Leo una estupenda entrevista a Rosini en Omnes Magazine. Dice cosas muy interesantes que resuenan. Me recomendó Javier Rihuete sus libros hace tiempo y en la parroquia también me habló alguien de ellos. He leído algunos y me han gustado mucho, me faltan otros. Y releer el de San José, una belleza.
El caso es que creo que en esa entrevista da en la diana en muchas cosas, pero en una que me toca desde hace tiempo: la necesidad de sentirnos, de sabernos, vistos, reconocidos, el papel que la paternidad juega en esto. La paternidad y la Paternidad (de quien procede toda paternidad), ambas.
Hace unos días volví a leer también que el matrimonio, aparte de otras cosas, era también sabernos con un testigo de nuestra existencia. Y sí, creo es eso y más, claramente, muchísimas cosas más, con acentos y énfasis diferentes en cada experiencia, y va también por épocas, momentos, etc.
Pero, previamente, lo de sabernos vistos, reconocidos, es fundamental. Escuchados, claro, ayer lo recordaba A. Pego, pero antes vistos: tú estás ahí, sé que tú existes, sé que eres... . yo (Yo) te veo. Y yo (Yo) sé, también (bestial esto) quién eres: esto último, nuestro nombre verdadero, sólo Dios Padre, por mucho que nos conozcan los de esta tierra, que nos conocen habitualmente bastante, pero desde luego no como el Padre, somos siempre todos misterio por mucho que nos quieran.
En La famiglia de Ettore Scola, una película que vuelvo a ver a menudo, la escena del pobre niño invisible para el resto, hecho aún como juego, es angustiante. Y lo es porque refleja precisamente eso: necesitamos sabernos vistos, reconocimiento.
Es cierto que tampoco podemos ser el puñetero centro, el narcisismo y las mujeres (y los hombres) es tema para largo, larguísimo, porque cuando tu yo no se coloca bien por la figura paterna y Paterna -que te ven- nos liamos. Y justo ahí estamos hoy hombres y mujeres con las modulaciones propias de cada sexo (dos hay) en eso del ego mal colocado...