que "sólo Dios lo (nos) ve", que por supuesto, es que nos mira mientras nos tiramos al agua, incansables nosotros, incansable Él.
"Mira, papá, mira lo que hago"... y Dios ahí, permanente, como la funeraria, mirándote.
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