Vivimos en una sociedad que necesita continuos chutes emocionales. Me acuerdo de aquel chiste, "Había entusiasmo, pero no indescriptible". Ojalá. Los mismos que pusieron la peana a una santa hace un par de años, ahora oh, ah, es que es espantosa, y vuelven a ponérsela a otra, a otro. Apago la radio. No quiero oír a nadie. Y la televisión igual. Ayer un tipo se paseaba diciendo que él no quería firmar una moción de censura, que le obligaron, pero que claro... que ahora votaría a la que ha censurado.
Víspera de San José. Por estos días ya se nota la primavera hasta en Ávila. Las yemas de los chopos engordan y se pongan rojas, granates, aunque faltan unas semanas para que abran. Y sí, dependiendo del calor y de las heladas, también se preparan los lirios morados en medio del descampado y que asocio tanto a Semana Santa, aquel jardín casi toscano de Boecillo con todos ellos brotados un 12 de abril.
Hablo con Carmen. El otro día con Ana. Le pido a Gonzalo que me abrace. Una de las cosas más duras de esta pandemia es lo de no tocarse, no ya el beso de cortesía al aire cuando nos saludamos, el abrazarte. Todos necesitamos ánimo, la voz sirve, pero mejor verse de verdad, sin una pantalla. Y el contacto físico, un simple abrazo.
Pienso en los ancianos a los que no toca nadie, ahí solitos en una residencia, sentados, sin un abrazo desde hace un año. Mientras, leo sobre el método canguro y el piel con piel de los niños prematuros, en fin.
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