Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

viernes, 28 de febrero de 2020

El pan nuestro (La mesa celestial aquí y luego)

Hace unos meses descubrí a Emily Stimpson y su The catholic table (La mesa católica) cuyo subtítulo reza Where food and faith meets (Donde la comida y la fe se encuentran).

A Stimpson llegué por Pollan y otros buscando referencias sobre comer y cocinar. Hay una curiosidad que tengo sobre la historia de los alimentos y técnicas de cocinado (este clásico, no tengo todos los tomos, no los encuentro). De otros temas más de fondo aquí  he encontrado maravillas y aquí.  Pero hay también un interés más vital porque de un tiempo a esta parte lo que realmente me gusta y me entretiene es cocinar. Es como me relajo. Y es, también, como me concentro. Tiene guasa.

Cocinar es algo real, tangible, que tiene un resultado y que sirve realmente. Y a pesar de que cocino sólo para 2 y ya luego para 4 en verano o fines de semana a veces -una pena, por eso me gusta tener invitados en casa-, mi ancla diaria es ese "qué pongo hoy de comer". Yo hago de comer, pongo, sin ningún desdoro, soy así de pedestre. El mundo puede girar, la inquilina dejarme el piso arrasado, pero yo tengo que hacerponer algo para comer que esté bueno -y que sea, ay, no caro-. Casarme con un vasco ha ayudado a todo esto.

El desdibujamiento de lo que somos -cuerpo y alma- nos lleva a ese "cabalgar contradicciones" en un amplio rango de posibilidades en eso del comer y cocinar en este siglo XXI donde hay tanto de todo y todo el rato. Y todo además llevado al extremo.

Hoy convive una nueva ley mosaica, a veces hasta ascética, sobre qué comer: esto sí, esto no, contar calorías, mirar etiquetas, conservantes,  lo supuestamente bio o ecológico, etc.,  la lista sería interminable. Hay ese fenómeno de las llamadas dietas, dietas  veganas y vegetarianas y otras aún más estrictas -crudívoras, por ejemplo-, junto con una explosión de literal devoción por la comida y hasta por la cocina, pornfood es la etiqueta que se utiliza a veces.

Proliferan los programas de tv sobre cocina, hay un canal entero, maravilloso, por cierto, miles de blogs dedicados a cocinar o crítica gastronómica y las imágenes de lo que comemos o cocinamos llenan las redes. A la vez, te encuentras con que en el mismo Masterchef no saben hacer algo tan elemental como una masa de croquetas decente pero cocinan con esa técnica tan avanzada (y cara por los aparatos) del vacío (que es mi envidia, francamente). Sí, lo básico que es saber qué es una pizca o un chorrito en una receta a veces no se sabe y, en cambio, se habla del último alimento milagro, el aguacate, la quinoa, etcétera.

Junto  esa profusión de cocineros, cocinillas, aficionados, gourmets y gourmands, hay también personas que no cocinan nada, que no saben, no quieren o piensan que no tienen tiempo para hacerlo, que compran todo cocinado o que les importa poco o nada lo que se meten entre pecho y espalda. Hay personas sin educar en lo del comer cuyo gusto se ha apagado a base de ketchup, azúcar y ya su paladar no percibe nada. Hay niños, muchísimos niños que no saben comer (ni en contenido ni en forma), adolescentes hechos de pura hamburguesa. Y adultos, adultos hechos y derechos.

A mí me sorprenden muchísimo esas declaraciones de "principios" como "yo es que no como de..."  y te sueltan una categoría entera (no una cosa concreta, sino una categoría entera como yo no como "verde", o pescado, o ponga Vd, lo que quiera, es que a mí no me gusta, es que yo...). La mala educación se nota muchísimo también en esto. Ya de las formas en la mesa ni hablo, como en otros ámbitos se ha igualado por abajo, hoy somos todos no príncipes sino carreteros.

Hay obesidad, diabetes tempranas, enfermedades variadas por alimentarse muy mal, por exceso, y a la vez hay bulimia y anorexia, dos fenómenos que me parecen muy singulares. Y terribles por lo que he visto.

El libro de Stimpson, The Catholic Table, es interesante, muy bonito, ofrece una perspectiva en la que encaja esto del comer y cocinar en lo que creo que somos -aquí unos años- y a lo que estamos destinados también con nuestro cuerpo (que no es la muerte, que es la vida eterna, la mesa celestial). Y enlaza con algo tan importante como creer en un Dios que se ha encarnado y en sacramentos como la Eucaristía y el matrimonio. Ya, parece lioso, pero no, todo está relacionado.

Se ancla este libro en otro anterior suyo horrorosamente traducido al español "Estos hermosos huesos: una teología del cuerpo apta para el diario vivir", mejor acudir a la versión anglo y original aquí  (y por favor, que alguien traduzca bien ese libro y lo edite para el mundo hispanohablante).

Stimpson es amable, muy americana (sí, claro, no es lo mismo EEUU y su tradición culinaria que la nuestra, ni tampoco lo que le rodea en la actualidad). Sólo tengo que reprocharle su amor por las coles de Bruselas, pero nadie es perfecto.

Cierra su libro con 9 orientaciones para que comer sea también un acto "teológico", chúpate esa, morena.

1. Come disfrutando
2. Come dando gracias 
3. Come acorde a la liturgia
4. Come ejercitando las virtudes 
5. Come con otros
6. Come de todo
7. Come con caridad
8. Come (todo lo) natural (que puedas)
9. Come con inteligencia





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